Volver por los fueros

Tenía que contaros una historia, me lo demandan, pero no soy capaz. Es una cierta astenia, una pena que sobrevive en el pecho. A veces me pongo sobre el teclado y al poco advierto que el ánimo se achica, que no entiendo para qué servirá contarlo. Por eso no he sido capaz últimamente de pergeñar un hilo que se enrede y que nos deje con la boca abierta. Eso y que las musas me atacan siempre lejos de aquí, sospecho que para hacerme sufrir, pero esto es más síntoma del aire melancólico que me tizna, que me dibuja. Me acuesto en mi cama vencido el insomnio y entonces las palabras se alinean y los personajes bailan la danza perfecta, pero yo no tengo fuerzas. Tengo que hacer un esfuerzo. Ahí va un hilo:

Lo había estado esperando toda la tarde, realmente toda la vida, pero esas últimas horas habían sido tan largas, tan densas, que el resto de los años aguantando el aliento habían perdido peso. En el banco de la destartalada estación del norte, donde de chiquillo pasó noches en vela ayudando a los peregrinos que venían de Lourdes, había repetido cientos, miles de veces las palabras mágicas, el mantra que le debería salvar. Caía la tarde y el olor de la creosota de las vías había perdido intensidad. La costumbre. Luego todo se precipitó. Al fondo, desde la pequeña puerta que conecta con la sala de espera un hombre vestido con chaqueta y pantalón marrones se adentró en los andenes buscando con la mirada; el corazón aceleró el ritmo, como los trenes hacían cuando el hombre al cargo de la estación señalaba con aquel palo envuelto en un paño rojo la orden de salida. Se apoyó en el bastón y se levantó en el banco para hacerse visible, si cabe, pues los años le habían mermado en todos los sentidos. Los años en general y sobre todo los dos que pasó en Auschwitz-Birkenau hasta el 27 de enero de 1945 cuando los rusos le acariciaron y le dieron de beber. Todo fue muy rápido, se miraron y se reconocieron inmediatamente, la conversación fue tan breve como necesaria: -No creí que te volvería a ver. -Lo imagino. -Ni lo creía ni lo deseaba y ya ves, al final he venido -No tenías escapatoria, nadie es capaz de dejar las puertas entreabiertas y dormir en paz, necesitamos cerrar los círculos y tu sabes que yo cierro el tuyo. -No sé, no sé, me está pareciendo que quizá no valga tanto la burra. -Yo no la maté -Da igual, tampoco la amaste y eso al fin y al cabo fue lo definitivo. -¿Me perdonas? -No puedo hacer lo que tu ni siquiera deseas.

Giró sobre su centro y se alejó buscando la misma puerta por donde entró, después nunca más se vieron.


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