Mi perra vida

Mi perra vida es un proyecto cultural y artístico.

Relato – Medio muerto | Poema – Amistad – Jośe Emilio Pacheco | Reseña – Estambul – Orhan Pamuk | Frase Robada – Attila Veres | Bonus track

Medio muerto

No sé cuando comencé a morirme por que ha sido a pedazos, al menos eso creo. También creo que la gente no se ha dado cuenta, tal vez dos o tres personas que, sencillamente me ven diferente, “algo triste”. La vida me ha enseñado a ser inseguro, pero ahora la muerte me arropa, y estoy seguro de que, no falta mucho para estar completamente muerto. Es una situación extraña, saber que estoy muriendo y tener certidumbre de ello.

Me gustaría aclarar que no me estoy poniendo en modo existencialista de Tiktok, no me refiero al hecho obvio pero intrascendente de que, estamos muriendo desde que nacemos, y menos aún hago alusión al pueril carpe diem.

Rascando en mis recuerdos, la memoria me remonta a varias semanas atrás, cuando pensé que el trabajo y la rutina -que son casi lo mismo, y tienen los mismos efectos- me habían rebasado por la derecha, impidiéndome salir de un bucle de cansancio y desasosiego. Así que, un fin de semana con mis amiguitos hippies, acampando en el bosque, lo que me pareció la oportunidad ideal, para parecer feliz, al menos en la pantalla del teléfono. En esa ocasión no pensé que estaba muriendo, sólo se me hizo un poco extraño lo sucedido. Estábamos sentados alrededor de la fogata quejándonos de las mismas cosas por las que nunca hacemos algo, y me ofrecieron repelente para mosquitos, debo aclarar que tengo el súper poder de atraer hordas de mosquitos hambrientos, así que, al responder que no lo necesitaba, todos se sorprendieron. Efectivamente los moscos que, eran más insistentes que un vendedor telefónico, a mí me ignoraban por completo, como si no existiera. A la mañana siguiente, cuando más de uno se quejaba de las ronchas propinadas por el ataque masivo de los dípteros, yo confirmaba mi inmunidad, ingenuamente creí que era un vaticinio de que mi perenne mala suerte, estaba cambiando para bien.

A los pocos días nos pidieron -como si eso se pidiera- trabajar horas extras en la oficina. Lo mismo de siempre, a algún jefe se le había olvidado una fecha de entrega y ahora toda la oficina tenía que sacar adelante la contingencia. Ya cerca de media noche, fui el último en terminar “mi” trabajo, a modo de premio y para cumplir con las incorruptibles normas de seguridad, tuve que salir por la puerta de servicio del edificio, situación que me desagrada muchísimo, no por ser la peor manera de terminar una inhumana jornada de trabajo, sino porque siempre hay ratas en los contenedores de basura, me aterra cuando corren al escuchar los pasos de quienes invadimos su horario, y accidentalmente alguna te pasa por encima de los zapatos. Para evitar ese potencial incidente trato de pisar fuerte, haciendo ruido y tarareando la primera canción que venga a mi mente. Todo indicaba que mi ritual funcionaba, cuando a lo lejos, tres ratas discutían encarnizadamente por la patria potestad de un hueso de pollo, intensifiqué mis cantos paganos, pero las ratas persistían en su trifulca culinaria, con todo el ruido que pude continué acercándome, caí en cuenta que ignoraban mi presencia, ni siquiera la notaban, me quedé observando el conflicto a escasos centímetros, y azoté con fuerza la suela de mis zapatos en el piso, y no ocurrió nada. Presa del cansancio, de la frustración o de la vida, patee con fuerza a la rata más gorda que detentaba la mayor parte del hueso, y las otras salieron corriendo despavoridas. Yo no pude escapar, pero estaba temblando en medio de la calle, muy asustado, en ese momento no sabía que me estaba muriendo, pero algo estaba pasando. Le conté el episodio a mi hermano por mensaje de texto y me respondió, “no me sorprende que te ignoren, eres insufrible jajajaja”.

A partir de ese momento comenzó mi paranoia por intentar entender lo que me ocurría, crédulamente llegué a pensar que era una especie de poder especial, aunque como siempre, el destino me pondría en el lugar que me merezco. Ahora de manera intencionada decidí ir a una de esas tiendas de mascotas en las plazas comerciales, y la situación fue de lo más incomprensible, para los perros y gatos, yo era otro ser humano con capacidad de liberarlos, y se acercaban cuando metía la mano en sus jaulas; para los pericos y canarios mi presencia no les afectaba en lo más mínimo, incluso cuando aplaudí para espantarlas, ni se inmutaron, solo obtuve miradas reprobatorias a mi alrededor.

Las deudas y las horas extras, ayudaron a olvidarme un poco de la situación, pero apenas pagué el saldo mínimo de la tarjeta de crédito, junté toda la ropa sucia que no podía poner en la lavadora que, se descompuso antes que la liquidara, y fui a casa de mi madre. Mientras mis prendas se enjuagaban, enjabonaban y suavizaban, ella me contaba los detalles familiares que no aparecían en las redes sociales. Pedimos algo de comer al único restaurante que satisfacía las rígidas exigencias del paladar de mi progenitora, y cuando regresó con la bolsa de comida, entró con Epifania, su vieja gata, que es casi igual o un poco más convenenciera que yo, así que nos entendíamos a la perfección, pero al intentar cargarla para acariciarla como los cómplices que eramos, soltó un maullido tétrico, y un zarpazo atinado que requirió alcohol y una bandita adhesiva. Epifania no dejaba de verme erizada, y maullaba amenazante, se mantuvo debajo del sillón atenta; mi madre argumentó que seguramente eran las envidias del trabajo, “los gatos son muy sensibles a esas vibras”.

El acabose fue al día siguiente, pasaba por el parque camino al súper mercado de descuento, y los perros aullaban con tristeza al pasar por su camino, y si alguno se cruzaba en mi paso, buscaba escapar, mientras sus dueños asombrados se excusaban. Por supuesto lo que ocurría no era ninguna especie de don divino, solo podría ser un mal augurio. La mañana en que cientos de moscas tapizaban el techo de mi departamento, llamé al médico para una cita, esas moscas eran la versión precarizada de los cuervos sobrevolando un muerto.

Salvo el cansancio excesivo y la pérdida de peso, ya que por motivos de tiempo no le dio oportunidad de examinarme, el médico no encontró nada anormal, me pidió una serie de estudios de sangre y algunas radiografías; cuando repitieron varias veces y en diversas posiciones los rayos X del tórax, sabía que mis hipótesis eran correctas.

Y aunque el médico, siempre mirando para otro lado que estuviera lejos de mis ojos, me decía que la quimioterapia era muy buena opción, sabía que ya estaba medio muerto.

Amistad – Jośe Emilio Pacheco

No lo tomes a ofensa: Ya me voy. Ya nunca más conversaremos. Termina Un vínculo tan frágil como el amor: la amistad Que nunca es un proceso, sino un instante.

Y nada te reprocho. Te agradezco Lo que aprendí, lo que debo. Jamás traicionare esa memoria.

Por desgracia el viaje en común Llegó hasta aquí y cada uno Baja del Metro en la estación que le toca.

Estambul – Orhan Pamuk

Así como las telenovelas mexicanas tuvieron un boom internacional a finales del siglo pasado, ahora los turcos han invadido nuestras pantallas, con los mismos dramas, pero en escenarios exóticos, o al menos con actores que nos lo parecen.

Por lo que la obra autobiográfica de Orhan Pamuk, satisface ese interés de conocer más detalles de una cultura que como un crisol, da para muchos relatos interesantes.

La novela ademas de excesivamente amplia, tiene una trama endeble, ya que intenta ser una relatoría cronológica, con algunos sucesos relevantes que buscan mantener la atención del lector; el único conflicto es la diatriba formativa del personaje principal que, desea ser pintor, y la rígida sociedad que se conjura para evitarlo, y en las últimas páginas decide que su gran amor son las letras. Demostrando que su vocación es tan imperfecta como su obra. Salvo que haya un particular interés por conocer Estambul bajo una visión nostálgica, motivación difícil de justificar, entonces es muy probable que se aburran profundamente, deseando que dejaran al hombre ser pintor.

Frase robada – Attila Veres

Mi madre tenía las expectativas altas y los elogios escasos.

Bonus track

Todo lo escrito, salvo que se indique su autoría es ideado y escrito por Norberto Carlos Chavez Tapia, bajo la licencia de creative commons CC BY-NC-ND 4.0.
A menos que se indique lo contrario todo lo expresado en este blog/newsletter es ficción, cualquier semejanza con la realidad es una coincidencia.

Relato – Buscando setas | Poema – ¿Cuántas veces quisimos escalar esa montaña? – Claudia Magliano | Reseña – La Seta del Fin del Mundo – Anna Lowenhaupt Tsing | Frase Robada – P. Halliwell | Bonus track

Buscando setas

Hace unas semanas escribí un relato distópico, acerca de cómo se buscaba lucrar con todo, monetizar incluso las desgracias, y así se creaba un turismo de los incendios forestales. Esto debido a que, hace unas semanas, cuando el calor calaba profundo en la tierra, hubo incendios en toda la región. Desconozco los números oficiales, pero apreciativamente, me parecieron más extensos y agresivos. Tal vez por que, en esta ocasión, las llamas estuvieron a un par de centenas de metros de mi casa.

Desde entonces la montaña calcinada parecía un guerrero negro que vigilaba el valle, entristeciendo el panorama.

Un par de semanas atrás comenzó a llover de manera consistente, así que, aproveché para ver en qué condiciones se encontraba el monte al que suelo acudir con regularidad, y de paso confirmar una de las hipótesis propuestas por Anna Lovenhaupt Tsin en su libro La Seta del Fin del Mundo (Capitan Swing), donde postula que los hongos son los primeros en aparecer en las zonas de desastre, dada su ubicuidad y pervivencia desde las corrientes marinas, hasta las uñas de los pies.

Lo primero que salta a la vista es el poder destructivo del fuego, nada que midiera menos de un metro de altura sobrevivió, la montaña tiene un aspecto rasurado, la piedra y la tierra expuesta la volvieron casi irreconocible, venas que la maleza había cubierto quedaron expuestas. Apenas pequeños brotes tímidamente compiten con las cenizas, y de momento, van perdiendo la batalla. Los arboles, muchos inquebrantables siguen de pie, algunos con señales de recuperación a pesar de estar cubiertos con esa costra negra que les tatuaron las llamas, pero también están aquellos que esperan a que el tiempo les cobre la última factura. Me dio mucha tristeza encontrar el cadáver de un armadillo que, no logro huir y murió asfixiado, ahogado en llamas.

