Los números son importantes, los números y la distancia, así que un muerto apenas es nada y 150 son una catástrofe; pero solamente si se juntan, así que la distancia temporal juega a favor del valor. Y la distancia física, que no es igual un muerto aquí que uno en Gaza, ni siquiera 30.000 en Gaza con uno en tu pueblo y ya no digamos de la distancia personal; ¡Qué más dan todos los muertos palestinos si ninguno eres tú, tu padre, tu mujer, tus hijos!
Los números son solo relativamente importantes, necesitan del tiempo y de la distancia para crecer, para tomar dimensión de noticia que se repite, para emocionar y conmocionar. Lo saben los directivos de las grandes compañías que no quieren entrar en los números rojos y lo saben los periodistas de tres al cuarto que micrófono en manos nos repiten con cierto machaconeo que el número de víctimas es de….
No es igual 1 que 2 ni siquiera parecido y no digamos el 3. Lo explicaba en un vídeo memorable sobre las claves del humor, el humorista Mr Bean: «Un buen gag hay que repetirlo tres veces y entonces realmente alcanza el cénit».
El punto, la línea, el plano. Así nos lo enseñaron en la escuela y luego vino Hichcok y se dio cuenta de la importancia de que el número fuera enorme para que causara miedo.
Ciento cincuenta muertos no son nada si están lejos o no se mueren a la vez, ¡pero juntos!
Para una paletilla o pierna de cordero de 2 Kg aproximadamente necesitamos unas ramas de romero fresco, una cabeza de ajo, vinagre, alcaparras, harina, una fuente de barro o cristal, sal y pimienta y papel de aluminio.
Vamos a usar el horno durante cuatro horas al menos, así que debemos empezar pronto. Ponemos la sal y la pimienta negra molida en el exterior de la paletilla a nuestro gusto y en la fuente de barro cortamos las ramas de romero y hacemos un fondo. Yo he utilizado cinco o seis ramitas de unos 20 cm. Ponemos encima el cordero, agregamos el ajo en dientes sin pelar y cubrimos con otras cinco o seis ramas de romero la parte superior de la pata. Lo tapamos todo con el papel de aluminio y lo metemos en el horno calentado a 220 ºC que bajaremos inmediatamente a 160ºC. Cuatro horas después sacamos la pata que dejará que separemos la carne del hueso sin el más mínimo problema, con las manos. Tomaremos el caldo que quede en la fuente, lo colamos para quitar el romero quemado, añadimos las alcaparras, un poco de vinagre y algo de harina y lo cocemos durante unos minutos para hacer una salsa con la que acompañaremos el cordero.
Yo lo acompañé de unas patatas fritas cortadas grandes y con su piel.
Me pregunto cuales son los lazos familiares, en qué consisten y cómo se mide la fuerza con la que unen y en muchos casos con la que separan. No es una pregunta teórica, me la planteo en mi propia familia ante la duda más que razonable de que estos lazos sean tan débiles como parecen al lado de los modelos teóricos o sin ir más lejos los que nos ofrecen los medios de comunicación. La familia, como las casas en las que habitan tienen fachadas e interiores y la coherencia entre ambas partes es, a veces, tan inexistente como impostada.
¿Qué nos une y por qué?
No hay una sola caída que no deje huella, a veces resulta evidente y la cicatriz nos acompaña y termina siendo parte de nosotros, de nuestra imagen, nos identifica y en algunos casos, los menos, nos hace hermosos, grandes, fuertes. Otras no. Otras, la mayoría, dejan el reborde rosáceo de la carne cortada y vuelta a juntar, por dentro, a la espera, con el ánimo de doler en los cambios de tiempo, entre un amor y otro o por las tardes cuando la soledad y el crepúsculo se adueñan del espacio. De esta manera el tiempo es el artista del ecce homo que terminamos siendo y que algunos llevan con gallardía y otros, yo mismo, apenas si alcanzamos a llevar.
Gracias a todos los interesados, gracias por los besos, los pequeños apuntes en la botella náufraga, los silencios de quien me conoce a la espera de que se pare el viento; esto continúa, incluso se acelera y no podría dejaros en la estacada del silencio cómplice con un gobierno que duerme y calla capturando día tras día números uno inexistentes, con una derecha que pone cara de meapilas mientras se agarra los testículos en votaciones vergonzosas, con un mundo que lamina cada día más y más empleos mientras reparte el botín entre los culpables.
Me podría callar y sería como caer de nuevo. Estoy dolorido, así que prefiero chillar.
Hace tiempo tuve la ocasión, de nuevo, de estar en un escenario, haciendo una de las cosas que más me gusta, actuar. En el Teatro Pradillo de la mano de Claudia Faci, sí, así, de la mano es como transcurrió mi intervención como Míster X en la obra A-creedores basada en la obra Acreedores, del autor sueco August Strindberg, dejándome llevar e improvisando una mirada de la obra desde dentro mismo.
