Escritura Social

Para leer...

Lee las últimas entradas de Escritura Social.

from DanielSanz

Llevo mucho tiempo pensando en escribir por aquí y, sin embargo, no he sido capaz de hacerlo.

Creo que tengo muchas cosas que contar: mi proceso creativo, cómo he alcanzado cierta paz interior, el engaño que representa publicar en Amazon KDP, cómo estoy gestionando la grabación del audiolibro, mi plan de promoción en Spotify de esta primera parte de mi novela...

Sin embargo, no soy capaz de hacerlo, y hoy creo que he comprendido el motivo.

Los artículos que he ido escribiendo por aquí son —eran, en realidad— preguntas que me hacía a mí mismo. Una forma de poner en orden mis ideas, pensamientos; de preguntarme y analizar, desde diferentes ángulos, algo que me rondaba por la cabeza. Y con este ejercicio iba perfeccionando mis análisis.

Hace poco más de un mes que publiqué mi primera novela en Amazon y, os prometo, estaba seguro de que os iba a bombardear con artículos sobre el proceso, mis impresiones, en qué estaba equivocado, qué voy a hacer diferente ahora... Es más, incluso estaba deseoso de comenzar a escribir, pero, chico... dique seco.

En estas semanas de paz interior, centrado únicamente en mis cosas, alejado del ruido de las redes sociales, portales de noticias, YouTube... he visto —como acabo de comentaros— que esos artículos eran, en realidad, una terapia propia para responderme a mí mismo. Y la novela era la respuesta final.

No he alcanzado el nirvana, ni mucho menos; es más, ni tan siquiera creo en él.

Sin embargo, esas dudas o preguntas ya no existen. Entonces, ¿para qué voy a seguir escribiendo?

Creo que ya he comentado en algún otro artículo que, hasta ahora, durante toda mi vida, no sabía si lo que hacía estaba bien o no, si se comprendía, si tenía sentido o podía entretener a alguien... Ahora, por primera vez en mi vida, esa duda ha desaparecido.

Sé que mi novela está bien. Es más: sé que mi novela está de puta madre. No necesito que nadie me lo diga.

Y mi novela son todos esos artículos que tenía ganas de escribir. Por fin he logrado cumplir mi sueño de cuando era niño. Soy escritor.

A través de una infinidad de personas, de distintas clases sociales, necesidades, heridas del pasado... voy tejiendo todas mis dudas, mis temores, mis críticas, mi rayo de esperanza sobre el ser humano. Todos y cada uno de mis personajes son una parte de mí, una etapa que he atravesado, una duda o error que cometí.

Y por eso ya no puedo seguir escribiendo, ni aquí ni en ningún otro sitio. Porque mis dudas y preguntas quedan plasmadas de forma más clara en la novela.

Del mismo modo, tampoco entro en ninguna red social. Suena pedante, egocéntrico o, cómo no, de un gilipollas subido: «El payaso este está tan enamorado de sí mismo que ya no necesita a nadie más».

Como es lógico, cada uno puede pensar lo que quiera. Pero no es eso. Es que estoy tan inmerso en mi historia, mis personajes, en lo que quiero decir, en lo que necesito decir... y en cómo encontrar la forma de hacerlo... que se me pasan las horas del día sin acordarme de nada más.

Sé que mi paso por aquí ha sido breve —creo que justo un año—, tampoco he participado mucho. Dudo que alguien me eche de menos.

Así que tan solo me queda despedirme. Por regla general, borro todas mis cuentas, pero, yo qué sé... al pobre Adrián le costó años que me crease esta cuenta, así que voy a dejarla. Quién sabe, igual algún día vuelvo.

Por mi parte, tan solo queda decir que ha sido un placer conoceros, y que no me voy por vosotros, sino por mí.

 
Leer más...

from Revolicant

Continúo a bastante buen ritmo. Y ahora al encender el pc, abro el procesador de textos y no el Civilization, eso ya es un avance.

#escritura creativa #escritorbrújula #escribiendo

 
Leer más...

from Revolicant

#Cuaderno de Bitácora, fecha estelar, hoy mismo

Pues nada, eso que aparece una secundaria que no iba a tener mucha relevancia y acaba siendo más interesante que el protagonista.

#escrituracreativa #escritorbrujula #escribiendo

 
Leer más...

from DanielSanz

Ya he hablado en otras entradas en este, nuestro pequeño rincón de internet, sobre la neurodivergencia, su diagnóstico y los principales problemas, tanto de concentración como sociales. Hoy voy a darle una vuelta de tuerca más, enfocándome en la salud, un tema, si me permitís, mucho más serio e importante.

Me vais a perdonar porque esta entrada va a ser bastante extensa. Os voy a contar mis problemas de salud en orden, para que tengáis una visión global de la importancia de cada avance y cómo, en esta etapa actual, gracias a la tecnología y la inteligencia artificial, estoy logrando descubrir y mejorar mi situación.

La tormenta perfecta…

Como suele ocurrir, es la combinación de diversos factores lo que hace difícil percibir no solo un problema, sino su causa. Para hacerlo más comprensible desde vuestra perspectiva, voy a desgranar los temas uno a uno, para que veáis las implicaciones acumulativas.

Por resumirlo lo máximo posible, estos son mis problemas de salud:

  • Obesidad desde pequeño.
  • Hipotiroidismo (diagnosticado a los 35/36 años).
  • Mala absorción de vitamina B12 (debo inyectármela dos veces al mes).
  • Síndrome de piernas inquietas (puedo dormir gracias a unos parches; las pastillas no me hacían efecto).
  • Altas capacidades (diagnosticado a los 43 años).

Primeras etapas

En orden cronológico, cuando tenía unos treinta y pocos años, decidí centrarme por completo en el deporte. Toda mi vida he tenido sobrepeso y dije: «Hasta aquí hemos llegado». Incluso dejé el podcasting por una temporada y me enfoqué en mí, mi familia y mejorar mi condición física.

Comencé con el boxeo, pero, como era de esperar con sobrepeso, estaba más tiempo lesionado que entrenando. Lo cambié por correr y me ocurrió lo mismo. Finalmente, pasé a la bicicleta, haciendo muchos kilómetros, incluso levantándome los fines de semana a las cinco de la mañana para regresar a desayunar con mi familia.

En esa etapa empecé a ver resultados, aunque no grandes avances. Fue entonces cuando me centré también en la dieta. Leí muchos libros sobre nutrición, contraté varios entrenadores personales y llegué a la conclusión de que debía enfocarme más en entrenamientos de fuerza si quería perder grasa.

Entrenamiento de fuerza

Llegados a este punto, llevaba dos o tres años entrenando distintas disciplinas y, aunque no había bajado mucho de peso, tenía una condición física decente. Comía saludable, tenía buena resistencia, algo de fuerza y ya había trabajado con tres entrenadores personales. Decidí ahorrar dinero, motivado también porque sentía que algunos entrenadores sabían menos que yo.

Investigué gimnasios en mi zona (no había tantos como ahora, que casi hay más que bares) y me apunté a uno con una buena sección de fuerza, con racks para sentadillas libres. Mi entrenamiento se centró en una rutina de cuerpo completo para empezar, y luego fui añadiendo ejercicios complementarios para cada grupo muscular.

Estuve entrenando un par de años, pasando de un porcentaje de grasa corporal del 34 % al 20 %. Pero tuve que dejarlo…

Hipotiroidismo

Si lo había logrado, estaba entrenando, tenía fuerza, músculo y estaba en el camino, ¿por qué lo dejé? Aunque entrenaba unas 10 horas a la semana y movía mucho peso (sentadillas con 130 kg, sentadilla elevada con 50 kg, peso muerto con 160 kg), no lograba seguir perdiendo peso. Me hice análisis y me diagnosticaron hipotiroidismo.

En términos simples, esta enfermedad dificulta perder peso, pero tiene otros efectos, como un cansancio constante. Todo lo que logré fue por pura fuerza de voluntad, porque siempre estoy agotado. El hipotiroidismo se trata con medicación, pero, al contrario de lo que mucha gente cree, no se cura, solo se controla. Los efectos secundarios, como el cansancio, no desaparecen con la medicación.

Por esa época también apareció el síndrome de piernas inquietas, que me impedía dormir por las noches debido a unos nervios terribles en las piernas. Por ejemplo, me he levantado a la una o las dos de la madrugada a pasear por la calle para no molestar a mi familia mientras dormía.

Gracias a los análisis, también descubrí que mi cuerpo no absorbe la vitamina B12. Hay casos leves en los que se puede tomar oralmente, pero en el mío debo inyectármela dos veces al mes para que mi organismo la procese directamente.

Supongo que os preguntaréis: «Vale, pero ¿por qué dejaste de entrenar?». Tenéis razón, disculpad que me disperso. La medicación para el hipotiroidismo, y la enfermedad en sí, tienen efectos secundarios, como mareos. Desde que empecé a medicarme hasta que mi cuerpo se adaptó y se reguló la dosis pasaron unos dos años. Con mareos, no es buena idea ponerse más de cien kilos en la espalda para hacer sentadillas ni realizar grandes esfuerzos. Así que, con gran dolor, dejé de entrenar… y han pasado siete años hasta que he vuelto.

Implicaciones en mi día a día

Para daros una imagen rápida: el hipotiroidismo me causa fatiga crónica, y el síndrome de piernas inquietas, aunque uso parches, no se cura. Por lo general, duermo entre cuatro y cinco horas, despertándome de cuatro a seis veces por noche. Además, debido a la mala absorción de B12, mi recuperación es más lenta, mi síntesis de proteínas es menos eficiente y, sumado a todo lo demás, os podéis imaginar mi estado físico.

Tecnología, ayúdame

Con este panorama, empecé a pensar que la tecnología podía ayudarme. Me compré un Apple Watch Series 3 para monitorizar mi sueño y mi recuperación. Por cierto, sigo usando ese Apple Watch a diario y espero que me dure mucho tiempo… para los que hablan de obsolescencia programada.

Las primeras aplicaciones que instalé fueron AutoSleep, para monitorizar mi sueño, y HeartWatch, una app completa con muchos datos, aunque, sinceramente, no entendía las implicaciones de cada métrica.

