Escritura Social

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from FURBY FUCSIA FUMADOR

En mis turbulentas fantasías (que quizás nunca lleguen a plasmarse en el mundo real), ellos (siempre ellos aunque a veces ellas) nos miran con desprecio, asco y un ligero aburrimiento, como quien detecta gusanos vivos en un paquete de arroz; dicen: «joder, ahora me tocará tirarlo y comprar otro nuevo», porque este paquete de arroz en concreto es totalmente prescindible, hay otros doscientos solamente en una balda del súper que les quede más cerca. En esas mismas fantasías, creo que están convencidos de que no queremos trabajar, de que nuestro objetivo final es que todo esto se vaya a pique, y con eso en mente hablan entre sí de nosotras (aunque, en el fondo, sé que probablemente no estén hablando de nosotras, que ni si quiera piensen en nosotras aunque nosotras nos pasemos la vida pensando en ellos). Y pese a que en el fondo es cierto, si definimos trabajar como ser sumergidas previo acuerdo para extaernos el almidón y después escurridas, hervidas, aliñadas y machacadas por sus malditos dientes, pero no tan cierto si definimos trabajar como existir en el mundo aportando nuestro granito de arena a un proyecto común, sea cual sea... Yo me descubro más enamorada que nunca del oficio que afilo, y si amas algo deseas que no se termine nunca la relación que os une, el vínculo que os mantiene funcionando en simbiosis, pese a todo. Pero por encima del pese a todo, amar, o la definición de amar en la que creo, significa cuidar el uno del otro y currárselo para que la vida sea compatible con la relación. ¿Creéis que si no me importara, si quisiera que todo esto se vaya a la mierda, me pasaría la vida intentando que sea mejor? Los que no amáis este oficio, dejadme que os diga, sois vosotros.

 
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from Apuntes de Rob

Sobre la internet muerta

Mis hábitos de navegación en la internet no me han ayudado a mirar si la internet de hoy está hecha por inteligencia artificial y no por humanos, o simplemente no soy capaz de mirarlo. Pero siendo crítico con mi forma de consumir la internet, sí, está muerta.

Recuerdo que en el año 1999 tuve acceso por primera vez al internet, ese internet dial-up y en el que la mayoría del contenido era todavía el texto. En esos tiempos ver una imagen era una prueba de paciencia, ni se diga del audio y el vídeo. Me hice de mi página en Geocities y me gustaba andar de mirón por todos lados. La internet era para mí un escape a un mundo o era más bien el mundo, pero en este mundo yo podía participar, la internet estaba viva, pues estaba hecha por humanos.

En parte es nostalgia, pero no es que quiera que las cosas regresen a ser como eran antes, no es posible. Lo que sí es importante es que mire cómo internet muerto, sea crítico conmigo mismo y vea cómo yo mismo he participado en este homicidio, ya sea de forma directa o indirecta.

Este es acto de resistencia a los contenidos de la IA, no escribo para destacar o que me lean. Escribo porque además de ser catártico, porque esto está escrito por un humano. Escribo sobre lo cotidiano, de manera imperfecta, sobre lo humano.

 
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from Mi perra vida

Relato – La sonrisa del abuelo | Poema – Contra la Kodak – José Emilio Pacheco | Reseña – La hermana, la otra – Audre Lorde | Frase Robada –Pablo Muñoz Covarrubias | Bonus track

La sonrisa del abuelo

Los recuerdos más persistentes que tengo de mi abuelo no son gratos. Era un hombre frío, lúgubre, nunca me trato mal, ni a nadie de la familia, pero su plática era triste y nunca se le veía feliz.

Mi madre me explicaba que una vez mientras daba clases en la universidad, se lo llevó la policía, lo acusaban de algún crimen común, ser socialista, ateo o revolucionario, en esa época, como ahora, por nada se llevaban a la gente y la desaparecían. Cuando algunas semanas después regresó hecho un costal de huesos y golpeado como costal de boxeo, decía que mejor lo hubieran matado. Pero no fue así, su esposa y su hija, mi madre, lo miraban aterradas, en realidad lo observaban a escondidas, no mostraba las cicatrices que le habían dejado en la espalda, los pies, en los genitales deformados. Desde su vuelta se aisló en su cuarto, donde dormía alejado de mi abuela, apenas y convivía con los compañeros de la facultad, que imaginaban lo que había pasado y no lo cuestionaban.

El tiempo fracasó en curar las heridas, no mejoraron su dolor, ni su silencio. Mientras yo crecía y el envejecía, nunca entendía esa diferencia, una noche mi abuela marcó a mi madre a media madrugada, pidiéndole ayuda porque el abuelo estaba fuera de sí. Lo encontramos desnudo en el patio, llorando y diciendo incoherencias, era doloroso verlo así, hecho un ovillo tirado en el suelo, al observar su cuerpo torturado no imagino qué debió haber hecho para recibir tanto daño.

El psiquiatra nos dijo que era una especie de demencia, y que algo la había detonado, aparentemente una infección o algo así. Ni mi abuela, ni mi madre, ni yo entendimos la verborrea del médico, solo comprendimos que debíamos llenarle la boca de medicinas cada ocho horas con precisión quirúrgica, y no esperar nada a cambio, ya que no había cura para esos problemas.

Ante tan contradictorio destino, las cosas tendieron al empeoramiento, perdió el pudor y el control de esfínteres, el poco lenguaje que usaba y hasta la puntería para llevarse la cuchara a la boca.

Los meses y después los años me ayudaron a entender que, la diferencia entre crecer y envejecer radica en que quien envejece solo va sumando catástrofes, que por lo general siempre ocurren de madrugada. El teléfono resonó en la casa y no auguraba nada bueno, mi abuela se había caído tratando de llevar a mi abuelo al baño y se fracturó la cadera.

Me afané en cuidarlo mientras mi madre pasaba el día y la noche en el hospital. Al hacerme responsable de la atención de mi abuelo, se cumplía la fatídica profecía de la autora de mis días «eres igual de incapaz que tu padre», que remataba con «que una lagartona tenga en su santa gloria»; para hacer sorna del abandono de mi progenitor en etapas muy tempranas de mi vida.

Pero algo de cierto tenía la cantaleta materna, ya que cuidar a mi abuelo, bañarlo, cambiarlo, darle de comer y sus medicinas, era más complicado que el manual de operación de una central nuclear.

Entre la escuela, mi incapacidad para organizarme y la apretada agenda de mi abuelo, no lograba que algo me saliera bien, la ineludible herencia de mi padre. Por lo que a grandes males, grandes soluciones. En lugar de ropa común, unas bermudas, playera y crocs, que hacían ver más cool al octagenario y más fácil de cambiar y lavar. La contienda que implicaba que aquello que tuviera en la boca lo expeliera al estómago y no al piso, lo reduje a lo indispensable, limitando la afrenta tan sólo a la comida, total, el doctor nos había dicho que probablemente los fármacos no sirvieran, así al menos tendría más dinero en la bolsa, porque vaya que era caro ese sucedáneo de placebo. Después una disposición de los muebles a modo de tetris, para dejarle el campo libre y evitar que se tropezara. Todo eso, al menos parcialmente, hacía que mi vida fuera un poco más fácil.

Al principio mi madre fue una escéptica de mi plan maestro, por supuesto que no fue informada del incremento en mis ingresos derivado de la ausencia de los inútiles medicamentos, pero fuera de esas minucias, no le quedó más remedio que aceptar, al final ella tenía que seguir pendiente de mi abuela en el hospital, y mi abuelo se veía igual de mal que siempre, aunque con una apariencia más alternativa.

