El cuarto de su nombre
Comparto nombre y apellido con mi bisabuelo, mi abuelo y mi padre. Gracias a este dato, a lo poco común de mi apellido (según el INE pasamos malamente del medio millar) y a la proliferación de pequeños periódicos locales a principios del XX he podido localizar en hemerotecas datos curiosos de mi historia familiar como el nombramiento de mi bisabuelo como médico del pueblo en 1918 tras la muerte de su predecesor a causa de la pandemia de gripe española o un artículo suyo del año 1927 en el que ante la pregunta de un periodista sobre si estábamos ante una nueva pandemia durante un pico de resfriados respondió con una carta en la que con un tono socarrón no sólo lo desmentía sino que le decía entre líneas al autor de la pregunta que habían estado juntos de romería ese domingo y que había una explicación bastante más racional para el malestar general que pudiese estar sintiendo. Pim, pam, trucu, trucu. Supongo que el humor tiene algún tipo de componente genético porque en esa carta escrita hace casi 100 años me sentí sorprendentemente reflejado.
En lo que he roto la tradición es en que no sólo no soy el primero de los cuatro que no estudia medicina sino que además no la ejerzo en nuestro pueblo de origen. La medicina nunca me llamó la atención y estoy muy agradecido a mis padres por no haberme presionado lo más mínimo en ese sentido. No voy a decir que me sienta culpable ni mucho menos pero según voy cumpliendo años tengo la sensación de haber roto alegremente con algo sin haberlo llegado a considerar seriamente. Las ciencias y los ordenadores fueron lo primero que llamó mi atención y me fui encaminando académicamente hacia ahí sin plantearme más posibilidades.
Seguramente, de planteármelas, la conclusión hubiese sido la misma pero es en el no habérmelo ni siquiera planteado en lo que siento algo que podría llegar a parecerse a la culpa.
Dentro del festival de la entropía que es el despacho de mi padre, absolutamente desbordante de libros, estilográficas y relojes, hay un rincón que me gusta especialmente. En un esquina hay tres fotos enmarcadas. Mi bisabuelo, mi abuelo y mi padre en sus consultas. Cuando las veo no puedo evitar pensar que en parte sí que soy una pieza que no ha encajado donde debería. Durante mucho tiempo me planteé hacerme una foto con algún tópico ingenieril como soldando algo con unas lupas o vestido con una sudadera con capucha mientras tecleo comandos en una terminal verde sobre negro. Pero finalmente lo terminé descartando porque me parecía demasiado impostado.
Siempre he creído tener muy clara mi vocación académica y profesional y creo que la sigo teniendo. Pesó más la fascinación que me provocaba mi abuelo materno que terminó su carrera profesional como profesor de FP de mecánica y el ver cómo entendía el funcionamiento de las cosas. Y ha sido una decisión que se ha demostrado muy afortunada porque estoy mucho más cómodo trabajando rodeado de máquinas que de personas.
Pero según van pasando los años no puedo evitar pensar si de alguna manera inconsciente evité un camino marcado de antemano que me hubiera llevado a convertirme en el cuarto de mi nombre.
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