Regresando a entrenar

Llegamos a la actualidad, siete años después, con el diagnóstico de altas capacidades añadido a mi perfil, algo que inicialmente no consideraba un impedimento para entrenar.

Me apunté al gimnasio y, con todo lo aprendido, comencé a entrenar: ejercicios de fuerza de cuerpo completo para recuperar tono muscular y adaptarme poco a poco. Para mi sorpresa, no había perdido fuerza en estos años. En solo dos meses, superé mis propios récords, moviendo 80 kg en press de banca y alcanzando mi récord anterior en sentadilla.

Y, para sorpresa de nadie, me lesioné…

En menos de tres meses, tuve que dejar de entrenar. Sufrí una lesión increíble en la pierna izquierda que me impedía caminar. Incluso doblar la rodilla me dolía horrores; creí que me había roto el menisco. Tras un mes intentando recuperarme con masajes en casa y reposo, fui al fisioterapeuta. El diagnóstico: «Eres gilipollas».

No recuerdo todo lo que me dijo, pero tenía más de diez músculos con contracturas severas y roturas. Tras meses de sesiones, punción seca, reposo… cuatro meses después, puedo volver a caminar con normalidad y entrenar de forma suave y progresiva. Todavía tengo algo de dolor, no creáis que estoy al 100 %, y aún necesito una o dos sesiones más de fisioterapia. Para que os hagáis una idea, estuve más de seis meses sin poder hacer vida normal.

¿Y qué tiene que ver la neurodivergencia en esto?

Excelente pregunta. Si habéis leído mis otras entradas, recordaréis que en la neurodivergencia hay una especie de desconexión entre el cuerpo y el cerebro. No es analgesia (no es que no sintamos dolor), es algo distinto y difícil de explicar. Resumiendo mucho: no sé medir ni cuantificar el esfuerzo que me supone hacer algo. Si intento levantar cien kilos, solo hay dos opciones: puedo hacerlo o no.

Tampoco sé si podré hacer una repetición más. Lo intento, y cuando no puedo, digo: «Vale, puedo hacer seis». Siempre entreno al límite, lo que explica las cientos de lesiones que he tenido a lo largo de mi vida practicando deporte. Y, aunque parezca increíble, lo descubrí a los 46 años.

Saberlo no basta. No es tan simple como decir: «Bueno, ahora que lo sabes, ten cuidado y listo». ¿Cómo se hace eso? La otra opción es pecar por defecto, entrenar menos, y aunque para mucha gente eso sería suficiente porque implica mantenerse activo, no es lo que yo busco. Yo quiero entrenar, con todas las letras.

La IA al rescate

Llegamos a los últimos avances en inteligencia artificial. Buscando aplicaciones para entender los datos de salud de mi iPhone y Apple Watch, encontré Welltory, una app con mucha fama en este ámbito. No os voy a mentir: no entendía nada de los datos que mostraba, qué significaba que algo estuviera bajo un día, alto al siguiente, o bajo después. Pero… encontré una opción vinculada a ChatGPT que permite hacer todas las preguntas que quieras. ¡Toma ya!

Instalé ChatGPT, le di acceso a los datos de la app y empecé a preguntar. Le conté todo sobre mí: mi edad, problemas de salud, diagnósticos, dificultades para dormir… todo. Fue maravilloso.

Me recomendó tomar por las noches magnesio con taurina. Pensaba que el magnesio era para que los escaladores no resbalaran y que la taurina era peor que la cafeína, pero me equivocaba. Estos son sus beneficios:

  • Magnesio: relaja el sistema nervioso central, los músculos involuntarios y reduce el cortisol nocturno.
  • Taurina: potencia la acción del GABA y reduce la adrenalina nocturna.

Lo compré, y debo decir que sabe fatal. La primera noche lo tomé con agua y casi vomito. La segunda, con leche, y mejoró un poco. Aunque siga sabiendo mal, lo tomaría igual: tardo menos de 15 minutos en dormirme, me despierto solo una o dos veces por noche (en lugar de cuatro o seis) y, de media, duermo una hora más.

No lo digo a ojo. Como mencioné, llevo años usando el Apple Watch para monitorizar mi sueño, y los datos son claros. Esto no solo me afecta a mí: mi hija, que también tiene problemas para dormir (altas capacidades/Asperger, como yo), probó los suplementos y le ayudaron a descansar mejor de forma instantánea.

ChatGPT también me recomendó tomar creatina por las mañanas. Había oído hablar de la creatina en el gimnasio, pero no entendía cómo podía ayudarme. Tiene lógica:

  • Por el hipotiroidismo, mis células funcionan más lento; la creatina proporciona una reserva extra de energía.
  • Por la mala absorción de B12, mi sistema nervioso funciona peor; la creatina mejora la función mitocondrial.

Lo noto en que tengo menos sueño durante el día, llego mejor a la noche y no me arrastro por los rincones. Y, de nuevo, no son impresiones: gracias al Apple Watch y las apps, puedo verificar los datos de mi frecuencia cardíaca, variabilidad, recuperación tras el entrenamiento y cómo duermo con menos pulsaciones, lo que me ayuda a descansar mejor.

Ahora entiendo las implicaciones de cada métrica y veo cómo, semana tras semana, duermo un poco mejor, tengo más energía y progreso de forma sostenible, sin lesiones por sobrecarga.

¿Y ahora, cómo entreno?

Aunque no lo creáis, entreno cuando me lo indica la app. Así de simple. Actualmente, baso mi entrenamiento en dos aspectos clave:

  • Entrenamiento de fuerza suave (30-40 minutos).
  • Ejercicio aeróbico: remo en casa con una máquina de resistencia de agua.

Los lunes entreno fuerza en el gimnasio. Al día siguiente, la app suele indicar que he sobreentrenado y debo descansar. Cuando me dice que estoy recuperado, hago 20 minutos de remo en zona aeróbica. La próxima vez que estoy recuperado, vuelvo al gimnasio, y así sucesivamente.

Antes, entrenaba tres días de fuerza y tres de remo… siempre lesionado, cansado y con dolores, hasta que sufrí una lesión grave. Ahora, confiando en la app, estoy avanzando. Me siento mejor, más descansado y veo una progresión lógica. Esta semana, por primera vez, logré entrenar tres días. Al principio, solo podía entrenar un día porque necesitaba una semana para recuperarme.

Por cierto, hace diez días que empecé a tomar los suplementos recomendados por ChatGPT, y me siento genial.

¿Y la privacidad de mis datos?

Entiendo que muchos se preocupen por este tema, pero ahora lo veo desde otra perspectiva. Saber todo esto, poner en contexto mi estado, entender el papel de cada problema, analizar las métricas de mi frecuencia cardíaca… ha cambiado mi vida. Si compartir mis datos puede ayudar a que se asesore mejor a otras personas con problemas similares, me parece maravilloso. Del mismo modo que estoy aquí contándoos mi experiencia, espero que llegue a alguien que pueda beneficiarse.

Última coletilla

Para terminar, os comento que este espacio en Escritura Social lo reservaré para mis divagaciones mentales, filosofía de vida, deporte y lo que surja. Me he creado una cuenta en Substack donde hablaré de mi faceta como escritor, mi proceso creativo y análisis de novelas que lea. Todo lo relacionado con escritura y literatura.

Si queréis seguirme por allí, aquí tenéis el enlace:

[https://substack.com/@danielcuentacuentos]

 
Leer más...

from Cartas de Berni

El refrán que habla del río que suena cuando lleva agua es bastante sabio. Por lo menos, en lo que se refiere al periodismo y el impacto que internet tiene en su consumo y beneficios. También es más compasivo que otras metáforas y comparaciones. Hannibal Lecter diría que los corderos vuelven a chillar.

Jotdown es una revista en la que la calidad de las piezas tiende a ser directamente proporcional al tiempo que tardan en escribirse. Por eso me sorprendió bastante leer un par de artículos en rapida sucesión dedicados al nuevo capítulo de la crisis del periodismo.

La historia sería como sigue: se avecina (o ya está aquí) una tormenta perfecta para el periodismo provocada por varios factores:

  1. El deterioro de los grandes buscadores.
  2. El afianzamiento de Google Discover como un diario personalizado, ajustado a cada lector.
  3. La IA Generativa y su labor como aspiradora e interfaz para todo.

La revista añade cifras que son, tal vez, lo que más miedo da, porque su tendencia es desoladora para cualquier medio que dependa del descubrimiento de los lectores para sobrevivir. El diagnóstico, pues, suena más que acertado.

Hace muchos años alguien mató al periódico para el que trabajaba. Como en una de esas películas sobre asesinatos, casi todo el mundo culpó al sospechoso habitual: la crisis, la disminución de la publicidad. Una explicación demasiado perezosa. Todavía me duele, así que me limitaré a decir que, como en los cuentos clásicos, un lobo nos devoró.

Antes de que las fauces se cerraran, hubo intentos de salvación: emporios mediáticos, políticos de la región. Ángeles con alas de papel. Escuchamos muchas cosas absurdas, pero tal vez la mayor de todas fue la de un horror cósmico enfundado en traje que nos dijo que “no esperaban que la crisis fuese a pegar tan fuerte”. Me hierve la sangre al acordarme.

En su excelente publicación La Conquista del Feed Alberto Aguiar se muestra un poquito escéptico con el plan de Jotdown de aliarse con Menéame para hacer y fortalecer comunidad. Francamente, toda idea que permita acercarse a lectores siempre será mejor que hincar la rodilla ante las compañías de IA. O peor, usar sus herramientas para algo como el fact checking, idea que vi en uno de los textos publicados y que casi me lleva al infarto.

Como me hago viejo y eso siempre te da la oportunidad de amenazar a las nubes, los consejos que una persona tan desengañada del periodismo como yo puede dar son simples, predecibles, aburridos y, lo peor de todo, tal vez no basten. Pero prefiero terminar el texto con ideas en vez de cinismo. Bueno, tal vez haga una mezcla de ambos.