A los pocos días de la autónoma suspensión de los psicochochos, mientras jugaba a que el cereal era un avión y la boca de mi abuelo el hangar, se arrancó a contarme una historia sobre su mascota de la infancia, a la que retaba con una camiseta para que lo correteara como si de San Fermín o la Huamantlada se tratase, casi me infarto cuando comenzó a reírse, jamás en la vida lo vi siquiera sonreír. Así que las estruendosas carcajadas me preocuparon en sobremanera, en especial cuando seguía contando la anécdota y no paraba de reír, por un momento pensé que era una estatus epiléptico de felicidad. Al terminar el arroz y frijoles ya no recordaba nada y se volvía a hundir en su mundo de tinieblas.

Conforme pasaron los días, las anécdotas florecieron y la mayoría retoñaban, pero era fascinante conocerlo feliz, sabiendo que su infancia fue buena y que todo indicaba que la había olvidado, o tal vez la realidad del mundo la sepultó, pero ahora que su cerebro era una carambola parece que esos momentos salían a la realidad. Nunca supe si lo que decía tautológicamente era verdad o fruto de su mente.

Una noche tras escuchar la anécdota completa y tirara al suelo la mitad de la cena, lo dejé en su cama, sabiendo que me despertaría puntual a las dos y veinte de la mañana. Sonó el despertador, eran las seis, ya se veía el sol por la ventana, no lo podía creer, por fin dormí una noche entera sin sobresaltos. Pero contraviniendo la fama que mi madre difundía sobre mi falta de intuición y otras funciones elementales, supuse lo peor.

No se había movido ni un centímetro de como lo dejé en la noche, seguramente murió muy poco tiempo después de que apagara la luz, y para sorpresa de todos los deudos y acompañantes, tenía una sonrisa que ni el embalsamador logró quitarle.

Como si hubieran podido comunicarse, a los pocos días murió mi abuela en el hospital.

Mi madre no supera la tristeza, porque aunque le conté lo que había pasado con el comportamiento de su padre, exceptuando lo del dinero de las medicinas, no lograba tener en su mente más que imágenes de tristeza.

Yo creo que donde estén, si es que están, mi abuela ríe con tremendas carcajadas, escuchando las anécdotas de la infancia de mi abuelo.

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Contra la Kodak – José Emilio Pacheco

Cosa terrible es la fotografía.

Pensar que en estos objetos cuadrangulares

yace un instante de 1959.

Rostros que ya no son,

aire que ya no existe.

Porque el tiempo se venga

de quienes rompen el orden natural deteniéndolo,

las fotos se resquebrajan, amarillean.

No son la música del pasado:

son el estruendo

de las ruinas internas que se desploman.

No son el verso sino el crujido

de nuestra irremediable cacofonía.

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La hermana, la otra – Audre Lorde

Ser mujer negra, lesbiana, feminista en la segunda mitad del siglo pasado no era tarea fácil, si a eso le sumamos que era una entusiasta activista con una profunda sensibilidad, la ecuación se complica; y por si lo anterior no fuera suficiente tenía un sentido muy agudo, poco esmerilado sobre la injusticia. Por lo tanto, los escritos recabados para esta antología son profundamente reveladores, exponiendo la realidad a la que se enfrentan las mujeres como Audre Lorde, pero atención, no intenta explorar otras mujeres afectadas, lo cual me parece muy subversivo, exponiendo la individualidad de la injusticia, que no es igual para todas, y por lo tanto su análisis y potencial respuesta debe ser diverso.

Me encanta su postura alejada de la victimización, casi sonando a un buen ajuste de cuentas, pero sin serlo. Su postura totalmente anti-colonialista es suprema, estimulante y por supuesto intrépida.

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Frase robada -Pablo Muñoz Covarrubias

Un camino que puede seguirse es aquel que busca entender por medio de la lectura de los textos cómo la vida alcanza nuevos significados y sentidos durante esta etapa.

Bonus track

#literatura #cultura #literaverso #español

 
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from Mi perra vida

Relato - El tercer negroni | Poema - Liebre de Cola Negra II - Tal | Reseña - The right not to use the Internet - Varios | Frase Robada - Elvira Sastre - Bonus track

El tercer negroni

Juliana había llegado antes al restaurante, normalmente así ocurría, su soltería le ahorraba la monserga de tener que dejar un par de hijos y un marido en condiciones de supervivencia por las próximas tres horas, tal como le pasaba a Alicia. El lugar estaba abarrotado, había sido casi imposible que las constelaciones se alinearan para que todas las agendas coincidieran. Así que, llegó con la paciencia en límites máximos, esperando que la atención del lugar fuera ineficiente, incluso petulante. Alicia le había sugerido el lugar, las mamás de la escuela de sus hijos no dejaban de hablar de ese nuevo sitio, al que no podían ir, porque no era del estilo de sus aburridos maridos. Así que la arrogancia que da la popularidad pasó a segundo término para darle gusto a su amiga. Después de unos minutos de estar sentada escuchó el teléfono el sonido que la identificaba solo a ella, -llego en diez minutos-. Considerando lo que el mesero tardó en acercarle la carta de bebidas, calculó que podría ir pidiendo los tragos, que junto con Alicia llegarían puntuales. -Dos aguas minerales y dos negroni -el tipo miró al asiento vacío frente a ella de manera inquisitiva. Juliana le dijo que su amiga se estaba estacionando. De verdad deseaba fervientemente que la comida fuera la antítesis al pésimo servicio. Mientras esperaba miraba las mesas del rededor, le llamó la atención que personas tan jóvenes también estuvieran bebiendo ese trago de viejos, al final las modas regresan, pensó.

Alicia y Juliana lo descubrieron en la facultad hace más de veinte años, y casi la misma cantidad de kilos. Así cayó en cuenta desde cuándo se conocían, e invariablemente recordaba esa fiesta, tras la que al tercer negroni hicieron una pausa en su amistad inquebrantable, y bastante mareadas se escaparon de la reunión para besarse en la calle por horas, hasta que el frío venció a su pasión, regresándolas a la realidad.

Un abrazo por la espalda y un beso blando, abundante en la mejilla, le confirmó que ese perfume pertenecía a Alicia. Se sentó frente de ella, a partir de ese momento el mundo y sus vicisitudes se fueron al infierno, solo tenía ojos para esa mujer, y tal como lo había predicho, estaban acomodando las bolsas en el perchero, llegaron sus bebidas. Tenía un mes que no se veían, y prácticamente no tenían ninguna interacción digital, salvo para organizar sus encuentros, así que la charla les daba para una buena cena de tres tiempos. De hecho el primer punto a discutir era el menú, lo analizaban al detalle, lo espulgaban. Lo comparaban con otras citas, comentando anécdotas relacionadas, era un mapa de vivencias, tanto tiempo les tomó que ordenaron un segundo negroni sin haber terminado de revisarlo y decidir sus alimentos. Lo que para otras mesas era un trámite, una decisión casi efímera, para ellas era todo lo que habían esperado por treinta días y sus ausencias. Tras agregar una botella de vino, dieron paso a la cotidianidad, al intercambio de miradas y pormenores. Siempre pedían entradas o platos pequeños, aunque numerosos, que se convidaban una a la otra. Tenían tanto que comentar que ni siquiera hablaban de los alimentos, esto lo expresaban las facciones que al comerlos despertaban, así sabían cuál platillo era bueno, cuál nada y cuál exquisito, éste último volvía loca a Juliana cuando observaba la satisfacción en la cara de Alicia. La comunión de verlas platicar, sus miradas excitantes ante un plato único, similares a las que ocurrían cuando se encontraban sus pupilas dilatadas, era digno de un cuadro renacentista. El postre se deslizó sin prisas, pero ambas se pusieron nerviosas al ver que menguaba, sabían lo que eso significaba, más aún sabían de la incertidumbre, de esos nervios de primeriza, del posible rechazo; cada gesto, cada ademán decidían el resto de la velada. -¿Pido la cuenta? -adelantó Alicia. Por un momento Juliana sintió un sabor amargo, y una ínfima pausa en el corazón. -¿No quieres otro negroni? -reviró. Alicia cerró los ojos dos segundos, desbloqueó el teléfono, vio la lista de mensajes y sonrió sutilmente. -Deja aviso que voy a llegar un poco más noche.


