Mi perra vida

Mi perra vida es un proyecto cultural y artístico.

Relato - IA para todos | Poema - Pero no duele - Valeria Canelas | Reseña - El apoyo mutuo - Kropotkine | Frase Robada - Albert Camus | Bonus track

IA para todos

A las cinco de la mañana Joaquín escuchó a lo lejos el sonido del mar con el canto de ballenas jorobadas, el volumen iba aumentando hasta inundar la habitación. Aún con los ojos cerrados lo primero que pensó fue que, había valido la pena cada peso que había pagado para transformar todo su entorno y volverlo inteligente; la última versión de IA controlaba todo, y de qué manera, no quedaba nada al azar. La luz de la recámara al inicio tenue, fue aumentando de intensidad, los sensores de su reloj y anillo inteligente, se comunicaban con el resto de los dispositivos, transmitiendo todo: velocidad de movimiento, latidos del corazón, valores de glucosa, niveles de oxigenación en sangre, conductancia nerviosa, concentraciones hormonales. Así que su casa inteligente sabía hasta dónde llevar la iluminación sin que molestara la transición del sueño a la vigilia, so pretexto de hacerlo un hombre más productivo.

Se incorporó de la cama y se calzó sus pantuflas que estaban a la temperatura correcta, Joaquín sonreía sutilmente. De un armario digital sacó una bata y una toalla, que tenían un tenue aroma a sus flores favoritas. Al entrar al baño, de inmediato las luces del espejo se prendieron y la regadera se activó, mientras escuchaba el último audiolibro que la IA le había recomendado, para aumentar su inteligencia emocional, algo muy importante en su trabajo. Pidió en voz alta que repitiera la última frase -si mejoras sólo el uno por ciento cada día, en menos de un año seras tres veces más productivo-, esa frase le pareció profética, se sintió inspirado, realmente estaba convencido que había valido la pena darse ese lujo de la tecnología. Tras la ducha y secarse, se abrieron las puertas del guardarropa y sobresalieron un par de camisas y pantalones, Joaquín había configurado su casa inteligente para que no fuera tan intrusiva, y así él tomara la decisión final. Mientras se vestía y peinaba, el espejo de cuerpo entero le mostraba las fotos del trabajo, tomadas el día previó con la cámara de sus lentes, con unos gestos de la mano desechó algunas, las otras pidió editarlas para hacerlas “más atractivas” y enviarlas a sus empleadores, le dictó el mensaje y listo. Un detalle que solo le tomaba unos segundos mientras se arreglaba, pero que quienes lo contrataban valoraban profundamente.

Al entrar a la cocina, las últimas gotas del café caían en la taza y el aroma que lo rodeaba le pareció delicioso. Se dispuso a preparar un par de huevos con jamón, le gustaban los trabajos manuales y la cocina era una de sus pasiones, así que decidió no instalar alguna solución inteligente para este menester. Al terminar su desayuno llevó los trastes a la lavavajillas, y aprovechó para sacar de su maletín los utensilios de trabajo para también lavarlos, mientras se cepillaba los dientes, antes de salir sacó sus herramientas y las volvió a colocar en el maletín, al cruzar el recibidor y a pocos pasos de salir, la IA se despidió de Joaquín diciéndole -recuerda ser la mejor versión de ti-, sonrió y se dirigió a la cochera.

Al subirse al auto, mientras acomodaba sus cosas y presionaba algunas opciones en la pantalla, se abrió la puerta de su casa y el auto de conducción autónoma inició su trayecto. Revisó la ruta sugerida y pensó que le daría tiempo para recoger sus tapones para la nariz, llevaba dos días sin ellos, y su calidad de vida era la peor, aunque era un profesional en su trabajo, el olor era algo que le fastidiaba, esos tapones liberaban ciertas fragancias y feromonas que le hacían la jornada más llevadera, incluso su novia lo veía más contento las tardes libres que compartían. Para su beneplácito ya había llegado el recambio de los tapones nasales, así que los recogió en una ventanilla sin bajar del auto y continuó su camino. Le tomaba casi noventa minutos llegar a su trabajo en las afueras de la ciudad, otro inconveniente, pero la paga era buena, así que mejor no se quejaba, mejor aprovechaba el tiempo observando varios vídeos, sobre la inseguridad, captura de bandas de delincuentes, secuestros, entre otras malas noticias. Hubiera preferido ver documentales sobre safaris de cacería, su pasatiempo favorito, pero informarse era también parte su labor.

Las bocinas del auto le informaron que llegarían a su destino en menos de cinco minutos. Joaquín se colocó unos audífonos en el interior del oído, que le bloqueaban selectivamente del ruido exterior y de fondo escuchaba sus óperas predilectas, por lo general de Richard Wagner. Antes de bajar se colocó los tapones nasales y salió del auto; apenas había dado tres pasos y sonó la bocina detrás de él, se detuvo y se percató que había dejado el maletín en el asiento trasero, había olvidado cerrarlo y se había regado el contenido, algo molesto volvió a meter todo, sierras, cuchillos, pinzas, estiletes, ya con todo listo se dirigió a la puerta. Antes de entrar sacó de su saco los lentes de trabajo, desde que los compró las cosas eran más fáciles, atenuaban la luz, la imagen se tornaba sepia y la sangre apenas se distinguía.

Al entrar a las instalaciones, confirmó que seguían ahí dos mujeres y un hombre moribundos, y restos del cadáver que no terminó de descuartizar ayer. No escuchaba los gritos que le suplicaban que los liberaran, así que repasó mentalmente sus tareas pendientes, torturar y matar a las dos mujeres por las que no habían pagado rescate, cortarlas y meterlas en ácido.

Mientras sacaba las cosas del maletín, pensaba sobre lo difícil que había sido el trabajo para su padre, sin todas las ayudas de la IA.


Pero no duele - Valeria Canelas

Todo lo que sucede aquí lo presencio por puro azar desencantado y sin embargo el roce de la vida es suficiente para empezar a creer en las decisiones justas y en la indiferencia que las rodea

como si todo esto que miro al escribirlo se volviera táctil

y el destino fuese apenas una cortina áspera que nadie se atreve a descorrer y el cansancio un metal viscoso equilibrando su peso en mi cuerpo

como si el canto del pájaro desconocido fuese capaz de entregarme la superficie suave de sus alas el ángulo altivo de su pico hincándose gentilmente en mi carne.


El apoyo mutuo - Kropotkine

Un mundo en el que la ley del más fuerte, sin ningún elemento racional o de humanismo, está guiando las decisiones más atroces. Leer un ensayo que demuestra cómo a lo largo de la historia, la cooperación (también) es una herramienta para el desarrollo evolutivo de las especies, es rotundamente disruptivo. Este ensayo inicia discutiendo la sobre estimación y mala interpretación de las teorías de Darwin, las cuales al ser adoptadas y manipuladas de manera utilitaria por las élites (que por cierto nada entienden de evolución, raciocinio y humanismo), generan una narrativa ad hoc. A partir de ahí, discurre por múltiples disciplinas y ejemplos, para convencer al lector sobre la utilidad de la cooperación como estrategia que también lleva al desarrollo, y probablemente por mecanismos menos mercenarios. Desafortunadamente algo que mis limitadas capacidades y amplia ignorancia no acaban de comprender, es por qué en la praxis, vivimos en el mundo del revés, pero el tener una perspectiva de cómo pueden ser las cosas es esperanzador.


Frase robada - Albert Camus

El mal humor es una cosa muy tonta que nos vuelve muy desgraciados. Sé dulce


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Todo lo escrito, salvo que se indique su autoría es ideado y escrito por Norberto Carlos Chavez Tapia, bajo la licencia de creative commons CC BY-NC-ND 4.0.
A menos que se indique lo contrario todo lo expresado en este blog/newsletter es ficción, cualquier semejanza con la realidad es una coincidencia.

Relato - A mi yo del futuro | Poema - Pido al dolor que persevere - Piedad Bonnett | Reseña - Técnica y tecnología - Adrián Almazán | Frase Robada - Audre Lorde | Bonus track

A mi yo del futuro

Andrés abrió los ojos que le parecían estar lacrados. De lo primero que se percató, es que le dolía todo el cuerpo, respirar, levantar la mano, voltearse en la cama, incluso intentar hablar le rebanaba la garganta. Le tomó tiempo, bastantes minutos observando, para recordar que esa mujer, durmiendo mal acomodada en el sillón de la habitación era su hermana. Junto con la certidumbre de estar en una cama de hospital, era lo único que recordaba de momento.

Tras un par de semanas Andrés era autosuficiente, le restaban meses de rehabilitación física, y de acuerdo con el neurólogo la recuperación de la memoria era algo impredecible. Pero tanto su cuñado y sus sobrinas ya habían sido muy generosos con él, así que apenas se sintió seguro le agradeció a su hermana, por haberlo cuidado después del accidente que casi lo mata. Tras muchas lágrimas y promesas, Andrés se afanó en volver a una vida normal.

El primer día que volvió al despacho de contadores, lo recibieron con globos festivos y ovaciones, apenas entrando al recibidor del edificio. Se lograba ubicar en su oficina y conforme pasaban los días, con la ayuda de su secretaria, volvía a recuperar la rutina que perdió casi un par de meses atrás, cuando el personal de limpieza lo encontró tirado en la escalera emergencia, congelado, con el rostro y huesos desfigurados, agonizante. Tras llevarlo en ambulancia al hospital, iniciaron las investigaciones que no llevaron a muchas conclusiones. Ya desde unos días previos, las cámaras de vigilancia habían dejado de almacenar los videos, por problemas con el servidor, y también se evidenció que, ningún personal visualizaba los monitores fuera del horario de oficina. Pero la opinión de los médicos era que probablemente, una crisis convulsiva lo hiciera perder el conocimiento y caer por el barandal de las escaleras, sobreviviendo de milagro. Aunque nadie se lograba explicar qué hacía Andrés fuera del horario de oficina en esa zona del corporativo. Las semanas le sentaban bien a la memoria, y aunque lento por la secuelas físicas del accidente, estaba reintegrado casi totalmente. Todos se sorprendían de su capacidad, pero en particular de su talante. Antes reservado incluso hosco, ahora su deferencia para los demás los tenía pasmados. La rectitud de Andrés no había cambiado, lo que en el pasado le había acarreado no pocas desavenencias, pero ahora con su recién adquirida personalidad tan luminosa, le habría puertas, incluso frente a problemas aparentemente indisolubles. Inclusive su conocida batalla con el departamento de auditoría interna parecía haberse subsanado. Los dos gerentes del área se quedaron sorprendidos cuando el viernes que organizaron una salida para los directivos de la empresa, en un restaurante para festejar la firma de un gran contrato, Andrés se acercó a platicar con ellos, y contrario a lo ocurrido en el pasado, Miguel y Marcos lo encontraron amable e interesante, al principio reacios, para el término de la velada, eran el trío más animado del festejo, lo que para todos fue incluso más milagroso que la recuperación del accidente. A la mañana siguiente, cuando la mayoría aún no se recuperaba de la resaca, en los múltiples chats con temas de la firma contable, galopaba el rumor de un asesinato en las oficinas, en el piso de la dirección general. La confirmación se dio a las pocas horas a través de redes sociales, se confirmaba que, en las oficinas de uno de los grupos de contadores más importantes del país, el director general y dos gerentes de auditoría habían sido asesinados.