  1. Cuida las suscripciones. Son la fuente de dinero más estable que jamás llegarás a tener. Crece en base a ellas, no en base a grandes cantidades de dinero que cambian o desaparecen en función del ciclo electoral. Si haces que la economía de tu medio dependa de la publicidad institucional o de partidos, acabarás siendo su esclavo, quieras o no.
  2. Cuida tus feeds RSS. Pueden ser gratuitos o de pago, pero cuídalos. El RSS es una de las pocas tecnologías que hasta un programa ejecutándose desde una tostadora puede leer. Es versátil, sólida y permite crear canales exclusivos para suscriptores con clave de acceso. Si los haces de pago, ponlos a texto completo.
  3. La publicidad masiva tipo AdSense en Internet es una estafa a gran escala. Todo el mundo lo sabe y seguro que tú también. El dinero que obtienes por clics de esos sistemas procede, probablemente, de algún almacén remoto con decenas de móviles y un señor al que le pagan por hacer clic en anuncios. Todas las personas que conozco utilizan distintos tipos de bloqueo de publicidad en sus navegadores. Si tienes que poner anuncios, utiliza publicidad propia, no intrusiva y alojada en tu propio servicio.
  4. Usa el Fediverso. Me parece increíble la cantidad de medios que todavía no han caído en esto, de verdad. En general, céntrate en cualquier red social descentralizada donde no dependas de un algoritmo para llegar a tus lectores. Con todas sus imperfecciones, he tenido más interacciones en dos años de Mastodon que en cinco de Twitter o Facebook.
  5. Huye del clickbait como de la peste. Esta es una de esas cosas que, aunque funcione a veces, todo el mundo odia. Lo odiamos incluso aunque acabemos haciendo clic. Procura no dar demasiadas excusas a tus lectores para odiarte. Es algo que siempre sale a pagar.
  6. Haz que pagar por leer un artículo sea extremadamente fácil. Esto es fundamental. En varias ocasiones, lo que me echó para atrás aa hora de pagar por una pieza no fue el precio de la misma, sino lo complicado del proceso para hacerlo. Rascal, un magazine digital especializado en juegos de rol, hace esto muy bien.

Me gustaría no ser escéptico en cuanto a la supervivencia del periodismo. Pero hasta que la profesión no solucione la gravisima situación de bancarrota moral en la que se encuentra, no veo supervivencia para el oficio más allá de pequeños medios con mucho compromiso y unos cimientos ideológicos lo suficientemente firmes. Aun así, les deseo mucha suerte.

 
Read more...

from torresburriel

Hoy me han preguntado acerca de cómo integrar inteligencia artificial #AI en procesos de experiencia de usuario #UX.

Mi respuesta: en todo lo que se pueda. Probar, disfrutar, equivocarse e intentarlo una y otra vez con todas las herramientas que tenemos hoy disponibles en el mercado.

Disfrutar de un momento de cambio espectacular desde la línea del frente, en primera persona. No juzgar, no sacar conclusiones precipitadas, disfrutar del camino.

Los resultados vendrán o no, pero el proceso de trabajo seguirá siendo el mismo. Al menos de momento.

Quizá en el futuro lo haremos de otra forma, pero de momento aún no lo sabemos.

También aplican unas cuantas frases de perogrullo: todo lo que termina tiene un final, nada es para siempre, lo único permanente es la impermanencia.

 
Read more...

from Aita escribe a ratos

Historia de personaje para el juego de rol Cazador: la venganza. #historiadepersonaje #cazadorlavenganza #garretgrey

La filosofía que siempre ha regido mi vida ha sido la de los procedimientos de laboratorio con sus pasos a seguir. Un sistema estructurado, organizado y testeado para obtener los resultados de forma eficiente. La lógica dicta que si haces A y después B, llegas a C.

No puedo decir que mi vida haya sido mala, estudié química, trabajé algunos años en laboratorios farmacéuticos y lo dejé para mudarme con mi mujer a un pueblo sencillo y tranquilo donde mi curriculum y un carta de recomendación me consiguieron un puesto como docente. Siempre he pagado mis impuestos, he respetado la vida de los demás y he procurado ser justo con mis alumnos, ni favoritismos ni zancadillas.

Hasta que el maldito mundo empezó a caérseme encima a pedazos.

Gabriel, mi hijo de 8 años, desarrolló una enfermedad que sólo se dá en un sujeto de cada 4 millones, nuestros ahorros se fueron en intentar darle una vida lo más normal posible.

Un día Barbara, mi mujer, me dijo que estaba teniendo nauseas matutinas desde un par de semanas atrás. Ella, que siempre había sido un ejemplo de buena salud, que nunca se había mareado en el coche ni en la feria. Un test después descubrimos que ibamos a volver a ser padres y, que Dios me perdone, en mi cabeza se instaló una pregunta en letras gigantescas: ¿cómo ibamos a salir adelante?

Bueno, las cosas no pintaban bien al haber tenido que rehipotecar la casa para pagar los tratamientos de Gabriel pero si conseguía algún trabajo extra para complementar mi sueldo de profesor podríamos ver luz en el túnel.

Qué ingenuo.

Todavía quedaba otro pedazo más que tenía que caérseme encima... y caérseme con una C bien gorda.

No era suficiente estar ahogado económicamente con una familia dependiendo de mi, que ahora también tenía algo dentro que quería destruirme. Al menos parecía que de momento no era excesivamente grande pero estaba en una zona del cerebro que podría propiciar que su expansión. El tratamiento inicial de pastillas tenía una posibilidad de detener el crecimiento, no me iba a curar pero me iba a hacer ganar algo de tiempo. Tenía que aprovecharlo. Tenía que dejar a mi familia protegida. Tenía que asegurarme que iban a estar cubiertos cuando yo faltase.

Lo curioso de ser un profesor justo era que a veces consiguía algo de respeto de parte los que otros consideraban “los peores alumnos”. Se debía a que era el primero que les trata igual que al resto y no pasaba de ellos porque “no valían y no merecían perder el tiempo en enseñarles”.

Jimmy Buganovski, “Buggi” para sus amigos, se sorprendió cuando le abordé en el aparcamiento detrás del instituto porque necesitaba hablar con él. Puso cara de preocupación al decirle que sabía que pasaba droga, puede que se temiese que lo denunciara a las autoridades. Finalmente se estuvo riendo varios minutos al explicarle, en voz baja aunque no había nadie en más de 100 metros a la redonda, que quería que moviese algo que había hecho yo.

Cuando se le pasó la risa y vió el material, después de que se me cayese al suelo por los nervios y la enorme cantidad de sudor que estaba segregando, al principio se negó. Me dijo que me respetaba y que no debería meterme en esos temas, que yo era un buen hombre, integro y que no debía mancharme con esas cosas.

Le expliqué un poco mi situación y el bueno de Buggi dijo que haría lo que pudiese por ayudarme. Dos días después vino a buscarme en cuanto pisé el aparcamiento. La droga que yo había cocinado era “la ostia”, según sus palabras explícitas, y quería más. Toda la que pudiese prepararle.

Durante algunas semanas Buggi movió lo que yo preparaba, pequeñas cantidades, no podía hacer demasiado ya que estaba limitado al equipamiento de reserva del instituto y a los materiales que podía costearme con el poco dinero del que podía disponer. El dinero iba llegando y cuando parecía que podría realmente llegar a algo Buggi desapareció.

Pasé dos semanas sin saber nada de él, llamé a su casa en varias ocasiones pero sólo me decían que estaba indispuesto y que no podía hablar con él. Hasta que un día apareció junto a mi coche cuando me iba a casa. Estaba demacrado, tenía ojeras oscuras y profundas y cicatrices recientes en la cara que aún estaban en proceso de cerrarse.

— ¿Señor G, tiene material para volver a ponernos en marcha? — Fueron sus primeras palabras.

Buggi me contó que le habían pillado unos pandilleros vendiendo en su zona y casi lo matan a golpes. Le habían robado la última remesa y tras probarla le habían dicho que querían a su proveedor. Pero Buggi no me delató. Cuando se convencieron de que no iban a conseguir nada matándolo le ofrecieron un trato: ellos prepararían un laboratorio, yo cocinaría la droga y me pagarían por el trabajo. Buggi podría seguir con sus trapicheos pero sólo en las zonas que ellos le permitiesen.

Al principio todo iba bien, en unas semanas hice bastante dinero para ir cubriendo los tratamientos de Gabriel y las facturas médicas de Barbara. Una noche estaba trabajando en el laboratorio clandestino cuando se me acercaron un par de los miembros de la banda. Me dijeron que los enviaba “el jefe” y que quería conocerme.

Los acompañé hasta una habitación que bien podía pasar por un salón bastante acogedor con un sofá un poco pasado de moda flanqueado por dos butacones de grandes orejas. En uno de los butacones había una bolsa de deporte llena de fajos de billetes atados con gomas elásticas, la recaudación de la semana según había oído hablar a los pandilleros.

En el otro butacón estaba más tirada que sentada una chica de rasgos latinos. Apenas tendría 19 ó 20 años y en su brazo extendido, así como en el interior de su muslo, enseguida reconocí los pinchazos de una adicción muy fea que le iba arruinar la vida si no lo había hecho ya. Una adicción a algo parecido a aquello que mis manos estaban elaborando apenas unos minutos antes.

Aparté la mirada de la chica con una punzada de remordimiento. Noté como la sangre me subía por la cara, se me hinchaban los lagrimales y se me humedecían los ojos. Mi cerebro disparó las alarmas, si me iba a plantar cara a cara con un jefe pandillero no podía hacerlo en ese estado o se me iba a comer vivo.

Fingí una tos repentina, me doblé sobre mi mismo y me giré hacia atrás dándole la espalda al sujeto sentado en el sofá. Como un minuto después me reincorporé, me limpie la boca con un pañuelo y respiré hondo. Mientras me volvía hacía el individuo al que tenía que conocer mis ojos pasaron sobre la chica de nuevo y pude ver un tatuaje que le recorría el muslo. El tatuaje era un nombre de mujer tipicamente hispano, algo como Mercedes o Maria Dolores, no lo recuerdo bien. Estaba escrito en esas letras muy elaboradas con rúbrica y plagadas de líneas curvas.

