Francisco Molinero

1959-

A los arquitectos les gustan los edificios que al resto de los mortales nos parecen horrorosos. Estaba hojeando un libro de arquitectura y esa es la sensación que tengo. Sin embargo estudian durante años hasta conseguir una titulación que les permita buscar el mecenas que les pague un horroroso y posiblemente incómodo edificio de los que luego vemos fotografiados en esos enormes y carísimos libros de arquitectura. Es un círculo vicioso o virtuoso, no sé. Antes los mecenas tenían que ser faraones o reyes. Una cierta marca de clase es poder desperdiciar el dinero en obras enormes que no son del gusto de la mayoría. La mayoría tiene un gusto escaso y un buen síntoma de distinción es no tener ese gusto común, por eso muchos-muchas correan ooooos ante algunas obras de gran tamaño y dudosa estética, porque no gustan a la mayoría y aunque no son faraones ni reyes saben que admirar obras de ese calibre material y estético les acerca a la elìte. Ya no hay faraones y los reyes tienen sueldo del estado, buen sueldo, pero sueldo al fin y al cabo y quitando algunos sátrapas del área de oriente en Europa los faraones actuales son empresas multinacionales y sus directivos son los que usurpando el puesto de prius inter pares crean fundaciones, compran obras de arte y encargan edificios horrendos a arquitectos de renombre internacional. Los faraones lo hacían con un sentido trascendente, los directivos de las multinacionales lo hacen para evadir impuestos y por la comisión que suelen llevar estas obras. Humano, demasiado humano, pero ni los reyes impostores se libran del problema de la cuenta de resultados. Luego solamente hace falta tiempo. El tiempo tiene muchas virtudes; la más evidente es la de oxidar los tejidos, envejecer a los seres vivos, luchar en la pelea de la entropía y a escala artística hacer bueno lo que era bodrio. Basta el paso de apenas un siglo para considerar protegible lo que en muchos casos debería ser reciclable; unos siglos más y se declara patrimonio de la humanidad y se pone a buen recaudo de una institución semipública que se encarga de cobrar las entradas, organizar las colas y proporcionarte trípticos y auriculares wireless para que puedas entender la belleza del sitio que visitas; ese mismo sitio por donde hace unos siglos pasearon hombres y mujeres sencillos que no podían entender como el faraón se gastaba semejante cantidad de dinero en semejante mamarrachada mientras ellos se morían de hambre. que les permita buscar el mecenas que les pague un horroroso y posiblemente incómodo edificio de los que luego vemos fotografiados en esos enormes y carísimos libros de arquitectura. Es un círculo vicioso o virtuoso, no sé. Antes los mecenas tenían que ser faraones o reyes. Una cierta marca de clase es poder desperdiciar el dinero en obras enormes que no son del gusto de la mayoría. La mayoría tiene un gusto escaso y un buen síntoma de distinción es no tener ese gusto común, por eso muchos-muchas correan ooooos ante algunas obras de gran tamaño y dudosa estética, porque no gustan a la mayoría y aunque no son faraones ni reyes saben que admirar obras de ese calibre material y estético les acerca a la elìte. Ya no hay faraones y los reyes tienen sueldo del estado, buen sueldo, pero sueldo al fin y al cabo y quitando algunos sátrapas del área de oriente en Europa los faraones actuales son empresas multinacionales y sus directivos son los que usurpando el puesto de prius inter pares crean fundaciones, compran obras de arte y encargan edificios horrendos a arquitectos de renombre internacional. Los faraones lo hacían con un sentido trascendente, los directivos de las multinacionales lo hacen para evadir impuestos y por la comisión que suelen llevar estas obras. Humano, demasiado humano, pero ni los reyes impostores se libran del problema de la cuenta de resultados. Luego solamente hace falta tiempo. El tiempo tiene muchas virtudes; la más evidente es la de oxidar los tejidos, envejecer a los seres vivos, luchar en la pelea de la entropía y a escala artística hacer bueno lo que era bodrio. Basta el paso de apenas un siglo para considerar protegible lo que en muchos casos debería ser reciclable; unos siglos más y se declara patrimonio de la humanidad y se pone a buen recaudo de una institución semipública que se encarga de cobrar las entradas, organizar las colas y proporcionarte trípticos y auriculares wireless para que puedas entender la belleza del sitio que visitas; ese mismo sitio por donde hace unos siglos pasearon hombres y mujeres sencillos que no podían entender como el faraón se gastaba semejante cantidad de dinero en semejante mamarrachada mientras ellos se morían de hambre.


