Vendo Opel Corsa

Emisión en pruebas

De pronto te quedas clavada y piensas: ¿cuándo fue la última vez que hice lo que quise?

No cuando me levanté temprano, porque había dormido lo razonable y había cosas que hacer.

No cuando saqué de paseo al perro, porque depende de mí y necesita ejercicio y estímulo, y yo también.

No cuando me fui al cine con entradas que compré hace una semana, aunque no me apetecía una mierda hoy.

No cuando empecé a hacerme de comer aunque no me apetecía lo más mínimo, porque conviene comer bien.

No cuando puse lavadoras para tener ropa limpia luego.

Tampoco, y esta es la parte realmente triste, cuando dejé de lado todas esas cosas para tirarme en el sofá y jugar a un videojuego a medias y ver la tele a medias y vaciar el cerebro de las mil otras cosas que tengo que hacer, que debería estar haciendo, que es bueno que haga, necesario, conveniente, positivo, sano. Que quiero hacer.

En algún sitio leí que en Japón existía antiguamente la costumbre de no alabar a los niños, para no atraer a espíritus malignos que pudieran querer robarlos. No tengo ni idea de si es verdad, pero sé que si ahora tuviera un niño, nunca jamás le diría que es muy listo.

Estoy francamente harta de algunos de mis amigos muy listos. Los listos es que somos un poco como los enanos de Monterroso: nos reconocemos a primera vista (algunos llevan el carné de Mensa en la boca, lo que desde luego ayuda bastante). Sí, los niños muy listos nos juntamos a menudo con otros niños muy listos: puede ser una atracción mística o el trauma compartido, pero ahí está. Cuando te quieres dar cuenta, estás rodeada de gente muy lista, y es un poco insoportable.

Criarse siendo un niño muy listo deja secuelas. Se parece un poco a ser muy maduro para tu edad, solo que (normalmente) tarda más tiempo en pasársete y (normalmente) te expone menos a los depredadores sexuales. Pero te marca. Cuando eres pequeño, es la típica cosa que no te granjea muchas amistades; pero más adelante, con que además de ser muy listo tengas un poco de desparpajo, te puedes hacer bastante popular. Es entonces cuando, a lo mejor, te acabas creyendo que ser muy listo es una personalidad.

Todas estas cosas se van pasando con la edad, excepto cuando no. Cuando no, tienes gente (a quién quiero engañar: tíos) de cuarenta palos con la que es imposible tener una conversación. Convencidos de que ser muy listo tiene algún tipo de mérito más que, por ejemplo, tener los ojos azules, convierten cualquier encuentro con ellos en una sucesión de posecitas para situarse en el ángulo perfecto en el que se vea que, en efecto, tienen los ojos más azules del lugar. Y yo, sentada en la silla de enfrente, tratando de conectar de alguna forma con la persona que tengo enfrente, me desespero. A veces considero seriamente la posibilidad de llevar encima copias impresas de un posible certificado de ser Muy Listo, para firmarle oficialmente a esa persona que es Muy Listo, Listísimo, sin ninguna duda mucho más listo que yo, ¿y podemos pasar ya a la parte de hablar como seres humanos?

En esas ocasiones se me ocurre una idea mucho más desoladora: todos mis recuerdos de haber conectado realmente con esta persona, ¿existieron? ¿O no fueron más que un espejismo masturbatorio? ¿Esa conexión... no era más que el reconocimiento mutuo de que éramos muy listos?

Todos los días salen mal. El perro se pone pesadísimo, vienen a leer el gas cuando no toca, hay un nuevo ¡ding! drama familiar del que no eras consciente y no quedaban flores en el Lidl.

Todos los días van REGU, te sigue doliendo el pie desde aquel golpe, comes pan y queso entre dos llamadas, porque -aún, todavía- los managers siguen sin saber sumar. Más de veinte años para jubilarte.

(Pon algo aquí del putísimo bluetooth)

Todos los días se tuercen, y el perro se hace un rosquito en tus brazos, había queso de oferta y galletas, un tráiler nuevo -quizás- y mañana seguramente salga todo mucho mejor, mañana te encajará el corazón perfecto en el día de nuevo.

Hoy casi le he gritado a una compañera de trabajo que se interesaba por mi situación y quería ayudarme. Lógicamente, no le gritaba a ella sino a la situación; yo iba describiendo en voz cada vez más alta mis frustraciones laborales, y ella iba haciendo pequeñas preguntas que contribuían a mi irritación (a quién se le ocurre hacer preguntas que yo ya he respondido en mi mente; pobre chica). Al final tienes que parar y reírte y disculparte.

Ser abolicionista del trabajo asalariado requiere un ejercicio constante de doblepensar que es francamente agotador. Sí, sí, hay que meterle fuego a todo, y tu trabajo es sólo un trabajo; no te importa lo más mínimo, y es más, comprendes que es absurdo e irrelevante; pero al final, tienes que estar 40 horas* ahí, y si no encuentras una sola brizna de inspiración, entretenimiento o interés en lo que haces, te vuelves completamente loca.

Que los seres humanos necesitamos trabajar** me parece, a estas alturas, una perogrullada, pero quizás necesita repetirse. Que estar trabajando sin trabajar, infrautilizada e infraestimulada es el peor de los trabajos***, en ese punto lo mismo no hemos insistido lo suficiente.

