La cometa
Me gusta volar cometas.
En la playa, por la tarde cuando el olor a aceites bronceadores o protectores deja paso a la sal y la luz se tamiza, pasear por la orilla volando una cometa aprovechando que el viento acude al atardecer como al amanecer a ese fractal entre la tierra y el agua.
Hay una tensión entre la cometa arriba, ondeando y los pies firmes en el suelo y siempre pienso al llegar al punto en el que el hilo se acaba que debería ceder al deseo de la cometa de volar pero sé que en el instante que soltara el hilo, la cometa caería desplomada.
Deseo imposible que sólo existe oponiéndose a la firme resistencia de los pies sobre la tierra.
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