Francisco Molinero

1959-

Recordamos aquello que tiene interés para nosotros. Somos selectivos por necesidad, pero lo cierto es que todos los datos permanecen en nuestro cerebro casi siempre correctamente almacenados esperando esa utilidad. A veces una imagen hace saltar los códigos y hasta los olores se sienten de nuevo, por alguna razón revivimos esos datos y lo hacemos en forma de sensaciones, de sentimientos.

Soy una persona desmemoriada, de hecho me cuesta recordar los nombres de las personas que se me presentan en las reuniones sociales o laborales, así que he aprendido que lo que realmente me pasa es que me interesan poco. Sin embargo si he ido a un sitio lo reconozco, sé volver, lo ubico en mi gps mental, lo almaceno rodeado de la luz, la temperatura y sobre todo las sensaciones que tuve al visitarlo por primera vez. Recuerdo con una vividez asombrosa los sitios y sobre todo, las situaciones en las que las personas con quien estaba produjeron en mí, sentimientos fuertes, amor, odio. No guardo recuerdos en el sentido físico, no tengo cartas, ni regalos que me hicieran, no conservo los juguetes con los que crecí, como si fuera un nativo norteamericano de aquellos de las películas del oeste de por la tarde, tengo la sensación de haber pasado mi vida borrando el rastro tras de mí para no ser encontrado. Esa es la sensación de huir, de viajar sin maletas, de reconstruir la vida en otra parte, en otra ciudad, cambiar de nombre, de pasado, de historia y eso requiere que los rastros sean borrados concienzudamente.

Solo me queda en mi cabeza la historia fotografiada, oída, tocada. Está intacta. Es íntima y tiene enlazada en un hilo una a una las cuentas del collar de una historia.

Hace tiempo que no borro el rastro, ahora solo espero a que mis perseguidores den conmigo.


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La tarde transcurrió de manera inevitable. En aquella pequeña y destartalada habitación de un bloque inmenso de las afueras de Ivanovo, Luba permaneció callada durante horas y Román se quedó dormido en su regazo esperando que la nieve que iba cubriendo la calle parase de una maldita vez el tiempo.

Cuando ya casi anochecía ella le miró tan tiernamente como podía y por señas le apremió para que se vistiera. No había más tiempo ni más silencio que compartir y además el pequeño cuarto en breve estaría ocupado por sus moradores que estaban haciendo tiempo para dejar a la pareja pasar aquella tarde.

Minutos después se despedían junto a la parada del autobús y esa es la última vez que se vieron.

Ahora en medio del sinsentido de esta boda apresurada y absurda, con su copa de cava en la mano, alzada, los ojos de Luba surgieron de entre las burbujas como los vio desaparecer entre la nieve aquella noche y una lágrima se deslizó y fue recibida como muestra de emoción por todos, especialmente por la novia que le besó la mejilla.


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Hace mucho que decidí vivir con lo que tenía, si es poco, vivir con poco, si es mucho disfrutar de la abundancia y guardar para cuando la vida te golpea. En las relaciones personales aplico la misma norma. Siempre quiero el cielo, aspiro a lo máximo, deseo no recordarme como un cobarde, como alguien que no dijo lo que sentía, me gusta vivir con un pie al otro lado de lo cotidiano, me atrae el lado oscuro, la trasgresión, no creo que nada esté mal si el motor es el cariño, el amor, la amistad y la voluntad no es herir sino hacer feliz, pero sé que casi nada de esto es posible y casi todo resulta demasiado complejo como para vivirlo de una forma que no sea perturbador o que no se deteriore en el tiempo y además he comprendido que con el tiempo añoramos una vida tranquila que nos permita dormir sin preocupaciones. Tomo lo que se me ofrece y no pido nada, doy lo que se me pide y no apunto el saldo. Hasta ahora he salido perdiendo o por lo menos esa es mi sensación, aunque como buen ser humano seguramente mi mirada es egoísta y subjetiva, pero ya no quiero cambiar, me reconozco bien a mi mismo en esta actitud, me hace íntimamente feliz y además tengo la esperanza bíblica, yo que no soy creyente, que todo lo que doy me será devuelto cien veces.


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Decidido, con un ademán inconfundible de quien sabe que la única solución está en lo que se propone, el hombre de aspecto cuidado se acerca a la tapia de la estación, saca el espray, lo agita y comienza a pintar una línea recta, camina con el espray pulsado y la línea poco a poco se ondula con el vaivén de su brazo, con su caminar. Al cabo de unos metros el espray suena pero no es capaz de pintar, agotado su tinte. El hombre se aleja. Parece que piensa, mira la línea al principio recta y poco a poco más sinuosa y de cuando en vez observa el bote consumido y su dedo algo manchado con el exceso de pintura de la boquilla. Pasan los minutos y no ocurre nada. Finalmente tira el bote vacío y desmoralizado se aleja de su obra pensando que jamás entenderá lo que hay dentro de las cosas.


