Francisco Molinero

1959-

Tenía que contaros una historia, me lo demandan, pero no soy capaz. Es una cierta astenia, una pena que sobrevive en el pecho. A veces me pongo sobre el teclado y al poco advierto que el ánimo se achica, que no entiendo para qué servirá contarlo. Por eso no he sido capaz últimamente de pergeñar un hilo que se enrede y que nos deje con la boca abierta. Eso y que las musas me atacan siempre lejos de aquí, sospecho que para hacerme sufrir, pero esto es más síntoma del aire melancólico que me tizna, que me dibuja. Me acuesto en mi cama vencido el insomnio y entonces las palabras se alinean y los personajes bailan la danza perfecta, pero yo no tengo fuerzas. Tengo que hacer un esfuerzo. Ahí va un hilo:

Lo había estado esperando toda la tarde, realmente toda la vida, pero esas últimas horas habían sido tan largas, tan densas, que el resto de los años aguantando el aliento habían perdido peso. En el banco de la destartalada estación del norte, donde de chiquillo pasó noches en vela ayudando a los peregrinos que venían de Lourdes, había repetido cientos, miles de veces las palabras mágicas, el mantra que le debería salvar. Caía la tarde y el olor de la creosota de las vías había perdido intensidad. La costumbre. Luego todo se precipitó. Al fondo, desde la pequeña puerta que conecta con la sala de espera un hombre vestido con chaqueta y pantalón marrones se adentró en los andenes buscando con la mirada; el corazón aceleró el ritmo, como los trenes hacían cuando el hombre al cargo de la estación señalaba con aquel palo envuelto en un paño rojo la orden de salida. Se apoyó en el bastón y se levantó en el banco para hacerse visible, si cabe, pues los años le habían mermado en todos los sentidos. Los años en general y sobre todo los dos que pasó en Auschwitz-Birkenau hasta el 27 de enero de 1945 cuando los rusos le acariciaron y le dieron de beber. Todo fue muy rápido, se miraron y se reconocieron inmediatamente, la conversación fue tan breve como necesaria: -No creí que te volvería a ver. -Lo imagino. -Ni lo creía ni lo deseaba y ya ves, al final he venido -No tenías escapatoria, nadie es capaz de dejar las puertas entreabiertas y dormir en paz, necesitamos cerrar los círculos y tu sabes que yo cierro el tuyo. -No sé, no sé, me está pareciendo que quizá no valga tanto la burra. -Yo no la maté -Da igual, tampoco la amaste y eso al fin y al cabo fue lo definitivo. -¿Me perdonas? -No puedo hacer lo que tu ni siquiera deseas.

Giró sobre su centro y se alejó buscando la misma puerta por donde entró, después nunca más se vieron.


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Había pensado llevarte flores, de esas amarillas y rojas que te gustan y que como no sé su nombre tengo que buscar entre los puestos de las Ramblas. No me fue posible, al final, con unas cosas y otras interesado en encontrar algo para las niñas y apurado por el tráfico tan espeso de Barcelona lo único que me dio tiempo a comprarte fue un ejemplar de viejo del Poeta en Nueva York en la librería Canuda y en él releí el nocturno de Brooklyn Bridge:

No duerme nadie por el cielo. Nadie, nadie. No duerme nadie. Las criaturas de la luna huelen y rondan sus cabañas. Vendrán las iguanas vivas a morder a los hombres que no sueñan y el que huye con el corazón roto encontrará por las esquinas al increíble cocodrilo quieto bajo la tierna protesta de los astros

Menos mal que no te compré las flores. ¡Qué difícil te habría sido decirme adiós! largarme de tu vida de un plumazo. Ninguna de las mentiras que me contaste para justificar la decisión merecían un ramo de gerberas. Mejor el libro donde se podía leer:

No preguntarme nada. He visto que las cosas cuando buscan su curso encuentran su vacío. Hay un dolor de huecos por el aire sin gente y en mis ojos criaturas vestidas ¡sin desnudo!


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Cuando no está de dios lo mejor es no ofuscarse. Hace unos minutos leía el comentario de Jose sobre este blog y como quien se va a poner a dieta para los restos o quien va a dejar de fumar o quien va a ser abandonado por el amor de su vida me dio mono y me puse a escribir.

Me salió un poema y no debía ser casualidad. Un poema sobre los cristales de colores que se recogen cada tarde en alguna playa a la que no va nadie. “Alguien deja cristales de colores para mi” así se titulaba; luego el ordenador se bloqueó y todo lo escrito, el chorro de un poema de esos que te salen de tirón, cada uno de los versos, con sus palabras llenas de letras, simplemente desaparecieron. Ahora solo me queda la sensación de cierto vacío, de pérdida.

PD. Finalmente el poema salió:

Alguien deja cristales de colores para mi cada noche en la playa a donde nadie va metiditos entre la arena para que me entretenga buscando.


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Que cruel cuando el eco te devuelve tu sonido el espejo tu imagen y te escuchas como dices y te ves como pareces y te encuentras miserable.

