La experiencia de la ausencia casi siempre es amarga. Los amigos que no están, el amor que nos abandona, los padres que fallecen; de una u otra manera nos entristece no tener a nuestro lado a quienes queremos y muy posiblemente aunque lo razonable sería olvidarnos y dedicarnos a seguir viviendo, a coleccionar esos pocos días felices que nos depara la vida o a pasar por uno de esos días normales que dicen son la mayoría, nos dedicamos a ahondar en los sentimientos. Lo razonable nunca es lo que hacemos, casi nadie elige lo razonable. Lo razonable es aburrido porque nos da seguridad pero no nos ayuda a sentirnos vivos, así que elegimos guardar la ausencia, recordar, pensar que seríamos más felices si no se hubiesen ido, si no nos hubiera abandonado o si no hubiese muerto. Lo razonable es una invención, un constructo teórico. Yo soy un hombre poco sentimental, creo, o por lo menos me cuesta sacar mis sentimientos, demostrarlos, compartirlos, así que casi siempre soy un hombre razonable, aburrido en ese aspecto y bien protegido contra las aventuras, sin embargo me cuesta olvidarme de las personas a las que quiero, recuerdo cada mujer a la que he amado y a todas aquellas personas que me han dado lo mejor que tenían.
Acabo de oír que la celebración de Halloween es una fiesta de origen celta para conjurar el peligro que supone que el comienzo del invierno borre la tenue línea entre la vida y la muerte. Dar miedo al miedo, evitar que los fantasmas se hagan con nuestro cuerpo aprovechando que un día al año ambos, vivos y muertos, estamos juntos. No me disfrazo y no he ido al cementerio a visitar a los muertos y no lo hago por falta de convicción sobre lo sobrenatural, lo divino, el ateísmo que me corroe, pero el próximo Halloween encenderé una lámpara de color calabaza para conjurar la llegada de la tristeza.
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Tenía ganas de escribir. Hace mucho que no escribo poesía. Me he tomado un respiro de las redes para reordenar las ideas, los papeles, el cuerpo, de manera que esa destrucción diaria de la que habla mi libro Arquitectura interior sea hoy menos acusada. Además estoy desanimado. Hace tiempo que siento que la vida se me escapa entre los dedos, el tiempo me adelanta y tengo una vívida sensación de final. Esto se acaba
Tenía muchas ganas de escribir de política como hacía antes, pero la verdad es que lo que pasa en este país es tan destructivo, tan infame, que no sé si escribir lo que pienso puede que sea ilegal. Creo que sí, seguro que lo es, porque no puede ser legal ya casi nada en un país que se está dejando extorsionar, secuestrado por una élite inmoral e insaciable a la que apoyan millones de personas fanatizadas con unos contra otros. Me quiero ir de mi país y sé que lo haré tarde o temprano, porque no se puede vivir rodeado de tanta basura sin terminar oliendo a podre.
Tenía muchas ganas de escribir de novelas como hacía antes, y sacar a pasear a Román por algún pueblo de una república olvidada de la URSS en su reencuentro con Luba, sexo, amor y muerte, como no puede ser de otra manera en una novela de espías; pero para ello necesito calma, algo de paz interior y la motivación de publicar y esa hace muchos años que la perdí después del esfuerzo y el dinero que me supuso el libro, tendré que recuperar gota a gota.
Tenía ganas de escribir y al final lo he hecho, me he quitado el mono de no estar atado a un verso, aunque cuando el verso es perfecto, más que atadura es liberación. Tenía ganas de dejar que los dedos me interpretaran libremente y se posaran en las letras con la decisión de quién sabe lo que quiere hacer y me dejaran entonces vivir viendo como las palabras salían de mis manos por su propio pie. Tenía ganas de escribiros y convocaros. Estoy triste y sé que solo el tiempo, ese que se me escapa, vendrá a mi rescate. Mientras os dejo estas miguitas por si me pierdo y me tuvierais que ir a buscar.
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Me alivio y recupero el aliento
sustraigo el ánima del aire que se me había escapado
la presencia de espíritu,
desenredo la madeja de las horas y los minutos enmarañados
el esfuerzo cotidiano con el peine del olvido
y me miro al espejo de los días vacíos
las noches negras
los despertares solitarios en habitaciones desconocidas
desconcertantes.
Me reclino sobre las teclas conocidas
apoyo mi espalda en el sofá templado de la rutina doméstica
el gato sobre las piernas, remolón;
me cuesta cerrar los ojos para mirar hacia atrás,
descabalgar tanta visión espeluznante del vacío
lo que no se puede mirar, ni ver
me cuesta cerrar los ojos sin marearme
conciliar el sueño
zanjar de una vez por todas el apetito enfermo.
Por eso me refugio en el silencio
íntimo.
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No encuentro una regla fija que mida los pasos
la distancia
una ecuación perfecta, milimétrica que me aproxime
ni siquiera un truco mnemotécnico
una razón invariable o que al menos sea útil.
Camino sin saber cuánto me acerco o me alejo.
Uno, dos, tres, cuatro
¡qué más da el recuento si ni siquiera puedo medir el tiempo
la distancia de la luz entre cada pisada
el enigmático peso de mi cuerpo
de mi cansancio.
Desplazo la incertidumbre, la ecuación no resuelta.
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Esperaba que vinieras
agazapado, escondido en la sombra.
Esperaba que aparecieras
me rescataras de la noche, de las sombras.
Esperaba
y la noche se fue haciendo oscura
densa.
Esperaba volar
pero mis pies se hundieron en la bruma
plomo en las alas.
Luego las luces se hicieron tenues
y poco a poco perdí la esperanza de oírte
de volar.
¡Me pesa tanto la noche!
Hay un lugar intermedio, fractal
un lugar abierto en medio de la pradera
pero no sé como llegar
no sé
por eso desgrano los minutos aquí en silencio
con plomo en las alas
y deseo el instante de la luz.
La vida se me revela
amarga.
La noche al menos me acuna y si no llegas
y si no vienes
soñare que vuelo.
Plomo en las alas
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