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Luisa había preparado una acelgas al horno; pasó la tarde limpiándolas, cortando esa fina tira que tienen en el borde, limpiándolas de los restos de la tierra roja de la huerta del tío Damián, peló y picó las patatas y la cebolla y lloró aprovechando la disculpa para no tener que dar explicaciones, para no tener que disculparse por sufrir, aunque estuviera sola, como los últimos dos meses había estado. Luego lo frió todo y puso la fritura en un plato de cristal que tapó con otro como si fuera una cataplana. Se sentó en la silla de enea junto a la mesa redonda de la cocina y picó el manojo de acelgas muy pequeño mientras en una cacerola calentaba agua para cocerlas durante veinte minutos con algo de sal y un chorrito de aceite. Le había sorprendido la carta, tan escueta: «Te quiero, tanto o más que cuando te dejé marchar, por eso vuelvo. -Dimas» y desde que la abrió en el zaguán, medio a oscuras no había podido entender si la angustia era dolor o alegría y si lo que ella entendía era real, o simplemente quería que lo fuera. Puso un poco de aceite en una fuente de horno, echó las patatas y la cebolla, algo de perejil picado y pimentón, luego las acelgas, lo mezcló todo y añadió algo más de sal; sabía que algo de exceso el gustaría. Durante años, cuando vivían juntos en París, Dimas empezaba el rito de la comida regando abundantemente de sal cualquier plato, en medio del enojo de una hermosa y joven Luisa que aun no era capaz de dar el punto a los guisos. Batió unos huevos y los vertió sobre las acelgas para poder introducir la fuente en el horno hasta que se doraran.

Mientras aprovechó para escribir las letras que había parido en el dolor y la soledad durante años.

Dejo la breve nota sobre la mesa, junto a la fuente y la puerta franca para él. Se fue y por primera vez en años se sintió liberada.


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De la batalla de las Termópilas en el 480 ac. y sus famosos 300 espartanos, sobrevivieron dos: Pantites que se suicidó poco después ahorcándose debido al deshonor por haber sobrevivido a la batalla ya que en el momento del encontronazo final se hallaba de misión diplomática en Tesalia. Y Aristodemo, que afectado por una grave afección ocular y por tanto inútil para mantener las férreas líneas espartanas, decidió regresar a Esparta para sacrificarse en la batalla terrestre de Platea al año siguiente en el 479 AC. en la que no obstante cometió la herejía de romper filas lanzándose el primero al combate, lo que era imperdonable para un espartano.


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Al fin y al cabo nada es demasiado importante, ni perdurable, ni conmueve de manera que debamos tomarlo en cuenta; casi todo es transitorio o transitivo, o banal, insustantivo. No se me escapa que solo el sexo es fundamental y nos modela, nos hace estructuralmente así o al contrario, nos define como personas y lo que es fundamental, como animales, como seres vivos y no solo como productores, consumidores, no solo como amantes sino como deseantes, abrazantes, chupantes.

Así que no quiero nada que no sea verdaderamente importante. Solo sexo durante la tarde, toda la tarde, todos los sexos.


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Había soñado contigo como tantas veces, pero esta era, fue algo distinto, más real, menos imaginada y por eso tuve la necesidad de decírtelo, a sabiendas de que no era bueno, no era correcto, que me comprometía una vez más, que te podría desagradar y lo peor, que finalmente la confesión sería solo testimonial, con un efecto limitado, a destiempo, que no ayudaría sino más bien lo contrario, que ahondaría la distancia, el olvido que según tú no se da si uno no quiere. No tuve más remedio y por eso escribí tan torpemente como soy capaz ese mensaje corto en mi teléfono móvil y tuve que pensar las palabras para decir tanto como quería y callar lo que fuera hiriente. Quería un mensaje directo, que te dijera de alguna manera que lo que quería estar dentro de ti, penetrarte y sentir si de verdad eres o no eres algo más que un solo deseo.

Después el tiempo se encargó de ponerme en mi sito, dudoso y poco a poco resignado, consciente, finalmente pegado al suelo, realista, o sea triste, decepcionado por nada, porque nada debería decepcionar si nada se espera.

Soñé contigo haciendo el amor, tan sencillo, tan sutil, tan básico como eso. Un sueño húmedo e intenso que me hablaba de mi deseo y de ti.


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¿Nerea? Sí, dime… Soy Tomás. Si, ya sé, te he conocido la voz, ¿qué tal? ¿cómo es que me llamas? No lo sé, era una necesidad, un deseo. ¿Te pasa algo? Nada, no me pasa nada. Es eso.


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Encuentro que las palabras surgen. Tienen vida y deciden. Yo no. las llevo en mi cabeza hasta que salen por las manos. Sé que las palabras me vienen rondando con intenciones y desde hace tiempo he decidido no perderles la cara. Más vale una vez morao que ciento colorao. Ahora no es miedo, a lo sumo pereza de que la selección no sea convincente, no cierre el círculo de una manera perfecta. Las palabras me salen al encuentro y en ocasiones me hago el esquivo, no es por temor, es una tristeza que es difícil de explicar, la que siente una persona que sabe que a quien ama ni siquiera lo ve. No es miedo, que es simplemente un deseo de perfección. Las palabras me persiguen y a la vez me esquivan, cuestión de oportunidad y de vez en cuando soy yo el renuente, el que no quiere ponerlas, demostrarlas y no es cuestión de miedo, que ya he dicho cosas terribles de las que me he arrepentido, ya he usado las palabras para herir y matar, para despreciar y para calumniar, no es cuestión de miedo, es un desencuentro antiguo que casi siempre gana el olvido.

Luego me aman y les correspondo, entonces sale un verso perfecto y el mundo se explica y soy feliz.


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