Francisco Molinero

1959-

La noche me acoge silenciosamente me acuna pero no me duerme.

Pasan las horas como un susurro de mar desconocidas, misteriosas, mientras cuido de las estrellas velando vuestros sueños.

Dormir tranquilos que yo velo bajo la bóveda inmensa de la noche.

Soñad con playas que os reúnen librad batallas interiores que no os pasará nada.

Guardián alerta hasta la madrugada después panadero.

Dormid tranquilos que vuestros sueños velo.


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Encuentro que las palabras surgen. Tienen vida y deciden. Yo no. Las llevo en mi cabeza hasta que deciden salir por las manos. Sé que las palabras me vienen rondando con intenciones y desde hace tiempo he decidido no perderles la cara. Más vale una vez morao que ciento colorao. Ahora no es miedo, a lo sumo pereza de que la selección no sea convincente, no cierre el círculo de una manera perfecta. Las palabras me salen al encuentro y a veces me hago el esquivo, pero no es por miedo, es una tristeza que es difícil de explicar, la que siente una persona que sabe que e objeto de su amor ni siquiera la ve. No es miedo, que es simplemente un deseo de perfección. Las palabras me persiguen y a la vez me esquivan, cuestión de oportunidad y de vez en cuando soy yo el renuente, el que no quiere ponerlas, demostrarlas y no es cuestión de miedo, que ya he dicho cosas terribles de las que me he arrepentido, ya he usado las palabras para herir y matar, para despreciar y para calumniar, no es cuestión de miedo, es un desencuentro antiguo que casi siempre gana el olvido.

Luego me aman y les correspondo, entonces sale un verso perfecto y el mundo se explica y soy feliz.


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Durante toda la mañana estuvo preocupado con no olvidar la lista que Lucrecia le había dado para cuando estuviera en el centro. Era una hoja de papel, arrancada de un cuaderno de notas de esos con cuadrados grandes, en la que ella con su letra de colegio de monjas había escrito muy pulcramente: recoger los zapatos- comprar algo para la comida del domingo ¿Acelgas?– algo tachado que podría ser sobre cremalleras- y un número de teléfono que seguramente era de su hermana en Bogotá, por la cantidad de ceros y números que tenía.

La había dejado en la cocina en el sitio que ocupaba cada mañana para desayunar su café solo y Tomás la puso en el bolsillo de la chaqueta junto a las lleves del coche. Ahora parecía irónico, en medio del tiroteo, que su cabeza volara hasta la nota aquella y que recordara vivamente que que en vez de acelgas había decidido comprar unas espinacas para hacerlas a la catalana con piñones. Desde que recibió el disparo en el hombro y se refugió tras la camioneta con su magnum en la izquierda, atento a los rebotes, no hizo otra cosa que pensar paso a paso la receta:

Poner las pasas en remojo.

Quitar los rabos a las espinacas y lavarlas en agua fría abundante.

Escurrir y escaldar brevemente en una olla con agua hirviendo.

En una cazuela, sofreír la cebolla y los ajos bien picaditos.

Cuando empiecen a estar blandos, añadir el pimiento un par de minutos.

A continuación, añadir el tomate troceado en daditos y el perejil picado. Salpimentar y cocinar unos minutos más.

Añadir las espinacas a la cazuela, los piñones y las pasas.

Añadir un vasito de agua para terminar la cocción de las espinacas y que quede un poco caldoso.

En la fuente en la que se vaya a servir, colocar rebanadas finitas de pan tostado en el fondo.

Ir pasando las espinacas a la fuente, con su caldo, y colocándolas sobre el pan.

Después de repasar mentalmente la receta varias veces y como notaba que la sangre brotaba abundante por el hombro, le dio por reírse acordándose de Luis, el capitán, que siempre le decía que la vida del agente secreto no podía ser normal, como la de cualquiera. Eso depende, Luis, eso depende de cada uno -le contestaba como una letanía-.

Luis tenía razón, así que cuando el «moreno» se puso a tiro, Tomás no falló y el disparo le reventó el parietal. Ya podía centrarse en las espinacas.


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Hoy sabía que no vendrías era un pálpito inevitable luego el reloj fue lentamente dejando caer los segundos indolente, inapelable y el tiempo creció como una sombra oscura cubrió el suelo primero, las paredes y así envuelto esperé otro día.

En silencio.


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Europa está desdibujada, agarrotada por unos gobernantes en su mayoría retrógrados y sin el más mínimo sex appeal político. Afanada en la guerra, asediada por partidos fascistas, filofascistas y quienes desean pactar con ellos antes que perder el momio. El recuerdo de la ilusión por entrar en el selecto club de los europeos es ahora la pesadilla de ver que querrán imponernos para acabar con las pocas conquistas sociales. Los minoicos se llevan a Creta o posiblemente más lejos una quimera.

