Francisco Molinero

1959-

Vivir un tiempo mediocre

Hace más de 50 años, el 9 de Octubre de 1967, ejecutaron a Ernesto Che Guevara en una escuela de la Higuera, a 50 Km de Vallegrande, en Bolivia. Él tenía 39 años y yo 9. Me lo recuerda mi amigo Jesús y me viene al pelo para hablar de la sensación que hoy más que nunca tengo con relación a la falta de líderes y de ideas que hace que ahora mismo, muchos de mis amigos, de la gente de mi generación, tengamos la sensación de vivir en un tiempo mediocre. Cualquier tiempo pasado fue peor, no caigo en la nostalgia enferma y me basta solamente mirarme para darme cuenta de hasta que punto es cierto, hasta que punto el presente es luminoso en lo personal, clarividente. Sin embargo el paisaje político español es aterrador el europeo es un vacío sonoro y el mundial apenas da para un rato de charla. Tocando a lo de casa, un presidente que durante años ha jugado al escondite y que cuando la historia le pedía altura se arruga y repite una vez más el ciclo de los socialdemócratas españoles, incapaces de hacer un verdadero cambio, un cambio profundo que tenga que ver con lo estructural. Un líder de la oposición al que no se le conoce una sola idea, un pensamiento digno del debate, un estilo de liderazgo que no sea esquivo, cobarde , pancista. Miro a la izquierda del espectro y no soy capaz de dar con un solo personaje capaz de captar mi atención, ni en los sindicatos, ni en los medios de comunicación, ni entre los escritores, ni dentro del mundo de la farándula. Tengo la sensación de vivir en un tiempo yermo, perdido para el futuro, en un fin de ciclo, en un desierto de ideas y combate. Tengo las sensación de que me conviene volver a algunos principios básicos sobre la lucha y lo que quiero para el futuro y que debo esperar que otros muchos estén en la misma idea, la misma postura, el mismo recogimiento intelectual, tengo que confiar que los jóvenes sean capaces de alumbrar un hombre nuevo.

Mientras tanto honro la memoria de Ernesto Che Guevara, muerto hace más de 50 años, por buscar la libertad de todos nosotros.


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Luba no era una mujer que se quedase dormida después del sexo. Muchas veces me interrogaba con los ojos o aprovechando mi indolencia jugaba con mi espalda, pasaba sus dedos por mi columna y a veces, la noche que nos reencontramos en Belgrado en contra de nuestras dos agencias y convencidos de que nuestra vida tenía precio, le daba por pedirme que hiciera de Sherezade.

-Cuéntame una historia. Ella sabía que me gustaba hacer volar la imaginación y de vez en cuando se aprovechaba. Una historia de sexo, puntualizó. -No se me dan bien las escenas de sexo soy más de acción y al decir esto nos miramos y nos reímos. -¿Seguro? -Bueno, todo es ponerse, supongo -Todo Disparé a bocajarro, para que no se pensara otra cosa y mientras ella se recostaba sobre su codo apoyando la cabeza y acariciando mi pecho empecé.

Yo una vez estaba en un hotel, subía a cenar al restaurante que estaba en el último piso, la chef era una mujer madura. Había subido todas las noches durante el mes que estuve allí y siempre me trataba muy amablemente, ella no hablaba español y su inglés era muy básico, el caso es que a mi me pareció que se interesaba por mí más de lo necesario para servirme la comida y se me ocurrió un truco, en parte sin intención, en parte como una especie de reto para llamar su atención y de paso comprobar si las señales que yo recibía estaban siendo interpretadas de manera correcta: el hotel era muy antiguo, de esos que en las llaves pone el número de la habitación en una enorme bola para evitar que te olvides de dejarlas en la recepción, yo, descuidadamente coloqué mis llaves sobre la mesa esa noche.

-Je, sonrió Luba, que listillo y se le pusieron los ojos picarones imaginando por donde apuntaba la historia.

