Escritura Social

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from jartigag

‒Si alguien ama a una flor y no existe más que un solo ejemplar en millones y millones de estrellas, esto es motivo suficiente para que ese alguien se sienta feliz cuando la mira. Se dice: “Mi flor, esta ahí, en alguna parte...” ¡Pero si el cordero se come la flor, para él es como si de repente todas las estrellas se apagaran! ¿No es esto importante? [..]

Muy pronto aprendí a conocer mejor a esa flor. En el planeta del principito siempre hubo flores sencillas [..] que a nadie causaban molestias ni llamaban la atención. Aparecían una mañana entre la hierba y morían en la tarde. Pero aquella [..] no se parecía a ninguna otra. A pesar de que la observaba continuamente, no descubría de qué clase de semilla procedía. Podía ser una especie nueva de baobab. Sin embargo, el arbusto dejó pronto de crecer y dio una flor. [..]

Y así es como empezó a torturarlo con su vanidad un poco quejumbrosa. Un día, por ejemplo, hablando de sus cuatro espinas, le dijo al principito: ‒¡Ya pueden presentarse los tigres con sus garras! ‒No hay tigres en mi planeta ‒le objetó el principito‒; y además los tigres no comen hierba. ‒Pero yo no soy una hierba ‒le respondió dulcemente la flor. ‒Perdóname... ‒No temo a los tigres, pero tengo horror a las corrientes de aire. ¿No tienes un biombo? ‒[..]

‒En la noche quiero que me cubras con una esfera de cristal; en este planeta hace mucho frío. Aquí todo está mal instalado. Allá de donde yo vengo... Pero la flor se interrumpió. Había venido en forma de semilla, por lo tanto no pudo haber conocido otros mundos. Humillada por sentirse sorprendida en una mentira tan notoria, tosió dos o tres veces y trató de salir del atolladero, diciéndole al principito: ‒¿Qué pasa con el biombo? [..]

Páginas de "El principito", con las ilustraciones de Antoine De Saint-Exupéry

De este modo, el principito, a pesar de la buena voluntad de su amor, dudó de ella. Había tomado en serio algunas palabras sin importancia, lo que le hizo sentirse desdichado. “No debí haberla escuchado” ‒me confió un día‒. “No se debe escuchar jamás a las flores. Es suficiente verlas y olerlas. La mía perfumaba todo mi planeta; sin embargo, yo no gozaba con ello. La historia de las garras que tanto me molestó, hubiera debido enternecerme...”

Y todavía me confesó: “¡En aquel entonces no supe comprender nada! Debía haberla juzgado por sus actos y no por sus palabras. Ella me proporcionaba alegría y aroma. Jamás debí haber huido. Debí adivinar su ternura, tras sus inocentes mañas. ¡Las flores son tan contradictorias! Pero yo era demasiado joven para saber amarla.”

 
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from Cartas de Berni

Este es el segundo en una serie de artículos sobre creación y administración de una pequeña instancia de Mastodon desde el punto de vista de un moderador. Puedes leer otros artículos de la misma colección haciendo clic en el hashtag que aparece al final de esta entrada.

He hablado anteriormente de las razones que me motivaron a crear una instancia para mi madre. Aquí hablaré de algunas consideraciones técnicas que tuve que analizar a la hora de crear la instancia.

La primera pregunta a la que uno debe responder al crear una instancia en Mastodon tiene que ver con hasta qué punto quieres/puedes estar involucrado en el proceso técnico. Ante mí, tenía dos opciones:

  1. Crear mi instancia desde cero y ocuparme de casi todo.
  2. Contratar un servicio para gestionar la instalación y detalles técnicos de la instancia, centrándome únicamente en la moderación y administración.

Me decidí por la segunda opción debido a mi trabajo diario, bastante exigente y sin demasiado tiempo para supervisar todos los aspectos técnicos necesarios. Si tu camino es la primera opción y quieres crear y administrar la instancia a los niveles más básicos debes asegurarte de:

  • Tener tiempo.
  • Mantener el servidor actualizado en cuanto a versiones y seguridad.
  • Controlar el flujo de tráfico de forma muy activa.
  • Controlar el uptime o cantidad de tiempo durante la cual está operativa la instancia.

La decisión de ceder ciertas tareas técnicas a terceros facilitó bastante el siguiente paso en la toma de decisiones, ya que actualmente solo he encontrado un servicio realmente especializado en gestionar instancias a buen precio, y es del que te hablaré a continuación.

Masto.host: Alojamiento de instancias

Masto.host es un servicio de hosting administrado por Hugo Gameiro y dedicado en exclusiva a alojar instancias de Mastodon. A la hora de crear una instancia de Mastodon, el servicio de Masto.host tiene precios que van desde los 6 euros al mes (instancias pequeñas, de unos 5 usuarios activos, aproximadamente) hasta los 89 euros al mes (para unos 2.000 usuarios activos, aproximadamente).

No importa en qué lugar busques la información; todo el mundo habla mucho y muy bueno de Hugo. Algo que he tenido oportunidad de corroborar yo también, ya que suele ser rápido en responder a cualquier duda técnica que tengas. Todo el proceso de crear una instancia y ponerla a funcionar apenas lleva 5 minutos, sin contar las opciones de configuración de las que hablaremos en el siguiente capítulo.

Elección de dominio

Una vez decidido el tipo de alojamiento y cómo de implicada querrías estar en los detalles de la instancia, debes decidir si utilizarás un dominio personalizado para la misma (nombre.com, nombre.social, etc.) o prefieres usar el dominio genérico que te proponga el servicio (nombre.masto.host).

En mi caso, decidí quedarme con el dominio genérico. Todavía es pronto para saber si mi madre llegará a ser una usuaria muy activa de la red y podría acabar perdiendo interés en el uso de la misma. También es posible que llegásemos a decidir utilizar otro software de redes sociales como Bonfire o Hubzilla en función de lo que necesite, así que siempre podría servirme de la capacidad para migración de datos de ActivityPub y escoger un dominio personalizado más tarde. Sea como fuere, esta es una decisión importante, así que no la tomes a la ligera.

Una vez hemos tomado estas decisiones, Masto.host deja tu instancia creada en cuestión de minutos. Y es entonces, cuando dejamos el apartado técnico atrás, la hora de tomar decisiones importantes: registros, moderación de contenido y etiquetas, y la que sin duda es la parte que más trabajo me ha llevado: las listas de bloqueo. De todo ello hablaremos en la siguientes entregas.