Liebre de Cola Negra II - Tal

Bastante preocupación y empeño por mi bienestar para morir malnutrido

(no declaro culpables)

declaro buenas intenciones con ceguera severa al instinto nato.


The right not to use the Internet. Concept, Contexts, Consequences - Dariusz Kloza, Elżbieta Kużelewska, Eva Lievens and Valerie Verdoodt.

En el momento en que pensábamos que ya no se podía incrustar más Internet en nuestras vidas, surgen los grandes modelos de lenguaje o LLM (por sus siglas en inglés), mejor conocidos como inteligencia artificial, que junto con sus correligionarios profetizan una revolución como ninguna. En este contexto pensar, pero más que pensar, documentar cómo en la praxis no usar Internet y sus dificultades para ello modifica nuestra vida; esto es bastante contestatario, interesante y muy provocador. Este libro incluye ensayos y escritos académicos con casos prácticos en los que Internet no ha sido visto como la solución panóptica, y lo colocan bajo la lupa como una herramienta tecnológica más, permitiendo analizarla sin pasiones, ni lugares comunes. Esta perspectiva social abre la puerta a lo ya sabido por muchos, la inmensa injusticia intrínseca de este utensilio, que al ser controlada por una oligarquía bajo el amparo de todas las democracias y gobiernos mas totalitarios, más que ser una revolución, es una evolución sin precedentes del sistema económico, de producción y consecuentemente de consumo, así como de dominación de la sociedad, que refleja la misma capacidad destructora de otras formas de extractivismo y colonialismo. Al no ser precisamente una obra de divulgación, tiene sus aristas áridas, pero superando el dogma académico es un gran trabajo que generará mucha reflexión, y expectativa por ediciones futuras.


Frase robada - Elvira Sastre

Me aterroriza enamorarme por si contamino otro corazón al abrir el mío.


Bonus track

 
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from Mi perra vida

Relato - La guitarra del vagabundo

La guitarra del vagabundo

La tarde fue degenerando al mismo paso tedioso que mi jornada de trabajo, por si eso no fuera suficiente al tomar mis cosas para abandonar la oficina, la oscuridad y la contaminación ocultaban unas nubes traidoras, que silenciosas y tímidas esperaban a que me subiera a la bicicleta. Tras pedalear unos minutos y con varios kilómetros pendientes, la lluvia azotó con esa intensidad que buscaba enjuagarme hasta los pecados. Entre lidiar con los automovilistas, cuya intolerancia e impericia son hidrofílicos y mantener el equilibrio para evitar un resbalón accidental, un charco desleal ocultaba un bache que albergaba un tornillo dispuesto a ser el artífice de mis infortunios. A esas alturas, o bajuras, de la tarde casi noche, ya sólo queda asumir resignación y contención de daños, no podía permitirme que mi suerte empeorara, me estaba acercando peligrosamente al desastre, afortunadamente se veía a lo lejos un paso a desnivel que me protegería de la lluvia y usarla como zona de pits para cambiar la llanta perforada. Al acercarme a ese paradójico oasis, ubico a un ocupante que tuvo la misma necesidad que yo. Mis prejuicios se activan al ver que es un indigente que cumple con el estereotipo, me llama la atención que la lluvia que era capaz de limpiar mi percudido corazón, a este hombre no le alcanzó para borrar los meses de sudor y sufrimiento incrustados en el rostro. Apoyado en la pared tiritaba de frío, aunque a un lado una gruesa chamarra tapaba parcialmente una guitarra, asumo que lo hace para alejarla de miradas ajenas. Cumpliendo el canon de mi sociedad y al ver que no es un peligro (aparente) decido ignorarlo y desplegar los instrumentos de mecánica elemental, para verificar si las docenas de videos que me distraen de las actividades por las que recibo un insuficiente estipendio mensual han logrado su objetivo. Tras quince minutos fracaso ininterrumpidamente así que, comienzo a maldecir a Maria, José y el niño que está en la cuna, lo cual esperadamente no ayuda a que pueda montar el aro de goma en su contraparte de metal. Mi ira asesina hace que baje la guardia y con un susto que casi hace que se me pare el corazón en diástole, veo al vagabundo a mi lado.

-¿Quieres que te ayude güero? – me dice sumiso, como quien espera unos palos por respuesta.

Siendo la peor persona que puedo ser y sin separar la mirada de la bicicleta, le respondo seco con un monosílabo, y me acerco las herramientas en modo casi ofensivo. En mi infinita idiotez olvido que si quisiera robarme o hacerme daño, no me lo avisaría con tanta amabilidad. Reconsidero mi actuar y pienso que este hombre no tiene la culpa de que mi empleador tenga deficiencia congénita de escrúpulos, ni de que a los aztecas junto con mis padres decidieran montar un hogar en lo que antes era un lago, o de que el cambio climático haya ocasionado lluvias dignas de exigirle horas extra a Noé. Fiel a mi limitada capacidad para enmendar mis no pocos arrebatos irracionales, sigo pensando en cómo disculparme por el modo injusto que tengo de maltratar a los indefensos. Al menos dejo de quejarme de mi perra vida, imaginando que la del vagabundo supera logarítmicamente mi escala de desgracias. Como si mis inútiles remordimientos fueran insuficientes, el tipo regresó al lado de su cobijada guitarra, se sienta estirando las piernas y con delicadeza descubre a su compañera que, contrario al aspecto de su dueño, está inmaculada. Arropa el instrumento entre sus brazos, y tras unos acordes para afinarla comienza a tocar, a modo de ayuda por mi analfabetismo en mecánica ciclista elemental. Como perro escuchando a Mozart, comienzo a tranquilizarme, al grado que inadvertidamente me quedo apoyado en la pared de ese bajo puente con las herramientas en las manos, escuchando milagros provenientes de esas cuerdas amarradas a una caja de resonancia. Salgo de mi asombro para hundirme en lo inaudito cuando escucho tocar La Catedral de Agustín Barrios Mangoré, una pieza de música clásica que pocos virtuosos pueden ejecutar con decencia, y por lo que a mi respecta, lo que presenciaba superaba por mucho mis grabaciones de John Williams. Siendo tan imprudente como irredento, apenas termina la ejecución le interrogo.

-¿Eres músico?

El tipo voltea hacia a mí, pero mirando más hacía el horizonte fustigado por la lluvia, afirma suave con la cabeza, se percata que le he descubierto o al menos en parte.

-No es nada fácil lo que estás haciendo -mientras le digo, no se si me refiero a vivir en la calle o tocar la guitarra con tanto dominio. -Siempre se me ha dado la música, pero en especial la guitarra. -Seguro tus padres te introdujeron muy joven –le dije fallando en sonar absurdo. -Mis padres murieron en el temblor de 1985, estaban en uno de los edificios de oficinas que se cayeron. Creo que es la única herencia que me dejaron, ser huérfanos, ellos también lo eran. En la guardería donde me dejaban por la mañana, hicieron lo esperable cuando no volvieron por mi. Fui creciendo en una casa hogar que, malogradamente mantenía un grupo de voluntarios que así conseguían algo de reputación. Creo que en esa época no había mucha demanda por adoptar damnificados de desastres naturales. Así que pasé buena parte de mi infancia con otros como yo. -¿Ahí te enseñaron a tocar así? -No, ahí me enseñaron a tocar, y me ayudaron a salir de ese ambiente. Apenas cumplías dieciséis años y con eufemismos sociales te arrojaban a la calle, te imaginarás lo que pasaba, ¿no?. -¿Desde entonces vives como vagabundo? – le dije como si hubiera resuelto el acertijo. -El profesor del taller de música se dio cuenta que la guitarra y yo nos llevábamos muy bien, y aunque él se esforzaba por enseñarme lo mejor, sabía que lo superaba rápidamente. Intentó hacer cambiar mi destino, pero como puedes ver hay cosas inamovibles.