Me puse interesante, sintiéndome el centro de aquella cama y seguí con el relato.

Ella al venir a servirme se fijó en la maniobra, miró las llaves que mostraban a las claras el número de mi habitación, me miró y sonrió. Era mi ultima cena en esa ciudad, de echo fue la última vez que he cenado allí, así que, en parte no tenia nada que perder y ella, aunque madura, conservaba un aire de belleza que no habían borrado los años, los muchos que la cumplían. La cena transcurrió con cierta normalidad, aunque las miradas, los gestos, eran evidentes. -Estoy expectante, terció Luba que se había encendido un cigarrillo, no quiero interrumpir. Luba tenía un aspecto de belleza antigua cuando fumaba, o quizá yo no estaba acostumbrado, el caso es que me parecía excitante ver como aspiraba a través y exhalaba con parsimonia.

Terminé tarde, apenas quedaron dos mesas cuando yo me iba a bajar y ella vino a mi mesa con una copa de coñac regalo de la casa, según entendí, por mi partida. Sonreí y se lo agradecí como pude, gesticulando, sonriendo y seguramente ruborizándome.

-¿Se quedó a beber contigo?

No, ella no podía hacer eso. Yo me bajé a la habitación esperando… no sé lo que esperaba.

-¡Pues a que llamara a tu puerta, supongo!

Sí, supongo que sí, pero eso podría ser terrible.

¿Por qué?

No sé, no tenía mucho sentido, el caso es que no llamó a la puerta, pero en cierto momento sonó el teléfono, nadie podía llamar a ese teléfono que nadie conocía, ni yo mismo y mi estancia allí era secreta hasta donde yo sabía. Me sorprendió y en parte me asustó, lo descolgué y hable: ¿Aló?

-¿Quién contestó?

Nadie, nadie. Se oía respirar, pero nadie contestaba.

¿Aló?

-Un poco de miedo, ¿no?

De pronto reconocí su voz, pero no entendí lo que me decía.

¡Ay! ¿y que dijiste?

Do you want to come to my room?

Me pareció que solo había un camino.

-Sí, la expresión corporal.

Ella dijo algo, repetí la pregunta y entendí que me decía en un rudimentario inglés: Tomorrow flight? Sí, le contesté; se hizo de nuevo el silencio y después de unos segundos que a mí me parecieron larguísimos ella me dijo: lo siento, gracias y colgó.

-¡Qué tensión! y ¿cómo te quedaste?

Sorprendido, empalmado.

-Normal.

Y en parte satisfecho, creo que la mujer agradeció mi deseo.

-Seguro

Aunque no fuera posible.

Luba apagó el cigarro, se dio la vuelta y como si el ciclo se hubiese cumplido, se durmió plácidamente, satisfecha y yo me quedé pensando en aquella noche y en lo que pasó realmente.

PD. Durante años he vivido a base de huidas. No estoy seguro de que hayan sido negativas, pero si que es verdad que tengo la sensación de que en algún momento debería parar y dar la cara. No sé. Quizá el año que viene.


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#Pollo al chilindrón o los juegos de cartas

En las cartas, la sota el caballo y el rey forman el Chilindrón variante de la Pechigonga que a su vez lo es de la Primiera. pero no va de naipes esta entrada, más de bien de pollo o de carne, porque el chilindrón es aquí la salsa con la que vamos a cocinar cualquiera de las carnes que nos gusten.

En una sartén con aceite a fuego muy lento pongo ajo y lo voy dorando hasta que ha dejado en el aceite todo el sabor que tenía dentro y echo a dorar el pollo que estará cortado en trozos y sin piel. Como dicen los libros de cocina, lo reservo, es decir entre los mortales: lo pongo en una fuente mientras sigo para hacer la salsa. Una vez solo el aceite, él mismo me pide la claridad de la cebolla. Se la entrego tan picada como puedo y la doro con lentitud hasta dejarla transparente, evitando que se queme y me deje un sabor ácido en el aceite.

