Il dolce far niente
Publicado originalmente en marzo de 2008
Pasado el bochorno empalagoso e insoportable de las horas centrales de los largos días de agosto, me gustaba subir lentamente, saboreando cada paso, al pequeño banquito de madera que algún obrero mañoso había montado bajo el viejo cerezo en la cima del pueblo.
Y entonces me sentaba, cuando el sol empezaba a teñir de dorados y anaranjados los lejanos picos de la sierra, viendo cómo la sinfonía de colores, olores y sonidos a mi alrededor iba cesando lenta, muy lentamente. Todo se oscurece poco a poco, un intenso azul noche aflora de las cimas y el frío, escondido hasta pocos minutos antes, empieza a vencer su timidez mientras el sol ofrece un respiro a la reseca tierra.
No hago nada, solo observo, el todo me inunda, y contemplo la maravilla del universo desde mi rústico asiento.