Sigo intentando confirmar si alguna seta me indica que, la vida se está gestando debajo de la tierra, pero por buena parte del trayecto, no hace su aparición, lo cual tampoco es su culpa; ya que soy incapaz de encontrar la sal en la alacena, ¿Cómo daría con un organismo de unos cuantos centímetros?, pero tengo fe en que la fuerza del bosque lo haga resucitar, y yo sea capaz de encontrar esa floración del micelio subterráneo.

Para mi sorpresa, algunas fuentes de vida se abren paso en donde menos se espera. Una colonia de abejas salvajes que, decidieron construir su colmena en un imberbe tronco de pino muy joven, desafiando las leyes de la lógica y la gravedad.

Persisto en mi camino, de algunas salientes rocosas, unas tímidas flores plantan resistencia a la monótona negrura de la senda, para mis adentros no sé si verlas con esperanza, o como un tributo a los caídos.

Sigo buscando al pie de los árboles, en los pequeños montículos de hojas que no terminaron de arder, en las heces de algunos animales que por ahí deambulan, y nada, las setas siguen escurridizas.

A lo lejos observó un grupo de campesinos que, con apenas un azadón y cientos de semillas, intentan cambiarle el atuendo a la montaña y sembrar maíz, designio que me parece más el cumplimiento de una tradición ancestral, que una intención eficaz de dominar a la montaña, como sea, ese pequeño ejército de hombres mal vestidos, con apenas la fuerza de sus manos, me recuerda que somos una plaga ubicua.

Cuando las esperanzas de no cumplir el objetivo se instalaban, entre dos pasos mal acomodados que me forzaron a voltear al suelo, vi una pequeña mancha anaranjada, una aparición divina, las setas imponiéndose, literalmente en medio de la vereda quemada, unas cuantas apenas, señal de que millones de células forman una red subterránea, una máquina bioquímica, un complejo sistema de comunicación y soporte, que ayudará a que el bosque resurja.

Las lluvias apenas están comenzando, así que esta floración de lo incomprensible es una buena señal, y augura una pronta recuperación a esta montaña que nunca se rinde.

¿Cuántas veces quisimos escalar esa montaña? – Claudia Magliano

Me habías prometido una casa en la cima.

Íbamos a vivir adentro de la nieve. Íbamos a leer todos los libros.

Eso me habías prometido.

Eso dijiste cuando lloré por primera vez. Cuando por primera vez sentí que el alma o el espíritu se me desgarraban y no podía retener la sangre. Era como la sangre de San Sebastián sobre su torso pálido o como las manchas que dejaban las uvas cuando estallaban.

No podía retener la sangre ni el llanto. No quería que me dejaras en medio del sueño como si yo fuera un paisaje abandonado donde los árboles se perdían en la niebla.

¿Cuántas veces quise escalar esa montaña? Aunque la piel se me abriera al intentarlo.

Aunque no supiéramos cómo es el frío ni cuánto frío cabe en una sola montaña.

Me habías prometido una casa. Todos los libros me habías prometido.

Es cierto, siempre dijiste que hay cosas peores que la muerte.

Nada entonces es tan terrible, pensé.

Pienso ahora, que ya no podés hablar ni podés traer la calma como se traen las cosas más delicadas:

un poco de agua entre las manos

un puñado de piedras para inventar un juego

una montaña, altísima, con una casa levemente inclinada en la ladera.

La Seta del Fin del Mundo – Anna Lowenhaupt Tsing

El subtítulo de este libro es “sobre la posibilidad de vida en las ruinas capitalistas”. Es un ensayo algo extraño, lo cual es esperable para una antropóloga que, demostrando maestría en su menester, explora todas las relaciones humanas alrededor del hongo matsutake, un hongo que se considera una excentricidad culinaria, pero también cultural de la sociedad nipona.

Desmenuza la complejidad humana, biológica, cultural y económica, so pretexto de la recolección de un hongo que se niega a ser domesticado y solo puede encontrarse en modo salvaje. Siendo una clara exposición de motivos de su rebeldía anarquista, que le hace pervivir en los lugares más inhóspitos e inesperados, yendo en contra de las leyes humanas, al menos de las descritas hasta el momento, dando coherencia así al subtítulo, todo indica que, el hongo matsutake es un especialista en ir en contra de la mayor arma de destrucción humana, el capitalismo voraz, al cual utiliza para su beneficio, llevándonos así al descubrimiento de un incipiente mundo no capitalista.

Sin embargo, si son lectores entusiasmados, con posturas radicales anticapitalistas, aquí no las van a encontrar. Anna Lowenhaupt Tsing mantiene una postura poco crítica, más descriptiva y para nada beligerante o resolutiva. Por lo que, tarde o temprano hay que aceptar su esencia, es un trabajo antropológico, un gran ensayo sin duda, que así como el matsutake, requiere paciencia y apertura mental para degustarlo adecuadamente.

Frase robada – P. Halliwell

Leer es el mejor alucinógeno que hemos inventado.

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Relato – Ánimas nocturnas | Poema – La penumbra del cuarto – Coral Bracho | Reseña – La mala costumbre – Alana S. Portero | Frase Robada – Platón | Bonus track

Ánimas nocturnas

El acto de correr tiene múltiples efectos en sus devotos practicantes. Conforme se incrementa la distancia y consecuentemente el tiempo que se pasa corriendo, conforme el número de personas se va reduciendo, también la tropa de corredores se torna atípica.

Este argumento es categórico cuando la competencia incluye estar en la montaña más de veinticuatro horas, y correr ciento sesenta kilómetros (aunque yo sólo logré 140). Al inicio de la competencia se dispara un ejército de corredores de montaña, ya que salimos varias distancias 50, 80, 100 y 160 kilómetros, y dado que la ruta era repetir un circuito en diversas ocasiones, con el paso de las horas, nos empezamos a ubicar unos a otros.

No es inusual que el código de conducta no escrito para interactuar con algún corredor en el camino, va desde solo cruzar la mirada y confirmar que a ambos nos invade la fatiga, o alguna dolencia más profunda, inclinar la cabeza a modo de exhibición de respeto, y por supuesto palabras de ánimo innecesarias e inútiles que confirman el santo y seña de esta gente que, le pareció correcto invertir semanas y semanas de duro entrenamiento, para lanzarse un sábado de madrugada a tan empeñosa actividad.

Conforme transcurre la distancia, y aquellos que hicieron carreras mas “cortas” van llegando a la meta, nos vamos quedando solos en el camino, para cuando la noche es rotunda, la fauna de corredores ya no es menos que sui géneris. Si ya de por sí es inexpugnable el racional para que yo me encuentre a media noche, luchando con el cerebro y mis piernas a medio monte; al observar al resto de ánimas nocturnas que ocasionalmente me encuentro, el acertijo se torna indisoluble.

Entre esa pléyade de almas penitentes, describiré las dos que más me llamaron la atención. La primera una mujer a la que es difícil calcular la edad, baja de estatura, de pelo muy largo y más gris, con la cara maltratada por el sol o por la vida, complicado ponerle número a sus años, pero que podrían ser setenta bien cuidados o sesenta maltratada, como sea, su aspecto es mayor, su ropa inadecuada casi casual, o al menos alejada del estereotipo de la ropa deportiva.

La observé desde el principio, su equipamiento era nimio, apenas una mochila de hidratación que ya vio sus mejores momentos, y una rama de árbol gruesa nada aerodinámica que le servía para apoyarse a cada paso que daba. Al comienzo trotaba, pero después solo caminaba, a un paso dolorido pero constante, con la cabeza metida en el camino. Siempre que me la encontraba, arrojaba mi absurda palabrería de apoyo, su aspecto lejos de parecer apocado, si humilde, era el de quien se integra a la cofradía, pero irradiaba el respeto de una chamana que en trance está cumpliendo su ritual.

A cada vuelta que daba, temía no volver a verla, pero siempre aparecía. En algún momento de la madrugada, cuando venía sufriendo y solo podía caminar a paso rápido, ayudándome con los bastones de senderismo, me vio y me gritó que “así iba bien”; me hizo sentir parte de su equipo, ese cobijo me ayudó un buen rato más. Estoy seguro de que sin importarle su lugar en la carrera, o si le cerraban la meta, ella cumpliría la distancia pactada.

Otros de los personajes que apenas salir de la meta llamó mi atención, y lo vigilaba morbosamente, era un hombre también mayor, igualmente aventurado calcularle una edad, pero que contrario a todos que moríamos de calor y por lo tanto, nos ataviábamos con lo más fresco y aerodinámico que nuestro bolsillo nos permitía, él iba totalmente cubierto, con una rompevientos gruesa que le aplastaba la espalda, ni durante las cinco horas de calor más intenso, donde el sol mordía donde pegaba, se descubrió, ni siquiera un poco. Cuando mi estómago comenzó a revolverse por los efectos de la deshidratación y el aire caliente que nos acompañaba, pensaba en ese hombre sentado bajo la sombra de un árbol, desfalleciendo; contra todo pronóstico, tarde o temprano aparecía con un palo chueco en una mano, y una botella de agua en la otra, persistiendo, y aunque la mirada iba hundida, cansada, insomne, no le veía un atisbo de querer dejar algo al destino, también estoy seguro de que terminó su carrera.

Ellos dos fueron quienes más me conmovieron y sorprendieron, ni un solo libro de auto ayuda podría aproximarse a esa empírica definición de resiliencia.

Hubo actores secundarios, desde personas disfrazadas de luchadores, mucha gente local, un personaje que siempre corre con los brazos caídos, lo que le da un aspecto derrotado, de él esperaba una historia especial sobre su forma de correr, pero me desilusionó al responderme que “así había aprendido”.

Conforme transcurríamos entre la noche, íbamos entrando en un estado de catarsis exánime, todos los rostros se iban transformando, nadie era igual que la mañana previa, la deshidratación, la falta de calorías, decenas de miles de golpes en todos los músculos, a todos nos ocurría algo en el cerebro, algo estaba transmutando, cada uno respondiendo a lo inexplicable, a lo inenarrable. No hay duda de que esos rostros solo confirmaban cómo nos hundíamos más y más en nuestro destino, haciendo más pesado cada paso.

Para el resto del mundo, solo pasaba una noche, yo sentí que me había ido varios días, el tiempo se alargó, y a la postre tardé en percibirme como antes, pero sinceramente creo que no soy el mismo de aquella mañana.

La penumbra del cuarto – Coral Bracho

Entra el lenguaje.

Los dos se acercan a los mismos objetos. Los tocan del mismo modo. Los apilan igual. Dejan e ignoran las mismas cosas.

Cuando se enfrentan, saben que son el límite uno del otro.