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Pasar a los cuarenta no me costó tanto, de verdad, les debía tener más miedo, ya sabes las cosas que se dicen, la falta de empuje, dejar de resultar atractivo. Creo que esa es la razón de que lo de los sesenta si que haya sido un uppercut de los que te llevan a la lona. Ahora ando sonado, pasando los días e intentando ver si mi enemigo está cerca o lejos.

En casa de Pili, en Londres, donde gracias a su amabilidad hace años pasamos unos días, tenía un libro sobre el tema. El título decía algo así como «Doctor, tengo 50 años, ¿que me pasa?» y claro, lo ojeé, pero volcaba los problemas hacia los cambios en las hormonas, la pérdida de ciertas sustancias. Sin valor culinario, como muchas especies de setas. La cuestión parece más delicada y quizá tenga que ver con aquello que le oí a Eduard Punset en una interesante conferencia en Barcelona, sobre el diseño humano, que calculaba nuestra vida hasta los treinta y tantos como mucho y que ahora se encuentra con individuos que están «fuera de los límites esperados», individuos para los que este tiempo de descuento la vida no tenía previsto nada.

La cuestión es que me asalta una sensación que se parece a la falta de interés.

Eso y que de vez en cuando me entero, como a mi llegada a Inverness hace un tiempo, que mi compañero de pupitre, Javier ha fallecido. Me lo dijo Álvaro a través de Faceebook y me dejó como si al uppercut anterior le hubiese sumado un crochet directo a los riñones. Complicaciones. Luego la conexión a Internet también se fastidió y no pude quedar con Álvaro a hablar de nuestro amigo común en algún pub de Londres.

Espero ansioso la campana, escupir el protector y que una mano amiga me libere de la presión del elástico de mi calzón. Que no me me deje knockout, esa es la obsesión

¿En qué asalto estamos?

Estoy organizando mi ropa de invierno Y deseando estar de camino a casa donde los inviernos neoyorquinos no me sangren dirigiéndome de camino a casa

En el ring permanece un boxeador, un luchador profesional y lleva los recuerdos de cada guante que le tumbó y le cortó hasta que gritó de ira y vergüenza

“Me voy, me voy, pero el luchador aún permanece”

The Boxer (Simon & Garfunkel) 1960


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Me gusta volar cometas.

En la playa, por la tarde cuando el olor a aceites bronceadores o protectores deja paso a la sal y la luz se tamiza, pasear por la orilla volando una cometa aprovechando que el viento acude al atardecer como al amanecer a ese fractal entre la tierra y el agua.

Hay una tensión entre la cometa arriba, ondeando y los pies firmes en el suelo y siempre pienso al llegar al punto en el que el hilo se acaba que debería ceder al deseo de la cometa de volar pero sé que en el instante que soltara el hilo, la cometa caería desplomada.

Deseo imposible que sólo existe oponiéndose a la firme resistencia de los pies sobre la tierra.


