Francisco Molinero

1959-

Necesito a alguien que recoja las mieses, el fruto almibarado, la uva dorada de lo que siembro. No tengo tiempo, no tengo ganas, no tengo fuerzas para la espera sino para la siembra fecunda, la tierra horadada. Necesito alguien que se preocupe de lo mio, que me haga ver que desperdicio el tiempo, que me conduzca al buen camino, alguien que no me entienda pero que esté atento, atenta mejor dicho, necesito a alguien con una paciencia infinita, que se acostumbre al silencio de quien se vació con las teclas del maldito ordenador. Necesito a alguien que me acompañe desde lejos, que reúna las gavillas interesantes, las otras también, que las junte y las almacene. Necesito a alguien más que comer, para reunir las palabras que se me escapan entre los dedos, los giros que no soy capaz de anotar, las ideas que se pierden en medio de la noche por no tener a mano la voluntad suficiente. Necesito a alguien con espíritu administrativo, ordenado, encadenado, paciente, un relojero minucioso que clasifique las piezas en pequeños departamentos en una caja de madera: Nocturno, alegre, ocioso,miscelánea… una persona que me siga los pasos sin que me de cuenta y me prepare una caja como resultado final, un segundo antes o un minuto. Necesito un segador que recoja la cosecha que derramo con mi sudor, la espiga encendida, el verso amasado, la palabra encontrada, perdida.


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Pantomimo

Os regalo una palabra, por si andáis escasos, por si queriendo decir, no sabéis como y os quedáis mudos, absortos, pasmados con la boca preparada y el alma desprevenida. Os regalo una palabra de tantas, aunque no una cualquiera, larga y hermosa, que os ayude si estáis solos o con ganas de no saber lo que ocurre ahí fuera. Os regalo una palabra para que os acordéis de mi, como yo me acuerdo de aquella mujeruca que me regaló un chiste en la calle Orense, una palabra que os asalte y os conmueva, os perturbe, os inquiete, que os haga pensar y si os descuidáis sentir, una palabra que suene en vosotros, en vuestras cabezas, en vuestros corazones.

Os regalo una palabra y os digo que os quiero, porque me leéis, silenciosos y eso me agrada y me altera y me parece imposible, inimaginable y me hace pensar que al final estamos tan solos como somos capaces.

pantomimo

(Del latín pantomīmus, y este del griego παντόμιμος, que lo imita todo).

Truhan, bufón o representante que en los teatros remeda o imita diversas figuras.


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No se debe utilizar con orégano ni con mejorana. Combina bien con estofados, patatas, huevos, embutidos, escabeches y todo tipo de salsas. Si se utiliza en platos muy grasos, facilita su digestión y realza el sabor. Perfecto con el pollo asado. También sirve para aromatizar sopas, marinadas (en especial para las aceitunas también llamada olivas), rellenos, guisos y verduras asadas o fritas (en especial setas y calabacines), conserva su sabor en platos de cocción lenta. La caza, la carne de ave y las carnes a la parrilla ganan con tomillo que se utiliza seco. Ponga un puñado de esta hierba seca en las brasas de su parrilla y perfumará agradablemente las carnes asadas allí. Resulta especialmente bien con aceite y vino o vinagre para marinar las carnes y pescados, y para condimentar verduras tales como calabacines, berenjenas, pimientos dulces y tomates. Ramas de tomillo

PS

Decidir es una carga adosada a la libertad o al menos a su ilusión. Queremos todos los juguetes, todos los amores, todas las opciones, pero cada minuto el camino se bifurca y cada elección se convierte en pérdida y en opciones.


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Hipócritas

Una idea muy socorrida es la de «ser uno mismo». Ahora no recuerdo la filiación o es que como todas las tonterías tiene un cierto aire de idea criada sin padre ni madre. Tanto da, una vez más como diría el cursi del Principito «lo importante está en el interior», en la falacia que encierra para muchos. Yo es que soy así… dicen todos los estultos concursantes de los mil y un programas de telerealidad cuando acaban de hacer una putada del catorce o se han tirado un pedo a cámara. Ser uno mismo, ser natural tiene aire de verdad.

Los griegos llamaban a sus actores Hipócritas, es decir los que hacían de otro y la palabra ha caído en una cierta vergüenza inmerecida. Sincero sería el antónimo de hipócrita y por extensión el apelativo que podríamos asignar a quién se muestra tal y como es.