Andrés tenía muchas dificultades para conciliar el sueño a menos de una semana de haber sido dado de alta, tenía noches enteras en las que vuelta tras vuelta apenas lograba dormir, y en esos escasos minutos tenía una pesadilla persistente, en la que resbalaba por las escaleras y se observa muerto tirado en el piso. Mientras noctambulaba destinaba varias horas a organizar lo que siempre había sido un desastre, su guardarropa, la biblioteca, y el escritorio. En uno de los cajones encontró una vieja grabadora digital que contenía una tarjeta de memoria. El anacrónico hallazgo le llamó la atención, extrajo la tarjeta y dedicó noches enteras a escuchar los miles de mensajes que almacenaba desde hace años. Sistemáticamente todos comenzaban con la misma frase, “para mi yo, del futuro”. Desde la universidad había adquirido la extraña costumbre de mandarse mensajes para ser escuchados en el futuro, lo cuales ahora, además de acompañarlo en sus noches insomnes, le llenaban de nostalgia, pero también eran de gran ayuda para recuperar los recuerdos después del accidente. Había de todo, consejos para estudiar, metas laborales futuras, advertencias sobre amores tórridos y tóxicos, incluso sobre temas a resolver que de momento no sabía su paradero. Esa estrategia que sus amigos consideraron excéntrica, hoy le ayudaba a rehabilitar su apabullado cerebro. Durante las últimas cinco grabaciones hasta antes del accidente, se escucha advirtiéndose sobre Miguel y Marcos, tenía evidencia sobre una operación de falsificaciones masivas de documentos para lavar dinero del narcotráfico, se percibía temeroso, ya que involucraba a altos mandos de la firma. Esos mensajes le hicieron recordar la noche, en la que Andrés salió de la oficina del director general, después de explicarle sobre las desviaciones del departamento de auditoría interna, los elevadores ya no funcionaban, así que bajó por las escaleras de emergencia. Sólo sintió un impulso detrás de su espalda que lo hizo rodar decenas de escalones, y aturdido observaba como lo levantaban de pies y manos para arrojarlo al vacío.

Al término de la celebración Andrés le mandó un mensaje al director general, pidiéndole verlo a primera hora de la mañana del sábado, junto con varios archivos que evidenciaban su implicación en el lavado de dinero. Apenas entró a la oficina Andrés le disparó en medio de los ojos, con las manos enguantadas tomó el teléfono y con la huella de su dueño lo desbloqueó para escribirle a Miguel y Marcos que acudieran urgentemente a la oficina. Después de menos de una hora tocaron la puerta, al no tener respuesta abrieron sigilosamente y observaron el cuerpo del director, cuando se acercaron a auxiliarlo, recibieron un impacto en el pecho que los dejó tirados en el piso. Andrés tomó sus teléfonos, y bajó tranquilamente por las escaleras de emergencia.


Pido al dolor que persevere - Piedad Bonnett

Pido al dolor que persevere Que no se rinda al tiempo, que se incruste como una larva eterna en mi costado

para que de su mano cada día con tus ojos intactos resucites, con tu luz y tu pena resucites dentro de mí.

Para que no te mueras doblemente pido al dolor que sea mi alimento, el aire de mi llama, de la lumbre

donde vengas a diario a consolarte de lo fríos paisajes de la muerte.


Técnica y tecnología: Cómo conversar con un tecnolófilo - Adrián Almazán

Todo nos hace pensar que el futuro sólo existe bajo dos circunstancias inamovibles: el capitalismo y la desbordante tecnología. Sin embargo, Adrián Almazán, aborda este axioma ontológicamente, y aunque no expone una heroica respuesta a la debacle que estamos presenciando, si abre una puerta trasera a esta modernidad que tantas promesas ha lanzado, y que en la vorágine en la que nos encontramos, no nos tomamos el tiempo de analizar y pedir cuentas a tales ilusiones. Persistiendo en un círculo vicioso que vislumbra tarde o temprano una catástrofe. El ensayo es contundente y claro, por lo que para los no iniciados en filosofía nos sentiremos cómodos y atraídos. Tras su lectura se genera una visión crítica que, aunque no lleva al lector a una respuesta divina, si da herramientas para reconsiderar la actualidad, y forzarnos a repensar alternativas viables, más que comerciales. Tal vez es momento de dejar de actuar, es decir dejar de seguir comprando y usando tecnología, y pensar por unos instantes hacia dónde vamos.


Frase robada - Audre Lorde

Dejarse dominar por el miedo a sentir y a trabajar límite de la propia capacidad es un lujo que solo pueden permitirse quienes carecen de objetivos, quienes no desean guiar sus propios destinos.


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Todo lo escrito, salvo que se indique su autoría es ideado y escrito por Norberto Carlos Chavez Tapia, bajo la licencia de creative commons CC BY-NC-ND 4.0.
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Relato - Offline | Bonus track


Offline

Daniel había perdido la cuenta de las noches en las que apenas lograba conciliar el sueño unas pocas horas. Desde hace semanas él sabía que era cuestión de tiempo para que su nombre fuera de dominio público. Cuando abrió los ojos como si realmente hubiera dormido, vio su foto en la pantalla montada en la pared del dormitorio sin causarle sorpresa. Sin embargo, asumía que sería el fin de su vida social, ya que de su carrera profesional y laboral se habían encargado de destruirla. Su pantalla móvil comenzó a vibrar e iluminarse intermitentemente, muchísimo menos en la que meses antes había publicado en redes sociales, vestido con el uniforme de la corporación su ingreso a la unidad policíaca de vigilancia digital, debajo del mensaje “primer día en la institución de seguridad más importante del país”, en esa ocasión recibió un alud de comentarios. Ni siquiera se molestó en leer los mensajes, era consciente de que eran la manifestación hipócrita de quienes a partir de ese momento jamás lo volverían a contactar, y mucho menos incluir en las actividades de ese selecto grupo.

Mientras recorría las calles en su auto, recordaba el malhadado día en que como cualquier otra mañana de trabajo, vigilaba las múltiples ventanas de los monitores, en los que a través de los sistemas de videovigilancia distribuidos por toda la ciudad y con la información en tiempo real proveniente de los dispositivos móviles de los sospechosos, determinaba con ayuda de una inteligencia artificial que aseguraba 99.999% de precisión, qué objetivos deberían ser detenidos y llevados a prisión preventiva. Esa mañana estaba somnoliento, la noche previa que acabó en una festiva madrugada, le estaba haciendo difícil su trabajo. Pero cuando uno de los recuadros comenzó a parpadear frenéticamente salió de su letargo. El sistema indicaba una coincidencia con el nombre de uno de los capos más importantes de distribución de drogas y tráfico de migrantes. En la pantalla se veía un tipo alto, delgado, correoso, con rasgos latinos, algo imprecisos porque la sudadera con capucha no permitía hacer una confirmación ultraprecisa. Mientras leía los mensajes que intervenían del sospechoso, Daniel no tuvo dudas, detalles de una batalla con una pandilla rival que según iba leyendo había dejado varios muertos, le confirmó que era uno de los mafiosos más buscados, puso el apuntador del ratón sobre su cara y pulsó el botón derecho marcando la casilla de máxima peligrosidad. El sistema le obligó a confirmar en dos ocasiones su elección, en la última un mensaje en la pantalla le advertía que esa decisión implicaba la anulación de todos los derechos fundamentales del implicado, se lo pensó un segundo, pero el sistema seguía marcando una concordancia precisa, podía esperar a que el nivel de precisión aumentara, con la posibilidad de que escapara o asumir el riesgo. Confirmó la segunda advertencia, era la primera vez que marcaba la máxima alerta ante un sospechoso, así que con las arterias del cerebro pulsándole violentamente se mantuvo atento a la pantalla que ahora había maximizado. Agentes encubiertos se acercaron al sospechoso, mientras decenas de patrullas cercaban el perímetro. Daniel miraba la dramática escena, el sospechoso corre para escapar, logra adelantar a los policías unos metros, que al notar que no lo alcanzarán se detienen y preparan sus armas para disparar, la capucha del perseguido se resbala de su cabeza y deja ver a Daniel el rostro de alguien no mayor a un adolescente, en una fracción de segundo sabe que se equivocó, mira al teclado para presionar la secuencia de cancelación, pero antes observa cómo el sospechoso es abatido a tiros. Cuando se confirmó que la policía había asesinado a un adolescente que comentaba en un chat con sus amigos la última partida del videojuego de estrategia de guerra, David por casi nada se salvó de la cárcel, pero en castigo lo degradaron a una de las oficinas de atención offline o como coloquialmente la llamaban en el departamento de policía, oficina de discapacitados digitales.

