Antes de Errejón / Después de Errejón (AE / DE)
Por mucho que haya sido una decepción tremenda, porque le admiraba intelectual y políticamente, y que me produzca una profunda mala hostia y una pena inmensa, creo que tengo claras dos cosas:
- Que el feminismo no muere con Errejón: existía muchísimo antes que él y es una bola demasiado grande que ya no se puede parar. La política no crea causas ni las reproduce, solo las escenifica y crea banderas, símbolos y carnés. Los cambios reales germinan en la calle; en el mundo real y solo alcanzan la torre de marfil de la política cuando su tronco ha crecido ya bastante.
- Que, por experiencia, la izquierda tampoco muere con él: si me dieran un euro por cada vez que el mass media conservador de este país ha intentado crear el estado de opinión de que la izquierda está definitivamente acaba, ya me habría jubilado hace tiempo. Aunque es cierto que van a tener que tratar de deshacer un nudo gordiano esta vez, porque los postulados que introdujo la izquierda política española —principalmente Podemos, aunque Sumar continuó la línea—, son los de la guerra de los sexos norteamericana de MacKinnon y compañía, que lo único que han logrado es crear un choque de trenes con el feminismo real, el de los colectivos y las coordinadoras, que bebía mucho más del pensamiento francés —bastante más avanzado, en mí opinión—. (Lo explica muy bien Clara Serra, en El sentido de consentir).
Eso y que a los hombres nos toca escuchar y reflexionar, que parece algo sencillo, dicho así, pero debe ser que no acabamos de callar y por eso todavía no nos había dado tiempo... Me decía Carmen, una amiga, hace no mucho que «las feministas estamos cansadas, tristes y cabreadas; al límite de salir a la calle a quemar contenedores» y no acabo de leer a nadie que reflexione sobre este hecho. ¿Por qué tantas mujeres se sienten así? Me parece mucho más importante que los dimes y diretes, que el oportunismo, el cinismo y la farándula. Mucho más importante, incluso, que las sesudas reflexiones jurídicas, politológicas, filosóficas y psicosociales (nunca he sabido lo qué quiere decir) que no son más que ejercicios de narcisismo, en estas circunstancias. Escuchar y reflexionar.
¿A quién podríamos escuchar? Adivinad... Lo dejo a la imaginación.
¿Y sobre qué podríamos reflexionar? Pues sobre cosas como si, por el hecho de adoptar una determinada ideología, ya nos convalidan la deconstrucción —ahora que tenemos un ejemplo tan doloroso—; sobre si es realmente posible, siguiendo los cánones de la política actual, hacer política realmente feminista; sobre si es posible, de nuevo siguiendo los cánones, organizar un partido político al uso que sea un espacio feminista o al menos un espacio seguro; sobre si sabemos, al menos, cómo podríamos construir tales espacios, dado el caldo cultural en el que nos hemos criado y en el que seguimos viviendo; sobre si no será cierto que, como defiende Silvia Federici, el problema es mucho más radical y estriba en el propio modelo socioeconómico (en el capitalismo, para entendernos) y hasta que no lo cambiemos de raíz, solo seguiremos haciéndonos trampas al solitario. Esto por citar algunas cuestiones que ya nos darían para estar callados un rato —largo—. Y aquí lo dejo, que mucho he hablado ya.