Mi perra vida temporada 2025, episodio 26.

Relato – El Pirata | Poema – Todavía vivir – Manuel Astur | Reseña – El descontento – Beatriz Serrano | Frase Robada – Adela Cortina | Bonus track

El Pirata

El último vídeo que subió Joel a sus redes sociales antes de morir, fue unos meses atrás, obtuvo decenas de corazones y comentarios cursis. Su pitbull americano sacaba una a una las prendas que él iba metiendo en la maleta. Lo habían contratado para un trabajo de seguridad, por unos meses, al norte del país, -era una buena oportunidad- le dijo a Nohemí, su esposa. El perro parecía pedirle que no se fuera, al final del vídeo el perro se mete en la maleta para impedir que la cerrara.

La sorpresa fue mayúscula cuando, el siguiente post lo escribía su esposa, indicando que había muerto, así como la dirección donde se llevaría el servicio funerario. En esta ocasión el mensaje en redes sociales recibió centenas de reacciones y mensajes de apoyo, a los que contestó uno por uno, excepto aquel en el que preguntaban -¿cómo está el Pirata?– la mascota de Joel.

Se lo habían regalado con apenas tres meses de nacido, un pitbull hermoso, blanco, lácteo, con una mancha café bordeandole el ojo izquierdo, motivo que le dio su nombre, Pirata.

A la esposa de Joel no le agradaba la idea de tener un perro, sabía que ella se iba a hacer responsable del animal, ya que los horarios de Joel eran impredecibles, frecuentemente tenía que ser escolta de algún político o millonario que necesitaba ser cuidado a las horas más extrañas, en condiciones poco recomendables. Afortunadamente Pirata resultó una compañía obediente, que la llenaba de lengüetazos en la cara a la menor provocación, además intimidaba bastante, dándole seguridad a sus temporadas de soledad, en las que Joel tenía algún cliente VIP.

Pirata se desvivía cuando tras varios días, Joel regresaba, se le lanzaba a los brazos, sus treinta kilos, casi lo tiraban cuando lo recibía.

En esta ocasión su trabajo lo obligó a ausentarse casi seis meses, en este tiempo Joel casi no se comunicó a casa, tampoco compartió nada en sus redes sociales; le decía a su esposa que tenía poco acceso al celular, por razones de seguridad. Pero cuando le mandó un mensaje, indicándole el día y la hora aproximada en que llegaría a casa, ella estaba pendiente, con el teléfono en mano, quería grabar a Pirata dándole la bienvenida a Joel.

Todos se llevaron una sorpresa, cuando la cerradura giró dos veces, Pirata no dejaba de ladrar, contento, corría por la casa lleno de emoción, hasta que su dueño entró, Nohemí se quedó perpleja y Pirata se inmutó. Joel había perdido mucho peso, estaba en los huesos, había encanecido y algunas cicatrices en las manos y cara le daban un aspecto lúgubre. Él esperaba esa reacción, sabía lo que había pasado.

Nohemí se le quedó mirando, y guardó el teléfono en la bolsa del pantalón. A Joel sólo se le ocurrió dejar su maleta en el suelo y ponerse en cuclillas para llamar a Pirata. Apenas se percibió que su esposa se adelantó al perro, o Pirata se colocó detrás de sus piernas, con las orejas gachas y la cola entre las patas, anclado al suelo. Nadie sabía exactamente que estaba pasando, pero fue incomodo, eran un trío de extraños. Joel se acercó a darle un beso a Nohemí, el gruñido de Pirata enfatizó el sentir de que besaba a un desconocido, y se inhibió, terminando con un ligero abrazo.

Se sentaron en la sala, mientras Nohemí le traía un vaso con agua, y con ello llegaron los cuestionamientos. ¿Estaba enfermo?, ¿qué había pasado?, ¿por qué tenía esas cicatrices?. Joel trató de minimizar la preocupación por su estado físico, justificando que el patrón era muy exigente, y había muchas cosas que hacer, que se le había ido quitando el hambre, y no siempre comía bien. Por su mirada en el horizonte, y el tono taciturno de su voz, Nohemí entendió que era mejor no continuar por ese camino. Él aceptó esa implícita tregua, y argumentó a modo de victoria que, a pesar de lo difícil del trabajo, la paga había sido muy buena, y les alcanzaría para las tan pospuestas vacaciones.

Esa noche apenas probó alimento, no dejaba de observar cómo Pirata rehuía a sus llamados o intentos de acariciarlo, así como él evitaba el contacto físico con su esposa, quien se sorprendió de verlo en el extremo de la cama, alejado de ella, fingiendo que dormía, hasta que en algún momento de la madrugada se salió a la sala. Tampoco Pirata la pasó bien esa noche, se mantuvo alerta, acostado en la puerta de la cocina, mirando a Joel, como si fuera un extraño.

Se volvió una costumbre silenciosa, que solo podían dormir separados, aunque a Nohemí le aterraba que su esposo tuviera pesadillas, tan vívidas que le hacían gritar, mientras el perro gemía espantado al lado de su cama.

Tenía fama de leal, obediente y bueno con el manejo de las armas, lo cual no era suficiente para asegurarse una vida estable, y su retiro era absolutamente incierto. Le habían advertido a Joel que el trabajo era muy difícil, pero que si lo hacía bien, con discreción, tal vez con dos o tres misiones, le alcanzaría para jubilarse. Las reglas de la misión eran sencillas e inviolables, hacer lo que se le pidiera y jamás comentarlo. Lo que el reglamento de sus empleadores no contemplaba, era las pesadillas en las que Joel recreaba todo lo que había ocurrido en esos meses.

