Ruido Coloreado

Pensamientos pseudoaleatorios

Madrid, febrero de 2025. Tras cuatro días intensivos de Cutrecon encerrado en un cine viendo del tirón hasta media docena de películas que harían vomitar a una cabra tengo la sensación de haber quemado en el proceso suficientes neuronas como para compensar los lustros que llevo sin probar ni gota de alcohol. Mi recurrente culpabilidad de dedicar mi tiempo al puro hedonismo sin hacer lo que creo que la sociedad espera de mí como adulto vuelve a asaltarme para poner la guinda a una gripe A descomunal que me llevé como recuerdo del evento.

Entre delirios febriles y el subirme por las paredes tras varios días en la cama @eolica@frankenwolke.com me comenta que se ha liado la manta a la cabeza y se ha matriculado en Química en la UNED. Algo hace click inmediatamente en mi cabeza. La UNED siempre era una idea constantemente aparcada que contemplaba como opción para estudiar alguna de las dos carreras que quería haber estudiado antes que Teleco pero que por diferentes circunstancias de la vida terminé descartando: Física y Matemáticas.

Pero también llevaba años pergeñando una tercera opción. En un mundo que cada día entiendo menos y me asusta más me gustaría cambiar totalmente de tercio y añadir un punto humanista a mi formación. No quiero ser un tecnobro para quien la tecnología sea un fin en sí mismo y no una herramienta para solucionar problemas. Quiero pensar más y mejor.

La idea de inscribirme en el grado de Filosofía me atraía, pero también me daba una pereza insalvable y además siendo realista sabía que era una empresa condenada al fracaso. Pero afortunadamente ahora la UNED se ha inventado los microgrados, cursos de un año que te permiten picotear en un tema de tu interés y que, si te animas, al terminar se te convalidarán para el grado por si quieres continuar.

Así que entre una cosa y otra acabé matriculándome en un par de asignaturas del Microgrado de Historia de la Filosofía. Y, de repente, me encuentro estudiando a Epicuro y su jardín, buscando una vida sin los miedos que nos producen dolor, soñando con la ataraxia al final del túnel. Unas ideas formuladas hace dos milenios y medio me han resonado muchísimo, no creo que hubiese mejor manera de empezar.

No sé si seré capaz de sacar tiempo para aprobar alguna de las asignaturas que he cogido, ni mucho menos acabar el microgrado. Pero simplemente el haberme embarcado en esto ya ha merecido la pena. Llevaba demasiado tiempo buscando apagar mi cerebro a base de ocio pasivo. Ha llegado la hora de pensar un poco más.

————— Si quieres comentar algo sobre esta entrada me puedes contactar a través de mi cuenta de Mastodon @nacho@frankenwolke.com

Posiblemente la mayoría de vosotros no sepáis quién es, pero Chema Pamundi (pseudónimo tomado de Gomaespuma de alguien de quien no conozco su nombre real) es una de las personas que más me han influido no sólo en mis años formativos allá por los noventa sino también ahora en esta crisis de la mediana edad. Chema es el autor principal del juego de rol de Fanhunter que calculo que descubrí allá por 1994. Después de 30 años es alguien a quien todavía sigo la pista por Internet, escucho su podcast de juegos de mesa e incluso, cuando se digna en cumplir plazos de entrega, compro el nuevo material de Fanhunter que vaya sacando.

El primer manual de Fanhunter lo leí una y mil veces en mi adolescencia. Su sentido del humor absurdo y su manera de escribir me influyeron enormemente. Luego en la universidad me compré unas gafas de pasta y descubrí que ese estilo se parecía muchísimo a los relatos de Woody Allen recopilados en Cuentos sin plumas. Supongo que ese tal Allen habrá plagiado al pobre Pamundi. Algunos advenedizos diréis que posiblemente sea al revés pero si hay que elegir prefiero quedarme con la opción que no se haya casado con su propia hija.

A Chema le calculo unos diez años más que yo lo que para desgracia de ambos le situaría peligrosamente cerca de los 60. Ver a alguien mayor que yo seguir disfrutando sin complejos de actividades eminentemente frikis me ayuda a llevar un tanto mejor mis recurrentes pensamientos sobre no ser un adulto funcional sino más bien un eterno adolescente.

