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Historia de personaje para el juego de rol Cazador: la venganza. #historiadepersonaje #cazadorlavenganza #garretgrey

La filosofía que siempre ha regido mi vida ha sido la de los procedimientos de laboratorio con sus pasos a seguir. Un sistema estructurado, organizado y testeado para obtener los resultados de forma eficiente. La lógica dicta que si haces A y después B, llegas a C.

No puedo decir que mi vida haya sido mala, estudié química, trabajé algunos años en laboratorios farmacéuticos y lo dejé para mudarme con mi mujer a un pueblo sencillo y tranquilo donde mi curriculum y un carta de recomendación me consiguieron un puesto como docente. Siempre he pagado mis impuestos, he respetado la vida de los demás y he procurado ser justo con mis alumnos, ni favoritismos ni zancadillas.

Hasta que el maldito mundo empezó a caérseme encima a pedazos.

Gabriel, mi hijo de 8 años, desarrolló una enfermedad que sólo se dá en un sujeto de cada 4 millones, nuestros ahorros se fueron en intentar darle una vida lo más normal posible.

Un día Barbara, mi mujer, me dijo que estaba teniendo nauseas matutinas desde un par de semanas atrás. Ella, que siempre había sido un ejemplo de buena salud, que nunca se había mareado en el coche ni en la feria. Un test después descubrimos que ibamos a volver a ser padres y, que Dios me perdone, en mi cabeza se instaló una pregunta en letras gigantescas: ¿cómo ibamos a salir adelante?

Bueno, las cosas no pintaban bien al haber tenido que rehipotecar la casa para pagar los tratamientos de Gabriel pero si conseguía algún trabajo extra para complementar mi sueldo de profesor podríamos ver luz en el túnel.

Qué ingenuo.

Todavía quedaba otro pedazo más que tenía que caérseme encima... y caérseme con una C bien gorda.

No era suficiente estar ahogado económicamente con una familia dependiendo de mi, que ahora también tenía algo dentro que quería destruirme. Al menos parecía que de momento no era excesivamente grande pero estaba en una zona del cerebro que podría propiciar que su expansión. El tratamiento inicial de pastillas tenía una posibilidad de detener el crecimiento, no me iba a curar pero me iba a hacer ganar algo de tiempo. Tenía que aprovecharlo. Tenía que dejar a mi familia protegida. Tenía que asegurarme que iban a estar cubiertos cuando yo faltase.

Lo curioso de ser un profesor justo era que a veces consiguía algo de respeto de parte los que otros consideraban “los peores alumnos”. Se debía a que era el primero que les trata igual que al resto y no pasaba de ellos porque “no valían y no merecían perder el tiempo en enseñarles”.

Jimmy Buganovski, “Buggi” para sus amigos, se sorprendió cuando le abordé en el aparcamiento detrás del instituto porque necesitaba hablar con él. Puso cara de preocupación al decirle que sabía que pasaba droga, puede que se temiese que lo denunciara a las autoridades. Finalmente se estuvo riendo varios minutos al explicarle, en voz baja aunque no había nadie en más de 100 metros a la redonda, que quería que moviese algo que había hecho yo.

Cuando se le pasó la risa y vió el material, después de que se me cayese al suelo por los nervios y la enorme cantidad de sudor que estaba segregando, al principio se negó. Me dijo que me respetaba y que no debería meterme en esos temas, que yo era un buen hombre, integro y que no debía mancharme con esas cosas.

Le expliqué un poco mi situación y el bueno de Buggi dijo que haría lo que pudiese por ayudarme. Dos días después vino a buscarme en cuanto pisé el aparcamiento. La droga que yo había cocinado era “la ostia”, según sus palabras explícitas, y quería más. Toda la que pudiese prepararle.

Durante algunas semanas Buggi movió lo que yo preparaba, pequeñas cantidades, no podía hacer demasiado ya que estaba limitado al equipamiento de reserva del instituto y a los materiales que podía costearme con el poco dinero del que podía disponer. El dinero iba llegando y cuando parecía que podría realmente llegar a algo Buggi desapareció.

Pasé dos semanas sin saber nada de él, llamé a su casa en varias ocasiones pero sólo me decían que estaba indispuesto y que no podía hablar con él. Hasta que un día apareció junto a mi coche cuando me iba a casa. Estaba demacrado, tenía ojeras oscuras y profundas y cicatrices recientes en la cara que aún estaban en proceso de cerrarse.

— ¿Señor G, tiene material para volver a ponernos en marcha? — Fueron sus primeras palabras.

Buggi me contó que le habían pillado unos pandilleros vendiendo en su zona y casi lo matan a golpes. Le habían robado la última remesa y tras probarla le habían dicho que querían a su proveedor. Pero Buggi no me delató. Cuando se convencieron de que no iban a conseguir nada matándolo le ofrecieron un trato: ellos prepararían un laboratorio, yo cocinaría la droga y me pagarían por el trabajo. Buggi podría seguir con sus trapicheos pero sólo en las zonas que ellos le permitiesen.

Al principio todo iba bien, en unas semanas hice bastante dinero para ir cubriendo los tratamientos de Gabriel y las facturas médicas de Barbara. Una noche estaba trabajando en el laboratorio clandestino cuando se me acercaron un par de los miembros de la banda. Me dijeron que los enviaba “el jefe” y que quería conocerme.

Los acompañé hasta una habitación que bien podía pasar por un salón bastante acogedor con un sofá un poco pasado de moda flanqueado por dos butacones de grandes orejas. En uno de los butacones había una bolsa de deporte llena de fajos de billetes atados con gomas elásticas, la recaudación de la semana según había oído hablar a los pandilleros.

En el otro butacón estaba más tirada que sentada una chica de rasgos latinos. Apenas tendría 19 ó 20 años y en su brazo extendido, así como en el interior de su muslo, enseguida reconocí los pinchazos de una adicción muy fea que le iba arruinar la vida si no lo había hecho ya. Una adicción a algo parecido a aquello que mis manos estaban elaborando apenas unos minutos antes.

Aparté la mirada de la chica con una punzada de remordimiento. Noté como la sangre me subía por la cara, se me hinchaban los lagrimales y se me humedecían los ojos. Mi cerebro disparó las alarmas, si me iba a plantar cara a cara con un jefe pandillero no podía hacerlo en ese estado o se me iba a comer vivo.

Fingí una tos repentina, me doblé sobre mi mismo y me giré hacia atrás dándole la espalda al sujeto sentado en el sofá. Como un minuto después me reincorporé, me limpie la boca con un pañuelo y respiré hondo. Mientras me volvía hacía el individuo al que tenía que conocer mis ojos pasaron sobre la chica de nuevo y pude ver un tatuaje que le recorría el muslo. El tatuaje era un nombre de mujer tipicamente hispano, algo como Mercedes o Maria Dolores, no lo recuerdo bien. Estaba escrito en esas letras muy elaboradas con rúbrica y plagadas de líneas curvas.

Pero juraría por lo más sagrado que la tinta de las letras empezó a moverse bajo la piel morena y recompuso un mensaje:

“ES UN MONSTRUO. MÍRALE”

Entonces puse mis ojos sobre el jefe de la banda, debajo del pañuelo que llevaba en la cabeza la carne de su cara estaba consumida y putrefacta. Bajo sus mejillas podía ver perfectamente los músculos maxilofaciales y sus caninos parecían hiperdesarrollados además de estar manchados con restos recientes de sangre. Mi cerebro ató cabos instantánemente y comprendí que los pinchazos en el brazo de la chica sí eran de jeringuilla pero los del muslo estaban perfectamente alineados por pares...

“¡Mierda! ¡Mierda ¡Mierda! ¡Mierda! ¿Dónde me he metido? Esto no puede ser real. ¿Qué demonios estoy viendo?”

Mi cuerpo estaba bloqueado, sentía las sienes palpitarme como furiosos tambores de guerra, cada poro de mi piel empezó a exudar un sudor frío como nitrógeno líquido.

Esa criatura sentada en el sofá parecía relajada, segura de sí misma, confiada. Al fin y al cabo estaba en su guarida, en su terreno, donde tenía ventaja. Hizo un movimiento brusco, un latigazo de su cuello adelantando la nariz y olfateando el aire.

Por el rabillo del ojo busqué la posición de mis dos escoltas, no dieron señal alguna de estar viendo lo mismo que yo. También me percaté de que no tenían armas en las manos aunque no las tendrían muy lejos. Uno de ellos estaba liando un cigarro y el otro miraba las piernas de la chica tirada en la butaca, sus pantalones eran tan cortos que bien podría haber estado en ropa interior.

— Profesor Grey, al fin le conozco, yo soy Alejandro Torres. Me dicen mis chicos que su material es de calidad y nos está haciendo ganar bastante dinero. Quería darle las gracias personalmente. — No ocultaba su acento latino, hablaba con una voz suave, un poco silbante y algo melosa, el tipo de voz que se utiliza para calmar a un niño o engatusarlo para que se tome el jarabe aunque sepa a rayos. — Le noto nervioso, profesor. ¿Se encuentra bien? ¿Está indispuesto, quizá?

— Bue… bueno... esta reunión ha… ha surgido tan de repente… he pensado que igual había… algún problema... — acerté a tartamudear.

El olor a muerte llenaba el aire, podía sentir la bilis burbujeando en mi estómago y las contracciones del esófago previas a las náuseas empezando a formarse en mi interior. “Concéntrate, no hagas que te maten.”

— Profesor Grey, no hay ningún problema, estamos encantados de contar con su colaboración.

La chica soltó un gemido y su cabeza cayó hacia delante, un hilo de baba blanquecina resbaló por sus labios y se descolgó hasta su ombligo para deslizarse por el piercing de bola de colores psicodélicos que llevaba.

Entonces volvió a suceder.

La chica tenía otro tatuaje asomando por encima de su corto top, le subía desde el pecho hasta el hombro, aunque no podía verlo entero eran una líneas de texto. Igual que antes la tinta empezó a moverse bajo su piel formando nuevas palabras.

