Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Son las palabras que dijo Jesús en la cruz, en su momento de mayor agonía. Hay muchas interpretaciones y creo que no puedo aportar gran cosa 😅, pero últimamente ando sumergido en la lectura de algunas notas de los cahiers de Simone Weil de nuevo y me surgió una idea que quería explorar.
Ella, por ejemplo, hace una reflexión mucho más profunda porque se enmarca en una interpretación mucho más extensa del cristianismo —antiguo; del original no del romano— y yo solo quiero hacer una reflexión superficial de ese momento concreto, pero ahí va.
Tengo la sensación de que este pasaje podría simbolizar, no un momentáneo lapso de fe ni un golpe sobrenatural de empatía, sino algo mucho más sencillo: Jesús era humano, a pesar de su conexión con Dios, y siempre supo de lo limitado de su cuerpo en la labor de tratar de iluminar a la humanidad, por lo que la perspectiva de que los hombres lo fueran a destruir «antes de tiempo» le supuso el martirio de no poder acompañarles más en ese camino.
No creo que tratase de reproducir el Salmo que tantas veces se ha mencionado porque, como razona Simone, esto habría sido un falso amor a Dios. Él no trataba de «ponerse en la piel de», porque eso habría sido impostura y no se puede amar de forma pura a través de la impostura y mucho menos, experimentar un amor tan elevado como el de Jesús por su padre, a través de una forma de amor tan inferior.
Creo que fue real que, por un instante, sufrió una pena tan intensa y tan humana como la pena «egoísta» de querer que su cuerpo viviese y esa pena le hizo sentirse de verdad lejos de Dios. Y ese es el verdadero amor, el realmente elevado, el puro al que se refiere Simone: el que se siente por algo cuando sabes que no está, no el que se siente por lo que sabes con certeza que está. Eso es lo que significaba originalmente la Fe y es el regalo que Jesús habría entregado a la humanidad ese día; esa fue la verdadera redención y la calma solo le alcanzó cuando se dio cuenta de ello: de que, en ese grito, ya había cumplido su destino y las obras que hiciera hasta ese día solo eran los pasos necesarios para llegar a aquel momento.
Con ese grito le entregó la Fe a la humanidad, cual Prometeo que entregara el fuego.