Entrada publicada originalmente en un viejo blog que recupero aquí
Una vez tuve un perro. Era como todos los demás perros, es decir, era el más listo, el más bonito, el más fiel, el más educado, el más mejor perro del mundo mundial. Un día bajé al jardín y no le vi. No le di mucha importancia. A la semana siguiente volvimos a la aldea y por segunda vez no supe nada de él. Empecé a mosquearme.
Así que afronté la situación con la madurez y valentía que me caracterizan. Dejé de bajar al jardín y supuse que Otto seguía estando ahí como si nada hubiera pasado.
Fui capaz de vivir esa mentira durante dos años, lo cual tampoco me supuso demasiado esfuerzo. A fin de cuentas he vivido mentiras peores durante más tiempo. Pero el hechizo se rompió cuando un buen día mi padre (con esa sutileza que le caracteriza y que yo he heredado) me espetó:
“Oye, tú sabes que el perro ha muerto, ¿verdad?”.
Le contesté que había empezado a sospechar algo un par de años atrás cuando dejé de ver al perro y desde el momento en el que dejamos de guardar las sobras.
Pero era infinitamente más feliz en mi ignorancia. Tal vez la razón por la que Otto ya no se dejase ver era que se había apuntado como voluntario y estaba viajando por el mundo auxiliando a las víctimas de terremotos. O tal vez se había enamorado de una robusta san bernardesa y vivían felices al calor de la chimenea de un monasterio alpino con sus respectivos barriletes de ron al cuello. Quizá hubiera vuelto a su Bélgica natal para ayudar a limar asperezas entre flamencos y valones. Quién sabe. Había mil improbables mentiras muchísimo más reconfortantes que la casi evidente verdad.
Pero no se puede vivir eternamente en una mentira. A la larga la realidad siempre tiene que venir a joderlo todo.
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Aunque nunca fui demasiado prolífico porque hay un cierto nivel de exhibicionismo emocional en la escritura de un blog personal que se nos hace algo de bola a los introvertidos al final, por H o por B, he tenido varios durante mucho tiempo. Empezaron como una excusa para cacharrear con el autoalojamiento (mientras escribo esto me doy cuenta que más de 20 años después el ansia por el cacharreo sigue siendo mi principal motor) y terminé yendo a lugares específicos de blogs donde solo me tuviese que preocupar de escribir y no de administrar. Al final, como casi todos, terminé en Blogger y, también como casi todos, abandoné el blog por culpa de Twitter.
Una nueva relación con Internet
El que un billonario megalómano se haga con la que era tu red social favorita provoca que, al menos en mi caso, te replantees toda tu vida online. Durante los últimos casi dos años he ido progresivamente abandonando los servicios de las grandes tecnológicas optando por autoalojar cuando sea posible/práctico y por pagar a empresas con foco en la privacidad cuando sea mejor externalizar. Esto me ha llevado a darme cuenta de dos cosas:
Administrar tus propios servicios o pagarlos a un precio justo no es barato. Esto te lleva a preguntarte exactamente qué ganan quienes lo ofrecen gratis a escala industrial y a sospechar que no te va a gustar la respuesta.
A la larga te vas amoldando tú a los servicios y no ellos a ti. Seguramente si me hubiese parado a pensarlo me habría dado cuenta de que me seguía apeteciendo escribir un blog, pero me dejé arrastrar por la ola del microblogging.
¿Por qué otro blog? ¿Y por qué este título?
Durante el último año he escrito (no demasiado, también es verdad) algún post en mi cápsula de Gemini y se me ha despertado el gusanillo. Además estoy intentando adquirir la costumbre de escribir con cierta regularidad notas en mi libreta porque no sólo me ayudan a aclararme las ideas sino que además son una excusa maravillosa para usar la colección de plumas y tintas que no para de crecer. Y muchas de esas notas con un poco de repaso pueden valer para un blog.
¿Y por qué este título? Bueno, pues uno de los blogs en los que más escribí lo llamé Ruido Blanco. Un concepto telequil que me pareció que encajaba muy bien en un blog del que decía que un post no guardaba correlación con los demás y que iba a ser muy aleatorio. El nombre todavía me gusta, pero es un blog escrito durante una de mis peores épocas y la nostalgia se queda únicamente para el título. Y, basándome en aquel viejo nombre, se me ha ocurrido que Ruido Coloreado es un nombre todavía mejor. Porque supongo que esto seguirá siendo bastante caótico y aleatorio, pero también supongo que habrá temas más recurrentes que otros. Y un ruido cuando tiene preponderancia de unas determinadas frecuencias ya no es blanco sino coloreado. Empezamos.
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