Mi perra vida temporada 2025, episodio 24.
Relato – Medio muerto | Poema – Amistad – Jośe Emilio Pacheco | Reseña – Estambul – Orhan Pamuk | Frase Robada – Attila Veres | Bonus track
Medio muerto
No sé cuando comencé a morirme por que ha sido a pedazos, al menos eso creo. También creo que la gente no se ha dado cuenta, tal vez dos o tres personas que, sencillamente me ven diferente, “algo triste”. La vida me ha enseñado a ser inseguro, pero ahora la muerte me arropa, y estoy seguro de que, no falta mucho para estar completamente muerto. Es una situación extraña, saber que estoy muriendo y tener certidumbre de ello.
Me gustaría aclarar que no me estoy poniendo en modo existencialista de Tiktok, no me refiero al hecho obvio pero intrascendente de que, estamos muriendo desde que nacemos, y menos aún hago alusión al pueril carpe diem.
Rascando en mis recuerdos, la memoria me remonta a varias semanas atrás, cuando pensé que el trabajo y la rutina -que son casi lo mismo, y tienen los mismos efectos- me habían rebasado por la derecha, impidiéndome salir de un bucle de cansancio y desasosiego. Así que, un fin de semana con mis amiguitos hippies, acampando en el bosque, lo que me pareció la oportunidad ideal, para parecer feliz, al menos en la pantalla del teléfono. En esa ocasión no pensé que estaba muriendo, sólo se me hizo un poco extraño lo sucedido. Estábamos sentados alrededor de la fogata quejándonos de las mismas cosas por las que nunca hacemos algo, y me ofrecieron repelente para mosquitos, debo aclarar que tengo el súper poder de atraer hordas de mosquitos hambrientos, así que, al responder que no lo necesitaba, todos se sorprendieron. Efectivamente los moscos que, eran más insistentes que un vendedor telefónico, a mí me ignoraban por completo, como si no existiera. A la mañana siguiente, cuando más de uno se quejaba de las ronchas propinadas por el ataque masivo de los dípteros, yo confirmaba mi inmunidad, ingenuamente creí que era un vaticinio de que mi perenne mala suerte, estaba cambiando para bien.
A los pocos días nos pidieron -como si eso se pidiera- trabajar horas extras en la oficina. Lo mismo de siempre, a algún jefe se le había olvidado una fecha de entrega y ahora toda la oficina tenía que sacar adelante la contingencia. Ya cerca de media noche, fui el último en terminar “mi” trabajo, a modo de premio y para cumplir con las incorruptibles normas de seguridad, tuve que salir por la puerta de servicio del edificio, situación que me desagrada muchísimo, no por ser la peor manera de terminar una inhumana jornada de trabajo, sino porque siempre hay ratas en los contenedores de basura, me aterra cuando corren al escuchar los pasos de quienes invadimos su horario, y accidentalmente alguna te pasa por encima de los zapatos. Para evitar ese potencial incidente trato de pisar fuerte, haciendo ruido y tarareando la primera canción que venga a mi mente. Todo indicaba que mi ritual funcionaba, cuando a lo lejos, tres ratas discutían encarnizadamente por la patria potestad de un hueso de pollo, intensifiqué mis cantos paganos, pero las ratas persistían en su trifulca culinaria, con todo el ruido que pude continué acercándome, caí en cuenta que ignoraban mi presencia, ni siquiera la notaban, me quedé observando el conflicto a escasos centímetros, y azoté con fuerza la suela de mis zapatos en el piso, y no ocurrió nada. Presa del cansancio, de la frustración o de la vida, patee con fuerza a la rata más gorda que detentaba la mayor parte del hueso, y las otras salieron corriendo despavoridas. Yo no pude escapar, pero estaba temblando en medio de la calle, muy asustado, en ese momento no sabía que me estaba muriendo, pero algo estaba pasando. Le conté el episodio a mi hermano por mensaje de texto y me respondió, “no me sorprende que te ignoren, eres insufrible jajajaja”.