Son creador y criatura. Son imagen, modelo, uno del otro.

Los dos comparten la penumbra del cuarto. Ahí perciben poco: lo utilizable y lo que el otro permite ver. Ambos se evaden y se ocultan.

La mala costumbre – Alana S. Portero

@velvetmolotov@masto.es

A nadie sorprende que, en un mundo en el que la veleta son la redes sociales, las historias autobiográficas, de vidas atormentadas sean un género literario muy socorrido. Si a la ecuación, agregamos las vivencias de las personas trans, el resultado no pocas veces es complicado, ya que implica los prejuicios del lector, confrontándose con una realidad contundente y descarnada. Hacer comulgar estos paradigmas no es tarea fácil. Pero Alana S. Portero lo consigue con notas de excelencia, usando dos recursos con maestría, un lenguaje enraizado en la prosa poética, altamente figurativo, permitiendo así atenuar -si es que eso es posible- la dureza de los hechos; y por otro lado pare una novela de tremenda sensibilidad, se desnuda el corazón y la carne de una mujer trans.

Yo escuché la versión en audiolibro, narrada por la autora, que como un manto arropa las palabras y les da contorno a todas las emociones, brindando tonos y connotaciones que permiten una mayor apreciación de la obra.

Está de más decir que es una historia trágica, pero que, conforme avanza forma una dura aleación con el amor y el valor. Se encuentra lejos de ser una historia veleidosa, va entrando por las orejas (o los ojos según sea el caso) y se te encaja profundo en el corazón. Me parece una obra universal, que no esta dirigida a un segmento segregado o dominante. Y como pocas, el uso del lenguaje, es el camino para transmitir vivencias que, no pocas veces queremos soterrar.

Advertencia, la obra tiene una fuerte carga emocional, así que, es importante considerarlo por si el alma se encuentra en un estado vulnerable o el cerebro impresionable, no para evitarla, sino para modularla, ya que el sismo en las entrañas no siempre es fácil de sortear.

Frase Robada – Platón

Pensar es una conversación que el alma mantiene consigo misma.

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Todo lo escrito, salvo que se indique su autoría es ideado y escrito por Norberto Carlos Chavez Tapia, bajo la licencia de creative commons CC BY-NC-ND 4.0.
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Relato – La decisión de no continuar | Poema – Propósito – Gilberto Owen | Reseña – Lincoln en el Bardo – George Saunders | Frase Robada – Patricia Highsmith | Bonus track

La decisión de no continuar

El reloj se apagó desde unas horas, me abandonó cuando llevaba cerca de veintiún horas de carrera, casi prediciendo lo que iba a pasar. Parece un conjuro, pero las dos veces que ha ocurrido, a mí también se me apaga la ilusión de recorrer las anheladas cien millas. En esta ocasión, otra vez, se va a cumplir la profecía.

Cuando salí de los cien kilómetros tenía fuerzas y la fe de que lo lograría, me quedaba casi toda la noche y una parte de la mañana, pero desde las cuatro de la madrugada, el enemigo se fue instalando, uno que no pensé que llegaría, la fatiga total, las piernas comenzaron a responderme menos, y cuando iba retornando para cumplir ciento cuarenta kilómetros, con mucho trabajo podía caminar, y subir las cuestas del camino lo hacía casi a rastras. La cabeza y el corazón sí me daban para continuar, pero físicamente no, ni siquiera el dolor en los muslos y las plantas de los pies me hizo pensar en abandonar, piquetes intensos a cada paso, pero lo había acogido como algo propio desde muchas horas atrás.

Tenía que tomar la decisión a unos siete kilómetros antes del punto donde reiniciaba el circuito, si no lo hacía, corría el riesgo de que esta jodida fatiga y el frío de la madrugada fabularan en mi contra, y sufriera hipotermia, eso ya me había ocurrido otras veces. Entonces además del fracaso de no terminar la carrera, se sazonaría la derrota con el drama y el escándalo de terminar en el hospital, o al menos en la ambulancia.

Pero tuve tiempo, estas competencias eso te dan, tiempo, para pensar y deliberar que no podía correr cien millas, pero si lo iba a aceptar otra vez, lo haría con menos lloriqueo que la ocasión anterior, sin reproches. Al final sabía que puse todo lo que podía, cuerpo, alma y corazón, en ese efímero, y por que no, bastante frívolo objetivo de hacer una carrera a través de la montaña recorriendo ciento sesenta kilómetros. Aunque plausible, es decir, sólo hay que poner un pie delante del otro, y así hasta lograrlo, la realidad era prístina, como la vida o la muerte, sencillamente ocurre y no puedes hacer nada por impedir que su destino se cumpla. Tengo que aceptar que hay cosas que no son para mí, no son posibles cuando tengo tantos proyectos, que como esponjas absorben, drenan mi energía.

Seguramente si esta enferma necesidad de mantenerme en problemas constantemente fuera mas dócil, podría dedicar más horas a entrenar, pero no me voy a engañar, no dejaré mis otros proyectos, aunque sí vale la pena reconsiderarlos detalladamente y por lo menos darles un peso específico, ya que así como hoy las montañas me rompieron las piernas poco a poco, existen en mi vida otras travesías que me han ido mermando.

En esta ocasión asumo esta realidad, y con gusto amargo tomo el teléfono para avisar que vayan por mí, que voy a abandonar. Los que conocen a un corredor saben que esa decisión no es sencilla, implica romper todos los sueños que se montan en las piernas, no saborear ese sucedáneo de invencibilidad que te da llegar a la meta. Pero hoy no va a ser así, últimamente la vida se ha estado encargando de demostrarme que ese sucedáneo es terriblemente etéreo, y es algo que debo afrontar, tolerar, e interiorizar, sin que en ese proceso se me envenene el alma, que para eso ya existe el mundo.

Al colgar el teléfono, ya no hay vuelta atrás, y mientras a través de las nubes, el sol quiere asomarse, los pájaros y los gallos saben que es un nuevo día, para mí será el término de uno que inició la mañana previa.

Llego a la meta para indicar que no continuaré, la persona que realiza el registro confirma en voz alta, reitera de manera inquisitiva, casi a modo de prueba, me muerdo fuerte el orgullo y confirmo mi decisión. Al salir, uno de los voluntarios me indica que puedo tomar mi medalla, la veo y la dejo allí. Lo de menos es ese pedazo de metal que no vale nada, lo importante era el reto, el proceso, o en realidad no sé exactamente qué es lo importante, pero de eso escribiré en otro momento.

Propósito – Gilberto Owen

Todavía mis ojos, por tus ojos, en tu alma, como el día del encuentro; que el amor, como siempre, nos presida, pero ya nunca lo nombraremos.

Mejor la insensatez de nuestra efímera voz sonando en lo eterno, puestos en entredicho tus románticos, dueña, la Geometría, del sendero.

Luego la noche, que nos gane, hondos, humillados al fin, para el silencio; y luego la sal, mía, de tus lágrimas, y mi frente, servil, sobre tu seno.

Para no separarnos, detener el ritmo universal en nuestro aliento; y ¡qué prisión!, después, sabernos solos, pero tan frágiles y tan pequeños.

Y para no olvidarnos -y el olvido míralo, en ti y en mí, mujer- ¿qué haremos?

Lincoln en el Bardo – George Saunders

Durante una cena de gala, muere de tos ferina el hijo de Abraham Lincoln. Este suceso anti natura ocurre en medio de la guerra civil. Bajo esta línea argumental, que suena bastante atractiva se transforma en una especie de coral musical, donde diversas voces aportan pedazos de historia alrededor del suceso.

La historia tiene dos escenarios, la realidad tangible, donde se hilvanan trozos de entrevistas, testimoniales, notas periodísticas y extractos literarios. Contrapuntando está una “realidad” mística, abordada desde el mundo de los muertos, en el que William Lincoln intenta aferrarse al mundo terrenal, y al cariño de su padre. En este mundo de almas en transición, surgen diversas voces, que le dan sostén a lo incomprensible, o incluso a la crueldad humana que no respeta códigos. Es en este mundo inanimado donde suceden historias más cercanas a lo humano, es decir con pasado, con relato, lo que hace que esta obra pase de ser algo similar al periodismo de investigación al campo de la novela.

Fue ganadora del premio Booker en 2017, muy bien recibida, enfatizando su ingenio, al ser estilísticamente innovadora, pero discrepo de su “gran humanismo”, siento que esto último hace repensar en la definición de humanismo que tienen los críticos.

Frase Robada – Patricia Highsmith

El trabajo impedía que la gente pensara demasiado en sus problemas.

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Todo lo escrito, salvo que se indique su autoría es ideado y escrito por Norberto Carlos Chavez Tapia, bajo la licencia de creative commons CC BY-NC-ND 4.0.
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Relato – Terroristas de datos | Poema – El remordimiento – Jorge Luis Borges | Reseña – Internet for the People – Ben Tarnoff | Frase robada – Anne Dofourmantelle | Bonus track

Terroristas de datos

Cada vez requerían mayor precisión, un plan a prueba de errores para asaltar los centros de datos. Ya era imposible atacarlos por sorpresa, en pocos minutos después de activadas las alarmas, se hacía presente la policía local, para que poco después llegara el ejército informático, pagado por los dueños de las empresas tecnológicas, pero auspiciados por el gobierno. Tenían la orden de ejecutarlos sin juicio previo, a consecuencia de históricas enmiendas legales que colocaron a los centros de datos, como la mayor infraestructura vital para la sociedad, su amenaza o daño, se consideraba el mayor acto terrorista.

Había que actuar velozmente y con precisión quirúrgica, ya que debían asegurarse de que los servidores no sufrieran ningún daño, ese era el fin último de tan riesgosa empresa, los datos los venderían a mercenarios. Si la fortuna los acompañaba y encontraban información valiosa, podían extorsionar a empresas o figuras públicas que tuvieran mucho que ocultar, y más de que arrepentirse. Pero si eran realmente afortunados en los servidores críticos podían encontrar datos sensibles de ejércitos, gobiernos, bandas de tráfico de armas o drogas. En ese sentido, los servidores eran un ejemplo de tolerancia y pluralidad, en un mismo sitio convivían los datos íntimos de los más acérrimos enemigos.

Quienes participaban tenían una capacidad muy específica, lo que hacía a estos terroristas digitales, peligrosamente eficaces, aunque eran incapaces de matar una mosca. Ingenieros, científicos, analistas, filósofos, médicos; aquellos que fueron los primeros en perder o precarizar aún más sus empleos.

Hasta el momento con dos mega centros de datos, las cosas se habían logrado sin derramar ni una gota de sangre, pero sabían que al conocer su modus operandi, esto podría cambiar en el futuro.