#Unainstanciaparamimadre

 
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from O corvo gralla

A cabeza de pedra de Zardoz, barba, cabelo abundante peiteado cara atrás, boca aberta coma berrando, dentes afiados e ollos moi abertos, irados

In the secret room of the past I seek the future
Lenda na parede dun escenario de Zardoz

Este artigo ten unha versión en podcast que podes escoitar (e subscribirte se che gusta) en Ivoox ou en Spotify.*

Un home baril, de torso peludo, gran bigote e cabelo recollido nunha longa coleta trenzada avanza con decisión –armado cun revólver na man dereita– pola aba dunha montaña escarpada, esgrevia, nun plano medio americano, co inicio do segundo movemento da sétima sinfonía de Beethoven soando de fondo. Esta escena leva a abrollar recorrentemente na miña memoria máis de trinta anos, coma un lunar algo retirado no noso corpo que non ollamos decote, mais que achamos coa cadencia xusta para non esquecelo nin ignoralo. O home é Sean Connery e a escena pertence á película Zardoz, aínda que esta última afirmación é falsa: non hai nos 102 minutos de metraxe ninguha secuencia de fotogramas que se corresponda coa miña lembranza. Non existen eses planos de Connery rubindo pola aba da montaña (non tal e como os describo) nin soa o allegretto en ningunha escena que se asemelle a esa. No entanto eu levo a ollala no meu cerebro con nitidez durante máis de tres décadas, e moitas desas veces exercía como unha mecha que acendía o meu cantarexar mental, ou o asubío, ou o percutir os acordes melancólicos cos dedos sobre calquera superficie da música que, así o viña pensando eu, converterase nunha especie de leitmotiv persoal a raíz daquela película. Porén, máis unha vez constatei que a memoria é outro xénero de ficción.

 O fondo imita unha especie de bosque; no centro a cabeza voadora de Zardoz e Sean Connery cun taparrabos vermellos mirando á fronte e sobre unha man. Ás beiras da cabeza, un lago e tres personaxes da película. Arriba a lenda Beyond 1984, beyond 2001, beyond love, beyond death. Abaixo o título ZardozO caso é que procurando en Filmin outra película descubrín, casualmente, que tiñan Zardoz no seu catálogo: estrañamente –pois ademais da referencia musical tivera sempre a sensación de ser unha película valiosa, de culto– endexamais se me ocorrera buscala antes, nin en torrents antano, nin en plataformas hogano, e tampouco nunca a achei entre as reposicións televisivas. Así que pasada a medianoite, a casa en silencio, púxenme a vela. E levei dúas sorpresas.

A primeira sorpresa xa a anticipei: a miña lembranza non estaba na película de John Boorman, nin os fotogramas do plano medio frontal de Connery subindo pola faldra do cotarelo nin o fondo musical beethoveniano nunha escena sequera semellante. Si hai varias secuencias nos montes Wicklow irlandeses onde se rodou a película co actor escocés semiespido acarreirando arriba e abaixo, mais ningunha coa planificación do meu recordo. Tamén aparece o segundo movemento da sétima sinfonía; ao primeiro cos títulos de crédito, tras cinco minutos de metraxe, nunha preciosa versión coral; despois xurden os primeiros acordes varias veces en distintas versións de cámara, mais non é até a derradeira escena da película cando soa algo máis da metade da versión sinfónica. Xa que logo, a primeira conclusión era evidente: a lembranza era un constructo, unha ficción, unha montaxe na que a miña memoria xuntou as dúas cousas que máis lle impactaran e fixo unha creación nova que se fixou no me cerebro coma un recordo.

Sean Connery (Zed). Na parede do fondo pon: In the secret room of the past I seek the future Na parede do fondo pódese ler «In the secret room of the past I seek the future»

Porén, a segunda sorpresa deixoume perplexo: eu non vira esa película. Da breve escena que se repetía no meu caletre sempre inferira que se trataba dunha película de aventuras, sin ficar en min máis elementos da trama ou o estilo, unha néboa na que remexían e fusionábanse O home que pudo reinar e O planeta dos simios. Eses elementos poderían corresponderse cos primeiros minutos da película, mais o que ven despois é algo radicalmente distinto, case radicalmente distinto de calquera película que teña visto, un monstruo fascinante, unha obra fallida e redonda, cunha filosofía ridícula e visionaria, dunha psicodelia atroz e absorbente: este doado xogo de antítesis é necesario para intentar transmitir a dimensión da obra do director irlandés, que loita en cada fotograma por non afundirse no medio dunha tempestade sutil e delicada. Como esquecela por completo? Ou se a vin, ¿como é posíbel que o único que sobrevivise fose unha breve secuencia baseada na parte máis tópica da longametraxe? A boa memoria non é unha das miñas máis afortunadas habelenzas, mais gardo lembranza detallada de decenas de películas da miña mocidade, cando eu quería ser director de cine e vía e estudaba todo o que abranguía nesa era preinternet.

Sean Connery (Zed), vestido de noiva, todo de branco, con veo; á súa beira varios homes vestidos de gala Sean Connery vestido de noiva. Boorman conta que non foi doado convencer ao actor escocés

Un inciso sobre a película. Estréase en 1974 e responde a un proxecto moi persoal de John Boorman, a quen se lle ocorreu a trama mentres preparaba unha adaptación de O señor dos Aneis e tras o éxito acadado con Deliverance (1971), que obtivo varias nominacións aos Oscar. Frustrado o proxecto tolkiano, custoulle ferro e fariña acadar financiación para un guión tolo e moi arriscado, unha fábula postapocalíptica e anticapitalista que se desenvolve nun mundo ridículo e antiutópico no que a clase dominante –os Eternals– ten acadado a inmortalidade e vive nunha sociedade exenta de emocións. Os Brutals son os humanos mortais e rudimentarios que traballan escravizados para eles; Zed, Sean Connery, é o líder dunha especie de cuadrilla policial que mantén a raia aos brutos e que segue as ordes de Zardoz, unha cabeza xigante voadora que fornece de armas á cuadrilla en troco dos productos das colleitas. O núcleo da trama comeza cando Zed se coa na cabeza e viaxa até onde viven os Eternals. Rodada moi preto da casa de Boorman, nos cerros e outeiros derredor do lago Tay, a película foi un fracaso. Obsesionado co mundo creado, Boorman convirte o guión nunha novela (Pan Books, 1974) coa intención, conta no prólogo, de explicar mellor a complexa sociedade construida. Ao descargar a película para extraer fragmentos para o podcast dinme conta de que viña cun arquivo de audio cos comentarios do director; ademais de múltiples anécdotas e apreciacións técnicas, Boorman móstrase moi consciente das dificultades que presenta a película, aínda que tamén moi seguro dos seus valores.

Iniciei logo unha pescuda para intentar darlle contexto ó meu posíbel visionado do film; nunha sala de cine é seguro que non a vin, pois apenas as visitaba de mozo e dubido moito que chegara a estrearse en provincias. Xa que logo, centreime na televisión, e na canle omnipresente nos oitenta e principios dos noventa: RTVE. Ningunha referencia á emisión de Zardoz en distintos motores de busca; ren no arquivo de RTVE. Escribín ao ente televisivo e a resposta foi un conciso “no tenemos acceso a esa información”. Naveguei por algunhas hemerotecas de periódicos procurando a programación televisiva, mais en balde. Ocorréuseme logo que igual era boa idea preguntar á IA e deume unha resposta fabulosa: en 1986, no programa de José Luis Garci La Clave[¹]. Ao fin, dei en preguntar no oásis de calma e academia de sabedoría que é Mastodon e un amábel paquidermo (perdón, perdón, no dou atopado o seu nome) proporcionoume a ligazón a unha web na que se listan todas as películas (día, hora, programa) emitidas por TVE entre 1959 e 1996, unha desas tolerías que aínda fan marabillosa a internet. Peneirei os anos oitenta e noventa e atopei cinco emisións entre 1993 e 1996. Polos horarios apenas fican dúas factibles de ser vistas por min, mais alén diso nesas datas eu entrara na vintena, devecía polo cine e gabábame de estudar os clásicos e os autores de culto, semella imposíbel que, de ter visto Zardoz neses anos, non me lembre de nada.

