Mi perra vida temporada 2025, episodio 31.

Relato - Mi perro ha matado un gato | Bonus track

Mi perro ha matado un gato

De las cosas que más disfruto es salir a correr al bosque con mis perros, y creo que a ellos también les agrada. Sus profundas capacidades de observación les ayudan a identificar patrones en mi comportamiento, que asocian con salir a ejercitarnos en alguna pista forestal. Apenas comienzo a llenar su botella de agua, los ladridos, jadeos y colas agitadas no se hacen esperar, alternadamente lanzan sus patas delanteras contra mi pecho, apresurándome a salir. No hay ojos más transparentes que los de los perros, transmiten entusiasmo, euforia, y una extraña alegría virginal.

Apenas bajan del auto y el aroma les confirma que las siguientes dos horas, solos los tres, nos entregaremos al más rotundo desenfado, sin correas de ningún tipo, asumiendo que en esas escasas horas el mundo ha abandonado su inefable traje sastre de realidad.

Se interrumpe la comunión marcada por el trotar de pies y patas, cuando un animal cruza el sendero, no es una ardilla, hurón o ratón de campo; es un animal más ágil, de colores festivos, un rompecabezas de manchas que cubren un pequeño cuerpo grácil, casi venéreo. El asombro nos hace detenernos y la realidad nos cae encima, me doy cuenta de que es un gato, se ve que aún es un minino, esa fracción de segundo fue suficiente para que los perros salieran tras del inexperto antagonista, así como mis gritos y mis pasos ineficaces para detenerlos. La naturaleza y sus reglas se imponen, cuando el gato se sube a un montículo de rocas agrestes, en las cuales sus delgadas garras le dieron una ventaja evolutiva. Mis perros solo pueden ladrarle recriminando la humillación conferida, a lo que esa bestia vestida de arlequín responde viéndolos atento, mientras se lame las garras de manera prepotente. Al acercarme, sus ojos verdes profundos con una pincelada oscura y sutil moldeada por el sol se me incrustan en el rostro, fijos me reclaman el susto que casi le arranca una de sus nueve vidas. Tiene razón y bajo la mirada, a modo de contrición los jalo del collar y me los llevo para continuar nuestro camino, tras unos segundos volteo para confirmar que lo que siento en la espalda es su mirada.

Después del inesperado encuentro, con la mirada de los perros buscando mi negada aprobación al oprobio perpetrado, pienso que esos veinte mil años menos de convivencia, explican la sagacidad y la arrogancia de esos hermosos animales que asumen como propio cada lugar que pisan y sus alrededores.

Los kilómetros nos sirven para hacer las paces, y como siempre la sinergia entre respirar el bosque y transpirar el miasma de la cotidianidad, le quita la zozobra a mi atribulada alma. Ya con una decena de miles de pasos volvemos por donde llegamos, los perros de venir liderando, ahora ya la fatiga les dominó el entusiasmo, tanto que a lo lejos, en la cabaña abandonada que le brinda un aspecto tétrico al camino, no observan al que desde el quicio de la ventana, como cacique, mira con desdén a quienes nos atrevemos a pisar sus tierras. Intento alejarme lo más posible para no molestar a su gatuna realeza.

En menos de un segundo las desgracias ocurren en una escala de tiempo diversa, el gato comete el error de lanzarse al suelo, los perros al escucharlo se les dilatan las pupilas con fiereza y me abandonan para darle respuesta a su instinto, barajo las posibilidades y confió en la astucia milenaria más que en la mansedumbre de la domesticación humana. Pero veo que los perros se lanzan gimnásticamente por la ventana rota para perseguir a su enemigo, sé que las circunstancias se están moviendo a las antípodas de mi relajante paseo dominical. Sin fines lúdicos, corro lo más rápido que puedo para evitar una desgracia, escucho los maullidos de amenaza, mientras me acerco agitado, y confirmo visualmente la persecución, me apresuro a entrar a la cabaña sin puerta, con el corazón cabalgando el tiempo se enlentece. Nos encontramos cara a cara, el gato asombrado sabe que mi presencia en su ruta de salida vino a alterar el curso natural de las cosas. El tiempo que le toma a sus pupilas para responder al estrés y convertirse en dos agujeros negros, me permite apenas parpadear, para presenciar las mandíbulas del perro abrirse a sus espaldas y levantarlo del suelo. Mis gritos por detenerlo me libran de escuchar cómo los huesos y las entrañas se vencen ante la fuerza capaz de romper un trozo de madera. El felino no sabe que técnicamente está muerto y utiliza sus últimos latidos en voltear al hocico de su asesino y arrastrarle las uñas intentando dejarlo ciego. No puedo concebir que esté presenciando algo tan irreversible, tan irreparable, lleno de impotencia sigo gritando, porque en mi egoísmo no quiero que lo destroce, no deseo desconocer al animal que tanto quiero, y se transformó en un monstruo inimaginable. Cuando la sangre deja de recorrer las venas y arterias, pierde su tono y flácido mira al suelo. El silencio se instala, para mostrarnos lo que ha pasado, el perro percibe que ha perdido a su enemigo, que lo que ocurre ya no tiene sentido, libera la carne inerte de sus fauces y lo retengo fuerte del collar, como si así pudiera regresar el tiempo y hacer algo diferente para evitar el horror. Los ojos de los perpetradores miran al animal muerto, pequeño, intrépido e inexperto, vencido. En lo profundo deseo que se mueva, que aullé de dolor y sufrimiento para que me dé la oportunidad de enmendarme, pero su tórax no se mueve, los ojos invadidos de verde tienen apenas una hendidura oscura que confirma que no hay más luz que ilumine su ingenio, esa mirada ausente en el horizonte hipnotiza y me hace pensar en todo lo que ya no verá. Emite un maullido débil, ahogado, con el último aire de sus pulmones inundados de sangre y me estremece.

Volvemos a casa acompañados de tristeza, frustración y dolor, los perros actúan lúgubres, no puedo evitar verlos y verme como asesinos. La naturaleza me ha demostrado lo cobarde que soy, que somos, ante el espectáculo atroz de la muerte en todo el mundo, al que banalmente presenciamos en nuestras pantallas, y solo movemos un dedo para pasar a otra historia.


Bonus track

Todo lo escrito, salvo que se indique su autoría es ideado y escrito por Norberto Carlos Chavez Tapia, bajo la licencia de creative commons CC BY-NC-ND 4.0.
A menos que se indique lo contrario todo lo expresado en este blog/newsletter es ficción, cualquier semejanza con la realidad es una coincidencia.