Francisco Molinero

1959-

Cuanto más desciendo en la escala de la vida más me doy cuenta de que solo el sexo me salva.

Cada peldaño que bajo me recuerda la luz nocturna reflejándose en tus caderas en sus caderas en las caderas.

Cuanto más lejos estoy de la cordura más me doy cuenta de que besar me sana me rescata del olvido buscar el pliegue de tu sexo entre sus piernas entre las piernas. Hay un placer exquisito en cada instante dedicado a amar mientras estoy en ti, vivo, la distancia me mata, el tiempo que se mueve entre mis manos se pierde.

Cuanto más pierdo el interés por todo más me interesa tu piel su piel la piel.


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Las palabras son hermosas, o pueden serlo y son instrumentos del engaño, de la ocultación cuando se usan con ese interés. Hay que tener cuidado cuando las oímos no sea que alguien nos quiera confundir. Yo últimamente oigo mucho hablar de la justicia. «hay que dejar actuar a la justicia», «hay que confiar en la justicia» como si la justicia existiera, como si tuviera hombros y codos y culo y se aburriera y tomase vacaciones y fuera de Langreo. Pero la justicia no existe, existen los jueces, los fiscales, abogados, secretarios, ujieres, asesinos, reos, penados delincuentes, presuntos, huidos, el 3er grado, los bis a bis, el verdugo, la inyección letal, las fianzas. Los que nos dicen que dejemos trabajar a la justicia, realmente quieren que no vigilemos a esos jueces que deciden sobre la vida y las cosas, que no leamos sus escritos, aquellos que hicieron después de comer fabada o de ir al partido del equipo donde son seguidores, que no les critiquemos cuando juzgan a pesar de hacerlo dolidos por la última negativa sexual o en medio de un ataque de furibundas almorranas. Los que nos piden paciencia con la justicia no quieren que miremos de donde provienen esos jueces, como llegaron a serlo, por qué nadie les eligió democráticamente, por qué deciden en contra de la mayoría, por qué deciden lo uno y lo contrario, por qué tardan, por qué se amparan unos a otros, por qué se visten de negro, por qué están protegidos detrás de sus escaños frente a un hombre, una mujer de pie, por qué resultan tan agradables a la compañía del poderoso, por qué no viven en los barrios donde hay obreros o campesinos, o jóvenes sin trabajo o drogadictos, por qué no sufren pagando sus alquileres.

La justicia no existe como no existe España sino los españoles, la política sino los políticos, el pueblo sino cada uno de los pobladores y los que nos ponen estas palabras delante solamente quieren que no veamos lo que esconden.

Mitsunobu Akano, de 65 años, condenado por tráfico de drogas, se convirtió en el primer súbdito japonés ajusticiado en China desde el restablecimiento de relaciones diplomáticas en 1972. En China dejan que la justicia trabaje con tranquilidad.


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Recuerdo que cuando yo era pequeño se cogían puntos a las medias; eran tiempos algo más apretados en lo económico y sobre todo había una cultura de cuidar las cosas lo más posible. Un punto suelto acababa por desbaratar un buen par de medias, así que lo primero pegarlas con esmalte y luego remendarlas con un buen nudo que no se notara, cogido sobre un tenso bastidor (en otra versión «un huevo de madera») bajo una potente luz .

Yo hoy he tenido uno de esos días en los que con paciencia y un tenso bastidor (antes «huevo de madera») he andado cogiendo los puntos que llevaba rotos en mis medias, no sea que la vida se haga larga y las necesite muchos años.