¡Que el mundo no te conozca que las olas te arrullen hasta ahogarte y la playa te reciba desnudo! nuevo y hermoso como un cadáver


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Hoy mientras recogía la ropa del tendedero me he descubierto hablando sin interlocutor. Por un instante me he callado, solamente dos segundos he tardado en ser consciente, callarme y resituarme sobre lo que me pasaba. Al cabo he continuado con la labor y he terminado de descolgar toda la ropa, ya seca y con ese olor que queda en los tejidos que se han secado al sol.


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No, creo que no nos conocemos. Mi nombre es Román, encantado. ¿Por casualidad? ¿Cómo? Digo que si está por casualidad aquí o es un interés especial. ¡Oh! Ni lo uno ni lo otro exactamente, me interesa, pero estoy aquí por invitación de un amigo, creo que de un amigo común. ¿Quién? Román sopesó la respuesta. Estaba claro que Alexei conocía la exposición y que se encontraba a miles de kilómetros de distancia, teniendo en cuenta que hoy era el día de la inauguración, Nacho y Alexei debían tener algún vínculo. Por otro lado la cita, la primera llamada anónima y la última algo oscura de Luvtxenko no presagiaban una relación en la que se pudiera confiar sin más. Ardiel -respondió- Ardiel Mostar. No me suena, lo siento. Bueno, es un excéntrico y le gusta jugar a las escondidas con su nombre, es posible que usted le conozca por otro. Es posible. Y ¿él no ha venido? No, me envía a intentar descifrar un misterio que debería estar encerrado en sus obras. ¿En todas? No lo sé, en todas, en alguna, en su obra como conjunto. La verdad es que llevo ya un buen rato y no consigo entender el propósito, la intención. Eso es fácil de entender, Román, no se puede entender lo que no existe. ¿La intención? Eso es.

Me quedo perplejo, quiero decir que sé que mi amigo me ha citado para que descubra algo y no me queda más remedio que eso que debo descubrir está aquí, entre los objetos expuestos. Es posible pero quizá no obedezca a los deseos de quien los hizo, es decir a los míos. ¿Entonces? Imagínese más bien en hacer por hacer, hacer algo que no sabes exactamente que es precisamente por eso, hacer demasiado, más allá de la razón de las cosas encajadas en el mundo. Puede ser. Pero lo duda. Si, sinceramente, por mi trabajo soy más proclive a creer en el complot universal que en el libre albedrío. Ja ja ja, perdone que me ría, es usted un hombre singular, o todo o nada, todo un hombre de nuestro tiempo. No me lo tome a mal. No lo hago. Ha sido un placer, y de corazón espero que encuentre el motivo o lo que quiera que su amigo le ha empujado a buscar entre estos objetos. Disfrute. Gracias.

El autor se dio la vuelta y se encaró con otros visitantes que le felicitaban de manera efusiva y por un instante Román sintió como si el artista fuese su propia obra y tuvo el arrebato de seguir hablando con el sobre el arte y sobre la vida; No podía ser. La clave de Alexei debía estar en otro lado, por muy enrevesado que fuese este jodío ruso no podía haberle mandado a una persona a ponerle en el brete de averiguar como cambiar el futuro de su vida.

Allí estaba, frente al inmenso mapa, mirando sin ver, deseando encontrar sin saber donde mirar y poco a poco empezó a leer los nombres de las ciudades y pueblos que se representaban: Riazán, Tambov, Saratov, Orsk. Los recuerdos estaban dibujados en el mapa, cada una de las veces que pasó miedo, que se enamoró, que pensó que su vida estaba tirada a la papelera, tenía el nombre de una ciudad. Kostroma, donde estuvo dos días en casa de Oleg, Tula, Liski que le trajo a la boca el sabor del caviar, Banilov, Siktivkar. Sitkivkar era la clave; mejor aun la presencia de Sitkivkar fuera de sitio, descolocada y con unos números garabateados debajo eran la clave.

153-06

Ahora todo se aclaraba. ¡Qué cabrón Alexei! lo había conseguido. Román miró el reloj, pasaban unos minutos de las diez; había que darse prisa y volar al aeropuerto. De pronto el mundo se le vino encima. ¿Qué haría con Miranda? Libertad o amor, esa era la elección en este momento y a Román solo se le ocurría que lo importante empezaba a ser él mismo.


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El tiempo hace regates se muestra amable y al momento duro.

Yo me escondo entre el granizo, tras las horas espero poder verte en el deshielo.

Y mientras, la radio me escupe la basura de cada día y me desespero escondido entre el sol y la lluvia deseando verte y que escampe o que el agua arrastre cada ceniza anhelando mirarte de cerca.

Vivo en un país que conspira contra mi contra cada persona de bien por eso me escondo soñando con tocarte de nuevo entre las flores de mi jardín solitario junto a las estatuas y las madrigueras.


