El impulso de la mariposa
En cada cosa que hacemos, de alguna manera, hay una necesidad de permanencia estéril, una voluntad de trascendencia más allá de lo material, lo cotidiano, lo que realmente es. Tenemos un deseo de dejar huella que nos convierte en babosos caracoles y por eso nos hace lentos, íntimamente ligados al suelo. En cada acto cotidiano subyace estructuralmente una pulsión cercana al delirio que nos anima a ser recordados como mejores. Morir es lo estructural y el recuerdo de nosotros es la huella deseada. ¿No sería mejor intentar volar cada día, sin más? Recuerdo los años en los que la cuenta era positiva, animada, futurible y sin embargo he olvidado el momento exacto en el que la curva del tiempo alcanzó el cénit, el horizonte iluminado, revelador.
Deberíamos tener el impulso de la mariposa y su utilidad instantánea de belleza frágil, la innecesariedad de de ser recordados al estilo de una estatua de mármol, un nombre en una calle, un discurso aniversario. Solo trascendemos cuando el deseo es solo de ánimo presente, entonces nos despegamos del suelo tan sutilmente que la performance es perfecta, maravillosa, épica, finita, humana.
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