Francisco Molinero

1959-

Hoy mientras recogía la ropa del tendedero me he descubierto hablando sin interlocutor. Por un instante me he callado, solamente dos segundos he tardado en ser consciente, callarme y resituarme sobre lo que me pasaba. Al cabo he continuado con la labor y he terminado de descolgar toda la ropa, ya seca y con ese olor que queda en los tejidos que se han secado al sol.


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No, creo que no nos conocemos. Mi nombre es Román, encantado. ¿Por casualidad? ¿Cómo? Digo que si está por casualidad aquí o es un interés especial. ¡Oh! Ni lo uno ni lo otro exactamente, me interesa, pero estoy aquí por invitación de un amigo, creo que de un amigo común. ¿Quién? Román sopesó la respuesta. Estaba claro que Alexei conocía la exposición y que se encontraba a miles de kilómetros de distancia, teniendo en cuenta que hoy era el día de la inauguración, Nacho y Alexei debían tener algún vínculo. Por otro lado la cita, la primera llamada anónima y la última algo oscura de Luvtxenko no presagiaban una relación en la que se pudiera confiar sin más. Ardiel -respondió- Ardiel Mostar. No me suena, lo siento. Bueno, es un excéntrico y le gusta jugar a las escondidas con su nombre, es posible que usted le conozca por otro. Es posible. Y ¿él no ha venido? No, me envía a intentar descifrar un misterio que debería estar encerrado en sus obras. ¿En todas? No lo sé, en todas, en alguna, en su obra como conjunto. La verdad es que llevo ya un buen rato y no consigo entender el propósito, la intención. Eso es fácil de entender, Román, no se puede entender lo que no existe. ¿La intención? Eso es.

Me quedo perplejo, quiero decir que sé que mi amigo me ha citado para que descubra algo y no me queda más remedio que eso que debo descubrir está aquí, entre los objetos expuestos. Es posible pero quizá no obedezca a los deseos de quien los hizo, es decir a los míos. ¿Entonces? Imagínese más bien en hacer por hacer, hacer algo que no sabes exactamente que es precisamente por eso, hacer demasiado, más allá de la razón de las cosas encajadas en el mundo. Puede ser. Pero lo duda. Si, sinceramente, por mi trabajo soy más proclive a creer en el complot universal que en el libre albedrío. Ja ja ja, perdone que me ría, es usted un hombre singular, o todo o nada, todo un hombre de nuestro tiempo. No me lo tome a mal. No lo hago. Ha sido un placer, y de corazón espero que encuentre el motivo o lo que quiera que su amigo le ha empujado a buscar entre estos objetos. Disfrute. Gracias.

El autor se dio la vuelta y se encaró con otros visitantes que le felicitaban de manera efusiva y por un instante Román sintió como si el artista fuese su propia obra y tuvo el arrebato de seguir hablando con el sobre el arte y sobre la vida; No podía ser. La clave de Alexei debía estar en otro lado, por muy enrevesado que fuese este jodío ruso no podía haberle mandado a una persona a ponerle en el brete de averiguar como cambiar el futuro de su vida.

Allí estaba, frente al inmenso mapa, mirando sin ver, deseando encontrar sin saber donde mirar y poco a poco empezó a leer los nombres de las ciudades y pueblos que se representaban: Riazán, Tambov, Saratov, Orsk. Los recuerdos estaban dibujados en el mapa, cada una de las veces que pasó miedo, que se enamoró, que pensó que su vida estaba tirada a la papelera, tenía el nombre de una ciudad. Kostroma, donde estuvo dos días en casa de Oleg, Tula, Liski que le trajo a la boca el sabor del caviar, Banilov, Siktivkar. Sitkivkar era la clave; mejor aun la presencia de Sitkivkar fuera de sitio, descolocada y con unos números garabateados debajo eran la clave.

153-06

Ahora todo se aclaraba. ¡Qué cabrón Alexei! lo había conseguido. Román miró el reloj, pasaban unos minutos de las diez; había que darse prisa y volar al aeropuerto. De pronto el mundo se le vino encima. ¿Qué haría con Miranda? Libertad o amor, esa era la elección en este momento y a Román solo se le ocurría que lo importante empezaba a ser él mismo.


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El tiempo hace regates se muestra amable y al momento duro.

Yo me escondo entre el granizo, tras las horas espero poder verte en el deshielo.

Y mientras, la radio me escupe la basura de cada día y me desespero escondido entre el sol y la lluvia deseando verte y que escampe o que el agua arrastre cada ceniza anhelando mirarte de cerca.

