Francisco Molinero

1959-

Quería haber sido un poeta laureado como los que veo en los periódicos orgullosos de su mérito rodeados queridos.

Quería haber ganado el premio y ver mi libro en manos de todos por la calle, en los autobuses abandonado en un banco para otras lecturas.

Quería haber sentido la gloria punzante del reconocimiento y recibí el lacónico mensaje: mi nombre no estaba en el parnaso ni siquiera una pequeña mención que me sirviera de linimento apenas un agradecimiento.

Ya sé que hay una poesía íntima destinada a un consumo escueto restringido una poesía que va como una flecha a un solo objetivo, pero me dio por soñar y aquí me encuentro en mi Icaria solitaria tejiendo este apósito de palabras para que me alivie para que me consuele.

Quería haber volado tan alto que me olvidé de la regla básica la gravidez intrínseca y me acosté junto a ti esperando el atardecer sin derramar una lágrima.


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Muevo el tiempo en mi cabeza a la velocidad de la luz.

¡Tan rápido!

Las cosas que han de pasar, las que son inevitables todo el futuro moviéndose hacia mi mientras mis pies buscan el acero funámbulo por donde camino.

Envidio a los físicos que aceleran partículas.

Choque infinitésimo que produce el origen el verdadero comienzo, la luz primigenia.

Muevo la luz en mi cabeza a la velocidad de las ideas los deseos lanzados al cosmos y los códigos que cifran la verdad.

Un instante de colisión que me permita ver luz a la velocidad del deseo.


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Ayúdame a cargar la bala de la poesía que mañana voy de guerrilla con otros.

Ayúdame a apretar la pólvora en el poema llevo la cartuchera llena de poemas nuevos y en la cincha me cuelgo palabras, rimas y esperas y otra vez a la carga a disparar poesía donde nos llaman.

Que salte la metralla de vuestros versos a nuestros pechos de nuestros vuelos a vuestros sueños. Nunca habrá tregua para el silencio mientras en una noche haya un solo poeta solo.


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Cada vez que me pierdo me salva la ternura cuando la tormenta me levanta los pies del suelo y no te oigo cuando siento que nada me devolverá la calma me salva la ternura cada minuto que deseo la luz y no la encuentro cuando la sangre me ciega cuando la fiebre me tumba me salva la ternura abrir los brazos cerrar los ojos llorar perdonar.


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No sé si hubiera deseado otra playa para naufragar. Quién sabe qué elecciones tomamos que nos llevan a surcar unos u otros mares, o lo que posiblemente sea más cierto, qué renuncias nos han escorado a fondear en aguas tan frías, tan inhóspitas. Creo sinceramente que no somos dueños de nuestro destino, al menos de un destino entendido a largo plazo, como la vida o la muerte, que siempre parecen enormes, inasibles. Solo somos dueños de destinos pequeñitos, las decisiones cotidianas y no todas, los hábitos, algunas lecturas (la mayoría de las veces las palabras nos encuentran), el amor que deseamos o en casos de gente muy brava, muy decidida, dónde quiere vivir o con quién.

Tengo la sensación de que muy pocas cosas son el producto de mi deseo y eso es parte del desánimo, de esta tristeza con la que vengo luchando años, lustros, tardes enteras viendo pasar el paisaje por la ventanilla del tren. Luego están los artefactos, las luces de colores, los engañabobos con los que nos consolamos y toda la gama de alcoholes o de drogas que tomamos para sufrir menos. Me resisto a no sufrir, como me he resistido siempre, porque no hay lucha más cansada que la que nos enfrenta a la mentira sobre nosotros mismos; claro que alrededor están los allegados, amados todos ellos y heridos si están lo suficientemente cerca, porque la metralla de las horas alcanza el pecho y lo mancha todo, no hay forma de descender hacia el abismo si no es arrastrando la luz a tus espaldas.