Estacionó el auto y bajó nuevamente a la realidad, después de cincuenta minutos se encontraba en una de las zonas más pobres que circundaban la ciudad. De manera “orgánica”, así lo denominaban los políticos, la gente por diversas circunstancias no podían o querían utilizar ninguna de las tecnologías de información. Se fueron aglutinando en pequeñas ciudades, lo cual era una respuesta eficaz para todos. La gran mayoría de los nativos digitales no se veían expuestos a algo tan impropio y disruptivo, como dejar de usar Internet. Por otro lado esos discapacitados esquivaban la violencia de que eran objeto en las ciudades inteligentes. El reglamento de la oficina indicaba la obligatoriedad de su personal a no usar absolutamente ningún dispositivo digital, lo que a Daniel los primeros días le generaba ataques de ansiedad. Anillo, reloj, pulsera digitales, dispositivos de comunicación y escritura electrónica, cualquier tipo de pantalla estaba prohibida al cruzar la puerta de la oficina, llena de anacrónicos formatos de papel, tarjetas de pago anonimizadas; y por supuesto decenas de personas con limitaciones auditivas, visuales, de edad avanzada y anarcotecnolófobos. Todos ellos se movían extemporáneamente en un mundo alejado de los beneficios de la última tecnología. Este barrio variopinto, a los ojos del resto del mundo no podría ser otra cosa sino un grupo de subnormales o delincuentes.

Ese día en particular olvidó llevar su comida, le daban desconfianza los comercios locales. Le habían dado dinero en efectivo para viáticos, pero el solo hecho de traer billetes o monedas en los bolsillos le causaba repugnancia, y los había dejado olvidados en el auto, pero el hambre le obligó a recordarlo. Caminó unas cuantas cuadras sin lograr encontrar dónde comer algo, por lo que tuvo que preguntar dónde podía encontrar algún restaurante, así como recordar las indicaciones que otrora hubiera seguido mirando una pantalla. Apenas entrar al restaurante le llamó la atención la decoración, propia de tiempos remotos, pero en especial la ausencia de pantallas con menús o promociones, códigos QR para descargar la aplicación, hacer un pedido o escribir alguna reseña. Lo siguiente que le preocupó es que no había mesas vacías, apenas algunos lugares aislados, observaba atónito que nadie tenia alguna pantalla entre las manos y todos platicaban viéndose a la cara. Por más que fijaba la vista, como si eso hiciera aparecer una mesa libre, no encontraba sitio. La mujer que atendía el restaurante le dijo en voz baja a sus espaldas, mientras llevaba platos con comida. – Toma cualquier asiento, ahorita te atiendo. Daniel abrió aún más los párpados y puso atención. Identificó una de las mesas donde le pareció ver caras conocidas, seguramente eran usuarios de la oficina de atención offline, lo que él desconocía era que prácticamente todos los comensales ya habían sido atendidos por él, pero como normalmente nunca miraba a nadie a la cara, no los reconocía. Tomó asiento con pena e incomodidad, lo cual se acentuó cuando una acalorada plática, se tornó en sepulcral silencio, donde solo se escuchaban los cubiertos al contacto con los platos. En ese momento deseaba más que nada tener una pantalla en la mano que lo ayudara a evadir esa situación. Se acercó la dependienta, lo saludó cordialmente y le recitó el menú. Daniel sorprendido no entendió nada, la chica al ver su cara le explicó con detenimiento las opciones de comida. Él eligió lo primero que entendió, la chica lo anotó en una libreta y continuó su faena. Súbitamente alguien rompió el silencio, le preguntaron si era el encargado de la oficina de discapacitados digitales. Sorprendido de que supieran su secreto, contestó afirmativamente con un monosílabo, y todos comenzaron a platicar alrededor del tema, en especial querían saber la forma en qué había llegado ahí. Daniel dio explicaciones enredadas, que los demás no entendieron, pero sí infirieron que no quería hablar del tema, así que continuaron con su charla previa. Se apresuró a terminar de comer para regresar huyendo a su oficina que, por primera vez la percibió como un lugar seguro. Lo que el día anterior había sido una situación accidental, ahora lo era menos, algo le atrajo, no sabía si la comida que simple pero sabrosa, el ambiente algo festivo del restaurante, o la dependienta, a la que no dejó de observar el día previo. Así que a la hora de la comida, confirmó que trajera los billetes para pagar y se encaminó hacia el restaurante. En esta ocasión al entrar, buscó directamente la mesa, esperando que hubiera un lugar disponible, se tranquilizó al ver que había dos espacios, se apresuró a sentarse y sorprendió a los comensales, eran las mismas caras conocidas, los que tras intercambiar miradas, continuaron con su diatriba, en la que paulatinamente fueron incluyendo a Daniel, todos en la mesa perdieron la noción del tiempo, hasta que la dependienta se sentó a su lado, y le tocó el brazo para decirle que ya era hora de abrir la oficina, ya que seguramente habría gente esperando. Se levantó sorprendido tanto de la información, como del contacto físico, así que pagó y regresó a trabajar mientras sonreía por la calle.

Cuando los sistemas de videovigilancia detectaron la ausencia de Daniel en las calles, bares y restaurantes que frecuentaba durante el fin de semana, su estatus fue cambiado a “sujeto sospechoso”.


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Relato - Llámame | Poema - Instrucciones del patrón - Mónica Nepote | Reseña - Relatos - Patricia Highsmith | Frase Robada - Frantz Fanon | Bonus track


Llámame

Juan, aunque últimamente se reconocía mejor como John, se notaba radiante con su esmoquin, listo para ser el primer mexicano en la historia que recibiría la medalla Clark de economía, la antesala al nobel. A pesar de su corta edad -la presea solo la reciben economistas menores de cuarenta años que contribuyeran al pensamiento económico global- tenía temple y contundencia. La cual demostró en un discurso sucinto, que subrayó ser el primer teórico económico proveniente de una universidad fuera de Estados Unidos en lograr tal mérito. Lo cual no hubiera sido posible sin la enriquecedora colaboración de diversas universidades a ambos lados de la frontera que, con el liderazgo de John, crearon un consorcio para enfrentar el problema de la reducción tan importante en la productividad de las maquiladoras mexicanas, hizo una pequeña pausa en su disertación, que le dio dramatismo a la ceremonia. Se detuvo un segundo al ver tachadas varias líneas, en las que hacía referencia a que buena parte de esa reducida productividad, además del burn-out, estaba condicionada por los suicidios in situ, en especial en empleados llevados a la fatiga máxima, y también por los accidentes fatales relacionados al nimio sueño que las jornadas les permitían. Juan prefirió no causar controversia, y saltó esa parte. Ya suficiente revuelta había en las afueras del recinto donde centenas de policías atacaban con balas de goma y gases lacrimógenos a los manifestantes que, de los lugares más extraños, India, Tailandia, Indonesia y por supuesto coterráneos del galardonado, se unían a las manifestaciones en contra de las medidas tomadas, a consecuencia de los trabajos publicados por John. Al final se logró contener a los revoltosos, con apenas una migrante mexicana y su hija muertas, y decenas de detenidos, a los que se les revocaron sus visas, y mandaron a una cárcel de máxima seguridad en el Salvador. En la cena de gala, se encontraban los cerebros y las carteras más importantes de la economía mundial. Al otorgarle el premio a John, además de reconocer que los había salvado de una problemática global, implícitamente les otorgaba una aura de inclusividad, tal como manifestaron los titulares de las notas que hacían referencia a los orígenes del mexicano, en los que su padre trabajando en un taller, cortando ininterrumpidamente rebanadas de acero para piezas mecánicas, había pagado la educación de su hijo, y como adalid, John había escalado diversas posiciones académicas, hasta desarrollar en su tesis doctoral, una propuesta que buscaba resolver la problemática que ahogaba a la economía.

Si bien su hipótesis fue explorada en un par de industrias maquiladoras en la frontera, el modelo se expandió rápidamente y fue considerado la respuesta al burn-out que estaba consumiendo cantidades ingentes de dinero en las empresas de cualquier rubro, y llenaba las salas de espera de psiquiatras y terapeutas que, paliaban el fenómeno con una pléyade más amplia y compleja de fármacos para regular el ánimo. Los empresarios exponían en todos los foros su apremiante preocupación, por este problema de salud pública, exigiendo una respuesta a todos los gobiernos, para detener esta epidemia que amenazaba la estabilidad mundial. Así que, cuando la tesis de John comenzó a funcionar local y regionalmente, la noticia se difundió de inmediato en campos de golf, cenas de beneficencia, y uno que otro paraíso fiscal y sexual. Considerado al principio una medida socialista, ahora estaba dando frutos. Tan sólo una pequeña inversión para mejorar la alimentación de sus empleados, dinámicas para fomentar el esparcimiento, algunas mejoras en las instalaciones para que el calor no los ahogara, lo que denominaron mQOLI por sus siglas en inglés que significaban microinversiones en calidad de vida, eran suficientes para revertir el problema. Dado que ni los gobiernos, ni las empresas podían solventar gastos de tal envergadura, John fue un paso más allá, y en su trabajo de tesis demuestra cómo al agregar en el recibo de nómina de los empleados de fábricas y maquiladoras, un “impuesto al burn-out”, se obtenían los recursos que, al invertirlos en industrias más lucrativas, los dividendos, además de financiar los mQOLI, obtenían ganancias que llegaban también a los accionistas. Pronto las microinversiones en calidad de vida fueron una métrica y por supuesto una obligación de la salud empresarial, y sus bonos se volvieron altamente lucrativos, así se alcanzaba una respuesta integral.

En la cena todos querían una foto con John, era curioso ver un tono de piel tan discordante entre el blanco y el negro, ese tono moreno y sus rasgos indígenas llamaban la atención. John era el rey de la fiesta, y algunos delegados de los consorcios más grandes de Estados Unidos, le habían dado sus tarjetas de presentación, para que los buscara y platicaran sobre algunas “oportunidades bilaterales”. Al ir al sanitario, casi al término del evento, vio que en su teléfono tenía decenas de llamadas perdidas, y un mensaje de su hermana -llámame en cuanto puedas-. John volvió a guardar el teléfono y regresó a a la mesa con una representante de la industria minera que, estaba fascinada con las ideas de John, con quien se fue a su cuarto de hotel al salir de la cena.

El papá de John tenía cada vez más dificultades para pagar al médico que atendía a su hija, por una enfermedad pulmonar que la había ido debilitando y que a decir del neumólogo se debía a una susceptibilidad genética a, las condiciones del entorno laboral, pero la realidad es que no pocas personas que maquilaban ropa también la padecían. El padre de John consiguió ahorrar algo de dinero, y compró una moto usada, para repartir comida al salir de su segundo turno. Esa noche se le cerraban los ojos de cansancio, y se impactó contra un auto detenido en un semáforo. John buscó a la pelirroja que se había ido en algún momento de la madrugada, pero dejó una nota con su número, indicándole que le llamara, obedeció, pero lo mandó a la contestadora. Aprovechó para ver la lista de mensajes que no había respondido, y comenzó por el último que le mandó su hermana -papá murió, llámame”.