Yo estaba confundido, para entonces mi interés por llegar a casa había sido sustituido por la necesidad de saber que ocurrió en la vida del virtuoso pordiosero. -No entiendo -lo interrumpí– entonces ¿en la calle aprendiste a tocar así? -La calle no te enseña música. La calle solo te enseña que la maldad y la tristeza son infinitas -hizo una pausa que sabía a duda, pero continuó-. El profesor del taller consiguió que una de la señoras del voluntariado que mandaba a sus hijos a clases de violín sin muchos resultados, fuera a escucharme tocar un recital que me puso a practicar por semanas. La voluntaria quedó maravillada y convenció a su marido de apoyarme para ingresar a la escuela de música, la mejor época de mi vida. Donde sólo tenía que aprender y practicar, sin salir al mundo. Gané una beca en Europa, la cual exploté al máximo, dando pie a los problemas que me tienen aquí. Ya siendo parte de una orquesta fui escalando puestos. En Mónaco, salimos a un casino en uno de nuestros descansos, y en ese momento descubrí que tenía una pasión mayor que la música, las apuestas y el juego. Esa noche inicié tímidamente, hasta que mis colegas me sacaron casi a rastras. A partir de ese momento solo esperaba un descanso para buscar el casino local y jugar lo impensable. Pero como cualquier otra adicción, siempre se requiere más dosis para lograr el mismo efecto. Lo cual era incompatible con mis ensayos y presentaciones. Así que las aplicaciones de apuestas en el teléfono ayudaban a reducir mi ansiedad, pero su ubicuidad fue lo que me llevó a robar y malbaratar instrumentos de la orquesta, para medio pagar mis deudas y seguir jugando. Cuando me descubrieron fui perdiendo trabajo tras trabajo, y con ello todo lo que había ganado, hasta quedarme sólo con esta guitarra.

La lluvia había cedido y nuevamente los autos llenaban el silencio, mientras pensaba en lo que me acababa de contar el vagabundo, se puso a reparar la llanta hasta dejarla digna de continuar su camino. Saqué de mi cartera unos billetes y se los ofrecí, temeroso de ofenderlo.

-No te lo puedo aceptar güero, mejor invítame algo de comer. Si me dejas el dinero voy a comenzar a apostar, y aunque no lo creas mi situación aún podría empeorar. Asentí con la cabeza y caminamos en silencio al puesto de comida callejera que consideraba como mi embajada personal. Al verme el dependiente en tan extraña compañía su cara denotaba asombro. El vagabundo tragaba saliva con toda la comida frente de él, le pedí al comerciante que me anotara en la cuenta lo que comiera mi amigo, y mañana pasaba a liquidar la cuenta. Al despedirme me estrechó la mano sin prejuicios de higiene.

A veces al regresar a casa lo veo al lado del puesto de comida, tocando como si fuera un milagro, sin que aquellos que se esfuerzan en ignorarlo sepan quién les ameniza los alimentos.

 
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from FURBY FUCSIA FUMADOR

Nado. Por primera vez en todo el año (se dice pronto) tengo tiempo libre. He decidido que así sea. No podía continuar mi camino hacia los lugares a los que me dirijo con toda la carga que me impuse llevar a cuestas. Hay cargas imprescindibles y cargas innecesarias y también otras, como ésta que me he quitado del medio, que me empujan en dirección contraria. Porque al sitio al que voy se llega nadando y una mochila demasiado pesada me arrastra hacia abajo, hacia abajo, hacia abajo. Y toda la fuerza la empleo en no hundirme. En lugar de en ir hacia adelante.

Tengo tiempo libre y nado. Nadar es leer, hacer recados, pasear y beber con amigas y tintarme el pelo. No me tintaba el pelo desde los veinte años. Y de camino hacia la peluquería, pienso. Me permito fluir en el agua, ligera. No me estoy leyendo ninguno de mis libros pendientes. Abandonados desde diciembre, se resignan. Leo lo que se me ocurre, lo que se me cruza, lo que me apetece. No voy a seguir ni una lista más de cosas que hacer en mi tiempo libre. Ninguna. Lo juro.

Nadando me descubro fértil. ¿Qué puede crecer en un cerebro embotado, concentrado y con prisa? Nada.

Parece obvio, pero, a la hora de la verdad, las cosas más obvias son las que más pasamos por alto. Mi mentora actual de dibujo dice: «common sense is not common practice». La adoro. Estoy segura de que cree que soy un desastre, y quizás lo sea. Quizás lo sea. Pero este desastre está aprendiendo, está creando, se expande.

 
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from Páramo Imperfecto

#Poemas

Wow, dos posts casi seguidos. No os acostumbréis mucho, no soy muy capaz de seguir un ritmo de publicación ni lo quiero ser. ¿Qué es esto? ¿Poesía? ¿Prosa poética? Ni yo lo tengo muy claro. Quizá no tenga que definirse. Pero allá va.


Somos buenas personas heridas y cansadas que hacen lo que pueden con lo que tienen. Evitando como podemos que la sangre de nuestras heridas salpique a las heridas que tienen los demás.

Recuerda lo bueno. Eres buena persona. La semilla de bondad está en ti. Las buenas personas cometen errores y hacen lo que pueden para repararlos. Las buenas personas son imperfectas. Las buenas personas son suficientes y bellas.

Somos buenas personas y a veces no sabemos que lo somos, jugamos a que somos malas y nos dormimos en el trance de la falta de valía. A lo mejor esto es despertar respirar hondo y conectar con la bondad, con la belleza, el disfrute, jugar a que somos buenas y podemos reparar.

Las personas que parecen crueles y malvadas son las que no entienden que estamos juntos en esto. Las que quieren recibir sin dar, inhalar sin exhalar. (Se quedan sin aire igual.) No son malvadas, son ignorantes. Tratan de protegerse, dividiendo entre “yo” y “los otros”. Cuando intersomos. Juntes en todo. Con un destino entrelazado. No saben que no evitarán su daño nunca mientras lo causan a les demás. Descansa. Respira. Mira al mundo de verdad. No es tu juguete. No puedes extraer más. Dejemos de explotar tierras, cuerpos, mentes, seres completos que desean prosperar. Basta ya. Recuperar el equilibrio natural. Recibir. Dar. Inhalar. Exhalar. Descansar, dormir, jugar. Actuar y nadear* Nadear por nadear (No para más productividad, de eso no necesitamos más) Todo en su justa medida. Dejar de explotar y quemar. Hoy toca reposar, ser horizontal. Que la tierra me sostenga, sin más.


*Nadear es el maravilloso arte de no hacer nada. El turbocapitalismo trata de venderlo como un tiempo de ocio más, para ser más productives luego. Pero yo lo considero la nada por la nada. Ratos de respirar y ya está. Como podréis comprobar, este texto está muy inspirado por Juan Evaristo Valls Boix. La otra gran inspiración ha sido Thich Nhat Hanh, quien acuñó el concepto de “interser”.

 
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from Páramo Imperfecto

#Pensamientos

ATENCIÓN, SPOILERS A CONTINUACIÓN: Pequeños spoilers de “Monje y robot”, de Becky Chambers, y spoilers enormes de “Steven Universe”. También hay algún spoiler de mi vida, pero eso, por lo que sea, es mucho menos interesante.