Manuscrito do Allegreto da sétima sinfonía de Beethoven Manuscrito do Allegreto da sétima sinfonía de Beethoven

Así as cousas, fican dúas posibilidades. Unha, os datos están errados e si houbo emisión da película nos anos oitenta, vina, esquecina case por completo mais cos anos fabriquei a lembranza. Improbábel. Outra: non vin nunca a película até agora; de feito, é moito máis doado que chegara á sétima sinfonía de Beethoven a través da música clásica que escoitaba meu pai ou do programa de radio Clásicos populares que eu mesmo adoitaba poñer no meu transistor. E as imaxes de Connery na montaña ben puiden coñecelas en algún programa de cine, revista ou documental. Ocórreseme unha terceira opción factíbel: que, habendo emisión da película nos oitenta, comezara a vela, mais que meus país me enviaran á cama ante a proliferación de peitos espidos que se esparexen polo resto da metraxe.

No fin de contas, e en calquera caso, non só inventei a lembranza, senón toda unha mítica arredor dela que me levou a alicerzar unha historia acaída para unha peza musical importante na miña vida. Xa que logo, que facemos coa memoria? ¿Como fitar a eses recordos que apuntalan a nosa infancia e nos explican e constrúen sabendo que, probabelmente son unha quimera? ¿Fica fuxir das lembranzas ou sentarse a gozalas como se asistísemos a unha ficción baseada en feitos reais?

Vale. ___________________

*Se non queres usar Spotify mais estás interesado en escoitar o audio, pídemo, por favor. [¹]: Para o improbábel lector milenial: La Clave foi un programa de televisión presentado por José Luis Balbín que xa non se emitía en 1986. José Luis Garci presentou Qué grande es el cine a partir de 1995. ___________________

 
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from Sin oficio ni beneficio

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Si nos referimos a los mitos es casi seguro que nuestro pensamiento se traslade instantáneamente a esas epopeyas lejanas, vinculadas a civilizaciones pasadas, que con poca influencia ya en nuestros días se recogen en libros o trabajos antropológicos. Si nos detenemos un instante, quizá también relacionemos la palabra mito con alguno de los personajes actuales que pueblan nuestras pantallas o llevamos en nuestra memoria, sean estrellas del cine, del deporte o de la música. Su éxito puede ser analizado en base a la popularidad, las ganancias en sus negocios o los hitos profesionales. En la era del conocimiento y la tecnología los mitos parecen quedar relegados al mundo del espectáculo o ser figuras para el recuerdo. En Mito made in USA, Xan Eguía (Vigo 1975) considera por el contrario que “el pensamiento mítico, mágico, está ahí, campando a sus anchas, carcajeándose de quienes lo daban por muerto. Narraciones, ideas, personajes que suponen una visión de lo bueno, lo ontológicamente correcto, un modelo de conducta. Disfrutando de los golpes del héroe de turno en la gran pantalla, validando actitudes de apolíneos deportistas. Adorando una idea de patria. Odiando una idea extraña”.

En su libro Eguía se lanza a una búsqueda del sentido mítico en la cultura popular. En este caso, centrada en los Estados Unidos, exportadores de cultura mainstream de forma global.

Esto, como podemos suponer, implica una forma de entender el mundo, una idea acerca de bien y mal, una ideología. Por supuesto una estética, géneros propios y héroes como el cowboy y su mito de la frontera, los presidentes, sus actitudes y discursos. Los superhéroes, la llamada white trash, asesinos en serie como Unabomber, la utopía del cine familiar de los 80 y un largo etcétera.

El texto trata de analizar y buscar otras formas de comprender, desde el punto de vista de la mitología, estas alegorías y cómo nos influyen hoy en día. Si es cierto que la nueva cosmogonía nos ha inducido a aceptar que el éxito es tener y consumir –el poder que nos permita satisfacer nuestros deseos, sin medida, sin límite–, entonces el mito americano, donde la desmesura es algo patente, no será una actitud denostada.

Estados Unidos tiene el poder. Y gracias a su mito originario, en el que creen y al que otorgan poderes constituyentes, el pueblo puede aspirar a lo más alto. “Encomendándose a Dios, el héroe, self-made man, triunfará en su lucha individual, símbolo de la lucha espiritual de la nación”, apunta Eguía.

Peleando por la democracia (entrecomille el concepto, subráyelo o marque en negrita, a su gusto) en las oficinas de un periódico como Robert Redford en Todos los hombres del presidente, derrocando a Sadam o combatiendo a Hitler en las páginas del primer Capitán América. Sus presidentes, o sus soldados, son como reyes aqueos desembarcando en las playas de Ilión, la inmortal Troya (léase Normandía). In God we trust, reza el dólar.

Si en lo que respecta al contenido el libro se mantiene un equilibrio entre las descripciones, amenas y directas, para el lector y la precisión conceptual de términos académicos, atendiendo a su estructura nos espera una original propuesta no basada en capítulos sino en enmiendas, jugando con conceptos americanos muy conocidos y citados en numerosas ocasiones como si de las Tablas de la Ley se tratasen.

Así, en la Primera Enmienda se abordan las cuestiones de la libertad de expresión y religiosa, planteando al lector una aproximación desde la mitología escondida en el billete de dólar, una plausible defensa de la propiedad privada por parte de Superman, o la descripción de lo que significó la censura que sufrieron los cómics y la vida de john Edgar Hoover, primer director de la Oficina Federal de Investigación de los Estados Unidos (FBI).

La Segunda Enmienda, una de las más interesantes del texto, nos adentra en la figura del cowboy como mito de origen, para ayudarnos a entender el concepto de frontera, el medio oeste, las políticas de los presidentes cowboy (Roosvelt, L.B. Johnson, Reagan) y lo que hoy son nuevas fronteras.

En la Tercera Enmienda se alude al ejército, analizando el arquetipo que sirvió de herramienta ideológica, propagandística, para demonizar primero a los alemanes y posteriormente a los soviéticos, y encumbrar a héroes americanos.