Pero pensándolo mejor la lección que saco de esta reflexión improvisada es que merece la pena ser nosotros mismos y no renunciar a lo que nos hace felices porque sea lo que se espera de nosotros. No soy menos adulto por disfrutar del ocio que me gusta. Soy un adulto con una funcionalidad discutible por muchas otras razones, pero dejar de leer tebeos o jugar (cada vez menos, pero se intenta) no me hará gestionar mejor el adulting. Pero seguramente me convierta en alguien gris y triste.

————— Si quieres comentar algo sobre esta entrada me puedes contactar a través de mi cuenta de Mastodon @nacho@frankenwolke.com

Últimamente mi perspectiva sobre la IA es pura bipolaridad.

Por un lado está la visión negativa: dudas (más bien certezas) sobre la falta de ética en su entrenamiento, su insaciable consumo energético, que va en contra de mi visión tecnológica de los últimos años de huir de la centralización, sus limitaciones inherentes y todo lo que se os pueda ocurrir.

Por otro lado la he estado estudiando, he montado unos cuantos laboratorios caseros y he cacharreado bastante y he encontrado unos cuantos casos de uso en los que una IA autoalojada es una herramienta bastante interesante. Sigues haciendo uso de modelos que se han entrenado vaya usted a saber cómo pero has mitigado al menos muchas de las otras negatividades.

Al final buena parte del problema es el FOMO que hay en el mercado para meter IA en todos lados (especialmente IA generativa) con calzador. No tengo el más mínimo interés en un artículo escrito por una IA, ni en un libro de Tokien con dibujos hechos con Dall·e y muchísimo menos en que me atienda un chatbot que en el mejor de los casos va a tener tantos guardarraíles que lo harán inútil.

¿Pero un asistente de código que me complete líneas que iba a escribir igualmente? ¿Un RAG que alimente con documentación y sepa contestarme preguntas concretas? Eso me parece útil siempre y cuando mantengas el control de dónde están tus datos.

Con el tiempo esta burbuja de la IA estallará de una manera u otra. Cuando las compañías intenten repercutir los costes reales a los usuarios, por ejemplo. O cuando los modelos se entrenen con la salida de otros modelos y lleguemos a una endogamia que ni la casa Habsburgo. Economías enteras se irán al garete y se quemarán toneladas de dinero. Pero seguramente después de eso una vez el hype se haya apagado queden algunos casos de uso concretos y útiles en los que esto sea simplemente una tecnología más.

#IA #AI #genAI

————— Si quieres comentar algo sobre esta entrada me puedes contactar a través de mi cuenta de Mastodon @nacho@frankenwolke.com

Hoy, escuchando una entrevista a @molly0xfff@hachyderm.io en Better Offline, el presentador terminaba el podcast con un alegato a favor del Internet de las personas, del contenido generado más o menos desinteresadamente por personas reales en contraposición al cada vez más imperante contenido generado automáticamente con el único fin de ser monetizado sin darle ninguna importancia al contenido en sí. La era del clickbait para epatar con un titular que no es más que una fachada de cartón piedra detrás de la que no hay nada.

Es algo a lo que llevo dando vueltas un tiempo y que se me ha reactivado hoy en una conversación en Mastodon con @xesfur@social.arroutaflix.com en la que me sugería llevarme mi hilo de lecturas de 2023 a un blog en condiciones para que se preservase mejor. Pero en ese caso es algo que me da un poco igual que sea efímero o escondido en mi pequeño rincón del fediverso. Además perderse no se va a perder porque el hilo no deja de ser la versión online de unas notas que llevo años tomando offline :–)

En general en los últimos tiempos he llegado a la conclusión de que mi presencia en Internet y los contenidos que genere estarán mejor en cualquier rinconcito olvidado gestionado por personas, no por empresas. No escribo por tener trascendencia o audiencia sino por mí mismo, por dejarle unas notas a mi yo del futuro para que las pueda leer y le ayuden a recordar qué pasaba por mi cabeza cuando las escribí. Y si además en el proceso me voy encontrando con gente interesante que en redes sociales comerciales nunca me encontraría por estar enterrados bajo toneladas de recomendaciones algorítmicas, pues tanto mejor.

En el fondo creo que lo que quiero decir es que me he caído de la burra de pensar que el fedi pueda cubrir el caso de uso de las redes sociales comerciales para el usuario medio. Me atrae más la idea de que esto sea un pequeño nicho en el que unos pocos frikis hablemos tranquilamente de ventiladores de techo, nos enseñemos fotos de nuestros Casios y nos enviemos croquetas para darnos ánimos en los momentos bajos.