ATENCIÓN OTRA VEZ: El texto tiene más idas de olla de su auter que ideas realmente coherentes. Avisades quedáis.

Hace poco me sorprendí a mí misme reflexionando sobre Steven Universe.

Empecé con una visión comparativa de “Monje y robot” y “Steven Universe”. Las Diamantes y su dominio como un reflejo de la maquinaria brutal del capitalismo y el crecentismo. La línea de pensamientos de las Diamantes bien podría ser algo así: “Como soy superior a estos seres orgánicos y al resto de las gemas, puedo someterlos y expandir mi imperio hasta el infinito. Extraer todo lo que pueda de cada planeta para seguir creciendo. El fin y el medio, lo mismo, sin cuestionarlo. Es lo que hacemos, no hay más. Al fin y al cabo, ¿tengo algo mejor que hacer? Claro que no. No es solamente lo que hago, es mi propósito. Ser una líder. Guiarlas hacia la gloria. Hacia mi propia definición de gloria, claro.”

Ese propósito, ¿hasta qué punto se lo han auto impuesto ellas y hasta qué punto es asignado por Diamante Blanco (líder de líderes)? En cualquier caso, no parecen haberlo elegido de forma consciente.

Por otro lado, están las gemas y los robots de las fábricas de Panga. Tenían un propósito asignado (desde fuera, claramente) y lo rechazaron. Pasan de ser las herramientas de esos sistemas crecentistas brutales para hacerse conscientes y libres. Para los robots, ciertamente, con mucha más facilidad que para las gemas, a quienes cuestionar el sistema les sale muy caro. Las gemas ya eran conscientes desde el principio, eso sí. No obstante, si tratar de ser libre te condena al ostracismo o la destrucción, ¿hasta qué punto te lo planteas?

También tenemos a Rose. La primera (que sepamos) en elegir poner un pie fuera del sistema y cuestionarse todo lo que creía de su mundo y de sí misma hasta entonces. Elegir su nombre, elegir su forma, elegir su lucha. Aunque siguió haciendo lo que se suponía que debía hacer una Diamante: liderar. Salirse del tiesto, pero no mucho. Nunca fue la heroína que creímos que era. ¿Tampoco la heroína que necesitaban? Quizá no. Marcó a las Gemas de Cristal para bien y para mal. Sus motivaciones nunca nos quedan del todo claras, aunque las quiera vender como muy nobles. Era imperfecta. Al menos comprendió eso mejor que las otras Diamantes. Acabó eligiendo su propia impermanencia, como hicieron los robots originales de las fábricas. Y hasta aquí llegan las comparaciones con “Monje y robot”, porque luego la línea de pensamientos se me ha ido a otra cosa.

He acabado viendo a Steven como un reflejo... De mí. Sus fans tenemos una cosa muy clara: ese crío necesita terapia. No pongo en duda que a mí también me viene bien. Empecé pensando en lo guay que sería conocerlo. Una cosa llevó a la otra y al repentino pensamiento de “Joder, nos parecemos MUCHO”.

Está en una búsqueda constante de su lugar en el mundo. No encaja del todo entre las gemas, pero tampoco entre los seres humanos. ¿Os suena, mis panas neurodivergentes? Hasta su madre se lo dice en el vídeo. Es lo extraordinario de ser humano (Onfalina/Mosscap también sabe que es fascinante). El mundo está lleno de posibilidades y experiencias. Tendremos que elegir la nuestra.

Viviendo a la sombra de una figura de apego sin saber muy bien qué debería sentir por ella. ¿La quiero? ¿La odio? ¿Quiero ser como ella, como lo que ella quería ser o más bien quiero ser todo lo contrario de eso?

Esa tendencia que tiene (tenemos) de querer cuidar hasta el extremo... De quemarse. Aunque mucho tarda en llegar hasta ahí, eso sí. Tampoco le podemos pedir tanto realismo.

Oh, y su relación con Connie. Su evolución. Se acercó a ella cuando era vulnerable. Quería cuidarla. Cuando ella quiso protegerlo, no soportaba la idea. Hasta el punto de hacer lo que él nunca quiso que ella hiciera: se sacrificó por ella (por todos). Pasando por la aceptación de “estamos en esto juntos”. Cuando llegó el momento de cuestionarse cuál era su papel en el nuevo mundo que había ayudado a crear, quiso llevar ese “estar juntos” hasta el extremo. (Hey, cuídame, porque no sé pedirlo y no sé muy bien qué me está pasando). El dolor del rechazo. (No me das lo que yo creo que necesito y no entiendo por qué). Sabemos estar en una relación en el lado de la persona que cuida. No sabemos estar en el lado de la persona que necesita que la cuiden. Y cuando estamos en ese lado, él y yo la cagamos.

El punto de darse cuenta de que sus circunstancias han cambiado mucho. Ya no hay un mundo que salvar. Debe reinventarse a sí mismo y su forma de relacionarse con el mundo. Pasando también por un duelo más al darse cuenta de que la infancia que tuvo (tuvimos) no es la que él eligió, sino la que sus padres eligieron. Con todo lo bueno y con todo lo malo que eso conlleva. ¿Qué elijo ahora? Lo que estoy eligiendo, ¿lo elijo yo o es lo que alguien más quiere que elija?

Damos juntos y a destiempo el paso a la vida adulta, eligiendo cómo queremos que sea esta vida y nuevas formas para vincularnos. Nos hacemos conscientes DE VERDAD de que nuestro mayor poder es CAMBIAR. Pero no cambiar las cosas, como en la peli. Sino cambiarse a sí mismo. Cambiarme a mí misme. Elegir el cambio cuando lo que hay ya no sirve. Sabiendo que cambio no es desechar, sino reparar, reinventar. Cambiar y elegir si queremos ser monstruos o personas imperfectas. Siempre habrá alguien que nos odie por las mismas razones que otres nos aman. Pero si miramos a la Estrella Polar, volveremos a encontrar nuestro camino.

Porque sí, la compasión es nuestra Estrella Polar compartida, querido Steven. La que hemos elegido para nuestra vida. Pero a veces podemos perder el norte, no actuar como nos habría gustado, y eso forma parte del proceso. Parte del camino. Para poder tener la paz y amor que ansiamos en nuestro planeta Tierra, tendremos que cultivar la paz y amor en nosotres. Eso también puede implicar partir unas cuantas caras en nombre de la paz, aunque la primera elección sea el diálogo.

Tendremos también que darnos cuenta, como lo hicieron las Diamantes, de que no somos seres perfectos y superiores. El simple hecho de ser Diamantes o seres humanos no nos da potestad para someter y usar a otros seres a nuestro antojo. Tampoco somos, ay, querido Steven, seres perfectos y superiores para poder salvar, proteger y ayudar pase lo que pase. No tenemos el poder de arreglarlo todo, ni de controlarlo todo. Y está bien así.

Somos algo fascinante y extraordinario. Merecemos nuestra propia compasión. Merecemos cuidados. Y merecemos existir sin cuestionar que lo merecemos. Aunque no tachemos ni una sola cosa más de nuestra interminable lista de tareas, merecemos existir. Merecemos despertar y vivir cada día lo mejor que podamos. Aunque al final del día no salvemos a nadie más que a nosotres mismes.