Apenas salieron los últimos empleados, el plan daba arranque cerrando las compuertas de agua que enfriaban las toneladas de servidores, la presión retenida inundaría las instalaciones, a partir de ahí, tenían el tiempo en contra, ya fuese porque llegara la policía, o porque la falta de enfriamiento derritiera los chips, memorias y discos que contenían los datos.

Mientras que el agua inundaba y distraía la atención de los guardias, tenían que difundir un virus a la red de datos redundantes que mantenía copias de la información más importante, el objetivo era corromper ese respaldo, para que su botín fuera el único disponible, y por ende con gran valor de mercado.

Al desarrollarse el ataque informático, los racks de cuarta clase se incendiaban con la información banal de los usuarios promedio, ellos iban por aquellos con información tan clasificada y valiosa que justificaban varios sistemas de enfriamiento.

El plan ocurría como se esperaba, los agentes de seguridad se encontraban tratando de resolver las zonas inundadas y las incendiadas, así que desbloqueados los accesos no habría problema. Conocían bien el sistema de clasificación de racks, así que tras esperar el tiempo acordado para que el virus corrompiera las copias de seguridad en servidores remotos, cada uno tomó un par de servidores, lo suficiente como para retirarse del negocio.

Siguieron la ruta de escape por los pasillos de servicio, para encontrarse con el resto en una de las salidas de emergencia. Se movían con prisa, pero cuidando la integridad de su conquista, sólo los separaba un patio de la salida que era cuidado por drones, así que ya deberían estar desactivados.

Efectivamente su plan era impecable, pero al cruzar la puerta, los cuerpos de todos sus compañeros se encontraban tirados en el suelo, inertes, los rodeaba un ejército, que no les dio la oportunidad ni de parpadear.

Los titulares de los medios de comunicación arrasaban, “terroristas de datos vuelven a secuestrar información altamente confidencial y escapan. Asesinando a todo el personal de las instalaciones.

En menos de una semana las acciones de la compañía subieron como la espuma, después de que los terroristas de datos hubieran filtrado miles de archivos que destrozaron a las empresas competidoras.

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El remordimiento – Jorge Luis Borges

He cometido el peor de los pecados que un hombre puede cometer. No he sido feliz. Que los glaciares del olvido me arrastren y me pierdan, despiadados.

Mis padres me engendraron para el juego arriesgado y hermoso de la vida, para la tierra, el agua, el aire, el fuego. Los defraudé. No fui feliz. Cumplida

no fue su joven voluntad. Mi mente se aplicó a las simétricas porfías del arte, que entreteje naderías.

Me legaron valor. No fui valiente. No me abandona. Siempre está a mi lado La sombra de haber sido un desdichado.

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Internet for the People – Ben Tarnoff

Hace unos días uno de mis residentes de gastroenterología me mandó la foto de su primogénito, varias cosas vinieron a mi cabeza, pero entre ellas, era imaginar que ese niño es poco probable que entienda un mundo como el de hace un poco más de cien años, en el que Albert Camus era infiel a su esposa y todo se documentaba en cartas escritas a mano que, tardaban semanas en llegar; o entender mi infancia, en la que, cuando salía a jugar en vacaciones, podía desaparecer toda la tarde sin que mis padres tuvieran alguna noticia de mi.

La aparición de Internet es algo que modificó para siempre la forma de entender al mundo. Por lo tanto el análisis de Ben Tarnoff es algo que, en el futuro podría considerarse un libro de texto, ya que, documenta y analiza la génesis y desarrollo de la revolución tecnológica. Enmarcándolo en el entorno económico que funge como su motor y directriz. Promueve una perspectiva alejada del absurdo romanticismo de los avances tecnológicos en Silicon Valley, y de la meritocrática infiltración de Internet en todos los aspectos de nuestra vida. Lo que si realiza es una aproximación más pragmática sobre cómo es en realidad una herramienta que nos tiene doblegados.

Tener este conocimiento es de gran ayuda, para que a través de la comprensión, podamos movernos aunque sea lento y difícil, por este pantano de mierda en el que estamos hundidos.

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Frase Robada – Anne Dofourmantelle

No siempre es dulce vivir, pero la sensación de estar vivo pide dulzura

Bonus track

Todo lo escrito, salvo que se indique su autoría es ideado y escrito por Norberto Carlos Chavez Tapia, bajo la licencia de creative commons CC BY-NC-ND 4.0.
A menos que se indique lo contrario todo lo expresado en este blog/newsletter es ficción, cualquier semejanza con la realidad es una coincidencia.

Relato – Larga vida a Apple

Larga vida a Apple

Deben estar pensando que me volví loco. Aquellos que por haber cometido delitos de lesa humanidad en vidas pasadas y en consecuencia, en esta re-encarnación tienen el infortunio de conocerme un poco, saben muy bien que tengo una férrea aversión a los productos de la manzanita.

No negaré mi sucio pasado, en el que, cuando era muy, pero muy joven, me tocó ver en la tienda Aurrera de Miguel Angel de Quevedo en el entonces Distrito Federal, los primeros modelos que se comercializaban, en esa inocente infancia, me parecían unos equipos de cómputo hermosos, sinceramente eso lo sigo pensando. Muchos años después me enamoré de esos modelos de iMac con un chasis parecido a un viejo televisor con colores traslucidos. Durante esos años no tenía la posibilidad económica para acceder a tan estilizados productos.

Ya con cierta capacidad de compra, no así de pago, caí en las garras de su estupenda mercadotecnia y me compré uno de los primeros modelos de iPad, la cual al final regalé, no recuerdo bien porqué. Y después adquirí un iPod touch que, sólo me trajo desgracias, así que lo deseché.

Desde entonces al margen de lo bien cuidado que es su diseño de software (es decir lo que puedo putear) y un robusto hardware (es decir lo que puedo patear), me ha parecido que el precio a pagar por esos “avances” técnicos, era y es desmesurado.

En sus albores, los llamados creativos, justificaban los desorbitantes costos, dada la facilidad de uso, y mejoría en productividad, además argumentaban la inversión con una larga vida útil, sin baches ni contratiempos. Pero cuando su uso y consumo se masifica, sin la consecuente y esperada reducción de precios, me parecía abominable el costo de esa joya del diseño y la tecnología, para revisar el correo electrónico, usar el procesador de textos, y alguna hoja de cálculo; mi impresión era que sólo estaba pagando el estatus que otorgaba la marca que tan bien promocionaba el ave Fénix de inversionistas de Cupertino, Steve Jobs, al que diosito no por nada le recetó un mortal cáncer de páncreas.

En la época actual, definitivamente no comprendo porqué pagar tanto dinero, para usar herramientas de oficina y páginas de redes sociales. Sus ciegos evangelizadores aluden que la increíble velocidad, facilidad de uso que mejora su productividad y su fantástico ecosistema (nota al margen, me enerva que le digan ecosistema a un sistema cerrado, censurado y elitista de aplicaciones, la mayoría efímeras), todo esto justifican cualquier precio.

Siento falaz tal argumento ya que, ¿cómo esas ventajas lograrán eliminar la pereza que me da revisar los borradores de tesis de mis estudiantes?, que por cierto, sean escritos en la mas costosa computadora de Apple o en la más precarizada basada en Windows, padecen de los mismos males.

Lo que sí me parece de un cinismo descarado, es que sean capaces de ejecutar la famosa y destructiva obsolescencia programada. Esto es, dado que los equipos son casi indestructibles, pues entonces nos hacen creer, a través de las famosas actualizaciones, que muy rápidamente pasaron los mejores años de tan hermosas computadoras, perdiendo paulatinamente funcionalidad, sin más justificación que la avaricia de sus accionistas. Porque seamos sinceros, cómo es posible que un navegador, aplicaciones de oficina y uso de redes sociales necesiten tanto poder de cómputo actualizado.

No ahondaré en los temas de esclavitud infantil relacionados con su ensamblaje, ni en la devastación que implica obtener los materiales más raros de la tabla periódica para fabricar sus componentes. Solo mencionaré grosso modo que para producir una Macbook Air se arrojan a la atmósfera 176 kg de CO2, para compensar su efecto se requiere plantar al menos diez árboles y mantenerlos vivos durante tres años, igualmente se consumen entre 15,000 a 20,000 litros de agua.

Una vez establecido este contexto, se deben estar preguntando, ¿entonces el título de este relato es una vulgar patraña para llenarme de lectores? La realidad es que no, todo esto surgió porque quería confirmar si el hardware que pensamos es obsoleto, bajo ciertas condiciones y para ciertas tareas (tareas como para las que normalmente usamos una computadora) puede dejar de serlo, extendiendo así su vida útil.

Para cumplir tal propósito necesitaba un sujeto de experimentación. Platicando con mi hermana (a quien agradezco la donación) me comentó que su iMac retina de 27 pulgadas, con alrededor de cinco años de uso dejó de actualizarse, por lo que vendió un riñón y adquirió una nueva, así que esa pobre iMac vetusta estaba destinada a ser desechada.

Ya con un equipo que me permitiera comprobar mis hipótesis, procedí a evaluar en la praxis lo que significaba la mentada obsolescencia programada. Así que, con la computadora completamente limpia, me dispuse a echarla a andar. La primera sorpresa es que el logo de la manzana en la pantalla tardaba bastante tiempo en llevarme por fin al escritorio. Lo segundo, es que, tras actualizar el software, al querer instalar el navegador Chrome (no me critiquen por favor, era con fines científicos), me sorprendió el anuncio de que, no se podía instalar en el sistema operativo, se requería una versión más reciente, eufemismo para obligarme a adquirir un equipo más reciente. Algo similar ocurrió con Microsoft Office. Ahí detuve mi primer experimento, llegando a las siguientes consideraciones. Efectivamente el equipo se percibe lento, y aunque podía instalar algunas alternativas de navegador de Internet, daba la sensación de tener un equipo amputado, sin libertad de uso, que seguramente en los próximos meses, pedazo a pedazo perdería incluso sus funciones elementales. Lo más llamativo es que el equipo no tiene más de cinco años, es un abuso dejar de actualizarlos en un periodo tan corto de tiempo.

Primera conclusión – Es muy evidente y abusiva la obsolescencia programada.