Mantengamos el fedi pequeño y extraño.

————— Si quieres comentar algo sobre esta entrada me puedes contactar a través de mi cuenta de Mastodon @nacho@frankenwolke.com

Como prácticamente cualquier lector medianamente compulsivo siempre he albergado una ilusión, reconozco que utópica, de ser capaz de escribir aunque sea un pequeño relato que no dé mucha vergüenza ajena. Pero desgraciadamente tengo una falta de imaginación terrible. Siempre que intento imaginarme alguna historia sólo consigo ver que empieza con alguien mirando por una ventana mientras fuera está lloviendo. Ya está. Es la versión gallega del dinosaurio que sigue ahí cuando despiertas.

————— Si quieres comentar algo sobre esta entrada me puedes contactar a través de mi cuenta de Mastodon @nacho@frankenwolke.com

La rutina y la previsibilidad son dos de los principales pilares de mi cordura que malamente se mantiene en pie sobre unos cimientos cenagosos de pánico ante la incertidumbre y nula tolerancia a la frustración. Hace muchos años aprendí por las malas que una de las cosas que más me ayudaban a ir por la vida con un mínimo de dignidad era planificarme al dedillo, no únicamente las tareas más serias y aburridas sino también mi tiempo de ocio.

Eso me llevó entre otras cosas a organizar mis lecturas alrededor de una lista de la que tengo que pasar por todos sus ítems antes de volver a iterarla. Me obligo a leer un libro de las estanterías, otro de la pila de compras de la última Feria, otro de la biblioteca de Calibre, uno del Mundodisco (#speakHisName), un libro técnico, un manual de rol, etc. Una de las últimas adiciones a esa lista fue el integral ilustrado de las novelas y relatos de Terramar que lanzó Minotauro hace un par de años. Por cada pasada que hago a la lista de lecturas me leo una de las novelas de ese integral.

Son clásicos de la literatura fantástica que no había leído hasta ahora y que, como todo lo de Le Guin, me está encantando. Una de las cosas que más me está gustando es su concepción de la magia basada en el conocimiento del nombre verdadero de las cosas.

Y ese concepto es algo que me ha tocado profundamente.

A principios de este año (y a todas luces demasiado tarde) por fin dejé mis miedos y vergüenzas de lado y empecé a acudir a terapia.

Ahí me encontré con un paralelismo con Terramar que no me esperaba. Conocer qué nos pasa, ponerle su nombre verdadero, nos da poder. No es una bala de plata que acabe mágicamente con tus problemas, pero conocer ese nombre es uno de los primeros pasos en un camino que gracias a ello pasará a ser un poco menos tortuoso.

————— Si quieres comentar algo sobre esta entrada me puedes contactar a través de mi cuenta de Mastodon @nacho@frankenwolke.com

Comparto nombre y apellido con mi bisabuelo, mi abuelo y mi padre. Gracias a este dato, a lo poco común de mi apellido (según el INE pasamos malamente del medio millar) y a la proliferación de pequeños periódicos locales a principios del XX he podido localizar en hemerotecas datos curiosos de mi historia familiar como el nombramiento de mi bisabuelo como médico del pueblo en 1918 tras la muerte de su predecesor a causa de la pandemia de gripe española o un artículo suyo del año 1927 en el que ante la pregunta de un periodista sobre si estábamos ante una nueva pandemia durante un pico de resfriados respondió con una carta en la que con un tono socarrón no sólo lo desmentía sino que le decía entre líneas al autor de la pregunta que habían estado juntos de romería ese domingo y que había una explicación bastante más racional para el malestar general que pudiese estar sintiendo. Pim, pam, trucu, trucu. Supongo que el humor tiene algún tipo de componente genético porque en esa carta escrita hace casi 100 años me sentí sorprendentemente reflejado.

En lo que he roto la tradición es en que no sólo no soy el primero de los cuatro que no estudia medicina sino que además no la ejerzo en nuestro pueblo de origen. La medicina nunca me llamó la atención y estoy muy agradecido a mis padres por no haberme presionado lo más mínimo en ese sentido. No voy a decir que me sienta culpable ni mucho menos pero según voy cumpliendo años tengo la sensación de haber roto alegremente con algo sin haberlo llegado a considerar seriamente. Las ciencias y los ordenadores fueron lo primero que llamó mi atención y me fui encaminando académicamente hacia ahí sin plantearme más posibilidades.