Instrucciones del patrón - Mónica Nepote

Lo primero que debes hacer es extender la tela y encoger el cuerpo

Desproveer tus sentidos animales, volverte una rápida secuencia Olvidar saliva, tripas, fluidos. Desapegarte del hambre o de la necesidad de orinar.

Tu pulcritud será ensamblar las piezas la audacia está en tus manos.

Así, engrane en el sistema serás la mujermáquina que sueña libertad de moneda.


Relatos - Patricia Highsmith

Desde que a través de la película Perfect Days, descubrí tardíamente a Patricia Highsmith, me enamoré como solo se puede enamorar de lo imposible, de manera irredenta. Así que me afané en conseguir sus relatos, que incluyen: Once, Pequeños cuentos misóginos, Crímenes bestiales, A merced del viento y La casa negra. Es un volumen robusto en páginas, pero particularmente en maestría literaria, cada cuento es increíble, son mordaces, creativos, novedosos (incluso para los tiempos actuales), y por supuesto negros. Cada historia viene armada con una pala que te va a remover el lodo de las entrañas, tus miedos del alma, y despegará la sangre seca de tu oxidado corazón. El paso por cada serie de relatos tiene un matiz que le brinda frescura y salvo La casa negra, todos mantienen un tono y una contundencia que, obliga a dosificarlos, ya sea para superar la emoción que despiertan, o para saborearlos en espera del siguiente bocado. Esta mujer es sin duda una guía y fuente de inspiración, y por supuesto, este es un libro que merece recomendarse y releerse.


Frase robada - Frantz Fanon

¿Qué es el fascismo sino el colonialismo en el seno de países tradicionalmente colonialistas?


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Del grito inaudible a la lucha inevitable

Todo lo escrito, salvo que se indique su autoría es ideado y escrito por Norberto Carlos Chavez Tapia, bajo la licencia de creative commons CC BY-NC-ND 4.0.
A menos que se indique lo contrario todo lo expresado en este blog/newsletter es ficción, cualquier semejanza con la realidad es una coincidencia.

Relato – El Pirata | Poema – Todavía vivir – Manuel Astur | Reseña – El descontento – Beatriz Serrano | Frase Robada – Adela Cortina | Bonus track

El Pirata

El último vídeo que subió Joel a sus redes sociales antes de morir, fue unos meses atrás, obtuvo decenas de corazones y comentarios cursis. Su pitbull americano sacaba una a una las prendas que él iba metiendo en la maleta. Lo habían contratado para un trabajo de seguridad, por unos meses, al norte del país, -era una buena oportunidad- le dijo a Nohemí, su esposa. El perro parecía pedirle que no se fuera, al final del vídeo el perro se mete en la maleta para impedir que la cerrara.

La sorpresa fue mayúscula cuando, el siguiente post lo escribía su esposa, indicando que había muerto, así como la dirección donde se llevaría el servicio funerario. En esta ocasión el mensaje en redes sociales recibió centenas de reacciones y mensajes de apoyo, a los que contestó uno por uno, excepto aquel en el que preguntaban -¿cómo está el Pirata?– la mascota de Joel.

Se lo habían regalado con apenas tres meses de nacido, un pitbull hermoso, blanco, lácteo, con una mancha café bordeandole el ojo izquierdo, motivo que le dio su nombre, Pirata.

A la esposa de Joel no le agradaba la idea de tener un perro, sabía que ella se iba a hacer responsable del animal, ya que los horarios de Joel eran impredecibles, frecuentemente tenía que ser escolta de algún político o millonario que necesitaba ser cuidado a las horas más extrañas, en condiciones poco recomendables. Afortunadamente Pirata resultó una compañía obediente, que la llenaba de lengüetazos en la cara a la menor provocación, además intimidaba bastante, dándole seguridad a sus temporadas de soledad, en las que Joel tenía algún cliente VIP.

Pirata se desvivía cuando tras varios días, Joel regresaba, se le lanzaba a los brazos, sus treinta kilos, casi lo tiraban cuando lo recibía.

En esta ocasión su trabajo lo obligó a ausentarse casi seis meses, en este tiempo Joel casi no se comunicó a casa, tampoco compartió nada en sus redes sociales; le decía a su esposa que tenía poco acceso al celular, por razones de seguridad. Pero cuando le mandó un mensaje, indicándole el día y la hora aproximada en que llegaría a casa, ella estaba pendiente, con el teléfono en mano, quería grabar a Pirata dándole la bienvenida a Joel.

Todos se llevaron una sorpresa, cuando la cerradura giró dos veces, Pirata no dejaba de ladrar, contento, corría por la casa lleno de emoción, hasta que su dueño entró, Nohemí se quedó perpleja y Pirata se inmutó. Joel había perdido mucho peso, estaba en los huesos, había encanecido y algunas cicatrices en las manos y cara le daban un aspecto lúgubre. Él esperaba esa reacción, sabía lo que había pasado.

Nohemí se le quedó mirando, y guardó el teléfono en la bolsa del pantalón. A Joel sólo se le ocurrió dejar su maleta en el suelo y ponerse en cuclillas para llamar a Pirata. Apenas se percibió que su esposa se adelantó al perro, o Pirata se colocó detrás de sus piernas, con las orejas gachas y la cola entre las patas, anclado al suelo. Nadie sabía exactamente que estaba pasando, pero fue incomodo, eran un trío de extraños. Joel se acercó a darle un beso a Nohemí, el gruñido de Pirata enfatizó el sentir de que besaba a un desconocido, y se inhibió, terminando con un ligero abrazo.

Se sentaron en la sala, mientras Nohemí le traía un vaso con agua, y con ello llegaron los cuestionamientos. ¿Estaba enfermo?, ¿qué había pasado?, ¿por qué tenía esas cicatrices?. Joel trató de minimizar la preocupación por su estado físico, justificando que el patrón era muy exigente, y había muchas cosas que hacer, que se le había ido quitando el hambre, y no siempre comía bien. Por su mirada en el horizonte, y el tono taciturno de su voz, Nohemí entendió que era mejor no continuar por ese camino. Él aceptó esa implícita tregua, y argumentó a modo de victoria que, a pesar de lo difícil del trabajo, la paga había sido muy buena, y les alcanzaría para las tan pospuestas vacaciones.

Esa noche apenas probó alimento, no dejaba de observar cómo Pirata rehuía a sus llamados o intentos de acariciarlo, así como él evitaba el contacto físico con su esposa, quien se sorprendió de verlo en el extremo de la cama, alejado de ella, fingiendo que dormía, hasta que en algún momento de la madrugada se salió a la sala. Tampoco Pirata la pasó bien esa noche, se mantuvo alerta, acostado en la puerta de la cocina, mirando a Joel, como si fuera un extraño.

Se volvió una costumbre silenciosa, que solo podían dormir separados, aunque a Nohemí le aterraba que su esposo tuviera pesadillas, tan vívidas que le hacían gritar, mientras el perro gemía espantado al lado de su cama.

Tenía fama de leal, obediente y bueno con el manejo de las armas, lo cual no era suficiente para asegurarse una vida estable, y su retiro era absolutamente incierto. Le habían advertido a Joel que el trabajo era muy difícil, pero que si lo hacía bien, con discreción, tal vez con dos o tres misiones, le alcanzaría para jubilarse. Las reglas de la misión eran sencillas e inviolables, hacer lo que se le pidiera y jamás comentarlo. Lo que el reglamento de sus empleadores no contemplaba, era las pesadillas en las que Joel recreaba todo lo que había ocurrido en esos meses.

Las órdenes del patrón para atacar al cártel enemigo, asesinar objetivos específicos, lo despertaban gritando; pero el llanto ahogado lo hacía levantarse cuanto recordaba las balaceras en reuniones familiares, o la desaparición de cuerpos en tambos de ácido, el olor a ceniza en la piel lo acompañaba día y noche. No pocas veces se despertaba sudando, mientras Pirata gruñía a unos cuantos metros.

Conforme pasaban las semanas, Joel se encerraba cada vez más, y aunque Nohemí sabía que nada bueno había pasado en esos meses, al ver las reacciones violentas de su marido cuando lo increpaba para que buscara ayuda, la fueron haciendo desistir.

Al principio el mezcal le daba algo de tranquilidad, pero al poco tiempo buscó a sus contactos para conseguir cocaína, que lo sacaba de ese estado taciturno apesadumbrado, pero lo volvía extremadamente reactivo a cualquier estímulo. Cuando Nohemí encontró rastros de la droga en el baño, lo confrontó por eso y por esas semanas que habían sido un calvario. El tono de la discusión fue aumentando, hasta que Joel la empujó para pasar a la cocina, arrojándola al suelo, intentó levantarla y ella al negarse a recibir ayuda, comenzó a jalarla. Entre los gritos, no escuchaban que los ladridos de Pirata se acercaban rápidamente, y cuando Joel le estaba jalando del pelo, el perro se lanzó certero , derribándolo, para reacomodar sus mandíbulas alrededor del cuello de Joel, que mientras más intentaba alejarlo de su cuerpo, mas fuerte comprimía su tráquea y sus arterias, hasta que la sangre le inundó la garganta. Nohemí temía acercarse o huir, temía correr la misma suerte, se arrinconó en una esquina esperando lo peor.

Cuando Joel dejó de moverse, Pirata seguía respirando agitado, apresando el cuello, varios segundos pasaron hasta que abrió sus fauces y comenzó a lamerle las heridas, la sangre no dejaba de escurrir y el perro se quedó mirando y gemía, mientras con una pata le rascaba el pecho. Pirata volteó hacia Nohemí con el hocico ensangrentado y su pelaje salpicado de rojo, sumiso se acercó bajando la cabeza, como cuando lo castigaba de cachorro por alguna travesura. Ella estaba aterrada, no sabía lo que pasaría y temblaba de pánico al ver a su esposo muerto.

Pirata se acomodó lentamente a su lado, y comenzó a lamerle la mano.

Todavía vivir – Manuel Astur

Mientras estábamos de viaje unas golondrinas pusieron su nido en el alero del porche de casa y han nacido cuatro pajaritos que no paran de reclamar comida.

Cuando hace buen tiempo me tumbo a leer poesía bajo este nido hasta que me quedo dormido.

