DanielSanz

Llevo mucho tiempo pensando en escribir por aquí y, sin embargo, no he sido capaz de hacerlo.

Creo que tengo muchas cosas que contar: mi proceso creativo, cómo he alcanzado cierta paz interior, el engaño que representa publicar en Amazon KDP, cómo estoy gestionando la grabación del audiolibro, mi plan de promoción en Spotify de esta primera parte de mi novela...

Sin embargo, no soy capaz de hacerlo, y hoy creo que he comprendido el motivo.

Los artículos que he ido escribiendo por aquí son —eran, en realidad— preguntas que me hacía a mí mismo. Una forma de poner en orden mis ideas, pensamientos; de preguntarme y analizar, desde diferentes ángulos, algo que me rondaba por la cabeza. Y con este ejercicio iba perfeccionando mis análisis.

Hace poco más de un mes que publiqué mi primera novela en Amazon y, os prometo, estaba seguro de que os iba a bombardear con artículos sobre el proceso, mis impresiones, en qué estaba equivocado, qué voy a hacer diferente ahora... Es más, incluso estaba deseoso de comenzar a escribir, pero, chico... dique seco.

En estas semanas de paz interior, centrado únicamente en mis cosas, alejado del ruido de las redes sociales, portales de noticias, YouTube... he visto —como acabo de comentaros— que esos artículos eran, en realidad, una terapia propia para responderme a mí mismo. Y la novela era la respuesta final.

No he alcanzado el nirvana, ni mucho menos; es más, ni tan siquiera creo en él.

Sin embargo, esas dudas o preguntas ya no existen. Entonces, ¿para qué voy a seguir escribiendo?

Creo que ya he comentado en algún otro artículo que, hasta ahora, durante toda mi vida, no sabía si lo que hacía estaba bien o no, si se comprendía, si tenía sentido o podía entretener a alguien... Ahora, por primera vez en mi vida, esa duda ha desaparecido.

Sé que mi novela está bien. Es más: sé que mi novela está de puta madre. No necesito que nadie me lo diga.

Y mi novela son todos esos artículos que tenía ganas de escribir. Por fin he logrado cumplir mi sueño de cuando era niño. Soy escritor.

A través de una infinidad de personas, de distintas clases sociales, necesidades, heridas del pasado... voy tejiendo todas mis dudas, mis temores, mis críticas, mi rayo de esperanza sobre el ser humano. Todos y cada uno de mis personajes son una parte de mí, una etapa que he atravesado, una duda o error que cometí.

Y por eso ya no puedo seguir escribiendo, ni aquí ni en ningún otro sitio. Porque mis dudas y preguntas quedan plasmadas de forma más clara en la novela.

Del mismo modo, tampoco entro en ninguna red social. Suena pedante, egocéntrico o, cómo no, de un gilipollas subido: «El payaso este está tan enamorado de sí mismo que ya no necesita a nadie más».

Como es lógico, cada uno puede pensar lo que quiera. Pero no es eso. Es que estoy tan inmerso en mi historia, mis personajes, en lo que quiero decir, en lo que necesito decir... y en cómo encontrar la forma de hacerlo... que se me pasan las horas del día sin acordarme de nada más.

Sé que mi paso por aquí ha sido breve —creo que justo un año—, tampoco he participado mucho. Dudo que alguien me eche de menos.

Así que tan solo me queda despedirme. Por regla general, borro todas mis cuentas, pero, yo qué sé... al pobre Adrián le costó años que me crease esta cuenta, así que voy a dejarla. Quién sabe, igual algún día vuelvo.

Por mi parte, tan solo queda decir que ha sido un placer conoceros, y que no me voy por vosotros, sino por mí.

Ya he hablado en otras entradas en este, nuestro pequeño rincón de internet, sobre la neurodivergencia, su diagnóstico y los principales problemas, tanto de concentración como sociales. Hoy voy a darle una vuelta de tuerca más, enfocándome en la salud, un tema, si me permitís, mucho más serio e importante.

Me vais a perdonar porque esta entrada va a ser bastante extensa. Os voy a contar mis problemas de salud en orden, para que tengáis una visión global de la importancia de cada avance y cómo, en esta etapa actual, gracias a la tecnología y la inteligencia artificial, estoy logrando descubrir y mejorar mi situación.

La tormenta perfecta…

Como suele ocurrir, es la combinación de diversos factores lo que hace difícil percibir no solo un problema, sino su causa. Para hacerlo más comprensible desde vuestra perspectiva, voy a desgranar los temas uno a uno, para que veáis las implicaciones acumulativas.

Por resumirlo lo máximo posible, estos son mis problemas de salud:

  • Obesidad desde pequeño.
  • Hipotiroidismo (diagnosticado a los 35/36 años).
  • Mala absorción de vitamina B12 (debo inyectármela dos veces al mes).
  • Síndrome de piernas inquietas (puedo dormir gracias a unos parches; las pastillas no me hacían efecto).
  • Altas capacidades (diagnosticado a los 43 años).

Primeras etapas

En orden cronológico, cuando tenía unos treinta y pocos años, decidí centrarme por completo en el deporte. Toda mi vida he tenido sobrepeso y dije: «Hasta aquí hemos llegado». Incluso dejé el podcasting por una temporada y me enfoqué en mí, mi familia y mejorar mi condición física.

Comencé con el boxeo, pero, como era de esperar con sobrepeso, estaba más tiempo lesionado que entrenando. Lo cambié por correr y me ocurrió lo mismo. Finalmente, pasé a la bicicleta, haciendo muchos kilómetros, incluso levantándome los fines de semana a las cinco de la mañana para regresar a desayunar con mi familia.

En esa etapa empecé a ver resultados, aunque no grandes avances. Fue entonces cuando me centré también en la dieta. Leí muchos libros sobre nutrición, contraté varios entrenadores personales y llegué a la conclusión de que debía enfocarme más en entrenamientos de fuerza si quería perder grasa.

Entrenamiento de fuerza

Llegados a este punto, llevaba dos o tres años entrenando distintas disciplinas y, aunque no había bajado mucho de peso, tenía una condición física decente. Comía saludable, tenía buena resistencia, algo de fuerza y ya había trabajado con tres entrenadores personales. Decidí ahorrar dinero, motivado también porque sentía que algunos entrenadores sabían menos que yo.

Investigué gimnasios en mi zona (no había tantos como ahora, que casi hay más que bares) y me apunté a uno con una buena sección de fuerza, con racks para sentadillas libres. Mi entrenamiento se centró en una rutina de cuerpo completo para empezar, y luego fui añadiendo ejercicios complementarios para cada grupo muscular.

Estuve entrenando un par de años, pasando de un porcentaje de grasa corporal del 34 % al 20 %. Pero tuve que dejarlo…

Hipotiroidismo

Si lo había logrado, estaba entrenando, tenía fuerza, músculo y estaba en el camino, ¿por qué lo dejé? Aunque entrenaba unas 10 horas a la semana y movía mucho peso (sentadillas con 130 kg, sentadilla elevada con 50 kg, peso muerto con 160 kg), no lograba seguir perdiendo peso. Me hice análisis y me diagnosticaron hipotiroidismo.

En términos simples, esta enfermedad dificulta perder peso, pero tiene otros efectos, como un cansancio constante. Todo lo que logré fue por pura fuerza de voluntad, porque siempre estoy agotado. El hipotiroidismo se trata con medicación, pero, al contrario de lo que mucha gente cree, no se cura, solo se controla. Los efectos secundarios, como el cansancio, no desaparecen con la medicación.

Por esa época también apareció el síndrome de piernas inquietas, que me impedía dormir por las noches debido a unos nervios terribles en las piernas. Por ejemplo, me he levantado a la una o las dos de la madrugada a pasear por la calle para no molestar a mi familia mientras dormía.

Gracias a los análisis, también descubrí que mi cuerpo no absorbe la vitamina B12. Hay casos leves en los que se puede tomar oralmente, pero en el mío debo inyectármela dos veces al mes para que mi organismo la procese directamente.

Supongo que os preguntaréis: «Vale, pero ¿por qué dejaste de entrenar?». Tenéis razón, disculpad que me disperso. La medicación para el hipotiroidismo, y la enfermedad en sí, tienen efectos secundarios, como mareos. Desde que empecé a medicarme hasta que mi cuerpo se adaptó y se reguló la dosis pasaron unos dos años. Con mareos, no es buena idea ponerse más de cien kilos en la espalda para hacer sentadillas ni realizar grandes esfuerzos. Así que, con gran dolor, dejé de entrenar… y han pasado siete años hasta que he vuelto.