Seguramente, de planteármelas, la conclusión hubiese sido la misma pero es en el no habérmelo ni siquiera planteado en lo que siento algo que podría llegar a parecerse a la culpa.

Dentro del festival de la entropía que es el despacho de mi padre, absolutamente desbordante de libros, estilográficas y relojes, hay un rincón que me gusta especialmente. En un esquina hay tres fotos enmarcadas. Mi bisabuelo, mi abuelo y mi padre en sus consultas. Cuando las veo no puedo evitar pensar que en parte sí que soy una pieza que no ha encajado donde debería. Durante mucho tiempo me planteé hacerme una foto con algún tópico ingenieril como soldando algo con unas lupas o vestido con una sudadera con capucha mientras tecleo comandos en una terminal verde sobre negro. Pero finalmente lo terminé descartando porque me parecía demasiado impostado.

Siempre he creído tener muy clara mi vocación académica y profesional y creo que la sigo teniendo. Pesó más la fascinación que me provocaba mi abuelo materno que terminó su carrera profesional como profesor de FP de mecánica y el ver cómo entendía el funcionamiento de las cosas. Y ha sido una decisión que se ha demostrado muy afortunada porque estoy mucho más cómodo trabajando rodeado de máquinas que de personas.

Pero según van pasando los años no puedo evitar pensar si de alguna manera inconsciente evité un camino marcado de antemano que me hubiera llevado a convertirme en el cuarto de mi nombre.

————— Si quieres comentar algo sobre esta entrada me puedes contactar a través de mi cuenta de Mastodon @nacho@frankenwolke.com

Estaba pensando hoy que qué curioso que alguien con una ansiedad tan descontrolada y en general tan miedoso ante cualquier incertidumbre haya terminado disfrutando tando del buceo.

Y me he dado cuenta de dos cosas.

La primera es que no es tan sencillo. Cuando hice mi primer curso de buceo me dio un ataque de ansiedad directamente en la primera inmersión de aguas confinadas (que consiste básicamente en poco más que en meter la cabeza debajo del agua en una playa y respirar por el regulador). Huí, literalmente. Me volví a Madrid sin terminar el curso. Luego conseguí hacer otro curso con gente que supo lidiar con mis miedos, pero es otra historia.

La segunda y más importante es que me he dado cuenta de que el buceo es una actividad ansiosa por su propia naturaleza. Buena parte de los protocolos de buceo consisten en pensar qué puede salir mal con catastróficos resultados y saber qué hacer llegado el caso. ¿Y si se me rompe el regulador mientras buceo? Lo llevas duplicado. ¿Y si el duplicado también se rompe? Se bucea siempre con un compañero que también lo lleva duplicado. ¿Y si he acumulado demasiado nitrógeno y me da una embolia? Vamos a hacer paradas de seguridad para eliminarlo. ¿Y si me quedo enganchado en un alga? Para eso está el cuchillo. ¿Y si de repente tengo que emerger en medio de la nada y los barcos no me ven? LLevas una boya de emergencia. ¿Y si al emerger no me queda aire y no tengo flotabilidad en el chaleco? Lo puedes llenar a pulmón. ¿Y si hay muchas olas y me cuesta respirar? Saca el snorkel.

Al final que una actividad esté tan construida alrededor de todo lo que puede salir mal paradójicamente hace que resulte tolerable para alguien tan miedoso como yo. Ojo, cada vez que me sumerjo siento un respeto primo hermano del miedo. Pero llevadero.

No tengo pruebas pero tampoco dudas de que el buceo lo diseñaron personas profundamente ansiosas.

Afortunadamente.

————— Si quieres comentar algo sobre esta entrada me puedes contactar a través de mi cuenta de Mastodon @nacho@frankenwolke.com

Mi compañero de pupitre de la universidad y yo tuvimos la mala idea de terminar la carrera en medio de una crisis económica galopante con lo que además de enviar currículums a todos lados como si no hubiese un mañana también nos apuntábamos a cualquier sarao de reclutamiento que se cruzase en nuestros caminos.

En uno de esos eventos terminamos yendo toda una recua de jovencitos confusos a una gran empresa tecnológica donde nos dio una charla motivacional un individuo al que supongo que el exceso de gomina que portaba en la cabeza le provocaba una falta de transpiración que no podía traer nada bueno.