Luego el jamón cortado en pequeños trocitos o en finas láminas.

Cuando este sofrito tiene pinta de ser suficiente le añado unos pimientos, tanto rojos como verdes y si es posible sin piel. Para los rojos me gusta asarlos previamente en el horno y recuperar la esencia que destilan para añadirla a la salsa, los verdes se pueden escaldar si son italianos u hornear si son grandes y carnosos como si fueran rojos. En ambos casos y al igual que después con el tomate, hay que quitar las pepitas que resultan molestas y al decir de algunos médicos, poco sanas. El corte lo haremos en brunoise, término pomposo y cursi, que seguro que ya sabemos que significa cortar en dados. A mi me gusta para este plato que sean de unos 4 cm de lado.

Así todo revuelto, aceite, cebolla, jamón y pimientos, le damos unas vueltas hasta que se mezclen, se integren y podamos añadir el tomate escaldado, pelado y sin pepitas. Una vez limpio el tomate, lo troceo para que se deshaga sin trabajo al calor y lo añado al contenido de la cazuela. Seguramente habrá que reducir un poco al fuego para que todo se vaya cociendo despacito. No hay que olvidarse de dar sus vueltas de vez en cuando para que la salsa quede suelta sin pegarse.

El momento en que se añade el pollo a esta salsa corpórea, depende de lo que tarda en llegar el tomate a su forma líquida; pero casi diría que es uno de esos pequeños milagros de intuición que solo se verifican en las cocinas, pasar de la química a la alquimia durante unos instantes para volver a lo racional. Pruebo para ver cómo está de sal la cosa, aunque casi siempre con la que lleva el pollo y la que deja el jamón, basta. Ya solo queda que el pollo se una a la fiesta con un vaso de vino blanco y algo de agua si hiciera falta para cubrirlo, mientras encuentra el punto en el que casi se separa de sus huesos y es entonces cuando transciende.

Harán falta veinte minutos o más o menos, pues luego cada uno le da una alegría al fuego que no es fácil de imitar y de la cazuela, y del vino, y del pollo, y en esto, queridos amigos está la gracia, en jugar bien a las cartas y como en la venganza de Don Mendo, ni quedarse ni pasarse:

MENDO El Barón de Vedia, un aragonés antipático y zumbón que está en casa del Marqués de huésped o de gorrón. Hablamos… ¿Y vos qué hacéis? Aburrirme… Y el de Vedia dijo: No os aburriréis; os propongo, si queréis, jugar a las siete y media. MAGDALENA ¿Y por qué marcó esa hora tan rara? Pudo ser luego… MENDO Es que tu inocencia ignora que a más de una hora, señora, las siete media es un juego. MAGDALENA ¿Un juego? MENDO Y un juego vil que no hay que jugarlo a ciegas, pues juegas cien veces, mil, y de las mil, ves febril que o te pasas o no llegas. Y el no llegar da dolor, pues indica que mal tasas y eres del otro deudor. Mas ¡ay de ti si te pasas! ¡Si te pasas es peor! MENDO ¡Serena escúchame, Magdalena, porque no fui yo… no fui! Fue el maldito cariñena que se apoderó de mí. Entre un vaso y otro vaso el Barón las cartas dio; yo vi un cinco, y dije «paso», el Marqués creyó otro el caso, pidió carta… y se pasó. El Barón dijo «plantado»; el corazón me dio un brinco; descubrió el naipe tapado y era un seis, el mío era un cinco; el Barón había ganado. Otra y otra vez jugué, pero nada conseguí, quince veces me pasé, y una vez que me planté volví mi naipe… y perdí. Ya mi peculio en un brete al fin me da Vedia un siete; le pido naipe al de Vedia, y Vedia me pone una media sobre el mugriento tapete. Mas otro siete él tenía y también naipe pidió… y negra suerte la mía, que siete y media cantó y me ganó en la porfía… Mil dineros se llevó, ¡por vida de Satanás! Y más tarde… ¡qué sé yo! de boquilla se jugó, y se ganó diez mil más. ¿Te haces cargo, di, amor mío? ¿Te haces cargo de mis males? ¿Ves ya por qué no sonrío? ¿Comprendes por qué este río brota de mis lagrimales?