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Ahora que la locura de la guerra se ha desatado, vienen a mi memoria todos los mujaidines que lucharon por la libertad en Irán, en Irak, en Pakistán, allí en Chiapas o en la amazonia Colombiana, los Saharahuis que mueren bajo las balas marroquíes, los palestinos que murieron en Gaza ayer, los partisanos que arrancaron Yugoslavia de las manos de los nazis. Vienen a mis ojos, además de las lágrimas, los que siguen luchando hoy en día de manera pacífica contra los tiranos, manifestándose, reuniéndose, enfrentándose a las policías, los ejércitos, los paramilitares, juntándose en asambleas, en círculos populares, en comunas de trabajo, en sindicatos ilegales. Todas esas mujeres de izquierdas que saben que nunca la libertad viene de la mano de un misil tomahauk y todos los jóvenes que anhelan vivir, leer, hacer cine, cantar en libertad, viajar, enamorarse, tener relaciones sexuales. Ahora que quienes nos oponemos a intervenir en una guerra somos tildados de idiotas, comparados con tiranos y terroristas os dejo esta canción y este vídeo. Sabemos que tenemos razón, que hay vías pacíficas para cambiar las cosas y que no basta con la repetición constante de las mentiras que nos dominan para que estas devengan verdades. Ahora que la locura de la guerra campa a sus anchas por el parlamento español os regalo esta bella despedida. Bella Ciao Irán


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Venid a mi entierro venid apenados a las exequias la reunión con los ausentes, los llantos los abrazos a los presentes.

Venid a mi entierro en multitud dolorida.

Venid todos a arrimar el hombro en el paseo purificador a daros la mano entre los vivos a sentiros presentes.

Venid a arañar la tierra con las uñas, a abrir la fosa que me albergue a depositar las flores imposibles a escuchar el panegírico viaje dulcemente adornado por los amados a escudriñar las lágrimas contenidas en las cuencas de las amantes a reflexionar sobre la muerte entera en su dimensión exacta, perenne.

Venid todos.

Bajad el féretro quejumbroso sentid la cuerda que abrasa, que pesa, la muerte que busca el centro exacto la tierra recuperadora, sanadora.

Llorad por mi que no quería morir nunca que quería sobrevivir a la mediocridad de mi mismo a mi finitud melancólica aburrida.

Venid a mi entierro pensad en mi, sentirme, quererme una única vez una última vez una vez alguna vez.

Venid todos y trazar un círculo blanco.

Luego iros, olvidadme.

Yo os esperaré escribiendo pequeños poemas blancos, lúcidos sobre el más acá, el amor y la vida.


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No encuentro una respiración suficiente ni la rama que sustente todo el peso cada paso significa una linea nueva y no sé si enfila la ruta adecuada.

En este invierno templado, todo se mueve deprisa siento que llega el momento de la tormenta siento que cada hoja buscará el sol a su manera ni más ni menos que yo.

Hay una luz verdadera, un rayo incesante que no veo un sentido que se me escapa en todo y en todos perdida la capacidad de amasar las palabras el verso se agota como un venero en septiembre.

Los sueños inexistentes son un presagio quizá desaparezcan las palabras luego se irán los recuerdos lejanos y después finalmente, inexorablemente lo ocurrido hace un instante.

Mi corazón camina por una cresta vertiginosa, a la izquierda el precipicio inquietante a la derecha el viejo glaciar, apenas vivo Poset se yergue como un final épico la aventura en solitario que me purificara que me redimiera que me devolviera todo lo perdido y sin embargo hoy no encuentro el aire suficiente la luz verdadera el sueño reconfortante por eso dibujo flores al amanecer con la esperanza de una belleza futura que borre la fealdad diaria.

Cierro la puerta a todo ¡que la música se encargue del futuro!


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Juan Gelman escribe contra “los organizadores del olvido” “El infierno no termina al cerrarse las puertas del campo de concentración” El Ministerio de Cultura español promovió el Primer Encuentro Internacional de Memoria Histórica en la Universidad de Salamanca, la misma donde Miguel de Unamuno enfrentó al dirigente franquista Millán de Astray cuando éste entró a los claustros pistola en mano gritando “Viva la muerte, abajo la inteligencia”. En esa reunión, de la que participaron delegaciones de Chile, Argentina, República Dominicana, Portugal y Alemania, el poeta y columnista de Página/12 fue el encargado de realizar la conferencia inaugural sobre “el imperativo moral de la memoria colectiva”.

