Del infierno nadie sale vivo
💧 Otro ejercicio corto de clase. Teníamos que escribir una escena en la que pasase algo usando como referencia una anterior donde describíamos un mundo de fantasía.
Elegí el momento final en el que la salamandra y la vieja (Eldath) van a salir del infierno, pero las dos no tenían la mísma de idea sobre cómo iba a ir el tema.
No puedo más, no me quedan fuerzas. Las seguí porque… no sé por qué, supongo que es mi familia, que era. Las seguí, combate tras combate, protegiendo a la vieja, mientras una tras una caían mis hermanas. ¿De qué sirven ahora las palabras de una vieja loca? Debería haber acabado con ella tal como escapamos del último grupo. Aún no sé por qué no lo hice… hay algo en su voz que no te deja pensar claro. O quizás es que matarla habría sido admitir esta locura, porque es eso, una locura ¿verdad? Huyendo por el laberinto entramos a la cueva de la canción. Y efectivamente hay un lago, y una cascada, y su agua cristalina derrite la carne. No la suya, no. La de la vieja no. Sonriendo me ha dicho que la salida está tras la cascada, que me espera allí. ¡Y se ha ido! He atravesado medio Phlegethos con la vieja, visto morir a mis hermanas y ahora estoy sola ¿esperando a qué? ¿A que me encuentren y me maten? ¿A morir derretida en un lago? ¡Maldita vieja! ¡Maldita canción, maldita promesa y malditas todas! Oh, mira a la poderosa salamandra inmortal. Atrapada e indefensa y llorando de rabia. ¿Cómo he sido tan tonta? Del infierno nadie sale vivo. ¿Nosotras íbamos a ser especiales? ¡Ja! Mírate, das pena.
Tomo aire, dejo mis armas y repto hacia el lago, el agua es como deben sentir el fuego los condenados, igual es solo justo que acabe así. Partes de mi cola se van deshaciendo conforme me acerco a la cascada, de reojo veo trozos flotar entre espumarajos. Mira a la orgullosa salamandra, suicidándose. Porque es eso, un suicidio. Continúo pese al dolor porque no hay ningún sitio más al que ir, pero no me engaño, lo que consiga llegar a la cascada se quedará ahí. Perdonadme, perdonadme, mis hermanas, debí...
—Ya pensé que no venías.
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