A partir de ese momento comenzó mi paranoia por intentar entender lo que me ocurría, crédulamente llegué a pensar que era una especie de poder especial, aunque como siempre, el destino me pondría en el lugar que me merezco. Ahora de manera intencionada decidí ir a una de esas tiendas de mascotas en las plazas comerciales, y la situación fue de lo más incomprensible, para los perros y gatos, yo era otro ser humano con capacidad de liberarlos, y se acercaban cuando metía la mano en sus jaulas; para los pericos y canarios mi presencia no les afectaba en lo más mínimo, incluso cuando aplaudí para espantarlas, ni se inmutaron, solo obtuve miradas reprobatorias a mi alrededor.
Las deudas y las horas extras, ayudaron a olvidarme un poco de la situación, pero apenas pagué el saldo mínimo de la tarjeta de crédito, junté toda la ropa sucia que no podía poner en la lavadora que, se descompuso antes que la liquidara, y fui a casa de mi madre. Mientras mis prendas se enjuagaban, enjabonaban y suavizaban, ella me contaba los detalles familiares que no aparecían en las redes sociales. Pedimos algo de comer al único restaurante que satisfacía las rígidas exigencias del paladar de mi progenitora, y cuando regresó con la bolsa de comida, entró con Epifania, su vieja gata, que es casi igual o un poco más convenenciera que yo, así que nos entendíamos a la perfección, pero al intentar cargarla para acariciarla como los cómplices que eramos, soltó un maullido tétrico, y un zarpazo atinado que requirió alcohol y una bandita adhesiva. Epifania no dejaba de verme erizada, y maullaba amenazante, se mantuvo debajo del sillón atenta; mi madre argumentó que seguramente eran las envidias del trabajo, “los gatos son muy sensibles a esas vibras”.
El acabose fue al día siguiente, pasaba por el parque camino al súper mercado de descuento, y los perros aullaban con tristeza al pasar por su camino, y si alguno se cruzaba en mi paso, buscaba escapar, mientras sus dueños asombrados se excusaban. Por supuesto lo que ocurría no era ninguna especie de don divino, solo podría ser un mal augurio. La mañana en que cientos de moscas tapizaban el techo de mi departamento, llamé al médico para una cita, esas moscas eran la versión precarizada de los cuervos sobrevolando un muerto.
Salvo el cansancio excesivo y la pérdida de peso, ya que por motivos de tiempo no le dio oportunidad de examinarme, el médico no encontró nada anormal, me pidió una serie de estudios de sangre y algunas radiografías; cuando repitieron varias veces y en diversas posiciones los rayos X del tórax, sabía que mis hipótesis eran correctas.
Y aunque el médico, siempre mirando para otro lado que estuviera lejos de mis ojos, me decía que la quimioterapia era muy buena opción, sabía que ya estaba medio muerto.
Amistad – Jośe Emilio Pacheco
No lo tomes a ofensa: Ya me voy. Ya nunca más conversaremos. Termina Un vínculo tan frágil como el amor: la amistad Que nunca es un proceso, sino un instante.
Y nada te reprocho. Te agradezco Lo que aprendí, lo que debo. Jamás traicionare esa memoria.
Por desgracia el viaje en común Llegó hasta aquí y cada uno Baja del Metro en la estación que le toca.
Estambul – Orhan Pamuk
Así como las telenovelas mexicanas tuvieron un boom internacional a finales del siglo pasado, ahora los turcos han invadido nuestras pantallas, con los mismos dramas, pero en escenarios exóticos, o al menos con actores que nos lo parecen.
Por lo que la obra autobiográfica de Orhan Pamuk, satisface ese interés de conocer más detalles de una cultura que como un crisol, da para muchos relatos interesantes.
La novela ademas de excesivamente amplia, tiene una trama endeble, ya que intenta ser una relatoría cronológica, con algunos sucesos relevantes que buscan mantener la atención del lector; el único conflicto es la diatriba formativa del personaje principal que, desea ser pintor, y la rígida sociedad que se conjura para evitarlo, y en las últimas páginas decide que su gran amor son las letras. Demostrando que su vocación es tan imperfecta como su obra. Salvo que haya un particular interés por conocer Estambul bajo una visión nostálgica, motivación difícil de justificar, entonces es muy probable que se aburran profundamente, deseando que dejaran al hombre ser pintor.
Frase robada – Attila Veres
Mi madre tenía las expectativas altas y los elogios escasos.