Por Juan Gelman

Soy padre de un hijo de 20 años secuestrado, torturado, asesinado en 1976 por la más reciente dictadura militar argentina, que también desapareció sus restos. Fueron hallados, gracias a la infatigable labor del Equipo Argentino de Antropología Forense, 13 años después. Soy suegro de su esposa, secuestrada cuando tenía 19 años, trasladada de Buenos Aires a Montevideo encinta de ocho meses y medio y asesinada por la dictadura militar uruguaya dos meses después de dar a luz. Sigue desaparecida y su hija fue entregada a un policía de matrimonio estéril. Soy abuelo de una nieta de la que me robaron sus primeros 23 años de vida y que mi mujer, Mara La Madrid, que no es la madre de mis hijos, y yo buscamos y encontramos al cabo de una larga investigación. Nada de esto hubiera sido posible sin el testimonio oral de sobrevivientes uruguayos y argentinos, sin expedientes judiciales y aun militares, sin ese archivo tan particular que es el banco de datos sanguíneos de familiares de desaparecidos del Hospital Durand de Buenos Aires, sin una campaña internacional de denuncia que tuvo la solidaridad de decenas de miles de poetas, escritores, artistas y gente de a pie de 122 países, sin libros, sin documentos, sin Internet, sin videos y, sobre todo, sin la voluntad imperiosa de encontrar la verdad. Hablo desde la experiencia argentina. ¿Por dónde empezar? ¿Por la madre de un desaparecido que año tras año y día tras día arreglaba el cuarto de su hijo y a la noche le preparaba la sopa que él solía tomar al regreso del trabajo? La sopa se enfriaba en la mesa sin remedio. ¿Por el sueño de la hija de una desaparecida? Este sueño: “Mamá vive en el departamento de la calle 47. Voy a visitarla. Tengo miedo de que me abrace y al hacerlo se convierta en fantasma”. Ha pasado mucho tiempo desde la desaparición de ese hijo y de esa madre, pero no hay final del duelo todavía. No lo habrá mientras no se encuentren sus restos y descansen en un lugar de recuerdo y homenaje. No lo habrá mientras esa madre y esa hija no sepan toda la verdad sobre su sufrimiento. No lo habrá mientras esa verdad no conduzca a la Justicia.

El infierno no termina cuando se cierran las puertas del campo de concentración y los hornos se apagan: hace un cuarto de siglo que cesó el infierno militar en la Argentina y centenares de miles de personas –hijos, padres, hermanos, familiares, amigos de los desaparecidos– viven esa segunda parte del infierno que crepita en la memoria y no hay modo de apagar. “Desde entonces, a una hora incierta/esa agonía vuelve/y hasta que mi cuento espantoso sea contado/mi corazón sigue quemándose en mí”, dice el viejo marinero de un poema de Coleridge que recordó Primo Levi. Para muchos argentinos, uruguayos, chilenos, centroamericanos y nacionales de tantas otras latitudes del mundo esa estrofa poética es vida real y quema cada día.

“En nuestro país el olvido corre más ligero que la Historia”, dijo el escritor Adolfo Bioy Casares. Pues no sólo en la Argentina. Desaparecen los dictadores de la escena y aparecen inmediatamente los organizadores del olvido. “¿Para qué renovar las penas? –dice Ismene a Edipo–. El dolor se sufre al recibir las penas y se vuelve a sufrir al recordarlas.” El Día de Muertos, el pueblo mexicano acude a los cementerios, se sienta alrededor de sus difuntos, toca la guitarra y les canta, les pide que sigan muriendo en paz y que dejen en paz a los vivos para que los recuerden sin terrores. Pero los familiares de los desaparecidos no tienen dónde hablarles y ellos son fantasmas inciertos que vuelven a doler en la memoria.