 
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from FURBY FUCSIA FUMADOR

He decidido que no quiero más cursos. Estoy cansada. Estoy harta. Estas dos últimas se parecen pero no son iguales, y se dan las dos al mismo tiempo. Estoy exhausta porque llevo desde enero sometiendo a mi creatividad al expolio, al extractivismo más neoliberal y salvaje, y aunque está surtiendo efecto (si lo hacemos es porque funciona) no puedo seguir cavando en el mismo pozo si pretendo obtener tierra seca de sus entrañas. Hay que oxigenar, poner en barbecho, recuperarse un poco. Y, por otra parte, estoy completamente saturada de miradas externas. Cuántos ojos afilados durante estos años, cuántos métodos que confrontan al mío, sea cual sea (ninguno). ¿Es que no sé hacer nada sin saber de antemano que alguien vendrá a mirarlo y me confirmará si es malo o es bueno? ¿Dónde está mi propio criterio? ¿Por qué esta falta de confianza, esta necesidad insaciable de calificar la belleza que producen mis manos? He aprendido muchas cosas este año. Cómo se camina. Pero veo allá, más cerca que lejos, el siguiente sendero al que deben dirigirse mis pasos: he de aprender a caminar sola. Apreciar mi contoneo sin juzgarlo, instruirme en mi velocidad, inclinación y postura. Cerrar los ojos, abrir los brazos, dejarme caer hacia atrás... Y cogerme.

 
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from Diario de una Dragomana

Frente a la peligrosa hegemonía de las grandes empresas en los servicios tecnológicos, la solución que proponen muchos techies es alojar uno mismo esos servicios (self-hosting). Por ejemplo, en vez de usar Google Drive, instálate Nextcloud en una Raspberry Pi, o alquila un VPS para tu instancia de Mastodon y huye para siempre de Twitter. Esas cosas que sabe hacer hasta mi sobrino de 5 años, vaya.

Cómic de xkcd. Mujer: "La química de los silicatos es algo básico para nosotros los geoquímicos, así que es fácil olvidar que alguien cualquiera solo conoce las fórmulas del olivino y de uno o dos feldespatos." . Hombre: "Y la del cuarzo, por supuesto". Mujer: "Por supuesto". Texto descriptivo: Los expertos de cualquier materia sobreestiman la familiaridad de alguien cualquiera con su campo, incluso cuando intentan ponerse en su lugar.

En esta entrada, explicaré por qué mi opinión se resume en «No, pero sí».

Primero el no

Con todo el respeto, es como sugerir que en vez ir a comprar fruta a precios inflados al Mercadona te compres una parcelita y aprendas a cultivarla, o que aprendas a confeccionar tu propia ropa para no depender de ninguna empresa de Inditex. Son actividades estupendas si las disfrutas, y habilidades muy útiles, pero no es realista esperar que todo el mundo pueda o sepa (¡o quiera!) ponerlas en práctica en el mundo en que vivimos. Y, sobre todo, hace que recaiga toda la responsabilidad sobre uno mismo; es decir, en vez de solucionar el hiperindividualismo que nos asola, lo acentúa.

En el caso del self-hosting, reconozco que es una actividad por la que profeso una relación de amor-odio. Esta relación comenzó en la primavera de 2025, cuando la que aquí escribe, informática extraoficial de la familia pero aún con escasos conocimientos de programación y sin idea ninguna de redes ni administración de sistemas, adquirió un dominio baratito y un mini-PC de segunda mano y se dispuso a instalar YunoHost, un sistema operativo pensado para usarse en servidores personales y con un catálogo de servicios instalables. Llevar un tiempo en Mastodon me hace hacer cosas extrañas.

Tras superar algunos baches en la configuración, estaba muy contenta: tenía mi propio CryptPad, un servicio de ofimática colaborativa cifrado, pero con un montón de espacio que me habría salido mucho más caro a largo plazo alquilar en la nube. Les dije emocionada a mi pareja y a mi hermana que podían registrarse y usarlo, que aunque el aparatejo estaba en mi habitación podían acceder a través de Internet. Y podía hacer mucho más: autoalojar mi web y mis futuros repositorios de código, crear nuevos nodos en el fediverso, probar bloqueadores de publicidad a nivel de red local... ¡Y estaba empezando a manejarme mínimamente en la terminal! El haberlo hecho yo y haber conseguido esa independencia me provocaba un sentimiento de satisfacción y poderío muy grande.

Sin embargo, al cabo de cierto tiempo, esa euforia inicial se convirtió en otra cosa: frustración y, sobre todo, miedo.

La frustración venía de los problemas con los que me encontraba al instalar o configurar ciertas cosas, y a los que dediqué demasiado tiempo porque me faltaban conocimientos. No todo estaba bien explicado en la documentación, bien por escueta, bien por inexistente, y a veces un usuario había tenido la misma duda que yo en el foro pero no le habían respondido. No quiero con esto desmerecer el trabajo de los voluntarios que hay detrás de YunoHost, porque la frustración habría sido mucho más grande si lo hubiera tenido que hacer todo desde cero con Docker o algo por el estilo.

Y el miedo llegó al darme cuenta de lo que podía pasar. Porque en mi zona a veces hay cortes de luz, y ¿qué pasaría entonces con lo que tuviera guardado en un dispositivo que tiene cosas importantes dentro y siempre debe mantenerse encendido para cumplir su función? Apagones aparte, en algún momento podía desenchufar el mini-PC para limpiar o lo que sea; ¿y si en ese momento mi pareja estaba trabajando en la oficina que hay almacenada en él? A todo esto, ¿cada cuánto debía hacer copias de seguridad? Y aun habiéndolas hecho, si tras actualizar el sistema o una aplicación hubiera fallos, ¿sería yo capaz de solucionarlo?

Empezaba a estar intranquila con todo lo que nunca pasa pero acaba pasando, porque ahora la responsabilidad era mía. Y es que además no era solo comerme yo las meteduras de pata, sino que podían afectar a otras personas que estuvieran usando el servidor. Resulta que la libertad soñada venía acompañada de una responsabilidad abrumadora. ¿De qué me suena eso? Ahhh, ya..., de los años que fui autónoma.

Una de las grandes cargas que más me pesaban cuando trabajaba por cuenta propia era hacerlo todo sola. No había un sindicato que defendiera a trabajadores como yo frente a las condiciones injustas impuestas por los intermediarios que contrataban nuestros servicios y que acumulaban casi todo el capital de negociación. Había intentos de ello por parte de asociaciones profesionales, pero ni la ley ni las circunstancias nos permitían hacer fuerza colectiva. Cuando yo me plantaba y defendía mi posición, me encontraba como respuesta un «Los demás lo hacen más barato» por parte de clientes potenciales y el silencio por parte de los que habían sido habituales. Llegó un momento en el que la libertad de ser mi propia jefa dejó de ser tal. Los últimos meses de mi actividad empecé a ir a una psicóloga, otra vez; había recaído en la depresión.

La frase «Si quieres huir de las big tech, haz self-hosting» me empieza a sonar a «Si no te gusta tu trabajo, hazte autónomo»: falsas soluciones individuales a problemas sistémicos. Yo acabaré queriendo hacer self-hosting y sabiendo hacerlo porque soy muy friki, pero no puedes pedirle a todo el mundo que haga lo mismo, igual que no me puedes pedir que plante en mi piso todos los tomates que necesito comer al año. Porque, además, es que a día de hoy somos más de 8000 millones de personas en el mundo: ¿de verdad se puede esperar que cada una de nosotras aplique el método Juan Palomo (yo me lo guiso, yo me lo como) para la informática y para todo? ¿Hay recursos suficientes para eso?

Luego el sí... y el cómo

El caso es que el panorama tecnofeudalista actual, en el que dependemos de unos ciberterratenientes a los que pagamos mes a mes con una suscripción y/o con nuestros datos por sus infraestructuras y servicios, es desolador. Algo se podrá hacer. Y sí, se puede hacer, pero hay que salirse un poco del sistema: no se puede arreglar el capitalismo con más individualismo.