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Romances corridos, corridas, carretillas, dedicuras. Tonás martinetes, carceleras, deblas y tonás. Siguiriyas liviana y serrana. Soleares alboreás, polo, caña, peteneras, bulerías, romances. Tangos tientos, tanguillos, mariana Cantiñas alegrías, caracoles, mirabrás, romeras, cantiñas, alegrías de Córdoba. Cantes de Malaga rondeña, jabera, verdiales, fandangos locales,malagueñas Cantes de Levante y Cantes de las Minas granaína, media granaína, taranto, taranta, cartagenera,minera. Fandangos de Huelva

Sevillanas, saetas, campanilleros, villancicos, bamberas, pregones. farrucas, garrotín. guajiras, milongas, colombianas, rumbas.


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Querido amigo, es posible que usted, como yo, de vez en cuando sienta frío. No me refiero solamente a ese frío que entra por los pies y se instala en los huesos, que también; me refiero al frío que entra por el corazón, por los ojos, por los oídos. Me refiero al frío que nos hiela el corazón cuando miramos a España, el frío que nos produce la soledad entre los nuestros, el frío de saber que no hay suficiente buena cara para tan mal tiempo.

Si es así esta es mi receta para la sopa de cebolla:

Corte 3 cebollas en rodajas y en una olla póngalas con un chorro de aceite de oliva, a fuego lento, hasta que se ponga transparente. Añada un litro de agua y un litro de caldo de carne. Hay que cocer todo esto a fuego lento 25 minutos. Pruébela y añada la sal que necesite.

En una sartén fría dos dientes de ajo en rodajas, sin pasarse o amargarían, ponga un poco de pimentón, mueva todo rápidamente y viértalo sobre la olla. Para servir, se pone la sopa en cuenco de barro, con una rodaja de pan tostado por encima y queso de fundir y se mete al horno hasta que el queso se derrita y se dore ligeramente.

Si no se pasa el frío es que ya queda poco más que hacer.

PS

Al final el silencio lo explica todo

El silencio es siempre más elocuente, más profundo, más explícito que todas las palabras. Los verbos confunden, despistan, los adjetivos esconden y los nombres se me aparecen arbitrarios. El silencio lo explica casi todo o casi nada, que lo uno y lo contrario son lo mismo.


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Intelectuales modernos

Cuando vivía en Madrid y me veía obligado a utilizar el metro con frecuencia, solía jugar a intentar colocarle a los viajeros de mi vagón una historia. Seguro que lo has hecho alguna vez, imaginar si esa muchacha es una cajera del Maxcoop o una estudiante de filología. Fijarme en las manos del hombre de aspecto bruto y saber si es albañil o calderero. Es divertido y sencillo, entre otras cosas, porque el juego no tiene premio ni castigo, salvo muy contadas excepciones, nunca supe si mi pronóstico era correcto o si por el contrario era el antiguo proverbio «las apariencias engañan» el que se llevaba una vez más el gato al agua. Más tarde he sabido de la navaja de Ockham y su principio de parsimonia o como me gusta decir a mi, si vuela y hace ¡cuá! es un pato. Sigo mirando a la gente e imaginando qué son, qué piensan, qué sienten y como quiera que soy más viejo, mucho más que cuando viajaba en metro, tengo por seguro que acierto más, cada vez más y más.

Ahora viajo en Mastodon, o como mucho voy de blog en blog como una moderna abeja electrónica y ya no me puedo fijar en las callosidades, la indumentaria, los rasgos evidentes del oficio, o los que caracterizan a la tribu a la que cada uno nos asimilamos; no sé si lleva falda larga con colores a lo hippie o un polo con el cuello ribeteado con los colores de la bandera nacional. Pero si bien algunos sostienen que uno es lo que come, yo soy más de la opinión que uno es lo que escribe, me decanto más por el culo que por la boca.