“Los padres quedaron sin hijos y no terminan sus quejas. Conocen al fin cuál es el dolor total sin remedio”, dice Esquilo. ¿Cada recuerdo trae un dolor que se amontona, capa sobre capa, y se convierte en una geología del dolor? ¿Es posible dialogar con el dolor, fingir que tiene rostro y que no es una potencia que viene y va y protesta contra la muerte del ser querido y le da cuerpo y la afirma negándola? ¿La locura sería la última puerta del dolor, una manera de convertirse en dolor para no padecerlo y desaparecer en el dolor? ¿No será ésa una forma de fundirse con la víctima y así morir con ella? Los familiares de los desaparecidos están en otro lugar. “Un loco, solamente un loco que perdió la mente olvidar puede la muerte de su padre”, dice Electra. O la muerte de un hijo. No es ésa la locura de los familiares: su única “locura” consiste en exigir verdad para las víctimas y justicia para los victimarios. Es un camino lleno de obstáculos con los que se tropieza día a día. Los comisarios del olvido tienen recursos y conocen su trabajo. Un pacto de silencio sella la boca de los militares argentinos, con pocas excepciones. Cuando sus camaradas conocen que alguno está dispuesto a hablar, lo callan con una buena dosis de cianuro: le ocurrió al prefecto naval Héctor Febres, a punto de ser condenado por los crímenes que cometió durante la dictadura militar. O desaparecen a testigos importantes de los juicios por delitos de lesa humanidad, como desaparecieron a Julio López, para agitar el miedo en las víctimas testimoniantes. La policía facilita la huida del represor atrapado o quema archivos de sus operaciones. La jerarquía de la Iglesia Católica argentina que, a diferencia de la chilena, santificó la matanza –un obispo del Vicariato llegó a decir “cuando hay derramamiento de sangre, hay redención”–, la jerarquía de la Iglesia Católica argentina, que ordenó tranquilizar a militares desasosegados porque venían de tirar prisioneros vivos al océano, se niega a abrir sus muy prolijos archivos de la época, que permitirían recuperar al menos los restos de numerosos desaparecidos.

Ciertos jueces, ciertos fiscales y ciertas instancias judiciales como la Corte de Casación argentina encajonan procesos contra los represores, quienes pueden quedar en libertad por la falta de sentencia. Y lo peor, verdaderamente lo peor, es la perversión que mancha a sectores políticos y sociales que, de un modo o de otro, por acción o por omisión, fueron cómplices de la matanza y callan lo que saben y niegan al Otro lo que saben. Y luego, por qué omitirlo, la actitud pasiva de ciertos familiares que, ante todo por falta de medios, y luego por desánimo, cansancio, resignación, desesperanza o temor, todavía temor, depositan su no hacer en los organismos de derechos humanos. Y también, por qué omitirlo, ciertos organismos argentinos de derechos humanos que burocratizan el dolor o militan contra la búsqueda de los restos de los desaparecidos “para que sigan con sus compañeritos”. Así hacen tabla rasa de la historia personal de las víctimas y del lugar que ocuparon en la historia. Es la continuidad civil, bajo otras formas, del pensamiento militar.

La voluntad de corregir la memoria, como es notorio, viene de muy lejos. En el siglo V antes de Cristo, la sangrienta oligarquía de los Treinta prohibió en Atenas por decreto recordar la derrota militar que le infligiera Esparta. Cada ciudadano fue obligado a pronunciar el juramento “No recordaré las desgracias”. Pasan los siglos y los vencedores siguen reorganizando el pasado a voluntad. En el año de gracia de 1040 el monje Arnold von Saint Emmeram explicaba así el método que había elegido para escribir la historia del ducado de Baviera: “No sólo es pertinente que las nuevas cosas modifiquen las viejas; también es correcto, si las viejas son desordenadas, el desecharlas por completo, e incluso, aunque estén bien ordenadas pero sean poco útiles, el enterrarlas con reverencia”. La voz de los vencidos es “desordenada y poco útil” en los manuales de historia al uso, cuyo marco de referencia esencial es el Estado. Numerosas víctimas de crímenes contra la humanidad fueron y son carne de olvido, “ese acuerdo con aquello que se oculta”, al decir de Blanchot. Los que falsifican la historia así, falsifican la vida y están presentes y activas las antiguas herencias de nuestra tan moderna, o posmoderna, civilización occidental, en la que los extraordinarios avances tecnológicos conviven o malviven codo a codo con genocidios nunca vistos. Proliferan las teorías sobre la historia como relato y otras sobre todo lo contrario. De lo primero hay pruebas más que suficientes, algunas francamente ridículas. La historia del Partido Comunista soviético ha sufrido continuos liftings con el correr del tiempo y se convirtió en un acto de predicción del pasado. Es famosa la fotografía del estado mayor bolchevique tomada días después del triunfo de la Revolución Rusa, con Lenin en el centro, a su derecha una escalera y luego Stalin. El lugar de la escalera lo ocupaba Trotski, excomulgado por el Termidor stalinista. El acto tiene pretensiones mágicas y la voluntad de abolir la historia. De ahí la importancia fundamental de los archivos de la memoria. De ahí la importancia fundamental de esta reunión. La pretensión de mutilar la memoria cívica de todos los días corrompe su salud y despeja el camino a nuevos autoritarismos.