Ayer una de las golondrinas vino veloz al nido y como tantas otras veces soltó la presa en la boca de una cría pero en esta ocasión se le escapó y una mosca grande y negra cayó sobre las hojas blancas de mi libro de poemas chinos.

La mosca zumbó sorprendida

se frotó las alas y enseguida salió volando. Qué suerte la suya: todavía vivir, vivir todavía un día.

El descontento – Beatriz Serrano

Algunos libros se van integrando al rompecabezas de tu vida. Tal como la ridícula y publicitada familia no elegida, hay obras que se quedan en lo más profundo.

Llevaba tiempo acercándome a personajes oscuros, pero encontré la luz en esta novela de Beatriz Serrano, con una protagonista que es mi alma gemela. Marisa es empleada en una empresa de publicidad, que en realidad es como un mando medio de cualquier industria, incluyendo la medicina y la investigación. En ese cosmos se da cuenta o más bien siempre lo ha sabido, que es una mujer sensible, reflexiva e inteligente que, por gracia del espíritu santo -que se manifiesta corporeamente en el planeta tierra en la forma del capitalismo-, la va arrastrando por el camino del deber ser, envenenándola; y encuentra en youtube al santo grial que le permite ser un engrane mas, de una maquinaria estúpida y voraz, que lo único que hace es mantenerse a flote, al precio que sea.

Visto así haría pensar que, es otro de los robustos y aburridos ensayos anticapitalistas que leo. Pero no, es una novela hilarante, creativa, completamente vivencial, y por supuesto incisiva a más no poder. Deseas que no termine nunca, por dos motivos, tiene un final de redención lo cual la desinfla un poco, y en especial porque desearías tener a Marisa a tu lado, para seguir dialogando eternamente, y no a los bodrios con los que día a día el destino te obliga a convivir.

Frase robada – Adela Cortina

Nos hemos acostumbrado a creer que actuar racionalmente significa tratar de maximizar el beneficio sin más, a cualquier precio.

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Todo lo escrito, salvo que se indique su autoría es ideado y escrito por Norberto Carlos Chavez Tapia, bajo la licencia de creative commons CC BY-NC-ND 4.0.
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Relato — Obra póstuma | Poema — Soneto a las tentaciones alimentarias — Dan Russek | Reseña — Negro tal vez — Attila Veres | Frase Robada — Patricia Highsmith | Bonus track

Obra póstuma

Desde las cuatro de la madrugada observaba tirado en la cama, cómo la habitación se iluminaba, y el sol atravesaba la ventana para instalarse en el piso del dormitorio. Ya había perdido la cuenta de las noches en que, no lograba conciliar ese sueño profundo y reparador, que describía “como si no debiera nada”, ahora sentía que debía todo, y todas las noches, desde hacía tantas le estaban cobrando las facturas. Al menos en las últimas semanas, el motivo de sus desvelos ya no era el pasado, ese monolito inamovible que lo aplastaba; en esta ocasión la preocupación era el futuro, aquel del que tanto escribió y tantas gratificaciones le trajo, hoy lo tenía hundido en la cama y sus pensamientos. Desde que el suicidio fue germinando en su cerebro atormentado que, ni los fármacos, ni psicoanalistas lograban sosegar; desde entonces bucles nocturnos sobre el cómo debería darle fin a sus días, era un enigma indisoluble.

Hace menos de una década, nunca lo hubiera pensado, estaba en los cuernos de la luna, ganando todos los premios literarios posibles, y acarreando carretonadas de billetes, gracias a sus obras de ciencia ficción, a las cuales al principio nunca les fue muy bien, pero cuando el mundo comenzó a desquebrajarse, y por un periodo corto de tiempo, se transformó en un escritor de culto, casi profético. Pero hoy, después de esa fama efímera, y de que las IA creativas invadieran el mercado editorial, succionaron en segundos todas sus obras publicadas, borradores, archivos de embrionarias ideas, manuscritos inéditos, todo lo que hubiera cruzado a través de un chip de silicio fue digerido por este escritor virtual, que sólo se alimentaba de cantidades ingentes de agua y electricidad. Su nuevo doble digital, que por supuesto no se preocupaba de los leoninos acuerdos legales, y firmaba con un pseudónimo, publicó tres novelas distópicas, que le tomó menos de diez segundos en enviar a los editores, que también tenían alma de silicio, para que así, en menos de quince segundos las “leyeran” y determinaran su pertinencia en el mercado, y al pasar al departamento de analistas financieros, que está de más decirlo también residía en un servidor al otro lado del mundo, sugerían “encarecidamente” que, en la portada del libro se pusiera un sello dorado que indicara “escrito por la IA basada en al obra de J. V., ganador del premio Franz Kafka”, este mensaje ayudaría a atraer a un grupo cada vez más numeroso de lectores vintage. Esta sugerencia aunque arriesgada dejaba tranquilo a los directivos y accionistas de las casas editoriales, sabían que con las obras desarrolladas por IA creativas basadas en autor, los algoritmos de generación automática de reseñas y vídeos promocionales, serían más proclives a escribir opiniones positivas, con tinte humano, que seguían siendo nostálgicas y un buen gancho de venta.

Tirado en la cama, debatiéndose entre una pistola en el paladar, dosis letales de cianuro, atiborrarse de hongos tóxicos y alucinógenos, o dosis suprafisiológicas de una droga sintética que lo llevara a mundos sólo sintetizados por la IA de los cárteles de las drogas, ahí tumbado, esperando que al menos el deseo de morir se avivara, lo que menos le importaba era esa invasión tecnológica. El fue uno de los pocos que, logró un acuerdo para que sus obras generadas de manera sintética le otorgaran regalías, las cuales eran más que suficientes para vivir eternamente, porque ya se podía vivir eternamente. Lo que realmente le afectaba y lo había llevado a ese estado presuicida, era que sin excepción todos los temas abordados en sus novelas hace poco más de cien años, se fueron cumpliendo a cabalidad, casi sin fallo. Esa extraña coincidencia pasó desapercibida en sus primeras obras, pero conforme los sucesos iban aconteciendo, alguien, no siempre una inteligencia humana, encontraba uno de sus libros que décadas antes, relataba los sucesos con tanta precisión, que se volvían un éxito de ventas mundial, en segundos era traducido a todos los idiomas y dialectos, y en pocas horas estaba listo para su distribución digital.

El primer gran éxito fue un libro donde el gobierno americano, mandó destruir sus torres gemelas para evitar una crisis económica peor que la de 1929, la cual llevaría a China a detentar el poder global. A partir de ahí, y como una bola de nieve fueron apareciendo historias que en su momento llevaron una investigación formal por las agencias de inteligencia para saber si J. V. no contaba con alguna tecnología que lo transportara a través del tiempo, en especial cuando en otra de sus novelas, el presidente de Estados Unidos de Norteamérica decide leer, casi una obra de fantasía, toda la historia política de Latinoamérica y así obtener un manual para perpetuar infinitamente su segundo periodo presidencial, en todo el sentido de la palabra, ya que en el mismo libro se describen los avances tecnológicos de la inmortalidad. Por esta última obra lo invitaron a dirigir el departamento de innovación y vanguardia, cargo que no aceptó, y fue sustituido por una IA que a decir de todos, no lo hacía nada mal.

También tuvo sus descalabros, ese libro donde Israel perpetúa un atentado contra su propia gente, para así desatar una guerra intestina, que a la postre llevó a una tercera guerra mundial con tintes nucleares, permitiéndoles la dominación judía del mundo, que hasta ahí había acertado totalmente, pero el libro termina con el exterminio judío, ya que tras reproducirse continuamente en un grupo tan cerrado y genéticamente pobre, morían de malformaciones terribles. Lo que a él no se le ocurrió y en la realidad si pasó, es que crearon granjas de hombres y mujeres con variabilidad genética, que inseminaban, y así mantenían sus genes sanos.

Libro tras libro, proféticamente los sucesos acontecían, y conforme los éxitos editoriales se acumulaban, él se venía derrumbando, en lo profundo era un hombre místico, y al paso de los años llegó a considerar ciertamente que tenía el don de diseñar el futuro, lo cual lo aterraba, decenas de libros que dibujaban el marco mundial, era algo con lo que no quería lidiar más, pero antes de irse intentaría redimirse.

Esa mañana lo había decidido, buscaba un plan a prueba de fallos, tras meditarlo mucho, concluyó que el viejo método de lanzarse de un edificio al vacío era infalible, no deseaba que intentaran resucitarlo in silico. Así que, mientras el sol acariciaba sus cobijas, indicándole que era medio día, se levantó, caminó hasta la cocina, se sirvió un poco de vino, a modo de ultimo alimento, salió a la terraza del pent house y se lanzó. Le tomó 5.3 segundos impactarse en la acera.

Durante las investigaciones, encontraron una novela escrita a mano, de la que nadie tenía conocimiento, más de dos mil hojas, titulada “Obra póstuma”, con indicaciones para que lo hicieran llegar a su editor. La obra describía como tras una debacle económica generada por el desastre ecológico, el mundo colapsaba, culpando a la inteligencia artificial por haber tomado esos errores tácticos, se dictaminó su ejecución, desenchufándola, suceso que además era demasiado sencillo para no haberlo pensado antes. Tras pedirle a un ser humano que lo transcribiera, y dieciocho segundos en los diversos departamentos de la compañía editorial, decidieron que no sería publicado, ya que infringía los acuerdos legales, en los que se indicaba que las obras amparadas en el acuerdo, tendrían que ser escritas originalmente en medios digitales, una clausula en letras muy pequeñas que les permitió destruir el original y borrarlo permanentemente de todos sus servidores.

No se fuese a filtrar, tal como decía en el capítulo final, y fuese el principio del fin.

Soneto a las tentaciones alimentarias — Dan Russek

El gastronómico placer anima la harina que en pastel adquiere forma. Tu libera de toda forzada horma el vivir que el antojo tanto estima.

No sea causa de ninguna muina ni comida chatarra que deforma ni azúcar demasiada que transforma tu figura contenta en triste ruina.

No sea causa: disfruta el momento. Tu doctor tal vez te advierta, severo, haz ejercicio y tu dieta reforma,

pero el Buda sonríe: el alimento aprecia en su transcurso pasajero. Que el sabor sea del sabio la norma.