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Allí escondido entre las cajas de pescado apiladas, después de más de tres horas en las que el frío había conseguido hacer lentamente las labores de anestésico, pistola en mano, Román pensaba en lo que hubiera querido ser y evidentemente no era. Las cazas, como él las llamaba, le eran muy propicias a este tipo de divagaciones en las que su cabeza buscaba entre las revueltas de la memoria lo que seguramente nunca había existido. Durante años pensó que lo más importante que podría haber hecho es salvar vidas, pero no fue capaz, luego probó su faceta artística pero los balbuceantes pasos por las tablas sonaron más a fracaso que a premio de la crítica, después la música, los pinitos en la cocina, los negocios, la investigación… Cincuenta años más tarde, esperando que su presa apareciera para acabar con su vida, en este caso sí, con una maestría que los que le conocían apreciaban como exquisita, convertido en agente doble y fundamentalmente en asesino a sueldo, caía en la cuenta de tener por delante la ingente tarea de asumir que en algún momento el guarda agujas se había posicionado en contra. Román no era un tipo blando, ni en lo físico, ni mentalmente y es posible que en este caso debido a la humedad del almacén o a que la falta de azúcar le estaba haciendo mella, sintió un escalofrío, un temblor minúsculo y durante un instante que ni siquiera ocupó tiempo, pena de sí mismo y como si la historia no pudiera entrecortarse, no tuviera tiempo para las cosas pequeñas, la puerta de atrás se abrió y los goznes giraron en la jamba y al mismo tiempo en la columna de Román, que se curvó como un gato, detuvo la respiración, bajó los hombros, alzó sutilmente la pistola ante sus ojos abiertos para mejorar la puntería y disparó una sola bala certera al cuello de la mujer que acababa de entrar. Allí en el suelo, sin poder gritar, destrozada su faringe por el disparo preciso de Román tuvo que escuchar el «recado» de quien había mandado matarla: «Ya no te quiero».
La piedad de un tiro en la nuca remató la escena, otra más, tan incompresible para él como su vida, la que tenía a pesar de no desearla.


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Un ejercicio sobre la ausencia

Me propongo un ejercicio sobre la ausencia, una obra que exprese ese sentimiento de haber perdido algo y pienso en una silla vacía. No vale, no demuestra que algo, que alguien no esté. Un millón de sillas ocupadas y una en el centro sin nadie. No vale, es evidente la falta de alguien pero no su ausencia, porque tiene que ver con haber estado y no estar. La imagen pues debe demostrar las dos cosas.
Un nido como los que al final de la primavera aparecen en el seto de casa, un nido vacío con unas plumas nos habla de una antigua presencia pero descubro que entonces me falta la perspectiva del observador, la ausencia entonces tiene que ver con quien se va y también con quien se queda y por tanto genera el sentimiento. Me asalta la imagen de una persona con la mirada más allá de los límites de la vista. Es sugerente porque la ausencia y el recuerdo están emparejados, pero me resulta demasiado sutil. Admito sugerencias. Dos jambas sin su dintel, una mesa en la cocina en la que queda una taza de café medio llena, una tostada empezada. Un cauce seco de un río, una cama con una persona y el otro lado simplemente con la huella de quien estuvo, unas huellas en la nieve, una balón deshinchado, alguien que se ahoga por falta de aire, una mujer llorando, un pabellón psiquiátrico para enfermos de Altzheimer.


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Coruxo al horno con patatas

Hace tiempo tuve la suerte de pasar un fin de semana con Pilaja en Vigo y como no podía ser de otra manera, gran parte de la fiesta fue disfrutar de peces y mariscos gallegos.

Me quedo con el Coruxo al horno que comimos en A venta da Vela en Cabo do home que nos impresionó a todos los madrileños que compartíamos mesa. La receta vale para el Coruxo (Rodaballo) y otras especies como la Lubina e intuyo que para el besugo.

En una fuente de barro ponemos bastante cebolla, unos tomates, un par de pimientos verdes troceados, un diente de ajo machacado, una hoja de laurel y lo metemos al horno con caldo si es posible (agua + concentrado en caso de no tener un fume) y vino blanco. Escogemos unas patatas pequeñas y las cortamos en un par de trozos o tres, las unimos a las verduras cuando estas estén pochadas y añadimos entonces un poco más de caldo con algo de sal y azafrán.

Tiene que cocerse al horno todo cerca de media hora, hasta que las patatas estén casi a punto, en ese momento, tomamos los Coruxos y les hacemos unos cortes en la piel donde podemos introducir alguna rodaja de limón. Se espolvorean con pan rallado y se meten al horno encima del suelo de verdura y patatas. Con el horno caliente no harán falta más de 20 minutos y entre medias abriremos el horno para rociar el pescado con el jugo de las verduras y las patatas.

Se sirve en la propia fuente directamente del horno.