*Si puedes, menos; pero siempre demasiadas, de todos modos. **Pero de otro modo. ***Deja que me crezca / me apasiona exagerar

Este año, por motivos que no vienen al caso, me he empeñado en sacarme algunas certificaciones profesionales. Profesionales son, pero no exactamente de mi profesión (esa creo que aún está por determinar), porque son lo que mis compañeros llamarían «certificaciones técnicas» mientras que yo, triste, mísera de mí, infelice, soy una persona «no técnica». Pero eso no me ha detenido nunca, ¿no?

Total, que me aproximo a la primera certificación. Por el camino, lío a un compañero, y nos ponemos a estudiar. Lo primero que hay a nuestra disposición es un curso, compuesto de vídeos cortos, algunos textos de apoyo, y preguntas de examen. Nos lo ventilamos bastante rápido, y pasamos a hacer exámenes de prueba, momento en el que nos damos cuenta de que el curso se queda corto, muy corto.

Recurrimos a otros vídeos, más baterías de preguntas, algunos esquemas. Mi amigo me adelanta a toda velocidad (ese es un tema para otra entrada), y se examina, y aprueba, este pasado lunes. Mientras, yo voy cada vez peor. No retengo los conceptos, se me hace todo pesadísimo, y no avanzo en los simulacros de examen. De hecho, parece que voy para atrás, y «suspendo» mi primer examen (saco menos del 70% necesario para aprobar, y que es más o menos a lo que estaba llegando). Esto fue ayer por la tarde.

Anoche estaba triste y cabreada. Mientras paseaba a Serra, hacía búsquedas un tanto absurdas en el móvil, sobre cómo preparar la certificación; y de pronto, entre posts de Reddit y entradas de Medium, vi un enlace a... un libro. Y ahí que le empiezo a dar vueltas a la cabeza. Pero yo me conozco, y sé que tiendo a buscar La Herramienta Definitiva para mis problemas. Qué duda cabe que lo que realmente me ocurre es que he perdido el hábito de estudiar, que no me da la cabeza para la materia, que estoy vieja, inserte aquí su pensamiento ojcuro favorito porque yo los tuve todos.

Esta mañana me descargué el libro. Y esta tarde he estado entre tres y cuatro horas estudiando. Me he zampado cerca de la mitad del libro. He estado concentrada la mayor parte del tiempo. He entendido mejor los conceptos que en las dos o tres semanas previas. He parado por la hora y por no darme un atracón, que no suele ser la mejor estrategia de aprendizaje.

Es pronto para sacar Conclusiones, pero tengo un par de observaciones. La primera es: mira, yo me distraigo con el vuelo de una mosca. Por tanto, cuanta menos participación es necesaria por mi parte, más fácil es que desconecte y no me entere de nada. Me pasa con los vídeos constantemente; además, cuando me doy cuenta, no me es sencillo rebobinar el vídeo hasta el punto en el que me distraje. Leer requiere una participación más activa, y me resulta más fácil mantener la concentración; además, cuando me distraigo, me doy cuenta de que llevo quizás cuatro líneas leídas sin mirar, y vuelvo rápidamente a donde estaba. Es más: creo que el formato de vídeos cortos me pone en modo TikTok, afirmación que hago sin ninguna base neurológica ni psicológica pero ahí os la dejo.

La segunda... mi padre solía decir que el peor de los libros (de texto) es mejor que el mejor de los apuntes. Y sí. Al final, con todos mis respetos hacia otras formas de estructurar la información, creo que en general seguimos haciendo mejores libros que otros materiales de aprendizaje. Quizás no ha pasado suficiente tiempo, o quizás es solo una manía mía.

Ahora solo queda que, aparte de la sensación, haya aprendido algo. Ya veremos.

Este año se me ha metido en la cabeza apretarme bien el cinturón, para prepararme para otras cosas que no vienen ahora al caso. Y como parte de esta idea, decidí aparcar por un tiempo mi afición a comprar libros en favor de mi afición a leer libros.

Fui por las estanterías de casa entresacando 12 libros (uno al mes; me pareció asequible) para leerme este 2024. Algunos los compré hace menos de un mes, y otros llevan años cogiendo telarañas en casa. Me aseguré de que todos estuvieran por leer, de que hubiera mezcla de español e inglés y de que hubiera buena proporción de autoras. Y aquí están:

pila de 12 libros para 2024

Ahora, creo, seguramente acabe leyendo otros, por pura reactancia. La cosa está en hacerse la psicología inversa a una misma.

La lista sin ningún orden en particular: * This Is How You Lose The Time War, Amal El-Mohtar / Max Gladstone * Algo de feminismo y otros escritos combativos, Emilia Pardo Bazán * Because Internet, Gretchen McCulloch * Momo, Michael Ende * The Anubis Gates, Tim Powers * Agatha Raisin y la quiche letal, M.C. Beaton * The Genius Of Dogs, Brian Hare/Vanessa Woods * Odisea, Homero * how to, Randall Munroe * La escala de los mapas, Belén Gopegui * Harrow The Ninth, Tamsyn Muir * Visión de Nueva York, Carmen Martín Gaite

(Hice una pequeña estantería en lectura.social: https://lectura.social/user/Maiko/books/2024-641)

Porque de pronto me di cuenta de que había plagiado inconscientemente a mi querida Gatavagabunda.

Nosotras ya somos señoras. Nosotras este año, querida, cumplimos los cuatro patitos. Y lo importante de cumplir los cuatro patitos es que los tengas todos puestos en fila.

Las cosas nuevas las empiezo en enero. En diciembre cojo aire, planeo, pienso (más de la cuenta), emito, si acaso, en pruebas. Aletargada en los días más oscuros, metiéndome en la cama a las nueve y media, le doy vueltas a las posibilidades del año.

Esta es una de esas posibilidades.