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Tuvo que hacer la maleta de una forma tan apresurada que olvidó poner algunos pañuelos por si se constipaba. Ahora todo el mundo utiliza los de papel en la creencia de que son más higiénicos, aunque la verdadera razón es la presión comercial de las grandes papeleras. Laín no consentía que su piel fuera usurpada por semejante producto y desde siempre viajaba con media docena de pañuelos bordados con sus iniciales FLU. Realmente no hicieron falta ni los pañuelos ni el resto de ajuar que viajó con él en la maleta desde Barcelona hasta el aeropuerto Jomo Kenyata y que finalmente se perdió en la vorágine aeroportuaria y corrupta de Kenia. Su visita a la cumbre sobre el cambio climático se había disfrazado dentro de la representación de una mediana organización española apoyada por el ministerio de medioambiente que manejaban los verdes con el placet del PSOE en aquellos años. La cita fue en Nakuru, en las afueras del mercado y apenas duró quince minutos. Luego la noticia en el Kenya daily de la muerte de un turista de cuatro puñaladas apenas reflejaba lo que verdaderamente pasó y porqué no hizo uso de la pistola Astra que llevaba en su pernera. La misión quedó abortada, los pañuelos inútiles y la maleta perdida llegó a manos de Ángela un mes después haciendo que la herida se abriera de nuevo. La vida es injusta y más si la tratamos con tanta vehemencia que no la dejamos expresarse con tranquilidad.


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La verdad es que a mi me quedan cinco minutos exactamente. ¿Te tienes que marchar ya? ¿tan pronto? Tengo que llevar al mayor a clases de tenis y entra a la bonita hora de las 18,50 y entonces recojo a Soraya a las 19,15 y así sucesivamente hasta el infinito ¡Qué horror, eso es peor que planchar!, si cabe, el oficio de padre moderno es fundamentalmente transportista. Si, es una putada, los consejos se van dando en el coche. Mirando por el retrovisor, que nos ven como deformados, ¡qué pena! Qué lastima, si. No nos queda otra ¿o sí? La verdad es que podría ir andando, pero entonces no podría estar contigo. Cada elección es una pérdida y así vamos, dejándonos jirones en cada ráfaga. ¡Hala, hala, y cada elección es también una victoria! Pues si, eso también, pírrica creo que es el calificativo. Bueno, llegó el triste momento. Hoy solo mira por el retrovisor y le sonríes de mi parte Chao Raimond Ciao cara.


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Cuando falleció mi tía María Luisa. Me tocó ir a su casa a recoger lo que hubiera de valor y a tirar el resto. Al hablar de cosas de valor no me quiero referir al dinero, sino más bien a cosas que mereciera la pena conservar. El resultado han sido muchos libros bastantes cuadros suyos y un arsenal de fotografías y recuerdos que ahora esperan una cierta catalogación. Años más tarde terminé recogiendo mucho más, pero esa historia la he de contar más adelante.

Sin más rodeos. Entre los enseres había varias novelas de Edward M. Payton o mejor decir Fotografía de Eduard M. Payton Eduardo Molinero Bustos. Eduardo, primo de mi padre y supongo que en virtud del parentesco, tío mio, fue un militar que estaba en Valladolid cuando los golpistas acabaron con la República y pasó la mayoría de la guerra en el frente de Madrid en las estáticas trincheras del puerto de los leones a las órdenes del los sublevados. Debió ser allí donde recogió en sus pupilas y guardó algunas de las historias que luego describiría bajo seudónimo para la Editorial Valenciana en los años 50 y 60. Dejó el ejército en 1965 y me cuentan que no sólo era escritor sino también un buen músico.

Sólo he podido recuperar cuatro novelas suyas, una de la colección “Luchadores del espacio” (1) que tituló  La Rebelión de Wania y otras tres de la colección “Comandos”, Sangre en Hungría, Petróleo en el Sáhara y un Comando en el desierto. Es posible que escribiera más, pero no he sido capaz de encontrar mucha documentación en Internet, apenas dos títulos más de la colección Luchadores del Espacio, Acorazado sideral XB-403 (1962) y Prisioneros en la Luna (1962).

En la contraportada de La rebelión de Wania, el 3 de marzo de 1963 le escribía a su prima:

«Querida prima Maria Luisa: No te extrañe que yo escriba estas patrañas, tu y yo sabemos lo que cuesta vivir. Espero que al menos te sirva para conciliar el sueño. Un abrazo de tu primo “Payton”»”.

Las disculpas por su literatura de clase B se repiten cuando escribe a su tío Antonio, mi abuelo, en la contraportada de Sangre en Hungría: «Querido tío Antonio: no forme mal concepto de mi obra. Es un desahogo literario acorde con los tiempos que corremos...» y con algo más de sentido del humor le escribe a mi padre en la contra de Un comando en el desierto: «Querido primo Paco: imposible hacer menos muertos».  Él se disculpaba y yo le envidio y por eso escribo esta entrada en su honor, con el deseo de que si alguien sabe algo más de él, de su obra, me lo haga saber.

Portada del libro Sangre en Hungría Portada del libro La rebelión de Wania Portada del libro Un comando en el desierto Portada del libro Petróleo en el Sahara

(1) La editorial subtitula esta colección con la pomposa frase “Anticipación científica”


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