Después de confirmar lo esperable, pasé a la acción, es decir, sustituir el multipremiado sistema operativo de Apple, y de pasada mandar a la mierda todo su ecosistema (si Steve Jobs viviera seguro le recurre el cáncer de páncreas, sólo de imaginar lo que le espera al producto de su ingenio). Para tan irreverente tarea era necesario instalarle alguna de las decenas de versiones del sistema operativo Linux. Si a alguien no le queda claro qué es el sistema operativo de su computadora, en términos elementales, es la plataforma que permite a todos los fierros trabajar adecuadamente, para poder así, instalar todo el software que necesitamos. Básicamente el mundo se divide en dos grandes continentes, el monstruoso Windows de Microsoft y el gestado en California iOS, lo que más diferencia a Linux de sus hegemónicos hermanastros, son sus fundamentos. Es un sistema operativo que puede ser utilizado por cualquiera sin pagar una licencia (aunque es buena idea hacer una donación a los desarrolladores), puede ser modificado sin pedir permiso, y su código está a la vista de todos, lo que, paradójicamente lo vuelve menos vulnerable a fallos de programación. Esto permite encontrar versiones o distribuciones, que se adaptan prácticamente a cualquier necesidad y equipo.

El problema es que su uso ha encontrado su nicho en personas entrenadas o interesadas en las tecnologías de cómputo, es decir nerds. Por lo que, en el pasado su uso estaba reservado para gurús tecnológicos. Pero desde hace años, cada vez con mas frecuencia y cada vez con más éxito, estas variantes o distribuciones de Linux son más fáciles de instalar y usar.

Así que inicié con una que fuera ligera y rápida, llamada Lubuntu, que se instaló sin problemas, las aplicaciones elementales funcionaron, pero los problemas comenzaron con la videocámara y la ejecución del software que uso para la edición del podcast. Dada mi innata impaciencia, y el tiempo limitado que contaba para el proyecto, ya que todo debe ocurrir en el marco de mi apretada y precaria vida cotidiana; decidí en lugar de buscar cómo resolver el problema, instalar otra variante de Linux, en esta ocasión el confiable Ubuntu, igualmente la instalación sin problemas, así como el software de oficina, pero persistió el problema de la videocámara y el software para la edición de audio.

Por lo que busqué alternativas más adaptadas al hardware de Apple, así dí con una tercera versión llamada Manjaro, y bajo el aforismo de “la tercera es la vencida”, aunque yo honestamente me iba a arropar en el más laxo “no hay quinto malo”, procedí a instalarla y configurarla.

Lo primero es que la velocidad de carga y ejecución de programas era sorprendentemente rápida, y se resolvieron los problemas previos, dejándome un equipo ágil y totalmente funcional. Lo único que no he logrado que funcione, es el jack de 3.5 mm para utilizar los audífonos alámbricos, pero los que se conectan por Bluetooth funcionan de maravilla.

Segunda conclusión – Se puede utilizar Linux en una iMac, y con algo de trabajo, el resultado es muy aceptable con un desempeño bastante superior al sistema operativo original.

Ahora viene el momento de la verdad, usar esta resucitada iMac, y llevarla a la realidad, este experimento está en proceso. De momento mi nube se sincroniza sin problemas, tengo todas las herramientas que necesito para trabajar, y todo este blog y su edición en audio se trabajaron en su totalidad en la renovada computadora.

Tercera conclusión – Resucitar un equipo de cómputo e instalar todas las herramientas de trabajo, es viable, gratis, ético; pero requiere mucha paciencia y algo de tiempo.

A modo de corolario, probablemente no todos quieran o puedan invertir una semana de su agenda, en este tipo de proyectos, pero antes de desechar sus equipos, vean si hay alguien que les pueda ayudar, y así darles una segunda oportunidad. Si no tienen esas posibilidades seguro algún técnico, por muy poco dinero puede hacer ese trabajo, y ayudar a que, nuestro uso de la tecnología sea racional y adecuado a las situaciones ecológicas y económicas actuales.

Finalmente, después de este proyecto, hice una resucitación de una laptop con diez años de edad, y literalmente todo fue cuestión de un par de horas de trabajo, y hoy la uso cotidianamente en el consultorio.

Así que, a pesar de Apple, larga vida a Apple.

Bonus track

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Cuento – La ilegal privacidad

La ilegal privacidad

La red de seguridad infantil tenía confirmación absoluta. Las actividades que realizaban los niños, no sólo eran sospechosamente inusuales, podrían ser consideradas una amenaza a la seguridad, e incluso actividades delictivas.

Un descuido -voy tarde, pero si llego-, fue el que permitió identificar al resto de los niños de la banda, así que sólo fue cuestión de segundos, para focalizarse en la actividad de cada uno de los destinatarios de ese mensaje, para comenzar a recabar los datos de actividad que pasaban por sus teléfonos celulares, fotos, mensajes, correos, datos de geolocalización, variables de salud y biométricas, historial de navegación. Incluso lo que habían borrado hace años, que en las letras pequeñas de las condiciones de uso de los múltiples dispositivos digitales, escondido entre la burocracia del lenguaje, les obligaban a perder su derecho al olvido, todo se almacenaría y utilizaría para los fines que mejor consideran las corporaciones que almacenaban esas toneladas de información.

Es por eso que cuanto este río de datos que corría de la noche a la mañana se detuvo, el sistema de monitoreo lanzó la primera alerta individual. El caso índice fue Carlos, un niño de quince años, súbitamente su teléfono dejó de enviar datos, los registros indicaban que tenía 82% de batería, la cobertura de red celular era de 93%, el acelerómetro y giroscopio no indicaban señales de una caída, los datos de geolocalización habían sido desactivados, pero la triangulación de las torres de telefonía permitían ubicarlo en el interior de un centro comercial, con una precisión de doce metros, los registros de la cámara y micrófonos confirmaban el punto donde Carlos había dejado de transmitir datos.

El análisis de comportamiento después de retornar de ese vacío de información, sólo indicaba una reducción en el consumo de redes sociales en 6.8% con respecto a la media, rango permisible por el sistema, aunque visto en retrospectiva, inusual en él; también tuvo menos interacciones por el mensajero con Susana, Leonardo y Luis, que normalmente se seguían viendo en la escuela, centros comerciales y salas de juegos. El día que Carlos dejó de transmitir datos, se escribieron en promedio 13% menos mensajes en las dos horas precedentes. El agujero de información duraba sistemáticamente veintiún minutos, después de ese tiempo se observaba una frecuencia cardíaca inusualmente alta, considerando la temperatura ambiental y la velocidad de desplazamiento.

La siguiente fue Susana, quien inesperadamente se encontró con Carlos en el centro comercial a las dos semanas del caso índice. No se logró determinar el mecanismo a través del cual se pusieron de acuerdo, lo tuvieron que haber concretado en persona, sin teléfonos u otros medios de captura como cámaras o audífonos de otros dispositivos cercanos. La teoría más plausible era la alberca, en la que los implicados se reunían dos veces por semana. Unas instalaciones muy lujosas, que paradójicamente, no contaban con sistemas de vídeo-vigilancia, ya que sus padres demandaron a la empresa de seguridad, por la filtración de vídeos de sus hijos, que fueron utilizados por redes de pedófilos, haciendo circular imágenes modificadas por IA, así sus múltiples abogados lograron retirar los sistemas de vigilancia. Las transmisiones de audio desde los teléfonos en los vestidores, a pesar de su gran alcance, sólo permitían identificar susurros, risas y el chapoteo del agua.

Leonardo y Luis eran hermanos, los más difíciles de investigar, rebeldes y descuidados, con tendencias peligrosas a la desobediencia, por lo tanto a olvidar sus teléfonos celulares en cualquier lado, a pesar de los regaños de sus padres, o a romper con excesiva frecuencia sus relojes, anillos y dispositivos de monitoreo, así que solo el empleo de medios públicos de vigilancia se usaron para mostrar que unos días después de que Susana se uniera a Carlos, ellos también se encontraban en el centro comercial, y se pierden entre el laberinto de cámaras.

Lo cierto es que jamás se les vio juntos, hasta el día en que, Susana accidentalmente mandó el mensaje, entonces en pocos minutos la IA logró unir los puntos.

En los días siguientes se remitió la orden para colocar cámaras en uno los contenedores de basura del sótano del centro comercial, que al dejar de usarlos con el cambio de compañía recolectora, consideraron que no era necesario vigilarlo. Pero ahora parecía indispensable llenar ese hueco de información, ese espacio de ilegal privacidad.

Las imágenes y grabaciones era contundentes, siempre, diez minutos antes de que llegaran los niños, un indigente irreconocible para los sistemas de registro biométrico, uno más de esos pordioseros, que no hacían nada por el sistema, es decir no podían comprar nada, y apenas vivían de lo que mendigaban, ese hombre desgarbado llegaba y acomodaba unos almohadones sucios en el suelo, mientras hojeaba, lo que tuvieron que confirmar todas las videocámaras, un libro de papel.

Ese dispositivo, se había proscrito de manera comercial hace décadas, y bajo limitados permisos se podía acceder a alguno de ellos, para motivos de investigación. La gran mayoría fueron destruidos, dijeron para ser reciclados, ya que varios lustros atrás se consideraron el origen de la destrucción de los bosques, así se convenció a la sociedad de que, los libros digitales eran la opción más ecológica. De este modo la IA podía controlar las licencias de uso de los libros permitidos, establecer patrones de comportamiento, conociendo gustos, velocidad de lectura, párrafos subrayados y comentarios ad hoc en redes sociales.

En este caso el libro que el pordiosero les leía en voz alta, apenas se acomodaban en el piso, era uno de los muchos libros prohibidos, Momo de Michael Ende, vetado para todas las edades, ya que atentaba contra la seguridad nacional. Esta anacrónica lectura en voz alta se confirmó un par de semanas consecutivas, así que se tenía que ejercer la ley, la ley de la IA.

El análisis de casos similares les habían demostrado que, llevar esta falta ante los tribunales sólo atraía ruido digital difícil de contener, y por lo general aunque el veredicto era culpable y la condena implacable, en pocas semanas brotaban nuevos movimientos, inspirados en los insurrectos.

Lo mejor era utilizar los mecanismos digitales para desmembrar a la banda, en especial porque los blancos eran susceptibles de ser neutralizados.

El caso más simple fue el de Leonardo y Luis, una noche mientras su padre tomaba una ducha, accidentalmente se desbloqueó el teléfono que había dejado en el tocador, cuando su madre preparaba la cama para dormir, y leyó los detallados mensajes que delataban una relación extra-marital. No acudieron a las reuniones en el centro comercial, sus padres se enfrascaron en un litigio que los llevó al divorcio, a quedarse cada un con un hijo, mudándose otro estado, hasta que volvieron a verse treinta años después para el sepelio de su madre, su padre murió de cáncer años antes, solo en el hospital.

Susana que siempre había demostrado superioridad en el colegio, comenzó a fallar en todas las pruebas, a pesar de estudiar más, y ser en extremo cuidadosa al marcar las respuestas en la tableta digital de la escuela, reprobaba asignatura tras asignatura, hasta que abandonó los estudios y buscó un empleo de dieciocho horas en un centro de entrega de paquetes.