El imperativo moral de la memoria colectiva tiene hoy más urgencia que nunca y no faltaron en la Argentina y en otros países quienes entendieron esto muy temprano y crearon y ordenaron personalmente, sin apoyo oficial alguno y movidos por su moral ciudadana, informaciones utilísimas que se pueden ver por Internet. Estos archivos contribuyen a deshacer las artimañas de los asesinos de la memoria, como ésas que pretenden que no hubo cámaras de gas y que el primer pueblo ocupado por el nazismo fue el pueblo alemán. Si queremos que la barbarie no se repita y pase al reino del nunca más, no deberían, creo, ser archivos mudos para la sociedad civil y viceversa: habría que acercar sus contenidos a sectores sociales y políticos en los que hay no poco a despejar todavía.

¿Y se podrá alguna vez despejar mentes en el estamento militar para que obedezcan a lo ético y opongan la desobediencia debida a órdenes criminales? El capitán de navío Juan Carlos Rolón, miembro de un grupo de tareas de la Escuela de Mecánica de la Armada de Buenos Aires donde la marina desapareció a 5000 personas, declaró impávido: “Nos enseñaron que la tortura era una forma moral de combatir al enemigo”. Se recuerda el diálogo que Hannah Arendt sostuvo con un oficial nazi que admitió haber gaseado y enterrado a prisioneros con vida en el campo de concentración de Maidanek. La pregunta de la filósofa: “¿Se da cuenta de que los rusos lo van a colgar!”. La respuesta del nazi: “¿Por qué? ¿Yo qué hice?”.

Las dictaduras suprimen el testimonio de las víctimas, pero llevan sus propios archivos. En Auschwitz hay gruesos volúmenes que registran la muerte de los prisioneros gaseados. En la primera columna de cada página figuran el nombre, la edad y la nacionalidad de la víctima; en las dos restantes, hora y causa de la muerte. La hora es la misma a lo largo de páginas enteras, las 8.15, o las 8.30 o las 9.00 de la mañana. También se repite la causa de la muerte, “influenza” casi siempre. Este no es sólo un acto burocrático; sustituye la vida por una mentira de papel y muestra abismos de la condición humana. Se impone abrir esa clase de archivos. Pero ésta es una decisión de Estado y, lamentablemente, todavía hay gobiernos democráticos que no se atreven a disponer que se dé ese paso indispensable. Los familiares de los desaparecidos sólo conocen la dolorosa mitad del crimen. La otra yace oculta, custodiada por centinelas militares, policiales, eclesiásticos. Jacques Derrida habló del “mal de archivo”, pero ésos son los archivos del mal.

