Ruido Coloreado

Pensamientos pseudoaleatorios

La rutina y la previsibilidad son dos de los principales pilares de mi cordura que malamente se mantiene en pie sobre unos cimientos cenagosos de pánico ante la incertidumbre y nula tolerancia a la frustración. Hace muchos años aprendí por las malas que una de las cosas que más me ayudaban a ir por la vida con un mínimo de dignidad era planificarme al dedillo, no únicamente las tareas más serias y aburridas sino también mi tiempo de ocio.

Eso me llevó entre otras cosas a organizar mis lecturas alrededor de una lista de la que tengo que pasar por todos sus ítems antes de volver a iterarla. Me obligo a leer un libro de las estanterías, otro de la pila de compras de la última Feria, otro de la biblioteca de Calibre, uno del Mundodisco (#speakHisName), un libro técnico, un manual de rol, etc. Una de las últimas adiciones a esa lista fue el integral ilustrado de las novelas y relatos de Terramar que lanzó Minotauro hace un par de años. Por cada pasada que hago a la lista de lecturas me leo una de las novelas de ese integral.

Son clásicos de la literatura fantástica que no había leído hasta ahora y que, como todo lo de Le Guin, me está encantando. Una de las cosas que más me está gustando es su concepción de la magia basada en el conocimiento del nombre verdadero de las cosas.

Y ese concepto es algo que me ha tocado profundamente.

A principios de este año (y a todas luces demasiado tarde) por fin dejé mis miedos y vergüenzas de lado y empecé a acudir a terapia.

Ahí me encontré con un paralelismo con Terramar que no me esperaba. Conocer qué nos pasa, ponerle su nombre verdadero, nos da poder. No es una bala de plata que acabe mágicamente con tus problemas, pero conocer ese nombre es uno de los primeros pasos en un camino que gracias a ello pasará a ser un poco menos tortuoso.

————— Si quieres comentar algo sobre esta entrada me puedes contactar a través de mi cuenta de Mastodon @nacho@frankenwolke.com

Comparto nombre y apellido con mi bisabuelo, mi abuelo y mi padre. Gracias a este dato, a lo poco común de mi apellido (según el INE pasamos malamente del medio millar) y a la proliferación de pequeños periódicos locales a principios del XX he podido localizar en hemerotecas datos curiosos de mi historia familiar como el nombramiento de mi bisabuelo como médico del pueblo en 1918 tras la muerte de su predecesor a causa de la pandemia de gripe española o un artículo suyo del año 1927 en el que ante la pregunta de un periodista sobre si estábamos ante una nueva pandemia durante un pico de resfriados respondió con una carta en la que con un tono socarrón no sólo lo desmentía sino que le decía entre líneas al autor de la pregunta que habían estado juntos de romería ese domingo y que había una explicación bastante más racional para el malestar general que pudiese estar sintiendo. Pim, pam, trucu, trucu. Supongo que el humor tiene algún tipo de componente genético porque en esa carta escrita hace casi 100 años me sentí sorprendentemente reflejado.

En lo que he roto la tradición es en que no sólo no soy el primero de los cuatro que no estudia medicina sino que además no la ejerzo en nuestro pueblo de origen. La medicina nunca me llamó la atención y estoy muy agradecido a mis padres por no haberme presionado lo más mínimo en ese sentido. No voy a decir que me sienta culpable ni mucho menos pero según voy cumpliendo años tengo la sensación de haber roto alegremente con algo sin haberlo llegado a considerar seriamente. Las ciencias y los ordenadores fueron lo primero que llamó mi atención y me fui encaminando académicamente hacia ahí sin plantearme más posibilidades.

Seguramente, de planteármelas, la conclusión hubiese sido la misma pero es en el no habérmelo ni siquiera planteado en lo que siento algo que podría llegar a parecerse a la culpa.

