Mi perra vida temporada 2025, episodio 23.
Relato – Buscando setas | Poema – ¿Cuántas veces quisimos escalar esa montaña? – Claudia Magliano | Reseña – La Seta del Fin del Mundo – Anna Lowenhaupt Tsing | Frase Robada – P. Halliwell | Bonus track
Buscando setas
Hace unas semanas escribí un relato distópico, acerca de cómo se buscaba lucrar con todo, monetizar incluso las desgracias, y así se creaba un turismo de los incendios forestales. Esto debido a que, hace unas semanas, cuando el calor calaba profundo en la tierra, hubo incendios en toda la región. Desconozco los números oficiales, pero apreciativamente, me parecieron más extensos y agresivos. Tal vez por que, en esta ocasión, las llamas estuvieron a un par de centenas de metros de mi casa.
Desde entonces la montaña calcinada parecía un guerrero negro que vigilaba el valle, entristeciendo el panorama.
Un par de semanas atrás comenzó a llover de manera consistente, así que, aproveché para ver en qué condiciones se encontraba el monte al que suelo acudir con regularidad, y de paso confirmar una de las hipótesis propuestas por Anna Lovenhaupt Tsin en su libro La Seta del Fin del Mundo (Capitan Swing), donde postula que los hongos son los primeros en aparecer en las zonas de desastre, dada su ubicuidad y pervivencia desde las corrientes marinas, hasta las uñas de los pies.
Lo primero que salta a la vista es el poder destructivo del fuego, nada que midiera menos de un metro de altura sobrevivió, la montaña tiene un aspecto rasurado, la piedra y la tierra expuesta la volvieron casi irreconocible, venas que la maleza había cubierto quedaron expuestas. Apenas pequeños brotes tímidamente compiten con las cenizas, y de momento, van perdiendo la batalla. Los arboles, muchos inquebrantables siguen de pie, algunos con señales de recuperación a pesar de estar cubiertos con esa costra negra que les tatuaron las llamas, pero también están aquellos que esperan a que el tiempo les cobre la última factura. Me dio mucha tristeza encontrar el cadáver de un armadillo que, no logro huir y murió asfixiado, ahogado en llamas.
Sigo intentando confirmar si alguna seta me indica que, la vida se está gestando debajo de la tierra, pero por buena parte del trayecto, no hace su aparición, lo cual tampoco es su culpa; ya que soy incapaz de encontrar la sal en la alacena, ¿Cómo daría con un organismo de unos cuantos centímetros?, pero tengo fe en que la fuerza del bosque lo haga resucitar, y yo sea capaz de encontrar esa floración del micelio subterráneo.
Para mi sorpresa, algunas fuentes de vida se abren paso en donde menos se espera. Una colonia de abejas salvajes que, decidieron construir su colmena en un imberbe tronco de pino muy joven, desafiando las leyes de la lógica y la gravedad.
Persisto en mi camino, de algunas salientes rocosas, unas tímidas flores plantan resistencia a la monótona negrura de la senda, para mis adentros no sé si verlas con esperanza, o como un tributo a los caídos.
Sigo buscando al pie de los árboles, en los pequeños montículos de hojas que no terminaron de arder, en las heces de algunos animales que por ahí deambulan, y nada, las setas siguen escurridizas.
A lo lejos observó un grupo de campesinos que, con apenas un azadón y cientos de semillas, intentan cambiarle el atuendo a la montaña y sembrar maíz, designio que me parece más el cumplimiento de una tradición ancestral, que una intención eficaz de dominar a la montaña, como sea, ese pequeño ejército de hombres mal vestidos, con apenas la fuerza de sus manos, me recuerda que somos una plaga ubicua.
Cuando las esperanzas de no cumplir el objetivo se instalaban, entre dos pasos mal acomodados que me forzaron a voltear al suelo, vi una pequeña mancha anaranjada, una aparición divina, las setas imponiéndose, literalmente en medio de la vereda quemada, unas cuantas apenas, señal de que millones de células forman una red subterránea, una máquina bioquímica, un complejo sistema de comunicación y soporte, que ayudará a que el bosque resurja.
Las lluvias apenas están comenzando, así que esta floración de lo incomprensible es una buena señal, y augura una pronta recuperación a esta montaña que nunca se rinde.
¿Cuántas veces quisimos escalar esa montaña? – Claudia Magliano
Me habías prometido una casa en la cima.
Íbamos a vivir adentro de la nieve. Íbamos a leer todos los libros.
Eso me habías prometido.
Eso dijiste cuando lloré por primera vez. Cuando por primera vez sentí que el alma o el espíritu se me desgarraban y no podía retener la sangre. Era como la sangre de San Sebastián sobre su torso pálido o como las manchas que dejaban las uvas cuando estallaban.
No podía retener la sangre ni el llanto. No quería que me dejaras en medio del sueño como si yo fuera un paisaje abandonado donde los árboles se perdían en la niebla.
¿Cuántas veces quise escalar esa montaña? Aunque la piel se me abriera al intentarlo.
Aunque no supiéramos cómo es el frío ni cuánto frío cabe en una sola montaña.
Me habías prometido una casa. Todos los libros me habías prometido.
Es cierto, siempre dijiste que hay cosas peores que la muerte.
Nada entonces es tan terrible, pensé.
Pienso ahora, que ya no podés hablar ni podés traer la calma como se traen las cosas más delicadas:
un poco de agua entre las manos
un puñado de piedras para inventar un juego
una montaña, altísima, con una casa levemente inclinada en la ladera.
La Seta del Fin del Mundo – Anna Lowenhaupt Tsing
El subtítulo de este libro es “sobre la posibilidad de vida en las ruinas capitalistas”. Es un ensayo algo extraño, lo cual es esperable para una antropóloga que, demostrando maestría en su menester, explora todas las relaciones humanas alrededor del hongo matsutake, un hongo que se considera una excentricidad culinaria, pero también cultural de la sociedad nipona.
Desmenuza la complejidad humana, biológica, cultural y económica, so pretexto de la recolección de un hongo que se niega a ser domesticado y solo puede encontrarse en modo salvaje. Siendo una clara exposición de motivos de su rebeldía anarquista, que le hace pervivir en los lugares más inhóspitos e inesperados, yendo en contra de las leyes humanas, al menos de las descritas hasta el momento, dando coherencia así al subtítulo, todo indica que, el hongo matsutake es un especialista en ir en contra de la mayor arma de destrucción humana, el capitalismo voraz, al cual utiliza para su beneficio, llevándonos así al descubrimiento de un incipiente mundo no capitalista.
Sin embargo, si son lectores entusiasmados, con posturas radicales anticapitalistas, aquí no las van a encontrar. Anna Lowenhaupt Tsing mantiene una postura poco crítica, más descriptiva y para nada beligerante o resolutiva. Por lo que, tarde o temprano hay que aceptar su esencia, es un trabajo antropológico, un gran ensayo sin duda, que así como el matsutake, requiere paciencia y apertura mental para degustarlo adecuadamente.
Frase robada – P. Halliwell
Leer es el mejor alucinógeno que hemos inventado.