Pero juraría por lo más sagrado que la tinta de las letras empezó a moverse bajo la piel morena y recompuso un mensaje:

“ES UN MONSTRUO. MÍRALE”

Entonces puse mis ojos sobre el jefe de la banda, debajo del pañuelo que llevaba en la cabeza la carne de su cara estaba consumida y putrefacta. Bajo sus mejillas podía ver perfectamente los músculos maxilofaciales y sus caninos parecían hiperdesarrollados además de estar manchados con restos recientes de sangre. Mi cerebro ató cabos instantánemente y comprendí que los pinchazos en el brazo de la chica sí eran de jeringuilla pero los del muslo estaban perfectamente alineados por pares...

“¡Mierda! ¡Mierda ¡Mierda! ¡Mierda! ¿Dónde me he metido? Esto no puede ser real. ¿Qué demonios estoy viendo?”

Mi cuerpo estaba bloqueado, sentía las sienes palpitarme como furiosos tambores de guerra, cada poro de mi piel empezó a exudar un sudor frío como nitrógeno líquido.

Esa criatura sentada en el sofá parecía relajada, segura de sí misma, confiada. Al fin y al cabo estaba en su guarida, en su terreno, donde tenía ventaja. Hizo un movimiento brusco, un latigazo de su cuello adelantando la nariz y olfateando el aire.

Por el rabillo del ojo busqué la posición de mis dos escoltas, no dieron señal alguna de estar viendo lo mismo que yo. También me percaté de que no tenían armas en las manos aunque no las tendrían muy lejos. Uno de ellos estaba liando un cigarro y el otro miraba las piernas de la chica tirada en la butaca, sus pantalones eran tan cortos que bien podría haber estado en ropa interior.

— Profesor Grey, al fin le conozco, yo soy Alejandro Torres. Me dicen mis chicos que su material es de calidad y nos está haciendo ganar bastante dinero. Quería darle las gracias personalmente. — No ocultaba su acento latino, hablaba con una voz suave, un poco silbante y algo melosa, el tipo de voz que se utiliza para calmar a un niño o engatusarlo para que se tome el jarabe aunque sepa a rayos. — Le noto nervioso, profesor. ¿Se encuentra bien? ¿Está indispuesto, quizá?

— Bue… bueno... esta reunión ha… ha surgido tan de repente… he pensado que igual había… algún problema... — acerté a tartamudear.

El olor a muerte llenaba el aire, podía sentir la bilis burbujeando en mi estómago y las contracciones del esófago previas a las náuseas empezando a formarse en mi interior. “Concéntrate, no hagas que te maten.”

— Profesor Grey, no hay ningún problema, estamos encantados de contar con su colaboración.

La chica soltó un gemido y su cabeza cayó hacia delante, un hilo de baba blanquecina resbaló por sus labios y se descolgó hasta su ombligo para deslizarse por el piercing de bola de colores psicodélicos que llevaba.

Entonces volvió a suceder.

La chica tenía otro tatuaje asomando por encima de su corto top, le subía desde el pecho hasta el hombro, aunque no podía verlo entero eran una líneas de texto. Igual que antes la tinta empezó a moverse bajo su piel formando nuevas palabras.

“MÍRALE. CONOCE SU SECRETO”

Y lo supe.

El muy cabrón se alimentaba de chicas jóvenes como esa pero antes las drogaba. Necesitaba que la droga estuviese en el torrente sanguíneo de su víctima para poder sentir él los efectos al absorberla, era la única forma en que conseguía sustentarse. La única forma de consumir la droga experimentando sus efectos. Si no lo hacía así experimentaba el síndrome de abstinencia y en alguien como él eso era algo muy peligroso.

No tuve los arrestos para hacer algo ahí mismo, nunca he sido lo que se dice un hombre de acción pero un resorte había saltado en mi cerebro y tenía la convicción de que iba a hacer algo al respecto. Aunque no entendía cómo había sabido cual era la debilidad de ese engendro, el conocimiento había venido a mí repentinamente. Había aparecido en mi pensamiento como una idea que se te ocurre de pronto. El origen de ese saber era tan extraño como los mensajes en los tatuajes de la chica. Y al mismo tiempo ambas cosas me parecían normales.

Seguí con mi trabajo pero empecé a hacer algunas pruebas durante las siguientes semanas, pequeños cambios en la fórmula que hacían que el efecto durase menos, fuese más suave o más sedante. A través de los comentarios de los matones que solían estar con Alejandro seguía los resultados de cómo afectaban esos cambios de composición a la dieta del monstruo.

Hasta que un día llegó mi oportunidad, los matones de Alejandro no tenían tabaco y les ofrecí unos cigarros que previamente había impregnado con un sedante que reaccionaría a la combustión. No me costó descubrir quién sería la chica de la que se alimentaría Alejandro y bajo una conversación casual aproveché para proveerla de unos chicles inoculados con un compuesto que retrasaría los efectos de la droga. Al menos podría darle una oportunidad de salir corriendo y escapar. No creía que fuese a poder hacer mucho más por ella y para aquel entonces aceptaba cualquier descargo de conciencia que pudiese tener.

Cada vez que Alejandro se disponía a alimentarse mandaba a sus matones a fumar para tener algo de intimidad. Cuando ellos salieron y encendieron los cigarros aderezados esperé unos minutos para que el narcótico pudiese hacer su efecto. Después me escabullí del laboratorio hacia la habitación de ese engendro.

No tardé en escuchar sus convulsiones y gemidos de dolor, me asomé con cuidado a la puerta y lo ví en el suelo retorciéndose en agonía. La bolsa del dinero en un butacón y la chica tirada contra el rincón del fondo de la habitación, desmadejada, con el cuello partido en un ángulo antinatural, apoyado en la pared y las piernas dobladas en una pose de dibujo animado.

No podía hacer nada por ella así que reprimí una nausea y seguí con el resto del plan. Fuí hasta el butacón, cerré la bolsa de deporte y me la cargué al hombro. En ese momento una imagen de Alejandro incorporándose y sacando una pistola para apuntarme apareció en mi cabeza, como si estuviese viendo el negativo de una fotografía que ocupase toda mi visión.

Me giré para encontrarme esa misma imagen delante de mí, apenas a un metro el cañón de la pistola de ese monstruo apuntaba a mi cuerpo desde una altura de unos 30 centímetros desde el suelo. No hacía falta ser profesor ni saber mucho de trigonometría o anatomía para tener claro que una bala entrando en ese ángulo podía causar un estropicio horroroso a mis órganos internos.

— ¡AÚN NO! — acerté a gritar, no podía morir todavía, ahora que estaba tan cerca, con este dinero mi familia podría tener una vida digna incluso sin mí.

Mientras gritaba y ya me daba por muerto mis ojos se negaron a cerrarse. Ví la detonación en el cañón del arma y también cómo la bala se desviaba describiendo un ángulo de casi 90 grados. No daba crédito a lo que acababa de suceder.

La adrenalina burbujeaba en mi y me hizo alzar la pierna para encajarle una patada en la mano a ese bastardo. Acto seguido le ví retorcerse de nuevo sobre sí mismo en clara agonía.

Torpemente dejé caer al suelo la bolsa de deporte y me lancé sobre la pistola que había ido detrás del sofá, la recogí y me giré hacia Alejandro.

No estaba ahí.

Era imposible, se estaba retorciendo de dolor, ¿donde se había ido tan rápido?

De nuevo una imagen se superpuso a mi visión, como algo que ya hubiese vivido, ese maldito monstruo caía encima de mi desde el techo. Levante la mirada y ahí estaba, con los dedos clavados en el techo y a punto de dejarse caer sobre mi. Tuve el tiempo justo de levantar la pistola y descerrajarle un tiro directo a la cara. Su cuerpo giró sobre sí mismo y pude oir el inconfundible crujido de huesos de su espalda al estamparse contra el suelo con un agujero sangrante donde antes tenía la cara.

Me aparte un paso y miré a los lados. Me acerqué de nuevo. Le disparé otra vez. A través de la sien. Desparramando sus sesos por el suelo.

En las películas de zombis que Gabriel siempre quería ver lo recomendaban.

Disparé una tercera vez. Por asegurarme.

Me metí la pistola al bolsillo, cogí la bolsa de deporte y bajé al laboratorio trastabillando por las escaleras. Había dejado todo preparado antes de subir. Salí por la puerta, arrastre dentro a los dos matones dormidos y me hice con las cerillas de uno de ellos. Volví a mi mesa, encendí el mechero bunsen y antes de salir volví a abrir la llave del gas. Era innecesario, como mucho una excusa secundaria, lo realmente explosivo y que reaccionaría primero eran los compuestos químicos sobre el mechero de laboratorio pero lo hice de todas formas.

Al día siguiente los periódicos se hacían eco de la explosión en un laboratorio de droga mientras yo empecé a planear cómo iba a gestionar el dinero que tenía en la bolsa de deporte.

 
Leer más...

from Aita escribe a ratos

Michelle tiene capacidades de ectomante aunque de momento sólo ha conseguido tratar con espíritus. #historiadepersonaje #thedresdenfiles

Despertar semidesnuda sobre una mesa de billar con varias personas alrededor en similar o mayor grado de desnudez asusta bastante. Añadirle un lacerante dolor de cabeza y una laguna total desde unas 16 horas antes, lo hace peor. Encontrar el lavabo, despejarte y descubrir que conoces la fraternidad donde estás y sabes volver a casa ayuda un poco.

Ya me ha sucedido antes y sé que es uno de los precios que tengo que pagar por su ayuda. Empiezo a maldecirme a mi misma por haber caido otra vez pero una punzada en el cerebro me hace dejar el autoflagelo para más tarde, al menos hasta después del segundo café.

La primera vez que me ví en una situación así fue en el primer examen de la universidad. Acababa de cumplir los 18, me había emocionado de más celebrando y tenía la certeza de que no había estudiado lo suficiente. Tuve un ataque de ansiedad delante de la hoja del examen y sin darme cuenta empecé a rezar todo lo que recordaba haber escuchado a mi abuelita cuando era pequeña. Pedí ayuda a Papa Legba, a los loa y a quien pudiera estar escuchando.

Ahí tuve mi primera laguna.

Desperté poco después de amanecer, en las cocinas de la cafetería de la universidad, rodeada de restos de comida y cubierta de migas, trozos y manchas de distintas salsas. Una semana después publicarían los resultados del examen y tendría un aprobado con nota.