A pesar del buenismo me temo que la mayoría actuamos con la mejor destreza posible, aunque para no pontificar, solamente afirmo que creo que mi dosis de Margarita Xirgu es alta. Porque si pienso en mí no sé cuando soy más sincero, cuando, como suele ser a menudo, me muestro taciturno, silencioso, irritable o cuando disfruto de la complicidad del humor ágil, de mi pareja de baile con las palabras. ¿Quién soy yo?

Ando rumiado sobre mi condición, en lo que seguro que aparenta un deseo de respuesta existencial y que no es sino tiempo libre y soledad.

Soy un hipócrita con un vehemente deseo de Óscar. Se ve una licorería en la que entre las botellas hay una talla de una virgen imagen de Alina Sofía


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A los arquitectos les gustan los edificios que al resto de los mortales nos parecen horrorosos. Estaba hojeando un libro de arquitectura y esa es la sensación que tengo. Sin embargo estudian durante años hasta conseguir una titulación que les permita buscar el mecenas que les pague un horroroso y posiblemente incómodo edificio de los que luego vemos fotografiados en esos enormes y carísimos libros de arquitectura. Es un círculo vicioso o virtuoso, no sé. Antes los mecenas tenían que ser faraones o reyes. Una cierta marca de clase es poder desperdiciar el dinero en obras enormes que no son del gusto de la mayoría. La mayoría tiene un gusto escaso y un buen síntoma de distinción es no tener ese gusto común, por eso muchos-muchas correan ooooos ante algunas obras de gran tamaño y dudosa estética, porque no gustan a la mayoría y aunque no son faraones ni reyes saben que admirar obras de ese calibre material y estético les acerca a la elìte. Ya no hay faraones y los reyes tienen sueldo del estado, buen sueldo, pero sueldo al fin y al cabo y quitando algunos sátrapas del área de oriente en Europa los faraones actuales son empresas multinacionales y sus directivos son los que usurpando el puesto de prius inter pares crean fundaciones, compran obras de arte y encargan edificios horrendos a arquitectos de renombre internacional. Los faraones lo hacían con un sentido trascendente, los directivos de las multinacionales lo hacen para evadir impuestos y por la comisión que suelen llevar estas obras. Humano, demasiado humano, pero ni los reyes impostores se libran del problema de la cuenta de resultados. Luego solamente hace falta tiempo. El tiempo tiene muchas virtudes; la más evidente es la de oxidar los tejidos, envejecer a los seres vivos, luchar en la pelea de la entropía y a escala artística hacer bueno lo que era bodrio. Basta el paso de apenas un siglo para considerar protegible lo que en muchos casos debería ser reciclable; unos siglos más y se declara patrimonio de la humanidad y se pone a buen recaudo de una institución semipública que se encarga de cobrar las entradas, organizar las colas y proporcionarte trípticos y auriculares wireless para que puedas entender la belleza del sitio que visitas; ese mismo sitio por donde hace unos siglos pasearon hombres y mujeres sencillos que no podían entender como el faraón se gastaba semejante cantidad de dinero en semejante mamarrachada mientras ellos se morían de hambre. que les permita buscar el mecenas que les pague un horroroso y posiblemente incómodo edificio de los que luego vemos fotografiados en esos enormes y carísimos libros de arquitectura. Es un círculo vicioso o virtuoso, no sé. Antes los mecenas tenían que ser faraones o reyes. Una cierta marca de clase es poder desperdiciar el dinero en obras enormes que no son del gusto de la mayoría. La mayoría tiene un gusto escaso y un buen síntoma de distinción es no tener ese gusto común, por eso muchos-muchas correan ooooos ante algunas obras de gran tamaño y dudosa estética, porque no gustan a la mayoría y aunque no son faraones ni reyes saben que admirar obras de ese calibre material y estético les acerca a la elìte. Ya no hay faraones y los reyes tienen sueldo del estado, buen sueldo, pero sueldo al fin y al cabo y quitando algunos sátrapas del área de oriente en Europa los faraones actuales son empresas multinacionales y sus directivos son los que usurpando el puesto de prius inter pares crean fundaciones, compran obras de arte y encargan edificios horrendos a arquitectos de renombre internacional. Los faraones lo hacían con un sentido trascendente, los directivos de las multinacionales lo hacen para evadir impuestos y por la comisión que suelen llevar estas obras. Humano, demasiado humano, pero ni los reyes impostores se libran del problema de la cuenta de resultados. Luego solamente hace falta tiempo. El tiempo tiene muchas virtudes; la más evidente es la de oxidar los tejidos, envejecer a los seres vivos, luchar en la pelea de la entropía y a escala artística hacer bueno lo que era bodrio. Basta el paso de apenas un siglo para considerar protegible lo que en muchos casos debería ser reciclable; unos siglos más y se declara patrimonio de la humanidad y se pone a buen recaudo de una institución semipública que se encarga de cobrar las entradas, organizar las colas y proporcionarte trípticos y auriculares wireless para que puedas entender la belleza del sitio que visitas; ese mismo sitio por donde hace unos siglos pasearon hombres y mujeres sencillos que no podían entender como el faraón se gastaba semejante cantidad de dinero en semejante mamarrachada mientras ellos se morían de hambre.