Me he especializado, ya no busco saber qué es, ahora el juego consiste en descubrir al intelectual. Tengo que aclarar que no me refiero al tipo de intelectual que apoyó, que hoy apoyaría la libertad de Dreyfus, sino más bien de su derivado moderno, que por regla general está algo menos interesado en el análisis crítico de la realidad y más en su posicionamiento en los buscadores o en el recuento avaricioso de followers.

Seguro que lo has hecho alguna vez. Seguro que has leído ese post cargado de simbolismo, de excentricidad, de referencias exquisitas y durante un tiempo, unos instantes, lo que tarda en irse todo al carajo, has tenido la sensación de envidia. ¡Hay que joderse que cultura tiene el tipo! y seguro que un instante después, al releer con detenimiento, al cambiar la posición de la espalda en la silla te has dado cuenta del engaño, has comprendido que te encontrabas ni más ni menos que ante el INTELECTUAL MODERNO.

No hay reglas fijas que permitan descubrir al impostor; cada maestrillo tiene su librillo en esto de la caza y yo con las idas y venidas por los andurriales de Cisco, he ido apuntando en mi cuaderno de campo algunos de los rasgos más comunes, lo más fenotípico de la especie, para poder cazarle antes de que me envenene mis sueños.

El intelectual moderno ve televisión pero cualquier referencia a lo que ve, tiene connotaciones cinematográficas. Las series son su fuerte y muchos las usan de manera paradigmática. Cuando hablo de series, no me refiero a las que vemos la mayoría de los seres mortales, me refiero a series norteamericanas que se encuadran con una facilidad sospechosa en la categoría de la mejor serie de la historia. No las busques, en España no se ven o tienen tan poco seguimiento que son retiradas de la parrilla de programación al poco tiempo. Sus fuentes son la HBO, desde luego en versión original y la descarga directa. Sospecha si las referencias son Mad Men, The Wire o los Sopranos. El resto de la TV es basura y consumo.

El intelectual moderno es tremendamente crítico con el Poder, perdón, con el gobierno de turno y con el partido que le sostiene. Ojo con esta norma que es resbaladiza. La crítica del espécimen tiene que ver más con las formas y menos con lo estructural. Se critica a quien gobierna, pero no al sistema. No hablamos de una crítica estructural si no más bien de la parte cosmética, lo que le suele hacer muy popular a pesar de interesarse más por Baltimore que por Zamora.

La popularidad es muy importante y es por lo cual el intelectual moderno sopesa mucho cuanto ha de poner de sublime y cuanto de la parte de Parla. Criticar los modelos políticos de izquierda de América del Sur es moderno, poner el énfasis en el aumento de la desigualdad está obsoleto. El intelectual moderno huye como despavorido de cualquier error que pudiera comprometerle en una idea que fuera realmente subversiva del sistema y con ese espíritu rebelde y rompedor que le caracteriza, vive bien en instituciones públicas amparadas por partidos liberales y de derechas. Vive del sistema y lo hace de puta madre, a través de una enorme editorial que lo cuida y lo distribuye, de las regalías que reúne, de sus colaboraciones interesadas en cuantos foros se quiera escuchar su voz, ya sea hablando de lo divino, de lo humano o de los confines de la galaxia, de la participación en vetustas instituciones académicas propias del XIX, de los premios de carácter artístico que le son otorgados de cuando en vez, de las adaptaciones cinematográficas de sus libros, de sus conferencias magistrales, de sus doctorados honoris causa, de los enormes sueldos que esos mismos partidos políticos a los que critica le proporcionan para dar relumbrón a sus operaciones inmobiliarias disfrazadas de actos culturales. El intelectual moderno suele ser un bon vivant, en esto sí, de un clasicismo que te cagas.