Dentro del festival de la entropía que es el despacho de mi padre, absolutamente desbordante de libros, estilográficas y relojes, hay un rincón que me gusta especialmente. En un esquina hay tres fotos enmarcadas. Mi bisabuelo, mi abuelo y mi padre en sus consultas. Cuando las veo no puedo evitar pensar que en parte sí que soy una pieza que no ha encajado donde debería. Durante mucho tiempo me planteé hacerme una foto con algún tópico ingenieril como soldando algo con unas lupas o vestido con una sudadera con capucha mientras tecleo comandos en una terminal verde sobre negro. Pero finalmente lo terminé descartando porque me parecía demasiado impostado.

Siempre he creído tener muy clara mi vocación académica y profesional y creo que la sigo teniendo. Pesó más la fascinación que me provocaba mi abuelo materno que terminó su carrera profesional como profesor de FP de mecánica y el ver cómo entendía el funcionamiento de las cosas. Y ha sido una decisión que se ha demostrado muy afortunada porque estoy mucho más cómodo trabajando rodeado de máquinas que de personas.

Pero según van pasando los años no puedo evitar pensar si de alguna manera inconsciente evité un camino marcado de antemano que me hubiera llevado a convertirme en el cuarto de mi nombre.

————— Si quieres comentar algo sobre esta entrada me puedes contactar a través de mi cuenta de Mastodon @nacho@frankenwolke.com

Estaba pensando hoy que qué curioso que alguien con una ansiedad tan descontrolada y en general tan miedoso ante cualquier incertidumbre haya terminado disfrutando tando del buceo.

Y me he dado cuenta de dos cosas.

La primera es que no es tan sencillo. Cuando hice mi primer curso de buceo me dio un ataque de ansiedad directamente en la primera inmersión de aguas confinadas (que consiste básicamente en poco más que en meter la cabeza debajo del agua en una playa y respirar por el regulador). Huí, literalmente. Me volví a Madrid sin terminar el curso. Luego conseguí hacer otro curso con gente que supo lidiar con mis miedos, pero es otra historia.

La segunda y más importante es que me he dado cuenta de que el buceo es una actividad ansiosa por su propia naturaleza. Buena parte de los protocolos de buceo consisten en pensar qué puede salir mal con catastróficos resultados y saber qué hacer llegado el caso. ¿Y si se me rompe el regulador mientras buceo? Lo llevas duplicado. ¿Y si el duplicado también se rompe? Se bucea siempre con un compañero que también lo lleva duplicado. ¿Y si he acumulado demasiado nitrógeno y me da una embolia? Vamos a hacer paradas de seguridad para eliminarlo. ¿Y si me quedo enganchado en un alga? Para eso está el cuchillo. ¿Y si de repente tengo que emerger en medio de la nada y los barcos no me ven? LLevas una boya de emergencia. ¿Y si al emerger no me queda aire y no tengo flotabilidad en el chaleco? Lo puedes llenar a pulmón. ¿Y si hay muchas olas y me cuesta respirar? Saca el snorkel.

Al final que una actividad esté tan construida alrededor de todo lo que puede salir mal paradójicamente hace que resulte tolerable para alguien tan miedoso como yo. Ojo, cada vez que me sumerjo siento un respeto primo hermano del miedo. Pero llevadero.

No tengo pruebas pero tampoco dudas de que el buceo lo diseñaron personas profundamente ansiosas.

Afortunadamente.

————— Si quieres comentar algo sobre esta entrada me puedes contactar a través de mi cuenta de Mastodon @nacho@frankenwolke.com

Mi compañero de pupitre de la universidad y yo tuvimos la mala idea de terminar la carrera en medio de una crisis económica galopante con lo que además de enviar currículums a todos lados como si no hubiese un mañana también nos apuntábamos a cualquier sarao de reclutamiento que se cruzase en nuestros caminos.

En uno de esos eventos terminamos yendo toda una recua de jovencitos confusos a una gran empresa tecnológica donde nos dio una charla motivacional un individuo al que supongo que el exceso de gomina que portaba en la cabeza le provocaba una falta de transpiración que no podía traer nada bueno.

El evento consistía en la típica charla de motivación cuñado-capitalista a la que pretendió dar un gran cierre alrededor del concepto “nadie recuerda a los perdedores, en esta empresa sólo queremos a los número uno”.

