Francisco Molinero

1959-

Se agradece que los amigos te ayuden a mejorar aunque sea diciéndote que hay demasiadas faltas de ortografía en lo escrito, porque es verdad, así que tomo nota y prometo aplicarme en lo sucesivo. Se agradecen aun más las aportaciones de manos negras, de agujeros negros o incluso los errores cósmicos, en ciertos momentos se agradece cualquier señal de que quien te quiere está cerca y te lee y te escucha y se emociona o simplemente se conmueve lo necesario para mostrarse, aunque no sea eso lo que ahora más quiere. No eran entradas sino carnets y algo peor, no soy Camus sino Paco «Ça c’est tout», pero la idea era buena y aunque yo prefiriera bitácora, siempre me rindo ante lo evidente, la belleza, la inteligencia.

Hay un tiempo gastronómico desde luego, lento y dedicado a los demás, un tiempo amable, solitario para quien prepara y multitudinario para quien degusta, hay una cocina que tiene que ver con el amor, que no es simplemente supervivencia y que se hace para seducir, para atraer al otro, para que se sienta amado o por lo menos querido y aunque desconocemos el propósito de la existencia somos capaces de vivirla intensamente si alguien nos regala su amistad en forma de sopa de almendras. Somos así, inconscientes, vitales.

Estas entradas van por ustedes.


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Creo que bordeamos el río más de lo debido por miedo por vergüenza.

Al final, cuando crucemos será tarde o estaremos lejos.


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Recorro la mancha, de Madrid hasta Albacete, voy recordando a María y el atascaburras, pero no es época, veo modernos campos de colectores solares entre los trigales secos ya segados; la tecnología pugna por aprovechar el sol de manera distinta. La ciudad está alegre, calurosa y tiene un aire de actividad que no recordaba. Para comer unos ahumados que están simplemente aceptables y un entrecôte que a falta de ossobuco, está realmente tierno y bien cocinado, le acompaña medio tomate y unas pocas patatas asadas. Dos cervezas frías, muy frías y un maitre que está atento y resulta amable hacen del local «il Forno» en la calle Caba, algo grande para mí, un sitio recomendable y más si el gusto es de pizzas o pastas.

A la salida de la ciudad paso por la estación de autobuses, vetusta, como cansada y que conocí en su esplendor el año que la estrenaron, de camino a Alicante en busca de una mujer; el resto de la ruta es silenciosa, cansina, entre campos bastante yermos y caserones que aparecen medio abandonados.

La Mancha de nuevo se desparrama entre decenas de nuevos molinos que ventean y giran lentamente. ¡No son gigantes! o sí.


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Estuvieron casados algo más de dos años y como antiguamente, provenían de un noviazgo largo e incluso algo cansino que hubieron de rematar con la boda como salida más digna. Esos dos años fueron como la hipoteca mínima indispensable, el luto obligado y aunque nunca tuvieron grandes trifulcas, ni se cruzaron insultos, ni siquiera discutieron con un tono más alto de lo normal, casi de forma voluntaria dejaron que el desdén se fuera colando entre las rendijas del cariño. La distancia se fue alargando, los comentarios irónicos que al principio eran esporádicos se adueñaron de la conversación y justo un segundo antes de que apareciera el odio decidieron divorciarse de común acuerdo. Nada distinto a tantas y tantas parejas. Realmente lo curioso es que durante esos años descubrieron cuán distintos eran y por momentos qué opuestos en gustos y lo más curioso en costumbres. Si a él le gustaba comer despacio y charlar en la mesa, ella apenas tardaba diez minutos en dar buena cuenta y en silencio del plato más frugal. Si ella disfrutaba hasta el éxtasis de la música clásica, él buscaba siempre el pop más insustancial. Cuando eligieron las vacaciones la distancia se fraguó entre los pirineos y el mediterráneo. Él era un insomne desde su adolescencia y ella no entendía levantarse si el sol no estaba picando en lo alto salvo por pura obligación. La ruptura por tanto no fue tal. Y salvo las familias, que se vieron sorprendidas por el desenlace como si resultara imposible a la luz de tantos años de conocimiento y que, de malas maneras intentaron mediar y pedir explicaciones, sobre todo a él, que asumió su papel de varón más tópico, teniendo que explicar que ninguna otra mujer era la causante del despropósito, no produjo ni dolor ni ausencia. Profesionales sin problemas económicos y sin hijos a los que compartir, como si de duelistas del XIX se tratara, pusieron espalda con espalda y empezaron a contar los pasos de su alejamiento.

Él encontró trabajo en una fábrica textil en Barcelona como jefe de administración y ella se embarcó en un proyecto de ayuda a la cooperación con la agencia española en la selva Lacandona Mejicana.


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La coherencia política es normalmente complicada, pero es que hay familias políticas a las que se les ve más el plumero que a las demás: los liberales. Los liberales dicen creer que el estado no debe entrometerse en la vida de las personas porque el mercado y la iniciativa privada son más eficaces para resolver los conflictos. Entre los liberales los economistas son legión. Pocos ministros de economía de los que hemos disfrutado en esta España nuestra se escapan a esta bonita etiqueta, tanto los que ha puesto el PSOE como lo que ha puesto el PP y hasta la indocumentada de nuestra presidenta de Madrid tiene a gala ser una liberal de tomo y lomo. Luego llega la realidad y los liberales nos enseñan el culo, como cuando una cierta parte del sistema hipotecario estadounidense hizo aguas. La receta básica sería dejar que el mercado corrigiera el problema, sin embargo los presidentes de los bancos centrales, liberales todos ellos, elegidos de manera poco democrática todos ellos, con capacidad de decidir sobre el dinero que recaudan de nuestros impuestos, supongo que con gran asco ideológico, decidieron ¡INTERVENIR!, pisotear sus creencias, sus tesis doctorales y poner dinero, medios y leyes para salvar… ¿para salvar a quién? Algunas de las sociedades que quebraron estaban ejecutando hipotecas a los propietarios de viviendas que lo perdieron todo con el Katrina. Los liberales entonces apostaron por la iniciativa privada para la reconstrucción del desastre. Son peligrosos.