“MÍRALE. CONOCE SU SECRETO”

Y lo supe.

El muy cabrón se alimentaba de chicas jóvenes como esa pero antes las drogaba. Necesitaba que la droga estuviese en el torrente sanguíneo de su víctima para poder sentir él los efectos al absorberla, era la única forma en que conseguía sustentarse. La única forma de consumir la droga experimentando sus efectos. Si no lo hacía así experimentaba el síndrome de abstinencia y en alguien como él eso era algo muy peligroso.

No tuve los arrestos para hacer algo ahí mismo, nunca he sido lo que se dice un hombre de acción pero un resorte había saltado en mi cerebro y tenía la convicción de que iba a hacer algo al respecto. Aunque no entendía cómo había sabido cual era la debilidad de ese engendro, el conocimiento había venido a mí repentinamente. Había aparecido en mi pensamiento como una idea que se te ocurre de pronto. El origen de ese saber era tan extraño como los mensajes en los tatuajes de la chica. Y al mismo tiempo ambas cosas me parecían normales.

Seguí con mi trabajo pero empecé a hacer algunas pruebas durante las siguientes semanas, pequeños cambios en la fórmula que hacían que el efecto durase menos, fuese más suave o más sedante. A través de los comentarios de los matones que solían estar con Alejandro seguía los resultados de cómo afectaban esos cambios de composición a la dieta del monstruo.

Hasta que un día llegó mi oportunidad, los matones de Alejandro no tenían tabaco y les ofrecí unos cigarros que previamente había impregnado con un sedante que reaccionaría a la combustión. No me costó descubrir quién sería la chica de la que se alimentaría Alejandro y bajo una conversación casual aproveché para proveerla de unos chicles inoculados con un compuesto que retrasaría los efectos de la droga. Al menos podría darle una oportunidad de salir corriendo y escapar. No creía que fuese a poder hacer mucho más por ella y para aquel entonces aceptaba cualquier descargo de conciencia que pudiese tener.

Cada vez que Alejandro se disponía a alimentarse mandaba a sus matones a fumar para tener algo de intimidad. Cuando ellos salieron y encendieron los cigarros aderezados esperé unos minutos para que el narcótico pudiese hacer su efecto. Después me escabullí del laboratorio hacia la habitación de ese engendro.

No tardé en escuchar sus convulsiones y gemidos de dolor, me asomé con cuidado a la puerta y lo ví en el suelo retorciéndose en agonía. La bolsa del dinero en un butacón y la chica tirada contra el rincón del fondo de la habitación, desmadejada, con el cuello partido en un ángulo antinatural, apoyado en la pared y las piernas dobladas en una pose de dibujo animado.

No podía hacer nada por ella así que reprimí una nausea y seguí con el resto del plan. Fuí hasta el butacón, cerré la bolsa de deporte y me la cargué al hombro. En ese momento una imagen de Alejandro incorporándose y sacando una pistola para apuntarme apareció en mi cabeza, como si estuviese viendo el negativo de una fotografía que ocupase toda mi visión.

Me giré para encontrarme esa misma imagen delante de mí, apenas a un metro el cañón de la pistola de ese monstruo apuntaba a mi cuerpo desde una altura de unos 30 centímetros desde el suelo. No hacía falta ser profesor ni saber mucho de trigonometría o anatomía para tener claro que una bala entrando en ese ángulo podía causar un estropicio horroroso a mis órganos internos.

— ¡AÚN NO! — acerté a gritar, no podía morir todavía, ahora que estaba tan cerca, con este dinero mi familia podría tener una vida digna incluso sin mí.

Mientras gritaba y ya me daba por muerto mis ojos se negaron a cerrarse. Ví la detonación en el cañón del arma y también cómo la bala se desviaba describiendo un ángulo de casi 90 grados. No daba crédito a lo que acababa de suceder.

La adrenalina burbujeaba en mi y me hizo alzar la pierna para encajarle una patada en la mano a ese bastardo. Acto seguido le ví retorcerse de nuevo sobre sí mismo en clara agonía.

Torpemente dejé caer al suelo la bolsa de deporte y me lancé sobre la pistola que había ido detrás del sofá, la recogí y me giré hacia Alejandro.

No estaba ahí.

Era imposible, se estaba retorciendo de dolor, ¿donde se había ido tan rápido?

De nuevo una imagen se superpuso a mi visión, como algo que ya hubiese vivido, ese maldito monstruo caía encima de mi desde el techo. Levante la mirada y ahí estaba, con los dedos clavados en el techo y a punto de dejarse caer sobre mi. Tuve el tiempo justo de levantar la pistola y descerrajarle un tiro directo a la cara. Su cuerpo giró sobre sí mismo y pude oir el inconfundible crujido de huesos de su espalda al estamparse contra el suelo con un agujero sangrante donde antes tenía la cara.

Me aparte un paso y miré a los lados. Me acerqué de nuevo. Le disparé otra vez. A través de la sien. Desparramando sus sesos por el suelo.

En las películas de zombis que Gabriel siempre quería ver lo recomendaban.

Disparé una tercera vez. Por asegurarme.

Me metí la pistola al bolsillo, cogí la bolsa de deporte y bajé al laboratorio trastabillando por las escaleras. Había dejado todo preparado antes de subir. Salí por la puerta, arrastre dentro a los dos matones dormidos y me hice con las cerillas de uno de ellos. Volví a mi mesa, encendí el mechero bunsen y antes de salir volví a abrir la llave del gas. Era innecesario, como mucho una excusa secundaria, lo realmente explosivo y que reaccionaría primero eran los compuestos químicos sobre el mechero de laboratorio pero lo hice de todas formas.

Al día siguiente los periódicos se hacían eco de la explosión en un laboratorio de droga mientras yo empecé a planear cómo iba a gestionar el dinero que tenía en la bolsa de deporte.

 
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from SoleDev en Mastodon

Michelle tiene capacidades de ectomante aunque de momento sólo ha conseguido tratar con espíritus. #historiadepersonaje #thedresdenfiles

Despertar semidesnuda sobre una mesa de billar con varias personas alrededor en similar o mayor grado de desnudez asusta bastante. Añadirle un lacerante dolor de cabeza y una laguna total desde unas 16 horas antes, lo hace peor. Encontrar el lavabo, despejarte y descubrir que conoces la fraternidad donde estás y sabes volver a casa ayuda un poco.

Ya me ha sucedido antes y sé que es uno de los precios que tengo que pagar por su ayuda. Empiezo a maldecirme a mi misma por haber caido otra vez pero una punzada en el cerebro me hace dejar el autoflagelo para más tarde, al menos hasta después del segundo café.

La primera vez que me ví en una situación así fue en el primer examen de la universidad. Acababa de cumplir los 18, me había emocionado de más celebrando y tenía la certeza de que no había estudiado lo suficiente. Tuve un ataque de ansiedad delante de la hoja del examen y sin darme cuenta empecé a rezar todo lo que recordaba haber escuchado a mi abuelita cuando era pequeña. Pedí ayuda a Papa Legba, a los loa y a quien pudiera estar escuchando.

Ahí tuve mi primera laguna.

Desperté poco después de amanecer, en las cocinas de la cafetería de la universidad, rodeada de restos de comida y cubierta de migas, trozos y manchas de distintas salsas. Una semana después publicarían los resultados del examen y tendría un aprobado con nota.

Al volver a mi habitación desde la cafetería apenas tuve tiempo de cerrar la puerta y ya estaba sonando mi teléfono. Era mi abuelita, Mambo Sallie, llamándome desde una cabina en la estación de autobuses. Se me había olvidado completamente que venía a verme ese mismo día, así que me duché a toda prisa y fuí a buscarla.

Cuando estabamos sentadas tranquilas tomando una infusión le conté lo que había sucedido y su primera reacción fue encogerse y empezar a gimotear y lloriquear soltando una retahíla en su haitíano materno. La segunda reacción fue atizarme con el bolso en la cara.

Unos momentos después respiró hondo, se calmó y me dijo que ya había presentido que yo había hecho algo que me iba a poner en peligro. Me explicó que yo había rezado a Papa Legba pero que él no siempre respondía y menos a una creyente tan poco asídua como yo. Seguido me dijo que seguramente había conseguido llamar la atención de algún loa del intelecto que no dejó pasar la oportunidad de venir en mi ayuda para antes o después reclamar su pago.

No le conté que ese pagó ya lo había hecho y por eso estaba reprimiendo las nauseas ante cualquier olor a comida.

Mambo Sallie me había hablado cuando era niña de los espíritus vudú pero al crecer yo había pasado a pensar que eran sólo cuentos de viejas. Cómo no iba a saber yo, una universitaria, más que ella que se había criado con esa mitología para enseñar lecciones a los niños en forma de cuentos.

Por eso en mi momento de desesperación nunca hubiese esperado que un loa fuese a venir a mi, asistirme y después cobrarme un precio que no fuí consciente ni de negociar. Había accedido a prestarle mi cuerpo físico hasta el siguiente amanecer. Sin condiciones.

El que vino en mi ayuda tenía fascinación por la sensación humana del gusto, algo que no podía experimentar por sí mismo. De ahí el atracón de comida que me tuvo con dolor de estómago casi una semana.

Finalmente, Sallie me llevó a hacerme el tatuaje de un veve, un símbolo religioso, que permitiría atar a mi lo que llamó una sombra de Kalfu, un espíritu menor que me protegería y me ayudaría a manejar al resto de loa que iban a empezar a rondarme.

 
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from Mi perra vida

Relato – Buscando setas | Poema – ¿Cuántas veces quisimos escalar esa montaña? – Claudia Magliano | Reseña – La Seta del Fin del Mundo – Anna Lowenhaupt Tsing | Frase Robada – P. Halliwell | Bonus track

Buscando setas

Hace unas semanas escribí un relato distópico, acerca de cómo se buscaba lucrar con todo, monetizar incluso las desgracias, y así se creaba un turismo de los incendios forestales. Esto debido a que, hace unas semanas, cuando el calor calaba profundo en la tierra, hubo incendios en toda la región. Desconozco los números oficiales, pero apreciativamente, me parecieron más extensos y agresivos. Tal vez por que, en esta ocasión, las llamas estuvieron a un par de centenas de metros de mi casa.

