Cartas de Berni

Reflexiones de poca utilidad

V de Vendetta me pareció, en su día, una gran película. Alan Moore, autor de la novela gráfica homónima en la que se basa, renunció a que su nombre apareciese en los títulos de crédito. Creo que fue una pieza realmente subversiva, teniendo en cuenta la época en la que fue filmada.

En la película hay una frase que pronuncia el personaje de V cuando Evey le dice que nunca podría revelar su ubicación, ya que no sabe donde están:

Sabes que está bajo tierra, conoces el color de la piedra. Eso es suficiente para alguien inteligente.

El otro día escuché a Joselito hablando de cómo había decidido dejar atrás el seudónimo bajo el que solía escribir. Me hizo gracia porque, a pesar de estar en un punto del camino muy parecido al suyo, vengo de la dirección opuesta, ya que he pasado casi 15 años firmando todo lo publicado con ni nombre.

Cuando era más joven, pensaba que el seudónimo era una especie de escudo. Algo tras lo cual ocultar la timidez e inseguridad de quien publica por primera vez para ser leído por extraños. Cuando comencé a trabajar como periodista, me di cuenta de que la mejor manera de serlo era dejar que el escudo caiga al suelo. Solo desde la extrema vulnerabilidad que otorga exponer tu identidad a los lectores, pensaba yo, puede uno dar lo mejor de sí mismo como escritor.

Hace unos meses decidí volver a escribir bajo seudónimo y escogí Bernie the Wordsmith como nombre de usuario. Pero ya no es un escudo. Es más bien una prenda que, por el momento, he decidido usar. Me siento bien con ella y se que, si alguna vez así lo quisiera, puedo dejar de usarla y volver a publicar bajo mi nombre y apellidos.

La primera palabra de mi seudónimo es Bernie porque, con el paso del tiempo, ese es el nombre de la zona desmilitarizada que angloparlantes e hispanoparlantes utilizan para hablar conmigo. En cuanto al resto, fue idea de mi mujer. No veo mejor manera de existir en la red que vestir las palabras de la persona que te ama.

Si estás pensando en empezar a publicar, te recomiendo que escojas un seudónimo. Te sentirás un poco más libre y, si lo escoges con cariño y cuidado, la gente podrá ver la piedra que conforma la morada de tu alma. Eso es suficiente para alguien inteligente.

#cine #privacidad #vdevendetta #AlanMoore


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Este es el segundo en una serie de artículos sobre creación y administración de una pequeña instancia de Mastodon desde el punto de vista de un moderador. Puedes leer otros artículos de la misma colección haciendo clic en el hashtag que aparece al final de esta entrada.

He hablado anteriormente de las razones que me motivaron a crear una instancia para mi madre. Aquí hablaré de algunas consideraciones técnicas que tuve que analizar a la hora de crear la instancia.

La primera pregunta a la que uno debe responder al crear una instancia en Mastodon tiene que ver con hasta qué punto quieres/puedes estar involucrado en el proceso técnico. Ante mí, tenía dos opciones:

  1. Crear mi instancia desde cero y ocuparme de casi todo.
  2. Contratar un servicio para gestionar la instalación y detalles técnicos de la instancia, centrándome únicamente en la moderación y administración.

Me decidí por la segunda opción debido a mi trabajo diario, bastante exigente y sin demasiado tiempo para supervisar todos los aspectos técnicos necesarios. Si tu camino es la primera opción y quieres crear y administrar la instancia a los niveles más básicos debes asegurarte de:

  • Tener tiempo.
  • Mantener el servidor actualizado en cuanto a versiones y seguridad.
  • Controlar el flujo de tráfico de forma muy activa.
  • Controlar el uptime o cantidad de tiempo durante la cual está operativa la instancia.

La decisión de ceder ciertas tareas técnicas a terceros facilitó bastante el siguiente paso en la toma de decisiones, ya que actualmente solo he encontrado un servicio realmente especializado en gestionar instancias a buen precio, y es del que te hablaré a continuación.