Implicaciones en mi día a día

Para daros una imagen rápida: el hipotiroidismo me causa fatiga crónica, y el síndrome de piernas inquietas, aunque uso parches, no se cura. Por lo general, duermo entre cuatro y cinco horas, despertándome de cuatro a seis veces por noche. Además, debido a la mala absorción de B12, mi recuperación es más lenta, mi síntesis de proteínas es menos eficiente y, sumado a todo lo demás, os podéis imaginar mi estado físico.

Tecnología, ayúdame

Con este panorama, empecé a pensar que la tecnología podía ayudarme. Me compré un Apple Watch Series 3 para monitorizar mi sueño y mi recuperación. Por cierto, sigo usando ese Apple Watch a diario y espero que me dure mucho tiempo… para los que hablan de obsolescencia programada.

Las primeras aplicaciones que instalé fueron AutoSleep, para monitorizar mi sueño, y HeartWatch, una app completa con muchos datos, aunque, sinceramente, no entendía las implicaciones de cada métrica.

Regresando a entrenar

Llegamos a la actualidad, siete años después, con el diagnóstico de altas capacidades añadido a mi perfil, algo que inicialmente no consideraba un impedimento para entrenar.

Me apunté al gimnasio y, con todo lo aprendido, comencé a entrenar: ejercicios de fuerza de cuerpo completo para recuperar tono muscular y adaptarme poco a poco. Para mi sorpresa, no había perdido fuerza en estos años. En solo dos meses, superé mis propios récords, moviendo 80 kg en press de banca y alcanzando mi récord anterior en sentadilla.

Y, para sorpresa de nadie, me lesioné…

En menos de tres meses, tuve que dejar de entrenar. Sufrí una lesión increíble en la pierna izquierda que me impedía caminar. Incluso doblar la rodilla me dolía horrores; creí que me había roto el menisco. Tras un mes intentando recuperarme con masajes en casa y reposo, fui al fisioterapeuta. El diagnóstico: «Eres gilipollas».

No recuerdo todo lo que me dijo, pero tenía más de diez músculos con contracturas severas y roturas. Tras meses de sesiones, punción seca, reposo… cuatro meses después, puedo volver a caminar con normalidad y entrenar de forma suave y progresiva. Todavía tengo algo de dolor, no creáis que estoy al 100 %, y aún necesito una o dos sesiones más de fisioterapia. Para que os hagáis una idea, estuve más de seis meses sin poder hacer vida normal.

¿Y qué tiene que ver la neurodivergencia en esto?

Excelente pregunta. Si habéis leído mis otras entradas, recordaréis que en la neurodivergencia hay una especie de desconexión entre el cuerpo y el cerebro. No es analgesia (no es que no sintamos dolor), es algo distinto y difícil de explicar. Resumiendo mucho: no sé medir ni cuantificar el esfuerzo que me supone hacer algo. Si intento levantar cien kilos, solo hay dos opciones: puedo hacerlo o no.

Tampoco sé si podré hacer una repetición más. Lo intento, y cuando no puedo, digo: «Vale, puedo hacer seis». Siempre entreno al límite, lo que explica las cientos de lesiones que he tenido a lo largo de mi vida practicando deporte. Y, aunque parezca increíble, lo descubrí a los 46 años.

Saberlo no basta. No es tan simple como decir: «Bueno, ahora que lo sabes, ten cuidado y listo». ¿Cómo se hace eso? La otra opción es pecar por defecto, entrenar menos, y aunque para mucha gente eso sería suficiente porque implica mantenerse activo, no es lo que yo busco. Yo quiero entrenar, con todas las letras.

La IA al rescate

Llegamos a los últimos avances en inteligencia artificial. Buscando aplicaciones para entender los datos de salud de mi iPhone y Apple Watch, encontré Welltory, una app con mucha fama en este ámbito. No os voy a mentir: no entendía nada de los datos que mostraba, qué significaba que algo estuviera bajo un día, alto al siguiente, o bajo después. Pero… encontré una opción vinculada a ChatGPT que permite hacer todas las preguntas que quieras. ¡Toma ya!

Instalé ChatGPT, le di acceso a los datos de la app y empecé a preguntar. Le conté todo sobre mí: mi edad, problemas de salud, diagnósticos, dificultades para dormir… todo. Fue maravilloso.

Me recomendó tomar por las noches magnesio con taurina. Pensaba que el magnesio era para que los escaladores no resbalaran y que la taurina era peor que la cafeína, pero me equivocaba. Estos son sus beneficios:

  • Magnesio: relaja el sistema nervioso central, los músculos involuntarios y reduce el cortisol nocturno.
  • Taurina: potencia la acción del GABA y reduce la adrenalina nocturna.

Lo compré, y debo decir que sabe fatal. La primera noche lo tomé con agua y casi vomito. La segunda, con leche, y mejoró un poco. Aunque siga sabiendo mal, lo tomaría igual: tardo menos de 15 minutos en dormirme, me despierto solo una o dos veces por noche (en lugar de cuatro o seis) y, de media, duermo una hora más.

No lo digo a ojo. Como mencioné, llevo años usando el Apple Watch para monitorizar mi sueño, y los datos son claros. Esto no solo me afecta a mí: mi hija, que también tiene problemas para dormir (altas capacidades/Asperger, como yo), probó los suplementos y le ayudaron a descansar mejor de forma instantánea.

ChatGPT también me recomendó tomar creatina por las mañanas. Había oído hablar de la creatina en el gimnasio, pero no entendía cómo podía ayudarme. Tiene lógica:

  • Por el hipotiroidismo, mis células funcionan más lento; la creatina proporciona una reserva extra de energía.
  • Por la mala absorción de B12, mi sistema nervioso funciona peor; la creatina mejora la función mitocondrial.

Lo noto en que tengo menos sueño durante el día, llego mejor a la noche y no me arrastro por los rincones. Y, de nuevo, no son impresiones: gracias al Apple Watch y las apps, puedo verificar los datos de mi frecuencia cardíaca, variabilidad, recuperación tras el entrenamiento y cómo duermo con menos pulsaciones, lo que me ayuda a descansar mejor.

Ahora entiendo las implicaciones de cada métrica y veo cómo, semana tras semana, duermo un poco mejor, tengo más energía y progreso de forma sostenible, sin lesiones por sobrecarga.

¿Y ahora, cómo entreno?

Aunque no lo creáis, entreno cuando me lo indica la app. Así de simple. Actualmente, baso mi entrenamiento en dos aspectos clave:

  • Entrenamiento de fuerza suave (30-40 minutos).
  • Ejercicio aeróbico: remo en casa con una máquina de resistencia de agua.

Los lunes entreno fuerza en el gimnasio. Al día siguiente, la app suele indicar que he sobreentrenado y debo descansar. Cuando me dice que estoy recuperado, hago 20 minutos de remo en zona aeróbica. La próxima vez que estoy recuperado, vuelvo al gimnasio, y así sucesivamente.

Antes, entrenaba tres días de fuerza y tres de remo… siempre lesionado, cansado y con dolores, hasta que sufrí una lesión grave. Ahora, confiando en la app, estoy avanzando. Me siento mejor, más descansado y veo una progresión lógica. Esta semana, por primera vez, logré entrenar tres días. Al principio, solo podía entrenar un día porque necesitaba una semana para recuperarme.

Por cierto, hace diez días que empecé a tomar los suplementos recomendados por ChatGPT, y me siento genial.

¿Y la privacidad de mis datos?

Entiendo que muchos se preocupen por este tema, pero ahora lo veo desde otra perspectiva. Saber todo esto, poner en contexto mi estado, entender el papel de cada problema, analizar las métricas de mi frecuencia cardíaca… ha cambiado mi vida. Si compartir mis datos puede ayudar a que se asesore mejor a otras personas con problemas similares, me parece maravilloso. Del mismo modo que estoy aquí contándoos mi experiencia, espero que llegue a alguien que pueda beneficiarse.

Última coletilla

Para terminar, os comento que este espacio en Escritura Social lo reservaré para mis divagaciones mentales, filosofía de vida, deporte y lo que surja. Me he creado una cuenta en Substack donde hablaré de mi faceta como escritor, mi proceso creativo y análisis de novelas que lea. Todo lo relacionado con escritura y literatura.

Si queréis seguirme por allí, aquí tenéis el enlace:

[https://substack.com/@danielcuentacuentos]

El bueno de Doclomieu ha tenido a bien añadir una actualización —por así decirlo— a una entrada que escribí hace unos meses titulada ¿Qué quieres ser de mayor? a la cual ya dedicó en su momento una primera reflexión en forma de artículo en su blog.