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Vivir un tiempo mediocre

Hace más de 50 años, el 9 de Octubre de 1967, ejecutaron a Ernesto Che Guevara en una escuela de la Higuera, a 50 Km de Vallegrande, en Bolivia. Él tenía 39 años y yo 9. Me lo recuerda mi amigo Jesús y me viene al pelo para hablar de la sensación que hoy más que nunca tengo con relación a la falta de líderes y de ideas que hace que ahora mismo, muchos de mis amigos, de la gente de mi generación, tengamos la sensación de vivir en un tiempo mediocre. Cualquier tiempo pasado fue peor, no caigo en la nostalgia enferma y me basta solamente mirarme para darme cuenta de hasta que punto es cierto, hasta que punto el presente es luminoso en lo personal, clarividente. Sin embargo el paisaje político español es aterrador el europeo es un vacío sonoro y el mundial apenas da para un rato de charla. Tocando a lo de casa, un presidente que durante años ha jugado al escondite y que cuando la historia le pedía altura se arruga y repite una vez más el ciclo de los socialdemócratas españoles, incapaces de hacer un verdadero cambio, un cambio profundo que tenga que ver con lo estructural. Un líder de la oposición al que no se le conoce una sola idea, un pensamiento digno del debate, un estilo de liderazgo que no sea esquivo, cobarde , pancista. Miro a la izquierda del espectro y no soy capaz de dar con un solo personaje capaz de captar mi atención, ni en los sindicatos, ni en los medios de comunicación, ni entre los escritores, ni dentro del mundo de la farándula. Tengo la sensación de vivir en un tiempo yermo, perdido para el futuro, en un fin de ciclo, en un desierto de ideas y combate. Tengo las sensación de que me conviene volver a algunos principios básicos sobre la lucha y lo que quiero para el futuro y que debo esperar que otros muchos estén en la misma idea, la misma postura, el mismo recogimiento intelectual, tengo que confiar que los jóvenes sean capaces de alumbrar un hombre nuevo.

Mientras tanto honro la memoria de Ernesto Che Guevara, muerto hace más de 50 años, por buscar la libertad de todos nosotros.


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Luba no era una mujer que se quedase dormida después del sexo. Muchas veces me interrogaba con los ojos o aprovechando mi indolencia jugaba con mi espalda, pasaba sus dedos por mi columna y a veces, la noche que nos reencontramos en Belgrado en contra de nuestras dos agencias y convencidos de que nuestra vida tenía precio, le daba por pedirme que hiciera de Sherezade.

-Cuéntame una historia. Ella sabía que me gustaba hacer volar la imaginación y de vez en cuando se aprovechaba. Una historia de sexo, puntualizó. -No se me dan bien las escenas de sexo soy más de acción y al decir esto nos miramos y nos reímos. -¿Seguro? -Bueno, todo es ponerse, supongo -Todo Disparé a bocajarro, para que no se pensara otra cosa y mientras ella se recostaba sobre su codo apoyando la cabeza y acariciando mi pecho empecé.

Yo una vez estaba en un hotel, subía a cenar al restaurante que estaba en el último piso, la chef era una mujer madura. Había subido todas las noches durante el mes que estuve allí y siempre me trataba muy amablemente, ella no hablaba español y su inglés era muy básico, el caso es que a mi me pareció que se interesaba por mí más de lo necesario para servirme la comida y se me ocurrió un truco, en parte sin intención, en parte como una especie de reto para llamar su atención y de paso comprobar si las señales que yo recibía estaban siendo interpretadas de manera correcta: el hotel era muy antiguo, de esos que en las llaves pone el número de la habitación en una enorme bola para evitar que te olvides de dejarlas en la recepción, yo, descuidadamente coloqué mis llaves sobre la mesa esa noche.

-Je, sonrió Luba, que listillo y se le pusieron los ojos picarones imaginando por donde apuntaba la historia.

Me puse interesante, sintiéndome el centro de aquella cama y seguí con el relato.

Ella al venir a servirme se fijó en la maniobra, miró las llaves que mostraban a las claras el número de mi habitación, me miró y sonrió. Era mi ultima cena en esa ciudad, de echo fue la última vez que he cenado allí, así que, en parte no tenia nada que perder y ella, aunque madura, conservaba un aire de belleza que no habían borrado los años, los muchos que la cumplían. La cena transcurrió con cierta normalidad, aunque las miradas, los gestos, eran evidentes. -Estoy expectante, terció Luba que se había encendido un cigarrillo, no quiero interrumpir. Luba tenía un aspecto de belleza antigua cuando fumaba, o quizá yo no estaba acostumbrado, el caso es que me parecía excitante ver como aspiraba a través y exhalaba con parsimonia.