Los liberales son unos caraduras y los que les permitimos estar al mando unos inconscientes porque su única misión es el enriquecimiento personal y la salvaguardia de los intereses de los poderosos.


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Presencia

Me acostumbro a tu ausencia la acuesto junto a mi.

Presencia recuperada infinita.

Mientras el dolor se adormece repaso la memoria de lo vivido lo sentido y tu ausencia me acuna.

El mar se acerca hasta la orilla me tienta y se escapa, la brisa se lo lleva mientras paseo por la arena.


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El tiempo solo tiene valor si se puede gastar malgastar tirar desperdiciar si se llena de cosas... si se llena de momentos pierde fuerza porque resulta útil necesario vital y entonces nos recuerda que pasa que no volverá y recoge la tristeza y te la pone en los ojos.

El tiempo vale cuando se para mirando a los ojos de tu amada del cielo que se recorta en lo alto el tiempo vale cuando es eterno y nadie lo para el tiempo que uso en amar tan delicadamente el tiempo que me dejo entre los dedos el tiempo que me busca cuando estoy pensando el tiempo que me queda hasta la cena efímero no vale se agota me consume con él el tiempo de esperar, de desesperar


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Oigo en la radio a un profesor de matemáticas que estas se hacen duras porque a los niños les damos las soluciones a problemas que no tienen. Estoy de acuerdo en lo fundamental y en la idea que subyace, que no solo a los niños sino a todos los demás, nadie nos da las soluciones de los problemas que sí tenemos. Así que aprendemos lo inútil y nos dejamos en el tintero lo esencial. He oído en algún curso de esos a los que iba cuando era un profesional de la formación, que lo difícil es aprender a desaprender. Me parece que es un juego de palabras sin mayor contenido, pero es sugerente. Estamos viciados. Deberíamos borrar algunas cosas y sustituirlas por otras. ¿Y si las otras tampoco son útiles? Leo a Nacho en un comentario: «Los ojos no cambian, es acojonante. Es lo que te muestra como está el otro en cada momento, varían según lo hace su ánimo, pero, en realidad, es la mirada lo que permanece de él, los ojos, la manera como la mirada abre el aire y te toca».

¿Quién nos enseña a mirar?

***

  1. Para desarmar el grifo y poder acceder así a su interior, debe desmontar las llaves. Empiece levantando con un cuchillo las tapas de plástico de color, que ocultan los tornillos. Con un destornillador que entre en el hueco, quite los tornillos y retire las llaves tirando de ellas hacia fuera con fuerza porque son difíciles de sacar.
  2. Con una llave inglesa, o una llave plana adecuada, afloje la tuerca que sujeta el tubo de salida del agua. No use mordazas o alicates, pues arañarían el cromado de la tuerca.
  3. Con la llave inglesa, desmonte completamente el mecanismo interior del grifo.
  4. Los grifos gotean cuando se deteriora la zapata. Esta se encuentra en la parte inferior del mecanismo. Retírela quitando la tuerca, en el caso de que la tenga, que la sujeta.
  5. Sustituya la zapata vieja por otra nueva de sus mismas dimensiones. Las mejores son las de goma o plástico, pues las tradicionales de cuero se estropean mucho con el tiempo y el uso.
  6. Cambie también la junta que impide que el agua se salga por entre el mecanismo y el bloque del grifo.
  7. El cuello del grifo tiene en su base una junta llamada tórica, sirve para que no se pierda agua por la base. Sustitúyala también teniendo en cuenta que debe entrar un poco justa por el tubo para que encaje bien.

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La noche me acoge silenciosamente me acuna pero no me duerme.

Pasan las horas como un susurro de mar desconocidas, misteriosas, mientras cuido de las estrellas velando vuestros sueños.

Dormir tranquilos que yo velo bajo la bóveda inmensa de la noche.

Soñad con playas que os reúnen librad batallas interiores que no os pasará nada.

Guardián alerta hasta la madrugada después panadero.

Dormid tranquilos que vuestros sueños velo.


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Encuentro que las palabras surgen. Tienen vida y deciden. Yo no. Las llevo en mi cabeza hasta que deciden salir por las manos. Sé que las palabras me vienen rondando con intenciones y desde hace tiempo he decidido no perderles la cara. Más vale una vez morao que ciento colorao. Ahora no es miedo, a lo sumo pereza de que la selección no sea convincente, no cierre el círculo de una manera perfecta. Las palabras me salen al encuentro y a veces me hago el esquivo, pero no es por miedo, es una tristeza que es difícil de explicar, la que siente una persona que sabe que e objeto de su amor ni siquiera la ve. No es miedo, que es simplemente un deseo de perfección. Las palabras me persiguen y a la vez me esquivan, cuestión de oportunidad y de vez en cuando soy yo el renuente, el que no quiere ponerlas, demostrarlas y no es cuestión de miedo, que ya he dicho cosas terribles de las que me he arrepentido, ya he usado las palabras para herir y matar, para despreciar y para calumniar, no es cuestión de miedo, es un desencuentro antiguo que casi siempre gana el olvido.

Luego me aman y les correspondo, entonces sale un verso perfecto y el mundo se explica y soy feliz.


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