No sé si hubiera deseado otra playa que no sean las palabras para naufragar, lo que sé es que no las elijo, simplemente las palabras me encuentran y yo solo debo estar atento, preparado, para que no se me olviden. Se me olvidan las palabras, me vienen como un fogonazo y se se van rápidamente. A veces pienso que han sido un aviso, ¡ten cuidado! y aunque me inquieto, y me enfado conmigo mismo por no haberlas cazado al vuelo, luego pienso que no querían ser presas de mi instinto, de mi tristeza. Las palabras me eligen para que las coloque y yo solo tengo que abrirme de piernas y dejar que me penetren, ¡tan sencillo y a veces tan difícil! porque muchas veces quiero ser yo el que elija y sencillamente el juego no es así. Quien sabe qué elecciones tomamos que nos llevan a un verso largo o uno mucho más corto, o lo que posiblemente sea más cierto, qué renuncias nos han escorado a decir las cosas tan brevemente como sea posible, frías, inhóspitas o muchas veces cálidas y entrañables. Creo sinceramente que no somos dueños de las palabras, al menos de las palabras grandes, como la vida o la muerte, tan potentes, tan profundas. Solo somos dueños de las palabras pequeñitas, las palabras cotidianas y no todas, los saludos, (la mayoría de las veces las palabras nos atracan), el amor que deseamos es esquivo y solo él sabe dar el sí.

Creo que ningún poema que haya merecido la pena de los que he escrito es fruto de mi deseo. Nace de la tristeza que me acompaña desde hace años, tardes enteras soñando con otras palabras. Luego están los trucos, los flashes, las rimas fáciles que leo, que escucho constantemente y que rechazo. Siempre escribo desnudo y me resisto a no sufrir, porque ahí abajo, en la herida es donde me supuran todas las palabras, de ahí las recojo y os las muestro y siempre espero que la metralla os alcance el pecho o vivir desnudo y triste no tendría sentido.


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Terminado el plazo de cada respiración el tiempo se cuelga de una rama inexistente la luz se extingue la vida duda si regresar o definitivamente irse una y otra vez cada hora todos los días todas las noches oscuras.

Tendida en su cama mi madre busca el siguiente aliento y el deseo desea que no sea el último una y otra vez cada hora todos los días cada noche que pretende ser definitiva.

Una mañana se hizo un silencio largo y la tristeza floreció junto a la ventana con la naturalidad en la que la vida transcurre en la que la muerte se instala y todo siguió siendo casi igual.


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Tuve la tentación de ser faro iluminaros la travesía, como si fuera una estrella anclado en el firmamento rutilante.

Tuve la tentación de guiar de marcar el paso, como si fuera un dios sentado en el Olimpo condescendiente.

Tuve la tentación de explicar de convencer con la palabra, como si fuera un nuevo Demóstenes arreglando Grecia convincente.

Luego la realidad se abalanzó sobre mi tan rápidamente que fui consciente de la oscuridad, la desorientación, el laconismo y por eso os sigo prudentemente aprendiendo, metido dentro del grupo de los pupilos.


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Estaba acostumbrada a vivir dentro de mi piel apoyado en mis huesos como si fuera yo misma la que vivía en mi propio cuerpo.

Estaba tan acostumbrado a pensar con mi cabeza y ver las cosas con mis ojos que no me di cuenta de nada alienada como estaba huésped de un deseo que no era yo que no era apenas.

Estaba acostumbrado a vivir dentro de mi y ahora rota la crisálida me siento extrañe transito un día distinto una luz nueva un deseo que no reconozco una fuerza que me empuja con unos músculos diferentes.

Estaba acostumbrado a ser antes a ser un yo impostado a ser una huésped de mi misma y ahora no sé buscar la salida de este ser que no sé quién es y ahora los círculos son líneas rectas y ahora el tiempo está pegado al suelo como una piel fina del espacio que no se mueve.

¿Ahora qué?

Si ya no habito mi propia piel.


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Viendo nevar tras la ventana pienso en cada muerte diaria la tarde que mide la distancia entre la luz y la oscuridad el deseo de dormir las palabras que van perdiendo fuerza.

Luego reconstruirme decorar la estancia poner las cosas en su sitio resucitar antes de que el sol encuentre el camino.

Cada palabra es bálsamo escrita como si se extendiera por la piel, además el viento siempre el viento como un recuerdo antiguo un temblor inexplicable.

En cada verso una medida que se acopla.

Mirando nevar tras la ventana no sé si podre seguir siendo ave fénix o simplemente me refugiaré entre tus brazos y dejaré que la distancia se acorte hasta que seamos uno.


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Nada me acerca más a ti que huir lejos rápido nocturno.

Ojalá que volviera a llover, al menos una gota.

Nada me libera más que permanecer en silencio el verso roto la voluntad rota el suelo yermo, la calavera pálida.

Ojala que la lluvia volviera, al menos un instante.

Nada me asusta más que la compañía desconocida ausente entrometida.

Ojala que me rescatara una tormenta, al menos un rayo.

Nada me hiere más que tu voz crítica seca perfectamente hiriente.

Ojala que el mar mojase mis pies al menos una vez más antes de perderme.


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