Al volver a mi habitación desde la cafetería apenas tuve tiempo de cerrar la puerta y ya estaba sonando mi teléfono. Era mi abuelita, Mambo Sallie, llamándome desde una cabina en la estación de autobuses. Se me había olvidado completamente que venía a verme ese mismo día, así que me duché a toda prisa y fuí a buscarla.

Cuando estabamos sentadas tranquilas tomando una infusión le conté lo que había sucedido y su primera reacción fue encogerse y empezar a gimotear y lloriquear soltando una retahíla en su haitíano materno. La segunda reacción fue atizarme con el bolso en la cara.

Unos momentos después respiró hondo, se calmó y me dijo que ya había presentido que yo había hecho algo que me iba a poner en peligro. Me explicó que yo había rezado a Papa Legba pero que él no siempre respondía y menos a una creyente tan poco asídua como yo. Seguido me dijo que seguramente había conseguido llamar la atención de algún loa del intelecto que no dejó pasar la oportunidad de venir en mi ayuda para antes o después reclamar su pago.

No le conté que ese pagó ya lo había hecho y por eso estaba reprimiendo las nauseas ante cualquier olor a comida.

Mambo Sallie me había hablado cuando era niña de los espíritus vudú pero al crecer yo había pasado a pensar que eran sólo cuentos de viejas. Cómo no iba a saber yo, una universitaria, más que ella que se había criado con esa mitología para enseñar lecciones a los niños en forma de cuentos.

Por eso en mi momento de desesperación nunca hubiese esperado que un loa fuese a venir a mi, asistirme y después cobrarme un precio que no fuí consciente ni de negociar. Había accedido a prestarle mi cuerpo físico hasta el siguiente amanecer. Sin condiciones.

El que vino en mi ayuda tenía fascinación por la sensación humana del gusto, algo que no podía experimentar por sí mismo. De ahí el atracón de comida que me tuvo con dolor de estómago casi una semana.

Finalmente, Sallie me llevó a hacerme el tatuaje de un veve, un símbolo religioso, que permitiría atar a mi lo que llamó una sombra de Kalfu, un espíritu menor que me protegería y me ayudaría a manejar al resto de loa que iban a empezar a rondarme.

 
Leer más...

from Retales, por @editora

Hoy ha habido una megatormenta en Vitoria con lluvia intensa y ráfagas de viento de 120 km/h que ha tirado varios árboles.

¿Dónde estaba yo justo en ese momento?

Atravesando un parque con árboles que se doblaban como papel.

La verdad es que daba bastante impresión cómo se movían, pero tenía que atravesarlo corriendo (eran solo 2 minutos) para llegar a biblioteca desde la parada del bus y no perderme la charla de Isabel Bono.

Iba pensando, como me caiga un árbol será «muerte por poesía».

 
Leer más...

from DanielSanz

El bueno de Doclomieu ha tenido a bien añadir una actualización —por así decirlo— a una entrada que escribí hace unos meses titulada ¿Qué quieres ser de mayor? a la cual ya dedicó en su momento una primera reflexión en forma de artículo en su blog.

Al leer ayer su añadido, me inspiró a desglosar un poco en qué fase me encuentro yo y, de esta forma, continuamos retroalimentándonos en el fediverso, que es una costumbre preciosa, todo sea dicho de paso.

En primer lugar, debo decir que llevo varios años meditando mucho sobre estos temas, planteándome quién soy, quién quiero ser y, en esta última etapa, sobre todo, de quién me estoy rodeando o, mejor dicho, qué gente he dejado que me rodee. Porque no hay nada más cierto que los típicos refranes de madres: «Dime con quién andas y te diré quién eres».

Es algo en lo que no pensamos. Más o menos nos movemos a la ligera, tipo «este me cae mal, este me cae bien», aunque también hay otras barreras que trazamos con pensamientos internos del tipo «este es un borde con los demás, pero conmigo se porta bien»… Y, de esta forma, dejamos que transcurran nuestros días, meses y años, amoldando quiénes somos nosotros en base a con quien estamos en cada momento para encajar mejor en el entorno en el que nos encontramos, con miedo incluso a romper esas amistades porque, entonces, a lo mejor nos quedamos solos.

A lo mejor somos unos apasionados del arte, pero —como es habitual en nuestra sociedad actual— la gente que conocemos son aficionados (en el caso de los hombres, por lo menos) a los coches, el fútbol y las tetas gordas. ¿Queremos hablar de arte? «Esa rubia bien preta que va por ahí es arte en movimiento…». Y se acabó la conversación sobre arte. Esto, como es evidente, se trata de una generalización muy simplista, pero estoy seguro de que comprendéis que las tendencias son las que son y, como te salgas de ahí, tienes un serio problema para encontrar con quien conversar.

Lo que nos debemos preguntar es muy sencillo ¿Esas amistades nos aportan algo? ¿Nos ayudan a ser quienes queremos ser? No estoy diciendo que, si son amigos de verdad, los abandonemos. La cuestión es preguntarnos si lo son. En cuyo caso, se les acepta tal como son, igual que ellos nos aceptan pese a que prefiramos mirar cuadros a beber cerveza en una terraza.

Lo dificil es ser capaces de darnos cuenta de en qué situación nos encontramos, si somos felices con nosotros mismos, con lo que hacemos y con nuestro círculo de amistades.

Es muy fácil, pese a ser adultos, salir de nuestro círculo, buscar en nuestra ciudad exposiciones, grupos de debate —quizá a través de Facebook, si es necesario— para intentar conocer a otras personas con aficiones similares a las nuestras.

Por supuesto, esto tampoco garantiza nada. Existe la posibilidad de que sean unos pedantes, desconfiados, que nos juzguen por no conocernos… Quizá sea peor el remedio que la enfermedad y, como reza otro refrán: «Mejor estar solo que mal acompañado».

Aunque esa no es la cuestión. Aquí lo importante es: ¿intentamos mejorar?

Porque ocurre otra cosa muy curiosa, y es que consideramos amigos a gente que, en realidad, no lo es. Se limitan a estar a nuestro lado mientras la balanza de la relación sea favorable para ellos. Y, en cuanto pedimos algo… puf, lanzan una bomba de humo y solo aparecen cuando ya hemos solucionado el problema por nuestra cuenta.

Y no os equivoquéis: no estamos hablando de pedirles dinero, que nos ayuden con una mudanza o que nos donen un riñón, sino incluso con cosas triviales que nosotros, en nuestra ignorancia, jamás hemos puesto en duda que no harían. Porque, a fin de cuentas, son nuestros amigos.

Como también suele decirse «eso es muy fácil decirlo» u otro refrán que me encanta «a toro pasado todo es muy fácil» y ya que estoy con refranes, venga va, uno más «es muy fácil ver la paja en ojo ajeno».

Como ya he mencionado al inicio del artículo yo llevo años meditando sobre estos temas y consideraba que me encontraba en un punto muy bueno. Sin embargo, como siempre ocurre, tiene que pasarnos algo que nos eche sal en la herida para ver las cosas tal como son en realidad.

Como ya he comentado por Mastodon llevo meses desaparecido porque me he centrado en algo que, para mí, era muy importante. Desde pequeño he tendio la necesidad y el terror a la vez de escribir una novela. Son meses de un duro enfrentamiento con uno mismo, decirte que no eres capaz, quien te crees que eres para pensar que puedes escribir una novela, pensar que todo lo que has escrito es basura que no sirve para nada, ganas de llorar constantes, seguidas de alegría cuando crees que has encontrado lo que falla y lo has corregido. Lograr escribir el punto final es un momento de gloria, de descanso no solo mental sino incluso físico y eso se materializó la semana pasada cuando al fin publiqué mi primera novela en Amazon, Secretos Rotos, y —como es normal— lo primero que toca hacer es pedir un favor a tus amigos. Siendo consciente, por supuesto, de que no leen, confías en que te ayuden invirtiendo tres euros en comprar tu novela por el mero hecho de que son tus amigos y ya está. Son solo tres euros, ¿cómo no se van a gastar tres euros en ayudarte?

Pues no lo hacen.

He escrito a más de treinta personas en estas dos semanas. ¿Sabéis cuánta gente me ha ayudado? Tres personas. No está mal el porcentaje, ¿verdad?
Uno incluso me dijo que si podía comprarla, escribirme una reseña y devolver la compra. ¿En serio? Vamos a ver, hay que ser conscientes a quien le pedimos el favor, si somos adolescentes y no tienen un duro, pues es comprensible. O incluso si sabemos que no son personas que van muy boyantes de dinero que digamos… Pero no es el caso, como es lógico, todo son personas adultas con trabajos estables, que viven en España, se van a veranear… Es decir, soy plenamente consciente de que el dineero no es el problema para no hacerme el favor.

Decir que esta situación me decepcionó es quedarme corto. Que a lo mejor el raro soy yo —visto lo visto, todo puede ser— pero, en cualquier caso, lo que me toca es aceptarlo y buscar gente rara como yo. Desde luego no voy a ir detrás de ellos a mendigar que me compren la novela, por supuesto también podría hacerles un Bizum o darles el dineero en mano, pero es que eso agravaría la situación, por lo menos a mi modo de ver. Porque sería, encima, una ofensa hacia ellos.

Si fuese por la calle y me cruzase con cualquiera de estas treinta personas, lo más normal sería que terminásemos sentados en una terraza, tomando unas cervezas, un café o lo que proceda, y me invitarían sin ningún problema. ¿Por qué?

La diferencia es básica: porque a ellos les gusta sentarse en una terraza, tomar algo y charlar un rato conmigo. Incluso aunque la inversión económica por invitarme sea superior a esos tres euros, la percepción que ellos tienen de cómo ha sido invertido ese dinero es que han comprado algo con él, aunque sea charlar veinte minutos y beber dos cervezas.

Sin embargo, comprar una novela que he escrito yo, para ellos, es coger el dinero y tirarlo a la basura. Y es SU dinero. Da igual lo majo que yo sea, lo que les haya ayudado, los favores que les haya hecho… Todo eso es irrelevante. La cuestión es que no quieren desperdiciarlo comprando una novela que además, seguro, es una mierda.

A ellos no les importa el sufrimiento que me haya supuesto a mí escribir esa novela: las noches sin dormir pensando en cómo conectar las tramas, desarrollar los personajes, arreglar huecos y, por supuesto, el orgullo que me supone darla por concluida y publicarla.
Son sus tres euros, y no quieren tirarlos a la basura.