Al leer ayer su añadido, me inspiró a desglosar un poco en qué fase me encuentro yo y, de esta forma, continuamos retroalimentándonos en el fediverso, que es una costumbre preciosa, todo sea dicho de paso.

En primer lugar, debo decir que llevo varios años meditando mucho sobre estos temas, planteándome quién soy, quién quiero ser y, en esta última etapa, sobre todo, de quién me estoy rodeando o, mejor dicho, qué gente he dejado que me rodee. Porque no hay nada más cierto que los típicos refranes de madres: «Dime con quién andas y te diré quién eres».

Es algo en lo que no pensamos. Más o menos nos movemos a la ligera, tipo «este me cae mal, este me cae bien», aunque también hay otras barreras que trazamos con pensamientos internos del tipo «este es un borde con los demás, pero conmigo se porta bien»… Y, de esta forma, dejamos que transcurran nuestros días, meses y años, amoldando quiénes somos nosotros en base a con quien estamos en cada momento para encajar mejor en el entorno en el que nos encontramos, con miedo incluso a romper esas amistades porque, entonces, a lo mejor nos quedamos solos.

A lo mejor somos unos apasionados del arte, pero —como es habitual en nuestra sociedad actual— la gente que conocemos son aficionados (en el caso de los hombres, por lo menos) a los coches, el fútbol y las tetas gordas. ¿Queremos hablar de arte? «Esa rubia bien preta que va por ahí es arte en movimiento…». Y se acabó la conversación sobre arte. Esto, como es evidente, se trata de una generalización muy simplista, pero estoy seguro de que comprendéis que las tendencias son las que son y, como te salgas de ahí, tienes un serio problema para encontrar con quien conversar.

Lo que nos debemos preguntar es muy sencillo ¿Esas amistades nos aportan algo? ¿Nos ayudan a ser quienes queremos ser? No estoy diciendo que, si son amigos de verdad, los abandonemos. La cuestión es preguntarnos si lo son. En cuyo caso, se les acepta tal como son, igual que ellos nos aceptan pese a que prefiramos mirar cuadros a beber cerveza en una terraza.

Lo dificil es ser capaces de darnos cuenta de en qué situación nos encontramos, si somos felices con nosotros mismos, con lo que hacemos y con nuestro círculo de amistades.

Es muy fácil, pese a ser adultos, salir de nuestro círculo, buscar en nuestra ciudad exposiciones, grupos de debate —quizá a través de Facebook, si es necesario— para intentar conocer a otras personas con aficiones similares a las nuestras.

Por supuesto, esto tampoco garantiza nada. Existe la posibilidad de que sean unos pedantes, desconfiados, que nos juzguen por no conocernos… Quizá sea peor el remedio que la enfermedad y, como reza otro refrán: «Mejor estar solo que mal acompañado».

Aunque esa no es la cuestión. Aquí lo importante es: ¿intentamos mejorar?

Porque ocurre otra cosa muy curiosa, y es que consideramos amigos a gente que, en realidad, no lo es. Se limitan a estar a nuestro lado mientras la balanza de la relación sea favorable para ellos. Y, en cuanto pedimos algo… puf, lanzan una bomba de humo y solo aparecen cuando ya hemos solucionado el problema por nuestra cuenta.

Y no os equivoquéis: no estamos hablando de pedirles dinero, que nos ayuden con una mudanza o que nos donen un riñón, sino incluso con cosas triviales que nosotros, en nuestra ignorancia, jamás hemos puesto en duda que no harían. Porque, a fin de cuentas, son nuestros amigos.

Como también suele decirse «eso es muy fácil decirlo» u otro refrán que me encanta «a toro pasado todo es muy fácil» y ya que estoy con refranes, venga va, uno más «es muy fácil ver la paja en ojo ajeno».

Como ya he mencionado al inicio del artículo yo llevo años meditando sobre estos temas y consideraba que me encontraba en un punto muy bueno. Sin embargo, como siempre ocurre, tiene que pasarnos algo que nos eche sal en la herida para ver las cosas tal como son en realidad.

Como ya he comentado por Mastodon llevo meses desaparecido porque me he centrado en algo que, para mí, era muy importante. Desde pequeño he tendio la necesidad y el terror a la vez de escribir una novela. Son meses de un duro enfrentamiento con uno mismo, decirte que no eres capaz, quien te crees que eres para pensar que puedes escribir una novela, pensar que todo lo que has escrito es basura que no sirve para nada, ganas de llorar constantes, seguidas de alegría cuando crees que has encontrado lo que falla y lo has corregido. Lograr escribir el punto final es un momento de gloria, de descanso no solo mental sino incluso físico y eso se materializó la semana pasada cuando al fin publiqué mi primera novela en Amazon, Secretos Rotos, y —como es normal— lo primero que toca hacer es pedir un favor a tus amigos. Siendo consciente, por supuesto, de que no leen, confías en que te ayuden invirtiendo tres euros en comprar tu novela por el mero hecho de que son tus amigos y ya está. Son solo tres euros, ¿cómo no se van a gastar tres euros en ayudarte?

Pues no lo hacen.

He escrito a más de treinta personas en estas dos semanas. ¿Sabéis cuánta gente me ha ayudado? Tres personas. No está mal el porcentaje, ¿verdad?
Uno incluso me dijo que si podía comprarla, escribirme una reseña y devolver la compra. ¿En serio? Vamos a ver, hay que ser conscientes a quien le pedimos el favor, si somos adolescentes y no tienen un duro, pues es comprensible. O incluso si sabemos que no son personas que van muy boyantes de dinero que digamos… Pero no es el caso, como es lógico, todo son personas adultas con trabajos estables, que viven en España, se van a veranear… Es decir, soy plenamente consciente de que el dineero no es el problema para no hacerme el favor.

Decir que esta situación me decepcionó es quedarme corto. Que a lo mejor el raro soy yo —visto lo visto, todo puede ser— pero, en cualquier caso, lo que me toca es aceptarlo y buscar gente rara como yo. Desde luego no voy a ir detrás de ellos a mendigar que me compren la novela, por supuesto también podría hacerles un Bizum o darles el dineero en mano, pero es que eso agravaría la situación, por lo menos a mi modo de ver. Porque sería, encima, una ofensa hacia ellos.

Si fuese por la calle y me cruzase con cualquiera de estas treinta personas, lo más normal sería que terminásemos sentados en una terraza, tomando unas cervezas, un café o lo que proceda, y me invitarían sin ningún problema. ¿Por qué?

La diferencia es básica: porque a ellos les gusta sentarse en una terraza, tomar algo y charlar un rato conmigo. Incluso aunque la inversión económica por invitarme sea superior a esos tres euros, la percepción que ellos tienen de cómo ha sido invertido ese dinero es que han comprado algo con él, aunque sea charlar veinte minutos y beber dos cervezas.

Sin embargo, comprar una novela que he escrito yo, para ellos, es coger el dinero y tirarlo a la basura. Y es SU dinero. Da igual lo majo que yo sea, lo que les haya ayudado, los favores que les haya hecho… Todo eso es irrelevante. La cuestión es que no quieren desperdiciarlo comprando una novela que además, seguro, es una mierda.

A ellos no les importa el sufrimiento que me haya supuesto a mí escribir esa novela: las noches sin dormir pensando en cómo conectar las tramas, desarrollar los personajes, arreglar huecos y, por supuesto, el orgullo que me supone darla por concluida y publicarla.
Son sus tres euros, y no quieren tirarlos a la basura.

Y me parece bien, por supuesto que sí.

Pero, del mismo modo, yo no quiero estar rodeado de ese tipo de personas. Porque yo no dudaría un segundo en invertir dinero en algo que, para mis amigos, sea importante. Aunque por supuesto todo tiene un lado positivo, tan solo hay que saber encontrarlo y, en este caso yo lo he hecho. Por tan solo tres euros he sabido diferenciar a los que son amigos de los que no.

Ya he comentado por aquí en alguna ocasión que mi pasión desde pequeño es la literatura. Como es lógico, en un primer momento fui un devorador de todo aquello que pillase. Ya de adulto soñaba con escribir, me atreví con algún relato, cuento corto, pero nunca pasé de ahí. ¿Quién me creía yo para escribir una novela?

Hace ya un par de años dije que eso se acabó, que yo iba a escribir una novela en seis meses y punto. Lo hice y el resultado fue un desastre... pero lo hice. Unas 50.000 palabras creo que fueron.