Y poco a poco, el miedo quitado, ora sus pechos le presta para que con su virgínea mano lo palme, ora los cuernos, para que guirnaldas los impidan nuevas. Se atrevió también la regia virgen, ignorante de a quién montaba, en la espalda sentarse del toro: cuando el dios, de la tierra y del seco litoral, insensiblemente, las falsas plantas de sus pies a lo primero pone en las ondas; de allí se va más lejos, y por las superficies de mitad del ponto se lleva su botín. Se asusta ella y, arrancada a su litoral abandonado, vuelve a él sus ojos, y con la diestra un cuerno tiene, la otra al dorso impuesta está; trémulas ondulan con la brisa sus ropas.

Ovidio


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En cantidad de ocasiones las respuestas se nos ofrecen sin esfuerzo, nítidamente y sin apenas necesidad de hacer la pregunta. Son ocasiones contadas y al menos en mi caso en situaciones muy particulares de conciencia, pero son momentos especialmente lúcidos en los que el sentimiento es de una capacidad superior.

No siempre ocurre.


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Se vaticina que en poco tiempo la vida media de los seres humanos se acercará a los 100 años. Pon esto en solfa para la gran mayoría de la población. La creencia más extendida y con más sustento científico es que esto se debe a una mejor vida, a los avances científicos y a la extensión de las prestaciones sanitarias allí donde estas ventajas son posibles. Las percepciones generalizadas, incluso las que tienen base científica no siempre son las buenas y aunque no quiero ser más listo que Nobel me atrevo a aventurar que la longevidad tiene más que ver con dos parámetros profundamente humanos como son el deseo de entender y la obstinación ante el fracaso.

Comentaba con Eles no hace mucho que a estas alturas de la vida nos resulta agradable entender, aprender cosas que de jóvenes no fuimos capaces. La falta de presión, la voluntad y la capacidad de discernir lo fundamental de lo accesorio nos ayudan. Y en este discurso se me ocurría que lo que nos queda de vida nos puede dar alguna clave sobre las preguntas fundamentales y nos puede aproximar a la felicidad. (Ya sé que este término es confuso, pero me vale como lugar común sobre el que entendernos). Cada pista nos lleva a otra y fuera ya de la conversación me pareció que el ser humano utiliza su vida fundamentalmente en intentar entender el sentido final de todo. Al principio resultaba realmente sencillo y la vida de nuestros antepasados primigenios era muy corta; con el paso del tiempo todo se ha complicado y a estas alturas la humanidad necesita un promedio de 80 años para conseguir cierta luz y poder morir con la tarea cumplida. En unos años llegaremos a los 100 para entender y mucho me temo que la carrera es infinitesimal y no puedo separar de mi cabeza la imagen de mis descendientes con una edad de 200 ó 250 años, absolutamente perplejos.

Longevidad, complejidad e incomprensión se me antojan unidos por algún vínculo.

Aun hace calor.


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Unos trozos de pescadilla que he puesto en salsa verde, con cebolla, perejil, guisantes y un poco de vino; una rodaja de salmón a la plancha con mucha paciencia, muy despacio, durante bastante tiempo y la he acompañado de una patata asada que he cortado en trozos y he pasado por la plancha para regarla al final con aceite caliente y pimentón; emperador frito con sal y un diente de ajo picado muy pequeñito; una lubina pequeña, de esas que llaman de ración y que no son sino de criadero, al horno, con un diente de ajo entero, media cebolla, una hoja de laurel, perejil y unas pimientas rojas por encima, un chorro de vino blanco y aceite de oliva, puesta en una cazuela de barro y calentada al horno a 170 grados durante 20 minutos.


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No se puede decir que las cosas sean como uno quiere o como debieran ser, las cosas son, de esa manera que tiene la vida de ser, porque si, sinsentido. Al menos nos podemos refugiar en la sensación de que nos pertenece el control, estamos a los mandos, salvo la lucidez, si viene nos arruina.

Me encaramo a la muerte con mis propias manos, de forma voluntaria. (in memoriam).

Por las noches cabalgo sobre una piel morena ojos oscuros.

Trote lento agarrado a sus crines.

Por las noches cabalgo sobre el recuerdo asido a unos pezones oscuros redondos, inolvidables.

Cabalgo hacia el ocaso para que el sol no me despierte lento trote íntimo solitario como una huida oscura y cobarde.


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Compartir y ser compartido; la sensación de plenitud al recibir tanto o más de lo que das. Tres niveles para el crecimiento: el físico, el intelectual, el sentimental. Compartir lo físico, rozar y ser rozado, acariciar, besar, oler al otro. Compartir las ideas, construir proyectos, rebatir y discutir, puntualizar, estar de acuerdo, disentir, iluminar y apagar reflejos. Compartir los sentimientos, amar y ser amado, desear, mirar con los mismos ojos, sonreír y que te sonrían, llorar y encontrar regazos.

La pasión por crecer se alía, se entreteje, se implica. La pasión crece.


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