Y me parece bien, por supuesto que sí.

Pero, del mismo modo, yo no quiero estar rodeado de ese tipo de personas. Porque yo no dudaría un segundo en invertir dinero en algo que, para mis amigos, sea importante. Aunque por supuesto todo tiene un lado positivo, tan solo hay que saber encontrarlo y, en este caso yo lo he hecho. Por tan solo tres euros he sabido diferenciar a los que son amigos de los que no.

 
Leer más...

from Caparrazón

La floración del almendro es una de los fenómenos naturales más bellos que se pueden presenciar en Alicante. Bancales infinitos, secos, gobernados por las tonalidades marrones, de repente se tiñen de blanco y rosa, y nos recuerdan que el invierno siempre acaba, que la vida se abre paso y que los días vuelven a ganarle el pulso a las noches. Sin embargo, yo no he apreciado de este fenómeno hasta hace unos pocos años. Para mí, los almendros siempre han sido árboles ásperos; con sus pequeñas hojas y frutos verdes que a lo largo del verano se secaban para dar lugar a un ritual de infancia. Varear y partir almendras con piedras era una forma de compartir tiempo con mis abuelos. El escenario de este ritual era la casa que nuestra casa del Maigmó.

Allí, en parte baja de la sierra, cruzando la autovía por la carretera de la gasolinera, he pasado toda mi infancia. Porque la infancia de uno, si lo piensas, son los veranos, los eternos veranos en los que mi escuela eran una pelota, mi bicicleta, el club Megatrix y, precisamente, los almendros. Yo, que nunca he sido un gran imaginador, al menos que recuerde, incluso intente forzarme a ser amigo de uno de ellos. Como aquel personaje de Ed, Edd y Eddie que tenía una fuerte amistad con una tabla, durante un verano, a mis ocho o nueve años, subía diariamente a ver a mi amigo, el Almendro Miki (de Mickey Mouse, supongo), una suerte de acompañante que siempre me atendía cuando mi hermano pequeño ya no me proporcionaba divertimento. Ahora que lo pienso, no creo que fuera casualidad que eligiera un robusto y cercano almendro (el que estaba justo frente a la escalera que subía al 'Bancal de Arriba') como amigo imaginario, y no una tabla o una rama. El desarrollo de mi responsabilidad afectiva durante el primer tercio de mi vida fue bastante deficiente, patriarcal; por lo que yo, hombre, veía incoscientemente más factible hacerme cargo de la amistad con un almendro. Miki siempre había estado allí, insignificante testigo de mi vida. Ignorado durante años, esperando a que ese niño risueño y complaciente se acercase a él. Yo subía cada mañana a ver como estaba el almendro, le contaba qué había desayunado o qué le había pasado a Goku esa mañana. Miki dejaba que yo subiera a sus ramas y desde vigilábamos juntos lo que hacían y deshacían mis abuelos. Ese año Miki y yo fuimos los mejores amigos.

La relación con Miki, sin embargo, fue fugaz, y apenas ese verano. De hecho, ese fue uno de los últimos veranos que pasaría en la casa del Maigmó. Un verano después, ya tenía más interés en los videojuegos que en el bancal. Una suerte de nece(si)dad que mis padres obraron en su ardua tarea de conquistar el amor de su hijo con cosas que nos llenasen el alma durante el tiempo que ellos pasaban fuera trabajando. Tarde años en darme cuenta de que mi vacío interior no se puede llenar con cosas. Más bien son como un vinilo opaco que no deja ver lo que se nos mueve dentro. Pero esta no es la historia del niño que abandonó la tierra por culpa de los videojuegos. Es la historia de una familia que renunció a la poca identidad que tenía porque, paradójicamente, nunca se creyó parte de nada. Nosotros éramos el Maigmó, el sueño de un abuelo trabajador y distante, que compro un terreno y levantó una casa con el sudor de su frente; robándose el tiempo de calidad junto a su familia para levantar un austero tempo al que escapar, para respirar y compartir. Y los sueños acaban. De repente despertamos, porque mis padres decidieron comprar un chalet con piscina, mucho terreno y grandes posibilidades. Tan grandes que acabaron aplastando a la casa del Maigmó. Mis abuelos, desconcertados, decidieron que no era necesario una ermita si no había feligreses que la llenasen con su esperanza. Perdieron la fe en aquello que construyeron, se echaron a un lado, y sucumbieron al desarraigo proletario. Ese sentimiento nos hace pensar que no formamos parte de nada porque lo que tenemos es pequeño y de corto recorrido; mis abuelos, con menos de 55 años, decidieron amoldarse a los deseos y anhelos de mis padres y vender la casa del Maigmó al hijo de un vecino de la sierra.

Con esa venta, sin darme cuenta, se fue un trocito de mí. Un trocito que llama a la puerta de mis entrañas a menudo porque se siente solo, invalidado, silenciado e poco merecedor de bancal, de sierra, de aire limpio. Un niño escondido que sueña, con volver al Maigmó, y al que estoy escuchando con atención y dando la mano para, en cuanto tengamos la fuerza suficiente, volver a formar parte de otro templo austero que huela a tierra seca y romero; uno en el que hundirse hasta los tobillos al caminar por sus jardines; uno en el que sentir que los almendros son algo más que una excursión en febrero para hacer fotos con el móvil. No necesito que sea mío, ni que sea nuevo. Solo habitarlo para conectar de verdad con ese niño que fui para poder conectar de verdad con los niños que vienen.

 
Leer más...

from My Favorite Things

#La máquina del tiempo

Falta el aire, falta el amor, en Japón el amor es rápido y transcurre en cápsulas opacas.

No montan a caballo y se abrazan y se quedan dormidos.

La escritora nunca ha estado en Japón pero le encantan las algas wakame aunque ni siquiera sabe si son algas verdaderas ni tampoco lo que significa wakame.

Sigue tecleando en su máquina de escribir: así cree que su huella será mayor y que el tiempo se detendrá.

Teclea con tanta fuerza que traspasa el folio de papel, lo rompe con violencia,

vuelve a fijar los mensajes de amor a su hijo a su marido y a su padre y a su hermana y a su perra,

y sale a dar un paseo en busca de algún árbol.

 
Leer más...

from My Favorite Things

#Tel Aviv

Y una bomba de extraordinarias dimensiones alcanzó el centro de Tel Aviv.

esta vez el escudo antimisiles no pudo hacer nada

los servicios secretos jugaban al Backgammon

eran las doce de la mañana y

había gente haciendo barbacoas y bailando la canción de Eurovisión

cerca de los edificios Bauhaus

niños en el colegio saltando de alegría porque hoy empezaban sus vacaciones

había bebés naciendo.

había cordones umbilicales recién cortados con hermosos llantos de alegría

Había parejas haciendo el amor.

Había ancianos en las residencias jugando al Scrabble.

Había visitas de altos, importantes, los más importantes, mandatarios internacionales en Beit Aghion, en la esquina de las calles Balfour y Smolenskin en Jerusalén.

También había colas para entrar a la oficina del paro.

Había monumentos que honraban a las víctimas de la barbarie del Holocausto y rezos lejanos.

Había besos en la mejilla y abrazos de treinta segundos.

Había niños en bicicletas portando globos de colores vivos.

Había mucha gente gritando por todas partes y alarmas antiaéreas.

Hoy a las doce de la mañana cayó una bomba de extraordinarias dimensiones en Tel Aviv.

 
Leer más...

from Aita escribe a ratos

Irina es una aleamante, tiene el poder de influir en la suerte. #historiadepersonaje #thedresdenfiles

Una sonrisa maliciosa bailó en los labios de Irina mientras sacaba, rápidamente, de un doble fondo de su bolso Michael Kors la pequeña pistola.

— Ya había oído que no la sabías meter. — Dijo Irina con todo agudo y burlón — Mira que es mala suerte que la pistola no te responda en un momento como este. Puede que sólo sea una rubia tonta pero hasta yo sé ver cuando el cargador está descolgado. Apenas unos milímetros, casi imperceptible, pero suficiente para que la corredera no consiga arrastrar el primer cartucho y no haya bala que disparar.

El sicario hizo el gesto de avanzar hacia ella, la gravilla crujió bajo su zapato y quedó silenciada por el disparo de la Walter PPK, una pistola de dimensiones reducidas pero tan letal como el modelo más grande y ahora inútil que tenía en la mano el hombre.

El impactó lo hizo girar sobre sí mismo, se encojió durante unos instantes y enseguida volvió la mirada hacia Irina para ver por qué no lo había rematado. Seguramente no sería la primera bala que encajaba ya que apretó la mandíbula mientras se sujetaba el brazo herido y la miraba fijamente con ojos furibundos a la par que interrogantes.

Ella se acercó lentamente mientras sacaba algo del bolso con la mano libre, sin dejar de apuntarlo con el arma humeante, y metió un fajo de billetes en el bolsillo de la americana de su frustrado asaltante.

— Ahí tienes suficiente como para pagarte un médico que te arregle el brazo, unas vacaciones y un par de botellas que te ayuden a olvidarte de mi. — Le aclaró Irina con el tono alegre con que mandaría a un niño a comprar chucherías.

Llevaba tiempo queriendo dejar Montecarlo y por eso esta noche se había dejado llevar un poco más. Sabía que antes o después alguien se daría cuenta de que estaba ganando mucho en el casino e iba a saltar alguna alarma, pero no esperaba que un local tan lujoso se rebajase a algo tan burdo como mandar un gorila con una pistola para deshacerse de ella en un callejón.

Cuando era una pequeña devushka nunca le faltó de nada. Padre tenía un buen trabajo como operario de pista en el aeropuerto Sheremétievo de Moscú. Trabajaba muchas horas pero la pequeña Irina se entretenía paseando por las tiendas del aeropuerto hasta su hora de salida. La fascinaban sobremanera los carteles de perfumes y joyas, aquellas mujeres preciosas, la ropa, el estilo de vida glamuroso y de ensueño.

Cuando al fin Padre considero que tenía una edad adecuada la permitió apuntarse en la escuela de modelos. Irina sabía que ese era el primer paso para su vida soñada. Enseguida supo también que no era la más guapa, ni la que tenía más talento de la escuela pero sí la que iba a conseguir su meta.