A las pocas semanas de que la IA detectara la ilegal lectura, en el vecindario de Carlos, los colonos comenzaron a ver vídeos en sus redes sociales donde Carlos se besaba con varios hombres mayores, que tras una larga demanda por difamación a un grupo de pederastas, lograron documentar que eran falsos. Sin embargo, una noche tomó el frasco de pastillas para dormir de su madre y se suicido.

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Relato – No me acostumbro | Poema – ¿Verdad que sería estupendo...? – Jaime Blanco | Reseña – Pandora – Liliana Blum | Frase robada – Roberto Bolaño | Bonus track

No me acostumbro

Desde hace varios días sólo abro la libreta y tomo la pluma, con la firma intención de darle mundo y estructura a alguna idea, de preferencia oscura. Pero tras varias semanas la creatividad se me escabulle, he intentado culpar a las escalofriantes noticias en redes sociales, al exceso del vanagloriado trabajo, a las personas tóxicas que acechan en todos lados, pero nada de eso termina de explicar mi incapacidad para llenarme de letras y reinventar la realidad.

Creo que es momento de aceptar que, lo irracional es algo que no puedo tolerar, mi formación y trabajo cotidiano, además de un arte, es un modo de vivir en el que, cualquier dato clínico, valor de laboratorio, o imagen del cuerpo, requiere ser interpretado en un marco de referencia regido por el método científico, junto con algunos cálculos estadísticos elementales.

Por lo tanto, asumir un mundo diferente, del cual me he querido mantener al margen, me tiene acorralado no sólo en lo literario; ya varias personas me preguntan – ¿si todo anda bien? –.

Tal vez ha llegado el momento de confesar que no todo está bien, y afrontar que esa faceta que por décadas he tratado de mantener oculta, ahora busca librarse de las cadenas que tan pacientemente le he ido colocando. Desde mi abuela materna, y tal vez desde más atrás, ha existido una predisposición o una vocación, para acercarse, interpretar o injerir en el mundo de los muertos.

De niño veía a mi abuela rodeada de enigmas, sus historias escalofriantes que nos contaba los fines de semana, distaban de los cuentos infantiles que les relataban a mis compañeros, me hacían verla como una figura mística. Sin duda, mi sentir se amalgama cuando llevaba a la praxis algún rito inofensivo, pero espeluznante para alejar de su nieto a entes malignos que eran culpados de mis malestares. La adolescencia, mi ingreso a estudiar medicina, y a la postre la muerte de mi abuela, fueron razones para ir ocultando esa arista oscura, que rodea a mi familia materna.

Paradójicamente, mientras más profundo sepultaba esa extraña sensibilidad; mi madre y mi hermana habían aceptado y decidido explorar esa herencia familiar, para así entender y participar de ese mundo místico. Ahora que mi marco de referencia es incapaz de contener lo que ocurre, tengo que aceptar que ese don lo recibieron no sólo las mujeres.

No haré un prolegómeno de las múltiples situaciones que, a lo largo de mi vida he catalogado como extrañas o inexplicables. Me centraré sólo en las últimas semanas que, han detonado toda esta revolución.

Sigo sin entender el por qué, pero el hecho de que, todo sea tan tangible lo vuelve irrefutable, y el tono con el que han incrementado su intensidad me tiene consternado profundamente.

Hace algunas semanas cuando Pecora y yo estábamos entrenando durante la madrugada, bueno yo entrenaba y ella dormía profundamente, desde el pequeño gimnasio casero, me distrajo el movimiento de unas hojas de la persiana vertical en el ventanal de la cocina. Después de confirmar que no era un sismo, me percaté que también mi compañera perruna estaba tan interesada como yo, en lo extraño del movimiento tan segmentario de la persiana, el cual persistía, obligándome a buscar explicaciones razonables, cerrar por completo el ventanal, que aunque improbable, era una explicación factible, o acercarme a ver si no era el refrigerador que lanzaba aire; ambos intentos de racionalizar el fenómeno fallaron, y las tres hojas de la persiana dejaron de moverse cuando quisieron, y ambos volvimos a nuestras inútiles actividades.

Algunos días después mientras me afeitaba después de bañarme, de modo poco grato me percaté que no había cerrado bien la puerta, ya que, con la navaja en el cuello, se cerró súbitamente, como cuando la corriente de viento que entra por la ventana la empuja, lo preocupante es que por el frescor de la mañana la había cerrado, por lo que busqué fallidamente, quién había tenido la gentileza de jalar la puerta, pero a esas horas la casa seguía en silencio.

La última sutileza, antes de pasar a situaciones más corpóreas, ocurrió en la grabación del podcast que hicimos con mi hermano en el comedor de la casa, pensé que era broma cuando me lo comentó, pero los susurros ahí están, y aunque buscamos diversas explicaciones, no logramos que alguna nos satisficiera.

Para esos momentos no me quedaban dudas sobre lo inexplicable de los sucesos, lo cual me hizo pensar que las sombras que veía pasar a mis espaldas, grandes como personas y otras pequeñas como animales que se perdían en las esquinas, que pensé eran obras de mi sugestión, tal vez no era del todo cierto.

Hasta el día en que, por motivos laborales no pude salir de vacaciones con la familia, en soledad leía unos cuentos de Patricia Highsmith, y al bajar a la cocina por algo de agua, algo más nítido que una mancha con la forma de una niña estaba en el sillón, se me erizó la piel por completo, y mi cerebro de inmediato intentó encontrar una respuesta, hurgaba en las estructuras lógicas elementales, mientras me obligaba a cerrar los ojos, y aunque lo intentaba evitar, no podía dejar de respirar atropelladamente.

Al borde del escalón, no tenía alternativa ante cualquiera de las posibilidades sólo podía separar mis apretados parpados, y comprobar que la imaginación me había jugado una mala pasada. Rogando que fuera una pesadilla y despertara en algún destino turístico de playa, voltee hacia la sala y esa figura había desaparecido. Temblando hasta los huesos, persistí en llenar mi vaso con agua, que ahora necesitaba con urgencia, ya que los labios y mi lengua se sentían como arena.

Patricia Highsmith me esperaba, y al volver para confirmar mi gran poder de sugestión, se me resbaló el vaso de la mano y se hizo añicos. La niña que estaba en el sillón con la cabeza gacha, ni siquiera se inmutó, su cuerpo temblaba, y en absoluto silencio, algunas lágrimas mojaban la alfombra. El cerebro se me había apagado, no tenía ningún referente para explicar o reaccionar ante lo que ocurría.

No sé con qué fuerza, pero me mantenía de pie, mirándola, sin que me mirara, con el rostro oculto, sucia a la vista, pero sin despedir ningún olor; sólo sentía el dolor de sus lágrimas, de su mano derecha que mostraba sus huesos deformados, fracturados, los pies desnudos llenos de polvo. Su aura emanaba sufrimiento, tristeza; quería consolarla, pero escaparía como animal herido. Sólo se me ocurrió y pude sentarme en el sillón frente a ella.

No sé cuánto tiempo nos quedamos uno frente al otro, sólo nos acompañaba el silencio y su dolor.

Los parpados fueron cediendo, hasta perderme en los sueños o en las pesadillas, en las que esa niña era golpeada por su padre, borracho de alcohol y pobreza, le rompía la mano con una botella de licor, y la golpeaba hasta matarla. Al ver su cuerpo inerte y deforme en el suelo, me desperté, con el vaso de agua en la mano y lágrimas escurriendo por las mejillas, inundado de tristeza y amargura.

Pasaron los días en secreto sobre lo ¿ocurrido?

Ahora sin saber cuándo, al bajar por agua en la madrugada, veo niños, niñas, hombres y mujeres; dolientes, deformados, vejados, ignorados.

Ya me acostumbré a verlos, intento comprender como fueron lastimados, torturados, disueltos en ácido; aunque es un ejercicio innecesario, ya que siempre despierto en el sillón con el vaso en la mano, que segundos atrás se destrozó en el piso.

He visto y sentido su sufrir, al cual no puedo acostumbrarme, y no deja de dolerme.

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¿Verdad que sería estupendo...? – Jaime Blanco

Verdad que sería estupendo

que los recreos no acabaran nunca,

que los veranos durasen hasta diciembre

y los deberes fuesen cuentos por leer.

Que las rodillas sucias fuesen medallas,

que la hora de dormir fuese un juego más,

y que tus padres nunca soltasen tu mano

mientras cruzas la calle de la vida.

Verdad que sería estupendo

que tus amigos nunca se muden de planeta,

que bastase un «hola» para salvar distancias,

y un «te escucho» para arreglar el mundo.

Que las traiciones fueran malentendidos

resueltos con un abrazo sincero,

y que el tiempo no oxidara los besos

como el mar salado corroe los hierros.

Verdad que sería estupendo

que amar no costase tanto miedo,

que los «para siempre» fueran posibles

y que los besos no se volviesen rutina,

que las rupturas no fueran dolorosas

ni las miradas, campos baldíos,

y que el amor no se aprendiese a golpes,

sino como se aprende a tocar el piano.

Verdad que sería estupendo

que soñar no fuera cosa de débiles,

que los deseos no fuesen papel mojado,

ni la esperanza, un lujo de ilusos.

Que bastase un verso para encender un alma,

que bastase un poema para cambiar un mundo,

y que la ternura no fuese un arte en extinción,

sino un gran pacto secreto, entre tú y yo.

Verdad que sería estupendo

que volar no dependiera de billetes,

ni de motores, ni de pasaportes,

sino de alas que nacen en la espalda.

Que las fronteras fueran líneas de un cuaderno,

y las cárceles, sólo un juego de mimos.

Que decir lo que uno piensa no diese miedo,

y que pensar no doliera en la conciencia.

Verdad que sería estupendo

que el tiempo no fuese juez ni verdugo,

que los relojes fueran caracoles,

y los calendarios, hojas de un árbol perenne.

Que envejecer no signifique despedirse,

que no diese miedo el paso de los años,

y que nuestra mente vuelva a su lucidez

para, de nuevo, soñar y jugar al juego de la vida.

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Pandora – Liliana Blum

La dominación y la sumisión es abordada nuevamente por la autora de El monstruo Pentápodo. Esta novela literalmente se devora, es ágil y sin grandes enredos estilísticos. Se describe una de las múltiples parafilias, y sus vericuetos, en este caso es el feederismo, anglicismo que me desagrada, que en mexicano yo denominaría “atascarismo” ya que, nosotros no nos alimentamos en exceso, hacemos comilonas, o nos damos un atracón, en México nos atascamos de comida.