Strinberg narra la historia de un ajuste de cuentas entre una mujer, su ex marido y su actual pareja, un conflicto de intereses que desemboca en auténtica violencia psíquica. Claudia Faci lo que nos propuso en su visión, es una mirada subjetiva que busque hacerse cargo de los aspectos sensibles. Y así me vi envuelto en la obra como Mister X, un personaje ambiguo que accede al escenario por deseo de Claudia y que va tomando protagonismo al mismo tiempo que Adolfo empieza a transformarse. Pablo Messiez estuvo deslumbrante y amable conmigo y Fernanda Orazi, que construye un personaje tremendamente cargado de sensualidad, me dedicó una sonrisa constante mientras me dirigía en el escenario. Compartí con Claudia la interpretación de los personajes negativos y oscuros, los malos de la escena. ¿Los malos? al final siempre es una visión subjetiva, parcial y de la que con pocos matices uno siempre puede escaparse.
A veces ser feliz es sencillo, me quedo con el baile en la penumbra, las sombras en la pared y la sensación de poder ser más, quizá con poco.
Para hacer un arroz Pilaw, primero ponemos agua, cebolla, zanahoria, puerros y huesos de carne (caldo corto) o de pescado (fumet) troceados. Haremos fumet o caldo de carne dependiendo de si la guarnición es para un plato de carne o de pescado. Poner al fuego hasta que empiece a hervir. Bajar el fuego y cocer, quitando de vez en cuando la espuma que se crea. Colar y quedarse solo con el líquido.
Picamos ajo y perejil y rehogamos con un poco de aceite, añadimos el arroz y dejamos que tome calor, mojamos con el caldo que hemos preparado, añadimos un poco de zumo de limón, ponemos a punto de sal, dejamos que hierva e introducimos al horno durante 15 o 18 minutos. Una vez fuera dejamos que repose durante 10 minutos y espolvoreamos perejil.
He leído «El lector» de Bernhard Schilnk (Bielefeld, 1944) en la colección compactos de Anagrama. Antes había visto la película, casi entera, pues me metí en el cine para rellenar una espera que terminó antes que el desenlace.
Fantástica historia sobre la seducción, la pena, la inocencia, el remordimiento, basada en la revisión del III Reich que los alemanes, alguno, quizá no todos, han tenido que hacer alguna vez.
Como es normal recomiendo primero el libro y después la película. La lectura es siempre más evocadora y sorprendente, aunque en mi opinión la cinta está bien hecha y los actores se ajustan con bastante cercanía a los personajes.
El libro es triste, la historia no acaba bien y quizá no es muy adecuado para despejar la cabeza con banalidades, si esa es la necesidad, mejor Ruiz Safón
Llevaba tiempo detrás de ello y tras los escarceos de juventud con Apuleyo Soto que terminaron en la edición conjunta de un pequeño poemario titulado Poetas Universitarios y las publicaciones de La Alcayata que vendíamos con tenacidad en la cuesta de Moyano, siempre me había quedado a las puertas. No cuento las ediciones manuscritas y personales que servían a otro propósito. Poco a poco fui recopilando escritos y lo que es más importante algunos lectores fieles, silenciosos pero fieles. Al final me decidí a publicar un muy pequeño libro de poesía. Luego vinieron más, las coplas y la novela que me ronda la cabeza y que ya sé que no verá la luz porque en algún momento me desencanté.
Elegir siempre cuesta porque aunque algunos no sean verdaderamente buenos poemas, al fin y al cabo los he escrito y como a cualquier hijo hay que quererlo aunque no tenga méritos más allá de la intención de tajar la piel de quien lo lee. Sobrevivieron cerca de 40 agrupados como se agruparon en mi cabeza, pensando en el volumen, la distancia, la luz y el tiempo y por eso el libro se llama «Tratado sobre la distancia la luz y otros conceptos de arquitectura y escultura». Cada poema es una imagen y así esperaba que se leyeran, una imagen que explica como se construye el amor y que relación tiene con el espacio.
No recuerdo quien me dijo por primera vez esta frase, pero la he usado y repetido muchas veces para representar la realidad cotidiana, el hecho casi siempre incontestable que no existe el infinito feliz y supongo que por contrapartida, tampoco la desdicha absoluta. Vivimos momentos muy difíciles con Europa empujada a pelear de nuevo, con Israel asesinando día sí y día también a inocentes, con un gobierno grogui que se empeña en simplemente sobrevivir, con ministros del interior que avergüenzan a cualquier persona decente, mientras los llamados simpatizantes de la derecha se enseñorean de los bares diciendo a quien quiera oírles, como deben abandonar el país los izquierdosos. Ya no me vale aquello que dijera Machado: «una de las dos españas, ha de helarte el corazón», porque ambas me dejan el cardio petrificado y cada día me reconozco menos entre mis paisanos.
Dicen que Gorki se fue con la frase: «Habrá guerras, prepárense» y todo esto parece oscuro y triste, lo sé, pero el otro día, cuando salía del hospital, donde me habían dicho aquello de la operación va bien, pero el ojo lo pierde, no tuve más remedio que acurrucarme en los brazos de la esperanza, pensar en cambiar de hábitos y como hacen mis gallinas cuando llueve, esperar con mucha paciencia que escampe.