El año pasado comencé a escribir ideas sueltas, un prólogo un día, luego un par de capítulos, los borraba, escribía otra cosa... ni tan siquiera yo sabía lo que estaba escribiendo, tan solo hacía pruebas. Al final, para diciembre creí saber lo que estaba escribiendo. Borré muchas cosas, capítulos enteros, y cambié por completo la esencia de la novela. Tuve unas primeras 70/80 páginas con cierto sentido que entregué a unos lectores cero para ver si, en esta ocasión, alguien más aparte de mí podía comprender lo que estaba escribiendo. Y bueno, no estuvo mal, dijeron que estaba bien, entretenido, que tenían ganas de saber lo que continuaba... excepto uno que me dijo que no le decía nada, que se le hacía difícil leerlo y que no le transmitía nada.

Y eso, fue una bendición.

Comencé a leer y releer lo que había escrito, pensar qué fallaba: mi lenguaje enrevesado, las transiciones, cómo mostrar el mensaje. Reescribí esos seis capítulos por completo, lo volví a leer y releer y los volví a reescribir por completo y se lo entregué de nuevo... Y esa vez sí, dijo que era más fluido y se lo leyó del tirón.

No sé qué, pero algo había aprendido.

Continué escribiendo, cuatro o cinco capítulos más y me quedé atascado, algo pasaba... Me volví a leer todo, borré capítulos, volví a reescribir y avancé otros cuatro o cinco capítulos... Y así sucesivamente: avanzo, paro, borro, añado, reescribo y al fin soy consciente de lo que estoy escribiendo, del mensaje que quiero transmitir, a dónde quiero llegar y cómo quiero llegar hasta él. Y es una sensación maravillosa.

No solo eso, sino que además por primera vez noto que soy capaz de plasmar con letras el mensaje que tengo en mi mente y que quiero hacer llegar al lector. Ahora tengo unas 250 páginas de la novela. Iluso de mí, creía que en dos o tres semanas ya terminaba y, con suerte, eso será en tres o cuatro meses.

Pero me da igual porque ahora, por primera vez, sé que lo que estoy haciendo está bien, es bueno y funciona sin necesidad de que tenga que decírmelo alguien. Hace unas semanas volví a entregar lo que tengo actualmente a los lectores cero para ratificar que voy por buen camino... y les ha encantado, tal y como yo dije que pasaría comenzaron a leer y no pararon hasta terminar... Y eso es una sensación maravillosa.

También hay aspectos clave de autoconocimiento. Escribo porque es la única forma de expresar de forma completa a través de múltiples personajes lo que siento, pienso y creo. Porque como seres humanos las cosas no son blancas o negras. La gente no es buena o mala, hay múltiples puntos de vista, necesidades. Y en una conversación eso no se puede expresar, ¿no os ha pasado alguna vez que estáis debatiendo con algún amigo y tenéis que decir tantas cosas para rebatirle que, simplemente, os quedáis sin decir nada? A mí sí, demasiadas, y esta novela es ese grito de todo aquello que siempre he querido decir y nunca he sabido cómo hacerlo.

Así que, de nuevo, toca un último empujón. Vuelvo a desaparecer durante varios meses hasta que termine la parte final... O no, a lo mejor tengo que hacerlo de nuevo en dos bloques, ya veré.

La cuestión es que, por primera vez, puedo concentrarme al cien por cien en lo que estoy haciendo, puedo pegarme horas enteras escribiendo, pensando, leyendo concentrado en mi proyecto y es una sensación maravillosa que jamás había experimentado.

Tengo 46 años, he leído miles de libros, decenas de ellos sobre cómo aprender a escribir una novela. Jamás he aprendido nada sobre cómo hacerlo. Lo único que realmente me ha ayudado a aprender a escribir es necesitar hacerlo.

Yo, abuelo cebolleta

Llevo muchos años navegando por internet, desde los días de IRC, pasando por bitácoras, blogs, podcasts y los inicios de Twitter. Poco a poco, me he ido alejando del ruido digital para, siendo sincero, vivir mucho más tranquilo.

He eliminado mis cuentas de Twitter, Facebook, Instagram e incluso mis canales de YouTube, quedándome solo con Mastodon y mi perfil en Escritura Social para publicar textos más extensos.

He cambiado radicalmente mi actividad. Antes dedicaba horas a leer, comentar, debatir, explicar mis experimentos y colaborar en proyectos comunitarios. Todo eso lo dejé atrás.

En primer lugar, porque tengo 46 años y eso, de forma innegable, transforma tanto mi vida como mis necesidades y obligaciones. En segundo lugar, porque también han cambiado mis experiencias y lo que espero obtener de mi tiempo libre.

Además, es evidente que tanto la sociedad actual como los usuarios de las redes sociales generalistas han evolucionado.

Antes todo esto eran campos

Hace veinticinco o treinta años, los que estábamos en internet compartíamos un perfil similar: éramos apasionados por la informática. Si entrabas en un foro sobre rol, por ejemplo, encontrabas a personas tan entregadas a ese tema que estaban dispuestas a usar internet para discutirlo, algo que hoy parece trivial porque basta con sacar el teléfono del bolsillo y conectarse en segundos. Antes, no solo era complicado, sino que conectarse a internet era carísimo… ¡y ni hablar de que tus padres no podían usar el teléfono fijo! ¿Recuerdas la última vez que usaste uno?

Con mi uso obsesivo de internet y mis ganas de participar en todo, pronto llegué a las capas más profundas y comencé a crear contenido: colaboré en fanzines, fui administrador de foros y, más tarde, podcaster.

Me dejé llevar…

Lógicamente, mi uso de internet se volvió intensivo porque quería dar a conocer los proyectos en los que participaba, lo que marcó una nueva forma de entender las redes sociales. La competencia intrínseca del ser humano se hizo evidente: ver que alguien hacía algo similar a lo tuyo, o incluso plagiaba tu trabajo, y tenía más éxito porque estaba todo el día en redes, te hacía hervir la sangre y te empujaba a reforzar tu presencia.

Esta etapa es crucial porque, sin darte cuenta, internet deja de ser un lugar para aprender y se convierte en un escaparate para que te conozcan y demuestres tu valía. Todo comienza con buenas intenciones: haces cosas porque quieres compartir lo que sabes y ayudar a otros, usando las herramientas disponibles para ganar visibilidad. Pero, sin notarlo, empiezas a competir con los demás.

Esa época en la que participabas solo por diversión, por conocer gente y aprender, se diluye de forma tan gradual que no solo no te das cuenta, sino que incluso idealizas ese pasado.

Antes sí que eran redes sociales de verdad…

Un ejemplo claro de este proceso de transformación es recordar los inicios de Twitter, una red tan peculiar que nadie sabía para qué servía. Alguien escribía que estaba comiendo un bocadillo de chorizo y otro respondía que iba a preparar palomitas para ver una serie.

Era una red social humana, sin pretensiones. Luego creció, el timeline cambió para mostrar lo más relevante… Aún recuerdo cuando, por las mañanas, mientras desayunaba, leía mi timeline entero para responder a todos o comentar sus publicaciones. ¿Cuándo fue la última vez que hiciste algo así? Hoy, Mastodon es algo parecido: un rincón de internet que aún conserva humanidad.

Al final, todo se reduce a empresas. Las redes comienzan como proyectos de nicho, ganan prestigio y luego se transforman para priorizar números y beneficios. Del mismo modo que las redes sociales evolucionan, yo también cambio al envejecer. Ahora estoy en una etapa más reflexiva, enfocada en conocerme y darme el espacio para buscar lo que me llena a nivel personal.

Esa actividad de antes no solo consumía horas de mi día, sino que, a veces, hacía cosas solo porque esperaba muchas descargas o comentarios, buscando cierto éxito o popularidad. Por fortuna, esa etapa quedó atrás.

Desde la perspectiva de mi vida actual, esa actividad no me compensa en absoluto. Esas horas que antes dedicaba a las redes ahora las invierto en ir al gimnasio, pasear con mi mujer y nuestra perra, aprender a dibujar, escribir… en fin, en cualquier actividad de mi vida cotidiana.

Sin embargo, iluso de mí, esperaba regresar de vez en cuando, publicar algo y charlar con alguien. Pero la realidad es que, hoy en día, ya no se comenta.

Soy una rana

Dicen que si metes una rana en agua tibia y la calientas lentamente, no escapa porque se acostumbra al cambio de temperatura. No sé si es cierto (y no pienso probarlo), pero así es como me siento. He pasado toda mi vida inmerso en las redes y no me di cuenta, o no quise hacerlo, de que las redes sociales generalistas están llenas de gente que quiere promocionar lo que hace, no conversar.