Y para ilustrar su filosofía de repente se dirigió a mí supongo que porque mi cara de aburrimiento extremo le hizo identificarme como la víctima ideal para su ejemplo:

— A ver, tú, ¿quién fue el primer hombre en la luna? – Me preguntó. — Neil Armstrong.

Esta era fácil así que tampoco me voy a dar mucho mérito. El señor engominado se dio la vuelta y siguió con su discurso.

— Efectivamente, todos nos sabemos de memoria el nombre del primer hombre en la luna pero pocos recuerdan al segundo porque...

— Buzz Aldrin. – Le interrumpo.

Una mezcla de sorpresa con leves toques de “cállate chaval” adorna su rostro pero nuestro protagonista es un consultor experimentado y sabe salvar la situación mientras cambia de objetivo y se dirige a mi compañero de pupitre.

— Bueno, esa era fácil, pero a ver, tú, ¿quién fue el primer hombre en escalar el Everest?

— Edmund Hillary. – Le contesta sin dudar mi amigo.

— Efectivamente, no es un dato tan conocido pero de lo que sí que no se acuerda nadie es del segundo que lo escal...

— Tenzing Norgay. – Le interrumpe impertérrito mi amigo.

— ¿Perdón? – El desconcierto empieza a ser ya más preponderante que la gomina en esa cabeza.

— Tenzing Norgay, el sherpa de Hillary es el segundo hombre en haber escalado el Everest.

— Ya bueno, pero...

— Eso suponiendo que Mallory e Irvine no lo hubiesen logrado antes.

— En fin, como decíamos, nadie recuerda a los segundos salvo una poca gente. Gracias por venir. – Dijo cerrando el evento.

Dejamos nuestros CVs y, por lo que sea, nunca nos llamaron.

————— Si quieres comentar algo sobre esta entrada me puedes contactar a través de mi cuenta de Mastodon @nacho@frankenwolke.com

Cuando estábamos en quinto de teleco decíamos medio en broma medio en serio que ese curso era un premio por haber llegado hasta ahí y que comparado con la dureza de los anteriores era poco más que un paseo.

Aunque la realidad no era tan idílica (seguía habiendo alguna asignatura fastidiada, el proyecto fin de carrera era una buena fuente de estrés, muchos empezábamos a trabajar y hacíamos malabarismos con los horarios...) lo cierto es que había las suficientes asignaturas ligeritas como para poder considerarlo razonablemente cierto.

Una de esas asignaturas era de organización de empresas o algo así. Unos pocos créditos pensados para aquellos insensatos que se quisieran montar algo por su cuenta para tener una pared a la que llamar suya de la que colgar su flamante título firmado por alguien que decía ser Magnífico.

Como en otras tantas asignaturas que me interesaban entre nada y menos no recuerdo absolutamente nada de ella.

Excepto una cosa.

Un día en un momento distendido de la clase la profesora nos dio un consejo que se me grabó a fuego. Nos dijo que estábamos a punto de ser ingenieros. Que nuestros amigos de la universidad, que algunos mantendríamos para siempre, estaban también a punto de serlo. Que buena parte de los nuevos amigos que haríamos en el trabajo también lo serían. Para algunos, incluso sus parejas serían ingenieros.

Y nos hizo una advertencia. Corríamos el riesgo de vivir en una burbuja y de perder el contacto con la realidad. No sólo porque podríamos optar a puestos de trabajo que a la larga nos diesen una posición de cierto privilegio sino porque muchas veces la visión del mundo de los ingenieros es, por decirlo amablemente, un poco particular. O, por decirlo sin medias tintas, muchas veces somos unos capullos engreídos que nos creemos más listos que nadie. No creo que haya muchas carreras que produzcan tantos y tan buenos Dunning-Kruger como las nuestras.

Fueron apenas un par de minutos de charla en una asignatura intrascendente. Pero a día de hoy no sabría ni por dónde empezar una transformada de Fourier y, en cambio, este pequeño consejo lo tengo más presente que nunca.