Que se me perdone la insistencia en subrayar la importancia de los testimonios orales, vehículos de una memoria que en ocasiones se transmite de generación en generación. Frente a Panamá –narra el periodista José María Pasquini Durán– hay una isla llamada San Blas en la que vive una etnia indígena. Una vez al año todos se reúnen y los ancianos cuentan a los jóvenes la historia de la etnia, que arranca del casamiento del Sol con la Luna, para que su memoria perdure. Los jóvenes comenzaron a emigrar y a quedarse en Panamá, pero mandan grabadoras a la isla para registrar el relato de los ancianos. Ahora la maravillosa historia que comienza con el Sol y la Luna está en casete y los jóvenes lo tienen en su casa entre los discos más recientes de pop norteamericano. Menciono esto porque en muchas sociedades del mundo no hay casete todavía. En el año 1987 seguía yo exiliado en Francia y el diario recién nacido entonces para el que trabajo, Página/12, me pidió que cubriera el proceso a Klaus Barbie, el ex jefe de la Gestapo en Lyon, bautizado “El carnicero”. A una víctima que le detallaba sus crímenes, Barbie dijo: “Yo no me acuerdo de nada. Si se acuerdan ustedes, el problema es de ustedes”. Efectivamente: recordar y denunciar los crímenes contra la humanidad y exigir su castigo es un problema nuestro.


Recomiendo que veáis La memoria infinita es una película documental chilena de 2023 escrita y dirigida por Maite Alberdi. Su estreno mundial ocurrió el 21 de enero de 2023 en el Festival de Cine de Sundance, donde ganó el Gran Premio del Jurado.1​ También ganó el premio a mejor dirección en el OUFF, 2023, en el festival de Ourense, Galicia.


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A fuerza de olvidar me queda la memoria reencontrada herida en un rincón preciso.

Ya casi soy aire que pasa ¡tan ligero! aire que te busca afanoso, te recuerda.

A fuerza de recordar me queda el olvido sorprendente tras una esquina cualquiera.


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El juez Garzón me tiene frito. Ayer por su culpa no llegué a mi casa hasta cerca de la una de la madrugada y eso que ya el día había sido largo de por sí.

A las 8 de la mañana salida dirección Bilbao en medio de un diluvio que paró para cambiarse por día espléndido en cuanto pasamos Nanclares. Visita a los jesuitas de Indautxu (Una manzana entera de edificio con más de 3000 alumnos, en pleno centro de Bilbao) y posterior a la universidad de Deusto. Comida en un hotel que desmiente el tópico de lo bien que se come en Euskadi y vuelta pal foro. Los últimos 200 Km en medio de un vendaval de agua.

El mundo al revés, un norte templado y seco y una meseta enfangada y pingando.

Cuando ya estoy absolutamente tirado en mi sofá, esperando mi ración de consumo televisivo y atento a los resultados de los demócratas américanos suena el teléfono y oigo la voz de un antiguo enemigo político de los Verdes que me dice: «te extrañará mi llamada», coño, pues sí, la verdad, pero en estas épocas preelectorales uno se espera cualquier cosa.

«Te tengo que pedir un favor, dos amigos mios, uno de ellos abogado y el otro un concejal de Los Verdes de Melilla están en la puerta de la prisión de Soto del Real sin posibilidad de ir a ningún sitio»

«A las once y media de la noche, ¿no tienen coche?»

No, han llamado a un taxi pero dicen que no van a la cárcel. Yo estoy enfermo en Madrid y no puedo hacer nada por ellos. ¿Me puedes ayudar?

En este momento me acuerdo de los insultos que me dirigió y me parece un momento estupendo para crecer y agigantarme.

Si, claro, ya les recogo y les llevo a algún sitio.

Muchas gracias.

No hay porqué darlas.

Como estoy en pijama y no tengo muchas ganas de cambios y suponiendo una faena de aliño, me pongo encima un «chandar», me calzo, cojo un gorro y una chaqueta con capucha, me despido de mi mujer que me mira con ojos estupefactos y me voy a por estos dos pobres, no sin antes indicarles que no se muevan, que lo que hay alrededor de la cárcel son toros bravos.

Diluvia y apenas veo por la carretera durante los 4 o 5 Km que tengo que recorrer para llegar al penal. Aprovecho para recapacitar y pienso que no hice bien en no vestirme, que estas cosas se lían y ya verás como termino haciendo el ridículo.