No sé si por oposición o por pura casualidad en contra de lo que era antes habitual ninguno de ellos proviene del campo científico, ni médicos, ni físicos, ni biólogos, ni matemáticos y en lo tocante a la música les cae bien decir a todo el que se lo quiera oír, que no hay nada como un buen disco de Jazz o de flamenco. La querencia por algunas raíces que se muestran apartadas por la invasión de lo políticamente correcto es marca de la casa. Algunos incluso descubren como una revelación íntima en alguna entrevista muy, muy personal, su amor por el fútbol, aunque nadie les haya visto nunca en el fondo sur de ningún estadio y cada día se lleva más un aire castúo y racial, esencial en lo patrio.

El intelectual moderno está enfadado, considera el humor un producto propio de personas sin preparación e incapaces de ver lo que realmente pasa. No se ríe, pero no llora.

Viajar mucho, o haberlo hecho, vanagloriarse de ello, tener costumbres de fuera, hacer notar que se estuvo allí, decorar tu casa de manera que parezca trasplantada. El intelectual moderno no es religioso, pero adora ese misticismo asiático que se manifiesta en un sashimi (presta atención que no he escrito sushi y ten en cuenta que si no sabes la diferencia demuestras una enorme discapacidad).

El intelectual moderno es impermeable, nada le mancha, ni le cambia, tiene criterios firmes y los mantiene de manera vehemente, pero bueno, esta norma no distingue mucho del común de los mortales, así que la doy por no dicha, aunque la dejo escrita por si alguien la pudiera usar.

El intelectual moderno tiende a ser idiota. Idiota en ese sentido que le damos en los barrios, tonto de baba, creído, no sé como explicarlo sin insultar mucho. El intelectual moderno es un mal compañero de camareta, un engorro en el refugio, un pesado del 14.

Pero puede que todo esto no sea suficiente o sea equívoco y detrás de alguna o de todas las reglas que te he contado se esconda un buen escritor, un cineasta genial, un escultor comprometido, un arquitecto revolucionario, un cantante sensible o una persona que merezca la pena y que sin embargo y gracias a mi mala leche y envidia, caiga en la categoría inadecuada. La prueba del algodón requiere un poco más de esfuerzo y algo de física imaginativa: si alguna vez dudas de todo lo anterior, imagina que todo lo escrito, lo dicho, lo cantado, lo fotografiado, lo bailado, lo esculpido por el supuesto intelectual se sublimara en un tris tras. Piensa entonces en el día de hoy y cómo la desaparición de su vasta obra ha influenciado lo que pasa y si la realidad no se mueve un milímetro, si el resultado se aproxima al cero absoluto, a la nada cósmica a una mierda como una piedra, puedes tener la seguridad de encontrarte ante un verdadero intelectual moderno.


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A palo seco

Se dice cantar a palo seco cuando se hace sin guitarras, ni palmeros, ni jaleadores. Cantar por derecho, solo la voz y el silencio suficiente para hacerse oír. Cantar a palo seco es hacerlo al desnudo, sin protección, de manera que la voz suene y resuene, que el verso se imponga a la floritura. Se canta a palo seco cuando hay que decir lo importante, para que nada entretenga, para centrar la vida sobre lo que interesa. A palo seco el cantaor se expone para demostrar hasta dónde es jondo, hasta dónde puede.

A palo seco: Asesinar a un terrorista no es justicia.


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¿Entonces, no volverás hasta dentro de varios meses?

Quizá no vuelva. Ya sabes cómo son estas cosas.

Déjalo de una vez, hazlo por ti, o mejor aun, hazlo por mi. Estoy harta de no saber si lo que estoy viviendo es preludio de una ausencia, una despedida para siempre o simplemente un paréntesis.

No es tan sencillo y lo sabes; el oficio de matar no tiene salida de emergencia. Quizá cuando esta guerra escondida termine pueda pensar algo, inventarme una escapatoria que nos permita vivir, pero por ahora no. Sencillamente no.

