Mi comprensión y aceptación de las redes sociales
Yo, abuelo cebolleta
Llevo muchos años navegando por internet, desde los días de IRC, pasando por bitácoras, blogs, podcasts y los inicios de Twitter. Poco a poco, me he ido alejando del ruido digital para, siendo sincero, vivir mucho más tranquilo.
He eliminado mis cuentas de Twitter, Facebook, Instagram e incluso mis canales de YouTube, quedándome solo con Mastodon y mi perfil en Escritura Social para publicar textos más extensos.
He cambiado radicalmente mi actividad. Antes dedicaba horas a leer, comentar, debatir, explicar mis experimentos y colaborar en proyectos comunitarios. Todo eso lo dejé atrás.
En primer lugar, porque tengo 46 años y eso, de forma innegable, transforma tanto mi vida como mis necesidades y obligaciones. En segundo lugar, porque también han cambiado mis experiencias y lo que espero obtener de mi tiempo libre.
Además, es evidente que tanto la sociedad actual como los usuarios de las redes sociales generalistas han evolucionado.
Antes todo esto eran campos
Hace veinticinco o treinta años, los que estábamos en internet compartíamos un perfil similar: éramos apasionados por la informática. Si entrabas en un foro sobre rol, por ejemplo, encontrabas a personas tan entregadas a ese tema que estaban dispuestas a usar internet para discutirlo, algo que hoy parece trivial porque basta con sacar el teléfono del bolsillo y conectarse en segundos. Antes, no solo era complicado, sino que conectarse a internet era carísimo… ¡y ni hablar de que tus padres no podían usar el teléfono fijo! ¿Recuerdas la última vez que usaste uno?
Con mi uso obsesivo de internet y mis ganas de participar en todo, pronto llegué a las capas más profundas y comencé a crear contenido: colaboré en fanzines, fui administrador de foros y, más tarde, podcaster.
Me dejé llevar…
Lógicamente, mi uso de internet se volvió intensivo porque quería dar a conocer los proyectos en los que participaba, lo que marcó una nueva forma de entender las redes sociales. La competencia intrínseca del ser humano se hizo evidente: ver que alguien hacía algo similar a lo tuyo, o incluso plagiaba tu trabajo, y tenía más éxito porque estaba todo el día en redes, te hacía hervir la sangre y te empujaba a reforzar tu presencia.
Esta etapa es crucial porque, sin darte cuenta, internet deja de ser un lugar para aprender y se convierte en un escaparate para que te conozcan y demuestres tu valía. Todo comienza con buenas intenciones: haces cosas porque quieres compartir lo que sabes y ayudar a otros, usando las herramientas disponibles para ganar visibilidad. Pero, sin notarlo, empiezas a competir con los demás.
Esa época en la que participabas solo por diversión, por conocer gente y aprender, se diluye de forma tan gradual que no solo no te das cuenta, sino que incluso idealizas ese pasado.
Antes sí que eran redes sociales de verdad…
Un ejemplo claro de este proceso de transformación es recordar los inicios de Twitter, una red tan peculiar que nadie sabía para qué servía. Alguien escribía que estaba comiendo un bocadillo de chorizo y otro respondía que iba a preparar palomitas para ver una serie.
Era una red social humana, sin pretensiones. Luego creció, el timeline cambió para mostrar lo más relevante… Aún recuerdo cuando, por las mañanas, mientras desayunaba, leía mi timeline entero para responder a todos o comentar sus publicaciones. ¿Cuándo fue la última vez que hiciste algo así? Hoy, Mastodon es algo parecido: un rincón de internet que aún conserva humanidad.
Al final, todo se reduce a empresas. Las redes comienzan como proyectos de nicho, ganan prestigio y luego se transforman para priorizar números y beneficios. Del mismo modo que las redes sociales evolucionan, yo también cambio al envejecer. Ahora estoy en una etapa más reflexiva, enfocada en conocerme y darme el espacio para buscar lo que me llena a nivel personal.
Esa actividad de antes no solo consumía horas de mi día, sino que, a veces, hacía cosas solo porque esperaba muchas descargas o comentarios, buscando cierto éxito o popularidad. Por fortuna, esa etapa quedó atrás.