————— Si quieres comentar algo sobre esta entrada me puedes contactar a través de mi cuenta de Mastodon @nacho@frankenwolke.com

Durante la universidad pasé varios años bastante malos por culpa de la ansiedad y posiblemente también una depresión que nunca se llegó a diagnosticar. Afortunadamente fue algo que logré superar y, aunque evidentemente la foto completa es más compleja, siempre le he asignado buena parte del mérito a la afición casi obsesiva por correr que desarrollé en aquella época. Recuerdo que solía decir medio en broma medio en serio que había huido corriendo de mis problemas.

Sigo creyendo que correr fue importantísimo, no le voy a restar méritos. Pero últimamente he estado revisitando aquella época y me he dado cuenta de que había más hábitos que posiblemente también ayudaron mucho y a los que no he reconocido la importancia que realmente tuvieron.

Y es que de aquella escribía. Mucho. No sólo un blog sino que también dedicaba un rato cada día a escribir a mano en una libreta. Yo lo llamaba cuaderno de entrenamiento porque supuestamente era donde iba anotando y planificando mis entrenos pero aquello a todas luces era un diario en el que iba vomitando todo lo que me pasaba por la cabeza. Mirándolo con la perspectiva que me han dado los años no tengo ninguna duda de que eso me ayudó de un modo que no supe identificar entonces.

El hábito de escribir es algo que he retomado recientemente y he notado que efectivamente me ayuda mucho. Me permite sacar cosas de mi cabeza y además desarrollarlas con más profundidad. Más de una vez me han sorprendido cosas sobre mí mismo de las que no era realmente consciente hasta que no me paré a escribir sobre ellas. Por ejemplo, hace poco descubrí gracias a esto que he desarrollado una sensación de desarraigo muy fuerte porque hace ya muchos años que me fui de Galicia y de un tiempo a esta parte mis sentimientos de pertenencia o identificación con Madrid prácticamente han desaparecido.

Tampoco es que esté descubriendo la pólvora con esto. Es algo que se lleva haciendo toda la vida y que además parece estar viviendo un pequeño resurgimiento en los últimos tiempos. Si buscas un poco por Internet te encontrarás con mucha gente que, a veces poniéndose un poco intensitos de más, alaban las bondades del journaling (es importante ponerle un nombre en inglés para que sea cool). Incluso en una de las últimas actualizaciones de iOS han añadido una aplicación de diario que te anima a dedicar un tiempo al día a escribir. No es una aplicación que me guste ni mucho menos porque creo que hacerlo en digital le quita buena parte de la gracia al asunto. Para mí la casi ceremonia de coger un cuaderno y una pluma es una parte irrenunciable de esto. Pero sin duda que un gigante tecnológico acerque este hábito al gran público es un indicio del auge que está volviendo a coger esta actividad.

Si no lo habéis probado os animo a hacerlo. Es fácil y barato. Literalmente sólo necesitas papel y lápiz. Seguro que en unos pocos días ya os habréis llevado alguna sorpresa y os ayuda a conoceros un poco mejor.

————— Si quieres comentar algo sobre esta entrada me puedes contactar a través de mi cuenta de Mastodon @nacho@frankenwolke.com

Esta marcianada era el relato de trasfondo de mi personaje para una campaña de rol por email muy efímera que jugué con unos amigos. Aunque está todo muy esquemático y releyéndolo ahora tiene unas cuantas cosas que cambiaría, en el fondo me sigue haciendo gracia y lo rescato por aquí

Miradla, siempre llevo una foto suya en mi cartera. Tan bella, tan llena de energía, más viva que cualquiera de esos frágiles seres basados en el carbono que se creen el centro del universo… Desde que era un imberbe e idealista condensador cerámico sé que estamos destinados a estar juntos y he desperdiciado buena parte de mi juventud buscándola.

