Escribiendo mi primera novela: Un viaje de descubrimiento personal

Hace meses que me sumergí de lleno en el proyecto de escribir mi primera novela. No es la primera vez que lo intento: hace un par de años me propuse escribir y publicar una novela en Amazon en solo seis meses. Lo conseguí, pero hoy, con perspectiva, reconozco que aquello no era una novela. Era un intento, un borrador, un aprendizaje. Ahora, con más claridad y humildad, quiero compartir en este espacio cómo ha sido este proceso, en qué punto me encuentro y, sobre todo, lo que he descubierto sobre mí mismo y mi forma de crear.

Los primeros pasos: Un esbozo lleno de dudas

En diciembre, tenía un borrador inicial: unos seis o siete capítulos, unas setenta u ochenta páginas. No recuerdo exactamente. Lo compartí con tres lectores cero de confianza: dos de ellos, lectores habituales y experimentados, y un tercero, alguien que lee muy de vez en cuando. Los primeros me dieron ánimos; dijeron que era interesante, que estaba bien encaminado. Pero el lector ocasional fue brutalmente honesto: no le enganchaba, le resultaba difícil de leer, le dejaba indiferente.

Aquello me descolocó. No por frustración, sino por una necesidad urgente de entender. Si un escritor no logra conectar con todo tipo de lectores, ¿es realmente un buen escritor? Aquel comentario me llevó a cuestionarme todo: ¿de qué iba mi novela? ¿Qué quería transmitir? ¿Por qué y para quién escribía? Y, lo más importante, ¿cómo hacerlo?

El caos creativo: Reescribir para descubrir

Varios meses después, mi novela ha cambiado por completo. He reestructurado, borrado y añadido decenas de capítulos. He sufrido, he llorado, he reído y me he tirado de los pelos en innumerables ocasiones. Pero, por fin, comprendo mi novela. No sé cómo escriben otros autores, pero yo no sigo el consejo clásico de terminar un borrador completo antes de reescribir. Mis capítulos han pasado por múltiples versiones: algunos los he reescrito hasta treinta veces; los primeros veinte, de media, unas cuatro veces cada uno. ¿Por qué? Porque no sé de qué va mi novela al empezar. Ella se escribe sola, y yo, como un arqueólogo, solo retiro la tierra para descubrirla.

¿Estoy loco? Puede ser. Pero así es como funciona mi proceso.

Actualmente, mi manuscrito suma unas 53,000 palabras. Si no hubiera borrado nada, estoy seguro de que superaría las 200,000. Además, llevo una libreta donde anoto a mano mis reflexiones: debates internos sobre el papel de cada personaje, sus motivaciones, su contexto y sus conexiones con los demás. Curiosamente, en la primera etapa, mis personajes ni siquiera tenían nombres. Eran “el gigante”, “el genio”, “el guardia”. No creo personajes desde cero; surgen como necesidades, miedos o ambiciones que voy explorando.

La recta final: Tejiendo la historia

Ahora siento que estoy encarando la recta final. He logrado entrelazar todas las subtramas con la principal, conectar a los personajes y definir sus arcos narrativos. Tengo claro el sentido y el significado del desenlace; solo me falta construir el puente que me lleve hasta él. Cuando lo cruce, descubriré cómo plasmarlo.

Escribir esta novela no es solo un ejercicio literario: es un acto visceral. Me identifico con cada personaje, con cada situación. Son fragmentos de mi vida, de mis miedos, mis preguntas. Puede sonar pretencioso, pero es la verdad: no estoy escribiendo una novela, la estoy vomitando. Y, por primera vez, me da igual lo que piensen los demás.

El sacrificio detrás de las palabras

Este proceso está siendo duro, tanto física como psicológicamente. Para quienes se lo pregunten, sí, tengo un trabajo a tiempo completo. Me levanto a las cinco de la mañana y no vuelvo a casa hasta las cuatro de la tarde. Tengo esposa, hija, una perra, voy al gimnasio… Escribo en fragmentos de una o dos horas diarias, si tengo suerte. Ha habido semanas en las que he sacrificado horas de sueño, escribiendo hasta cuatro horas al día para ajustar la historia tras cada nuevo descubrimiento.

Eliminar distracciones también ha sido clave. Borré mis cuentas en las grandes redes sociales y hasta mi canal de YouTube. No escribo por fama ni visibilidad; lo hago porque es algo que necesito desde niño. Ahora, a mis 46 años, por fin me siento capaz de emprender este viaje.

Un camino único, imperfecto y mío

Sé que muchos dirán que mi método es un error, que soy un novato, que no es la forma más eficiente de escribir. Y probablemente tengan razón. Pero no me importa. Es mi forma, y por primera vez en mi vida estoy profundamente orgulloso de lo que estoy creando. Antes, mi respeto por la literatura y los grandes clásicos con los que crecí me hacía sentir indigno de escribir. Ahora, por fin, me atrevo.

No sé si esta novela será un éxito o si llegará a algún lector. Pero sí sé que este proceso me ha transformado. Escribir no es solo contar una historia; es descubrir quién eres mientras la cuentas. Y, en ese sentido, ya he ganado.