Amor

El amor es una fuerza, en la naturaleza de las almas, que las atrae a acercarse; algo así como la fuerza de la gravedad de las almas. Notamos su efecto en nosotros, que contradice el de su fuerza opuesta: la distancia.

Así como la distancia mantiene y protege su integridad, el amor parece una fuerza un poco suicida, en cuanto a que es la que nos empuja a «mezclar» nuestra alma en la de otra persona/s y a dejar que esta/s mezclen las suyas en nosotros.

Aunque esta aparente contradicción no lo es en absoluto. Para poder crecer de ciertas formas, las almas humanas saben que deben verse atravesadas por otras, aunque esto suponga riesgos. El alma siempre se mantiene en un delicado equilibrio entra la búsqueda del orden (integridad, estabilidad...) y la del caos (cambio, movimiento...) y ese (des)equilibrio dinámico lo mantienen entre estas dos fueras1. Esto es así porque, por definición, ninguna de estas dos fuerzas podría existir sin la otra, no sería lógico siquiera.

Si imaginásemos nuestras almas como células, la distancia es la fuerza que genera y mantiene las membranas celulares que definen los límites de estas, evitando que se desparramen, tanto como que se vean invadidas por el ambiente; y el amor, alguna instrucción grabada en su ADN que las induce a acercarse a ciertas células y «combinarse». Aunque este ejemplo es muy pobre, porque la experiencia del amor es muchísimo más que eso, al menos sirve para ilustrar lo más básico, lo «mecánico».

A mí me gusta imaginar cada alma como un cosmos, que nace con una gran explosión desde la nada y se va expandiendo de formas que no podemos ver, realmente, ni comprender en su totalidad; como si lo hiciesen en muchas más dimensiones de las que podemos medir y pesar. Para poder «ser», deben mantener sus límites, sus fronteras, pero, a la vez, existe en la misma naturaleza de la fuerza que las impulsa a seguir expandiéndose, la necesidad de hacerlo de formas que no están contenidas dentro de ellas mismas. Y una forma de hacerlo es dejándose atravesar por otro cosmos; combinándose con él.

A las fuerzas que operan para mantener la integridad no les gusta, claro, porque, en última instancia, supone correr el riesgo de la aniquilación total (que es la gran obsesión de este tipo de fuerzas) y por eso hace que surjan grandes colisiones que nos estremecen e, incluso, paradojas que pueden llegar a convertirse en agujeros negros. Pero cuando dos universos se consiguen combinar, el resultado no es la suma de estos dos, sino una tercera «cosa» (¿realidad?).

El problema del término «amor» es que es el único que es un verbo y un sustantivo a la vez y todo el tiempo: es verbo, en cuanto a que es la fuerza que impulsa a que esto ocurra (que no response a las mismas leyes en todas las personas); y es sustantivo en cuanto a que define, también, lo que surge como resultado (que no es lo mismo en todos los casos). Puede que le pidamos demasiado a un solo término.

Y, por supuesto, están las simplificaciones, la romantización (perdón por la redundancia) y los errores de interpretación propios de confinar algo tan inmenso en cuerpos de carne y hueso. Como nuestros sentidos no son perfectos, ni lo son nuestros instintos —que, además, tienen objetivos muy distintos de los de nuestra alma—, ni lo es el lenguaje, ni nada que podamos crear de forma material, la boca del embudo por la que tenemos que tratar de enviarnos información es tan estrecha que no es extraño que se produzcan todo tipo de errores, pérdidas y derrames.

Por ejemplo, cada vez me dan más miedo expresiones del tipo: «debes conocerte a ti mismo». No está en nuestra naturaleza el ser capaces de conocernos a nosotros mismos, porque nuestro cuerpo solo puede llegar a comprender esbozos de lo que se mueve en nuestra alma; tan solo lo suficiente para cumplir con la obligación de sobrevivir y poco más. Si pudiéramos conocernos (lo que quiera que eso pueda querer decir), no llevaríamos siglos tratando de comprender el cerebro humano, ni cosas como por qué soñamos o por qué tomamos decisiones y cómo.

Por lo tanto, es inútil tratar de «encontrar» una definición para una realidad que, por su naturaleza, va mucho más allá de lo que podemos comprender. Lo único que tiene sentido, para mí, es vivirla. Es el único término que no tiene sentido —como término—, pero que debemos tener en el lenguaje, aunque sea tan solo para señalar el espacio vacío.

Notas al pie.

1 Puede que esté muy influenciado por las filosofías orientales y el concepto de las dos fuerzas fundamentales: el yin y el yang.