Pero con el tiempo comprendí que la búsqueda me llevaría más tiempo del que me queda por vivir. No me quedan demasiados ciclos de carga-descarga por lo que hace unas semanas decidí que si no podía encontrarla, me haría una a medida. Desde ese momento dedico mis días a vagar por chatarrerías, tiendas de electrónica y demás lugares en los que puedo encontrar cantidades ingentes de material eléctrico para irme fabricando poco a poco a mi amada.

Hace unas horas uno de mis informadores me dio un gran soplo. Había localizado la residencia de un aspirante a ingeniero loco y me la presentó como un paraíso hecho a mi medida. Kilos y kilos de resistencias, bobinas y demás, tirados aquí y allá sin orden ni concierto listos para que cualquiera coja lo que necesite sin que su dueño los eche en falta hasta que haya pasado un tiempo prudencial. Tuve que vaciar mis ya de por sí empobrecidos bolsillos para conseguir la dirección exacta de esa cueva del tesoro, pero nada más llegar al lugar comprendí que valía hasta el último gramo de virutas de cobre que había pagado.

Cuando llevaba ya un rato rapiñando todo lo que me era buenamente posible escucho el sonido de la puerta de entrada abriéndose. Corro a esconderme, lo que no me resulta nada complicado debido al formidable desorden imperante y observo qué pasa desde la seguridad de mi refugio. Dos insignificantes humanos entran en la casa y se dirigen hacia un armario. Están charlando entre ellos y no reparan en mí. Me siento tranquilamente mientras espero a que se vayan para poder seguir con mi cosecha de material gratuito.

Pero algo raro sucede. De repente siento una gran descarga de energía y pierdo el conocimiento. Me despierto al poco rato sintiéndome muy raro.

Algo ha cambiado en mí, lo noto…

  • Nombre: Micro Faradio, Emefe para los amigos.

  • Físico: Mayormente un condensador electrolítico. Los bornes le sirven como patitas. La cabeza es de un lego que se fundió con él a causa de la explosión o vaya usted a saber qué. Como brazos tiene dos trozos enrollados y pegajosos de fixo que puede estirar ligeramente para alcanzar objetos que no están a su alcance. También le sirven como ayuda para escalar y para llevar ahí enganchado su equipo. Dispone de una Dremel debidamente modificada para lanzar clavos utilizando la energía eléctrica que él mismo almacena, amén de otros gadgets de muerte y destrucción que no se me ocurren ahora mismo.

  • Trasfondo: El alma de Nacho está encerrada dentro del condensador, y aunque no tiene control absoluto sobre él sí que le intenta guiar en la medida de lo posible en una búsqueda que logre devolverle a su cuerpo original.

  • Taras: Neurótico, hiperactivo, paranoico, excesivamente impulsivo, capacidad extraordinaria para tomar las decisiones más equivocadas en los momentos más inoportunos, etc, etc, etc. Platónicamente enamorado de las bobinas Tesla (sí, de todas, es pelín promiscuo) se ve obligado a actuar como un idiota (todavía más, si cabe) cuando está en presencia de una de ellas.

————— Si quieres comentar algo sobre esta entrada me puedes contactar a través de mi cuenta de Mastodon @nacho@frankenwolke.com

Entrada publicada originalmente en un viejo blog que recupero aquí

Una vez tuve un perro. Era como todos los demás perros, es decir, era el más listo, el más bonito, el más fiel, el más educado, el más mejor perro del mundo mundial. Un día bajé al jardín y no le vi. No le di mucha importancia. A la semana siguiente volvimos a la aldea y por segunda vez no supe nada de él. Empecé a mosquearme.

Así que afronté la situación con la madurez y valentía que me caracterizan. Dejé de bajar al jardín y supuse que Otto seguía estando ahí como si nada hubiera pasado.

Fui capaz de vivir esa mentira durante dos años, lo cual tampoco me supuso demasiado esfuerzo. A fin de cuentas he vivido mentiras peores durante más tiempo. Pero el hechizo se rompió cuando un buen día mi padre (con esa sutileza que le caracteriza y que yo he heredado) me espetó:

“Oye, tú sabes que el perro ha muerto, ¿verdad?”.

