Panchita hacía los calamares a la romana más exquisitos que he comido nunca. Regentaba con su marido un bar con aire retro en la calle donde vivían mis tíos en Laredo y donde yo disfrutaba de la buhardilla familiar con mi primo Nachi que quería ser pintor. Rabas, allí les llaman rabas y en vez de cortarlos en aros lo hacen en tiras
Alguna vez tuve la ocasión de preguntarle a Panchita el secreto de la ternura de sus rabas. El congelador, Paco, el congelador. Panchita congelaba convenientemente sus calamares antes de limpiarlos y cortarlos a tiras. Luego batía huevos, colocaba su artesa con harina, pasaba las tiras de calamar por la harina y seguidamente por el huevo batido hasta que se impregnaban cubriendo la raba con el rebozo.
Tenía una enorme sartén a fuego fuerte con abundante aceite, y cuando el aceite empezaba a humear, echaba los calamares, los tenía en el fuego apenas dos minutos, removiendo para que no se le pegasen entre sí, y los retiraba con la rasera para que quitaran el aceite que sobraba, entonces no había papel de cocina.
Panchita se jubiló y nadie más hace las rabas como ella, ¿o sí?
Al final de una larga estancia todo termina inmóvil
la luz enroscada entre el alfeizar y las jambas,
el aire suspendido en el haz luminoso que proyecta
el polvo depositándose en las superficies
el sonido del vacío rebotando en los objetos yermos.
Los tiburones nunca dejan dejar de nadar
desafiando al imposible mobile perpetuo
y las leyes de la termodinámica.
Hay un espacio, un hueco que no alberga la vida
más bien la excluye
la inmovilidad es el objetivo final
la razón misma de la existencia.
El final del verano está ligado al silencio, Al silencio que dejan los ruidosos vecinos de la ciudad, que no son capaces de acompasarse con la naturaleza ni por un instante. ¡Qué Dios te dé tanta paz como nos dejas! decía Manolo algunas veces y tenía razón. El silencio es lo que más vale de mi casa. El silencio y el Guadarrama que no se inmuta, que no pide.
Cumpleaños de Jesús, energético y renovado para el nuevo curso, Almudena ya tiene Ubuntu y Eles ha podido conectarse de nuevo a la red gracias a Linux y entre medias María me cuenta que está nostálgica.
El tiempo acumula conocimientos y polvo en cantidades similares. He tenido ocasión de hablar con Jim, de Oregón, aprovechando el calor de una hoguera en medio de un bosque en Franconia sobre las elecciones en los estados, como dicen ellos. Es republicano y sin embargo no apuesta por su victoria; sabe que la fuerza de los republicanos es que siempre votan, «Democrats only chat..»
El tiempo tiene forma de círculo pero es solamente una visión premeditada, realmente el tiempo es una línea negra que ha salido de un bote de pintura.
Casa renovada, pintura y habitación con nuevas disposiciones. Delante tiempo.
Selecciono las palabras con las que amarte.
Las siembro silenciosamente
las abono con el gesto
las riego y las abrigo si el viento fuerza para llevárselas.
Estoy esperando la cosecha.
Ansioso en el zaguán
sentado, espero mirando al cielo.
No es que no esté bien
es que no estoy
aunque hago esfuerzos
por no sentirme
por no sentirte
por no sentir
por no haber
por no haber sentido
tengo agujetas en los dedos
de querer agarrar el viento.
No es que no esté bien
es que
a veces
simplemente no estoy.
Después de la fiesta, Trini nos preparó una caldereta extremeña. No tenía de todo, así que hubo de conformarse, pero si hubiera tenido la lista de la compra hubiera sido:
CARNE DE CORDERO, 1 kilo
AJO, 5 dientes
VINO BLANCO SECO, ½ taza
ACEITE DE OLIVA, 6 cucharadas
PIMIENTO MORRÓN, 1 unidad
HOJA DE LAUREL, 2 unidades
PIMENTÓN PICANTE, 1 cucharadita
PIMIENTA NEGRA EN GRANO, 8 unidades
COMINO, 1 cucharadita
SAL
Ella no tuvo pimientos y si tomate, y le salió estupenda.
El cordero estaba cortado en trozos pequeños y se sazonaron generosamente. En un caldero de hierro con aceite, empezó por freír los ajos, pelados y enteros. Una vez fritos, los sacó y los reservó. Echó los trozos de cordero y el hígado entero y lo rehogó a fuego vivo, removiendo con la espumadera, hasta que estuvieron ligeramente dorados. En este punto separó el hígado y echó la cebolla picada y el laurel, dorándolo todo en el aceite y espolvoreándolo todo con el pimentón; añadió el vino (casi un litro) y continuó removiendo el cordero con la espumadera, mientras el vino se iba reduciendo. Le añadió la harina y, después de rehogarla con la carne la mojó con el caldo. Estuvo cociendo cerca de una hora. Mientras cuece la caldereta se machacan, en el almirez, los granos de pimienta, los ajos fritos reservados, unas gotas de aceite y el pimiento morrón. Una vez bien majado, se agrega el hígado frito y se hace una pasta finísima, que se diluirá con la salsa de la caldereta o bien con un cacillo de agua caliente si aquella escasea. Añadiremos esta pasta al cordero, que estará ya tierno. Un poco de perejil picado por encima, unos diez minutos más de cocción y la caldereta estará terminada.