Tampoco estoy seguro de si antes se hablaba tanto. Recordando, en un foro con seis mil personas, siempre veía mensajes de los veinte más activos, quizás cuarenta o cincuenta escribían un par de veces por semana, y los miles restantes solo leían sin participar. Pero eso lo olvidamos.

Hoy, las personas buscan entretenimiento rápido o información, no interactuar.

La madre del cordero

Y eso es solo la punta del iceberg. ¿Quién te va a comentar en redes sociales? Alguien acostumbrado a hacerlo. Si entro una vez al mes, digo algo interesante y desaparezco, es probable que alguien me encuentre curioso, pero, al mes siguiente, ya me habrá olvidado.

Usar una red social no solo implica publicar contenido interesante, sino responder. Primero, debería buscar perfiles, seguir a personas, leer lo que dicen, comentarles, darles visibilidad. Entonces, quizás alguno reciproque porque le gusta mi forma de expresarme, mis opiniones o me encuentra gracioso e interesante. Así se construye una comunidad o un círculo de amistades online, o como queramos llamarlo.

Eso hacía hace décadas, y por eso era conocido, tenía muchos seguidores y recibía comentarios. Mi idea de “charlar” en redes viene de esa época. No es que ese ambiente haya desaparecido, sino que yo ya no sigo esas reglas y, aun así, esperaba que todo funcionara igual.

Y ahora, ¿qué?

A día de hoy, no tengo ni el tiempo ni las ganas de hacerlo. Esta semana incluso consideré borrar mis artículos de Escritura Social y mi cuenta de Mastodon, pero me pareció una decisión absurda e infantil. Fue entonces cuando comencé a reflexionar y escribir esto.

Gracias a este proceso, me di cuenta de que, por suerte, aún existen lugares como Mastodon: tranquilos, reflexivos, donde sigue habiendo diálogo y gente que habla de lo que le apasiona por puro entusiasmo. Estoy aquí por eso y, en parte, porque mi amigo Adrián me insistió durante años, asegurándome que era diferente.

Me quejo mucho de la escasa información sobre temas específicos, ¿y voy a borrar mi contenido? ¡Sería una tontería! Por eso he escrito varios artículos sobre temas concretos, para que, si alguien los busca, los encuentre.

Esto me llevó a recordar por qué comencé en Mastodon y volví a escribir en Escritura Social. ¿Qué me mueve por dentro? Supongo que es una especie de terapia, más barata que un psicólogo. Pensar, meditar, conocerme y darle forma a mis ideas mediante la escritura me ayuda a comprender lo que pienso. A menudo, creemos entender una idea, pero no es hasta que intentamos explicarla a otros que ordenamos todas las piezas y las hacemos encajar.

Además, como mencioné, internet está lleno de artículos repetitivos. Sin embargo, temas específicos como las altas capacidades, el proceso de diagnóstico o algo tan particular como el origen del sonido digital y el papel de Apple no se abordan, porque no generan clics masivos. Pero a mí me interesan o me afectan.

Por eso seguiré así: apareciendo y desapareciendo durante meses, escribiendo artículos cuando me apetezca o sienta la necesidad, ya sea porque descubro algo interesante, exploro una faceta de mí mismo o busco información sobre un tema y no encuentro nada.

Ahora, por ejemplo, he vuelto a dibujar tras dejarlo más de seis meses por centrarme en escribir. Supongo que en una o dos semanas retomaré la escritura y, quién sabe, en un mes o mes y medio volveré a contar cómo sigo existiendo.

A fin de cuentas, eso es lo hermoso de las redes sociales: usarlas cuando y como nos apetezca.

Una de las cosas que más me impresionó al llegar a Mastodon fue la increíble cantidad de gente neurodivergente que me encontré. Casi era raro encontrar a alguien que no lo fuera.

En un primer momento, me fascinó. Me dije: «¡Ostras, qué guay! Voy a poder hablar sobre estos temas con otras personas que sufren y sienten parecido a mí…». Y una mierda.

Pronto descubrí que parecía ser una moda y, sobre todo, que es gente autodiagnosticada, que cree que lo tiene porque se identifica con algún rasgo y ya está. «Es que no me entendéis porque soy neurodivergente», y a circular.

En primer lugar, quiero aclarar algo: yo no tengo diagnosticado Asperger. Tengo diagnosticadas altas capacidades y MUY probablemente Asperger, pero no se puede afirmar con seguridad. ¿Por qué? Porque soy adulto.

Ya sea el déficit de atención, Asperger o autismo, tiene especial relevancia diagnosticarlo siendo pequeño, porque en ese momento se le puede ayudar, enseñar técnicas para integrarse de forma más eficaz en la sociedad, a comprenderse a sí mismo y a los demás. Por supuesto, también depende del grado en que se tenga; siempre hay límites para todo.

No me malinterpretéis: es perfectamente válido buscar una explicación a lo que nos sucede o a cómo nos comportamos. Cuando recibí mi diagnóstico, me cambió la vida. De pronto, me entregaron una pieza que hacía encajar el puzle que había sido mi existencia. Tanto es así que me sentí deprimido y decaído durante más de un año. Muchas reacciones que notaba y no entendía cobraron sentido… Y no es agradable.

La teoría dice que, si una persona llega a la etapa adulta, por la propia interacción social y madurez, esas herramientas se han aprendido, como suele decirse, a las malas. Si has tenido amigos, pareja o trabajo, en mayor o menor medida has adquirido unas habilidades sociales mínimas para saber desenvolverte y puedes navegar en el proceloso mundo con unas garantías mínimas de éxito. Y esto es así, con matices. Hay gente que tiene menos habilidades sociales que una piedra y no tiene ningún tipo de neurodivergencia, y hay personas con Asperger que, gracias a aprender a leer las expresiones o identificar el tono de voz, pueden llegar a tener muy buenas relaciones porque saben interpretar cómo se siente la gente.

Fuera de la etapa escolar, el diagnóstico no es que sea anecdótico, pero nos sirve como algo personal, para poder poner un nombre a lo que nos ocurre y, a partir de ahí, CAMBIAR.

Siendo ya adultos, no solo tenemos la experiencia vital, sino también, aunque sea, nuestra propia sospecha de lo que nos pasa. A esto se suma que, a través de libros, cómics, series y películas, también «aprendemos» esas reglas de etiqueta social.

Tampoco podemos olvidar un tema muy importante, que estoy diciendo de forma implícita: esto, por regla general, tiene una importante carga genética y, sobre todo, se tiene de nacimiento. Porque veo gente que, con cincuenta años, dice: «Es que ahora estoy teniendo déficit de atención porque…». Porque eres un polla vieja, hijo mío. O lo has sido toda la vida, o es que ahora estás atontado y ya. Es decir, si de pequeño te podías concentrar, o has podido durante toda tu vida y en los últimos años no, no es que tengas déficit de atención. Es que la propia sociedad, las redes sociales, el ritmo de vida… están haciendo que tu cerebro no sepa ni dónde está el norte. No que AHORA tengas déficit de atención.

Y otra característica: esto SUELE ser hereditario. En mi caso, yo lo he heredado de mi padre y mi hija de mí. ¿Consideráis que alguno de vuestros padres lo tiene? Si es que sí, suman las posibilidades; si es que no, bajan hasta ser casi cero. Eso tampoco quiere decir que sea imposible o que vuestros hijos SEGURO que lo tengan. A lo mejor tienen otra cosa o ninguna; es tan solo un identificador más. Mi padre, por ejemplo, tiene déficit de atención, no Asperger. Yo tengo Asperger leve y altas capacidades, y mi hija tiene altas capacidades y Asperger más severo. ¿Quiere esto decir que, si tiene hijos, lo van a tener? No, ni mucho menos. Es una lotería y puede que tengan más papeletas, pero papeletas como tal tenemos todos al nacer.

Lo único que está claro es que, de tenerlo, lo tienes desde que naces.

Y, por supuesto, no es algo cool, gracioso ni que te haga más interesante. Estoy seguro de que esto es culpa del cine y las series, que empezó con The Big Bang Theory y luego con The Good Doctor, que, por cierto, son una nefasta representación. Yo ahora mismo llevo varios meses con una lesión en la pierna izquierda que casi no me deja caminar, y es por el Asperger, por esa desconexión que se genera entre cuerpo y mente que no nos hace darnos cuenta del estado en que estamos, si nos estamos haciendo daño o cuándo deberíamos parar. Regresé a entrenar fuerza en el gimnasio y volví casi con los pesos e intensidad de cuando lo abandoné hace siete años… Y menudo destrozo llevo, con rotura de isquiotibial y tres contracturas solo en la pierna izquierda. ¿Gracioso o cool? Para nada.