Las enmiendas siguientes se centran en cuestiones como la esclavitud, vista desde la perspectiva del deporte-mito y las conexiones de los “héroes” actuales de la NBA; la propaganda y la ideología, estudiando el famoso discurso Yes we can de Barack Obama y la idea de presidente como arquetipo; el sincretismo de la población afroamericana; el desarrollo de la sociedad norteamericana en el siglo XX a la luz de la Ley seca, el jazz o el crack del 29; y la visión clásica de la mujer, sirviéndose para ello del arquetipo femenino a través de clásicos del cine de Hollywood, cómics de los años 30 y 40 o sobre conceptos como pin-up, femme fatale, vamps o la histeria como enfermedad femenina.

Sin tratar de realizar una descripción exhaustiva de los numerosos temas que el autor saca a colación ni de los modelos utilizados de los que se sirve para su tarea, baste aclarar que la intención del autor es “crear una madeja de ideas, personajes, conceptos propios de la mitología que nos hagan sentir la presencia de lo mítico de diversas formas. Que podamos percibirlo y analizarlo”. Y como en toda red de sentido construida, “se retoman temas, se enlazan, se superponen. Por supuesto, con intención de hacer asequible la lectura a cualquier lector, de ahí la división de capítulos y de volver sobre diversos temas desde enfoques diferentes”.

Pero la crítica al mito americano (conjunto, en realidad, de múltiples creencias ampliamente extendidas) no estaría completa si no fuéramos conscientes de lo que implica el consumo habitual y cotidiano del mismo, y es el propio autor quien entona el mea culpa al reconocer que

de niño disfruté del Tarzán de Johnny Weissmüller, de apaches de ojos azules, de La Masa cuando todavía no era The Hulk. Viví amagos de infarto cuando el monstruoso E.T. al fin aparece en la pantalla de cine, o con el estreno en nochevieja del Thriller. Kurt Cobain y animadoras con tattoos y símbolos de anarquía. Una manzana mordida. El World Trade Center. ¿Te gusta la Coca-Cola, Baby Joda, John Wick? ¿Netflix, el rock’n’roll o el rap? Entonces sí, eres cómplice.

Es claro que cada quien tiene sus propios mitos, que le ayudan a descifrar el mundo en el que vivimos, estructuran su escala de valores y le encaminan hacia una estética presidida por la televisión, el cine, la literatura, el arte o las tradiciones propias. Y que, por supuesto, todo ello condiciona nuestra ideología, nuestra forma de ser y de pensar. Pero conviene parase de vez en cuando detenerse y analizarse, de dónde procede nuestro ser irracional y qué parte forjamos a partir del análisis y la reflexión, no basta con que los demás corroboren nuestras creencias, moral o costumbres. Y en eso, el libro de Xan Eguía es una pertinente herramienta de autoexamen.

#libros #crítica

 
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from Luisgarcia

Capítulo I

El edificio

Contar todo lo que quiero contar sobre los últimos dos años de mi vida va a ser difícil, sobre todo porque ocurrieron tantas cosas y a veces tan extrañas, que ahora, pasado el tiempo, hasta a mí me cuesta creer que fueron ciertas. El paso del tiempo quizás ha hecho que las vivencias de aquella época se hayan suavizado y que ahora, desde la distancia del tiempo pasado, las vea quizás como más inocentes y creíbles de cómo las viví aquellos días. Es por eso que he decidido contarte a ti, lector, todo lo que pasó; para que saques tus propias conclusiones y decidas si mi imaginación volaba desbocada o si hay cosas en este mundo que no podemos entender. Pero vamos a comenzar por el principio...

Me llamo Santiago Vargas y soy periodista de investigación. Desde siempre he sentido fascinación por descubrir historias ocultas, esos relatos que se esconden en los recovecos más oscuros de la sociedad. Por eso, cuando mi editor me ofreció la oportunidad de mudarme a un viejo edificio en el corazón de la ciudad para cubrir una serie de reportajes sobre la vida de la comunidad que residía en él, no lo dudé ni un segundo; era una oportunidad de ejercer mi profesión y a la vez socializar con esas personas que hasta ahora, a lo largo de mi carrera, habían sido solamente personajes de mis relatos; personajes con los que la única interacción que había tenido era la de hacerles las preguntas justas para completar mis artículos.

En aquella época trabajaba para una revista de temática paranormal y mi editor tenía interés en el edificio al que me enviaba. La competencia había escrito algunos artículos poco extensos, sin apenas investigación, sobre supuestos fantasmas y ruidos extraños, pero además la prensa generalista también le había dedicado recientemente las páginas de sucesos debido a algunas muertes en circunstancias extrañas que habían ocurrido allí. Todo esto había hecho que las pocas viviendas que quedaban vacías estuviesen a buen precio, por lo que mi jefe pensó que si sacaba un artículo interesante de todo aquello una vez al mes, los gastos se cubrirían con creces, así que una mañana me entregó una carpeta con los pocos datos que había recopilado la revista sobre el edificio, unas llaves, y me mandó a casa a preparar la maleta.

El dossier era el siguiente:

Dossier sobre el Edificio “Victoria Residencial”

Preparado por la Revista de Investigación Paranormal “Misterios Ocultos”

Resumen Ejecutivo:

El edificio “Victoria Residencial”, ubicado en el corazón de la ciudad, ha sido objeto de numerosos informes y leyendas urbanas que sugieren la presencia de fenómenos paranormales y sucesos inexplicables. Este dossier tiene como objetivo proporcionar una visión detallada de los eventos pasados, así como de las experiencias relatadas por los residentes y visitantes del edificio.

Antecedentes Históricos:

*El edificio “Victoria Residencial” fue construido en la década de 1930 por el arquitecto Harold Blackwood. Durante la construcción, se reportaron una serie de incidentes inexplicables, incluyendo la muerte de varios trabajadores en circunstancias misteriosas. A lo largo de los años, se ha especulado sobre la presencia de una energía negativa en el lugar, alimentada por estos eventos trágicos.*

Muertes Recientes:

En los últimos meses, se han registrado una serie de muertes en el edificio “Victoria Residencial” bajo circunstancias extrañas y desconcertantes. Entre estas muertes se encuentran la del señor Miguel Sánchez, residente del piso 4-4, quien fue encontrado sin vida en su apartamento con signos de asfixia inexplicables. Además, la señora Elena Gómez, vecina del piso 2-2, fue hallada muerta en el sótano del edificio con heridas cortantes en el cuello, a pesar de no haberse encontrado ningún arma cerca de la escena del crimen.

Experiencias de los Residentes:

Numerosos residentes han informado de avistamientos de figuras sombrías, ruidos inexplicables y cambios inexplicables en la temperatura dentro del edificio. Además, varios testimonios coinciden en la sensación de ser observados o seguidos por una presencia invisible.

Investigaciones Anteriores:

Se han realizado múltiples investigaciones paranormales en el edificio “Victoria Residencial”, con resultados variados pero consistentes en la detección de anomalías electromagnéticas y fluctuaciones en la energía ambiental. Sin embargo, no se ha logrado llegar a una conclusión definitiva sobre la naturaleza de estos fenómenos.