Negro tal vez — Attila Veres

Por diversos motivos, particularmente mi enciclopédica ignorancia, no he tenido acercamiento a escritores de Hungría, pero esta primera toma de contacto fue increíble. Ya Attila Veres había sorprendido a sus paisanos con su primera novela “Un exterior más oscuro”, en esta ocasión “Negro tal vez” es una gran antología de cuentos de terror, prologada prodigiosamente por Mariana Enriquez, quien contextualiza la obra y analiza los cuentos que la conforman, dotándole de un marco referencial que aunque extenso, es pertinente.

Pasando a los cuentos, lo primero que salta a la vista, es su extravagancia, se trasmina entres sus historias que arrancan sentimientos mórbidos ocultos por la literatura hegemónica y local de terror. Por lo que, ese desagradable revolcadero de emociones es adictivo, con sucesos inesperados, que refrescan y enriquecen un género literario complejo.

Como cualquier obra, sus imperfecciones la dotan de humanidad, y aquí tal tropiezo se da en la pérdida de fuerza al final del libro, ya que los últimos cuentos son menos intensos que los de arranque, falta no fatal, pero si se percibe el cambio de ritmo.

En resumen una estupenda compilación, para desvelarnos un par de noches.

Frase robada — Patricia Highsmith

Supongo que el destino del hombre es perseguir lo inexistente.

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Relato – Medio muerto | Poema – Amistad – Jośe Emilio Pacheco | Reseña – Estambul – Orhan Pamuk | Frase Robada – Attila Veres | Bonus track

Medio muerto

No sé cuando comencé a morirme por que ha sido a pedazos, al menos eso creo. También creo que la gente no se ha dado cuenta, tal vez dos o tres personas que, sencillamente me ven diferente, “algo triste”. La vida me ha enseñado a ser inseguro, pero ahora la muerte me arropa, y estoy seguro de que, no falta mucho para estar completamente muerto. Es una situación extraña, saber que estoy muriendo y tener certidumbre de ello.

Me gustaría aclarar que no me estoy poniendo en modo existencialista de Tiktok, no me refiero al hecho obvio pero intrascendente de que, estamos muriendo desde que nacemos, y menos aún hago alusión al pueril carpe diem.

Rascando en mis recuerdos, la memoria me remonta a varias semanas atrás, cuando pensé que el trabajo y la rutina -que son casi lo mismo, y tienen los mismos efectos- me habían rebasado por la derecha, impidiéndome salir de un bucle de cansancio y desasosiego. Así que, un fin de semana con mis amiguitos hippies, acampando en el bosque, lo que me pareció la oportunidad ideal, para parecer feliz, al menos en la pantalla del teléfono. En esa ocasión no pensé que estaba muriendo, sólo se me hizo un poco extraño lo sucedido. Estábamos sentados alrededor de la fogata quejándonos de las mismas cosas por las que nunca hacemos algo, y me ofrecieron repelente para mosquitos, debo aclarar que tengo el súper poder de atraer hordas de mosquitos hambrientos, así que, al responder que no lo necesitaba, todos se sorprendieron. Efectivamente los moscos que, eran más insistentes que un vendedor telefónico, a mí me ignoraban por completo, como si no existiera. A la mañana siguiente, cuando más de uno se quejaba de las ronchas propinadas por el ataque masivo de los dípteros, yo confirmaba mi inmunidad, ingenuamente creí que era un vaticinio de que mi perenne mala suerte, estaba cambiando para bien.

A los pocos días nos pidieron -como si eso se pidiera- trabajar horas extras en la oficina. Lo mismo de siempre, a algún jefe se le había olvidado una fecha de entrega y ahora toda la oficina tenía que sacar adelante la contingencia. Ya cerca de media noche, fui el último en terminar “mi” trabajo, a modo de premio y para cumplir con las incorruptibles normas de seguridad, tuve que salir por la puerta de servicio del edificio, situación que me desagrada muchísimo, no por ser la peor manera de terminar una inhumana jornada de trabajo, sino porque siempre hay ratas en los contenedores de basura, me aterra cuando corren al escuchar los pasos de quienes invadimos su horario, y accidentalmente alguna te pasa por encima de los zapatos. Para evitar ese potencial incidente trato de pisar fuerte, haciendo ruido y tarareando la primera canción que venga a mi mente. Todo indicaba que mi ritual funcionaba, cuando a lo lejos, tres ratas discutían encarnizadamente por la patria potestad de un hueso de pollo, intensifiqué mis cantos paganos, pero las ratas persistían en su trifulca culinaria, con todo el ruido que pude continué acercándome, caí en cuenta que ignoraban mi presencia, ni siquiera la notaban, me quedé observando el conflicto a escasos centímetros, y azoté con fuerza la suela de mis zapatos en el piso, y no ocurrió nada. Presa del cansancio, de la frustración o de la vida, patee con fuerza a la rata más gorda que detentaba la mayor parte del hueso, y las otras salieron corriendo despavoridas. Yo no pude escapar, pero estaba temblando en medio de la calle, muy asustado, en ese momento no sabía que me estaba muriendo, pero algo estaba pasando. Le conté el episodio a mi hermano por mensaje de texto y me respondió, “no me sorprende que te ignoren, eres insufrible jajajaja”.

A partir de ese momento comenzó mi paranoia por intentar entender lo que me ocurría, crédulamente llegué a pensar que era una especie de poder especial, aunque como siempre, el destino me pondría en el lugar que me merezco. Ahora de manera intencionada decidí ir a una de esas tiendas de mascotas en las plazas comerciales, y la situación fue de lo más incomprensible, para los perros y gatos, yo era otro ser humano con capacidad de liberarlos, y se acercaban cuando metía la mano en sus jaulas; para los pericos y canarios mi presencia no les afectaba en lo más mínimo, incluso cuando aplaudí para espantarlas, ni se inmutaron, solo obtuve miradas reprobatorias a mi alrededor.

Las deudas y las horas extras, ayudaron a olvidarme un poco de la situación, pero apenas pagué el saldo mínimo de la tarjeta de crédito, junté toda la ropa sucia que no podía poner en la lavadora que, se descompuso antes que la liquidara, y fui a casa de mi madre. Mientras mis prendas se enjuagaban, enjabonaban y suavizaban, ella me contaba los detalles familiares que no aparecían en las redes sociales. Pedimos algo de comer al único restaurante que satisfacía las rígidas exigencias del paladar de mi progenitora, y cuando regresó con la bolsa de comida, entró con Epifania, su vieja gata, que es casi igual o un poco más convenenciera que yo, así que nos entendíamos a la perfección, pero al intentar cargarla para acariciarla como los cómplices que eramos, soltó un maullido tétrico, y un zarpazo atinado que requirió alcohol y una bandita adhesiva. Epifania no dejaba de verme erizada, y maullaba amenazante, se mantuvo debajo del sillón atenta; mi madre argumentó que seguramente eran las envidias del trabajo, “los gatos son muy sensibles a esas vibras”.

El acabose fue al día siguiente, pasaba por el parque camino al súper mercado de descuento, y los perros aullaban con tristeza al pasar por su camino, y si alguno se cruzaba en mi paso, buscaba escapar, mientras sus dueños asombrados se excusaban. Por supuesto lo que ocurría no era ninguna especie de don divino, solo podría ser un mal augurio. La mañana en que cientos de moscas tapizaban el techo de mi departamento, llamé al médico para una cita, esas moscas eran la versión precarizada de los cuervos sobrevolando un muerto.

Salvo el cansancio excesivo y la pérdida de peso, ya que por motivos de tiempo no le dio oportunidad de examinarme, el médico no encontró nada anormal, me pidió una serie de estudios de sangre y algunas radiografías; cuando repitieron varias veces y en diversas posiciones los rayos X del tórax, sabía que mis hipótesis eran correctas.

Y aunque el médico, siempre mirando para otro lado que estuviera lejos de mis ojos, me decía que la quimioterapia era muy buena opción, sabía que ya estaba medio muerto.

Amistad – Jośe Emilio Pacheco

No lo tomes a ofensa: Ya me voy. Ya nunca más conversaremos. Termina Un vínculo tan frágil como el amor: la amistad Que nunca es un proceso, sino un instante.

Y nada te reprocho. Te agradezco Lo que aprendí, lo que debo. Jamás traicionare esa memoria.

Por desgracia el viaje en común Llegó hasta aquí y cada uno Baja del Metro en la estación que le toca.

Estambul – Orhan Pamuk

Así como las telenovelas mexicanas tuvieron un boom internacional a finales del siglo pasado, ahora los turcos han invadido nuestras pantallas, con los mismos dramas, pero en escenarios exóticos, o al menos con actores que nos lo parecen.

Por lo que la obra autobiográfica de Orhan Pamuk, satisface ese interés de conocer más detalles de una cultura que como un crisol, da para muchos relatos interesantes.

La novela ademas de excesivamente amplia, tiene una trama endeble, ya que intenta ser una relatoría cronológica, con algunos sucesos relevantes que buscan mantener la atención del lector; el único conflicto es la diatriba formativa del personaje principal que, desea ser pintor, y la rígida sociedad que se conjura para evitarlo, y en las últimas páginas decide que su gran amor son las letras. Demostrando que su vocación es tan imperfecta como su obra. Salvo que haya un particular interés por conocer Estambul bajo una visión nostálgica, motivación difícil de justificar, entonces es muy probable que se aburran profundamente, deseando que dejaran al hombre ser pintor.

Frase robada – Attila Veres

Mi madre tenía las expectativas altas y los elogios escasos.

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Todo lo escrito, salvo que se indique su autoría es ideado y escrito por Norberto Carlos Chavez Tapia, bajo la licencia de creative commons CC BY-NC-ND 4.0.
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Relato – Buscando setas | Poema – ¿Cuántas veces quisimos escalar esa montaña? – Claudia Magliano | Reseña – La Seta del Fin del Mundo – Anna Lowenhaupt Tsing | Frase Robada – P. Halliwell | Bonus track

Buscando setas

Hace unas semanas escribí un relato distópico, acerca de cómo se buscaba lucrar con todo, monetizar incluso las desgracias, y así se creaba un turismo de los incendios forestales. Esto debido a que, hace unas semanas, cuando el calor calaba profundo en la tierra, hubo incendios en toda la región. Desconozco los números oficiales, pero apreciativamente, me parecieron más extensos y agresivos. Tal vez por que, en esta ocasión, las llamas estuvieron a un par de centenas de metros de mi casa.

