Francisco Molinero

1959-

Para qué quiero un amor equidistante una amistad que se toma tiempo que retrocede prudentemente una amistad calculadora si necesito un trueno un brazo fuerte un manantial que me ahogue.

¡Para qué necesito unas manos limpias! si quiero barro en las entrañas y unos ojos que me interroguen. Luego la noche me dejará solo y la distancia no me salvará ni siquiera de mi ni de mis sombras.

No necesito un amor equidistante deseo una mano fuerte un brazo donde escapar un abrazo que me ahogue, que no me suelte que no me deje perderme de nuevo en la tristeza que me retenga, que me quiera que me diga que me quiere, un abrazo eterno un calor que se meta dentro que me reviva, me traiga más acá de los muertos.

No me vale el silencio.


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Esa mujer tenia una religiosidad pequeña suficiente para ubicarla en un universo atronador mantenerla indemne de cualquier desdicha el corazón refugiado en su rezo diario.

La vida busca los días pacíficos.

Esa mujer tenía un dios inexistente suficiente para anclarla a la tierra mantenerla centrada en un caos evidente el alma protegida por la liturgia sencilla.

La muerte se desliza entre la luz

Esa mujer tenía una fe hecha a su propia altura suficiente para acogerla tibia y agradablemente mantenerle alerta ante las tormentas la conciencia tranquila tras la verdad revelada.

La vida y la muerte le rondaban y solo le protegía una fe pequeña en un dios inexistente y la fuerza de una mujer.


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Me he quedado la sensación de tu cuerpo en mis dedos el olor que desprendes la luz recogida en cada abrazo que nos dimos.

Me he quedado un tesoro de ti y todo el silencio las palabras que no dije por miedo por miedo por miedo.

Me he quedado solamente con el deseo ser más de lo que soy sin miedo sin miedo sin miedo mis manos en tu espalda.


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Los serbios se miran a los ojos cada vez que brindan y lo hacen con cierta frecuencia, bien con rakia o con cerveza. En ese gesto intentan saber por tus mirada si mereces la pena, si eres de fiar o si tendrán problemas contigo. No sé cuantas veces serbios, bosnios, croatas y demás yugoslavos se habrán mirado a los ojos y en el fondo de sus retinas habrán visto que había un poso de odio.

Serbia es un país llano, muy llano, que trata de salir del mal bache de sus guerras con los vecinos, de los bombardeos de la OTAN que aun se reflejan en algunos edificios de su capital, la ciudad blanca (Beograd) y de la borrachera de Milosevic y sus secuaces. Branco una vez me dijo que la culpa de las guerras las tuvieron los habitantes de los pueblos y yo he estado unos días con ellos y pudiera ser que fuera verdad, pero no vale refugiarse en ello sin constatar que los jóvenes de Belgrado o de Novisad vivían de espaldas a todo lo que se cocía en esa inmensa llanura llena de maíz.

Miodrag y Milanka nos acogieron en su casa de Mayur cerca de SabaÇ y nos dieron todo, su cama, su ropa, su comida y su cariño, así cada vez que en el desayuno, Mikitsa me miraba a los ojos para brindar con la pequeña copa de rakia, yo deseaba con toda mi alma poder demostrar que soy una buena persona. En tan pocos días no se conoce un país, apenas una escapada a Bosnia, visita a Novi Sad y paseo por Belgrado no son suficientes para sacar grandes conclusiones. Llaman a Europa pero no quieren arrodillarse, me lo dijo Mikitsa y sé, porque lo he visto en sus ojos, que no debemos hacer que se arrodillen. No se lo merecen.


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Bilbao era una ciudad amable. Al menos la zona que recoge la hoz de la ria. Mezclada de viejo y nuevo, sorprende que apenas tuviera pintadas y tiene un cierto aire de tranquilidad. Luego está el estilo «señorial» de los bilbainos con esa pose de pisar un palmo por encima del suelo. En aquella visita me tocó visitar no solo la ciudad, sino los pueblos de alrededor y vivir esa mezcla agobiante de industria y casas que hacen de Derio, Zamudio, Mungia, poblaciones perdidas para la belleza.