Terminé tarde, apenas quedaron dos mesas cuando yo me iba a bajar y ella vino a mi mesa con una copa de coñac regalo de la casa, según entendí, por mi partida. Sonreí y se lo agradecí como pude, gesticulando, sonriendo y seguramente ruborizándome.

-¿Se quedó a beber contigo?

No, ella no podía hacer eso. Yo me bajé a la habitación esperando… no sé lo que esperaba.

-¡Pues a que llamara a tu puerta, supongo!

Sí, supongo que sí, pero eso podría ser terrible.

¿Por qué?

No sé, no tenía mucho sentido, el caso es que no llamó a la puerta, pero en cierto momento sonó el teléfono, nadie podía llamar a ese teléfono que nadie conocía, ni yo mismo y mi estancia allí era secreta hasta donde yo sabía. Me sorprendió y en parte me asustó, lo descolgué y hable: ¿Aló?

-¿Quién contestó?

Nadie, nadie. Se oía respirar, pero nadie contestaba.

¿Aló?

-Un poco de miedo, ¿no?

De pronto reconocí su voz, pero no entendí lo que me decía.

¡Ay! ¿y que dijiste?

Do you want to come to my room?

Me pareció que solo había un camino.

-Sí, la expresión corporal.

Ella dijo algo, repetí la pregunta y entendí que me decía en un rudimentario inglés: Tomorrow flight? Sí, le contesté; se hizo de nuevo el silencio y después de unos segundos que a mí me parecieron larguísimos ella me dijo: lo siento, gracias y colgó.

-¡Qué tensión! y ¿cómo te quedaste?

Sorprendido, empalmado.

-Normal.

Y en parte satisfecho, creo que la mujer agradeció mi deseo.

-Seguro

Aunque no fuera posible.

Luba apagó el cigarro, se dio la vuelta y como si el ciclo se hubiese cumplido, se durmió plácidamente, satisfecha y yo me quedé pensando en aquella noche y en lo que pasó realmente.

PD. Durante años he vivido a base de huidas. No estoy seguro de que hayan sido negativas, pero si que es verdad que tengo la sensación de que en algún momento debería parar y dar la cara. No sé. Quizá el año que viene.


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#Pollo al chilindrón o los juegos de cartas

En las cartas, la sota el caballo y el rey forman el Chilindrón variante de la Pechigonga que a su vez lo es de la Primiera. pero no va de naipes esta entrada, más de bien de pollo o de carne, porque el chilindrón es aquí la salsa con la que vamos a cocinar cualquiera de las carnes que nos gusten.

En una sartén con aceite a fuego muy lento pongo ajo y lo voy dorando hasta que ha dejado en el aceite todo el sabor que tenía dentro y echo a dorar el pollo que estará cortado en trozos y sin piel. Como dicen los libros de cocina, lo reservo, es decir entre los mortales: lo pongo en una fuente mientras sigo para hacer la salsa. Una vez solo el aceite, él mismo me pide la claridad de la cebolla. Se la entrego tan picada como puedo y la doro con lentitud hasta dejarla transparente, evitando que se queme y me deje un sabor ácido en el aceite.

Luego el jamón cortado en pequeños trocitos o en finas láminas.

Cuando este sofrito tiene pinta de ser suficiente le añado unos pimientos, tanto rojos como verdes y si es posible sin piel. Para los rojos me gusta asarlos previamente en el horno y recuperar la esencia que destilan para añadirla a la salsa, los verdes se pueden escaldar si son italianos u hornear si son grandes y carnosos como si fueran rojos. En ambos casos y al igual que después con el tomate, hay que quitar las pepitas que resultan molestas y al decir de algunos médicos, poco sanas. El corte lo haremos en brunoise, término pomposo y cursi, que seguro que ya sabemos que significa cortar en dados. A mi me gusta para este plato que sean de unos 4 cm de lado.