Trabajó duro durante meses, aprendió modales y etiqueta, postura y lenguaje corporal, maquillaje y visagismo, dicción e inglés, absorbía toda la información con avidez. Cuando llegó el primer trabajo para las chicas de su perfil seleccionaron a otra chica.

Finalmente llegó su oportunidad cuando en la escuela de modelos hubo un sorteo entre las mejores de la clase para seleccionar cual iría a un trabajo en París. Lo deseó con mucha fuerza y fue su nombre el que salió elegido.

Desde el pasillo escuchó a Yulia decir a sus amigas más íntimas que no era posible, que ella había amañado el sorteo y aún así no había ganado.

Desde ese trabajo Irina no ha vuelto a pisar Moscú.

 
Leer más...

from Aita escribe a ratos

Historia de personaje para el juego de rol The Dresden Files. Howard es un criptomante, un talento menor capaz de descifrar cualquier código, encriptación, trampantojo o mensaje oculto. #historiadepersonaje #thedresdenfiles

Howard se había disociado sin darse ni cuenta. Su mente estaba flotando sobre su cuerpo mientras sus ojos se habían quedado fijos en la pantalla del escritoria que tenía un par de metros delante de él.

— ¿Qué miras, imbécil? — Null1@ sacó a DuckM4n, el nombre de hacker de Howard, de su ensimismamiento con su tacto y dulzura habituales. — Ni esto no es una película ni tú eres Hugh Jackman, nadie te va a tocar tu zona especial.

Al volver a enfocar la mirada tenía a la única mujer del grupo increpándole en otra exhibición de su agresivo carácter. Howard tenía un don para descifrar códigos y encriptaciones pero las personas le descolocaban. Estaba más acostumbrado a la soledad de su habitación, donde podía quedarse embobado mirando a un punto fijo e indefinido de la pared mientras su cerebro vagaba sin rumbo.

La ropa de Null1@ decía bastante de ella: vestía principalmente de cuero, alternado con pinchos y tachuelas, además de rejillas asomando por los estudiados cortes hechos en las pocas prendas de tela que llevaba ocasionalmente. Daba la imagen de dura y agresiva, reafirmada en su arisco modo de relacionarse con cualquiera pero a la vez requería atención y que su presencia fuese percibida.

— Lo que hagáis en vuestro tiempo libre me la suda, pero aquí el puñetero reloj sigue corriendo, ¿estamos? — El señor Smith, un sobrenombre sin pizca de originalidad, siempre estaba presionándoles. Les pagaba muy bien pero les exigía en proporción geométrica.

Howard había encontrado el trabajo resolviendo un algoritmo, escondido en una página web a la que llegó tras descubrir un código oculto en una oferta de altavoces de segunda mano. Pensó que era una opción tan mala como cualquier otra para salir unas horas al día del sótano de la casa de sus padres. Ahora que ya no estaban necesitaba alguna razón para ir al exterior y tener un mínimo de interacción humana o al menos aire fresco.

Aquello iba de hackers haciendo lo que mejor saben hacer. A veces robaban información para chantajes, otras se colaban en redes gubernamentales para conseguir objetivos más jugosos. Los demás le tomaban por un idiota, un cerebrito con miedo a pisar la calle pero los superaba de largo a todos delante de la pantalla. Para él era fácil, como leer un libro infantil.

Un día Null1@ apareció con una revista en la mano y gritando más de lo habitual. Abrió la puerta del despacho del Señor Smith de una patada y empezó a gritarle cosas desagradables, lanzó amenazas que pretendían ser, de alguna forma sutiles, pero eran totalmente directas y finalmente gritó que dejaba el trabajo. Acto seguido se marchó.

Un rato después Howard escuchó una conversación mientras fingía uno de sus momentos de disociación. Lo que había hecho explotar a Null1@ era la noticia de una actriz joven que se había suicidado por una supuesta filtración de fotos íntimas.

Esa noche Null1@ abordó a Howard mientras esperaba el autobús para volver a casa.

— Conocía a esa chica. — le dijo — Fue cosa nuestra, se lo hicimos nosotros.

Las lágrimas brotaban de sus ojos que ya parecían velas negras derretidas. Howard no supo reaccionar, se limitó a escuchar y acceder a dejarla que fuese a casa con él, tenía miedo de estar sola.

Preparó cena para los dos, ella seguía llorando de forma intermitente y le hablaba de su vida. Cómo fue una chica rarita en el instituto, cómo devoraba las revistas de informática y se marchó de casa a los 17 para buscarse la vida.

Finalmente se quedó dormida en el sofá. Howard la tapó con una manta y se bajó a su cama en el sótano. En mitad de la noche un golpe en la escalera le despertó. Null1@, completamente desnuda, se metió en su cama y comenzó a besarle. Casi parecía que pretendía devorarle, había ansiedad y necesidad en la forma en que apretaba sus labios contra los de Howard y en la forma que pegaba su cuerpo contra el suyo.

A la mañana siguiente ella ya no estaba.

Sin acabar de entender muy bien qué había pasado la noche anterior, Howard se puso en marcha hacia el trabajo como todas las mañanas. Poco antes de llegar pasó junto a un callejón cerrado con cordón policial e iluminado por luces azules en movimiento. Había una sábana en el suelo de la que asomaba una mano de mujer con las uñas negras y una pulsera de pinchos en la muñeca.

Algo se rompió dentro de Howard en el instante en que las piezas encajaron.

Unas semanas más tarde Howard contactó con el FBI, hizo un trato y les entregó a toda la organización. Alguien en la agencia reconoció el talento de Howard y se tomó las molestias de entrevistarlo fuera del caso para evaluar su potencial. Con su habilidad para descifrar cualquier código, encriptación o lenguaje de programación, en cuestión de semanas estaba contratado como analista.

Pero después de los primeros años empezó a notar un patrón. Sus compañeros obtenían méritos y ascensos mientras que él seguía en el mismo puesto. Era el mejor, capaz de conseguir resultados que equipos enteros no lograban pero la agencia no le promocionaba, quería exprimirle.

Igual que había hecho el Señor Smith.

Entonces Howard tomó la decisión de escapar.

Unos pocos clics en la dark web le consiguieron las pastillas, la habitación de hotel con el minibar repleto y los horarios de limpieza de las habitaciones. Tenía todo perfectamente controlado. Fue fácil, doloroso, pero fácil.

Un lavado de estómago después, Howard estaba de baja por depresión. La paga de la agencia mantenía sus necesidades cubiertas pero era el momento de hacer algo diferente por sí mismo.

 
Leer más...

from Aita escribe a ratos

Historia de personaje para el juego de rol Cazador: la venganza. #historiadepersonaje #cazadorlavenganza

¿Qué me llevó a acabar cuidando árboles en Frafjordheiane? Te lo voy a decir: dos ojos azules como zafiros, una cabellera rubia como... como una pinta de cerveza fría y unos pech... bueno, resumiendo, una mujer. Una preciosidad nórdica que conocí en la tienda de suministros de caza y pesca que hubo toda la vida debajo de casa de mis padres. La muchacha había ido a Stonehaven como au-pair a través de una agencia para pasar el verano mejorando su inglés y conociendo Escocia.

Jodida suerte la mía que a sus amigas les apeteciese hacer un fin de semana de acampada y entrasen en la tienda a comprar suministros el mismo día que se rompió mi maldita hachuela. Joder, me preguntó por los hornillos de campaña con ese acento suyo que no me eché a reír porque tenía la mandíbula desencajada de la impresión de ver semejante valquiria sonriéndome.

Llámalo destino o llámame el hijop... ejem... más afortunado de todo el noreste de Escocia, pero conseguí enlazar dos frases con algo de sentido y me enteré de dónde iban a acampar. Después de eso no me costó mucho dar con la oficina de guardabosques más cercana. Me cobré algunos favores, ganados a base de pagar pintas, y me aceptaron como “ayudante en prácticas” para ese fin de semana.

Un par de encontronazos en el bosque más tarde, alguna demostración de mis habilidades de supervivencia y varias botellas de cerveza fueron los ingredientes necesarios para llevarme a probar esa carne, blanca como la nieve, que me traía tan loco que casi me había olvidado de comprar una hachuela nueva.

Lo que no había calculado fue que, al final del verano, iba a acabar tan enganchado de ése ángel norteño que el solo susurro de la posibilidad de irme con ella, a su tierra, sería suficiente para acabar viviendo en un pueblo a 30 minutos de la estación forestal de Frafjordheiane.

Dos años después éramos marido, mujer y un enorme bombo que no paraba de crecer.

Nunca tuve muy claro cuándo llegó Wolf a nuestras vidas. Apareció un día meándome la rueda del coche, me siguió hasta casa y ya no se fue. Wolf era nuestro perro. Bueno, perro lobo en realidad. Una mala bestia enorme de pelo más tupido que el de mis pelotas. Berit, mi mujer, le puso el nombre Wolf. Ella decía que le hacía gracia porque era lo que era y además se parecía a mi nombre. Así que a veces me tocaba los coj... la moral, vacilándome con si llamaba al perro o a mi.

Pasé de cubrir bajas a tener una plaza fija en la estación forestal de Frafjordheiane. El tiempo siguió su curso y llegó la pequeña Karin. Junto con su hermana Kristin y mi mujer Berit formaban mis propios ángeles de Charlie, en versión Noruega.

Qué cosas, contado así parece que tuve una vida de maldito cuento de hadas... Igual es que la memoria lo maquilla pero tampoco le voy a dar muchas vueltas. Me gusta recordarlas así. Mejor eso que revivir el último viaje a Stonehaven.

Fuimos en verano. Karin había cumplido 3 años y Kristin iba a hacer 7 en menos de un mes. Nos acercamos a ver a mis padres y queríamos ir de acampada al mismo sitio donde nos enamoramos. Sensiblerías de mujeres, pero con todo lo que me daba Berit en esta vida, era de lo menos que podía hacer por ella.

Pasamos un par de días con mis padres y luego fuimos a acampar. Después de preparar la tienda y todo el aparataje en el que bautizamos como Nuestro claro, dejé a las chicas preparando la cena mientras me acercaba un rato a la estación forestal. Quería tomar una cerveza con mis antiguos compañeros para recordar viejos tiempos.