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Pasar a los cuarenta no me costó tanto, de verdad, les debía tener más miedo, ya sabes las cosas que se dicen, la falta de empuje, dejar de resultar atractivo. Creo que esa es la razón de que lo de los sesenta si que haya sido un uppercut de los que te llevan a la lona. Ahora ando sonado, pasando los días e intentando ver si mi enemigo está cerca o lejos.

En casa de Pili, en Londres, donde gracias a su amabilidad hace años pasamos unos días, tenía un libro sobre el tema. El título decía algo así como «Doctor, tengo 50 años, ¿que me pasa?» y claro, lo ojeé, pero volcaba los problemas hacia los cambios en las hormonas, la pérdida de ciertas sustancias. Sin valor culinario, como muchas especies de setas. La cuestión parece más delicada y quizá tenga que ver con aquello que le oí a Eduard Punset en una interesante conferencia en Barcelona, sobre el diseño humano, que calculaba nuestra vida hasta los treinta y tantos como mucho y que ahora se encuentra con individuos que están «fuera de los límites esperados», individuos para los que este tiempo de descuento la vida no tenía previsto nada.

La cuestión es que me asalta una sensación que se parece a la falta de interés.

Eso y que de vez en cuando me entero, como a mi llegada a Inverness hace un tiempo, que mi compañero de pupitre, Javier ha fallecido. Me lo dijo Álvaro a través de Faceebook y me dejó como si al uppercut anterior le hubiese sumado un crochet directo a los riñones. Complicaciones. Luego la conexión a Internet también se fastidió y no pude quedar con Álvaro a hablar de nuestro amigo común en algún pub de Londres.

Espero ansioso la campana, escupir el protector y que una mano amiga me libere de la presión del elástico de mi calzón. Que no me me deje knockout, esa es la obsesión

¿En qué asalto estamos?

Estoy organizando mi ropa de invierno Y deseando estar de camino a casa donde los inviernos neoyorquinos no me sangren dirigiéndome de camino a casa

En el ring permanece un boxeador, un luchador profesional y lleva los recuerdos de cada guante que le tumbó y le cortó hasta que gritó de ira y vergüenza

“Me voy, me voy, pero el luchador aún permanece”

The Boxer (Simon & Garfunkel) 1960


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Me gusta volar cometas.

En la playa, por la tarde cuando el olor a aceites bronceadores o protectores deja paso a la sal y la luz se tamiza, pasear por la orilla volando una cometa aprovechando que el viento acude al atardecer como al amanecer a ese fractal entre la tierra y el agua.

Hay una tensión entre la cometa arriba, ondeando y los pies firmes en el suelo y siempre pienso al llegar al punto en el que el hilo se acaba que debería ceder al deseo de la cometa de volar pero sé que en el instante que soltara el hilo, la cometa caería desplomada.

Deseo imposible que sólo existe oponiéndose a la firme resistencia de los pies sobre la tierra.