En esta novela se explora de manera moderada las motivaciones y la praxis de un dominante y una sumisa que, establecen una relación extramarital basada en su aproximación a la comida.

Aunque también de manera tangencial aborda su contraparte, los trastornos restrictivos de la alimentación. Aunque estos últimos más desde la perspectiva del cliché.

Sin embargo, este contraste sirve para subrayar los acercamientos patológicos con la alimentación, y su relación con el control del peso corporal como síntoma de una enfermedad (social) más grande.

Dado que para los implicados en este “atascarismo” es su primera vez, las cosas no van a salir nada bien.

Probablemente lo único que no me gustó es que, al final se mantiene el estereotipo de vencedores y derrotados.

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Frase robada – Roberto Bolaño

La casualidad no es un lujo, es la otra cara del destino y también algo más.

Bonus track

Todo lo escrito, salvo que se indique su autoría es ideado y escrito por Norberto Carlos Chavez Tapia, bajo la licencia de creative commons CC BY-NC-ND 4.0.
A menos que se indique lo contrario todo lo expresado en este blog/newsletter es ficción, cualquier semejanza con la realidad es una coincidencia.

Cuento – Hunting Fire | Bonus track

Hunting Fire

En medio de la madrugada sonaron al mismo tiempo los teléfonos celulares, con el mismo tono, la quinta sinfonía de Beethoven, -para iniciar con la aventura más grande de su vida- prometía al app que les habían instalado, cuando Sebastián se reunió para cenar con el guía del tour, en uno de los restaurantes más exclusivos de la ciudad, le explicó como funcionaba.

-Conectas esta memoria al puerto de carga del teléfono y de inmediato se instala todo lo que necesitas para el tour – le dijo el guía, que se camuflaba perfectamente, en ese entorno de millonarios- y no se te olvide tirar la memoria en algún lugar público.

Sebastián sentía que el corazón le galopaba, era el más entusiasta. Iker, su primo, y su novia Majo, también estaban emocionados, ya la última moda de consumir hongos alucinógenos, no cumplía la promesa de otorgarles nuevas emociones; y la búsqueda de algo que los inundara de adrenalina, los convenció de aceptar el plan de Sebastián.

-Pero no sabemos disparar rifles -le dijo Iker a su primo.

-Relax, en el jeep va un tirador profesional, sólo le indicas y el se encarga de matar a la presa que elijas.

-¿Y qué le vas a inventar a tu papá? Si se entera de que vamos de cacería, te mata -le dijo Majo mientras sonreía burlona.

-Ya veré, pero seguro ni se entera, está mas tiempo en aviones, hoteles y campos de golf , que no creo que se de cuenta -le respondió convencido Sebastián.

...

Tras enterarse de la nueva tendencia, el padre de Sebastián le advirtió que, no se le ocurriera ir a esos eventos de Hunting Fire. Si la prensa o sus rivales se enteraban, le harían un escándalo los accionistas, y ya con los ecologistas le bastaba para tener problemas.

Desde hace un par de años, en los que la empresa maderera del padre de Sebastián había expandido el negocio a los bosques de Costa Rica, el aluvión de críticas internacionales no se hizo esperar. Así que, no deseaba un dolor de cabeza más, patrocinado por su hijo.

...

Mientras viajaban al helipuerto, iban platicando en videollamada, emocionados comentaban las anécdotas de la última vez que fueron de cacería.

-Esto sí que va a estar épico -les decía Sebastián.

Se detuvieron a pocos metros del helicóptero, bajaron de sus camionetas, todo permanecía en silencio, les habían dado instrucciones de despedir cuanto antes a sus chóferes, que los dejaran ahí, solos.

Tras un par de minutos, bajó de la nave el piloto y su anfitrión, que les dio la bienvenida, y aunque era muy temprano, les ofreció algo de beber, o si querían “algo más”. Les dijo que venía preparado con todo lo necesario para que se la pasaran como nunca.

Tenían un camino de al menos tres horas antes de llegar a la montaña, así que les entregaron unas tabletas electrónicas con varios vídeos sobre los cuidados en el tour, y el uso adecuado del equipamiento que necesitarían, también una lonchera militar con algo de comida. Como niños a la hora del recreo, estaban muy emocionados con su aventura. Aunque iban algo justos de espacio, se pudieron reclinar y se fueron quedando dormidos.

...

El anfitrión le tocó el hombro a Sebastián para despertarlo.

-Mira, ves esa columna de humo, significa que ya falta poco para llegar. Si quieres despierta a tus amigos para que se vayan alistando.

Los tres miraban por la ventanilla, nunca habían visto tanto humo, les tomó bastante tiempo dar la vuelta completa a esa nube densa que despedía el incendio, y conforme descendían, las llamas a lo lejos comenzaban a hacerse evidentes.

Antes de descender, Majo le preguntó al anfitrión si no traía cocaína.

-No me vean así, solo es para ponerme a tono con la aventura.

Los otros se rieron y la imitaron.

Aterrizaron en el helipuerto de bomberos, donde los esperaba un jeep, Joaquín el chófer y su guía Juan. Se presentaron todos, y les indicaron que se colocaran los trajes, idénticos a los de los bomberos forestales, lentes que casi les cubrían toda la cara, mascarillas y tanques de oxígeno, todo ese material apenas les permitía moverse, pero sólo irían sentados en el vehículo, aunque para ellos eso, era la experiencia completa.

Antes de abordar al jeep, Iker preguntó por las armas.

-¿Qué, no venimos de cacería? -les dijo a sus dos compañeros.

Juan los vio extrañado.

-¿Están seguros? La mayoría se conforma con ver el incendio y tal vez bajar, y acercarse un poco al fuego para tomarse fotos.

-El tour es de cacería ¿no?, por eso pagamos un dineral. Para observar cómo se incendia una montaña, lo podía hacer desde mi casa -le dijo Sebastián al guía, el cual abrió la cajuela y sacó tres rifles, mientras les explicaba el funcionamiento les aclaró.

-Tengan mucho cuidado, los animales cuando están escapando del fuego son aún más impredecibles.

-¡Relájate! -lo atajó Majo- no es la primera vez que salimos de cacería, sabemos a lo que venimos.

Juan guardó silencio, les entregó los rifles y abrió la puerta para que abordaran.

...

Se internaron por los caminos profundos de la montaña, en búsqueda del incendio. Tras varias decenas de minutos comenzaron a ver los rastros de la tierra arrasada, primero por los taladores y luego por el fuego.

-Estamos en el extremo oeste del incendio -les dijo Joaquín.

Siguieron avanzando y el humo apenas dejaba ver el camino.

-¿Cómo vamos a cazar si apenas me veo la mano? -le preguntó Iker a Juan.

-Estamos en la orilla del fuego , nos comenzaremos a meter a las llamas, y paradójicamente el fuego vivo elimina el humo, que sale expulsado al cielo -le respondió Juan.

Conforme avanzaban, el fuego se iba haciendo evidente a cada lado del camino. Fascinados observaban las llamas a su alrededor, el crujir de los arboles al romperse.

El jeep se detuvo súbitamente al escuchar el disparo.

-¡Fui yo, fui yo! -gritó Sebastián- creo que le di a un animal que escapaba por el camino.

Juan se bajó y caminó unos metros, donde la liebre con la piel chamuscada, se revolcaba de dolor con la cadera destrozada por el balazo. Sacó un cuchillo y le puso fin al sufrimiento del animal enterrándolo en el cuello. Lo cogió de las orejas y se lo entregó al cazador, quien junto con sus amigos, celebraron la hazaña.

Siguieron avanzando y se detuvieron en varias ocasiones por el potencial avistamiento de otras presas, pero eran falsas o fallaban en el disparo. Conforme avanzaban, el calor y las llamas eran más intensas, parecían hipnotizados por ese fuego venenoso que estaba devorando la montaña.

Un estruendo inmenso los sacó de ese estado de contemplación, el vehículo se detuvo de inmediato.

-¿Qué pasó? -le preguntó Juan a Joaquín.

Sin soltar las manos del volante, miraba por el retrovisor, y le hizo una señal para que viera hacia atrás del camino.

Un árbol inmenso se había vencido por el fuego y cayó sobre la vereda, a escasos metros de ellos. Todos voltearon y vieron un muro de llamas a sus espaldas, así como el calor permeando sus trajes.

-¿Por dónde vamos a regresar? -gritó Majo. Sus dos compañeros asintieron entre ellos.

-De momento por ahí no -respondió Juan, mientras le indicaba al chófer que continuara entre el camino cercado de arboles y arbustos ardiendo.

Ya sin interés en los animales que escapaban, los tres turistas admiraban en silencio el escenario. Mientras Juan comentaba con Joaquín los caminos que le mostraba el GPS.

El estrépito similar al de casas cayendo una a una, los sacó de su solipsismo. Era el viento que se ensañaba, apresurando las llamas, haciendo caer los árboles como fichas de dominó.

Juan y Joaquín se miraban de soslayo, sabían que habían avanzado más de lo habitual, y seguían sin encontrar una vereda secundaria, que les permitiera salir del corazón del incendio.

El jeep ralentizó la marcha, hasta que se detuvo por completo.

-¿Qué pasó? -dijo asustado Sebastián.

-Se nos acabó el camino -respondió Joaquín, mientras señalaba a lo lejos varios troncos milenarios incendiados que, les obstruían el paso.

-¿Y qué van a hacer? -los confrontó Iker.

Joaquín no respondió, mientras miraba con detenimiento la pantalla del GPS.

-Pues el jeep ya no pasa por ningún lado. Podemos pedir ayuda y esperar a que llegue, o buscar un trayecto que nos permita salir caminando.

La idea de alejarse de la seguridad del jeep les aterraba, junto con el calor que irradiaba su entorno, estaban empapados de sudor.

-Ustedes vienen conmigo, y Joaquín ira por su lado, si alguien encuentra un camino viable avisa por radio.

Ninguno de los tres pensaba que eso fuera buena idea. Juan tomó el rifle y les entregó cantimploras con agua. Así comenzaron lentamente su camino de regreso. Las llamas crujían con cada paso que daban, y por momentos el viento aullaba, avivando las cenizas.

Después de algunos kilómetros, encontraron una vereda que parecía no estar tapizada de fuego. Juan avanzó y les hizo una señal para que lo siguieran. El incendio había hecho su trabajo. Sólo quedaban algunos troncos humeando, las hierbas del suelo eran cenizas que agonizaban, la nube de humo que anuncia el fin del fuego era densa, tenían que mantenerse uno cerca del otro para no perder a su guía que, aunque despacio, persistía en el camino ascendiendo, para llevarlos a un monolito de piedra.