Jose me enseñó ha hacer masa de pizza. El sabe mucho de esto y aunque la hace con la batidora esta super guay que calienta y pesa y de todo, se puede hacer de manera más casera.
Para una masa grande con unos 350 gr de harina será suficiente. Yo mezclo normal, integral y de maiz, pero en esto cada cual debe ajustar la receta. Un vaso de agua y un chorreoncillo de aceite, una cucharada de sal y una pizca de azucar, además de 8 gr de levadura de panadería o si no se tiene, levadura sintética.
Con todo esto vamos a hacer una masa que no se nos pegue en las manos para lo cual iremos añadiendo harina poco a poco a nuestra bola de amasar y la trabajamos hasta que tenga un aspecto uniforme, una tacto suave y una consistencia plástica. La tapamos y la dejamos reposar 15 minutos.
Aprovechar este rato para poner el horno a calentar a unos 200 grados.
Destapamos la masa y comprobaremos, sobre todo si la levadura era de pan, que nuestra masa habrá crecido al menos un tercio. La extendemos para que nos quepa en la bandeja del horno y con un tenedor la pinchamos varias veces para evitar que suba en la cocción. Como el horno estará caliente, la metemos entre 3 y cinco minutos para que la masa se cueza levemente y suba.
Sacamos nuestra masa y la rellenamos con aquello que más nos guste, para devolverla al horno a 200 grados y mantenerla allí durante 15 o 20 minutos. (yo prefiero comprobar el horneado de la masa para saber si está)
Una buena ensalada de pimientos rojos es muy sencilla de hacer, si bien hay que tener la paciencia suficiente para conseguir que salgan bien.
Lo primero es asar unos buenos pimientos rojos, cuanto más grandes mejor, en el horno, a 150 ºC, hasta que estén dorados en la piel, blandos y su aroma sea como el de la huerta al atardecer.
Pelados y cortados en tiras lo más largas posible se reservan para el asalto final.
En una sartén pequeña ponemos aceite de oliva y unos dientes de ajo pelados y cortados en rodajas no muy finas. El aceite no debe calentarse demasiado, y las obleas de ajo se irán dorando hasta encontrar un color ocre momento en el cual las sacamos y las ponemos a secar para que queden crujientes. En ese mismo aceite y como previamente habremos cortados unos dados de pan, freiremos estos dados con mucho cuidado de que no se nos quemen. Igual, los retiramos y les dejamos secar. En ese mismo aceite que sigue pacientemente en la sartén, saltearemos unos piñones, brevemente y los reservamos.
Esta fase suele requerir mucho mimo y atención por lo que yo en este momento, pasado el mal rato me suelo abrir un bote de cerveza, no frío, ¡helado! y me lo tomo a gañote.
Tenemos, pues, unos pimientos rojos, asados y cortados en largas tiras, unas escamas de ajo tostadas, picatostes y piñones crujientes. Ha llegado el momento, terminamos la cerveza, colamos el aceite para que no queden restos del pan y una vez caliente ponemos en la sartén las tiras de pimientos y las salamos generosamente. Con cuidado y una cuchara de madera moveremos suavemente los pimientos mientras se fríen en la esencia de aceite que hemos conseguido y un momento antes de que estén totalmente fritos echaremos un buen chorreón de vinagre de módena en la sartén y terminaremos la fritura en una mezcla que más parece cocción que otra cosa.
La suerte está echada. Tomamos una bandeja si es posible cuadrada, si es posible plana y con todo el mimo que nuestras manos den, colocamos las tiras de pimientos estirados como si quisieran volver a ser uno; normalmente no hace falta rociarlos con el jugo de la sartén pero esto queda la gusto de cada uno, colocamos encima las escamas de ajo, los picatostes y el toque de los piñones.
Ahora un buen vermouth rojo y a deleitarse, si están bien hechos, la sensación será untuosa, ligeramente ácida y el tacto en la lengua carnoso. Como cualquier placer del espíritu, compartirlos es lo verdaderamente sublime.
Ahora estoy a mil besos de distancia
al principio de la línea del tiempo
en el centro del círculo
de tus ojos.
La luna
me acuna
la luna.
Ahora estoy deseando recorrer el camino hacia atrás
volver a los límites
rayo instantáneo que te devuelva
mil besos atrás
al final de la línea
al borde del círculo
de mis ojos.
La luna
me ata
la luna.
Ahora estoy perdido
buscando el hilo
la luna
el círculo
tus ojos.
La luna
me arrastra
la luna.
Ahora no estoy
y los besos se han esfumado
todos
y cada uno
cada dos
cada tres.
La luna
me habla
la luna.
Que se pare el viento
el tiempo
que la luna me suelte
que la luna me deje
que la luna se calle.
La calle me recuerda que te quería
y poco a poco tus pasos caminaron
lejos
más lejos
mil besos más
lejos.