Masto.host: Alojamiento de instancias

Masto.host es un servicio de hosting administrado por Hugo Gameiro y dedicado en exclusiva a alojar instancias de Mastodon. A la hora de crear una instancia de Mastodon, el servicio de Masto.host tiene precios que van desde los 6 euros al mes (instancias pequeñas, de unos 5 usuarios activos, aproximadamente) hasta los 89 euros al mes (para unos 2.000 usuarios activos, aproximadamente).

No importa en qué lugar busques la información; todo el mundo habla mucho y muy bueno de Hugo. Algo que he tenido oportunidad de corroborar yo también, ya que suele ser rápido en responder a cualquier duda técnica que tengas. Todo el proceso de crear una instancia y ponerla a funcionar apenas lleva 5 minutos, sin contar las opciones de configuración de las que hablaremos en el siguiente capítulo.

Elección de dominio

Una vez decidido el tipo de alojamiento y cómo de implicada querrías estar en los detalles de la instancia, debes decidir si utilizarás un dominio personalizado para la misma (nombre.com, nombre.social, etc.) o prefieres usar el dominio genérico que te proponga el servicio (nombre.masto.host).

En mi caso, decidí quedarme con el dominio genérico. Todavía es pronto para saber si mi madre llegará a ser una usuaria muy activa de la red y podría acabar perdiendo interés en el uso de la misma. También es posible que llegásemos a decidir utilizar otro software de redes sociales como Bonfire o Hubzilla en función de lo que necesite, así que siempre podría servirme de la capacidad para migración de datos de ActivityPub y escoger un dominio personalizado más tarde. Sea como fuere, esta es una decisión importante, así que no la tomes a la ligera.

Una vez hemos tomado estas decisiones, Masto.host deja tu instancia creada en cuestión de minutos. Y es entonces, cuando dejamos el apartado técnico atrás, la hora de tomar decisiones importantes: registros, moderación de contenido y etiquetas, y la que sin duda es la parte que más trabajo me ha llevado: las listas de bloqueo. De todo ello hablaremos en la siguientes entregas.

#Unainstanciaparamimadre


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Este es el primero en una serie de artículos sobre creación y administración de una pequeña instancia de Mastodon desde el punto de vista de un moderador.

El primer recuerdo que tengo tal vez sea inventado. Estoy tumbado en una superficie y mis ojos pueden ver una especie de bóveda de piedra. Una mujer de cabello rubio me mira desde arriba y sonríe. Mi mente identifica a esa persona como madre.

El segundo recuerdo que tengo tal vez también sea inventado. Mi madre me lleva en silla al supermercado, un lugar de dimensiones descomunales para mis ojos de niño pequeño.

Cuando le cuento esto a mi madre, me dice que ambos recuerdos son plausibles. Mi bautismo tuvo lugar en Covadonga, lugar que tiene abundancia de techos de piedra, y mi madre llevaba mechas rubias en aquel tiempo. En cuanto al supermercado, es probable que ocurriese varias veces.

Mi madre siempre dice que fui un niño fácil de criar, que es la manera que tienen las madres de referirse a aquellos niños que fuimos lo bastante astutos como para ocultar nuestros delitos. Mi madre nos dio una educación a mi hermano y a mí mientras sufría los ataques de una sociedad machista y patriarcal que intentó quebrarla sin tregua. Una de mis grandes frustraciones es no haber tenido la edad o el conocimiento suficiente para defenderla durante aquellos años.

Recientemente, un grupo de personas ha estado intentando, de nuevo, quebrar a mi madre. Pero esta vez no ha sido nuestro entorno, familiares o monjas bienintencionadas. Esta vez las cosas vienen desde una red social. La diferencia es que esta vez me pilló crecidito y preparado para pelear.

