Psicocriptoautorretrato

Semillas de locura

Publicado originalmente en junio de 2007

Calle de Madrid Foto de Alex Vasey en Unsplash

Paseo en silencio, solitario, por el centro de Madrid.

Un cuarteto de cuerda interpreta a Vivaldi en la calle Toledo; la multitud se agrupa curiosa, en silencio, a su alrededor, bajo un cielo plomizo donde se adivinan tímidos rayos de sol.

El bazar árabe, un poco más abajo, me inunda con su mezcla de fragancias: mirra, sándalo e inciensos variados se mezclan con el olor dulzón del cuero del calzado.

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Publicado originalmente en octubre de 2015

La humanidad está sangrando. Un río de personas, cientos, miles, cientos de miles, huyen de sus regiones; les masacran, bombardean sus hogares, gasean sus ciudades, les matan de hambre sin trabajo, sin futuro y sin esperanzas. La humanidad está sangrando.

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Publicado originalmente en febrero de 2015

Se miente más de la cuenta
por falta de fantasía:
también la verdad se inventa

ANTONIO MACHADO

El ser humano es un ser eminentemente social; la necesidad de comunicarnos, mezclarnos, fusionarnos y comprendernos es parte de nuestro objetivo primario. Comunicarnos a todos los niveles: físico, mental, emocional e interno.

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Publicado originalmente en enero de 2015

En las antiguas tribus, en los pequeños asentamientos, antes, mucho antes del nacimiento de las antiguas civilizaciones, los habitantes del lugar, en noches señaladas o momentos de ocio y relax, se sentaban en círculos alrededor del fuego, hipnotizados por una voz, una voz que les hablaba de llanuras lejanas, de cimas inalcanzables, de hazañas de sus padres y de sus abuelos, y de los abuelos de estos. Cuando el cuentacuentos hablaba, el mundo se paraba y el ser humano escuchaba.

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Publicado originalmente en marzo de 2008

Pasado el bochorno empalagoso e insoportable de las horas centrales de los largos días de agosto, me gustaba subir lentamente, saboreando cada paso, al pequeño banquito de madera que algún obrero mañoso había montado bajo el viejo cerezo en la cima del pueblo.

Y entonces me sentaba, cuando el sol empezaba a teñir de dorados y anaranjados los lejanos picos de la sierra, viendo cómo la sinfonía de colores, olores y sonidos a mi alrededor iba cesando lenta, muy lentamente. Todo se oscurece poco a poco, un intenso azul noche aflora de las cimas y el frío, escondido hasta pocos minutos antes, empieza a vencer su timidez mientras el sol ofrece un respiro a la reseca tierra.

No hago nada, solo observo, el todo me inunda, y contemplo la maravilla del universo desde mi rústico asiento.


¡Gracias por leerme!

Y subieron juntos la colina de la luna, cogidos de la mano en fervoroso silencio.

En la cima, se sentaron junto al tronco del viejo cerezo, sus espaldas contra la callosa corteza, cerraron los ojos y suspiraron.

El frío gélido de la noche les acogió en sus brazos mientras miraban la luna, blanca, majestuosa, redonda,

preguntándose por qué no habían subido antes a la colina de la luna, juntos, cogidos de la mano, en fervoroso silencio.


¡Gracias por leerme!

Publicado originalmente en diciembre de 2009

Frecuentemente se tumbaba bajo el viejo árbol. Extendía sus manos abiertas delante de la cara y jugaba a atrapar los rayos de sol entre los dedos, abriéndolos y cerrándolos lentamente. Nunca fue consciente de que el árbol, observándolo, movía sus ramas lentamente, jugando con la luz del sol que iluminaba sus manos extendidas.


¡Gracias por leerme!

Publicado originalmente en mayo de 2015

Fernando esperaba, sonriente y feliz, en su lugar asignado oficialmente para contemplar la salida del enorme edificio presidencial de la gran comitiva, apretando en su pequeña mano de 15 años de edad el documento oficial que indicaba que le correspondía el número 201.984 en la cola. No era un lugar especialmente cercano, pero si se ponía de puntillas podía ver parte del tejado. La gran comitiva saldría por la puerta de carruajes, escoltada por los fabulosos caballos blancos de la guardia y los negros coches blindados de la escolta.

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Publicado originalmente en noviembre de 2015

«Quién lo diría, los débiles de veras nunca se rinden».

MARIO BENEDETTI

Como todas las mañanas, Alexej se viste con su impecable uniforme azul oscuro, su gorra del mismo color sobre sus cabellos pulcramente cortados a máquina y conduce hasta la estación de tren. Como todas las mañanas, se acerca a la moderna oficina de campaña a recibir las instrucciones de su capitán, y como todas las mañanas, él y los otros treinta y cuatro policías —hombres y mujeres del destacamento especial—, recogen su grueso rotulador indeleble y se ponen en fila, intentando transmitir una imagen lo más relajada posible, junto a la vía número 4.

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Publicado originalmente en junio de 2017

Aquel era uno de aquellos recuerdos a los que siempre se aferraba en los momentos malos. Tendría apenas cinco o seis años y subía y bajaba la escalera a la buhardilla blandiendo una espada imaginaria. Entre jadeos, intentando recuperar el resuello, vio por el rabillo del ojo que su abuelo se había dejado la puerta de su cuarto —que ocupaba toda la planta bajo el techo— entreabierta, y por la abertura podía verle sentado en su cómodo sillón de orejas leyendo un grueso libro en silencio. Pese a estar ya a mediados del verano, vestía como siempre: de camisa y pantalón, con su larga barba blanca peinada y aceitada descansando sobre su pecho.

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