Desde entonces la montaña calcinada parecía un guerrero negro que vigilaba el valle, entristeciendo el panorama.

Un par de semanas atrás comenzó a llover de manera consistente, así que, aproveché para ver en qué condiciones se encontraba el monte al que suelo acudir con regularidad, y de paso confirmar una de las hipótesis propuestas por Anna Lovenhaupt Tsin en su libro La Seta del Fin del Mundo (Capitan Swing), donde postula que los hongos son los primeros en aparecer en las zonas de desastre, dada su ubicuidad y pervivencia desde las corrientes marinas, hasta las uñas de los pies.

Lo primero que salta a la vista es el poder destructivo del fuego, nada que midiera menos de un metro de altura sobrevivió, la montaña tiene un aspecto rasurado, la piedra y la tierra expuesta la volvieron casi irreconocible, venas que la maleza había cubierto quedaron expuestas. Apenas pequeños brotes tímidamente compiten con las cenizas, y de momento, van perdiendo la batalla. Los arboles, muchos inquebrantables siguen de pie, algunos con señales de recuperación a pesar de estar cubiertos con esa costra negra que les tatuaron las llamas, pero también están aquellos que esperan a que el tiempo les cobre la última factura. Me dio mucha tristeza encontrar el cadáver de un armadillo que, no logro huir y murió asfixiado, ahogado en llamas.

Sigo intentando confirmar si alguna seta me indica que, la vida se está gestando debajo de la tierra, pero por buena parte del trayecto, no hace su aparición, lo cual tampoco es su culpa; ya que soy incapaz de encontrar la sal en la alacena, ¿Cómo daría con un organismo de unos cuantos centímetros?, pero tengo fe en que la fuerza del bosque lo haga resucitar, y yo sea capaz de encontrar esa floración del micelio subterráneo.

Para mi sorpresa, algunas fuentes de vida se abren paso en donde menos se espera. Una colonia de abejas salvajes que, decidieron construir su colmena en un imberbe tronco de pino muy joven, desafiando las leyes de la lógica y la gravedad.

Persisto en mi camino, de algunas salientes rocosas, unas tímidas flores plantan resistencia a la monótona negrura de la senda, para mis adentros no sé si verlas con esperanza, o como un tributo a los caídos.

Sigo buscando al pie de los árboles, en los pequeños montículos de hojas que no terminaron de arder, en las heces de algunos animales que por ahí deambulan, y nada, las setas siguen escurridizas.

A lo lejos observó un grupo de campesinos que, con apenas un azadón y cientos de semillas, intentan cambiarle el atuendo a la montaña y sembrar maíz, designio que me parece más el cumplimiento de una tradición ancestral, que una intención eficaz de dominar a la montaña, como sea, ese pequeño ejército de hombres mal vestidos, con apenas la fuerza de sus manos, me recuerda que somos una plaga ubicua.

Cuando las esperanzas de no cumplir el objetivo se instalaban, entre dos pasos mal acomodados que me forzaron a voltear al suelo, vi una pequeña mancha anaranjada, una aparición divina, las setas imponiéndose, literalmente en medio de la vereda quemada, unas cuantas apenas, señal de que millones de células forman una red subterránea, una máquina bioquímica, un complejo sistema de comunicación y soporte, que ayudará a que el bosque resurja.

Las lluvias apenas están comenzando, así que esta floración de lo incomprensible es una buena señal, y augura una pronta recuperación a esta montaña que nunca se rinde.

¿Cuántas veces quisimos escalar esa montaña? – Claudia Magliano

Me habías prometido una casa en la cima.

Íbamos a vivir adentro de la nieve. Íbamos a leer todos los libros.

Eso me habías prometido.

Eso dijiste cuando lloré por primera vez. Cuando por primera vez sentí que el alma o el espíritu se me desgarraban y no podía retener la sangre. Era como la sangre de San Sebastián sobre su torso pálido o como las manchas que dejaban las uvas cuando estallaban.

No podía retener la sangre ni el llanto. No quería que me dejaras en medio del sueño como si yo fuera un paisaje abandonado donde los árboles se perdían en la niebla.

¿Cuántas veces quise escalar esa montaña? Aunque la piel se me abriera al intentarlo.

Aunque no supiéramos cómo es el frío ni cuánto frío cabe en una sola montaña.

Me habías prometido una casa. Todos los libros me habías prometido.

Es cierto, siempre dijiste que hay cosas peores que la muerte.

Nada entonces es tan terrible, pensé.

Pienso ahora, que ya no podés hablar ni podés traer la calma como se traen las cosas más delicadas:

un poco de agua entre las manos

un puñado de piedras para inventar un juego

una montaña, altísima, con una casa levemente inclinada en la ladera.

La Seta del Fin del Mundo – Anna Lowenhaupt Tsing

El subtítulo de este libro es “sobre la posibilidad de vida en las ruinas capitalistas”. Es un ensayo algo extraño, lo cual es esperable para una antropóloga que, demostrando maestría en su menester, explora todas las relaciones humanas alrededor del hongo matsutake, un hongo que se considera una excentricidad culinaria, pero también cultural de la sociedad nipona.

Desmenuza la complejidad humana, biológica, cultural y económica, so pretexto de la recolección de un hongo que se niega a ser domesticado y solo puede encontrarse en modo salvaje. Siendo una clara exposición de motivos de su rebeldía anarquista, que le hace pervivir en los lugares más inhóspitos e inesperados, yendo en contra de las leyes humanas, al menos de las descritas hasta el momento, dando coherencia así al subtítulo, todo indica que, el hongo matsutake es un especialista en ir en contra de la mayor arma de destrucción humana, el capitalismo voraz, al cual utiliza para su beneficio, llevándonos así al descubrimiento de un incipiente mundo no capitalista.

Sin embargo, si son lectores entusiasmados, con posturas radicales anticapitalistas, aquí no las van a encontrar. Anna Lowenhaupt Tsing mantiene una postura poco crítica, más descriptiva y para nada beligerante o resolutiva. Por lo que, tarde o temprano hay que aceptar su esencia, es un trabajo antropológico, un gran ensayo sin duda, que así como el matsutake, requiere paciencia y apertura mental para degustarlo adecuadamente.

Frase robada – P. Halliwell

Leer es el mejor alucinógeno que hemos inventado.

Bonus track

 
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from Retales, por @editora

Hoy ha habido una megatormenta en Vitoria con lluvia intensa y ráfagas de viento de 120 km/h que ha tirado varios árboles.

¿Dónde estaba yo justo en ese momento?

Atravesando un parque con árboles que se doblaban como papel.

La verdad es que daba bastante impresión cómo se movían, pero tenía que atravesarlo corriendo (eran solo 2 minutos) para llegar a biblioteca desde la parada del bus y no perderme la charla de Isabel Bono.

Iba pensando, como me caiga un árbol será «muerte por poesía».

 
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from DanielSanz

El bueno de Doclomieu ha tenido a bien añadir una actualización —por así decirlo— a una entrada que escribí hace unos meses titulada ¿Qué quieres ser de mayor? a la cual ya dedicó en su momento una primera reflexión en forma de artículo en su blog.

Al leer ayer su añadido, me inspiró a desglosar un poco en qué fase me encuentro yo y, de esta forma, continuamos retroalimentándonos en el fediverso, que es una costumbre preciosa, todo sea dicho de paso.

En primer lugar, debo decir que llevo varios años meditando mucho sobre estos temas, planteándome quién soy, quién quiero ser y, en esta última etapa, sobre todo, de quién me estoy rodeando o, mejor dicho, qué gente he dejado que me rodee. Porque no hay nada más cierto que los típicos refranes de madres: «Dime con quién andas y te diré quién eres».

Es algo en lo que no pensamos. Más o menos nos movemos a la ligera, tipo «este me cae mal, este me cae bien», aunque también hay otras barreras que trazamos con pensamientos internos del tipo «este es un borde con los demás, pero conmigo se porta bien»… Y, de esta forma, dejamos que transcurran nuestros días, meses y años, amoldando quiénes somos nosotros en base a con quien estamos en cada momento para encajar mejor en el entorno en el que nos encontramos, con miedo incluso a romper esas amistades porque, entonces, a lo mejor nos quedamos solos.

A lo mejor somos unos apasionados del arte, pero —como es habitual en nuestra sociedad actual— la gente que conocemos son aficionados (en el caso de los hombres, por lo menos) a los coches, el fútbol y las tetas gordas. ¿Queremos hablar de arte? «Esa rubia bien preta que va por ahí es arte en movimiento…». Y se acabó la conversación sobre arte. Esto, como es evidente, se trata de una generalización muy simplista, pero estoy seguro de que comprendéis que las tendencias son las que son y, como te salgas de ahí, tienes un serio problema para encontrar con quien conversar.

Lo que nos debemos preguntar es muy sencillo ¿Esas amistades nos aportan algo? ¿Nos ayudan a ser quienes queremos ser? No estoy diciendo que, si son amigos de verdad, los abandonemos. La cuestión es preguntarnos si lo son. En cuyo caso, se les acepta tal como son, igual que ellos nos aceptan pese a que prefiramos mirar cuadros a beber cerveza en una terraza.

Lo dificil es ser capaces de darnos cuenta de en qué situación nos encontramos, si somos felices con nosotros mismos, con lo que hacemos y con nuestro círculo de amistades.

Es muy fácil, pese a ser adultos, salir de nuestro círculo, buscar en nuestra ciudad exposiciones, grupos de debate —quizá a través de Facebook, si es necesario— para intentar conocer a otras personas con aficiones similares a las nuestras.