Las órdenes del patrón para atacar al cártel enemigo, asesinar objetivos específicos, lo despertaban gritando; pero el llanto ahogado lo hacía levantarse cuanto recordaba las balaceras en reuniones familiares, o la desaparición de cuerpos en tambos de ácido, el olor a ceniza en la piel lo acompañaba día y noche. No pocas veces se despertaba sudando, mientras Pirata gruñía a unos cuantos metros.

Conforme pasaban las semanas, Joel se encerraba cada vez más, y aunque Nohemí sabía que nada bueno había pasado en esos meses, al ver las reacciones violentas de su marido cuando lo increpaba para que buscara ayuda, la fueron haciendo desistir.

Al principio el mezcal le daba algo de tranquilidad, pero al poco tiempo buscó a sus contactos para conseguir cocaína, que lo sacaba de ese estado taciturno apesadumbrado, pero lo volvía extremadamente reactivo a cualquier estímulo. Cuando Nohemí encontró rastros de la droga en el baño, lo confrontó por eso y por esas semanas que habían sido un calvario. El tono de la discusión fue aumentando, hasta que Joel la empujó para pasar a la cocina, arrojándola al suelo, intentó levantarla y ella al negarse a recibir ayuda, comenzó a jalarla. Entre los gritos, no escuchaban que los ladridos de Pirata se acercaban rápidamente, y cuando Joel le estaba jalando del pelo, el perro se lanzó certero , derribándolo, para reacomodar sus mandíbulas alrededor del cuello de Joel, que mientras más intentaba alejarlo de su cuerpo, mas fuerte comprimía su tráquea y sus arterias, hasta que la sangre le inundó la garganta. Nohemí temía acercarse o huir, temía correr la misma suerte, se arrinconó en una esquina esperando lo peor.

Cuando Joel dejó de moverse, Pirata seguía respirando agitado, apresando el cuello, varios segundos pasaron hasta que abrió sus fauces y comenzó a lamerle las heridas, la sangre no dejaba de escurrir y el perro se quedó mirando y gemía, mientras con una pata le rascaba el pecho. Pirata volteó hacia Nohemí con el hocico ensangrentado y su pelaje salpicado de rojo, sumiso se acercó bajando la cabeza, como cuando lo castigaba de cachorro por alguna travesura. Ella estaba aterrada, no sabía lo que pasaría y temblaba de pánico al ver a su esposo muerto.

Pirata se acomodó lentamente a su lado, y comenzó a lamerle la mano.

Todavía vivir – Manuel Astur

Mientras estábamos de viaje unas golondrinas pusieron su nido en el alero del porche de casa y han nacido cuatro pajaritos que no paran de reclamar comida.

Cuando hace buen tiempo me tumbo a leer poesía bajo este nido hasta que me quedo dormido.

Ayer una de las golondrinas vino veloz al nido y como tantas otras veces soltó la presa en la boca de una cría pero en esta ocasión se le escapó y una mosca grande y negra cayó sobre las hojas blancas de mi libro de poemas chinos.

La mosca zumbó sorprendida

se frotó las alas y enseguida salió volando. Qué suerte la suya: todavía vivir, vivir todavía un día.

El descontento – Beatriz Serrano

Algunos libros se van integrando al rompecabezas de tu vida. Tal como la ridícula y publicitada familia no elegida, hay obras que se quedan en lo más profundo.

Llevaba tiempo acercándome a personajes oscuros, pero encontré la luz en esta novela de Beatriz Serrano, con una protagonista que es mi alma gemela. Marisa es empleada en una empresa de publicidad, que en realidad es como un mando medio de cualquier industria, incluyendo la medicina y la investigación. En ese cosmos se da cuenta o más bien siempre lo ha sabido, que es una mujer sensible, reflexiva e inteligente que, por gracia del espíritu santo -que se manifiesta corporeamente en el planeta tierra en la forma del capitalismo-, la va arrastrando por el camino del deber ser, envenenándola; y encuentra en youtube al santo grial que le permite ser un engrane mas, de una maquinaria estúpida y voraz, que lo único que hace es mantenerse a flote, al precio que sea.

Visto así haría pensar que, es otro de los robustos y aburridos ensayos anticapitalistas que leo. Pero no, es una novela hilarante, creativa, completamente vivencial, y por supuesto incisiva a más no poder. Deseas que no termine nunca, por dos motivos, tiene un final de redención lo cual la desinfla un poco, y en especial porque desearías tener a Marisa a tu lado, para seguir dialogando eternamente, y no a los bodrios con los que día a día el destino te obliga a convivir.

Frase robada – Adela Cortina

Nos hemos acostumbrado a creer que actuar racionalmente significa tratar de maximizar el beneficio sin más, a cualquier precio.

Bonus track

Todo lo escrito, salvo que se indique su autoría es ideado y escrito por Norberto Carlos Chavez Tapia, bajo la licencia de creative commons CC BY-NC-ND 4.0.
A menos que se indique lo contrario todo lo expresado en este blog/newsletter es ficción, cualquier semejanza con la realidad es una coincidencia.