#Pollo al chilindrón o los juegos de cartas
En las cartas, la sota el caballo y el rey forman el Chilindrón variante de la Pechigonga que a su vez lo es de la Primiera. pero no va de naipes esta entrada, más de bien de pollo o de carne, porque el chilindrón es aquí la salsa con la que vamos a cocinar cualquiera de las carnes que nos gusten.
En una sartén con aceite a fuego muy lento pongo ajo y lo voy dorando hasta que ha dejado en el aceite todo el sabor que tenía dentro y echo a dorar el pollo que estará cortado en trozos y sin piel. Como dicen los libros de cocina, lo reservo, es decir entre los mortales: lo pongo en una fuente mientras sigo para hacer la salsa. Una vez solo el aceite, él mismo me pide la claridad de la cebolla. Se la entrego tan picada como puedo y la doro con lentitud hasta dejarla transparente, evitando que se queme y me deje un sabor ácido en el aceite.
Luego el jamón cortado en pequeños trocitos o en finas láminas.
Cuando este sofrito tiene pinta de ser suficiente le añado unos pimientos, tanto rojos como verdes y si es posible sin piel. Para los rojos me gusta asarlos previamente en el horno y recuperar la esencia que destilan para añadirla a la salsa, los verdes se pueden escaldar si son italianos u hornear si son grandes y carnosos como si fueran rojos. En ambos casos y al igual que después con el tomate, hay que quitar las pepitas que resultan molestas y al decir de algunos médicos, poco sanas. El corte lo haremos en brunoise, término pomposo y cursi, que seguro que ya sabemos que significa cortar en dados. A mi me gusta para este plato que sean de unos 4 cm de lado.
Así todo revuelto, aceite, cebolla, jamón y pimientos, le damos unas vueltas hasta que se mezclen, se integren y podamos añadir el tomate escaldado, pelado y sin pepitas. Una vez limpio el tomate, lo troceo para que se deshaga sin trabajo al calor y lo añado al contenido de la cazuela. Seguramente habrá que reducir un poco al fuego para que todo se vaya cociendo despacito. No hay que olvidarse de dar sus vueltas de vez en cuando para que la salsa quede suelta sin pegarse.
El momento en que se añade el pollo a esta salsa corpórea, depende de lo que tarda en llegar el tomate a su forma líquida; pero casi diría que es uno de esos pequeños milagros de intuición que solo se verifican en las cocinas, pasar de la química a la alquimia durante unos instantes para volver a lo racional. Pruebo para ver cómo está de sal la cosa, aunque casi siempre con la que lleva el pollo y la que deja el jamón, basta. Ya solo queda que el pollo se una a la fiesta con un vaso de vino blanco y algo de agua si hiciera falta para cubrirlo, mientras encuentra el punto en el que casi se separa de sus huesos y es entonces cuando transciende.
Harán falta veinte minutos o más o menos, pues luego cada uno le da una alegría al fuego que no es fácil de imitar y de la cazuela, y del vino, y del pollo, y en esto, queridos amigos está la gracia, en jugar bien a las cartas y como en la venganza de Don Mendo, ni quedarse ni pasarse:
MENDO El Barón de Vedia, un aragonés antipático y zumbón que está en casa del Marqués de huésped o de gorrón. Hablamos… ¿Y vos qué hacéis? Aburrirme… Y el de Vedia dijo: No os aburriréis; os propongo, si queréis, jugar a las siete y media. MAGDALENA ¿Y por qué marcó esa hora tan rara? Pudo ser luego… MENDO Es que tu inocencia ignora que a más de una hora, señora, las siete media es un juego. MAGDALENA ¿Un juego? MENDO Y un juego vil que no hay que jugarlo a ciegas, pues juegas cien veces, mil, y de las mil, ves febril que o te pasas o no llegas. Y el no llegar da dolor, pues indica que mal tasas y eres del otro deudor. Mas ¡ay de ti si te pasas! ¡Si te pasas es peor! MENDO ¡Serena escúchame, Magdalena, porque no fui yo… no fui! Fue el maldito cariñena que se apoderó de mí. Entre un vaso y otro vaso el Barón las cartas dio; yo vi un cinco, y dije «paso», el Marqués creyó otro el caso, pidió carta… y se pasó. El Barón dijo «plantado»; el corazón me dio un brinco; descubrió el naipe tapado y era un seis, el mío era un cinco; el Barón había ganado. Otra y otra vez jugué, pero nada conseguí, quince veces me pasé, y una vez que me planté volví mi naipe… y perdí. Ya mi peculio en un brete al fin me da Vedia un siete; le pido naipe al de Vedia, y Vedia me pone una media sobre el mugriento tapete. Mas otro siete él tenía y también naipe pidió… y negra suerte la mía, que siete y media cantó y me ganó en la porfía… Mil dineros se llevó, ¡por vida de Satanás! Y más tarde… ¡qué sé yo! de boquilla se jugó, y se ganó diez mil más. ¿Te haces cargo, di, amor mío? ¿Te haces cargo de mis males? ¿Ves ya por qué no sonrío? ¿Comprendes por qué este río brota de mis lagrimales?
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