Por supuesto, esto tampoco garantiza nada. Existe la posibilidad de que sean unos pedantes, desconfiados, que nos juzguen por no conocernos… Quizá sea peor el remedio que la enfermedad y, como reza otro refrán: «Mejor estar solo que mal acompañado».

Aunque esa no es la cuestión. Aquí lo importante es: ¿intentamos mejorar?

Porque ocurre otra cosa muy curiosa, y es que consideramos amigos a gente que, en realidad, no lo es. Se limitan a estar a nuestro lado mientras la balanza de la relación sea favorable para ellos. Y, en cuanto pedimos algo… puf, lanzan una bomba de humo y solo aparecen cuando ya hemos solucionado el problema por nuestra cuenta.

Y no os equivoquéis: no estamos hablando de pedirles dinero, que nos ayuden con una mudanza o que nos donen un riñón, sino incluso con cosas triviales que nosotros, en nuestra ignorancia, jamás hemos puesto en duda que no harían. Porque, a fin de cuentas, son nuestros amigos.

Como también suele decirse «eso es muy fácil decirlo» u otro refrán que me encanta «a toro pasado todo es muy fácil» y ya que estoy con refranes, venga va, uno más «es muy fácil ver la paja en ojo ajeno».

Como ya he mencionado al inicio del artículo yo llevo años meditando sobre estos temas y consideraba que me encontraba en un punto muy bueno. Sin embargo, como siempre ocurre, tiene que pasarnos algo que nos eche sal en la herida para ver las cosas tal como son en realidad.

Como ya he comentado por Mastodon llevo meses desaparecido porque me he centrado en algo que, para mí, era muy importante. Desde pequeño he tendio la necesidad y el terror a la vez de escribir una novela. Son meses de un duro enfrentamiento con uno mismo, decirte que no eres capaz, quien te crees que eres para pensar que puedes escribir una novela, pensar que todo lo que has escrito es basura que no sirve para nada, ganas de llorar constantes, seguidas de alegría cuando crees que has encontrado lo que falla y lo has corregido. Lograr escribir el punto final es un momento de gloria, de descanso no solo mental sino incluso físico y eso se materializó la semana pasada cuando al fin publiqué mi primera novela en Amazon, Secretos Rotos, y —como es normal— lo primero que toca hacer es pedir un favor a tus amigos. Siendo consciente, por supuesto, de que no leen, confías en que te ayuden invirtiendo tres euros en comprar tu novela por el mero hecho de que son tus amigos y ya está. Son solo tres euros, ¿cómo no se van a gastar tres euros en ayudarte?

Pues no lo hacen.

He escrito a más de treinta personas en estas dos semanas. ¿Sabéis cuánta gente me ha ayudado? Tres personas. No está mal el porcentaje, ¿verdad?
Uno incluso me dijo que si podía comprarla, escribirme una reseña y devolver la compra. ¿En serio? Vamos a ver, hay que ser conscientes a quien le pedimos el favor, si somos adolescentes y no tienen un duro, pues es comprensible. O incluso si sabemos que no son personas que van muy boyantes de dinero que digamos… Pero no es el caso, como es lógico, todo son personas adultas con trabajos estables, que viven en España, se van a veranear… Es decir, soy plenamente consciente de que el dineero no es el problema para no hacerme el favor.

Decir que esta situación me decepcionó es quedarme corto. Que a lo mejor el raro soy yo —visto lo visto, todo puede ser— pero, en cualquier caso, lo que me toca es aceptarlo y buscar gente rara como yo. Desde luego no voy a ir detrás de ellos a mendigar que me compren la novela, por supuesto también podría hacerles un Bizum o darles el dineero en mano, pero es que eso agravaría la situación, por lo menos a mi modo de ver. Porque sería, encima, una ofensa hacia ellos.

Si fuese por la calle y me cruzase con cualquiera de estas treinta personas, lo más normal sería que terminásemos sentados en una terraza, tomando unas cervezas, un café o lo que proceda, y me invitarían sin ningún problema. ¿Por qué?

La diferencia es básica: porque a ellos les gusta sentarse en una terraza, tomar algo y charlar un rato conmigo. Incluso aunque la inversión económica por invitarme sea superior a esos tres euros, la percepción que ellos tienen de cómo ha sido invertido ese dinero es que han comprado algo con él, aunque sea charlar veinte minutos y beber dos cervezas.

Sin embargo, comprar una novela que he escrito yo, para ellos, es coger el dinero y tirarlo a la basura. Y es SU dinero. Da igual lo majo que yo sea, lo que les haya ayudado, los favores que les haya hecho… Todo eso es irrelevante. La cuestión es que no quieren desperdiciarlo comprando una novela que además, seguro, es una mierda.

A ellos no les importa el sufrimiento que me haya supuesto a mí escribir esa novela: las noches sin dormir pensando en cómo conectar las tramas, desarrollar los personajes, arreglar huecos y, por supuesto, el orgullo que me supone darla por concluida y publicarla.
Son sus tres euros, y no quieren tirarlos a la basura.

Y me parece bien, por supuesto que sí.

Pero, del mismo modo, yo no quiero estar rodeado de ese tipo de personas. Porque yo no dudaría un segundo en invertir dinero en algo que, para mis amigos, sea importante. Aunque por supuesto todo tiene un lado positivo, tan solo hay que saber encontrarlo y, en este caso yo lo he hecho. Por tan solo tres euros he sabido diferenciar a los que son amigos de los que no.

 
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from Blog de Doclomieu

Hace tiempo escribí una réplica en el blog a una entrada de @DanielSanz@masto.es titulada “¿Qué queréis ser de mayor”. Esta entrada pretende darle una vuelta más a ese tema y traerla un poco más al presente. Por eso quiero tratar de responder a la pregunta ¿Quién soy?

¿Por qué me hago esta pregunta? En el último año, he ido al notario dos veces (por cosas buenas). En las dos ocasiones, la persona de administración que ha realizado el papeleo, ya sabréis que el notario solo aparece para firmar, nos ha hecho una serie de cuestiones para completarlo. ¿Nombre y apellidos? ¿Fecha y lugar de nacimiento? ¿DNI? ¿A qué te dedicas?

¿Cómo que a qué me dedico? ¿Por qué tiene que aparecer eso en un documento notarial? Mi profesión, a día de hoy, es profesor-investigador en la universidad, pero espero que dentro de muchos años cambie a jubilado. Pienso en la gente que quizás tenga empleos más inestables o precarios, que tenga dos o tres trabajos. ¿Qué contestarán? “Soy repartidora por la mañana y cocinera por la noche”, “la semana pasada era camarero, pero esta soy limpiador, quién sabe que seré la próxima semana”.

¿Por qué nos tiene que definir tanto una profesión? ¿Quién soy? Soy Carlos, Doclomieu en redes sociales, Carloncho para un amigo y Pimen para otros. Soy todas esas personas, aunque soy solo uno (vamos, uno y trino). ¿Les importa que sea geólogo, profesor de universidad o investigador? Para nada.

Así que, ¿quién soy? Sigo sin saber como contestar a esta pregunta. A efectos legales soy la persona que figura en mi DNI (nombre, apellidos, fecha de nacimiento y número de DNI). En el resto de casos, dependiendo del contexto, soy un gran lector, un cocinillas, una buena pareja, un buen hijo... Solo hay una cosa que sé claramente, no soy profesor, esa es la profesión que me da de comer y paga el techo bajo el que vivo.

Solo se me ocurre un modo de terminar esta entrada (quizás un poco brusco). Espero que cuando muera, si alguien queda para cremarme, en mi epitafio ponga “fue una buena persona”. Espero que eso defina quién soy, he sido y seré.


El hashtag de hoy es #Reflexiones

 
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from Caparrazón

La floración del almendro es una de los fenómenos naturales más bellos que se pueden presenciar en Alicante. Bancales infinitos, secos, gobernados por las tonalidades marrones, de repente se tiñen de blanco y rosa, y nos recuerdan que el invierno siempre acaba, que la vida se abre paso y que los días vuelven a ganarle el pulso a las noches. Sin embargo, yo no he apreciado de este fenómeno hasta hace unos pocos años. Para mí, los almendros siempre han sido árboles ásperos; con sus pequeñas hojas y frutos verdes que a lo largo del verano se secaban para dar lugar a un ritual de infancia. Varear y partir almendras con piedras era una forma de compartir tiempo con mis abuelos. El escenario de este ritual era la casa que nuestra casa del Maigmó.

Allí, en parte baja de la sierra, cruzando la autovía por la carretera de la gasolinera, he pasado toda mi infancia. Porque la infancia de uno, si lo piensas, son los veranos, los eternos veranos en los que mi escuela eran una pelota, mi bicicleta, el club Megatrix y, precisamente, los almendros. Yo, que nunca he sido un gran imaginador, al menos que recuerde, incluso intente forzarme a ser amigo de uno de ellos. Como aquel personaje de Ed, Edd y Eddie que tenía una fuerte amistad con una tabla, durante un verano, a mis ocho o nueve años, subía diariamente a ver a mi amigo, el Almendro Miki (de Mickey Mouse, supongo), una suerte de acompañante que siempre me atendía cuando mi hermano pequeño ya no me proporcionaba divertimento. Ahora que lo pienso, no creo que fuera casualidad que eligiera un robusto y cercano almendro (el que estaba justo frente a la escalera que subía al 'Bancal de Arriba') como amigo imaginario, y no una tabla o una rama. El desarrollo de mi responsabilidad afectiva durante el primer tercio de mi vida fue bastante deficiente, patriarcal; por lo que yo, hombre, veía incoscientemente más factible hacerme cargo de la amistad con un almendro. Miki siempre había estado allí, insignificante testigo de mi vida. Ignorado durante años, esperando a que ese niño risueño y complaciente se acercase a él. Yo subía cada mañana a ver como estaba el almendro, le contaba qué había desayunado o qué le había pasado a Goku esa mañana. Miki dejaba que yo subiera a sus ramas y desde vigilábamos juntos lo que hacían y deshacían mis abuelos. Ese año Miki y yo fuimos los mejores amigos.