Vivo en un país que conspira contra mi contra cada persona de bien por eso me escondo soñando con tocarte de nuevo entre las flores de mi jardín solitario junto a las estatuas y las madrigueras.


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Tuvo que hacer la maleta de una forma tan apresurada que olvidó poner algunos pañuelos por si se constipaba. Ahora todo el mundo utiliza los de papel en la creencia de que son más higiénicos, aunque la verdadera razón es la presión comercial de las grandes papeleras. Laín no consentía que su piel fuera usurpada por semejante producto y desde siempre viajaba con media docena de pañuelos bordados con sus iniciales FLU. Realmente no hicieron falta ni los pañuelos ni el resto de ajuar que viajó con él en la maleta desde Barcelona hasta el aeropuerto Jomo Kenyata y que finalmente se perdió en la vorágine aeroportuaria y corrupta de Kenia. Su visita a la cumbre sobre el cambio climático se había disfrazado dentro de la representación de una mediana organización española apoyada por el ministerio de medioambiente que manejaban los verdes con el placet del PSOE en aquellos años. La cita fue en Nakuru, en las afueras del mercado y apenas duró quince minutos. Luego la noticia en el Kenya daily de la muerte de un turista de cuatro puñaladas apenas reflejaba lo que verdaderamente pasó y porqué no hizo uso de la pistola Astra que llevaba en su pernera. La misión quedó abortada, los pañuelos inútiles y la maleta perdida llegó a manos de Ángela un mes después haciendo que la herida se abriera de nuevo. La vida es injusta y más si la tratamos con tanta vehemencia que no la dejamos expresarse con tranquilidad.


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La verdad es que a mi me quedan cinco minutos exactamente. ¿Te tienes que marchar ya? ¿tan pronto? Tengo que llevar al mayor a clases de tenis y entra a la bonita hora de las 18,50 y entonces recojo a Soraya a las 19,15 y así sucesivamente hasta el infinito ¡Qué horror, eso es peor que planchar!, si cabe, el oficio de padre moderno es fundamentalmente transportista. Si, es una putada, los consejos se van dando en el coche. Mirando por el retrovisor, que nos ven como deformados, ¡qué pena! Qué lastima, si. No nos queda otra ¿o sí? La verdad es que podría ir andando, pero entonces no podría estar contigo. Cada elección es una pérdida y así vamos, dejándonos jirones en cada ráfaga. ¡Hala, hala, y cada elección es también una victoria! Pues si, eso también, pírrica creo que es el calificativo. Bueno, llegó el triste momento. Hoy solo mira por el retrovisor y le sonríes de mi parte Chao Raimond Ciao cara.


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Cuando falleció mi tía María Luisa. Me tocó ir a su casa a recoger lo que hubiera de valor y a tirar el resto. Al hablar de cosas de valor no me quiero referir al dinero, sino más bien a cosas que mereciera la pena conservar. El resultado han sido muchos libros bastantes cuadros suyos y un arsenal de fotografías y recuerdos que ahora esperan una cierta catalogación. Años más tarde terminé recogiendo mucho más, pero esa historia la he de contar más adelante.

Sin más rodeos. Entre los enseres había varias novelas de Edward M. Payton o mejor decir Fotografía de Eduard M. Payton Eduardo Molinero Bustos. Eduardo, primo de mi padre y supongo que en virtud del parentesco, tío mio, fue un militar que estaba en Valladolid cuando los golpistas acabaron con la República y pasó la mayoría de la guerra en el frente de Madrid en las estáticas trincheras del puerto de los leones a las órdenes del los sublevados. Debió ser allí donde recogió en sus pupilas y guardó algunas de las historias que luego describiría bajo seudónimo para la Editorial Valenciana en los años 50 y 60. Dejó el ejército en 1965 y me cuentan que no sólo era escritor sino también un buen músico.

Sólo he podido recuperar cuatro novelas suyas, una de la colección “Luchadores del espacio” (1) que tituló  La Rebelión de Wania y otras tres de la colección “Comandos”, Sangre en Hungría, Petróleo en el Sáhara y un Comando en el desierto. Es posible que escribiera más, pero no he sido capaz de encontrar mucha documentación en Internet, apenas dos títulos más de la colección Luchadores del Espacio, Acorazado sideral XB-403 (1962) y Prisioneros en la Luna (1962).