Conclusiones:

El edificio “Victoria Residencial” presenta una serie de características y antecedentes que sugieren la presencia de actividad paranormal. Sin embargo, se requiere una investigación más exhaustiva y científica para determinar la naturaleza exacta de estos fenómenos y su posible origen. El presente dossier proporciona una base sólida para futuras investigaciones y exploraciones en el lugar.

El dossier era el típico de la revista: Mucha especulación y poca cosa útil realmente. Estaba destinado más a ilusionar al reportero, al que siempre se le suponía fiel devoto de estos temas esotéricos, que a aportar algún dato fidedigno. Pero dentro de la carpeta también había un recorte antiguo de periódico que decía:

*Harold Blackwood, un hombre cuyo nombre resonaba en los círculos de la arquitectura con la misma fuerza que el sonido de un trueno en una noche oscura. Nacido en el seno de una familia humilde en el corazón de Londres, su pasión por las líneas y las formas lo llevaron a perseguir un sueño que pocos se atrevían a imaginar. Desde una edad temprana, mostró un talento excepcional para el dibujo y el diseño, capturando la esencia de la belleza en cada trazo de su lápiz.*

A medida que crecía, su ambición lo llevó a explorar los rincones más recónditos del mundo en busca de inspiración y conocimiento. Desde las antiguas ruinas de Roma hasta las majestuosas catedrales góticas de Francia, Harold absorbió cada detalle con una sed insaciable de aprendizaje. Fue durante estos viajes donde forjó su estilo único, una mezcla de elegancia clásica y audacia moderna que cautivaba a quienes tenían el privilegio de contemplar sus obras.

Su ascenso meteórico en el mundo de la arquitectura no estuvo exento de desafíos y sacrificios. La envidia y la rivalidad acechaban en cada esquina, pero Harold se aferraba a su visión con una determinación férrea. Construyó su imperio sobre los cimientos de su creatividad y su pasión, desafiando las convenciones y redefiniendo los límites de lo posible en cada proyecto que emprendía.

Sin embargo, detrás de la fachada de éxito y reconocimiento, se escondía un hombre atormentado por sus propios demonios. La soledad y el peso de sus ambiciones lo consumían en las noches oscuras, mientras luchaba por encontrar el equilibrio entre su carrera y su vida personal. A pesar de sus triunfos, Harold Blackwood llevaba consigo el peso de sus errores y arrepentimientos, recordándole que incluso los más grandes entre nosotros están sujetos a las leyes implacables del destino.

La tragedia que marcó la vida de Harold Blackwood se remonta a uno de sus proyectos más ambiciosos: la construcción de una majestuosa torre que se alzaría como un símbolo de progreso y modernidad en el corazón de la ciudad. Con su renombre en su apogeo, Harold se sumergió en este desafío con una pasión desenfrenada, dedicando cada momento de su vida a dar vida a su visión.

Sin embargo, a medida que la construcción avanzaba, una serie de incidentes inexplicables comenzaron a perturbar el sitio. Ocurrieron accidentes mortales entre los trabajadores, materiales desaparecían misteriosamente durante la noche y extraños fenómenos parecían acechar en las sombras. Harold, un hombre racional y pragmático, se encontró cada vez más desconcertado por estos eventos, incapaz de encontrar una explicación lógica para lo que sucedía.

A medida que la fecha de inauguración se acercaba, la presión sobre Harold se volvía abrumadora. La angustia y el estrés lo consumían día y noche, mientras luchaba por mantenerse firme frente a los desafíos que enfrentaba. Y entonces, en la víspera del gran día, ocurrió la tragedia que lo cambiaría para siempre: un terrible colapso estructural durante las últimas etapas de la construcción se cobró la vida de varios trabajadores, dejando un rastro de destrucción y muerte a su paso.

Este desastre no solo marcó el fracaso de su proyecto más ambicioso, sino que también dejó a Harold sumido en una profunda desesperación y culpa. Se culpaba a sí mismo por no haber sido capaz de prever la tragedia, por no haber protegido a aquellos cuyas vidas estaban en sus manos. Desde entonces, la sombra de aquel evento oscureció su vida, persiguiéndolo en cada proyecto y en cada momento de paz, recordándole la fragilidad de la existencia humana y la inexorable crueldad del destino.

Así es como se teje la historia de Harold Blackwood, un hombre cuya vida estuvo marcada por la grandeza y la tragedia, cuyo legado perdura en las majestuosas estructuras que dejó atrás y en las historias que aún se cuentan sobre su extraordinario talento y su eterna búsqueda de la perfección arquitectónica.

Era evidente que el arquitecto fue todo un personaje.

#BlackwoodCapituloI

Continuará.

 
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from Fernando Villanueva

Resulta que, aunque tengo un Watch de Apple (el SE) desde hace dos años y medio o poco más, se me ha antojado darme un capricho tontorrón: me he comprado un Casio W59. Estaba entre comprar este o el F91-W, pues son muy parecidos. Finalmente me decidí por el W59 porque la resistencia al agua es mayor. Me hacía ilusión tener un reloj que me sirva para ver la hora, el día del mes y de la semana y poco más, con el aire retro que tienen estos modelos de Casio. También me vienen muy bien el cronómetro y la alarma, claro. Tengo que decir, además, que es una preciosidad, aunque también he de señalar que gente muy cercana con un gusto bastante mejor que el mío para estas cosas no opina lo mismo.

Lo cierto es que me he preguntado si realmente era necesario tener el Watch de Apple, incluso en su versión “barata”. Y, por un lado, tengo que decir que la mayoría de cosas que tiene no las uso excesivamente. Lo que más utilizo es todo aquello vinculado a la actividad, monitorización de la app Salud, poner temporizadores (para el té de mi señora), alguna que otra vez el correo, el temporizador de lavado de manos, notificaciones para no mirar el móvil, la temperatura y la previsión de lluvia y, a veces, el control de la música que está sonando. Y miro la hora, claro. Vamos, que casi todo menos lo de la actividad podría hacerlo en el móvil. Pero, por otro lado, y aunque sea una cosa un poco tonta, el incentivo de completar los anillos ha conseguido que lleve una vida menos sedentaria que antes de tenerlo, y creo que eso ya hace que haya merecido la pena.

Ahora bien, tras todo este tiempo, ¿me es realmente necesario seguir cuantificando el movimiento? Después de haber incorporado ciertos buenos hábitos relacionados con la actividad a mi vida, ¿por qué no abandonar lo que en un momento fue la muleta que me ayudó a ponerme en marcha? Aunque me parece que podría hacerlo, la verdad es que me gusta poder llevar algún control de lo que me muevo. Y me gusta mirar la serie histórica de algunas de mis actividades (entrenamientos, distancia caminada, etc.) porque refuerza esos buenos hábitos.

Tengo, claro está, ciertas reservas, porque cada vez me gusta menos Apple. Estoy dentro del ecosistema porque, para algunas cosas relacionadas con mi actividad profesional y personal, necesito –o en algunos casos me gustan mucho– algunas aplicaciones que no puedo encontrar en otros sistemas operativos. Y la experiencia que me da el iPad, por ejemplo, no la he encontrado ni de lejos en otras opciones. Entiendo que es vender el alma al diablo, pero me temo que no podré independizarme de Apple de momento. Eso sí, lo del reloj me lo pensaré. Porque eso de llevar un pequeño reloj de resina que no pesa nada y que no hay que cargar cada día (la pila le dura ¡7 años o más!) me parece algo a tener en cuenta. Ya os contaré.

