Francisco Molinero

1959-

Hacemos un esfuerzo ímprobo para nada y esto último, para nada, es lo que realmente agota, desanima, nos roba el alma, que eso creo yo que debe querer decir la palabra en cuestión. Y ¿sin alma, quién es capaz de asombrarse de la belleza o de inmutarse ante la injusticia? Todos los días salen los pescadores senegaleses por si fueran capaces de traer algo a casa y vuelven con el magro fruto que el mar se deja arrancar, hasta que deciden salir a pescar una mañana más lejos que de costumbre en busca de un lugar donde el esfuerzo tenga recompensa y se presentan en nuestras playas y nos miran a los ojos antes de que les devolvamos a una tierra que solo espera de ellos sus huesos.


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Tendríais que haberme visto llorando de alegría contento de saberme querido tendríais que haberme visto por una vez feliz.

Tendríais que haberme visto vestido de flores la testa laureada de vuestros besos tendríais que haberme visto bailando como si tal cosa dando saltos, buscando pájaros tendríais que haberme visto queriéndoos besando las bocas rozando los dedos, la dulce piel.

Tendríais que haberme visto cantando a voz en grito, a pleno pulmón como si fuera un bardo.

Tendríais que haberme visto como un niño jugando con el agua

Tendríais que haberme visto como un poeta llorando.


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Hay personas que trabajan en aquello en lo que siempre desearon. Su trabajo resulta gratificante, les hace crecer, las permite desarrollar hasta el último centímetro de sí mismos. Hay personas para las que su trabajo representa el centro de sus vidas. Son las menos. Para la mayoría el trabajo se corresponde en mayor o menor medida con esa maldición bíblica que ata al ser humano a penar por la eternidad. Para la inmensa mayoría, incluso para muchos que consiguieron estudiar aquello que deseaban y encontraron el puesto de trabajo soñado, el ritmo, el estilo de las empresas actuales resulta sencillamente demoledor y ni siquiera las relaciones sociales consiguen mitigar esa sensación de condena que sufren, por eso las vacaciones se convierten en el momento estelar del año, la libertad, el descanso, disfrutar de familia y amigos y entre medias se mete la gran industria del turismo, del consumo y en cierto momento ya no saben que condena es peor si la del trabajo o la de las vacaciones.


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Ahora lo importante es la visión a largo plazo. Fijarse en lo inmediato no resulta rentable y en no pocas ocasiones nos encasilla en el apartado de frívolos y las amistades se incomodan con nuestra presencia que acompañamos de comentarios de poco calado, con escasa proyección. Hacer, o decir que se tienen planes es «cool» y manifestarse aferrado al «carpe diem» resulta obsoleto. Nadie que se preste andaría por ahí sin un nosequeharémañana y lo más seguro es que la mayoría creen que sus planes de futuro les harán felices. Je suis désolé, sin un futuro prometedor, sin un plan, sin un perrito que me ladre. Permanentemente atado al presente continuo, a esta cadeneta de instantes que me recuerda a las de los clips de la oficina en horas de muermo, en un constante no saber que será de mi, cuando sea mayor, condenado a no mirar sino al suelo para no tropezarme y no alzar la vista hacia el horizonte, sin un solo instante para pensar en el futuro y lo que es más curioso, con cara de que nada de esto es importante.