Parte del temario que es común en España a todas las FP, como la que estoy estudiando ahora, es la prevención de riesgos laborales. Resulta que en este campo se tiene clarísimo que se debe priorizar las medidas colectivas frente a las individuales. Por ejemplo, si hay riesgo de una enfermedad infecciosa tipo COVID en un espacio de trabajo cerrado, está muy bien proporcionar EPI a todos los trabajadores, pero es prioritario instalar un sistema de ventilación que evite que se concentren las bacterias o virus en ese espacio, porque es una medida mucho más eficaz.

Creo que nos iría mucho mejor como sociedad si aplicáramos esta visión colectiva a todo. La hemos perdido porque ciertos políticos se han encargado de socavar el Estado de bienestar que prometía servicios sociales a cambio de pagar impuestos y tener una clase política. Otros se encargan de que no volvamos a creer en esa promesa, teniendo como proyecto político el no tener proyecto político. Vivimos una soledad epidémica a la vez que habitamos entornos urbanos cada vez más densos, y algunos jóvenes empiezan a ver con buenos ojos la implantación de un régimen autoritario, tal vez porque ofrecería algo de certidumbre en estos tiempos inciertos. Pero somos una especie que perduró gracias a la cooperación, y, con Estado o sin él, como sociedad necesitamos volver a conectar con los demás.

Volviendo a los ejemplos que puse al principio, tal vez no puedas ser agricultor o modista a tiempo parcial, pero normalmente hay alternativas mejores a las grandes empresas promotoras de la explotación laboral y la destrucción del medioambiente. Hay cooperativas de pequeños productores, hay comercio local que prioriza ese tipo de producción al elegir proveedores, hay redes vecinales (el vecino que puede ir con el coche a comprar naranjas al productor para su familia y también para la tuya) y familiares (la prima de la que heredas ropa que ya no necesita pero a ti te viene bien). Son alternativas basadas en el apoyo mutuo y en la verdad universal de que la unión hace la fuerza. Me habría gustado formar una cooperativa con alguien de confianza cuando era traductora, porque seguro que habría sido todo más fácil, sobre todo si la otra persona hubiera tenido las habilidades comerciales de las que yo carecía, pero me faltaron contactos.

Llevado esto al plano tecnológico, he estado leyendo sobre colectivos que hacen cosas parecidas.

  • En el mundo francófono está la red CHATONS ('gatitos'), que agrupa pymes que ofrecen servicios tecnológicos basados en software de código abierto y la privacidad. Entre ellas está Nubo, una de las que más me ha llamado la atención no solo por lo original y bonito que es el diseño de su web, sino por haberse creado en forma de cooperativa: aparte de pagar por los servicios de correo y nube en sí, puedes adquirir participaciones a un precio asequible y tener voto en las decisiones. También tengo ahí a la vista para el futuro Alsace Réseau Neutre, en cuyos VPS da la opción de instalar YunoHost directamente para que te montes tus cosas sin preocuparte de cuando se te vaya la luz en casa.
  • En otros sitios de Europa tenemos colectivos como Disroot, Pub Solar y Private Coffee, que ofrecen una variedad de servicios, la mayoría gratuitos, con un modelo de financiación basado en las donaciones.
  • Otros son de pago 100 %, pero el precio se mantiene bajo gracias al carácter voluntario del trabajo de gestión y mantenimiento o al reparto de los costes. Es el caso de la comunidad de Lectura Social, en cuya instancia de WriteFreely se aloja este blog y que recibe el apoyo técnico de Cuates, o del grupo autogestionado Anartist.
  • Hay proveedores como Maadix que no ofrecen esos espacios directamente, pero sí facilitan su creación.

Así pues, y para concluir, tenemos varias opciones para depender menos de las grandes tecnológicas:

  • Self-hosting, pero en grupo. Si tienes la capacidad técnica de alojar recursos informáticos propios, no te la quedes pa ti: que lo que te montes sea para un grupo de amigos o familiares, y así de paso se reparten los costes. Seguro que a tus padres no les da tanta pereza usar XMPP en vez de WhatsApp si se lo dejas tú hecho.
  • Pymes y cooperativas. Puede ser un proyecto de emprendimiento difícil porque los consumidores en general nos hemos acostumbrado a no pagar por el correo+nube básico ni por las redes sociales (a pesar del consabido «si es gratis, el producto eres tú»), pero dados los escándalos mediáticos que evidencian los intentos de eliminar nuestra privacidad creo que se puede ir creando conciencia, o por lo menos llegar a un público concreto (el usuario medio de Mastodon, vamos). Como consumidor, intenta dar preferencia a este tipo de proyectos frente a Google y compañía.
  • Colectivos sin ánimo de lucro más formales o menos. Una asociación con toda la parafernalia jurídica y fiscal, que es un rollo, pero da legitimidad para recibir subvenciones y con eso ampliar los servicios o contribuir a proyectos de código abierto, o simplemente una web con un Ko-fi para las donaciones.
  • El mal menor. Por ejemplo, si usas la nube de una big tech, que sea solo para aquello que te merezca la pena y evitando subir datos sensibles, o cifra tus archivos con Cryptomator para hacerles la peineta y que no puedan hacer nada con ellos.

Dicho esto, quiero que quede algo muy claro: si por tus circunstancias no puedes recurrir a alternativas más éticas, te pido que no te castigues. No puedes hacerlo todo, ni tienes por qué. No es lo natural, aunque nos hayan intentado convencer de lo contrario.

Enlaces relacionados


#informática #SelfHosting #BigTech

 
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Identitarisme

Aquells que menystenen l'“identitarisme” i posen per damunt la lluita de classe, no saben que les identitats de les quals parlen són corporalitats, i que l'opressió de classe es fonamenta en l’opressió de cossos. No entenen que la matriu colonial es nodreix de la destrucció corporal. Ens fan treballar fins a l’extenuació i no ens deixen fruir de la nostra corporalitat. Només qui viu una corporalitat normativa i s’aferra al seu ridícul privilegi no entén això.

 
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from LaCar

Aliment Trans/No binari

El meu esperit trans/no binari s’alimenta de solidaritat amb altres opressions. Em lliuro a la interseccionalitat que demano per a mi. El meu queer es fa fort quan lluito amb germanis racialitzadis, quan lluito contra lleis de migració, quan lluito pels drets de treballadoris de la llar. M’allunyo de mi mateixa i em llevo importància. Això m’enforteix davant de l’enemic. Soc part d’una matriu revolucionària. Les meves lluites es nodreixen d’altres tan importants com la meva.

 
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from Lo necesario imposible

Lo primero los falsos dilemas morales, esas exposiciones de supuestos atolladeros en los que se pone en jaque toda nuestra forma de vivir sin mencionar siquiera que lo nuestro no tiene que ser lo mejor y lo único. Cuidarse hoy es desertar de la carrera constante, de la presencia espectral en todos los sitios. Ayudarnos a descreer de la solidez de lo que dice venir a solucionarte la vida y que no es más que toneladas de pladur, discursos regurgitados y cinismo ilustrado para que no nos salgamos de nuestro papel de bestia de carga fungible.

Cuidarse es huir de las gentes, lugares, tiempos y discursos que nos quieren mantener rígidos y timoratos, convencernos de que nada hay fuera, solo monstruos.

Me quedo con el meme de tirar para el bosque, perderse en él y convertirnos precisamente en esos monstruos con los que pretenden aplacar nuestra curiosidad y la evidencia de que la realidad ha saltado por los aires.