La relación con Miki, sin embargo, fue fugaz, y apenas ese verano. De hecho, ese fue uno de los últimos veranos que pasaría en la casa del Maigmó. Un verano después, ya tenía más interés en los videojuegos que en el bancal. Una suerte de nece(si)dad que mis padres obraron en su ardua tarea de conquistar el amor de su hijo con cosas que nos llenasen el alma durante el tiempo que ellos pasaban fuera trabajando. Tarde años en darme cuenta de que mi vacío interior no se puede llenar con cosas. Más bien son como un vinilo opaco que no deja ver lo que se nos mueve dentro. Pero esta no es la historia del niño que abandonó la tierra por culpa de los videojuegos. Es la historia de una familia que renunció a la poca identidad que tenía porque, paradójicamente, nunca se creyó parte de nada. Nosotros éramos el Maigmó, el sueño de un abuelo trabajador y distante, que compro un terreno y levantó una casa con el sudor de su frente; robándose el tiempo de calidad junto a su familia para levantar un austero tempo al que escapar, para respirar y compartir. Y los sueños acaban. De repente despertamos, porque mis padres decidieron comprar un chalet con piscina, mucho terreno y grandes posibilidades. Tan grandes que acabaron aplastando a la casa del Maigmó. Mis abuelos, desconcertados, decidieron que no era necesario una ermita si no había feligreses que la llenasen con su esperanza. Perdieron la fe en aquello que construyeron, se echaron a un lado, y sucumbieron al desarraigo proletario. Ese sentimiento nos hace pensar que no formamos parte de nada porque lo que tenemos es pequeño y de corto recorrido; mis abuelos, con menos de 55 años, decidieron amoldarse a los deseos y anhelos de mis padres y vender la casa del Maigmó al hijo de un vecino de la sierra.

Con esa venta, sin darme cuenta, se fue un trocito de mí. Un trocito que llama a la puerta de mis entrañas a menudo porque se siente solo, invalidado, silenciado e poco merecedor de bancal, de sierra, de aire limpio. Un niño escondido que sueña, con volver al Maigmó, y al que estoy escuchando con atención y dando la mano para, en cuanto tengamos la fuerza suficiente, volver a formar parte de otro templo austero que huela a tierra seca y romero; uno en el que hundirse hasta los tobillos al caminar por sus jardines; uno en el que sentir que los almendros son algo más que una excursión en febrero para hacer fotos con el móvil. No necesito que sea mío, ni que sea nuevo. Solo habitarlo para conectar de verdad con ese niño que fui para poder conectar de verdad con los niños que vienen.

 
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from Mi perra vida

Relato – Ánimas nocturnas | Poema – La penumbra del cuarto – Coral Bracho | Reseña – La mala costumbre – Alana S. Portero | Frase Robada – Platón | Bonus track

Ánimas nocturnas

El acto de correr tiene múltiples efectos en sus devotos practicantes. Conforme se incrementa la distancia y consecuentemente el tiempo que se pasa corriendo, conforme el número de personas se va reduciendo, también la tropa de corredores se torna atípica.

Este argumento es categórico cuando la competencia incluye estar en la montaña más de veinticuatro horas, y correr ciento sesenta kilómetros (aunque yo sólo logré 140). Al inicio de la competencia se dispara un ejército de corredores de montaña, ya que salimos varias distancias 50, 80, 100 y 160 kilómetros, y dado que la ruta era repetir un circuito en diversas ocasiones, con el paso de las horas, nos empezamos a ubicar unos a otros.

No es inusual que el código de conducta no escrito para interactuar con algún corredor en el camino, va desde solo cruzar la mirada y confirmar que a ambos nos invade la fatiga, o alguna dolencia más profunda, inclinar la cabeza a modo de exhibición de respeto, y por supuesto palabras de ánimo innecesarias e inútiles que confirman el santo y seña de esta gente que, le pareció correcto invertir semanas y semanas de duro entrenamiento, para lanzarse un sábado de madrugada a tan empeñosa actividad.

Conforme transcurre la distancia, y aquellos que hicieron carreras mas “cortas” van llegando a la meta, nos vamos quedando solos en el camino, para cuando la noche es rotunda, la fauna de corredores ya no es menos que sui géneris. Si ya de por sí es inexpugnable el racional para que yo me encuentre a media noche, luchando con el cerebro y mis piernas a medio monte; al observar al resto de ánimas nocturnas que ocasionalmente me encuentro, el acertijo se torna indisoluble.

Entre esa pléyade de almas penitentes, describiré las dos que más me llamaron la atención. La primera una mujer a la que es difícil calcular la edad, baja de estatura, de pelo muy largo y más gris, con la cara maltratada por el sol o por la vida, complicado ponerle número a sus años, pero que podrían ser setenta bien cuidados o sesenta maltratada, como sea, su aspecto es mayor, su ropa inadecuada casi casual, o al menos alejada del estereotipo de la ropa deportiva.

La observé desde el principio, su equipamiento era nimio, apenas una mochila de hidratación que ya vio sus mejores momentos, y una rama de árbol gruesa nada aerodinámica que le servía para apoyarse a cada paso que daba. Al comienzo trotaba, pero después solo caminaba, a un paso dolorido pero constante, con la cabeza metida en el camino. Siempre que me la encontraba, arrojaba mi absurda palabrería de apoyo, su aspecto lejos de parecer apocado, si humilde, era el de quien se integra a la cofradía, pero irradiaba el respeto de una chamana que en trance está cumpliendo su ritual.

A cada vuelta que daba, temía no volver a verla, pero siempre aparecía. En algún momento de la madrugada, cuando venía sufriendo y solo podía caminar a paso rápido, ayudándome con los bastones de senderismo, me vio y me gritó que “así iba bien”; me hizo sentir parte de su equipo, ese cobijo me ayudó un buen rato más. Estoy seguro de que sin importarle su lugar en la carrera, o si le cerraban la meta, ella cumpliría la distancia pactada.

Otros de los personajes que apenas salir de la meta llamó mi atención, y lo vigilaba morbosamente, era un hombre también mayor, igualmente aventurado calcularle una edad, pero que contrario a todos que moríamos de calor y por lo tanto, nos ataviábamos con lo más fresco y aerodinámico que nuestro bolsillo nos permitía, él iba totalmente cubierto, con una rompevientos gruesa que le aplastaba la espalda, ni durante las cinco horas de calor más intenso, donde el sol mordía donde pegaba, se descubrió, ni siquiera un poco. Cuando mi estómago comenzó a revolverse por los efectos de la deshidratación y el aire caliente que nos acompañaba, pensaba en ese hombre sentado bajo la sombra de un árbol, desfalleciendo; contra todo pronóstico, tarde o temprano aparecía con un palo chueco en una mano, y una botella de agua en la otra, persistiendo, y aunque la mirada iba hundida, cansada, insomne, no le veía un atisbo de querer dejar algo al destino, también estoy seguro de que terminó su carrera.

Ellos dos fueron quienes más me conmovieron y sorprendieron, ni un solo libro de auto ayuda podría aproximarse a esa empírica definición de resiliencia.

Hubo actores secundarios, desde personas disfrazadas de luchadores, mucha gente local, un personaje que siempre corre con los brazos caídos, lo que le da un aspecto derrotado, de él esperaba una historia especial sobre su forma de correr, pero me desilusionó al responderme que “así había aprendido”.

Conforme transcurríamos entre la noche, íbamos entrando en un estado de catarsis exánime, todos los rostros se iban transformando, nadie era igual que la mañana previa, la deshidratación, la falta de calorías, decenas de miles de golpes en todos los músculos, a todos nos ocurría algo en el cerebro, algo estaba transmutando, cada uno respondiendo a lo inexplicable, a lo inenarrable. No hay duda de que esos rostros solo confirmaban cómo nos hundíamos más y más en nuestro destino, haciendo más pesado cada paso.

Para el resto del mundo, solo pasaba una noche, yo sentí que me había ido varios días, el tiempo se alargó, y a la postre tardé en percibirme como antes, pero sinceramente creo que no soy el mismo de aquella mañana.

La penumbra del cuarto – Coral Bracho

Entra el lenguaje.

Los dos se acercan a los mismos objetos. Los tocan del mismo modo. Los apilan igual. Dejan e ignoran las mismas cosas.

Cuando se enfrentan, saben que son el límite uno del otro.

Son creador y criatura. Son imagen, modelo, uno del otro.

Los dos comparten la penumbra del cuarto. Ahí perciben poco: lo utilizable y lo que el otro permite ver. Ambos se evaden y se ocultan.

La mala costumbre – Alana S. Portero

@velvetmolotov@masto.es

A nadie sorprende que, en un mundo en el que la veleta son la redes sociales, las historias autobiográficas, de vidas atormentadas sean un género literario muy socorrido. Si a la ecuación, agregamos las vivencias de las personas trans, el resultado no pocas veces es complicado, ya que implica los prejuicios del lector, confrontándose con una realidad contundente y descarnada. Hacer comulgar estos paradigmas no es tarea fácil. Pero Alana S. Portero lo consigue con notas de excelencia, usando dos recursos con maestría, un lenguaje enraizado en la prosa poética, altamente figurativo, permitiendo así atenuar -si es que eso es posible- la dureza de los hechos; y por otro lado pare una novela de tremenda sensibilidad, se desnuda el corazón y la carne de una mujer trans.

Yo escuché la versión en audiolibro, narrada por la autora, que como un manto arropa las palabras y les da contorno a todas las emociones, brindando tonos y connotaciones que permiten una mayor apreciación de la obra.

Está de más decir que es una historia trágica, pero que, conforme avanza forma una dura aleación con el amor y el valor. Se encuentra lejos de ser una historia veleidosa, va entrando por las orejas (o los ojos según sea el caso) y se te encaja profundo en el corazón. Me parece una obra universal, que no esta dirigida a un segmento segregado o dominante. Y como pocas, el uso del lenguaje, es el camino para transmitir vivencias que, no pocas veces queremos soterrar.