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Corría el año de mil novecientos….. ni me acuerdo, cuando yo estaba trabajando en la central nuclear de Novovoronezh (Rusia) y siendo del todo preciso en su centro de formación y tuve la ocasión de compartir retrete con un Iraní. Es verdad, dicho así resulta entre escabroso y cómico, pero lo cierto es que en aquella época los retretes rusos en general eran muy, muy asquerosos y como yo estaba en aquel centro de formación en calidad de experto de la Unión Europea, Irina que así se llamaba la intérprete que me asignaron, consiguió para mi uso personal un retrete en la zona vip del centro que tenía llave y lo que era aun más sorprendente tenía la tapa y el asiento forrados de cuero. Si, habéis leído bien, la tapa estaba forrada de cuero negro, lo cual se agradecía y era un claro ejemplo de como se tomaban los rusos las cosas cuando se trataba de equivocar el tiro. Aunque este detalle añadía algo de exótico al retrete lo más importante es que contaba con un rollo de papel higiénico de color blanco y tacto suave con el que limpiarme después del acto y no como en el resto de retretes con una cajita de recortes de periódico de un tamaño que ponía a prueba tus habilidades digitales. Entre sesión y sesión yo vagaba por aquellos pasillos vip fumándome un cigarro y haciendo ganas para usar la tapicería del retrete, cuando de pronto apareció ante mi un grupo de personas, al frente de las cuales se situaba un hombre de barba blanca, alto, con turbante negro y vestido del mismo color y que durante un instante confundí con el Allatola Jomeini. Algo más delgado y joven, el citado iraní no era sino el jefazo de una delegación que estaba en Rusia negociando con el poderoso ministerio de energía la compra de una o varias centrales nucleares. No recuerdo si entonces había embargo o similar pero sí sé que ante mi extrañeza, Irina me comentó que los rusos independientemente de lo que dijera USA y la ONU siempre habían tenido buenas relaciones con los iraníes y dada la penuria que estaban pasando se sentían con la libertad de vender tecnología nuclear a quien les diera la real gana. Esta enorme y algo escatológica introducción, enmarca desde mi personal vivencia, parte de la realidad que vivimos hoy con Israel, Líbano, Siria, Irán y Rusia. Esto viene de lejos y a todo ello no es ajena la historia de los dos bloques militares que después de la segunda guerra mundial se repartieron el mundo. Creo que el reinado imperial de Trump nos va a traer sorpresas en este entramado y China será clave en todo ello.


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Decía Saramago que una palabra no es poesía, que lo que la hace poética son las que le acompañan. Tiene razón, no toda, pero si parte. La poesía es una alquimia especial, una matemática de las palabras que hace que cada una de ellas, su posición, sus relaciones conviertan unas frases en algo más, en oro, en una ecuación perfecta. La lluvia no es poética, tus ojos cuando me escuchan si y eso es mágico; lo dice un poeta.


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En estas fiestas puede que os apetezca un buen roscón. Yo lo hago el día 5 de enero por la tarde, dejo la masa en la nevera hasta el 6 por la mañana y lo horneo a primera hora para que esté templado mientras abrimos los regalos y nos tomamos en chocolate caliente en pijama.

Ingredientes para 12 raciones: * 500 gr harina * 200 cc leche * 150 gr mantequilla * 125 gr azúcar * 8 gr sal (una cucharadita), * 30 gr levadura de panadería * 3 huevos * guindas y naranja cortada muy fina * Anís o ron u otro licor * una pequeña sorpresa (figurita, etc…) * Almendras laminadas * La ralladura de la piel de un limón * 10 ml de agua de azahar

En un cuenco hondo mezclar la harina, la leche, las tres yemas y dos claras de huevo batido, la sal, el azúcar, la ralladura del limón, 3-4 cucharadas soperas de anís dulce, el agua de azahar y la mantequilla blanda en trocitos con la levadura que previamente habremos disuelto en un poco de leche tibia. Una vez todo bien mezclado se termina sobre una mesa hasta conseguir una masa seca, suave, elástica y no pegajosa. Las cantidades son orientativas dado que depende de la harina que uses y la humedad del ambiente puede que necesites añadir algo mas de harina. Lo importante es llegar a una masa que no se pega en las manos y que está elástica, que la puedes estirar sin que se rompa.

Toda esta fase se hace estupendamente con un buen robot de cocina.

Tapa la masa que le habrás dado forma de bola con un paño de cocina limpio y dejala en un lugar tibio que suba hasta duplicar su tamaño. Depende de la temperatura ambiente puede que tarde entre una y dos horas.

Vuelve a amasar suavemente hasta conseguir de nuevo que la masa esté suave y elástica.

En una bandeja de horno forrada con papel antiadherente, coloca la bola de masa y con un vaso pequeño le haces el agujero central y lo agrandas hasta que quepa un tazón grande que dejarás en el centro para que al crecer no se cierre el agujero. Introduce la sorpresa en la masa.

