Francisco Molinero

1959-

Al menos llueve. Fuera, en el campo llueve fuerte y resuena en las tejas de mi casa. El salón casi desnudo me recuerda que el cambio se cierne. Las tardes primaverales se conforman con la lluvia. Yo me conformo con las tardes, con el preludio nocturno de la soledad.


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Ida y regreso

Recuerdo los viajes de fin de semana en cercanías para ir de excursión y ese misterio que suponía para mí la jerga ferroviaria que se fue desvelando poco a poco: Factor, guardagujas. Pero lo que nunca terminé de entender esa diferencia que parecía haber entre un billete de ida y vuelta y uno de ida y regreso. Sigo sin saberlo y me recuerda que hay cosas de la infancia que nunca se terminan de resolver del todo.


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Antonio era un hombre tranquilo, médico de profesión y cubano de nacimiento y de corazón. Pasé muchas horas oyéndole hablar, pues solo de esa manera los que no hemos sido aplicados en el estudio podemos aprender las cosas importantes y en aquellas conversaciones me maravilló la historia de un médico que para serlo cuando la que la guerra partió no solo el país sino a cada uno de los españoles tuvo que alistarse en el ejército durante años en una mili eterna que le trajo a Madrid y al Atlético de aviación equipo que le recogió como futbolista que era. Un médico que renegaba de su escasa formación, a pesar de que su maestro fuera Gregorio Marañon y que se quejaba aún más de la medicina moderna que gastaba ingentes sumas de dinero, según él, en pruebas diagnósticas absolutamente innecesarias, porque él era un médico que hablaba con sus pacientes, conocía su vida, sus problemas, tocaba sus manos para saber su temperatura, la tersura de su piel, le miraba a los ojos buscando en el fondo de ese iris el principio de los males por si estos fueran del cuerpo y no del alma y les visitaba en su casa, donde vivían y padecían, al lado de su cama y no solo en su consultorio. Mi tío tenía un consultorio de esos «privados» donde todas las mañanas se sentaba vestido con su bata a esperar por si venía algún enfermo o alguien que quisiera hablar con él y los últimos años sufría horas y horas de soledad porque la mayoría de sus clientes ya no vivían y por eso no iban a verle. Mi tío Antonio era católico y nunca jamás eso me supuso ningún problema con él. De convicciones morales antiguas y de trato cariñoso, no recriminaba a los demás por las suyas y seguramente por haber nacido en esa isla maravillosa vivía su religión en la intimidad, sin avasallar a nadie. Hombre de costumbres metódicas hasta límites exasperantes, leía su ABC todos los días y en los veranos que pasábamos juntos yo aprovechaba par asomarme a su mundo de derechas tras las hojas de su periódico. El sabía de mi pensamiento político y nunca jamás me recriminó ni discutió por ello. Mi tío era una buena persona y se murió con la tristeza de que muchos de sus amigos se olvidasen de él los meses que había estado enfermo. Yo quería a mi tío con lo bueno que tenía que era mucho y con lo malo también, porque el cariño es así, no hace balance ni tasa con regla.


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En el cementerio

Enterrar requiere un rito una ceremonia que los católicos exceden hasta el paroxismo. A propósito de este exceso en el entierro de Yoli estuve visitando el cementerio de Soto del Real. De alguna manera me dediqué a visitar antiguos amigos y enemigos, lo que no hizo sino constatar que empiezo a tener demasiada historia a las espaldas. Lápidas y dedicatorias entre lo barroco y lo minimalista, el túmulo de Jesús Antonio, la pequeña sepultura de apenas 40 cm. de Phillip B. Thurnbull, amiga de Gloria Fuertes que tiene como recuerdo la frase «en esta tumba tan pequeñita descansa un corazón enorme», la del niño que falleció a los diez días, retirada junto a la tapia, la losa que recuerda que murió «asesinado por los rojos», los nuevos columbarios. Hizo una tarde que no sabía a qué carta quedarse, al norte la cuerda larga, flanqueada desde el oeste por la peña del diezmo y en el este la Najarra. Finalmente salió el sol y Ángeles y Juan pudieron dar tierra a su hija en medio del silencio elocuente de cientos de personas. El silencio es la actitud en la que retumba el sórdido sonido del féretro. El silencio es la demostración, el silencio y el dolor que viene desde la cúpula del cielo y se concentra en una madre que desea morir. Los hombres no lloramos, las mujeres sí y desahogan la injusticia en cada lágrima.

..«No hay extensión más grande que mi herida, lloro mi desventura y sus conjuntos y siento más tu muerte que mi vida. Ando sobre rastrojos de difuntos, y sin calor de nadie y sin consuelo voy de mi corazón a mis asuntos. Temprano levantó la muerte el vuelo, temprano madrugó la madrugada, temprano estás rodando por el suelo. No perdono a la muerte enamorada, no perdono a la vida desatenta, no perdono a la tierra ni a la nada…»

(Miguel Hernández)


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Ese silencio después de la nevada, esa inmensa sensación de paz. Como si nada hubiera pasado, como si la vida tuviera otro ritmo independiente.