Así todo revuelto, aceite, cebolla, jamón y pimientos, le damos unas vueltas hasta que se mezclen, se integren y podamos añadir el tomate escaldado, pelado y sin pepitas. Una vez limpio el tomate, lo troceo para que se deshaga sin trabajo al calor y lo añado al contenido de la cazuela. Seguramente habrá que reducir un poco al fuego para que todo se vaya cociendo despacito. No hay que olvidarse de dar sus vueltas de vez en cuando para que la salsa quede suelta sin pegarse.

El momento en que se añade el pollo a esta salsa corpórea, depende de lo que tarda en llegar el tomate a su forma líquida; pero casi diría que es uno de esos pequeños milagros de intuición que solo se verifican en las cocinas, pasar de la química a la alquimia durante unos instantes para volver a lo racional. Pruebo para ver cómo está de sal la cosa, aunque casi siempre con la que lleva el pollo y la que deja el jamón, basta. Ya solo queda que el pollo se una a la fiesta con un vaso de vino blanco y algo de agua si hiciera falta para cubrirlo, mientras encuentra el punto en el que casi se separa de sus huesos y es entonces cuando transciende.

Harán falta veinte minutos o más o menos, pues luego cada uno le da una alegría al fuego que no es fácil de imitar y de la cazuela, y del vino, y del pollo, y en esto, queridos amigos está la gracia, en jugar bien a las cartas y como en la venganza de Don Mendo, ni quedarse ni pasarse:

MENDO El Barón de Vedia, un aragonés antipático y zumbón que está en casa del Marqués de huésped o de gorrón. Hablamos… ¿Y vos qué hacéis? Aburrirme… Y el de Vedia dijo: No os aburriréis; os propongo, si queréis, jugar a las siete y media. MAGDALENA ¿Y por qué marcó esa hora tan rara? Pudo ser luego… MENDO Es que tu inocencia ignora que a más de una hora, señora, las siete media es un juego. MAGDALENA ¿Un juego? MENDO Y un juego vil que no hay que jugarlo a ciegas, pues juegas cien veces, mil, y de las mil, ves febril que o te pasas o no llegas. Y el no llegar da dolor, pues indica que mal tasas y eres del otro deudor. Mas ¡ay de ti si te pasas! ¡Si te pasas es peor! MENDO ¡Serena escúchame, Magdalena, porque no fui yo… no fui! Fue el maldito cariñena que se apoderó de mí. Entre un vaso y otro vaso el Barón las cartas dio; yo vi un cinco, y dije «paso», el Marqués creyó otro el caso, pidió carta… y se pasó. El Barón dijo «plantado»; el corazón me dio un brinco; descubrió el naipe tapado y era un seis, el mío era un cinco; el Barón había ganado. Otra y otra vez jugué, pero nada conseguí, quince veces me pasé, y una vez que me planté volví mi naipe… y perdí. Ya mi peculio en un brete al fin me da Vedia un siete; le pido naipe al de Vedia, y Vedia me pone una media sobre el mugriento tapete. Mas otro siete él tenía y también naipe pidió… y negra suerte la mía, que siete y media cantó y me ganó en la porfía… Mil dineros se llevó, ¡por vida de Satanás! Y más tarde… ¡qué sé yo! de boquilla se jugó, y se ganó diez mil más. ¿Te haces cargo, di, amor mío? ¿Te haces cargo de mis males? ¿Ves ya por qué no sonrío? ¿Comprendes por qué este río brota de mis lagrimales?


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Romances corridos, corridas, carretillas, dedicuras. Tonás martinetes, carceleras, deblas y tonás. Siguiriyas liviana y serrana. Soleares alboreás, polo, caña, peteneras, bulerías, romances. Tangos tientos, tanguillos, mariana Cantiñas alegrías, caracoles, mirabrás, romeras, cantiñas, alegrías de Córdoba. Cantes de Malaga rondeña, jabera, verdiales, fandangos locales,malagueñas Cantes de Levante y Cantes de las Minas granaína, media granaína, taranto, taranta, cartagenera,minera. Fandangos de Huelva

Sevillanas, saetas, campanilleros, villancicos, bamberas, pregones. farrucas, garrotín. guajiras, milongas, colombianas, rumbas.


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