Las siete calles mantenían la pulsión de una buena comida y de un trato exquisito por parte de camareros o restauradores, como se quiera llamar. Me traje sobre todo una ventresca de bonito sobre cebolla templada, recubierta con pimientos de cristal y salsa de manzana.

Entré en el Guggenheim y me llevé la sorpresa de encontrarme un museo vacío, con no más de quince o veinte personas, así que pude pasear tranquilamente por las esculturas de Serra y disfrutar de la presencia del acero rotundo y de sus naranjas imponentes. Como postre una exposición sobre retratos, luego caminar por la ciudad y perderse, que fue lo que hice, de manera literal. Perderse es una tentación.


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Cuando escribo un verso me extiendo a lo ancho, a lo largo nunca a lo alto.

Cuando escribo un verso lucho contra lo de siempre golpeo la monotonía del día.

Cuando escribo un verso empujo un poco más hacia fuera -insuficiente-

Cuando escribo un verso me consumo un poco más pero si no escribo me aíslo me deshago en mi sitio me rindo a la repetición me vivo un poco menos.


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¿Vendrás a visitarme? Hay un territorio donde la vida se desarrolla silenciosamente que no tiene marcas, ni señales de advertencia. La luz reflejada en un espejo es la única señal distorsionada que nos ayuda a proponer el siguiente paso.

¿Vendrás a visitarme? Para que vuelva el recuerdo nítido la sombra de mi cuerpo con el sol a mis espaldas.

Persigo un futuro que me sea al menos amable luminoso la promesa latente de que el tramo final sea de arena blanca junto al mar.

¿Vendrás a visitarme? Hay un territorio inhóspito, tu cuerpo que no tiene apenas señales de mi paso ni la silueta recortada de mis besos en tus labios ni aguarda un futuro azul intenso, marino transparente como lo eran mis manos cuando sujetaban las pompas que juntos construíamos ¡tan meticulosamente! dos escultores tras la forma más liviana la nada recubierta de luz.

¿Vendrás a visitarme? a esta prisión de silencio donde habito mudo las palabras huidas, esparcidas sin sentido en miles de hojas de papel ¿me traerás al menos una promesa reconfortante? tus ojos limpios para que yo pueda modelar el caos en mi poema componer de nuevo un verso perfecto que te reviva.


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Cuando sueñas conmigo mi voz te acompaña suavemente en tu cuello un murmullo te arrulla.

Y mi mano templa las cuerdas del placer suavemente en tus caderas una caricia te excita.


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Había abandonado la costumbre de quererte el gozo imperceptible de decirte el sortilegio la sensación tibia de templar tu piel con mis dedos.

Me había vuelto indolente, como un hipopótamo en medio del Mara.

Después vino la tormenta tu huida y engarzado en el collar de las desgracias el silencio.

Había abandonado la costumbre de quererte ahora que no estás no sé, no sé, quizá un esfuerzo un último intento te hubiera reconciliado hubiera abierto la tierra bajo tus pies pequeños y te hubiera obligado a mirar mis ojos sobresaliendo en la línea del agua asustado entristecido.

Luego me hundí para no verte. Hipopótamo


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A punto de abandonar la navegación me refugio en la soledad y el silencio en un retiro íntimo que busca mi ave fénix y encuentra trozos de luz escondidos entre la arena hilos de palabras que no han llegado a ser nada y deambulan solitariamente por otros caminos.

Todos los miedos están ahora sentados conmigo en un círculo como pintado de negro de humo todas mis armas, veintisiete puñales, al alcance solo de mi mano inerte todas la horas detrás en una hilera que se pierde.

Mi nombre es duda y soy alcohólico llevo meses sin beber y necesito al menos un abrazo una mano que me saque del círculo una insignia que me recuerde que cada día venzo al miedo un matiz de titanio que ilumine la estancia donde me refugio en la soledad y el silencio aquí donde la luz son cristales en la arena y la palabra se ausenta.


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