Deja reposar hasta que se hinche un poco, es decir, hasta que empiece la levadura a hacer su efecto. Mete la bandeja en la nevera. A la mañana siguiente:

Saca la bandeja que deberá haber crecido un poco y déjala que crezca a temperatura ambiente quitando el tazón que pusiste la tarde anterior.

Prepara en un bol azúcar glas con algo de agua para decorar.

A continuación pinta toda al superficie del rosco con la clara de un huevo batido a la que habrás añadido un poco de agua y azúcar. Adorna con la naranja cortada, las almendras en láminas y las guindas y le pones el azúcar glas humedecido en forma de montañitas en medio de la fruta.

Hornea a 175-180 ºC (si tu horno no controla la temperatura ponle en la posición alta) durante 12-18 minutos o hasta que tu ojo te diga que está a tu gusto. No abras la puerta del horno en los primeros 10 minutos porque es entonces cuando está haciendo la última subida la masa y se puede estropear.

A la hora de servir, se puede adornar con azúcar glas.

¡NO pongas nata por dios!


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La escena se desarrollaba en el decorado de un salón de principios del siglo XX. Se trata del Jardín de los Cerezos de Anton Chejov. Estamos grabando para la televisión y yo soy uno de los músicos judíos.

En un rincón la orquesta hebrea y en un amplio círculo que solamente se rompe por la presencia de la cámara, figurantes y actores se preparan para representar sus correspondientes papeles. Lopajin, principal actor en ese momento tiene un discurso amplio que empieza junto a mi y que debe terminar cuando se dirige a la orquesta exigiendo con vehemencia que se toque. «Estamos rodando…. cinco y acción» «La he comprado yo…» declama el actor mientras se empieza a mover hacia el centro del salón. Mi vista le sigue atento a su interpretación e intentando colaborar en la verosimilitud de la escena. «La he comprado yo…» y en su movimiento tal y como si fuera una carta astral los planetas se van alineando; el actor llega al centro y en ese instante mi mirada se encuentra de frente, sin más con la suya; ella tampoco está mirando a Lopajin y nuestros ojos nos conectan. La escena continúa pero nosotros hemos quedado atados y ya no podremos soltar los lazos hasta que no sepamos como es un beso del otro.


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Estos días he mantenido un debate con mis amigos sobre si existen los pueblos como sujetos de derecho y cosas de ese jaez. La cuestión es que me he acordado y utilizado en el debate de la odisea de las primeras naciones americanas tantas veces mal retratada en las películas estadounidenses y como quizá muchos nunca hayáis tenido a mano la verdadera historia os traigo este pequeño relato de José Carlos García Fajardo: Enterrad mi corazón en Rodilla Herida es el título de un hermoso libro de Dee Brown, escrito en 1970 y en el que se cuenta la muerte de un sueño. Lo que murió en Rodilla Herida, en 1890, fue la esperanza de una nación que padeció un infierno sin poder contemplar el triunfo de la justicia. Como ahora padecen los pueblos objeto de la rapiña de la potencia hegemónica de EE,UU. El Nuevo Mundo americano, alabado como el país de la libertad, la prosperidad y la felicidad, se construyó sobre una montaña de miseria, sangre, lágrimas y promesas rotas que claman al cielo. No es difícil en nuestros días reconocer un destino similar para pequeños países que tienen la desdicha de no estar al nivel de la potencia hegemónica. Es bueno no olvidarnos de la aniquilación de los pueblos nativos de norteamérica ante el conquistador que les prometiera tratados de «paz y de seguridad». La soberanía nacional de los nativos americanos fue violada en nombre de la civilización, la evangelización y la seguridad para poder desarrollar el comercio. Tengamos presente que a los nativos de norteamérica no les fue reconocida la ciudadanía de EE.UU. hasta 1924. Esos pueblos han permanecido como comunidades rotas a consecuencia del holocausto genocida al que fueron sometidos y espera la reparación debida, como otros pueblos la tuvieron por su Holocausto. Esa es la realidad sangrante que permanece en el imaginario del pueblo estadounidense, que sólo consideraba bueno al indio muerto. Esa fantasía puebla su inconsciente colectivo realzado por sus escritores y sobre todo por el cine y la televisión que presentaban a los pobladores originales como presas a eliminar en sus propias tierras que el hombre blanco necesitaba para establecer la nueva sociedad en la patria prometida. Y se reproduce en los misiles Tomahawk, helicópteros Apache o Black Hawk pero sobre todo en el infame Séptimo de Caballería. Catorce años después de la derrota del general Custer, en Little Big Horn, la situación de los pueblos originarios había empeorado de forma dramática. El alcoholismo, la viruela –que llegó a las reservas en las mantas infectadas suministradas por el Ejército– y la falta de alimentos causaron bajas incalculables entre la población.