Facebook y la tortura de personas mayores

Que Facebook es una de las compañías más perniciosas y malvadas del mundo está ya fuera de toda discusión. Sin embargo, no puedo negar que a personas como mi madre les resulta una herramienta imprescindible para luchar contra la alienación y la soledad, sobre todo desde que tuve que marcharme al extranjero.

Con el paso de los años, ha ido tejiendo una red de apoyo virtual que le ha sido de cierta ayuda para paliar la tristeza causada por mi ausencia. Al menos así era, hasta que Facebook comenzó a suspender el uso de su cuenta.

Uno de los problemas de redes sociales masificadas como Facebook radica en la ausencia de contexto a la hora de establecer denuncias. Mi madre, conocida por sus posiciones feministas y de izquierdas, fue silenciada debido a ciertos comentarios sobre cierta política española cuya maldad y sociopatía provocó la muerte de siete mil personas.

El problema de este tipo de suspensión es que, desde ese momento, la cuenta queda en la mirilla de la compañía y todo cuanto se publica en ella pasa por uno de sus estúpidos sistemas de filtrado. Que una empresa privada se dedique a bloquear a una persona mayor, aislándola e impidiéndole las funciones más básicas de publicación y moderación me parece un absoluto escándalo.

En el caso de mi madre, una vez los sistemas de filtrado marcaron su cuenta, esto se convirtió en un caso de maltrato psicológico. Varias veces me llamó, en lo más crudo de su soledad, con la angustia de no poder publicar mensajes para sus amigos. Intenté ayudarla para crear una segunda cuenta, pero a Facebook no le gusta que sus presas intenten escapar de la tortura.

Voy a insistir en esto porque me parece escandaloso: Prohibiendo realizar cambios en su cuenta relativos a sus amistades, rechazando apelaciones correctamente fundamentadas y no permitiéndole tan siquiera publicar un mensaje en su cuenta para que sus amigos supiesen lo que estaba pasando, Facebook ha cometido abuso sostenido y sistemático contra una persona mayor.

Pero, como he dicho antes, esta vez yo estaba preparado.

El Fediverso como faro

Mi madre no usa Mastodon de forma tan intensa como usa Facebook. Sin embargo, crear una instancia para ella no tiene ese objetivo. La instancia que he creado es más bien un faro, una casa con luz en su ventana. Un lugar en el que ella podría refugiarse y seguir expresándose como le gusta hacerlo sin depender de una compañía que se ha construido sobre la desinformación y el genocidio.

La próxima vez que los jóvenes fascistas bien peinados de la red social mayoritaria llamen a su puerta en mitad de la noche, ella sabrá donde puede refugiarse. En la instancia, la casa, que su hijo administra para ella. Viviendo a miles de kilómetros de distancia, no puedo imaginar mejor manera de invertir mi tiempo que en proteger a la persona que me protegió durante décadas.

Tal vez sea una sombra bastante pobre de aquella protección, pero al menos es algo que puedo hacer para ayudarla. En los siguientes artículos pienso detallar como creé la instancia que llamamos Caseitor (una broma familiar que nació hace años), así como lo que he aprendido de ello.

Espero que mi escritura le haga justicia a la gran satisfacción que se puede obtener de construir un lugar seguro para la gente que te importa.

#UnaInstanciaparamiMadre


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He tenido varios modelos de libro electrónico. Todos ellos me han dado muchas satisfacciones y algún que otro sinsabor. Todos ellos han hecho una gran labor en lo que respecta a la lectura.

A veces me gustaría, sin embargo, una mayor facilidad de exportación de materiales. Se me hace pesado andar todo el día con el cable de aquí para allá, o tener que pagar por un servicio que haga el trabajo que la empresa que fabrica el dispositivo no hace. Esto es: que el sistema de notas y subrayados sirva para algo.

Otras veces recuerdo que, antes de los dispositivos electrónicos, el único sistema eficiente para guardar los subrayados y las notas era el que tu mismo te montabas. Supongo que esto entra dentro de la conocida expresión “problemas del primer mundo”.