Le contesté que había empezado a sospechar algo un par de años atrás cuando dejé de ver al perro y desde el momento en el que dejamos de guardar las sobras.

Pero era infinitamente más feliz en mi ignorancia. Tal vez la razón por la que Otto ya no se dejase ver era que se había apuntado como voluntario y estaba viajando por el mundo auxiliando a las víctimas de terremotos. O tal vez se había enamorado de una robusta san bernardesa y vivían felices al calor de la chimenea de un monasterio alpino con sus respectivos barriletes de ron al cuello. Quizá hubiera vuelto a su Bélgica natal para ayudar a limar asperezas entre flamencos y valones. Quién sabe. Había mil improbables mentiras muchísimo más reconfortantes que la casi evidente verdad.

Pero no se puede vivir eternamente en una mentira. A la larga la realidad siempre tiene que venir a joderlo todo.

————— Si quieres comentar algo sobre esta entrada me puedes contactar a través de mi cuenta de Mastodon @nacho@frankenwolke.com

Años de escribir intrascendencias me avalan

Aunque nunca fui demasiado prolífico porque hay un cierto nivel de exhibicionismo emocional en la escritura de un blog personal que se nos hace algo de bola a los introvertidos al final, por H o por B, he tenido varios durante mucho tiempo. Empezaron como una excusa para cacharrear con el autoalojamiento (mientras escribo esto me doy cuenta que más de 20 años después el ansia por el cacharreo sigue siendo mi principal motor) y terminé yendo a lugares específicos de blogs donde solo me tuviese que preocupar de escribir y no de administrar. Al final, como casi todos, terminé en Blogger y, también como casi todos, abandoné el blog por culpa de Twitter.

Una nueva relación con Internet

El que un billonario megalómano se haga con la que era tu red social favorita provoca que, al menos en mi caso, te replantees toda tu vida online. Durante los últimos casi dos años he ido progresivamente abandonando los servicios de las grandes tecnológicas optando por autoalojar cuando sea posible/práctico y por pagar a empresas con foco en la privacidad cuando sea mejor externalizar. Esto me ha llevado a darme cuenta de dos cosas:

  • Administrar tus propios servicios o pagarlos a un precio justo no es barato. Esto te lleva a preguntarte exactamente qué ganan quienes lo ofrecen gratis a escala industrial y a sospechar que no te va a gustar la respuesta.

  • A la larga te vas amoldando tú a los servicios y no ellos a ti. Seguramente si me hubiese parado a pensarlo me habría dado cuenta de que me seguía apeteciendo escribir un blog, pero me dejé arrastrar por la ola del microblogging.

¿Por qué otro blog? ¿Y por qué este título?

Durante el último año he escrito (no demasiado, también es verdad) algún post en mi cápsula de Gemini y se me ha despertado el gusanillo. Además estoy intentando adquirir la costumbre de escribir con cierta regularidad notas en mi libreta porque no sólo me ayudan a aclararme las ideas sino que además son una excusa maravillosa para usar la colección de plumas y tintas que no para de crecer. Y muchas de esas notas con un poco de repaso pueden valer para un blog.

¿Y por qué este título? Bueno, pues uno de los blogs en los que más escribí lo llamé Ruido Blanco. Un concepto telequil que me pareció que encajaba muy bien en un blog del que decía que un post no guardaba correlación con los demás y que iba a ser muy aleatorio. El nombre todavía me gusta, pero es un blog escrito durante una de mis peores épocas y la nostalgia se queda únicamente para el título. Y, basándome en aquel viejo nombre, se me ha ocurrido que Ruido Coloreado es un nombre todavía mejor. Porque supongo que esto seguirá siendo bastante caótico y aleatorio, pero también supongo que habrá temas más recurrentes que otros. Y un ruido cuando tiene preponderancia de unas determinadas frecuencias ya no es blanco sino coloreado. Empezamos.

————— Si quieres comentar algo sobre esta entrada me puedes contactar a través de mi cuenta de Mastodon @nacho@frankenwolke.com