Mi perra vida temporada 2025, episodio 18.
from Mi perra vida
Cuento – La ilegal privacidad
La ilegal privacidad
La red de seguridad infantil tenía confirmación absoluta. Las actividades que realizaban los niños, no sólo eran sospechosamente inusuales, podrían ser consideradas una amenaza a la seguridad, e incluso actividades delictivas.
Un descuido -voy tarde, pero si llego-, fue el que permitió identificar al resto de los niños de la banda, así que sólo fue cuestión de segundos, para focalizarse en la actividad de cada uno de los destinatarios de ese mensaje, para comenzar a recabar los datos de actividad que pasaban por sus teléfonos celulares, fotos, mensajes, correos, datos de geolocalización, variables de salud y biométricas, historial de navegación. Incluso lo que habían borrado hace años, que en las letras pequeñas de las condiciones de uso de los múltiples dispositivos digitales, escondido entre la burocracia del lenguaje, les obligaban a perder su derecho al olvido, todo se almacenaría y utilizaría para los fines que mejor consideran las corporaciones que almacenaban esas toneladas de información.
Es por eso que cuanto este río de datos que corría de la noche a la mañana se detuvo, el sistema de monitoreo lanzó la primera alerta individual. El caso índice fue Carlos, un niño de quince años, súbitamente su teléfono dejó de enviar datos, los registros indicaban que tenía 82% de batería, la cobertura de red celular era de 93%, el acelerómetro y giroscopio no indicaban señales de una caída, los datos de geolocalización habían sido desactivados, pero la triangulación de las torres de telefonía permitían ubicarlo en el interior de un centro comercial, con una precisión de doce metros, los registros de la cámara y micrófonos confirmaban el punto donde Carlos había dejado de transmitir datos.
El análisis de comportamiento después de retornar de ese vacío de información, sólo indicaba una reducción en el consumo de redes sociales en 6.8% con respecto a la media, rango permisible por el sistema, aunque visto en retrospectiva, inusual en él; también tuvo menos interacciones por el mensajero con Susana, Leonardo y Luis, que normalmente se seguían viendo en la escuela, centros comerciales y salas de juegos. El día que Carlos dejó de transmitir datos, se escribieron en promedio 13% menos mensajes en las dos horas precedentes. El agujero de información duraba sistemáticamente veintiún minutos, después de ese tiempo se observaba una frecuencia cardíaca inusualmente alta, considerando la temperatura ambiental y la velocidad de desplazamiento.
La siguiente fue Susana, quien inesperadamente se encontró con Carlos en el centro comercial a las dos semanas del caso índice. No se logró determinar el mecanismo a través del cual se pusieron de acuerdo, lo tuvieron que haber concretado en persona, sin teléfonos u otros medios de captura como cámaras o audífonos de otros dispositivos cercanos. La teoría más plausible era la alberca, en la que los implicados se reunían dos veces por semana. Unas instalaciones muy lujosas, que paradójicamente, no contaban con sistemas de vídeo-vigilancia, ya que sus padres demandaron a la empresa de seguridad, por la filtración de vídeos de sus hijos, que fueron utilizados por redes de pedófilos, haciendo circular imágenes modificadas por IA, así sus múltiples abogados lograron retirar los sistemas de vigilancia. Las transmisiones de audio desde los teléfonos en los vestidores, a pesar de su gran alcance, sólo permitían identificar susurros, risas y el chapoteo del agua.
Leonardo y Luis eran hermanos, los más difíciles de investigar, rebeldes y descuidados, con tendencias peligrosas a la desobediencia, por lo tanto a olvidar sus teléfonos celulares en cualquier lado, a pesar de los regaños de sus padres, o a romper con excesiva frecuencia sus relojes, anillos y dispositivos de monitoreo, así que solo el empleo de medios públicos de vigilancia se usaron para mostrar que unos días después de que Susana se uniera a Carlos, ellos también se encontraban en el centro comercial, y se pierden entre el laberinto de cámaras.
Lo cierto es que jamás se les vio juntos, hasta el día en que, Susana accidentalmente mandó el mensaje, entonces en pocos minutos la IA logró unir los puntos.
En los días siguientes se remitió la orden para colocar cámaras en uno los contenedores de basura del sótano del centro comercial, que al dejar de usarlos con el cambio de compañía recolectora, consideraron que no era necesario vigilarlo. Pero ahora parecía indispensable llenar ese hueco de información, ese espacio de ilegal privacidad.
Las imágenes y grabaciones era contundentes, siempre, diez minutos antes de que llegaran los niños, un indigente irreconocible para los sistemas de registro biométrico, uno más de esos pordioseros, que no hacían nada por el sistema, es decir no podían comprar nada, y apenas vivían de lo que mendigaban, ese hombre desgarbado llegaba y acomodaba unos almohadones sucios en el suelo, mientras hojeaba, lo que tuvieron que confirmar todas las videocámaras, un libro de papel.
Ese dispositivo, se había proscrito de manera comercial hace décadas, y bajo limitados permisos se podía acceder a alguno de ellos, para motivos de investigación. La gran mayoría fueron destruidos, dijeron para ser reciclados, ya que varios lustros atrás se consideraron el origen de la destrucción de los bosques, así se convenció a la sociedad de que, los libros digitales eran la opción más ecológica. De este modo la IA podía controlar las licencias de uso de los libros permitidos, establecer patrones de comportamiento, conociendo gustos, velocidad de lectura, párrafos subrayados y comentarios ad hoc en redes sociales.
En este caso el libro que el pordiosero les leía en voz alta, apenas se acomodaban en el piso, era uno de los muchos libros prohibidos, Momo de Michael Ende, vetado para todas las edades, ya que atentaba contra la seguridad nacional. Esta anacrónica lectura en voz alta se confirmó un par de semanas consecutivas, así que se tenía que ejercer la ley, la ley de la IA.
El análisis de casos similares les habían demostrado que, llevar esta falta ante los tribunales sólo atraía ruido digital difícil de contener, y por lo general aunque el veredicto era culpable y la condena implacable, en pocas semanas brotaban nuevos movimientos, inspirados en los insurrectos.
Lo mejor era utilizar los mecanismos digitales para desmembrar a la banda, en especial porque los blancos eran susceptibles de ser neutralizados.
El caso más simple fue el de Leonardo y Luis, una noche mientras su padre tomaba una ducha, accidentalmente se desbloqueó el teléfono que había dejado en el tocador, cuando su madre preparaba la cama para dormir, y leyó los detallados mensajes que delataban una relación extra-marital. No acudieron a las reuniones en el centro comercial, sus padres se enfrascaron en un litigio que los llevó al divorcio, a quedarse cada un con un hijo, mudándose otro estado, hasta que volvieron a verse treinta años después para el sepelio de su madre, su padre murió de cáncer años antes, solo en el hospital.
Susana que siempre había demostrado superioridad en el colegio, comenzó a fallar en todas las pruebas, a pesar de estudiar más, y ser en extremo cuidadosa al marcar las respuestas en la tableta digital de la escuela, reprobaba asignatura tras asignatura, hasta que abandonó los estudios y buscó un empleo de dieciocho horas en un centro de entrega de paquetes.
A las pocas semanas de que la IA detectara la ilegal lectura, en el vecindario de Carlos, los colonos comenzaron a ver vídeos en sus redes sociales donde Carlos se besaba con varios hombres mayores, que tras una larga demanda por difamación a un grupo de pederastas, lograron documentar que eran falsos. Sin embargo, una noche tomó el frasco de pastillas para dormir de su madre y se suicido.
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