Y última cosa, pero no menos importante: ser neurodivergente no es el comodín del público, no es una excusa ni una razón. Si la cagas o no te entienden y eres adulto, es culpa tuya, no de la neurodivergencia ni de la otra persona. Sino tuya. Todos la cagamos. Aceptarlo es la primera parte; ser conscientes de qué hicimos mal es la clave; cambiarlo para que no vuelva a suceder es lo más difícil.

Si nos escudamos en «es que soy neurodivergente», lo que somos en realidad es unos inmaduros, y cada vez seguiremos cagándola más. Pero oye, será que todo el mundo está en nuestra contra. ¿Culpa nuestra? Imposible, somos neurodivergentes.

Hace meses que me sumergí de lleno en el proyecto de escribir mi primera novela. No es la primera vez que lo intento: hace un par de años me propuse escribir y publicar una novela en Amazon en solo seis meses. Lo conseguí, pero hoy, con perspectiva, reconozco que aquello no era una novela. Era un intento, un borrador, un aprendizaje. Ahora, con más claridad y humildad, quiero compartir en este espacio cómo ha sido este proceso, en qué punto me encuentro y, sobre todo, lo que he descubierto sobre mí mismo y mi forma de crear.

Los primeros pasos: Un esbozo lleno de dudas

En diciembre, tenía un borrador inicial: unos seis o siete capítulos, unas setenta u ochenta páginas. No recuerdo exactamente. Lo compartí con tres lectores cero de confianza: dos de ellos, lectores habituales y experimentados, y un tercero, alguien que lee muy de vez en cuando. Los primeros me dieron ánimos; dijeron que era interesante, que estaba bien encaminado. Pero el lector ocasional fue brutalmente honesto: no le enganchaba, le resultaba difícil de leer, le dejaba indiferente.

Aquello me descolocó. No por frustración, sino por una necesidad urgente de entender. Si un escritor no logra conectar con todo tipo de lectores, ¿es realmente un buen escritor? Aquel comentario me llevó a cuestionarme todo: ¿de qué iba mi novela? ¿Qué quería transmitir? ¿Por qué y para quién escribía? Y, lo más importante, ¿cómo hacerlo?

El caos creativo: Reescribir para descubrir

Varios meses después, mi novela ha cambiado por completo. He reestructurado, borrado y añadido decenas de capítulos. He sufrido, he llorado, he reído y me he tirado de los pelos en innumerables ocasiones. Pero, por fin, comprendo mi novela. No sé cómo escriben otros autores, pero yo no sigo el consejo clásico de terminar un borrador completo antes de reescribir. Mis capítulos han pasado por múltiples versiones: algunos los he reescrito hasta treinta veces; los primeros veinte, de media, unas cuatro veces cada uno. ¿Por qué? Porque no sé de qué va mi novela al empezar. Ella se escribe sola, y yo, como un arqueólogo, solo retiro la tierra para descubrirla.

¿Estoy loco? Puede ser. Pero así es como funciona mi proceso.

Actualmente, mi manuscrito suma unas 53,000 palabras. Si no hubiera borrado nada, estoy seguro de que superaría las 200,000. Además, llevo una libreta donde anoto a mano mis reflexiones: debates internos sobre el papel de cada personaje, sus motivaciones, su contexto y sus conexiones con los demás. Curiosamente, en la primera etapa, mis personajes ni siquiera tenían nombres. Eran “el gigante”, “el genio”, “el guardia”. No creo personajes desde cero; surgen como necesidades, miedos o ambiciones que voy explorando.

La recta final: Tejiendo la historia

Ahora siento que estoy encarando la recta final. He logrado entrelazar todas las subtramas con la principal, conectar a los personajes y definir sus arcos narrativos. Tengo claro el sentido y el significado del desenlace; solo me falta construir el puente que me lleve hasta él. Cuando lo cruce, descubriré cómo plasmarlo.

Escribir esta novela no es solo un ejercicio literario: es un acto visceral. Me identifico con cada personaje, con cada situación. Son fragmentos de mi vida, de mis miedos, mis preguntas. Puede sonar pretencioso, pero es la verdad: no estoy escribiendo una novela, la estoy vomitando. Y, por primera vez, me da igual lo que piensen los demás.

El sacrificio detrás de las palabras

Este proceso está siendo duro, tanto física como psicológicamente. Para quienes se lo pregunten, sí, tengo un trabajo a tiempo completo. Me levanto a las cinco de la mañana y no vuelvo a casa hasta las cuatro de la tarde. Tengo esposa, hija, una perra, voy al gimnasio… Escribo en fragmentos de una o dos horas diarias, si tengo suerte. Ha habido semanas en las que he sacrificado horas de sueño, escribiendo hasta cuatro horas al día para ajustar la historia tras cada nuevo descubrimiento.

Eliminar distracciones también ha sido clave. Borré mis cuentas en las grandes redes sociales y hasta mi canal de YouTube. No escribo por fama ni visibilidad; lo hago porque es algo que necesito desde niño. Ahora, a mis 46 años, por fin me siento capaz de emprender este viaje.

Un camino único, imperfecto y mío

Sé que muchos dirán que mi método es un error, que soy un novato, que no es la forma más eficiente de escribir. Y probablemente tengan razón. Pero no me importa. Es mi forma, y por primera vez en mi vida estoy profundamente orgulloso de lo que estoy creando. Antes, mi respeto por la literatura y los grandes clásicos con los que crecí me hacía sentir indigno de escribir. Ahora, por fin, me atrevo.

No sé si esta novela será un éxito o si llegará a algún lector. Pero sí sé que este proceso me ha transformado. Escribir no es solo contar una historia; es descubrir quién eres mientras la cuentas. Y, en ese sentido, ya he ganado.

A principio de año me apunté en un taller de lectura, una recomendación que llevaba muchos años haciéndome mi amigo Adrián Perales y que yo siempre decía... ya buscaré. A finales del pasado año hubo un cambio importante en nuestra vida familiar, se dispuso de bastante más tiempo libre y dije bueno, ahora ya no hay excusa. Además, como estoy bastante en serio con el tema de escribir mi primera novela, me pareció interesante ver cómo perciben otras personas las novelas.

En realidad, me apunté a dos, aunque la organización, periodicidad y lugar de reunión de uno no me gustó nada y ni tan siquiera asistimos a ninguna reunión. En el que permanezco es de pago, organizado por una periodista jubilada y organizado en una librería de Zaragoza bastante prestigiosa en el sector de la literatura independiente, Cálamo.

Si estoy escribiendo este artículo es porque la novela que debemos tratar en el próximo mes de abril me ha tocado la fibra en varios aspectos importantes y son tantas cosas que dudo pueda tratar todas en el taller, teniendo en cuenta la cantidad de personas que somos y el tiempo disponible, pero por fortuna disponemos de internet para este tipo de cosas ¿verdad?

En primer lugar, el contexto. La novela se llama «Vírgenes Juradas», escrita por una escritora albanesa sobre una figura que existe en la zona norte del país, en las montañas. Ahí las mujeres pueden hacer un juramento de por vida y se convierten en hombres a todos los efectos y, por supuesto, no pueden estar jamás con un hombre bajo pena de muerte, lo mismo que sí quieren volver a ser mujer. Esto, como imaginaréis, me voló la cabeza porque toda la sociedad no solo lo acepta, sino que lo celebra como si naciese un hombre. Puede estudiar, conducir, fumar, beber, ser la cabeza de familia... Algo muy utilizado, por ejemplo, si moría el padre sin descendencia masculina, de esta forma prevalecía la casa familiar por reducir mucho la cosa. Yendo por partes, hay varios aspectos fundamentales que me interesan mucho al saber de la existencia de esta novela que, por cierto, me leí en dos tardes.

1º Yo tengo un hijo de 18 años, transexual, en España, un país en teoría del primer mundo, moderno y que asume y acepta este tipo de situaciones y veo la hipocresía y el rechazo en la sociedad. 2º Yo, a título personal, no sé a qué es debido, lo achaco también a que tengo asperger y altas capacidades. Lo cual, por un lado, me hace sentir una desconexión con mi propio cuerpo y, por otro, las altas capacidades, generar una empatía excesiva por la alta sensibilidad. Pero yo no sé lo que es ser un hombre o una mujer. No lo entiendo, tan solo veo personas con circunstancias particulares cada uno. 

Por lo tanto, una novela en la que se aborda cómo una mujer que no se siente ser un hombre decide adoptar ese rol voluntariamente en una sociedad mucho más cerrada que la española, donde no solo es aceptado, sino además celebrado, me voló la cabeza y tenía muchísimas ganas de leer y aprender.