Advertencia, la obra tiene una fuerte carga emocional, así que, es importante considerarlo por si el alma se encuentra en un estado vulnerable o el cerebro impresionable, no para evitarla, sino para modularla, ya que el sismo en las entrañas no siempre es fácil de sortear.

Frase Robada – Platón

Pensar es una conversación que el alma mantiene consigo misma.

Bonus track

 
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from My Favorite Things

#La máquina del tiempo

Falta el aire, falta el amor, en Japón el amor es rápido y transcurre en cápsulas opacas.

No montan a caballo y se abrazan y se quedan dormidos.

La escritora nunca ha estado en Japón pero le encantan las algas wakame aunque ni siquiera sabe si son algas verdaderas ni tampoco lo que significa wakame.

Sigue tecleando en su máquina de escribir: así cree que su huella será mayor y que el tiempo se detendrá.

Teclea con tanta fuerza que traspasa el folio de papel, lo rompe con violencia,

vuelve a fijar los mensajes de amor a su hijo a su marido y a su padre y a su hermana y a su perra,

y sale a dar un paseo en busca de algún árbol.

 
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from My Favorite Things

#Tel Aviv

Y una bomba de extraordinarias dimensiones alcanzó el centro de Tel Aviv.

esta vez el escudo antimisiles no pudo hacer nada

los servicios secretos jugaban al Backgammon

eran las doce de la mañana y

había gente haciendo barbacoas y bailando la canción de Eurovisión

cerca de los edificios Bauhaus

niños en el colegio saltando de alegría porque hoy empezaban sus vacaciones

había bebés naciendo.

había cordones umbilicales recién cortados con hermosos llantos de alegría

Había parejas haciendo el amor.

Había ancianos en las residencias jugando al Scrabble.

Había visitas de altos, importantes, los más importantes, mandatarios internacionales en Beit Aghion, en la esquina de las calles Balfour y Smolenskin en Jerusalén.

También había colas para entrar a la oficina del paro.

Había monumentos que honraban a las víctimas de la barbarie del Holocausto y rezos lejanos.

Había besos en la mejilla y abrazos de treinta segundos.

Había niños en bicicletas portando globos de colores vivos.

Había mucha gente gritando por todas partes y alarmas antiaéreas.

Hoy a las doce de la mañana cayó una bomba de extraordinarias dimensiones en Tel Aviv.

 
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from Blog de Doclomieu

Ya tengo nombre para el podcast de estilográficas. Se va a llamar Estilográficast. Combinando, en un alarde de originalidad, estilográficas y podcast. ¡Boom! ¿Cómo os quedáis?

Siempre se suele decir que lo más difícil de un proyecto es el nombre. Y yo ya lo tengo. Solo me falta lo más sencillo, ¿no? Pensar como va a estar estructurado, las secciones, si va a haber invitados/as/es, si va a tener mucha, poca o ninguna edición, dónde lo voy a alojar, etc. Lo más sencillo, claramente.

Lo que tengo claro es el tema del podcast, que, con ese nombre, no debería sorprender a nadie. Estilográficas, tintas, papel, etc.

Pero está claro que yo no soy ningún experto. Yo sigo aprendiendo. No sé si podría rellenar contenido para un podcast mensual. ¿Quizás sí? Es cierto que todo sería probar. Grabar unos programas y ver si funciona. ¿Qué no funciona? Lo dejo. ¿Qué me gusta y me lo paso bien? Pues adelante con los faroles. Sigo hasta que deje de gustarme, me aburra o me canse.

También tendría que pensar en un logo para poder empezar. Se me ocurre que el logo podría ser un micrófono, con forma de plumín, que estuviese rodeado por unos auriculares.

Lo último que me faltaría es que me gustase como suena mi voz en grabación. Iba a dejar aquí, como muestra, mi entrevista en Hoy empieza todo con Ángel Carmona en Radio 3, pero... qué vergüenza.

Pero ya sabéis, lo más difícil es siempre el nombre del proyecto.

Dibujo de un señor calvo con gafas. Está sentado delante de una mesa con un micrófono y lleva unos auriculares de diadema. Aparece un bocadillo de comic con la palabra "estilograficast". Sobre él, un letrero indica que la grabación está en marcha con el mensaje "En el aire".


Los hashtags de hoy son:

#podcast #Reflexiones

 
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from FURBY FUCSIA FUMADOR

Me aproximo a la escritura de nuevo. Aproximarse no es un término que use a la ligera. Aproximarse, no acercarse, restándole naturalidad al acto a través del uso del registro formal. Me aproximo, titubeante, como si no hubiese pasado tres años buceando en esta actividad (actividad: formalidad, de nuevo) y convirtiendo ese agua en mi nuevo aire, transformando mis pulmones de dibujante en branquias de persona que escribe. Doy un paso y luego otro, consciente hasta el extremo de lo frágil del terreno que pisan mis pies, un puente de madera vieja al que le he apañado los rotos con el primer par de tablones que he encontrado. Ya no tengo la seguridad de hace un año, cuando corría en el aire sin mirar hacia abajo, inconsciente de que el suelo se había acabado, presuponiéndolo, como el personaje de un gag de dibujos animados que continúa su persecución sin darse cuenta de que no hay nada que le sostenga desde hace rato. Hasta que se da cuenta. Y entonces plof. Fíiiiiiiiu. Cataplam.

Las leyes internacionales de clasificación por edades de series de animación constituyen que, en productos para niñes de hasta doce años, los personajes pueden recibir violencia física, lo que incluye golpes, caídas, ataques de arma blanca, pero esta violencia no puede tener consecuencias. Esto quiere decir que el personaje se cae desde gran altura en el aire y se estampa, pero no sangra, se levanta y sigue caminando. Mi vida debe de tener esta clasificación. No ha sido un año fácil, pero tengo suerte.

Me aproximo a la escritura y lo único acerca de lo que soy capaz de escribir es acerca de la aproximación misma. El recurso más vago, la idea más trillada, escribir sobre escribir, sobre el propio proceso de lo que se está haciendo. Ya es mucho. Ayer me empecé un libro, un libro sin dibujos, y no sé si podré acabarlo, porque mi tiempo ya no me pertenece (no del todo), y eso, aunque no lo parezca, es una buena noticia. El mundo está roto. No quiero ser una cínica, simplemente es que la escritura es para mí un espacio repleto de melancolía.

 
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from Cuaderno de un solo ojo

🍼 Hoy hemos hecho sólo ejercicios y creo que este me ha quedado simpático. Teníamos varias pautas.
Las mías:
– La narradora es la vecina. – Primera y tercera persona del singular. – Tienen que aparecer estos elementos: – Botón de concha – Cuna – Hospital

Yo me alegro infinito por ella, Dios sabe que es cierto, pero vaya suerte la mía que de vivir abajo ha pasado a parir en el hospital de enfrente, y no sólo “enfrente”, sino que su habitación da a la mía. Y sé de segunda o tercera mano, más bien segunda, ya que la veo por la ventana, que todo ha ido bien. Y puedo “disfrutar” de su alegría, desde cierta distancia, cuando van y cuando vienen las visitas, cuando van y vienen las sonrisas, los abrazos, incluso en los tiempos muertos en los que veo cómo descansa. Ahora, de lo que no me alegro, Dios mío, esto también lo sabes, es de los pulmones que le has dado a la criatura. Y eso sólo lo has podido hacer tú, que todo lo puedes. Y ya podrías no haber podido tanto. Llevo años soportando sus gritos, los de la madre: gritando a la tele, gritando por teléfono, gritando a su pareja, gritando con su pareja y, ahora, los gritos y llantos de su criatura. Parece como si me persiguiera desde esa cuna. Qué pulmones tiene. Bueno, qué pulmones le diste. Te quedarías a gusto. Yo, cada vez que me desvela o alarma me agarro del botón ese conmemorativo de la iglesia. Me agarro fuerte para que tú también la oigas, porque vaya pulmones le has dado.

 
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from SoleDev en Mastodon

Irina es una aleamante, tiene el poder de influir en la suerte. #historiadepersonaje #thedresdenfiles

Una sonrisa maliciosa bailó en los labios de Irina mientras sacaba, rápidamente, de un doble fondo de su bolso Michael Kors la pequeña pistola.

— Ya había oído que no la sabías meter. — Dijo Irina con todo agudo y burlón — Mira que es mala suerte que la pistola no te responda en un momento como este. Puede que sólo sea una rubia tonta pero hasta yo sé ver cuando el cargador está descolgado. Apenas unos milímetros, casi imperceptible, pero suficiente para que la corredera no consiga arrastrar el primer cartucho y no haya bala que disparar.

El sicario hizo el gesto de avanzar hacia ella, la gravilla crujió bajo su zapato y quedó silenciada por el disparo de la Walter PPK, una pistola de dimensiones reducidas pero tan letal como el modelo más grande y ahora inútil que tenía en la mano el hombre.

El impactó lo hizo girar sobre sí mismo, se encojió durante unos instantes y enseguida volvió la mirada hacia Irina para ver por qué no lo había rematado. Seguramente no sería la primera bala que encajaba ya que apretó la mandíbula mientras se sujetaba el brazo herido y la miraba fijamente con ojos furibundos a la par que interrogantes.

Ella se acercó lentamente mientras sacaba algo del bolso con la mano libre, sin dejar de apuntarlo con el arma humeante, y metió un fajo de billetes en el bolsillo de la americana de su frustrado asaltante.

— Ahí tienes suficiente como para pagarte un médico que te arregle el brazo, unas vacaciones y un par de botellas que te ayuden a olvidarte de mi. — Le aclaró Irina con el tono alegre con que mandaría a un niño a comprar chucherías.