 
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from @ArianeDeTroil@escritura.social

Leo en Los orígenes del lenguaje, de Aníbal Puente Ferreras:

Los sonidos del habla y del canto humano se originan en la laringe, que es la parte superior de la tráquea y que contiene las cuerdas vocales, luego pasan por una cámara de resonancia flexible llamada faringe, situada entre la laringe y la boca, y salen por último a través de la boca y la nariz.

Hasta aquí, creo que es algo de conocimiento más o menos general, pero a continuación se pone interesante:

El flujo del aire, interrumpido por la boca, los dientes y los labios, produce la mayor parte de los sonidos consonánticos del habla humana. Las vocales “o” y “a” pueden originarse en la laringe. Pero los sonidos vocálicos “i”, “e” y “u” que se registran en todas las leguas humanas conocidas, se producen en la faringe y no se pueden producir en la laringe.

Obviando el hecho de que hay, al menos, una lengua (la de los pirahas amazónicos) que no tiene “e” y “u”, me ha resultado muy curioso este tema. El autor lo menciona a propósito de por qué los primates no pueden articular lenguaje como nosotros, pero como hablante nativa de español lo que a mí me llama la atención es que nuestra lengua se haya quedado justamente con esos fonemas vocálicos. ¿O acaso es este un sesgo del autor, también hablante nativo de esta lengua?

 
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from Ruido Coloreado

Comparto nombre y apellido con mi bisabuelo, mi abuelo y mi padre. Gracias a este dato, a lo poco común de mi apellido (según el INE pasamos malamente del medio millar) y a la proliferación de pequeños periódicos locales a principios del XX he podido localizar en hemerotecas datos curiosos de mi historia familiar como el nombramiento de mi bisabuelo como médico del pueblo en 1918 tras la muerte de su predecesor a causa de la pandemia de gripe española o un artículo suyo del año 1927 en el que ante la pregunta de un periodista sobre si estábamos ante una nueva pandemia durante un pico de resfriados respondió con una carta en la que con un tono socarrón no sólo lo desmentía sino que le decía entre líneas al autor de la pregunta que habían estado juntos de romería ese domingo y que había una explicación bastante más racional para el malestar general que pudiese estar sintiendo. Pim, pam, trucu, trucu. Supongo que el humor tiene algún tipo de componente genético porque en esa carta escrita hace casi 100 años me sentí sorprendentemente reflejado.

En lo que he roto la tradición es en que no sólo no soy el primero de los cuatro que no estudia medicina sino que además no la ejerzo en nuestro pueblo de origen. La medicina nunca me llamó la atención y estoy muy agradecido a mis padres por no haberme presionado lo más mínimo en ese sentido. No voy a decir que me sienta culpable ni mucho menos pero según voy cumpliendo años tengo la sensación de haber roto alegremente con algo sin haberlo llegado a considerar seriamente. Las ciencias y los ordenadores fueron lo primero que llamó mi atención y me fui encaminando académicamente hacia ahí sin plantearme más posibilidades.

Seguramente, de planteármelas, la conclusión hubiese sido la misma pero es en el no habérmelo ni siquiera planteado en lo que siento algo que podría llegar a parecerse a la culpa.

Dentro del festival de la entropía que es el despacho de mi padre, absolutamente desbordante de libros, estilográficas y relojes, hay un rincón que me gusta especialmente. En un esquina hay tres fotos enmarcadas. Mi bisabuelo, mi abuelo y mi padre en sus consultas. Cuando las veo no puedo evitar pensar que en parte sí que soy una pieza que no ha encajado donde debería. Durante mucho tiempo me planteé hacerme una foto con algún tópico ingenieril como soldando algo con unas lupas o vestido con una sudadera con capucha mientras tecleo comandos en una terminal verde sobre negro. Pero finalmente lo terminé descartando porque me parecía demasiado impostado.

Siempre he creído tener muy clara mi vocación académica y profesional y creo que la sigo teniendo. Pesó más la fascinación que me provocaba mi abuelo materno que terminó su carrera profesional como profesor de FP de mecánica y el ver cómo entendía el funcionamiento de las cosas. Y ha sido una decisión que se ha demostrado muy afortunada porque estoy mucho más cómodo trabajando rodeado de máquinas que de personas.

Pero según van pasando los años no puedo evitar pensar si de alguna manera inconsciente evité un camino marcado de antemano que me hubiera llevado a convertirme en el cuarto de mi nombre.

 
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from Lo necesario imposible

Esta misma mañana eliminé definitivamente el blog anterior que usaba de repositorio para mis poemas. Justo antes de darle al botón para la eliminación definitiva caí en la cuenta de que también era una esperanza agostada, un lugar al que esperaba que la gente viniera a mirar lo que exponía, un espacio que acabó siendo algo complaciente en el que había poemas pero no se vivía la poesía. Era un simple almacén, un escaparate con artefactos oxidados comidos por el polvo.

En esta nueva etapa —qué gusto da destrozar lo que fue, quemar los puentes, lanzar al olvido una forma de actuar a la que estábamos acostumbradas— pretendo abrir ventanas para orear la forma en la que hago los poemas, la manera de habitarlos y de darlos a leer. No quiero que se queden almacenados como trajes entregados a la polilla.

Iré revisando lo que puedo hacer en este espacio tan diáfano, cómo puedo dejar que mis poemas se conviertan en algo no estático. De momento lo pienso utilizar como una mesa de trabajo para la revisión y expansión de textos e ideas, para dejarlos que se sequen o que les caiga la lluvia, que fermenten o que languidezcan. Espero que lo que escriba aquí se convierta, expuesto a la intemperie, en el material de fondo que ya trae desde su lugar de procedencia, desde esa sombra misteriosa de la que viene todo lo que cambia y nos interpela.

Dejar que se abra la flor y sentarse al lado para escucharla decir.

Os dejo el que fue el último poema que habitó la bitácora anterior, allí lo titulé ‘Enjambre que huye’, de momento se queda ese título que me parece mejor que el silencio sin él, aunque no me termina de convencer. Veréis dos versiones, el borrador original y el poema actual, susceptible de cambios, sí, pero ya más asentado y pasado por el reposo necesario y la mirada de ahora.

Sentíos libres de opinar y de ofrecer consejos. El poema, eso lo sé desde shiquetito se hace en el que lo lee.