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Allí escondido entre las cajas de pescado apiladas, después de más de tres horas en las que el frío había conseguido hacer lentamente las labores de anestésico, pistola en mano, Román pensaba en lo que hubiera querido ser y evidentemente no era. Las cazas, como él las llamaba, le eran muy propicias a este tipo de divagaciones en las que su cabeza buscaba entre las revueltas de la memoria lo que seguramente nunca había existido. Durante años pensó que lo más importante que podría haber hecho es salvar vidas, pero no fue capaz, luego probó su faceta artística pero los balbuceantes pasos por las tablas sonaron más a fracaso que a premio de la crítica, después la música, los pinitos en la cocina, los negocios, la investigación… Cincuenta años más tarde, esperando que su presa apareciera para acabar con su vida, en este caso sí, con una maestría que los que le conocían apreciaban como exquisita, convertido en agente doble y fundamentalmente en asesino a sueldo, caía en la cuenta de tener por delante la ingente tarea de asumir que en algún momento el guarda agujas se había posicionado en contra. Román no era un tipo blando, ni en lo físico, ni mentalmente y es posible que en este caso debido a la humedad del almacén o a que la falta de azúcar le estaba haciendo mella, sintió un escalofrío, un temblor minúsculo y durante un instante que ni siquiera ocupó tiempo, pena de sí mismo y como si la historia no pudiera entrecortarse, no tuviera tiempo para las cosas pequeñas, la puerta de atrás se abrió y los goznes giraron en la jamba y al mismo tiempo en la columna de Román, que se curvó como un gato, detuvo la respiración, bajó los hombros, alzó sutilmente la pistola ante sus ojos abiertos para mejorar la puntería y disparó una sola bala certera al cuello de la mujer que acababa de entrar. Allí en el suelo, sin poder gritar, destrozada su faringe por el disparo preciso de Román tuvo que escuchar el «recado» de quien había mandado matarla: «Ya no te quiero».
La piedad de un tiro en la nuca remató la escena, otra más, tan incompresible para él como su vida, la que tenía a pesar de no desearla.


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Un ejercicio sobre la ausencia

Me propongo un ejercicio sobre la ausencia, una obra que exprese ese sentimiento de haber perdido algo y pienso en una silla vacía. No vale, no demuestra que algo, que alguien no esté. Un millón de sillas ocupadas y una en el centro sin nadie. No vale, es evidente la falta de alguien pero no su ausencia, porque tiene que ver con haber estado y no estar. La imagen pues debe demostrar las dos cosas.
Un nido como los que al final de la primavera aparecen en el seto de casa, un nido vacío con unas plumas nos habla de una antigua presencia pero descubro que entonces me falta la perspectiva del observador, la ausencia entonces tiene que ver con quien se va y también con quien se queda y por tanto genera el sentimiento. Me asalta la imagen de una persona con la mirada más allá de los límites de la vista. Es sugerente porque la ausencia y el recuerdo están emparejados, pero me resulta demasiado sutil. Admito sugerencias. Dos jambas sin su dintel, una mesa en la cocina en la que queda una taza de café medio llena, una tostada empezada. Un cauce seco de un río, una cama con una persona y el otro lado simplemente con la huella de quien estuvo, unas huellas en la nieve, una balón deshinchado, alguien que se ahoga por falta de aire, una mujer llorando, un pabellón psiquiátrico para enfermos de Altzheimer.


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Coruxo al horno con patatas

Hace tiempo tuve la suerte de pasar un fin de semana con Pilaja en Vigo y como no podía ser de otra manera, gran parte de la fiesta fue disfrutar de peces y mariscos gallegos.

Me quedo con el Coruxo al horno que comimos en A venta da Vela en Cabo do home que nos impresionó a todos los madrileños que compartíamos mesa. La receta vale para el Coruxo (Rodaballo) y otras especies como la Lubina e intuyo que para el besugo.

En una fuente de barro ponemos bastante cebolla, unos tomates, un par de pimientos verdes troceados, un diente de ajo machacado, una hoja de laurel y lo metemos al horno con caldo si es posible (agua + concentrado en caso de no tener un fume) y vino blanco. Escogemos unas patatas pequeñas y las cortamos en un par de trozos o tres, las unimos a las verduras cuando estas estén pochadas y añadimos entonces un poco más de caldo con algo de sal y azafrán.

Tiene que cocerse al horno todo cerca de media hora, hasta que las patatas estén casi a punto, en ese momento, tomamos los Coruxos y les hacemos unos cortes en la piel donde podemos introducir alguna rodaja de limón. Se espolvorean con pan rallado y se meten al horno encima del suelo de verdura y patatas. Con el horno caliente no harán falta más de 20 minutos y entre medias abriremos el horno para rociar el pescado con el jugo de las verduras y las patatas.

Se sirve en la propia fuente directamente del horno.


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