La luz de la mañana había empezado a colarse entre las rendijas del estor y Brno se dibujaba en el horizonte. Goriac besó la espalda de Nadia intentando transmitir algo de paz, recogió las sábanas que se habían arrugado a los pies y cubrió suavemente a la mujer que pudo haber matado y que ahora calmaba su ira entre misión y misión. Luego el viaje, la ira, la muerte y un regusto innecesario en la boca.

La boca que buscaría a Nadia en otro hotel de otra ciudad de otro país.


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El impulso de la mariposa

En cada cosa que hacemos, de alguna manera, hay una necesidad de permanencia estéril, una voluntad de trascendencia más allá de lo material, lo cotidiano, lo que realmente es. Tenemos un deseo de dejar huella que nos convierte en babosos caracoles y por eso nos hace lentos, íntimamente ligados al suelo. En cada acto cotidiano subyace estructuralmente una pulsión cercana al delirio que nos anima a ser recordados como mejores. Morir es lo estructural y el recuerdo de nosotros es la huella deseada. ¿No sería mejor intentar volar cada día, sin más? Recuerdo los años en los que la cuenta era positiva, animada, futurible y sin embargo he olvidado el momento exacto en el que la curva del tiempo alcanzó el cénit, el horizonte iluminado, revelador.

Deberíamos tener el impulso de la mariposa y su utilidad instantánea de belleza frágil, la innecesariedad de de ser recordados al estilo de una estatua de mármol, un nombre en una calle, un discurso aniversario. Solo trascendemos cuando el deseo es solo de ánimo presente, entonces nos despegamos del suelo tan sutilmente que la performance es perfecta, maravillosa, épica, finita, humana.


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Me ha parecido que las cosas ya estaban tranquilas. Hace varios días que no se oyen disparos y algunos vecinos han conseguido salir a la calle y volver. Volver es el reto, volver indemne, aunque el miedo se haya agarrado a los huesos y duela durante días. Los valientes o los desesperados se aventuran entre las callejuelas, se cruzan con otros asustados y no se dicen nada, si él ha venido por aquella calle, piensan, es que no hay francotiradores. Un paso, otro, así hasta llegar a un improbable éxito, a una dirección donde antes del estallido vendían medicinas. El niño ya no aguanta más, la diabetes le consume y la insulina es oro, por eso el miedo, las carreras, el estómago encogido hasta llegar a la destruida farmacia, golpear suavemente la puerta y desear que le abran, que le atiendan, que aun queden medicinas.

Mi madre murió hace meses, pero aun no hemos podido llorarle. No hay lágrimas, ni tiempo y como defensa, aunque de manera involuntaria, desde el día, desde la mañana que murió, todos hemos dejado de hablar de ella. Yo el primero, pero me asalta su imagen, los últimos días, verla respirar, la vida era solo respirar, como si hubiese un número de veces que hubiera que exhalar, una cuenta indefectible con la que hay que cumplir, un designio, una tarea, la obligación de la vida llevada hasta el recuento final. Cuando estoy sola la recuerdo esperándome, deseando mi contacto y mi aprobación y aunque me suben lágrimas desde el estómago a los ojos aun no la puedo llorar. ¿Cuánto tiempo tardamos en enterrar a quienes queremos?

Me ha parecido que las cosas ya estaban tranquilas, apenas se oyen a lo lejos los morteros que nos machacan desde el otro lado del río, por eso me he decidido a llegar hasta el parque, pasar la plaza entre cascotes, la calle donde murió el veterinario y alcanzar los parterres o lo que de ellos han dejado la metralla y la pólvora. Tenía necesidad de escribir y desde hace meses no lo sé hacer si no es al aire libre. Aquí rodeada de todos nuestros «amigos», empeñados en querernos a base de bombas, tenía que escribir en un papel que la vida siempre pende de un hilo y cada uno debería poder decidir cuando corta el cordón que le une al resto.

Mi madre murió hace meses y hasta este momento no he podido hablar de ella. ¡Hay tanto dolor en la ausencia!


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