En la contraportada de La rebelión de Wania, el 3 de marzo de 1963 le escribía a su prima:

«Querida prima Maria Luisa: No te extrañe que yo escriba estas patrañas, tu y yo sabemos lo que cuesta vivir. Espero que al menos te sirva para conciliar el sueño. Un abrazo de tu primo “Payton”»”.

Las disculpas por su literatura de clase B se repiten cuando escribe a su tío Antonio, mi abuelo, en la contraportada de Sangre en Hungría: «Querido tío Antonio: no forme mal concepto de mi obra. Es un desahogo literario acorde con los tiempos que corremos...» y con algo más de sentido del humor le escribe a mi padre en la contra de Un comando en el desierto: «Querido primo Paco: imposible hacer menos muertos».  Él se disculpaba y yo le envidio y por eso escribo esta entrada en su honor, con el deseo de que si alguien sabe algo más de él, de su obra, me lo haga saber.

Portada del libro Sangre en Hungría Portada del libro La rebelión de Wania Portada del libro Un comando en el desierto Portada del libro Petróleo en el Sahara

(1) La editorial subtitula esta colección con la pomposa frase “Anticipación científica”


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Esta vez el viaje, que normalmente resultaba sencillo, se habría de complicar. Román pertenecía a un grupo muy especial de agentes secretos que trabajaban al margen de la nómina habitual. Apenas 10 ó 12 personas en todo el país estaban en esta sección sin contacto con otros funcionarios y recibiendo solamente órdenes de un supervisor que era distinto para cada uno de ellos. Lejos del estereotipo del espía, Román jamás llevó armas y sus misiones por lo general no exigían de él un valor fuera de lo común ni siquiera unas condiciones físicas extraordinarias que le permitieran luchar contra los malos en interminables peleas dentro de fábricas abandonadas. Todo era más prosaico como suele ocurrir en la vida fuera del celuloide. Este grupo de agentes tenía como única misión servir de enlace para enviar y recibir mensajes entre los servicios de seguridad de los distintos países, al margen de cualquier sistema mecánico o electrónico. Le llamaban los palomos en alusión a la antigua costumbre de utilizar a estos animales para el correo.

Cuando los servicios secretos de un país querían entrar en contacto con otro de forma muy privada, enviaban un palomo al otro país o a veces a un tercero que se reunía con alguien y le transmitía el mensaje, siempre de viva voz.

La vida de los palomos era casi normal, trabajaban o vivían de sus negocios y solamente tenían un rasgo común, debido a sus ocupaciones necesitaban viajar al extranjero con cierta frecuencia. La agencia se encargaba de que sus problemas laborales o empresariales no interfirieran ni comprometieran sus misiones, les remuneraba generosamente y les pedía a cambio muy pocas cosas:

Que no revelaran su condición absolutamente a nadie y esto incluía familiares, amigos o conocidos, bajo ninguna circunstancia y que no revelaran salvo a su supervisor el contenido del mensaje. Que aprendieran inglés a la perfección y generalmente otro idioma que dependía de la zona de intercambio que cubrían como el ruso, el chino, el árabe o el swahili y que los contactos con los palomos de las otras agencias se limitasen estrictamente al trabajo sin otro intercambio que el objetivo de su viaje y sin más referencias.

Esta última condición que al principio resultó algo extraña a Román, se reveló como comprensible cuando descubrió que algunos de sus colegas de otros países eran mujeres. Las agencias querían evitar a toda costa que se entablara cualquier tipo de relación, que pudiera poner en peligro el sistema.

Los palomos gozaban de autonomía en sus misiones, salvo para los mecanismos de contacto que se definían con gran precisión en el tiempo y el espacio con un estricto protocolo. Cuando surgía una misión, cada uno recibía la orden de su supervisor de preparar un viaje a tal o cual país y a tal o cual ciudad, en unas fechas dadas y con una duración que solía ser de entre cuatro y quince días. Una vez en el país recibían la información del primer contacto, que consistía en un lugar , una fecha y una hora exacta donde encontrarían a su colega y si el intercambio resultaba fallido recibirían una segunda tanda de datos que permitiera un segundo contacto. Si tenían la menor sospecha de estar siendo vigilados, seguidos o controlados debían abandonar la misión y regresar a España después de terminar su viaje de negocios o trabajo con normalidad.

Muchos de ellos no recibían encomiendas durante meses e incluso años y en gran número de ocasiones los mensajes transmitidos resultaban ininteligibles para ellos mismos pues eran crípticos para evitar que el mensajero fuera consciente de lo que transmitía.