Para los amantes de los guisos antiguos y olvidados, una receta de Rabo de Toro (o de vaca, que no creo que la diferencia sea el sexo)

Cantidades:

2 rabos 2 cebollas grandes 2 clavos 3 zanahorias 1 hoja de laurel 2 vasos de vino blanco 4 granos de pimienta 3 ó 4 litros de agua sal al gusto

Poner los trozos de rabo en una cacerola con mucha agua fría, que les sobre, se pone a cocer y se va espumando, cuando deja de echar espuma se le añaden las cebollas enteras peladas con un clavo metido en cada una, la pimienta, el laurel, las zanahorias cortadas a lo largo en dos y peladas, el vino y la sal.

Se deja cocer destapado para que se vaya consumiendo el caldo aproximadamente 3 ó 4 horas, o bien hasta que se separe el hueso de la carne, lo que pase antes, se quita el laurel la pimienta y los clavos de la cebolla y se pasa por el pasapurés la cebolla y la zanahoria, esta salsa se hecha por encima al servirlo.

Evitar que la carne este en contacto con el aire antes de servirla , se pone negra.

En Córdoba es donde yo he comido este plato más rico. Lo sirven también con tiras de calabacín rebozado, pero pueden ser patatas fritas, o cebolla caramelizada o croutons de pan con ajo, yo que sé, ¡ahí cada une que ponga de su cosecha!


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Necesito a alguien que recoja las mieses, el fruto almibarado, la uva dorada de lo que siembro. No tengo tiempo, no tengo ganas, no tengo fuerzas para la espera sino para la siembra fecunda, la tierra horadada. Necesito alguien que se preocupe de lo mio, que me haga ver que desperdicio el tiempo, que me conduzca al buen camino, alguien que no me entienda pero que esté atento, necesito a alguien con una paciencia infinita, que se acostumbre al silencio de quien se vació con las teclas del maldito ordenador. Necesito a alguien que me acompañe desde lejos, que reúna las gavillas interesantes, las otras también, que las junte y las almacene. Necesito a alguien más que comer, para reunir las palabras que se me escapan entre los dedos, los giros que no soy capaz de anotar, las ideas que se pierden en medio de la noche por no tener a mano la voluntad suficiente. Necesito a alguien con espíritu administrativo, ordenado, encadenado, paciente, un relojero minucioso que clasifique las piezas en pequeños departamentos en una caja de madera: Nocturno, alegre, ocioso… una persona que me siga los pasos sin que me de cuenta y me prepare una caja como resultado final, un segundo antes o un minuto. Necesito un segador que recoja la cosecha que derramo con mi sudor, la espiga encendida, el verso amasado, la palabra encontrada, perdida.


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Tengo un mensaje de Irina en mi contestador. He intentado llamar a su casa en Novovoronezh pero no lo consigo, me manda recado de su amiga Natasha que parece que está en España en algún asunto oficial y al oír su voz me vienen todas las imágenes de Rusia y de mi estancia por allí. Recuerdo la amabilidad de su marido que murió recientemente y las coletas de Irishka cuando estuvo pasando unos días en casa.

Pienso en lo negativo que supone saberse uno mismo, darse importancia y perder la naturalidad con la que se hacen las grandes obras y los grandes fiascos. Me tiran para atrás los personajes que están encantados de haberse conocido.

Buscar el prefijo internacional de Rusia en Internet es una odisea. Internet se ha convertido en un montón de ruido, por fin, el 7, ahora saber el de Voronezh, por fin, 4736, ahora el de casa… Me gustaría volver a Rusia, ver lo que pasa allí, volver a charlar con mis amigos rusos sobre el país y quedarme pasmado con la belleza de la inmensa planicie helada. Me gustaría marchar a Rusia a pasar unos meses y escribir allí con tranquilidad lo que quiero, pero primero a leer cuentos rusos. Me gustaría tener unos meses de libertad.

El teléfono suena pero no me lo cogen. Es tarde en Rusia o quizá no estén en casa. Mañana será otro día.


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La cuestión no es estar triste, sino alargar la sensación durante días, meses. Un dolor pequeño que está ahí detrás en recuerdo de si mismo.

La cuestión no es que las cosas no vayan bien, van bien, pero no sabemos por qué, para qué.

La cuestión es que la tristeza es pegajosa y no se va tan fácilmente.


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Vivimos constantemente a este lado de una línea muy delgada. Una línea que separa lo que conocemos, lo que intuimos, de lo otro. Nunca traspasamos la línea. Se mueve con nosotros.


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A los diez años ya tocaba en la banda municipal de su pueblo y a los 14 años dominaba hasta tal punto este instrumento que era ya solista de clarinete. Al ser persona de salud endeble y enfermiza, sus padres no le permitieron salir fuera de Cocentaina para cursar estudios musicales. El pequeño clarinetista siguió estudiando música a la vez que entraba como obrero en la fábrica de calzado del pueblo como cortador de piel. Gustavo compuso varias piezas en esta etapa de la posguerra, pasodobles y marchas moras. En las fiestas de Moros y Cristianos se utilizan para desfilar en la entrada o en las dianas. El pasodoble festero queda enraizado dentro de la propia fiesta. Compuso los siguientes pasodobles:

“Paquito El Chocolatero”(1937) “Rafael Ronda” “El Berebere” “Tots menos uno” “El Kabileño” “El Bequetero” “Bequeteros a ratllar” “Emilio El Chato” “Consuelito Pérez”

Y marchas moras:

“Navarro El Bort” “Un moret plorant” “Al peu del castell” “No m ho puc llevar del cap” “Buscant un bort”


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