Desde la perspectiva de mi vida actual, esa actividad no me compensa en absoluto. Esas horas que antes dedicaba a las redes ahora las invierto en ir al gimnasio, pasear con mi mujer y nuestra perra, aprender a dibujar, escribir… en fin, en cualquier actividad de mi vida cotidiana.
Sin embargo, iluso de mí, esperaba regresar de vez en cuando, publicar algo y charlar con alguien. Pero la realidad es que, hoy en día, ya no se comenta.
Soy una rana
Dicen que si metes una rana en agua tibia y la calientas lentamente, no escapa porque se acostumbra al cambio de temperatura. No sé si es cierto (y no pienso probarlo), pero así es como me siento. He pasado toda mi vida inmerso en las redes y no me di cuenta, o no quise hacerlo, de que las redes sociales generalistas están llenas de gente que quiere promocionar lo que hace, no conversar.
Tampoco estoy seguro de si antes se hablaba tanto. Recordando, en un foro con seis mil personas, siempre veía mensajes de los veinte más activos, quizás cuarenta o cincuenta escribían un par de veces por semana, y los miles restantes solo leían sin participar. Pero eso lo olvidamos.
Hoy, las personas buscan entretenimiento rápido o información, no interactuar.
La madre del cordero
Y eso es solo la punta del iceberg. ¿Quién te va a comentar en redes sociales? Alguien acostumbrado a hacerlo. Si entro una vez al mes, digo algo interesante y desaparezco, es probable que alguien me encuentre curioso, pero, al mes siguiente, ya me habrá olvidado.
Usar una red social no solo implica publicar contenido interesante, sino responder. Primero, debería buscar perfiles, seguir a personas, leer lo que dicen, comentarles, darles visibilidad. Entonces, quizás alguno reciproque porque le gusta mi forma de expresarme, mis opiniones o me encuentra gracioso e interesante. Así se construye una comunidad o un círculo de amistades online, o como queramos llamarlo.
Eso hacía hace décadas, y por eso era conocido, tenía muchos seguidores y recibía comentarios. Mi idea de “charlar” en redes viene de esa época. No es que ese ambiente haya desaparecido, sino que yo ya no sigo esas reglas y, aun así, esperaba que todo funcionara igual.
Y ahora, ¿qué?
A día de hoy, no tengo ni el tiempo ni las ganas de hacerlo. Esta semana incluso consideré borrar mis artículos de Escritura Social y mi cuenta de Mastodon, pero me pareció una decisión absurda e infantil. Fue entonces cuando comencé a reflexionar y escribir esto.
Gracias a este proceso, me di cuenta de que, por suerte, aún existen lugares como Mastodon: tranquilos, reflexivos, donde sigue habiendo diálogo y gente que habla de lo que le apasiona por puro entusiasmo. Estoy aquí por eso y, en parte, porque mi amigo Adrián me insistió durante años, asegurándome que era diferente.
Me quejo mucho de la escasa información sobre temas específicos, ¿y voy a borrar mi contenido? ¡Sería una tontería! Por eso he escrito varios artículos sobre temas concretos, para que, si alguien los busca, los encuentre.
Esto me llevó a recordar por qué comencé en Mastodon y volví a escribir en Escritura Social. ¿Qué me mueve por dentro? Supongo que es una especie de terapia, más barata que un psicólogo. Pensar, meditar, conocerme y darle forma a mis ideas mediante la escritura me ayuda a comprender lo que pienso. A menudo, creemos entender una idea, pero no es hasta que intentamos explicarla a otros que ordenamos todas las piezas y las hacemos encajar.
Además, como mencioné, internet está lleno de artículos repetitivos. Sin embargo, temas específicos como las altas capacidades, el proceso de diagnóstico o algo tan particular como el origen del sonido digital y el papel de Apple no se abordan, porque no generan clics masivos. Pero a mí me interesan o me afectan.
Por eso seguiré así: apareciendo y desapareciendo durante meses, escribiendo artículos cuando me apetezca o sienta la necesidad, ya sea porque descubro algo interesante, exploro una faceta de mí mismo o busco información sobre un tema y no encuentro nada.
Ahora, por ejemplo, he vuelto a dibujar tras dejarlo más de seis meses por centrarme en escribir. Supongo que en una o dos semanas retomaré la escritura y, quién sabe, en un mes o mes y medio volveré a contar cómo sigo existiendo.
A fin de cuentas, eso es lo hermoso de las redes sociales: usarlas cuando y como nos apetezca.