Desde entonces la montaña calcinada parecía un guerrero negro que vigilaba el valle, entristeciendo el panorama.

Un par de semanas atrás comenzó a llover de manera consistente, así que, aproveché para ver en qué condiciones se encontraba el monte al que suelo acudir con regularidad, y de paso confirmar una de las hipótesis propuestas por Anna Lovenhaupt Tsin en su libro La Seta del Fin del Mundo (Capitan Swing), donde postula que los hongos son los primeros en aparecer en las zonas de desastre, dada su ubicuidad y pervivencia desde las corrientes marinas, hasta las uñas de los pies.

Lo primero que salta a la vista es el poder destructivo del fuego, nada que midiera menos de un metro de altura sobrevivió, la montaña tiene un aspecto rasurado, la piedra y la tierra expuesta la volvieron casi irreconocible, venas que la maleza había cubierto quedaron expuestas. Apenas pequeños brotes tímidamente compiten con las cenizas, y de momento, van perdiendo la batalla. Los arboles, muchos inquebrantables siguen de pie, algunos con señales de recuperación a pesar de estar cubiertos con esa costra negra que les tatuaron las llamas, pero también están aquellos que esperan a que el tiempo les cobre la última factura. Me dio mucha tristeza encontrar el cadáver de un armadillo que, no logro huir y murió asfixiado, ahogado en llamas.

Sigo intentando confirmar si alguna seta me indica que, la vida se está gestando debajo de la tierra, pero por buena parte del trayecto, no hace su aparición, lo cual tampoco es su culpa; ya que soy incapaz de encontrar la sal en la alacena, ¿Cómo daría con un organismo de unos cuantos centímetros?, pero tengo fe en que la fuerza del bosque lo haga resucitar, y yo sea capaz de encontrar esa floración del micelio subterráneo.

Para mi sorpresa, algunas fuentes de vida se abren paso en donde menos se espera. Una colonia de abejas salvajes que, decidieron construir su colmena en un imberbe tronco de pino muy joven, desafiando las leyes de la lógica y la gravedad.

Persisto en mi camino, de algunas salientes rocosas, unas tímidas flores plantan resistencia a la monótona negrura de la senda, para mis adentros no sé si verlas con esperanza, o como un tributo a los caídos.

Sigo buscando al pie de los árboles, en los pequeños montículos de hojas que no terminaron de arder, en las heces de algunos animales que por ahí deambulan, y nada, las setas siguen escurridizas.

A lo lejos observó un grupo de campesinos que, con apenas un azadón y cientos de semillas, intentan cambiarle el atuendo a la montaña y sembrar maíz, designio que me parece más el cumplimiento de una tradición ancestral, que una intención eficaz de dominar a la montaña, como sea, ese pequeño ejército de hombres mal vestidos, con apenas la fuerza de sus manos, me recuerda que somos una plaga ubicua.

Cuando las esperanzas de no cumplir el objetivo se instalaban, entre dos pasos mal acomodados que me forzaron a voltear al suelo, vi una pequeña mancha anaranjada, una aparición divina, las setas imponiéndose, literalmente en medio de la vereda quemada, unas cuantas apenas, señal de que millones de células forman una red subterránea, una máquina bioquímica, un complejo sistema de comunicación y soporte, que ayudará a que el bosque resurja.

Las lluvias apenas están comenzando, así que esta floración de lo incomprensible es una buena señal, y augura una pronta recuperación a esta montaña que nunca se rinde.

¿Cuántas veces quisimos escalar esa montaña? – Claudia Magliano

Me habías prometido una casa en la cima.

Íbamos a vivir adentro de la nieve. Íbamos a leer todos los libros.

Eso me habías prometido.

Eso dijiste cuando lloré por primera vez. Cuando por primera vez sentí que el alma o el espíritu se me desgarraban y no podía retener la sangre. Era como la sangre de San Sebastián sobre su torso pálido o como las manchas que dejaban las uvas cuando estallaban.

No podía retener la sangre ni el llanto. No quería que me dejaras en medio del sueño como si yo fuera un paisaje abandonado donde los árboles se perdían en la niebla.

¿Cuántas veces quise escalar esa montaña? Aunque la piel se me abriera al intentarlo.

Aunque no supiéramos cómo es el frío ni cuánto frío cabe en una sola montaña.

Me habías prometido una casa. Todos los libros me habías prometido.

Es cierto, siempre dijiste que hay cosas peores que la muerte.

Nada entonces es tan terrible, pensé.

Pienso ahora, que ya no podés hablar ni podés traer la calma como se traen las cosas más delicadas:

un poco de agua entre las manos

un puñado de piedras para inventar un juego

una montaña, altísima, con una casa levemente inclinada en la ladera.

La Seta del Fin del Mundo – Anna Lowenhaupt Tsing

El subtítulo de este libro es “sobre la posibilidad de vida en las ruinas capitalistas”. Es un ensayo algo extraño, lo cual es esperable para una antropóloga que, demostrando maestría en su menester, explora todas las relaciones humanas alrededor del hongo matsutake, un hongo que se considera una excentricidad culinaria, pero también cultural de la sociedad nipona.

Desmenuza la complejidad humana, biológica, cultural y económica, so pretexto de la recolección de un hongo que se niega a ser domesticado y solo puede encontrarse en modo salvaje. Siendo una clara exposición de motivos de su rebeldía anarquista, que le hace pervivir en los lugares más inhóspitos e inesperados, yendo en contra de las leyes humanas, al menos de las descritas hasta el momento, dando coherencia así al subtítulo, todo indica que, el hongo matsutake es un especialista en ir en contra de la mayor arma de destrucción humana, el capitalismo voraz, al cual utiliza para su beneficio, llevándonos así al descubrimiento de un incipiente mundo no capitalista.

Sin embargo, si son lectores entusiasmados, con posturas radicales anticapitalistas, aquí no las van a encontrar. Anna Lowenhaupt Tsing mantiene una postura poco crítica, más descriptiva y para nada beligerante o resolutiva. Por lo que, tarde o temprano hay que aceptar su esencia, es un trabajo antropológico, un gran ensayo sin duda, que así como el matsutake, requiere paciencia y apertura mental para degustarlo adecuadamente.

Frase robada – P. Halliwell

Leer es el mejor alucinógeno que hemos inventado.

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Todo lo escrito, salvo que se indique su autoría es ideado y escrito por Norberto Carlos Chavez Tapia, bajo la licencia de creative commons CC BY-NC-ND 4.0.
A menos que se indique lo contrario todo lo expresado en este blog/newsletter es ficción, cualquier semejanza con la realidad es una coincidencia.

Relato – Ánimas nocturnas | Poema – La penumbra del cuarto – Coral Bracho | Reseña – La mala costumbre – Alana S. Portero | Frase Robada – Platón | Bonus track

Ánimas nocturnas

El acto de correr tiene múltiples efectos en sus devotos practicantes. Conforme se incrementa la distancia y consecuentemente el tiempo que se pasa corriendo, conforme el número de personas se va reduciendo, también la tropa de corredores se torna atípica.

Este argumento es categórico cuando la competencia incluye estar en la montaña más de veinticuatro horas, y correr ciento sesenta kilómetros (aunque yo sólo logré 140). Al inicio de la competencia se dispara un ejército de corredores de montaña, ya que salimos varias distancias 50, 80, 100 y 160 kilómetros, y dado que la ruta era repetir un circuito en diversas ocasiones, con el paso de las horas, nos empezamos a ubicar unos a otros.

No es inusual que el código de conducta no escrito para interactuar con algún corredor en el camino, va desde solo cruzar la mirada y confirmar que a ambos nos invade la fatiga, o alguna dolencia más profunda, inclinar la cabeza a modo de exhibición de respeto, y por supuesto palabras de ánimo innecesarias e inútiles que confirman el santo y seña de esta gente que, le pareció correcto invertir semanas y semanas de duro entrenamiento, para lanzarse un sábado de madrugada a tan empeñosa actividad.

Conforme transcurre la distancia, y aquellos que hicieron carreras mas “cortas” van llegando a la meta, nos vamos quedando solos en el camino, para cuando la noche es rotunda, la fauna de corredores ya no es menos que sui géneris. Si ya de por sí es inexpugnable el racional para que yo me encuentre a media noche, luchando con el cerebro y mis piernas a medio monte; al observar al resto de ánimas nocturnas que ocasionalmente me encuentro, el acertijo se torna indisoluble.

Entre esa pléyade de almas penitentes, describiré las dos que más me llamaron la atención. La primera una mujer a la que es difícil calcular la edad, baja de estatura, de pelo muy largo y más gris, con la cara maltratada por el sol o por la vida, complicado ponerle número a sus años, pero que podrían ser setenta bien cuidados o sesenta maltratada, como sea, su aspecto es mayor, su ropa inadecuada casi casual, o al menos alejada del estereotipo de la ropa deportiva.

La observé desde el principio, su equipamiento era nimio, apenas una mochila de hidratación que ya vio sus mejores momentos, y una rama de árbol gruesa nada aerodinámica que le servía para apoyarse a cada paso que daba. Al comienzo trotaba, pero después solo caminaba, a un paso dolorido pero constante, con la cabeza metida en el camino. Siempre que me la encontraba, arrojaba mi absurda palabrería de apoyo, su aspecto lejos de parecer apocado, si humilde, era el de quien se integra a la cofradía, pero irradiaba el respeto de una chamana que en trance está cumpliendo su ritual.

A cada vuelta que daba, temía no volver a verla, pero siempre aparecía. En algún momento de la madrugada, cuando venía sufriendo y solo podía caminar a paso rápido, ayudándome con los bastones de senderismo, me vio y me gritó que “así iba bien”; me hizo sentir parte de su equipo, ese cobijo me ayudó un buen rato más. Estoy seguro de que sin importarle su lugar en la carrera, o si le cerraban la meta, ella cumpliría la distancia pactada.