Desde ahí vieron el escenario, observaron el horizonte inundado de humo, fuego y cenizas.

-Falta su compañero. ¿Tu novio, dónde está?

Ahí se percataron de que, no sabían en que momento, Iker se había retrasado.

-Espérenme aquí, voy a regresar a buscarlo.

Mientras volvía sobre sus pasos, Juan miraba a todos lados, sin éxito. Se acercó a una de las densas nubes de humo que atravesaron, en la parte más profunda observó a Iker, tirado, se había quitado la máscara que le aportaba oxígeno y tenía en la mano un broncodilatador para asmáticos. No recordaba que en el cuestionario de salud, alguno de ellos indicara alguna enfermedad pulmonar. Se acercó y cerró sus ojos heridos por el calor del suelo.

Se apresuró a volver al montículo donde había dejado a Majo y Sebastián, el ruido de las llamas a su alrededor no lo dejaba escuchar lo que sus ojos le advertían. Un par de chacales jadeantes amenazaban a la pareja, exigían ese espacio para escapar del fuego, se mostraban hostiles. No se podían defender, Juan se había llevado el rifle. De inmediato apuntó a la cabeza del animal, antes de poder reaccionar, uno de ellos se lanzó directo al cuello de Majo, mientras que el otro, furioso atacaba su pierna, derribándola. Sebastián intentaba escapar, aunque era casi imposible, el terror, el traje y el equipo tan pesado se lo impedían. Uno de los chacales notó su intención de huir y volteó para perseguirlo.

Se escuchó una detonación entre el crujir del bosque ardiendo. Los dos animales escaparon y se perdieron entre las llamas. Juan se acercó a Majo, que se ahogaba con la sangre brotándole del cuello despedazado. Bajó a buscar a Sebastián que estaba tirado, muerto, el tiro había sido preciso, justo en la base de la cabeza, con calma regresó y acomodó el rifle en las manos de Majo, que agonizaba sin apenas moverse.

...

-Volviste antes de lo planeado -le dijo Joaquín, mientras sonreía ligeramente.

-Fue menos complicado de lo que pensaba, al final la suerte estaba de nuestro lado, y sólo tuve que dispararle al hijo del maderero -le respondió Juan, mientras le indicaba con la cabeza que dirigiera el jeep al camino de regreso.

...

Bonus track

Todo lo escrito, salvo que se indique su autoría es ideado y escrito por Norberto Carlos Chavez Tapia, bajo la licencia de creative commons CC BY-NC-ND 4.0.
A menos que se indique lo contrario todo lo expresado en este blog/newsletter es ficción, cualquier semejanza con la realidad es una coincidencia.

Relato – Los niños del futuro | Poema – Opinión sobre la pornografía – Wislawa Szymborska | Reseña – La Doctrina Invisible – George Mombiot & Peter Hutchison | Frase robada – Simone Weil

Los niños del futuro

Los habían geolocalizado hace tres días, pero eran muy escurridizos, a esa edad son ágiles, flexibles e ingeniosos. Aunque los superaban en número y armamento, no lograban darles alcance; sabían que, al menos una iba herida. El soldado dudó en tirar del gatillo, mientras seguía a la niña con la mira del rifle, le parecía abominable dispararle en la cabeza, apenas estaba entrando en la adolescencia, le calculaba no más de doce años. Disparó y apenas la hirió en un brazo. Al menos lograron que redujeran el ritmo al que avanzaban, y aunque los compañeros del soldado no superaban los veinticinco años, ese cuarteto de niños los aventajaba continuamente.

Cuando escaparon del campo de detención, la orden fue precisa, matarlos uno a uno, pero no solo matarlos, había que cazarlos, seguirles paulatinamente, y así les llevarían al santuario, donde, de manera intuitiva todos esos rapaces sabían llegar. Si lograban dar con ese mítico lugar, podrían matarlos a todos, o al menos a los más listos, los más hábiles; y así enmendar el error que habían cometido años atrás.

Después de que, por tercera vez intentaran repartirse el planeta, ganaron los mismos y perdieron los de siempre, pero el mundo no perdonaba, estaba envenenado, desde lo más profundo y hasta la nube más alta. Entonces los ganadores se percataron de que, su botín era efímero, ya no había gente, ni tierras que explotar. Ellos se habían acostumbrado a expandirse, a invadir, cayeron en la mayor de sus crisis, cuando lejos de reproducir su adorado capital, ya no eran siquiera capaces de reproducir su linaje. Se habían encargado de, destruir y contaminar el lugar más recóndito, para después aislar y preferentemente aniquilar a cualquiera que fuera de piel, habla o pensamiento distinto. Cuando habían logrado su paraíso, pasó lo que sólo a ellos no se les había ocurrido, creyeron que serían la plaga que repoblaría una tierra arrasada. Pero ni los unos, ni las otras lograban reproducirse, los genes no perdonaban, no se los permitían, la mayoría eran estériles, y algunos pocos procreaban seres deformes, adoloridos, sufrientes, como el mundo que habitaban. Eficaces en aislarse, no había salida, en pocas generaciones ellos habrían perdido esa única guerra que los exterminaría. Y así todas sus esperanzas, ya que las que habían plantado más allá del cielo, no duraron mucho.

La historia les recordaba que los que ordenaban y lideraban, habían creado granjas exclusivas donde, congelada estaba la simiente de jefes y directivos de las empresas que promovieron el fin del mundo, en su momento se hizo para no interrumpir esa grandiosa cadena de expansión por todo el mundo, ya tendrían hijos en el futuro, así congeladas sus esperanzas, se dedicaban a mover la eficaz maquinaria. Ahora esas esperanzas congeladas eran su última oportunidad de repoblar el mundo, además con los seres más selectos que la sociedad había seleccionado décadas atrás.

Al principio pensaron que era algo aislado, los niños de esos gametos privilegiados, mostraban un comportamiento inusual, excesivamente agresivos, prepotentes, individualistas. Conforme estos nuevos pobladores crecieron y socializaron con otros como ellos, se volvieron depredadores, y tras los reportes de asesinatos a sus padres no biológicos, violaciones en pandillas, lapidaciones a ancianos en la calle; cambiaron las expectativas que se habían fincado en estos niños privilegiados. Tal como en sus orígenes biológicos, su naturaleza que, en el pasado se consideraba una ventaja, y se aplaudía; en este nuevo orden social, era excesivamente destructivo. No hubo otro remedio que encerrarlos, pero fue insuficiente, ya que teniéndolos juntos potenciaban su capacidad lesiva. Escaparon dejando rastros ingentes de sangre y daño; así que se formaron escuadrones para exterminarlos.

Estaba confirmado, los habían acorralado en la azotea de uno de los tantos edificios en ruinas, con extremo cuidado fueron revisando piso por piso, no querían tener sorpresas desagradables, todo estaba desierto, por fin un gran botín, que siempre era doloroso, verdaderamente eran niños encantadores, no parecía justo cazarlos, era antinatural, pero necesario.

Por el cansancio, por los nervios y el remordimiento anticipado, el escuadrón estaba más tenso conforme se acercaba al objetivo.

Los encontraron en la terraza, llorando al lado de la niña herida en el brazo, parece que la hemorragia había terminado la labor que el soldado no cumplió. Los amordazaron y tiraron boca a abajo, para no ver sus caras inocentes, pero el llanto y las súplicas eran dolorosas.

Se escuchó una lluvia de detonaciones, los gritos se silenciaron. Después de unos segundos, se escuchó la primera carcajada, de tono dulce, de niño travieso, que se contagio a las decenas, tal vez cientos de infantes que salieron a las espaldas de pelotón para matarlos.

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Opinión sobre la pornografía – Wislawa Szymborska

No hay mayor lujuria que el pensar.

Se propaga este escarceo como la mala hierba

en el surco preparado para las margaritas.

No hay nada sagrado para aquellos que piensan.

Es insolente llamar a las cosas por su nombre,

los viciosos análisis, las síntesis lascivas,

la persecución salvaje y perversa de un hecho desnudo,

el manoseo obsceno de delicados temas,

los roces al expresar opiniones; música celestial en sus oídos.

A plena luz del día o al amparo de la noche

unen en parejas, triángulos y círculos.

Aquí cualquiera puede ser el sexo y la edad de los que juegan.

Les brillan los ojos, les arden las mejillas.

El amigo corrompe al amigo.

Degeneradas hijas pervierten a su padre.

Un hermano chulea a su hermana menor.

Otros son los frutos que desean

del prohibido árbol del conocimiento,

y no las rosadas nalgas de las revistas ilustradas,

pornografía esa tan ingenua en el fondo.

Les divierten libros que no están ilustrados.

Sólo son más amenos por frases especiales

marcadas con la uña o con un lápiz.

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La Doctrina Invisible – George Mombiot & Peter Hutchison

Cuando las cosas no son nombradas, pero ocurren, se corre el riesgo de dar por entendido que ese es el orden natural, concediéndole la característica de inamovible, por lo tanto es difícil que se nos haga presente, y así valorar su influencia o afectarla, en caso necesario.

Esta es la premisa con la que buscan poner al súper héroe del capitalismo, el neoliberalismo, en el banquillo de los acusados. Haciendo una relatoría detallada de, como el capitalismo ha movido sus hilos de una manera magistral, hasta poner a todo el mundo contra las cuerdas.

Esta exposición de motivos, muestra el juego de cartas con el que, unos pocos han ido abriéndose camino para crear un escenario que les beneficie cada vez más y más, sin importar las consecuencias, sean humanas, sociales, ecológicas, entre otras. Intentan ponerle nombre, apellidos y fecha a una complicada lista de sucesos que, nos tienen en la situación actual.

Este libro intenta revelar la génesis del problema, para darnos la oportunidad de ser más críticos sobre la situación actual que vivimos, e intenta quitarnos de la espalda esa sensación de pecado original que nos han inculcado, responsabilizándonos de los desastres que presenciamos.

Ya con todos los elementos sobre la mesa, no es que vayamos a encontrar la solución, pero el menos tener más claridad sobre el poder de los otros en cada segundo de nuestras vidas. Lo que permitirá tener una visión crítica, y llevar a la práctica minúsculas acciones individuales, que de alguna manera nos ayude a encontrar respuestas a esta problemática que nos tiene al borde de la catástrofe.

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Frase robada – Simone Weil

La atención es la más rara y pura forma de generosidad.

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Todo lo escrito, salvo que se indique su autoría es ideado y escrito por Norberto Carlos Chavez Tapia, bajo la licencia de creative commons CC BY-NC-ND 4.0.
A menos que se indique lo contrario todo lo expresado en este blog/newsletter es ficción, cualquier semejanza con la realidad es una coincidencia.