Para qué quiero un amor equidistante
una amistad que se toma tiempo
que retrocede prudentemente
una amistad calculadora
si necesito un trueno
un brazo fuerte
un manantial que me ahogue.
¡Para qué necesito unas manos limpias!
si quiero barro en las entrañas
y unos ojos que me interroguen.
Luego la noche me dejará solo
y la distancia no me salvará
ni siquiera de mi
ni de mis sombras.
No necesito un amor equidistante
deseo una mano fuerte
un brazo donde escapar
un abrazo que me ahogue, que no me suelte
que no me deje perderme de nuevo en la tristeza
que me retenga, que me quiera
que me diga que me quiere, un abrazo eterno
un calor que se meta dentro
que me reviva, me traiga más acá de los muertos.
Esa mujer tenia una religiosidad pequeña
suficiente para ubicarla en un universo atronador
mantenerla indemne de cualquier desdicha
el corazón refugiado en su rezo diario.
La vida busca los días pacíficos.
Esa mujer tenía un dios inexistente
suficiente para anclarla a la tierra
mantenerla centrada en un caos evidente
el alma protegida por la liturgia sencilla.
La muerte se desliza entre la luz
Esa mujer tenía una fe hecha a su propia altura
suficiente para acogerla tibia y agradablemente
mantenerle alerta ante las tormentas
la conciencia tranquila tras la verdad revelada.
La vida y la muerte le rondaban
y solo le protegía una fe pequeña en un dios inexistente
y la fuerza de una mujer.
Los serbios se miran a los ojos cada vez que brindan y lo hacen con cierta frecuencia, bien con rakia o con cerveza. En ese gesto intentan saber por tus mirada si mereces la pena, si eres de fiar o si tendrán problemas contigo. No sé cuantas veces serbios, bosnios, croatas y demás yugoslavos se habrán mirado a los ojos y en el fondo de sus retinas habrán visto que había un poso de odio.
Serbia es un país llano, muy llano, que trata de salir del mal bache de sus guerras con los vecinos, de los bombardeos de la OTAN que aun se reflejan en algunos edificios de su capital, la ciudad blanca (Beograd) y de la borrachera de Milosevic y sus secuaces. Branco una vez me dijo que la culpa de las guerras las tuvieron los habitantes de los pueblos y yo he estado unos días con ellos y pudiera ser que fuera verdad, pero no vale refugiarse en ello sin constatar que los jóvenes de Belgrado o de Novisad vivían de espaldas a todo lo que se cocía en esa inmensa llanura llena de maíz.
Miodrag y Milanka nos acogieron en su casa de Mayur cerca de SabaÇ y nos dieron todo, su cama, su ropa, su comida y su cariño, así cada vez que en el desayuno, Mikitsa me miraba a los ojos para brindar con la pequeña copa de rakia, yo deseaba con toda mi alma poder demostrar que soy una buena persona.
En tan pocos días no se conoce un país, apenas una escapada a Bosnia, visita a Novi Sad y paseo por Belgrado no son suficientes para sacar grandes conclusiones. Llaman a Europa pero no quieren arrodillarse, me lo dijo Mikitsa y sé, porque lo he visto en sus ojos, que no debemos hacer que se arrodillen. No se lo merecen.
Bilbao era una ciudad amable. Al menos la zona que recoge la hoz de la ria. Mezclada de viejo y nuevo, sorprende que apenas tuviera pintadas y tiene un cierto aire de tranquilidad. Luego está el estilo «señorial» de los bilbainos con esa pose de pisar un palmo por encima del suelo. En aquella visita me tocó visitar no solo la ciudad, sino los pueblos de alrededor y vivir esa mezcla agobiante de industria y casas que hacen de Derio, Zamudio, Mungia, poblaciones perdidas para la belleza.
Las siete calles mantenían la pulsión de una buena comida y de un trato exquisito por parte de camareros o restauradores, como se quiera llamar. Me traje sobre todo una ventresca de bonito sobre cebolla templada, recubierta con pimientos de cristal y salsa de manzana.
Entré en el Guggenheim y me llevé la sorpresa de encontrarme un museo vacío, con no más de quince o veinte personas, así que pude pasear tranquilamente por las esculturas de Serra y disfrutar de la presencia del acero rotundo y de sus naranjas imponentes. Como postre una exposición sobre retratos, luego caminar por la ciudad y perderse, que fue lo que hice, de manera literal.
Perderse es una tentación.
¿Vendrás a visitarme?
Hay un territorio donde la vida se desarrolla
silenciosamente
que no tiene marcas, ni señales de advertencia.
La luz reflejada en un espejo es la única señal
distorsionada
que nos ayuda a proponer el siguiente paso.
¿Vendrás a visitarme?
Para que vuelva el recuerdo
nítido
la sombra de mi cuerpo con el sol a mis espaldas.
Persigo un futuro que me sea al menos amable
luminoso
la promesa latente de que el tramo final sea de arena blanca junto al mar.
¿Vendrás a visitarme?
Hay un territorio inhóspito,
tu cuerpo
que no tiene apenas señales de mi paso
ni la silueta recortada de mis besos en tus labios
ni aguarda un futuro azul intenso, marino
transparente
como lo eran mis manos cuando sujetaban las pompas que juntos construíamos
¡tan meticulosamente!
dos escultores tras la forma más liviana
la nada recubierta de luz.
¿Vendrás a visitarme?
a esta prisión de silencio donde habito
mudo
las palabras huidas, esparcidas sin sentido en miles de hojas de papel
¿me traerás al menos una promesa reconfortante?
tus ojos limpios para que yo pueda modelar el caos en mi poema
componer de nuevo un verso perfecto
que te reviva.
Había abandonado la costumbre de quererte
el gozo imperceptible de decirte el sortilegio
la sensación tibia de templar tu piel con mis dedos.
Me había vuelto indolente,
como un hipopótamo en medio del Mara.
Después vino la tormenta
tu huida
y engarzado en el collar de las desgracias el silencio.
Había abandonado la costumbre de quererte
ahora que no estás
no sé,
no sé,
quizá un esfuerzo
un último intento te hubiera reconciliado
hubiera abierto la tierra bajo tus pies pequeños
y te hubiera obligado a mirar mis ojos sobresaliendo en la línea del agua
asustado
entristecido.
A punto de abandonar la navegación
me refugio en la soledad y el silencio
en un retiro íntimo que busca mi ave fénix
y encuentra trozos de luz escondidos entre la arena
hilos de palabras que no han llegado a ser nada
y deambulan solitariamente por otros caminos.
Todos los miedos están ahora sentados conmigo
en un círculo como pintado de negro de humo
todas mis armas, veintisiete puñales,
al alcance solo de mi mano inerte
todas la horas detrás
en una hilera que se pierde.
Mi nombre es duda y soy alcohólico
llevo meses sin beber y necesito al menos un abrazo
una mano que me saque del círculo
una insignia que me recuerde que cada día venzo al miedo
un matiz de titanio que ilumine la estancia
donde me refugio en la soledad y el silencio
aquí donde la luz son cristales en la arena
y la palabra se ausenta.