El evento consistía en la típica charla de motivación cuñado-capitalista a la que pretendió dar un gran cierre alrededor del concepto “nadie recuerda a los perdedores, en esta empresa sólo queremos a los número uno”.

Y para ilustrar su filosofía de repente se dirigió a mí supongo que porque mi cara de aburrimiento extremo le hizo identificarme como la víctima ideal para su ejemplo:

— A ver, tú, ¿quién fue el primer hombre en la luna? – Me preguntó. — Neil Armstrong.

Esta era fácil así que tampoco me voy a dar mucho mérito. El señor engominado se dio la vuelta y siguió con su discurso.

— Efectivamente, todos nos sabemos de memoria el nombre del primer hombre en la luna pero pocos recuerdan al segundo porque...

— Buzz Aldrin. – Le interrumpo.

Una mezcla de sorpresa con leves toques de “cállate chaval” adorna su rostro pero nuestro protagonista es un consultor experimentado y sabe salvar la situación mientras cambia de objetivo y se dirige a mi compañero de pupitre.

— Bueno, esa era fácil, pero a ver, tú, ¿quién fue el primer hombre en escalar el Everest?

— Edmund Hillary. – Le contesta sin dudar mi amigo.

— Efectivamente, no es un dato tan conocido pero de lo que sí que no se acuerda nadie es del segundo que lo escal...

— Tenzing Norgay. – Le interrumpe impertérrito mi amigo.

— ¿Perdón? – El desconcierto empieza a ser ya más preponderante que la gomina en esa cabeza.

— Tenzing Norgay, el sherpa de Hillary es el segundo hombre en haber escalado el Everest.

— Ya bueno, pero...

— Eso suponiendo que Mallory e Irvine no lo hubiesen logrado antes.

— En fin, como decíamos, nadie recuerda a los segundos salvo una poca gente. Gracias por venir. – Dijo cerrando el evento.

Dejamos nuestros CVs y, por lo que sea, nunca nos llamaron.

————— Si quieres comentar algo sobre esta entrada me puedes contactar a través de mi cuenta de Mastodon @nacho@frankenwolke.com

Cuando estábamos en quinto de teleco decíamos medio en broma medio en serio que ese curso era un premio por haber llegado hasta ahí y que comparado con la dureza de los anteriores era poco más que un paseo.

Aunque la realidad no era tan idílica (seguía habiendo alguna asignatura fastidiada, el proyecto fin de carrera era una buena fuente de estrés, muchos empezábamos a trabajar y hacíamos malabarismos con los horarios...) lo cierto es que había las suficientes asignaturas ligeritas como para poder considerarlo razonablemente cierto.

Una de esas asignaturas era de organización de empresas o algo así. Unos pocos créditos pensados para aquellos insensatos que se quisieran montar algo por su cuenta para tener una pared a la que llamar suya de la que colgar su flamante título firmado por alguien que decía ser Magnífico.

Como en otras tantas asignaturas que me interesaban entre nada y menos no recuerdo absolutamente nada de ella.

Excepto una cosa.

Un día en un momento distendido de la clase la profesora nos dio un consejo que se me grabó a fuego. Nos dijo que estábamos a punto de ser ingenieros. Que nuestros amigos de la universidad, que algunos mantendríamos para siempre, estaban también a punto de serlo. Que buena parte de los nuevos amigos que haríamos en el trabajo también lo serían. Para algunos, incluso sus parejas serían ingenieros.

Y nos hizo una advertencia. Corríamos el riesgo de vivir en una burbuja y de perder el contacto con la realidad. No sólo porque podríamos optar a puestos de trabajo que a la larga nos diesen una posición de cierto privilegio sino porque muchas veces la visión del mundo de los ingenieros es, por decirlo amablemente, un poco particular. O, por decirlo sin medias tintas, muchas veces somos unos capullos engreídos que nos creemos más listos que nadie. No creo que haya muchas carreras que produzcan tantos y tan buenos Dunning-Kruger como las nuestras.

Fueron apenas un par de minutos de charla en una asignatura intrascendente. Pero a día de hoy no sabría ni por dónde empezar una transformada de Fourier y, en cambio, este pequeño consejo lo tengo más presente que nunca.

————— Si quieres comentar algo sobre esta entrada me puedes contactar a través de mi cuenta de Mastodon @nacho@frankenwolke.com