Toro Sentado fue asesinado por la policía que controlaba las reservas el 15 de diciembre de 1890. Caballo Loco había sido asesinado en 1877 y Jerónimo el legendario Apache, moría destruido por el alcohol.

Los indios Sioux habían sido desalojados de sus tierras ancestrales en Powder River y en las Montañas Negras por los blancos buscadores de oro. Trasladados a una reserva de 35.000 millas cuadradas, estas tierras también fueron ambicionadas por los blancos utilizando toda clase de extorsiones y de crímenes. Como el jefe Toro Sentado no quisiera firmar el acta de cesión de las tierras, el general Crook recibió la orden en 1888, que si los pobladores no querían venderlas, éstas podían serles arrebatadas y los indios dispersados. Toro Sentado fue asesinado por la policía.

Entonces, el jefe Pié Grande, uno de los líderes Lakota, anciano y enfermo de pulmonía, encabezó una marcha de 350 personas, sobre todo mujeres y niños, hacia la reserva de Pine Ridge buscando el amparo del Jefe Nube Roja. El carromato de Pié grande enarbolaba bandera blanca.

Acampados en el arroyo de Rodilla Herida, (Wounded Knee Creek) bajo una tremenda tempestad de nieve, al amanecer del día 29 de diciembre de 1890 se presentó el Séptimo de Caballería al mando del coronel James Forsyth. Los despojaron de sus armas blancas, los desnudaron en el frío y los conminaron a entregarse para ser trasladados a la prisión de Omaha. El coronel ordenó colocar cuatro cañones Hotchkiss apuntando al campamento y los 500 soldados del infame Séptimo de Caballería comenzaron a disparar a mansalva sobre los desarmados indígenas al grito de «¡Acordaos de Little Big Horn, y del general Custer!». A los tres días, fueron enterrados en una fosa común más de 300 cadáveres, en su mayoría mujeres y niños, que yacían sobre la nieve.

Obviamente, las autoridades de Washington declararon que los soldados del Séptimo de Caballería «habían respondido al fuego de los indios en legítima defensa», a pesar de que no tenían armas. Y concedieron a sus oficiales 20 medallas del Congreso al valor por este genocidio y holocausto en nombre de unos supremos valores que acompañaban al hombre blanco. …»

El 7º de Caballería sigue activo ahora con tanques. Combatió en Vietnam asesinando a mansalva y después en la guerra del golfo en la operación Tormenta del desierto. Una enorme capa de vergüenza debería cubrir a sus mandos y sus soldados por la historia del regimiento.


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Me acostumbro a una idea de final el sentido último e intento vivir cada paso con fuerza recuperando la alegría de la rama que se opone al viento del otoño.

Me acostumbro a vivir un presente importante un destino instantáneo que es valioso controlando los deseos que imposibilitan la felicidad.

Me acostumbro a una idea nueva que antes me angustiaba y ahora mece mis sueños tranquilos deseando que no se produzca nunca el abrazo del frío.

Me acostumbro a una imagen distinta inquietante que se revela por segundos en el álcali diario y me sugiere que no queda más que acostumbrarme.

No me acostumbro a pensar en mí sin ti sin tus besos ni tus silencios amables.


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