Román cubría los países de lo que se llamó el telón de acero, en especial Rusia y sus antiguas repúblicas, así que conocía el idioma a la perfección, lo hablaba con fluidez y su trabajo en una empresa de ingeniería le permitía viajar sin levantar sospechas con facilidad a cualquiera de estos países. Allí conoció en 1985 a Luba con quién cruzaría la línea y con la que mantuvo una relación de unas horas, que sin embargo le marcaría por años.

El objetivo una vez más era Rusia, y una vez allí alojado en el Novotel del aeropuerto de Cheremetievo recibió el encargo de dirigirse a la ciudad de Voronezh y de estar el jueves 10 de noviembre de 2005 a las 13:35 junto a la estatua de Platonov, así que una vez más se dirigió a la estación Paveleskaya para tomar el expreso nocturno con dirección a la ciudad que vio nacer la flota rusa.


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La memoria es una compañera infiel, al menos la mía y me abandona con mucha frecuencia o quizá sea yo quien la esquive. Bien por lo uno o por lo contrario, hoy Raquel me ha recordado que hace 42 años que nos fuimos a casar al juzgado de Carabanchel, a estos efectos ubicado en la calle de María de Molina. Es bastante tiempo, sobre todo mirado así con perspectiva y en general un tiempo un fructífero, amable, en muchas ocasiones pleno y absolutamente satisfactorio y casi siempre un tiempo bien empleado. Tengo la sensación de que mi generación no es de romper los compromisos, aunque debo matizar: no romper los compromisos en lo que realmente es importante y es por eso que la mayoría de las parejas que conozco, con las que he crecido, sobreviven al tiempo como los muebles de maderas nobles, embelleciéndose. No hemos sido fieles el uno al otro con la devoción que las iglesias esperan y de la misma manera hemos sido comprensivos cuando el otro buscó refugio en brazos más confortables. Nos hemos acomodado al otro, acostumbrado y hemos sido barro y manos, piedra y cincel a la vez, así que ahora nos conocemos, nos reconocemos y con ese amor de obra y autor estamos sutilmente unidos, inseparables y nos hemos dado la distancia que necesita cada árbol para crecer, para enraizarse y nos hemos enseñado a disfrutar del cuerpo del otro con fuerza, con atrevimiento y con paciencia. En lo que a mi respecta soy un deudor, pero eso es harina de otro costal.


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Semejante afirmación era impropia incluso para Miguel que tenía fama de albergar sus sentimientos en lugares que ni él mismo había explorado jamás y sin embargo salió de su boca con la naturalidad con la que un tenista da un drive. Elena no se inmutó, sabía que estaba dolido por lo vivido y que lo mejor era dejarle a su aire una temporada antes de recordarle que las cosas nunca son como se ven de cerca sino como se ven de lejos. Finalmente dejó de mirar el agua, se levantó y desnudo como estaba se zambulló de cabeza esperando seguramente que la experiencia de cruzar el frio fuese lo suficientemente reconfortante como para hacerle olvidar.


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Esplá siempre ha sido considerado un torero pulcro, de los que son capaces de sacar adelante una corrida con el oficio. Cuentan que difícilmente se podría ver una tarde de este torero en la que la emoción, el concepto de «arte» que los taurinos ven, fuese el plato fuerte. De la misma manera en las catedrales convivían en su factura a más de masones y especialistas en lo estructural, artistas y artesanos, estos últimos generalmente olvidados por mor de las grandes estrellas de la época. Hay una forma de hacer las cosas de oficio que no emociona o que solo lo hace con la consideración del esfuerzo que lleva y no como lo que encierra de sorprendente, de atrevido, de trasgresor, y como dijo el poeta, nadie peor que un sepulturero para enterrar a un muerto.

Leo no sé donde, y es normal, porque desde hace tiempo me importa menos la fuente que el tema, que hay mucha afición por ser escritor, que los talleres de escritura crecen como setas en un otoño cálido y húmedo y que las editoriales se hartan de leer maquetas-manuscritos de noveles con ganas de hacerse hueco. Hace muchos años, cuando estaba en el instituto intenté, mejor dicho, envié un poemario a algunas editoriales por ver si la cosa tenía futuro, así que esta parte la entiendo mejor, aunque solo sea por haberla vivido en mis carnes (Aprovecho para enviar un besazo al más puro estilo televisivo, a mi profesora de literatura con la que tanto leí). La que no termino de entender es la de los talleres, si bien es verdad que leyendo algunas de las novelas que nos da la industria española, incluso la de los grandes premios, me temo que es la razón de que se publiquen tantas faenas aseadas, de oficio.


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