Cuando volvía hacia nuestro claro pasé por detrás de un barracón. Estaba ocupado por un grupo de chavales de un colegio, o algo así, según me habían dicho en la estación. Lo recuerdo porque me pareció curioso que, para ser críos de entre 8 y 14 años, estuviese todo tan en silencio. Esos mocosos suelen armar más bulla que los hooligans en día de partido, pero no le dí mayor importancia.

Unos metros más adelante noté algo raro en el aire. Un aroma ferroso que enseguida me inundó las fosas nasales. Estaba oscuro y la luz de la luna me dejaba ver lo justo para ir por el sendero sin caerme. Empecé a maldecir y saqué la linterna. En maldita la hora...

En cuanto la levanté lo primero que ví delante mío fue un charco negro. Primero pensé que era barro, pero enseguida descubrí que era sangre. Se me helaron las venas. Levanté la cabeza y ví a Berit. Tirada y maltrecha sobre un arbusto unos pocos metros más adelante. Tenía la garganta desgarrada y abierta hasta vérsele la tráquea. Un poco más allá, por un momento, todo se mantuvo en silencio. Nunca habría dado crédito a lo que ví.

Era una auténtica carnicería. Una sangrienta batalla entre críos. El mayor de ellos no tendría más de catorce años. Al levantar la linterna y enfocarles la luz se volvió más brillante. Hubo un intenso fogonazo que iluminó todo. Entonces pude verlo. Algunas de esas criaturas no eran niños. Eran cosas, cosas con, con forma, con forma de niño, pero tenían la piel verde. Estaban cubiertos de las verrugas más asquerosas que había podido ver nunca. También tenían uñas como mejillones; eran negras, afiladas y ensangrentadas. Los otros, los otros niños, ellos tenían; aún hoy me parece que todo fue una mala pesadilla.

Los niños, pero los que parecían de verdad tenían espadas. Algunos tenían de esas mazas medievales con una bola arriba y pinchos. Por un momento habría jurado que alguna de las espadas incluso estaba ardiendo.

Fue algo, algo totalmente dantesco. Algo que no podía creer. No conseguía entender del todo lo que estaba viendo hasta que las ví a ellas. Allí estaban Karin y Kristin, la mayor había cogido una sartén y acababa de golpear a una de las criaturas verdes. La había hecho girar sobre sí misma, derribándola. Fue la fracción de segundo más larga de mi vida, pero juro que se me hinchó el pecho con orgullo de padre. Mi hija estaba luchando para defender a su hermana. En ese momento mi cuerpo experimentó un desbloqueo y supe que debía reaccionar.

Sentí un hormigueo subirme por el estómago. Mis piernas no esperaron a mi cerebro y se lanzaron a correr hacia las niñas. Una sombra oscura me adelantó y el destello de unos dientes desmadejó, por segunda vez, a la criatura que Kristin acaba de derribar.

Cuando estaba llegando a mis pequeñas extendí los brazos para, coger a cada una con una mano y, llevármelas a la carrera de ahí. Estaba a punto de rozarlas en el momento que un peso repentino me hizo bajarlos. Me desequilibró hasta el punto de tropezar y rodar por el suelo. Menos mal que un árbol tuvo a bien frenarme, regalándome un latigazo ardiente por toda la espalda.

Giré sobre mi mismo. Me incorporé y sacudí la cabeza para descubrir a uno de esos asquerosos bichos. No sabía ni cómo llamarlos. Este estaba plantado ahí, delante mío. De su boca asoman dientes mellados como los de un yonqui, pero afilados y rezumando una especie de limo oscuro, denso y con olor a cloaca.

Apenas un par de metros más atrás ví el cuerpo de un niño tirado en el suelo. Tenía la espalda ensangretada por tres cortes abiertos, largos y profundos. Volví mi atención al monstruo y me dí cuenta de 2 cosas: lo tenía casi encima y venía con la mano, la garra, lo que fuese que tenía al final brazo, levantado por encima de la cabeza. Entre sus uñas negras y melladas, como cuchillos viejos, había algunos pequeños retales de la camisa de ese pobre crio.

Por el rabillo del ojo pude ver a Wolf siendo rodeado por tres de esos gremlis pelones, mientras protegía a las niñas. Sabía que en ese mismo momento no podía hacer nada por ellas. Ya que estaba a punto de ser apuñalado por un bicho salido de una película de serie B de los 90. La impotencia hizo estallar la bilis de mi estómago. El monstruo que tenía delante se acercaba cada vez más rápido. Venía exhibiendo una sonrisa sádica y con ese limo oscuro rezumando de sus labios.

Levanté los brazos para cubrirme al tiempo que gritaba de pura frustración: “¡¡NOOOOOOOO!!”

De la garra de la criatura empiezaron a saltar chispas. Era como aquella vez que metí papel de aluminio al microondas. Impulsada por una fuerza repentina la garra salió disparada hacia atrás. El maldito bicho verde salió volando a remolque mientras su cuerpo emitía pequeñas llamas azuladas.

No se cómo, pero me convertí en el jodido centro de una explosión. Todas las demás criaturas salieron también despedidas por el aire varios metros.

Durante un segundo todo fue calma y silencio. Quedaban en pie unos siete niños. Otros tres o cuatro estaban tirados en el suelo, pero aún se movían. Recuerdo que Wolf dejó escapar un gemido canino. Me miró con una expresión casi humana que parecía decir: “¿Pero qué ha sido eso?”.

— Es un Defensor. — Escuché que decía uno de los chavales. — Sí, pero es un adulto. — Respondió otro, de los mayores.

Los niños se organizaron rápidamente. Sin palabras. Como si lo hubieran estado ensayando. En los segundos siguientes cada uno de los caídos fue levantado por otro. Los tres restantes, los más mayores, formaban en actitud de protección. Vigilaban todo el perímetro preparados por si volvían los bichos.

Me levanté. En dos zancadas estaba junto a Karin y Kristin. Acaricié la cabeza de Wolf, que no perdía de vista a los críos ni los arbustos.

El que parecía el mayor de los chavales se acercó.
— Vamos a nuestro barracón — me dijo con voz queda —. Venid con nosotros. Será más seguro permanecer juntos. De momento.

Miré al chaval y seguido desvié la vista hacia mi mujer. Su cuerpo estaba desmadejado sobre el arbusto. Volví a mirar al muchacho un instante después. Hizo un leve gesto de asentimiento. Me acerqué hasta el cuerpo de Berit mientras giraba la cabeza para no perder de vista a Karin y Kristin. Wolf estaba delante de ellas, en el mismo sitio que ocupaba yo un momento antes. Su postura dejaba claro que no permitiría que nadie se acercase a las niñas. Juro que ese bicho era el hijo que nunca tuvimos.

Besé la fría frente de Berit por última vez. Saqué el anillo de boda de su mano inerte. Con movimientos casi mecánicos me quité la chaqueta y la tapé con ella. Me despedí con un suspiro y una lágrima que se arrastró por mi mejilla. No tenía tiempo para más. Esos bichos podían volver en cualquier momento y yo tenía que poner a salvo a mis hijas.

Al darme la vuelta me encontré con el grupo de chavales ya reunidos. Habían recogido a sus heridos y estaban cerca de mis niñas. Ellas estaban agarradas al pelaje de Wolf, como hacían en casa cuando algo las asustaba. Recogí mi linterna del suelo, la encendí y les seguí en silencio hasta el barracón.

De vuelta en el refugio pude ver cómo se organizaban. Parecían una maquinaria bien engrasada. Un par de los mayores, que según parece se habían quedado en el barracón, empezaban a atender a los heridos. Les limpiaban los cortes con desinfectante, aplicaban pomadas y ponían gasas y vendas.

Karin estaba muy callada y tan sólo se mantenía abrazada a Wolf. Enterraba la cara en el cuello peludo y sollozaba. Kristin miraba a todos lados. Seguía con la sartén en la mano. No parecía asustada, estaba alerta.

En las siguientes horas, las dos cayeron dormidas. Yo aproveché para hablar con algunos de los chicos mayores. Me explicaron que el mundo no era como había creído hasta ahora. Me dijeron que, para mi desgracia, había sido despertado a una realidad atroz. Me costó entender cómo estaban tan seguros de que lo sucedido no tendría ninguna repercusión en los medios. Me contaron que ya lo habían vivido antes. Que como mucho el periódico local escribiría una columna en la página cuatro. Hablaría sobre el desgraciado caso de una mujer atacada por un oso. Y poco más.

— Las personas normales no quieren creer que existen cosas como las que has visto hoy. — Dijo uno de ellos.

No me hablaron mucho sobre ellos. Apenas me contaron que eran huérfanos. Que eran como yo porque en su momento también se toparon con algún terror sobrenatural. Y que en aquel momento de alguna forma descubrieron que tenían capacidades, o poderes, o como quieras llamarlo. También me dijeron que al amanecer se habrían marchado.

Los meses siguientes fueron muy duros. Mis compañeros de la estación forestal de Frafjordheiane me transmitieron sus condolencias. Mis jefes me comunicaron poco después unos recortes de presupuesto que hacían innecesaria mi reincorporación. Me instalé con las niñas en casa de mis padres. Según pasó el verano me dí cuenta de que sin Berit y sin mi trabajo no estaba seguro de querer volver a Noruega.

Karin se volvió muy callada y se sobresaltaba por casi todo. Kristin se seguía comportando casi igual que siempre, excepto porque se había vuelto más agresiva y desconfiada.

A finales de verano aparecieron unos hombres en nuestra puerta. Tenían la típica pinta de agentes del gobierno de las películas. Querían hablar conmigo sobre lo sucedido en el bosque. “El desafortunado incidente en el que falleció su esposa”, lo llamaron.

Al principio estaba reticente. Seguía en duelo por los recuerdos y nervioso. Enseguida las preguntas que me hacían se fueron volviendo extrañas, hasta que fuí consciente de que esos dos tíos sabían acerca de lo que realmente sucedió.

Me hablaron sobre la compañía a la que representaban. Y me ofrecieron una entrevista de trabajo.

 
Leer más...