Faraones
A los arquitectos les gustan los edificios que al resto de los mortales nos parecen horrorosos. Estaba hojeando un libro de arquitectura y esa es la sensación que tengo. Sin embargo estudian durante años hasta conseguir una titulación que les permita buscar el mecenas que les pague un horroroso y posiblemente incómodo edificio de los que luego vemos fotografiados en esos enormes y carísimos libros de arquitectura. Es un círculo vicioso o virtuoso, no sé. Antes los mecenas tenían que ser faraones o reyes. Una cierta marca de clase es poder desperdiciar el dinero en obras enormes que no son del gusto de la mayoría. La mayoría tiene un gusto escaso y un buen síntoma de distinción es no tener ese gusto común, por eso muchos-muchas correan ooooos ante algunas obras de gran tamaño y dudosa estética, porque no gustan a la mayoría y aunque no son faraones ni reyes saben que admirar obras de ese calibre material y estético les acerca a la elìte. Ya no hay faraones y los reyes tienen sueldo del estado, buen sueldo, pero sueldo al fin y al cabo y quitando algunos sátrapas del área de oriente en Europa los faraones actuales son empresas multinacionales y sus directivos son los que usurpando el puesto de prius inter pares crean fundaciones, compran obras de arte y encargan edificios horrendos a arquitectos de renombre internacional. Los faraones lo hacían con un sentido trascendente, los directivos de las multinacionales lo hacen para evadir impuestos y por la comisión que suelen llevar estas obras. Humano, demasiado humano, pero ni los reyes impostores se libran del problema de la cuenta de resultados. Luego solamente hace falta tiempo. El tiempo tiene muchas virtudes; la más evidente es la de oxidar los tejidos, envejecer a los seres vivos, luchar en la pelea de la entropía y a escala artística hacer bueno lo que era bodrio. Basta el paso de apenas un siglo para considerar protegible lo que en muchos casos debería ser reciclable; unos siglos más y se declara patrimonio de la humanidad y se pone a buen recaudo de una institución semipública que se encarga de cobrar las entradas, organizar las colas y proporcionarte trípticos y auriculares wireless para que puedas entender la belleza del sitio que visitas; ese mismo sitio por donde hace unos siglos pasearon hombres y mujeres sencillos que no podían entender como el faraón se gastaba semejante cantidad de dinero en semejante mamarrachada mientras ellos se morían de hambre. que les permita buscar el mecenas que les pague un horroroso y posiblemente incómodo edificio de los que luego vemos fotografiados en esos enormes y carísimos libros de arquitectura. Es un círculo vicioso o virtuoso, no sé. Antes los mecenas tenían que ser faraones o reyes. Una cierta marca de clase es poder desperdiciar el dinero en obras enormes que no son del gusto de la mayoría. La mayoría tiene un gusto escaso y un buen síntoma de distinción es no tener ese gusto común, por eso muchos-muchas correan ooooos ante algunas obras de gran tamaño y dudosa estética, porque no gustan a la mayoría y aunque no son faraones ni reyes saben que admirar obras de ese calibre material y estético les acerca a la elìte. Ya no hay faraones y los reyes tienen sueldo del estado, buen sueldo, pero sueldo al fin y al cabo y quitando algunos sátrapas del área de oriente en Europa los faraones actuales son empresas multinacionales y sus directivos son los que usurpando el puesto de prius inter pares crean fundaciones, compran obras de arte y encargan edificios horrendos a arquitectos de renombre internacional. Los faraones lo hacían con un sentido trascendente, los directivos de las multinacionales lo hacen para evadir impuestos y por la comisión que suelen llevar estas obras. Humano, demasiado humano, pero ni los reyes impostores se libran del problema de la cuenta de resultados. Luego solamente hace falta tiempo. El tiempo tiene muchas virtudes; la más evidente es la de oxidar los tejidos, envejecer a los seres vivos, luchar en la pelea de la entropía y a escala artística hacer bueno lo que era bodrio. Basta el paso de apenas un siglo para considerar protegible lo que en muchos casos debería ser reciclable; unos siglos más y se declara patrimonio de la humanidad y se pone a buen recaudo de una institución semipública que se encarga de cobrar las entradas, organizar las colas y proporcionarte trípticos y auriculares wireless para que puedas entender la belleza del sitio que visitas; ese mismo sitio por donde hace unos siglos pasearon hombres y mujeres sencillos que no podían entender como el faraón se gastaba semejante cantidad de dinero en semejante mamarrachada mientras ellos se morían de hambre.
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