La novela arranca con Hana, una Virgen Jurada que viaja a Estados Unidos invitada y ayudada por su prima, que ya está establecida allí con su mujer e hija y le ayuda a conseguir la green card. Ya se intuye desde el principio que el objetivo del viaje es volver a ser mujer y tiene una frase muy potente que me hizo esperar todavía más de la novela.  No se puede escribir poesía con la vulva seca

Dejando claro, o por lo menos para mí, que la mujer no se siente ser ella misma al haberse transformado en un hombre, y su espíritu, su energía, su creatividad y pasión murió al aceptar ese rol. Brutal.

Aquí toca hacer otra parada para explicar mi relación con la literatura. Como he comentado de pasada al inicio, el asperger y las altas capacidades hacen una combinación extraña en mí, porque me cuesta identificar cómo me siento o incluso si me estoy excediendo físicamente, lo cual haciendo deportes me ha ocasionado muchísimas lesiones. Sin embargo, en el aspecto sentimental, gracias a la literatura, he aprendido a identificar los gestos, miradas, el simbolismo de lo que se dice y se calla. Por eso, amo tanto la literatura y es algo que valoro y aprecio muchísimo, el poder y el arte tras las palabras. Es decir, esa frase que todos hemos escuchado cientos, miles de veces de: no lo digas, muéstralo. En mi caso, es la diferencia entre una novela que sirve para entretener, o que es auténtica literatura. Sin querer desmerecer a nadie, por supuesto.

Yo mismo he devorado cientos de libros por puro entretenimiento, como es obvio, mucho más que de los otros.  Pero en este caso, en concreto, con ese tema, con esa premisa y con ese inicio... Esperé demasiado y eso nunca es bueno.

Como digo, me lo leí en dos tardes. Es una lectura ágil, fluida, cambia entre el pasado y el presente, haciendo que mantengas el ritmo en todo momento y la trama fluya de forma amena.  Además, presenta a las Vírgenes Juradas, que, como digo, me despierta mucho interés e investigaré sobre el tema. Y ahí termina todo lo bueno que puedo decir sobre esta novela.

La protagonista se siente una Mary Sue, un arquetipo de chica perfecta en todo momento. Lista, responsable, independiente, segura de sí misma, que sabe que quiere estudiar porque ama la literatura, los libros y no quiere atarse con nadie para renunciar a su libertad... Los hombres en Albania son todos alcohólicos, se pasan el día fumando, disparando, peleando, son vagos, sucios, que no hacen nada en casa... Excepto, su padre, que quería mucho a su madre y eran una familia ejemplar feliz, lástima que murieron en un accidente de coche y tuvo que cuidarla su tío. Que también era un hombre ejemplar, limpio, educado, que estaba muy enamorado de su mujer y tuvo una infancia maravillosa... Excepto en la universidad, que todos los chicos estaban enamorados de ella, no tuvo ningún problema con ninguno. El chico más guapo y más inteligente incluso se le declaró a ella y solo a ella porque era la mejor de todas...

Y entonces su tío tiene cáncer terminal, le quedan pocos meses de vida y su tía se muere de un ataque al corazón.  Como es lógico, una chica tan estupenda deja la universidad y se va a cuidar a su tío los últimos meses de vida que le quedan. El médico del pueblo es estupendo, maravilloso, atento, guapo, educado y, por supuesto, se enamora de ella también. ¿Cómo no? Y también le pide matrimonio, por supuesto, ella rechaza a todos porque no quiere perder su libertad e independencia, hasta ahí podíamos llegar.

Y, no es necesario decir, que el marido de su prima que vive en Estados Unidos, Albanés por supuesto, es un marido ejemplar que trabaja sesenta horas a la semana, solo tiene ojos para su mujer, está loco por su hija y acepta y protege a la protagonista ayudándole a conseguir trabajo, regalándole un coche... Su mujer la quiere mucho y eso es lo único que él necesita saber de ella. Vamos a ver, ¿por qué los españoles no somos la mitad de buenas personas que los alemanes? Es que me da vergüenza ser español, ahora mismo joder, y cuando una mujer decide ser hombre, montan una fiesta. Somos una sociedad fallida, está claro. ¡Puta vida!

Tan solo hay una escena en la que tiene un problema con un hombre y está narrada de la peor forma posible. Una vez al mes tiene que bajar a la capital a coger los medicamentos para su tío enfermo, para ello necesita hablar con algún camionero que pueda bajarla y luego subirla a la ciudad y esto nos lo muestra dos veces. La primera vez, o sorpresa, topa con un camionero amable, educado, que se preocupa por ella diciéndole que es un trayecto muy peligroso tanto por las horas del viaje, como por tener que ir con desconocidos. Hay lobos en el bosque si les pasa algo...  Vamos, otro ejemplo de caballero andante, le indica que todos los meses hace ese trayecto, que pueden quedar y siempre va con él, perfecto.

Pasan los meses, todo perfecto y un día tiene que ir a por los medicamentos y quedó con un camionero que, en cuanto lo vio, se dio cuenta de que era un zafio. Así, porque sí. Y en cuanto leí eso dije vale, este es el que la viola. Me tocó un camionero, borracho, sucio, que olía que apestaba, fumaba como un carretero y me lanzaba miradas lascivas. Pero como todos los albaneses son así, lo vi como algo normal. Pues lo siento mucho, pero hasta este momento yo me he imaginado a los albaneses como caballeros con traje, monóculo, y poniendo sus chaquetas en los charcos para que las mujeres no se manchen los pies. Algo no cuadra aquí.

Esta es la base de esta historia, es la creación de mundo, la diferencia social principal en donde ella vive. Y si esa base no está bien construida, lo siento, pero a mí me resulta imposible conectar con la historia, los personajes y su mensaje.

Es una escritora que no sabe mostrar, que todo te lo dice y tú, como lector, debes creer en su palabra de que es así porque ella dice que es así. Que lo dicho, si tan solo quieres leer una historia diferente, está perfecto. Pero no es lo que yo esperaba.

En segundo lugar, e incluso más grave si cabe, es lo que es una mujer según esta novela o esta escritora, como queráis verlo. Todo se basa en el sexo y no solo en el sexo, sino en el sexo con un hombre.  Su periplo en Estados Unidos se centra en volver a vestir como una mujer, que la falda de tubo le queda mal porque no tiene culo; sin embargo, los vaqueros ajustados le hacen un culito respingón muy mono. Tiene que encontrar un peluquero que sepa hacerle un corte que le favorezca, porque claro, ella es monísima, tanto hombres como mujeres se lo dicen

Luego, para colmo, lo que me hizo pensar que esto lo había escrito una adolescente... Se quiere independizarse para volver a masturbarse, porque en Albania no le apetecía y en casa de su prima le da vergüenza. ¿En serio? Hay, por favor.

Por supuesto, al final de la novela encuentra un hombre que conoció en el vuelo hacia Estados Unidos, escritor y periodista que viaja por todo el mundo, y por supuesto se enamora al instante de ella.  Es paciente, atento, cariñoso, educado... 

Y esto es lo que a mí más me ha decepcionado de esta novela. Hay un momento en que una compañera de la universidad va a visitarla cuando es un hombre en Albania, le dice que ella es una  mujer y que en la universidad nadie entendió por qué lo hacía. Y aquí viene lo gordo. Porque si fueses lesbiana y lo hicieses para acostarte con otras mujeres, pues lo entenderíamos.

Vamos a ver, esta novela se supone que trata sobre el sacrificio de una mujer que para que su tío muera tranquilo y feliz porque se mantiene la casa familiar y el nombre se convierte en un hombre. Y esto lo digo porque ella lo dice. Yo no vi nada de eso en la novela, pero bueno. Entonces ella se sacrifica renunciando a ser mujer, pero ¿si hubiese sido lesbiana, entonces no hay ningún sacrificio y son todo ventajas? Me parece un disparate en toda regla.

En Piriápolis, por ejemplo, hay un momento en que la protagonista siente que la policía dela moral, la observa y tiene miedo de que lleve mal el velo o algo así. No lo recuerdo. Entonces ella, temerosa, se lanza sobre el policía y le dice que un hombre le ha dicho alguna grosería para evitar su falta. El policía se abalanza sobre el hombre y ella se marcha corriendo a casa. Allí, orgullosa, se lo cuenta a su abuela para que vea lo ingeniosa que es y su abuela la reprende. Le dice que para escapar de su falta ha metido en problemas a un inocente y eso no está bien.

Esa escena no dice nada, lo muestra de forma magistral. No vivimos en un sitio perfecto, pero no podemos hacer daño a otros para evitar que nos lo hagan a nosotros.  Esa lección, esa escena, vale más que todo este libro.

