Judo (柔道)
Cuando era un muchacho practiqué judo durante algunos años. Entonces era un deporte exótico y poco practicado y en mi barrio cayó un reputado profesor que consiguió convencer al colegio de que se instalara en los sótanos un enorme tatami. Dejamos entonces de jugar al fútbol con una pelota de tenis en aquellos sótanos, para practicar un «arte marcial». Hasta entonces Marcial Lalanda era el único que sabíamos con arte, así que la cosa prometía. El primer día todos con nuestros kimonos nuevos y un cinturón blanco que nos distinguía como pardillos en el susodicho arte. Con el paso de los meses, los años, aquel cinturón se iba tornando amarillo, verde, azul, marrón y definitivamente negro. Luego descubrimos que más allá del negro, los maestros tenían toda una graduación de su sabiduría y aún después, los más leídos, aprendimos que en su japón natal lo de los cinturones de colores ni existe, que tal invento era un truco para camelar a los occidentales e incitarles a la práctica del judo en pequeñas etapas y así evitar la frustración que nos suponía el tardar varios años en ser considerados judokas. Oriente se doblaba como espiga al viento y aceptaba graduar el esfuerzo para hacerlo asumible a los occidentales. Han pasado muchos años desde aquello. Ahora inclusive los cinturones son blanco-amarillos, troceando la ansiedad lo más posible y yo he aprendido un poco a ser más paciente y sobre todo a trazar cinturones de colores imaginarios cuando el tedio me ataca.
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