Llevaba tiempo queriendo dejar Montecarlo y por eso esta noche se había dejado llevar un poco más. Sabía que antes o después alguien se daría cuenta de que estaba ganando mucho en el casino e iba a saltar alguna alarma, pero no esperaba que un local tan lujoso se rebajase a algo tan burdo como mandar un gorila con una pistola para deshacerse de ella en un callejón.

Cuando era una pequeña devushka nunca le faltó de nada. Padre tenía un buen trabajo como operario de pista en el aeropuerto Sheremétievo de Moscú. Trabajaba muchas horas pero la pequeña Irina se entretenía paseando por las tiendas del aeropuerto hasta su hora de salida. La fascinaban sobremanera los carteles de perfumes y joyas, aquellas mujeres preciosas, la ropa, el estilo de vida glamuroso y de ensueño.

Cuando al fin Padre considero que tenía una edad adecuada la permitió apuntarse en la escuela de modelos. Irina sabía que ese era el primer paso para su vida soñada. Enseguida supo también que no era la más guapa, ni la que tenía más talento de la escuela pero sí la que iba a conseguir su meta.

Trabajó duro durante meses, aprendió modales y etiqueta, postura y lenguaje corporal, maquillaje y visagismo, dicción e inglés, absorbía toda la información con avidez. Cuando llegó el primer trabajo para las chicas de su perfil seleccionaron a otra chica.

Finalmente llegó su oportunidad cuando en la escuela de modelos hubo un sorteo entre las mejores de la clase para seleccionar cual iría a un trabajo en París. Lo deseó con mucha fuerza y fue su nombre el que salió elegido.

Desde el pasillo escuchó a Yulia decir a sus amigas más íntimas que no era posible, que ella había amañado el sorteo y aún así no había ganado.

Desde ese trabajo Irina no ha vuelto a pisar Moscú.

 
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from SoleDev en Mastodon

Historia de personaje para el juego de rol The Dresden Files. Howard es un criptomante, un talento menor capaz de descifrar cualquier código, encriptación, trampantojo o mensaje oculto. #historiadepersonaje #thedresdenfiles

Howard se había disociado sin darse ni cuenta. Su mente estaba flotando sobre su cuerpo mientras sus ojos se habían quedado fijos en la pantalla del escritoria que tenía un par de metros delante de él.

— ¿Qué miras, imbécil? — Null1@ sacó a DuckM4n, el nombre de hacker de Howard, de su ensimismamiento con su tacto y dulzura habituales. — Ni esto no es una película ni tú eres Hugh Jackman, nadie te va a tocar tu zona especial.

Al volver a enfocar la mirada tenía a la única mujer del grupo increpándole en otra exhibición de su agresivo carácter. Howard tenía un don para descifrar códigos y encriptaciones pero las personas le descolocaban. Estaba más acostumbrado a la soledad de su habitación, donde podía quedarse embobado mirando a un punto fijo e indefinido de la pared mientras su cerebro vagaba sin rumbo.

La ropa de Null1@ decía bastante de ella: vestía principalmente de cuero, alternado con pinchos y tachuelas, además de rejillas asomando por los estudiados cortes hechos en las pocas prendas de tela que llevaba ocasionalmente. Daba la imagen de dura y agresiva, reafirmada en su arisco modo de relacionarse con cualquiera pero a la vez requería atención y que su presencia fuese percibida.

— Lo que hagáis en vuestro tiempo libre me la suda, pero aquí el puñetero reloj sigue corriendo, ¿estamos? — El señor Smith, un sobrenombre sin pizca de originalidad, siempre estaba presionándoles. Les pagaba muy bien pero les exigía en proporción geométrica.

Howard había encontrado el trabajo resolviendo un algoritmo, escondido en una página web a la que llegó tras descubrir un código oculto en una oferta de altavoces de segunda mano. Pensó que era una opción tan mala como cualquier otra para salir unas horas al día del sótano de la casa de sus padres. Ahora que ya no estaban necesitaba alguna razón para ir al exterior y tener un mínimo de interacción humana o al menos aire fresco.

Aquello iba de hackers haciendo lo que mejor saben hacer. A veces robaban información para chantajes, otras se colaban en redes gubernamentales para conseguir objetivos más jugosos. Los demás le tomaban por un idiota, un cerebrito con miedo a pisar la calle pero los superaba de largo a todos delante de la pantalla. Para él era fácil, como leer un libro infantil.

Un día Null1@ apareció con una revista en la mano y gritando más de lo habitual. Abrió la puerta del despacho del Señor Smith de una patada y empezó a gritarle cosas desagradables, lanzó amenazas que pretendían ser, de alguna forma sutiles, pero eran totalmente directas y finalmente gritó que dejaba el trabajo. Acto seguido se marchó.

Un rato después Howard escuchó una conversación mientras fingía uno de sus momentos de disociación. Lo que había hecho explotar a Null1@ era la noticia de una actriz joven que se había suicidado por una supuesta filtración de fotos íntimas.

Esa noche Null1@ abordó a Howard mientras esperaba el autobús para volver a casa.

— Conocía a esa chica. — le dijo — Fue cosa nuestra, se lo hicimos nosotros.

Las lágrimas brotaban de sus ojos que ya parecían velas negras derretidas. Howard no supo reaccionar, se limitó a escuchar y acceder a dejarla que fuese a casa con él, tenía miedo de estar sola.

Preparó cena para los dos, ella seguía llorando de forma intermitente y le hablaba de su vida. Cómo fue una chica rarita en el instituto, cómo devoraba las revistas de informática y se marchó de casa a los 17 para buscarse la vida.

Finalmente se quedó dormida en el sofá. Howard la tapó con una manta y se bajó a su cama en el sótano. En mitad de la noche un golpe en la escalera le despertó. Null1@, completamente desnuda, se metió en su cama y comenzó a besarle. Casi parecía que pretendía devorarle, había ansiedad y necesidad en la forma en que apretaba sus labios contra los de Howard y en la forma que pegaba su cuerpo contra el suyo.

A la mañana siguiente ella ya no estaba.

Sin acabar de entender muy bien qué había pasado la noche anterior, Howard se puso en marcha hacia el trabajo como todas las mañanas. Poco antes de llegar pasó junto a un callejón cerrado con cordón policial e iluminado por luces azules en movimiento. Había una sábana en el suelo de la que asomaba una mano de mujer con las uñas negras y una pulsera de pinchos en la muñeca.

Algo se rompió dentro de Howard en el instante en que las piezas encajaron.

Unas semanas más tarde Howard contactó con el FBI, hizo un trato y les entregó a toda la organización. Alguien en la agencia reconoció el talento de Howard y se tomó las molestias de entrevistarlo fuera del caso para evaluar su potencial. Con su habilidad para descifrar cualquier código, encriptación o lenguaje de programación, en cuestión de semanas estaba contratado como analista.

Pero después de los primeros años empezó a notar un patrón. Sus compañeros obtenían méritos y ascensos mientras que él seguía en el mismo puesto. Era el mejor, capaz de conseguir resultados que equipos enteros no lograban pero la agencia no le promocionaba, quería exprimirle.

Igual que había hecho el Señor Smith.

Entonces Howard tomó la decisión de escapar.

Unos pocos clics en la dark web le consiguieron las pastillas, la habitación de hotel con el minibar repleto y los horarios de limpieza de las habitaciones. Tenía todo perfectamente controlado. Fue fácil, doloroso, pero fácil.

Un lavado de estómago después, Howard estaba de baja por depresión. La paga de la agencia mantenía sus necesidades cubiertas pero era el momento de hacer algo diferente por sí mismo.

 
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from SoleDev en Mastodon

Historia de personaje para el juego de rol Cazador: la venganza. #historiadepersonaje #cazadorlavenganza

¿Qué me llevó a acabar cuidando árboles en Frafjordheiane? Te lo voy a decir: dos ojos azules como zafiros, una cabellera rubia como... como una pinta de cerveza fría y unos pech... bueno, resumiendo, una mujer. Una preciosidad nórdica que conocí en la tienda de suministros de caza y pesca que hubo toda la vida debajo de casa de mis padres. La muchacha había ido a Stonehaven como au-pair a través de una agencia para pasar el verano mejorando su inglés y conociendo Escocia.

Jodida suerte la mía que a sus amigas les apeteciese hacer un fin de semana de acampada y entrasen en la tienda a comprar suministros el mismo día que se rompió mi maldita hachuela. Joder, me preguntó por los hornillos de campaña con ese acento suyo que no me eché a reír porque tenía la mandíbula desencajada de la impresión de ver semejante valquiria sonriéndome.

Llámalo destino o llámame el hijop... ejem... más afortunado de todo el noreste de Escocia pero conseguí enlazar dos frases con algo de sentido y me enteré de dónde iban a acampar, después de eso no me costó mucho dar con la oficina de guardabosques más cercana y cobrándome algunos favores, ganados a base de pagar pintas, me aceptaron como “ayudante en prácticas” para ese fin de semana.

Un par de encontronazos en el bosque más tarde, alguna demostración de mis habilidades de supervivencia y varias botellas de cerveza fueron los ingredientes necesarios para llevarme a probar esa carne blanca como la nieve que me traía tan loco que casi me había olvidado de comprar una hachuela nueva.

Lo que no había calculado fue que al final del verano iba a estar tan enganchado de ése ángel norteño que el solo susurro de la posibilidad de irme con ella a su tierra sería suficiente para acabar viviendo en un pueblo a 30 minutos de la estación forestal de Frafjordheiane.

Dos años después éramos marido, mujer y un enorme bombo que no paraba de crecer.

Nunca tuve muy claro cuándo llegó Wolf a nuestras vidas, apareció un día meándome la rueda del coche, me siguió hasta casa y no se fue. Wolf era nuestro perro, bueno, perro lobo en realidad, una mala bestia enorme de pelo más tupido que el de mis pelotas. Berit, mi mujer, lo llamó Wolf, decía que le hacía gracia porque era lo que era y además se parecía a mi nombre, así que a veces me tocaba los coj... la moral, vacilándome con si llamaba al perro o a mi.