Llego a la puerta de la cárcel y se me acerca un hombre de mediana estatura, pelo rizado y aspecto andaluz o quizá árabe, empapado aunque cubierto por un paraguas me pregunta: ¿Paco Molinero? Si, respondo y se presenta. Me agradece la visita y la ayuda y me presenta a sus dos amigos (la cuenta aumenta, ya son tres). Llueve tanto que decidimos meternos en el coche. Nos saludamos y me agradecen mil veces más el rescate. Sus nombres son árabes y me explican que están esperando la salida de un amigo. Que le han dado el auto de libertad y que les han prometido su salida en 10 minutos.

¿Leva mucho tiempo?

No, desde el viernes, le encarceló Garzón en medio de una redada antiterrorismo islámico.

¿Y?

Que le suelta ahora porque no hay nada contra él (posteriormente me entero que le suelta bajo fianza). Disculpas y a casa, eso sí despues de sacarte de tu domicilio, de tu ciudad, encarcelarte tres días….

Como me temía la cosa se complica. Yo estoy en pijama, aunque no se nota, ellos hablan en árabe entre sí mezclado con español, el abogado a mi lado me relata lo que piensa de Garzón y coincidimos, hace una llamada a un funcionario de prisiones y este le dice que la cosa va bien, pero que esperemos. Son las doce menos veinte y se queja de que la orden de libertad hay que cumplirla en el día. Me pregunta o simplemente se lamenta: esto es denunciable, ¿no? Reparto tabaco y me cuentan que llevan tres horas bajo la lluvia. Están indignados, uno dice, esta zona es muy bonita, asiento y apostillo, cuando es de día y no llueve, nos reímos, saco unos cigarros e intercambiamos confidencias, yo fui concejal de este pueblo, yo estaba en el PCE, al final el mundo se retuerce para darnos argumentos sobre las proximidades las casualidades, las coincidencias los lugares comunes y mientras, por la puerta sale un muchacho con una pequeña bolsa de basura en la mano. Me recuerda a mi mismo saliendo de Ceuta cuando el ejército español me liberó de mi encierro legal y tengo la sensación de que la vida me ofrece la cruz de aquella historia. Se abrazan, salam m’alekum, el muchacho me mira y me agradece con un apretón de manos que estuviera aquí. Le preguntan por el trato, ¿te han pegado?, No, pero no me han dejado dormir, cada media hora un policía me visitaba. Claro, para derrumbarte dice el abogado. ¿Porqué han tardado tanto en liberarte? Garzón se olvidó de firmar el auto de libertad, y se lo han tenido que llevar a casa (¡Qué descuido de este juez tan importante!).

Por un momento la escena me parece producto del cansancio del viaje, un sueño, pero la lluvia es real, los cinco en el coche estamos viviéndola y lo que oigo es lo que os cuento.

Los móviles empiezan a echar humo llamando a familiares y amigos. Ya está, ya está libre. Alí se lamenta, «todo esto por conocer a quien no debía».

Les acerco a Tres Cantos y les dejo en un taxi. Sos más de las doce y esa misma noche Alí partirá hacia Málaga y luego en avión a Melilla, uno de ellos se quita un pin de Los Verdes de Melilla y me lo regala, no tiene otra cosa, yo arranco el coche y me vuelvo a casa, triste, satisfecho e indignado. La radio me cuenta que el partido del Levante contra el Atlético de Madrid se ha suspendido y yo me acuesto pensando como puede cambiar todo de repente sin que podamos hacer nada.


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Ortik Casal recogió los utensilios del desayuno como todos los días y de la misma manera que había hecho los últimos años sintonizó la emisora de radio que más le tranquilizaba con su visión progresista de lo que pasaba y se dispuso a estirar la cama. Nada de aquello se salía de una rutina que se había instalado en su vida como casi todas las rutinas, de manera imperceptible. Ortik no era consciente o no quería serlo y por eso al ir a sacar las llaves del coche de su bolsillo y no encontrarlas tuvo la sensación de incomodidad y enojo mezcladas de que las cosas no debían ser así. Luego el día transcurrió sin más sobresaltos y la semana y el mes y los años que vinieron hasta su muerte.

«Nada puede ser tan sorprendente como la vida, excepto la escritura.» Kitap-al Zulmet, trad. de Ibn Zerhani al árabe de Obscuri Libri de Bottfolio.


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