ENJAMBRE QUE HUYE

se va disipando el abrazo de anís el vapor de las buenas intenciones vía muerta del esfuerzo se pone el mar de puntillas el golpe de resina la maleza como el gallo invoca el fin de la noche

comienza con ruido de cancelas

la colmena vuelve a ser pulmón las farolas dan su fruto velo ansiolítico rueda que rasga esperanza hecha trizas los añicos sobre la mesa

abran juego legañas charcos

cucarachas con aspiraciones es posible un nuevo intento

se va apulgarando la tarima queda a la vista el patíbulo

y detrás

al alcance de la querencia

flores de sombra pájaros ruina de deriva excremento ingrediente madre lo que no quieren en las plazas lo terminal el ser deforme que fabula sirvió para abrir un pórtico

ahora los reptan los cuerpos se escurren por el fallo de los muros pueden sentir el latido de lo distinto después del cadáver

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Primer borrador:

se va disipando el abrazo de anís el vapor de las buenas intenciones vía muerta del esfuerzo se pone el mar de puntillas el golpe de resina y pinaza llama la maleza como el gallo invoca el fin de la noche comienza con ruido de cancelas

la colmena vuelve a ser un pulmón las farolas dan su fruto velo ansiolítico rueda que rasga esperanza hecha trizas todos los añicos sobre la mesa abran juego legañas charcos cucarachas con aspiraciones es posible un nuevo intento

se va apulgarando la tarima queda a la vista el patíbulo

y detrás

al alcance de la querencia

flores de sombra pájaros ruina de deriva excremento como ingrediente madre lo que no quieren en las plazas lo terminal sirvió para abrir un pórtico

ahora los cuerpos reptan se escurren por ese fallo en los muros puede sentir el latido de lo distinto después del cadáver


#poesía #revisiones

 
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from fjromero

Con las obras culturales me pasa una cosa. Cada vez más me fijo en obras pequeñas. Siento la cercanía de los grupos de personas que son capaces de desarrollar un videojuego, grabar música, escribir un libro, sean profesionales o no; personas que ponen un montón de esfuerzo y cariño en los detalles, en la comunicación, en el proceso.

Cada vez más, compro jueguicos desarrollados por estudios muy pequeños; los últimos discos de música que me he comprado ha sido en Bandcamp o directamente a los artistas. Aparte de que se han convertido en unos de mis grupos favoritos, me encanta que el bajista y creador del grupo Glass Hammer me envíe el disco por WeTransfer, agradeciendo su compra. Esa cercanía me da mucho calorcito.

Estoy intentando escribir, y estoy conociendo a personas que también lo intentan. Comprendo, y sufro, el esfuerzo que lleva escribir y publicar un libro. Entiendo las decepciones cuando rechazan un manuscrito; la ilusión por presentarse a un concurso que, en realidad, estás seguro de que no te van a premiar. Pero, oye, ¿y si...? Las presentaciones a las que va muy poca gente, las pocas ventas...

Estoy convencido de que todas las escritoras y escritores que sigo, saben que no han escrito una obra maestra, pero sí quieren entretenernos, que lo pasemos bien leyendo sus obras. Les apasionan los mundos que crean o visitan, y nos los muestran usando cientos de miles de palabras que siembran en los ratos que tienen libres.

De adolescente, era un pedante. Siempre lo he sido; al menos hasta hace unos años. Ya de pequeño se me veían maneras 👓. Presumía de cultura elitista, y me enfangaba con los debates de altos vuelos sobre minerialismo.

No sé cuándo di media vuelta para observar otros detalles. Llevo unos años leyendo autoras autopublicadas, o publicadas en editoriales discretas. Noto una manera audaz de hacer las cosas, de sentirlas. No se envuelven en palabras petulantes, como estoy haciendo ahora. Se trata de transmitir pasión, aventura, romance, fantasía... cualquier género o etiqueta que les guste. Y a fe mía que lo hacen.

Soy muy contradictorio. Me han ofrecido lecturas beta porque dicen que soy un lector muy exigente. Y, sin embargo, hoy en día, soy incapaz de ponerme mis gafas de pasta y criticar una obra que, me consta, arrastra muchísimo esfuerzo y noches en vela. ¿Quién soy yo para decir qué aspectos son buenos o malos si, tal vez, con ello, puedo romper la ilusión del autor?

Por eso, ya no hago reseñas. En algún momento, a todos los libros les saco algo con lo que disfrutar: un detalle, una frase, un momento, un respiro, una palabra que me abraza. Soy incapaz de recomendar libros en general. Si conozco tus gustos, puede que te recomiende según lo que leas; eso creo que lo sé hacer, más o menos, aunque sean lecturas que no me gustan. Pero decir por mí mismo si un libro me ha parecido bueno o malo, me cuesta horrores; no sé hacerlo.

En este punto, olvida lo que he comentado. Empieza mi pero.

El año pasado, entre las autoras que leí, solo hubo una de la que repetí lectura. Lo hice a gusto porque me siento a gusto con ella; con sus obras, con su prosa, con lo que quiere decirme. He disfrutado sus aventuras y me he creído a sus personajes. Algunos más, otros menos, pero me los he creído. Hablo de Belén Conde.

Antes de entrar en sus obras, debo decir que me encanta cómo lleva sus redes sociales (al menos, la de Mastodon, que es por donde la sigo). Siempre está poniendo datos curiosos sobre hechos que, supongo, están relacionados con las obras que tiene en su cabeza. Como he dicho por ahí arriba, es de esas autoras que se esfuerza, y se nota, en transmitir sus pasiones. La conocí personalmente en la feria del libro de Madrid, y me firmó dos veces su libro. Ya lo tenía firmado por la compra, y como lo estaba leyendo por esas fechas, lo llevaba en la mochila y me lo volvió a firmar. Un gran detalle.

He leído Ambaris: Ojos de lava (inciso, lo tengo comprado en físico y en digital, donde terminé leyéndolo porque me resulta más sencillo), y El mar de los sueños. Este año leeré El guerrero y la mariposa, que ya lo tengo en mi biblioteca digital 😊.

En ambos he encontrado esa prosa sencilla y ágil que me mantiene concentrado en su lectura. De Ambaris, lo que más me impresiona es la capacidad que tiene Belén de estudiar los temas de los que quiere hablar, y tratar los datos que quiere contar.

Me pongo un momento mis gafas de pasta (perdón), para decir que, quizá, lo que menos me gustó del libro es, precisamente, que me dio la impresión de que volcaba muy rápido todos los datos que había recopilado. Creo que, en el mundillo literario, es lo que se refiere a contar más que mostrar. Claro, en mi caso hago justo lo contrario, así que no me hagas caso en esto, si lo que te gusta es que te cuenten cosas.

De El mar de los sueños, me quedo sin ninguna duda con el triángulo de protagonistas. Llevan muy bien sus sentimientos, y cada uno tiene una forma de ver las relaciones que va cambiando desde el respeto y el trato entre ellos. Muy optimista su forma de verlo, ojalá el mundo se viera igual. La ambientación steampunk le queda genial, aunque me he quedado con ganas de que contara aún más de ese mundo. ¿Ves como soy contradictorio? Justo de lo que me quejaba que sobra en Ambaris, me quejo de su falta en este.

No conozco sus aspiraciones, y no sé lo lejos que llegará, pero sí sé que me llevo a un trío protagonista que recordaré durante mucho tiempo.