Pasé de cubrir bajas a tener una plaza fija en la estación forestal de Frafjordheiane, el tiempo siguió su curso y llegó la pequeña Karin, que junto con su hermana Kristin y mi mujer Berit, formaban mis propios ángeles de Charlie. Aunque en versión Noruega.

La ostia, contado así parece que tuve una vida de puto cuento de hadas... igual es que la memoria lo maquilla pero me la suda, me gusta recordarlas así. Mejor eso que revivir el último viaje a Stonehaven.

Ibamos en verano, Karin había cumplido 3 años y Kristin iba a hacer 7 en menos de un mes. Nos acercamos a ver a mis padres y queríamos ir de acampada al mismo sitio donde nos enamoramos, sensiblerías de mujeres pero bueno, con todo lo que me daba Berit en esta vida era de lo menos que podía hacer por ella.

Pasamos un par de días con mis padres y luego fuimos a acampar. Después de preparar la tienda y todo el aparataje en el que bautizamos como “nuestro claro”, dejé a las chicas preparando la cena mientras me acercaba un rato a la estación forestal a tomar una cerveza con mis antiguos compañeros para recordar viejos tiempos.

Cuando volvía hacia nuestro claro pasé por detrás de un barracón donde estaban un grupo de chavales de un colegio o algo así, según me habían dicho en la estación. Lo recuerdo porque me pareció curioso que para ser críos de entre 8 y 14 años estuviese todo tan en silencio, esos mocosos suelen armar más bulla que los hooligans en día de partido, pero no le dí mayor importancia.

Unos metros más adelante noté algo raro en el aire, un aroma como ferroso que enseguida me inundó las fosas nasales, estaba oscuro y la luz de la luna me dejaba ver lo justo para ir por el sendero sin caerme. Empecé a maldecir y saqué la linterna... joder, en maldita la hora...

En cuanto la levanté lo primero que ví delante mío fue un charco negro que primero pensé era barro pero enseguida descubrí que era sangre. Se me helaron las venas... levanté la cabeza y ví a Berit tirada y maltrecha sobre un arbusto unos 4 metros más adelante, tenía la garganta desgarrada y abierta hasta verle la tráquea. Un poco más allá por un momento todo se mantuvo en silencio pero nunca habría dado crédito a lo que ví.

Era una puta carnicería, una jodida batalla sangrienta entre críos, el mayor de ellos tendría 13 ó 14 años. Al levantar la linterna y enfocarles la luz se volvió más brillante en un intenso fogonazo que iluminó todo y entonces pude verlo... algunas de esas criaturas no eran niños... joder, eran cosas... con... forma.... joder, con forma de niño pero piel verde y las verrugas más asquerosas que has podido ver y uñas como mejillones, negras, afiladas y ensangrentadas... los... los otros niños tenían... aún hoy me parece una mala pesadilla.

Los niños de verdad tenían espadas y algunos tenían esas jodidas mazas medievales con una bola arriba y pinchos, por un momento habría jurado que alguna de las espadas incluso estaba ardiendo.

Fue algo... algo totalmente dantesco... algo... no podía creer lo que estaba viendo hasta que las ví a ellas, Karin y Kristin, la mayor había cogido una sartén y acababa de golpear a una de las criaturas verdes haciéndola girar sobre sí misma, joder fue la fracción de segundo más larga de mi vida pero juró que se me hinchó el pecho con orgullo de padre, estaba defendiendo a su hermana, y en ese momento supe que debía reaccionar.

Sentí un hormigueo subirme por el estómago, mis piernas no esperaron a mi cerebro y se lanzaron a correr hacia las niñas. Una sombra oscura me adelantó y el destello de unos dientes desmadejaron por segunda vez a la criatura que Kristin acaba de derribar.

Cuando estaba llegando a mis pequeñas extendí los brazos para coger a cada una con una mano y llevármelas a la carrera de ahí pero un peso repentino me hizo bajarlos y me desequilibró hasta el punto de tropezar y rodar por el suelo. Menos mal que un puto árbol me frenó con un latigazo ardiente por toda la espalda.

Giré sobre mi mismo incorporándome y sacudí la cabeza para descubrir que uno de esos asquerosos bichos, joder no sabía ni como llamarlos, estaba delante mio. De su boca asoman dientes mellados como los de un yonqui pero afilados y rezumando una especie de limo oscuro, denso y con olor a cloaca.

Apenas un par de metros más atrás ví el cuerpo de un niño tirado en el suelo, con la espalda ensangretada por tres cortes abiertos, largos y profundos. Volví mi atención al monstruo y me dí cuenta de 2 cosas: lo tenía casi encima y venía con la mano... garra... lo que cojones fuese que tenía, levantado por encima de la cabeza. Entre sus uñas negras y melladas como cuchillos viejos había algunos pequeños retales de la camisa de ese pobre crio.

Por el rabillo del ojo pude ver a Wolf siendo rodeado por tres de esos gremlis pelones mientras protegía a las niñas. En ese mismo momento no podía hacer nada ya que estaba a punto de ser apuñalado por un bicho salido de una película de serie B de los 90. La impotencia hizo estallar la bilis de mi estómago mientras el monstruo que tenía delante se acercaba exhibiendo una sonrisa sádica y más limo oscuro rebasaba sus dientes.

Levanté los brazos para cubrirme al tiempo que gritaba de pura frustración: “¡¡NOOOOOOOO!!”

De la garra de la criatura empiezaron a saltar chispas como aquella vez que metí papel de aluminio al microondas e impulsada por una fuerza repentina la garra salió disparada hacia atrás y el puto bicho verde iba volando a remolque mientras su cuerpo emitía pequeñas llamas azuladas.

No se cómo me convertí en el jodido centro de una explosión, todas las demás criaturas salieron también despedidas por el aire varios metros.

Durante un segundo todo fue calma y silencio, quedaban en pie unos 7 niños y otros 3 ó 4 estaban tirados en el suelo pero se movían. Recuerdo que Wolf dejó escapar un gemido canino y me miró con una expresión casi humana que parecía decir: “¿Pero qué ha sido eso?”.

Escuché a uno de los chavales decir “Es un defensor” y otro respondiendo: “Sí, pero es un adulto”.

Los niños se organizaron rápidamente y sin palabras, en los segundos siguientes cada uno de los caídos fue levantado por otro y los 3 restantes formaban en actitud de protección hacia donde habían desaparecido los bichos.

Me levanté y en dos zancadas estaba junto a Karin y Kristin, acaricié la cabeza de Wolf sin perder de vista al resto de crios ni los arbustos.

El que parecía el mayor de los chavales se acercó y me dijo con voz queda: “Vamos a nuestro barracón, venid con nosotros, es más seguro permanecer juntos. De momento.”

Miré al chaval y seguido desvié la mirada hacia mi mujer, desmadejada sobre el arbusto. Cuando volví a mirar al muchacho un instante después él hizo un leve gesto de asentimiento. Me acerqué hasta el cuerpo de Berit mientras giraba la cabeza para no perder de vista a Karin y Kristin. El jodido Wolf estaba delante de ellas, en el mismo sitio que estaba yo un momento antes y en actitud protectora otra vez. Juro que ese bicho era el hijo que nunca tuvimos.

Besé la frente fría de Berit por última vez y cogí el anillo de boda de su mano inerte. Con movimientos casi mecánicos me quité la chaqueta, la tapé con ella despidiéndome con un suspiro y una lágrima se arrastró por mi mejilla.

Al darme la vuelta me encontré con el grupo de chavales ya reunidos y mis niñas junto a sus heridos agarradas al pelaje de Wolf. Recogí mi linterna del suelo, la encendí y les seguí en silencio hasta el barracón.

De vuelta pude ver cómo rápidamente se organizaban y un par de los mayores, que según parece se habían quedado en el barracón, empezaban a atender a los heridos. Les limpiaban los cortes con desinfectante, aplicaban pomadas y ponían gasas y vendas.

Karin estaba muy callada y tan sólo se mantenía abrazada a Wolf enterrando la cara en el cuello peludo. Kristin miraba a todos lados, no parecía asustada en lo más mínimo, estaba alerta.

En las siguientes horas, las dos cayeron dormidas y hablé con algunos de los chicos mayores. Me explicaron que el mundo no es como creía y que, para mi desgracia, había sido despertado a una realidad atroz. Me costó entender cómo estaban tan seguros que lo que había sucedido no tendría ninguna repercusión en los medios, me explicaron que como mucho el periódico local escribiría una columna en la página 4 sobre una mujer atacada por un oso y poco más. Las personas normales no quieren creer que existen cosas como contra las que habíamos peleado en ese claro.

No me hablaron mucho sobre ellos, sólo que eran huérfanos, que eran como yo porque en su momento también se toparon con algún terror sobrenatural y de alguna forma descubrieron que tenían capacidades o poderes o como quieras llamarlo y que al amanecer se habrían marchado..

Los meses siguientes fueron muy duros, mis compañeros de la estación forestal de Frafjordheiane me transmitieron sus condolencias y mis jefes me comunicaron unos recortes de presupuesto que hacían innecesaria mi reincorporación. Me instalé con las niñas en casa de mis padres y según pasó el verano me dí cuenta que sin Berit y sin mi trabajo no estaba seguro de querer volver a Noruega.

Karin siguió muy callada y se sobresaltaba por casi todo, mientras que Kristin se seguía comportando casi igual que siempre excepto porque se había vuelto más agresiva y desconfiada.

A finales de verano aparecieron unos hombres con pinta de agentes del gobierno para hablar conmigo sobre lo sucedido en el bosque, “el desafortunado incidente en el que falleció su esposa” lo llamaron.

Al principio, estaba reticente, dolido por los recuerdos y nervioso, pero enseguida las preguntas que me hacían se fueron volviendo extrañas hasta que fuí consciente que esos dos tíos “sabían” acerca de lo que realmente sucedió.

Me hablaron sobre la compañía a la que representaban y me ofrecieron una entrevista de trabajo.

 
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