Pero la protagonista, para hacer feliz a un familiar que es lo más querido en el mundo para ella, hace un juramento de por vida. Sin embargo, luego se marcha a Estados Unidos y lo rompe. Y me da igual que hayan pasado catorce días o años, como indica en la novela.  Hiciste un juramento en su lecho de muerte a una persona y luego lo rompiste. 

En fin, una decepción en todos los sentidos, no solo no me ha aportado algo a mi duda sobre lo que es ser un hombre o una mujer, tampoco me ha mostrado la sociedad albanesa, cómo es vivir allí siendo una virgen jurada. He leído una película cutre de domingo después de comer. Y lo peor de todo, es que estoy seguro de que soy el único del taller al que no le ha gustado.

Solo ante el peligro.

Hace una temporada comenté en Mastodon que desaparecería, que me quería centrar en escribir mi novela y que iba a ser para un par de meses… Mentira.Volví al poco tiempo porque tenía que preguntar una cosa; de paso escribí algún artículo… y todo siguió igual. Ojo, no me he escaqueado de escribir, en absoluto; sigo haciéndolo y a muy buen ritmo, incluso todo esto me sirve también para pensar mejor en mi novela, en su estructura, descubrir fallos, pero ¿sabéis cuál es el problema?

Que a día de hoy queremos estar en misa y repicando.

Vivimos tan conectados, tan socializados, que convertimos incluso el regar el jardín en algo comunitario que queremos mostrar para socializar en redes sociales. Y yo me pregunto: ¿es necesario? No me malinterpretéis, no me estoy yendo al extremo de querer monetizar todo, hacerlo para buscar ser viral, conseguir seguidores… No, no, no voy por ese camino. Sino la necesidad constante de hablar con alguien; estoy solo en casa regando las plantas, voy a hacer una foto y a ver qué me dicen… ¿Es necesario? ¿Tan malo es estar en soledad con nuestros pensamientos?

Me he propuesto escribir una novela, tengo bastante claro el camino que debo seguir; discuto cada día conmigo sobre la evolución que estoy llevando. Avancé varios capítulos y luego retrocedí porque se me ha ocurrido cómo mejorarlo.Estoy fluyendo, estoy en mi prime creativo…

Es lento, farragoso; sufro, me frustro, me dan ganas de dejarlo cada día. ¿Y qué problema hay? ¿Por qué tengo que buscar evadirme contándole mis penas al resto de la gente? Estoy aprendiendo mucho de mí mismo. ¿Necesito desconectar todo el rato buscando el apoyo de desconocidos?

Puede ser, incluso estoy seguro de que será ventajoso. Pero no en este momento.Una obra es una creación artística; debe tener un mensaje, un significado, un simbolismo…

Y tan solo el autor es quien decide ese mensaje. Una vez que se ha concluido, digamos, ese primer borrador, es correcto mostrarlo y que opinen sobre él. En ese caso se puede hablar sobre cómo se ha transmitido ese mensaje, si ha llegado a los lectores, si se podría cambiar algo para que quede más claro… Pero si se está hablando de forma constante durante la fase de creación, es posible que incluso, de forma involuntaria, el desarrollo propio de la novela.

Y eso sería imperdonable.He pensado en ir contando mi proceso creativo, ya sea por aquí o por YouTube, ir explicando cada semana mis progresos, hacerlo en su lugar cada mes.Voy enseñando las fases en las que desarrollo a los personajes, donde planteo el mundo, como selecciono la trama, mi forma de estructurar los capítulos y en qué fases los voy escribiendo…

Y me he dado cuenta de que no debo hacerlo, que me estoy engañando a mí mismo, que son vías de escape para ir desviando, poco a poco, el tiempo que tengo para escribir la novela a hablar sobre cómo escribo la novela.

Escribir duele, y mi cerebro quiere escapar de ese dolor; mi cerebro quiere compensarlo guiándome hacia algo más placentero, que es hablar sobre cómo escribir, buscar el apoyo externo, comentarios de gente que me dé ánimos… Pero eso no es lo que yo he decidido…

De este modo he tomado una decisión: voy a mantenerme firme; desde febrero hasta junio voy a enfrascarme tan solo en escribir y leer.Actualmente llevo dieciocho capítulos escritos, algo más de treinta mil palabras… Así que en estos cinco meses tengo la intención de escribir los veinticinco o treinta capítulos que me faltan para llegar a las cien mil palabras aproximadas que me serán necesarias para terminar esta novela.No se trata tan solo de escribir, sino que también espero hacer una pequeña revisión general antes de enviar ese borrador cero a mis tres lectores de testeo que tengo, para que lo lean entre julio y agosto.

Así ya, con sus opiniones, me pondré en septiembre a hacer la revisión final antes de que se pongan los expertos a hacer la revisión ortotipográfica. De este modo, quiero aprovechar para despedirme de todos vosotros por estos cinco meses. Si todo va bien, regresaré en julio pletórico tras haber culminado con éxito mi hazaña…

Y entonces, espero, tendré ganas de contar todo el proceso, si a alguien le interesa, claro está.

Una de las cuestiones que más me estoy replanteando últimamente en mi vida es, sin lugar a dudas, mi uso con la tecnología.

Supongo que será algo habitual en el ser humano. En mi juventud fui un gran apasionado, por no decir obsesionado, con la tecnología.

Mi generación es, sin lugar a dudas, una de las que más avances tecnológicos ha visto en poco tiempo. Me refiero, por supuesto, a implementación y uso de ellas, porque está claro que mis abuelos vieron más cambios. La diferencia es que los de mi generación hemos recibido e integrado en el día a día estos cambios tecnológicos, pasando de la televisión en blanco y negro cuando éramos muy pequeños, pasando por las consolas de 8 bits, ordenadores personales desde los Amstrad y Spectrum a los smartphones, tablets y, ahora, inteligencia artificial.

He recibido con los brazos abiertos toda nueva tecnología para, como mínimo, probarla, estudiarla, analizarla y ver si me aportaba algo. Mi última obsesión fue hace unos años con la domótica, como ya comenté en otro artículo que publiqué hace unas semanas.

Sin embargo, echando la vista atrás y viendo mi desarrollo actual, me encuentro con que estoy totalmente desactualizado, o eso creo yo, claro. Es cierto que mi base de conocimientos es muy superior a la de una persona corriente y, por ello, si me interesa, en un par de tardes informándome soy capaz de comprender las nuevas implementaciones. Aunque por supuesto eso se debe a que ya no hay grandes saltos tecnológicos… básicamente se limitan a coger algo que ya hay y actualizarlo con mejoras menores.

Pero la cuestión es que ni tan siquiera me entero de cuando hay Keynote de Apple o de otras empresas, no tengo ni idea de cuáles son los últimos modelos de smartphone de las compañías más importantes, no tengo ni idea de cuáles son los últimos avances en redes Wifi y sus mejoras, cómo avanza la domótica o qué novedades traen los últimos sistemas operativos.

No solo eso, es que mirando los dispositivos que tengo… Mi iPhone es un iPhone 11, es decir, tiene cinco años.

Mi iPad es la versión básica para estudiantes… Del año 2019, mi Mac es un Mac Mini M1, sí, pero porque tuve que actualizar el que utiliza mi mujer a un Mac Mini M4 y he sido yo quien lo ha heredado… Si no, mi ordenador sería el Mac Mini del 2013 que ahora está en el comedor para hacer de centro multimedia. Y mi reloj es un Apple Watch Series 2… Un Series 2, un reloj de hace ocho años; cuando la gente dice que estos dispositivos cuando tienen tres años ya no sirven, pues yo lo uso a diario y estoy encantado. Incluso el iPad, cuando hay una actualización de software, tengo que conectarlo al Mac porque tiene tan poca capacidad de almacenaje que si no, ni tan siquiera se puede actualizar.

¿Y sabéis qué? Que me da exactamente igual, que no me importa.

Es cierto que en el estudio de grabación que tengo en casa tengo más tecnología, y sobre todo cara, que la gran mayoría de la población. española, pero es un caso aparte, como es lógico. Son equipos muy caros, sí, pero su vida útil es… De toda la vida, jajaja.

Aunque la tarjeta de sonido se actualizó hace un par de semanas y ocupó 18 Gb, no es cualquier tontería.

No sé, quizá es que la tecnología ya ha llegado a su tope y no tiene novedades que me llamen la atención, quizá es que ya tengo lo que necesito o incluso que he madurado y no valoro esas cosas.

La cuestión es que me da exactamente igual todo lo que presenten. Y me alegro mucho por ello.