OMELAS

en la labor de abandonar los terrenos baldíos repletos de escorzos sobrevive un miedo ancestro a tomar el camino equivocado

pero no perdemos el rostro sino la costra cuando dejamos Omelas atrás sus calles pulidas de oro promesas fanfarrias confeti pan que cruje de vida no hay resta en desertar de lo muy feliz que se aferra al cielo con tensores de espuma de la sospecha hueso quiste vómito sin sendero alivio huir del sótano donde se tortura al único corazón noble no es una derrota

por mucho que te escueza la historia de la costumbre sobre la piel mansa y ciudadana no se malgasta la existencia si es espectro sostenido por la ley de servidumbre

nada queda en las ciudades perfectas para aquel que descubre la catacumba y contempla con su propio pecho el horror que da cuerda a la alegría en superficie

la vida comienza en el desierto en el casi en la punta en la intuición que se escurre por la barbilla en la gota que retumba contra el suelo del primer refugio sin condiciones

en el regazo que no comprende se dibuja benévola la loma que nos muestra todas las direcciones posibles

por la puerta trasera sin prestigio en silencio portando los carteles asignados por las lenguas que se quedan ratas rotos renegados

desertar de la masacre creer en dioses sin fama saborear el aire que aún no ha sido mancillado por traiciones


#poesía #revisiones

 
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from LaCar

Nosaltres al menys sabem el que no som.

És molt important que les persones trans o no binàries no li donem massa importància a la ignorància de la gent que ens tracta de forma indeguda. Ningú sap el que és, nosaltres almenys sabem el què no som, perquè el món és una infinitud de maneres de ser i la societat blanca colonial capitalista heteropatriarcal només té nom per a algunes maneres de ser, i fins i tot d’aquestes maneres la majoria són una impostura sense cap autenticitat.

 
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from LaCar

A la nació que construirem.

A la nació que construirem, per aconseguir i mantenir la ciutadania, S'EXIGIRÀ amb rigor un examen periòdic de compassió, un altre d'empatia, un d'honestedat i un altre d'amor al proïsme. No importarà si l'aplicant és d'un lloc geogràfic o d'un altre, ni quina llengua parli, ni el gènere, ni el sexe, ni la religió, ni moltes coses més.

 
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from Retales, por @editora


Estos últimos días Marcos (@euklidiadas), ha estado publicando en su cuenta de Mastodon varios hilos interesantísimos sobre infancia, urbanismo y relaciones vecinales. Como su contenido tiene Licencia CC BY 4.0 recopilo aquí uno de ellos en formato post, a modo de archivo, para que no se pierda en el timeline de Mastodon.

Otro de esos hilos está recopilado en un post de otro blog: La gran perdedora


«Prohibido jugar»

Autor: @euklidiadas@masto.es Toot original: https://masto.es/@euklidiadas/114937516232897902 Fecha: 29 de julio de 2025

Las plazas están repletas de carteles de “PROHIBIDO JUGAR”, no se puede correr por las áreas peatonales y las pocas aceras de que disponíamos en las que la estancia era viable han sido transformadas en terrazas donde no poder estar si no se consume.

Lo más curioso es que, al mismo tiempo que sabemos que aquellas familias que permiten jugar a sus niños y niñas en la calle se sienten más conectados a sus vecinos y vecinas —un tipo de resiliencia que ha caracterizado los asentamientos humanos desde nuestros primeros intentos por convivir colaborando— estamos creando sociedades individualistas y completamente fraccionadas.

Algo tan básico como permitir el juego infantil en una plaza puede ser el primer ladrillo con el que erigir la ciudad de los cuidados. Y es que tiene sentido trabajar por tejer estas redes. Si un día mi vecina me llama y me pide que me haga cargo de su pequeña, mi respuesta será afirmativa. Compartimos pasillo, comidas, consejos domésticos y movilidad en bicicleta por la ciudad y nos llevamos muy bien, gracias en parte a que ambos hogares hemos propiciado encuentros que apuntalan estos lazos supra-familiares.

Históricamente, no ha existido problema con dejar a los hijos e hijas de varias familias a cargo de un responsable provisonal que podía ser un vecino, un familiar o algún otro progenitor del bloque, del barrio o del colegio. Es más, algunas de las personas que leéis esto recordaréis haber pasado tiempo a cargo de algún tendero de barrio con el que vuestra familia tenía buena relación. Esta forma de confianza se ha erosionado durante las últimas décadas, en parte derivado de la falta de espacios comunes en los que hacer vida, de terceros lugares adaptados a todas las edades y capacidades, y con su desgaste hemos perdido la capacidad de tejer lazos entre vecinos y vecinas.

Recuperar los espacios de juego libre y no reglado en nuestros barrios no es la panacea, pero es sin lugar a duda uno de los puntos de acción más importantes. Y eso exige tirar algunas vallas, plantar algunas sombras, invertir en columpios abiertos que no obliguen a determinado tipo de juego específico, recuperar espacio destinado a estacionamiento, y fomentar la estancia multigeneracional, entre otros elementos.

Esta última propuesta es probablemente la más significativa cuando se analiza el espacio público destinado al ocio sin pagar. Disponemos de parques infantiles vallados de todo lo demás, de elementos para ejercitar a la tercera edad completamente aislados del resto de actividades (y a menudo bajo el yugo de los elementos, que también hay que señalar esto), de parques de calistenia para deportistas que no se tocan ni con las áreas infantiles ni con las áreas para mayores, de plazas en las que el juego está prohibido, de entornos con bancos en los que ninguna de las otras actividades se permite.

Hemos diseñado un tipo de urbanismo que fragmenta actividades por diseño, ¿y nos sorprende que nos estemos volviendo más individualistas? Tenemos canchas deportivas con canastas y porterías pero sin apenas gradas desde las que mirar, haciendo difícil que quienes no quieran participar del juego activo puedan acompañar de otros modos. Hacer deporte al lado del juego infantil de tu hijo o hija es prácticamente imposible, participar en su juego de forma activa también es difícil. Los abuelos y las abuelas no pueden pedalear sentados en sus asientos adaptados mientras cuidan de sus nietos y nietas porque ambas actividades están completamente separadas. Es difícil acudir a leer a un parque con tus padres mayores porque allí donde ellos tienen equipación para el ejercicio ligero no hay bancos, ni siquiera un arenero infantil.

Lo que sí tenemos es individualismo por diseño: o juega el pequeño, o juegas tú, o juegan tus padres, pero nada de actividades multigeneracionales, nada de hablar con cualquier otro colectivo y, si me apuras, con ninguna otra persona. Hasta los bancos para familiares se ubican alejados unos de otros, haciendo más difícil todavía cualquier tipo de conversación intrascendente sobre el tiempo, semilla a su vez de futuras amistades de barrio.

El juego no es simplemente un momento de ocio y esparcimiento; es un laboratorio fundamental para el desarrollo de la libertad y la experimentación social. Cuando los niños y niñas juegan, no solo ocupan el espacio y manipulan objetos de formas innovadoras, sino que también forjan sus propias normas, las negocian y debaten entre ellos. Se asignan roles, exploran los límites de la autoridad y ponen a prueba nociones elementales de justicia.

(Gracias, @JanaDelBosco por las palabras que te robo)

En otras palabras, el juego trasciende la mera creación de amistades e historias; es una inmersión profunda en el tejido mismo de la socialidad que incluye incluye pelotas que ruedan fuera de las lindes de un campo imaginario, conversaciones aleatorias e inesperadas con transeúntes, manipulación y movimiento de objetos. Sin embargo, esta valiosa oportunidad de aprendizaje se ve sesgada cuando la presencia constante de los adultos y sus dictados sobre lo que se debe hacer o lo que es justo, cercenan un espacio crucial para el desarrollo de la creatividad, la autonomía y la socialidad infantil.

La intervención excesiva, aunque bienintencionada, priva a los más pequeños de la posibilidad de experimentar por sí mismos con las complejidades de la interacción humana y de construir sus propias herramientas para navegar el mundo social.

 
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