Otros de los personajes que apenas salir de la meta llamó mi atención, y lo vigilaba morbosamente, era un hombre también mayor, igualmente aventurado calcularle una edad, pero que contrario a todos que moríamos de calor y por lo tanto, nos ataviábamos con lo más fresco y aerodinámico que nuestro bolsillo nos permitía, él iba totalmente cubierto, con una rompevientos gruesa que le aplastaba la espalda, ni durante las cinco horas de calor más intenso, donde el sol mordía donde pegaba, se descubrió, ni siquiera un poco. Cuando mi estómago comenzó a revolverse por los efectos de la deshidratación y el aire caliente que nos acompañaba, pensaba en ese hombre sentado bajo la sombra de un árbol, desfalleciendo; contra todo pronóstico, tarde o temprano aparecía con un palo chueco en una mano, y una botella de agua en la otra, persistiendo, y aunque la mirada iba hundida, cansada, insomne, no le veía un atisbo de querer dejar algo al destino, también estoy seguro de que terminó su carrera.

Ellos dos fueron quienes más me conmovieron y sorprendieron, ni un solo libro de auto ayuda podría aproximarse a esa empírica definición de resiliencia.

Hubo actores secundarios, desde personas disfrazadas de luchadores, mucha gente local, un personaje que siempre corre con los brazos caídos, lo que le da un aspecto derrotado, de él esperaba una historia especial sobre su forma de correr, pero me desilusionó al responderme que “así había aprendido”.

Conforme transcurríamos entre la noche, íbamos entrando en un estado de catarsis exánime, todos los rostros se iban transformando, nadie era igual que la mañana previa, la deshidratación, la falta de calorías, decenas de miles de golpes en todos los músculos, a todos nos ocurría algo en el cerebro, algo estaba transmutando, cada uno respondiendo a lo inexplicable, a lo inenarrable. No hay duda de que esos rostros solo confirmaban cómo nos hundíamos más y más en nuestro destino, haciendo más pesado cada paso.

Para el resto del mundo, solo pasaba una noche, yo sentí que me había ido varios días, el tiempo se alargó, y a la postre tardé en percibirme como antes, pero sinceramente creo que no soy el mismo de aquella mañana.

La penumbra del cuarto – Coral Bracho

Entra el lenguaje.

Los dos se acercan a los mismos objetos. Los tocan del mismo modo. Los apilan igual. Dejan e ignoran las mismas cosas.

Cuando se enfrentan, saben que son el límite uno del otro.

Son creador y criatura. Son imagen, modelo, uno del otro.

Los dos comparten la penumbra del cuarto. Ahí perciben poco: lo utilizable y lo que el otro permite ver. Ambos se evaden y se ocultan.

La mala costumbre – Alana S. Portero

@velvetmolotov@masto.es

A nadie sorprende que, en un mundo en el que la veleta son la redes sociales, las historias autobiográficas, de vidas atormentadas sean un género literario muy socorrido. Si a la ecuación, agregamos las vivencias de las personas trans, el resultado no pocas veces es complicado, ya que implica los prejuicios del lector, confrontándose con una realidad contundente y descarnada. Hacer comulgar estos paradigmas no es tarea fácil. Pero Alana S. Portero lo consigue con notas de excelencia, usando dos recursos con maestría, un lenguaje enraizado en la prosa poética, altamente figurativo, permitiendo así atenuar -si es que eso es posible- la dureza de los hechos; y por otro lado pare una novela de tremenda sensibilidad, se desnuda el corazón y la carne de una mujer trans.

Yo escuché la versión en audiolibro, narrada por la autora, que como un manto arropa las palabras y les da contorno a todas las emociones, brindando tonos y connotaciones que permiten una mayor apreciación de la obra.

Está de más decir que es una historia trágica, pero que, conforme avanza forma una dura aleación con el amor y el valor. Se encuentra lejos de ser una historia veleidosa, va entrando por las orejas (o los ojos según sea el caso) y se te encaja profundo en el corazón. Me parece una obra universal, que no esta dirigida a un segmento segregado o dominante. Y como pocas, el uso del lenguaje, es el camino para transmitir vivencias que, no pocas veces queremos soterrar.

Advertencia, la obra tiene una fuerte carga emocional, así que, es importante considerarlo por si el alma se encuentra en un estado vulnerable o el cerebro impresionable, no para evitarla, sino para modularla, ya que el sismo en las entrañas no siempre es fácil de sortear.

Frase Robada – Platón

Pensar es una conversación que el alma mantiene consigo misma.

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Relato – La decisión de no continuar | Poema – Propósito – Gilberto Owen | Reseña – Lincoln en el Bardo – George Saunders | Frase Robada – Patricia Highsmith | Bonus track

La decisión de no continuar

El reloj se apagó desde unas horas, me abandonó cuando llevaba cerca de veintiún horas de carrera, casi prediciendo lo que iba a pasar. Parece un conjuro, pero las dos veces que ha ocurrido, a mí también se me apaga la ilusión de recorrer las anheladas cien millas. En esta ocasión, otra vez, se va a cumplir la profecía.

Cuando salí de los cien kilómetros tenía fuerzas y la fe de que lo lograría, me quedaba casi toda la noche y una parte de la mañana, pero desde las cuatro de la madrugada, el enemigo se fue instalando, uno que no pensé que llegaría, la fatiga total, las piernas comenzaron a responderme menos, y cuando iba retornando para cumplir ciento cuarenta kilómetros, con mucho trabajo podía caminar, y subir las cuestas del camino lo hacía casi a rastras. La cabeza y el corazón sí me daban para continuar, pero físicamente no, ni siquiera el dolor en los muslos y las plantas de los pies me hizo pensar en abandonar, piquetes intensos a cada paso, pero lo había acogido como algo propio desde muchas horas atrás.

Tenía que tomar la decisión a unos siete kilómetros antes del punto donde reiniciaba el circuito, si no lo hacía, corría el riesgo de que esta jodida fatiga y el frío de la madrugada fabularan en mi contra, y sufriera hipotermia, eso ya me había ocurrido otras veces. Entonces además del fracaso de no terminar la carrera, se sazonaría la derrota con el drama y el escándalo de terminar en el hospital, o al menos en la ambulancia.

Pero tuve tiempo, estas competencias eso te dan, tiempo, para pensar y deliberar que no podía correr cien millas, pero si lo iba a aceptar otra vez, lo haría con menos lloriqueo que la ocasión anterior, sin reproches. Al final sabía que puse todo lo que podía, cuerpo, alma y corazón, en ese efímero, y por que no, bastante frívolo objetivo de hacer una carrera a través de la montaña recorriendo ciento sesenta kilómetros. Aunque plausible, es decir, sólo hay que poner un pie delante del otro, y así hasta lograrlo, la realidad era prístina, como la vida o la muerte, sencillamente ocurre y no puedes hacer nada por impedir que su destino se cumpla. Tengo que aceptar que hay cosas que no son para mí, no son posibles cuando tengo tantos proyectos, que como esponjas absorben, drenan mi energía.

Seguramente si esta enferma necesidad de mantenerme en problemas constantemente fuera mas dócil, podría dedicar más horas a entrenar, pero no me voy a engañar, no dejaré mis otros proyectos, aunque sí vale la pena reconsiderarlos detalladamente y por lo menos darles un peso específico, ya que así como hoy las montañas me rompieron las piernas poco a poco, existen en mi vida otras travesías que me han ido mermando.

En esta ocasión asumo esta realidad, y con gusto amargo tomo el teléfono para avisar que vayan por mí, que voy a abandonar. Los que conocen a un corredor saben que esa decisión no es sencilla, implica romper todos los sueños que se montan en las piernas, no saborear ese sucedáneo de invencibilidad que te da llegar a la meta. Pero hoy no va a ser así, últimamente la vida se ha estado encargando de demostrarme que ese sucedáneo es terriblemente etéreo, y es algo que debo afrontar, tolerar, e interiorizar, sin que en ese proceso se me envenene el alma, que para eso ya existe el mundo.

Al colgar el teléfono, ya no hay vuelta atrás, y mientras a través de las nubes, el sol quiere asomarse, los pájaros y los gallos saben que es un nuevo día, para mí será el término de uno que inició la mañana previa.

Llego a la meta para indicar que no continuaré, la persona que realiza el registro confirma en voz alta, reitera de manera inquisitiva, casi a modo de prueba, me muerdo fuerte el orgullo y confirmo mi decisión. Al salir, uno de los voluntarios me indica que puedo tomar mi medalla, la veo y la dejo allí. Lo de menos es ese pedazo de metal que no vale nada, lo importante era el reto, el proceso, o en realidad no sé exactamente qué es lo importante, pero de eso escribiré en otro momento.

Propósito – Gilberto Owen

Todavía mis ojos, por tus ojos, en tu alma, como el día del encuentro; que el amor, como siempre, nos presida, pero ya nunca lo nombraremos.

Mejor la insensatez de nuestra efímera voz sonando en lo eterno, puestos en entredicho tus románticos, dueña, la Geometría, del sendero.

Luego la noche, que nos gane, hondos, humillados al fin, para el silencio; y luego la sal, mía, de tus lágrimas, y mi frente, servil, sobre tu seno.

Para no separarnos, detener el ritmo universal en nuestro aliento; y ¡qué prisión!, después, sabernos solos, pero tan frágiles y tan pequeños.

Y para no olvidarnos -y el olvido míralo, en ti y en mí, mujer- ¿qué haremos?

Lincoln en el Bardo – George Saunders

Durante una cena de gala, muere de tos ferina el hijo de Abraham Lincoln. Este suceso anti natura ocurre en medio de la guerra civil. Bajo esta línea argumental, que suena bastante atractiva se transforma en una especie de coral musical, donde diversas voces aportan pedazos de historia alrededor del suceso.

La historia tiene dos escenarios, la realidad tangible, donde se hilvanan trozos de entrevistas, testimoniales, notas periodísticas y extractos literarios. Contrapuntando está una “realidad” mística, abordada desde el mundo de los muertos, en el que William Lincoln intenta aferrarse al mundo terrenal, y al cariño de su padre. En este mundo de almas en transición, surgen diversas voces, que le dan sostén a lo incomprensible, o incluso a la crueldad humana que no respeta códigos. Es en este mundo inanimado donde suceden historias más cercanas a lo humano, es decir con pasado, con relato, lo que hace que esta obra pase de ser algo similar al periodismo de investigación al campo de la novela.

Fue ganadora del premio Booker en 2017, muy bien recibida, enfatizando su ingenio, al ser estilísticamente innovadora, pero discrepo de su “gran humanismo”, siento que esto último hace repensar en la definición de humanismo que tienen los críticos.

Frase Robada – Patricia Highsmith

El trabajo impedía que la gente pensara demasiado en sus problemas.

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