En resumen: si te gustan las aventuras que te lleven a mundos bien armados, tanto basados en hechos reales como en imaginados, y con personajes que te puedes encontrar a pie de calle (bueno, alguno no te gustaría que fuera tu vecino 😁), dale una oportunidad a Belén y a sus libros.

#literatura

 
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from Fernando Villanueva

Esta semana he podido saber algo muy relevante acerca de la situación personal de uno/a de mis estudiantes que me ha llevado a pensar en lo poco que conocemos de la vida de gente con la que pasamos tanto tiempo durante tantos años. Reconozco que, en mi caso, es algo buscado, porque no me gusta demasiado tener mucha cercanía con nadie, y mucho menos si esa cercanía implica aspectos emocionales (quizás esa es la razón por la que no tengo amigos íntimos y por la que tengo la impresión de que nadie me conoce realmente).

Me pregunto cuántos de los conflictos que surgen en el entorno laboral no desaparecerían si supiéramos algo más acerca de las circunstancias personales de nuestros colegas o, en el caso de los docentes, de nuestro alumnado. Estoy convencido de que eso nos llevaría a tratarnos mejor y a ser más comprensivos con el otro cuando se dieran ciertas situaciones complicadas o incluso conflictivas. No soy tan optimista como para pensar que los problemas desaparecerían, pero sí creo que el mero hecho de reducir su número sería ya una mejora importante.

En fin, a pesar de lo que acabo de escribir, sigo preguntándome hasta qué punto es conveniente dar información sobre nuestra situación personal a quienes nos rodean en el ámbito laboral. Para quienes no nos sentimos muy cómodos en las distancias cortas, dar o recibir información personal o emocionalmente relevante es, cuando menos, extraño, y a veces incluso algo violento. Y me sigo preguntando por qué.

 
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from Vendo Opel Corsa

Todos los días salen mal. El perro se pone pesadísimo, vienen a leer el gas cuando no toca, hay un nuevo ¡ding! drama familiar del que no eras consciente y no quedaban flores en el Lidl.

Todos los días van REGU, te sigue doliendo el pie desde aquel golpe, comes pan y queso entre dos llamadas, porque -aún, todavía- los managers siguen sin saber sumar. Más de veinte años para jubilarte.

(Pon algo aquí del putísimo bluetooth)

Todos los días se tuercen, y el perro se hace un rosquito en tus brazos, había queso de oferta y galletas, un tráiler nuevo -quizás- y mañana seguramente salga todo mucho mejor, mañana te encajará el corazón perfecto en el día de nuevo.

 
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from Fernando Villanueva

Es complicado ponerse en la piel de otro, de otra. Hace unos días, uno de mis sobrinos y unos amigos fueron a Londres de turismo. Parece que todo fue razonablemente bien hasta que, al pasar el control de seguridad del aeropuerto a la vuelta, les retuvieron sin razón alguna. Perdieron el vuelo, claro. Y, mientras tanto, el personal se reía de ellos. Supongo que alguien puede pensar que quizá algo hicieron, que al fin y al cabo se trata de un grupo de veinteañeros llenos de tatuajes y probablemente con ganas de juerga (lo que, por otra parte, no justificaría nunca ningún tipo de abuso). Pero no creo que tenga nada que ver con esto, porque gente cercana con otros perfiles muy distintos ha tenido experiencias similares allí. Al final, es plausible pensar que tiene que ver más con el racismo que con cualquier otro tipo de sesgo.

Pensaba en esto cuando ayer terminaba de ver The Walk-In, la estupenda serie protagonizada por Stephen Graham que puede verse en Filmin. La serie, basada en hechos reales, cuenta la historia de Matthew Collins (periodista que militó en su juventud en partidos de ultraderecha y que después pasó a ser militante antifascista y a escribir en Hope not Hate) y Robbie Mullen, miembro de la organización (ilegalizada) de ultraderecha National Action. La serie cuenta todo el proceso de inmersión de Mullen en la organización, así como su decisión de delatar a sus compañeros cuando conoce que uno de sus compañeros va a asesinar a una diputada y a una inspectora de policía. Entre los acontecimientos narrados por la serie aparece, entre otras agresiones, el asesinato de la parlamentaria Jo Cox, que supuso un punto de inflexión para la consideración de algunas organizaciones de ultraderecha del país como organizaciones terroristas.

En fin, me preguntaba si el racismo y la xenofobia de baja intensidad que probablemente sufrieron mi sobrino y sus amigos no son condición necesaria para los actos de extrema violencia que vienen después. No tengo la respuesta, pero mi intuición me dice que puede haber alguna relación entre ambos. Por otro lado, una lección en toda regla, aunque muy desagradable y que no debía haberse producido, para el grupo de jóvenes, que pudieron sufrir en sus propias carnes el odio ajeno. ¿Habrán sacado las conclusiones adecuadas?

 
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from Fernando Villanueva

Estaba hoy pensando, y así lo puse en mi cuenta de Mastodon, que hay mucha diferencia entre impartir docencia en enseñanzas medias y hacerlo en enseñanzas superiores. Durante buena parte de mi vida laboral tuve la suerte de poder dar clase en un conservatorio profesional de provincias que, por lo demás, funcionaba bastante bien. Siempre tuve la sensación de que mi alumnado aprendía lo que aprendía de las materias que impartía en gran medida gracias a mí. Esa sensación, que es muy gratificante porque puedes ver claramente que la evolución del alumnado se debe a tu enseñanza, no es tan clara en el tramo superior de nuestros estudios. Para empezar, porque el alumnado tiene ya otra edad: cuando llegan al conservatorio superior, la inmensa mayoría ha dejado atrás la adolescencia. Y eso significa que buena parte de su formación fundamental ya la han recibido, tanto para bien como para mal. Quiero decir que, mientras que la influencia de uno en su alumnado en las enseñanzas medias es considerable, no creo que lo sea tanto en la enseñanza superior. Esto, claro está, no es malo en absoluto: es la consecuencia lógica de que el o la estudiante ejerza su autonomía en un momento en el que tiene ya cierta capacidad para hacerlo. Sin embargo, la gratificación de ver claramente tu contribución a la formación del alumnado no es tan alta, entre otras cosas porque no es tan obvia. Ahora bien, hay algo extraordinariamente positivo: uno puede aprender mucho más de su alumnado incluso en su propia materia.

En fin, no es que esté arrepentido de haber “migrado” a un conservatorio superior (¡con lo que me costó la oposición!), y de hecho supuso un cambio bastante saludable en mi carrera docente. Pero a veces echo de menos ese ver cómo crece el alumno sabiendo que lo hace gracias a lo que riegas y abonas. Aunque sé que esto sigue siendo así en parte ahora, no me resulta tan claro. Y a veces incluso tengo la sensación de que soy más un estorbo que otra cosa, y que lo que aprenden lo aprenden no gracias a mí, sino a pesar de mí. Otro día hablamos de eso.

 
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