He comenzado a utilizar Obsidian y me siento un poco como la persona de la fiesta a la que le empieza a hacer gracia una broma, pero todavía no termina de pillarla. Veo claramente el potencial de la herramienta y la ventaja que supone que todo esté almacenado en texto plano, pero todavía no siento su manejo como algo intuitivo. Todavía no tengo ese “sistema” interior que tiene la gente que ama esta herramienta.

#Obsidian #Libros


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El turno de noche no es fácil. Tal vez la jornada laboral ocupe las mismas horas que la diurna, pero el peso es mayor. La mayor parte de los días no te vas a la cama. Más bien te desplomas sobre ella, para luego ser arrastrado al exterior unas horas después en una suerte de cenayuno.

Si dormir con la luz y despertar con la oscuridad es difícil, tampoco es cosa baladí mantenerse despierto cuando cada fibra de tu organismo te dice que lo estás haciendo mal. Al menos lo era, hasta que encontré un gran ejercicio mental para mantenerme despierto: construir mundos con la mente.

Porque verás, soy una especie de arquitecto sin licencia. Cada semana, cada día, me dedico a crear cosas. A veces son personas. Otras veces, pequeños pueblos. Y hay ocasiones en las que grandes ciudades o incluso universos van germinando en mi cabeza.

No pasa de inmediato, claro está. Los mundos no se incuban y escupen en segundos porque soy una persona, no Midjourney. En ocasiones, los mundos pasan meses dentro de mí. Recuerdo una escena de El Ala Oeste de la Casa Blanca donde uno de los asesores del presidente le pregunta al otro si ya tiene listo el discurso. “Es un bebé”, le replicaba el otro. Recuerdo que sonreí cuando escuché aquello. Así funciona.

Dentro de mí, los mundos nacen y crecen. Hasta que llega el momento en el que rugen para salir, como decía aquel poema. Es en ese momento, cuando la creación desborda, cuando la extraigo de mi alma y la pongo sobre una mesa. Y entonces llamo a mis amigos.

Porque verás, yo soy director de juego.

Un director de juego es la persona que se ocupa de presentar el escenario de un juego de rol de mesa. Por favor, no te lo tomes como algo escrito en piedra. Hay veces que el director de juego es un narrador. Otras veces, es un árbitro. Otras, una humilde antena que sintoniza con Fantasía. El camarero que escucha tu pedido y te dice, “pues miro a ver si lo tenemos” (spoiler: siempre lo tenemos).

En ocasiones, mi título cambia en función del juego que dirijo. Si mis amigos quieren jugar a ser vampiros, me llaman Narrador. Si dirijo una partida ambientada en los Mitos creados por Lovecraft, soy el Guardián del Conocimiento Arcano. Si el juego incluye dragones, espadas, magia y brujería, el título suele ser de Amo del Calabozo, Guardián de la Mazmorra o cualquier otra traducción problemática del vocablo inglés Dungeon Master, que en los tiempos posteriores a la publicación de 50 Sombras de Grey suele necesitar ciertas aclaraciones para que la conversación no se vuelva incómoda.

Cuando los mundos ya no están dentro de mí, llamo a mis amigos para que caminen por ellos. Viven aventuras, salvan gente, ayudan a muchas personas y luchan contra unas pocas. Hay mucho y muy buen material escrito sobre la satisfacción de jugar a rol. Sobre encarnar a un personaje, sentirse como un héroe (o un villano). También hay muchas cosas escritas sobre cómo ser un buen director de juego. Pero hay poco escrito sobre la satisfacción de serlo.

Ver a las personas que aprecias pisar los lugares que has creado. Hablar con los personajes que has imaginado. Derrotar a los enemigos que has diseñado (por lo general, más rápido de lo que habías calculado). Reírte con ideas absurdas, fingir escándalo cuando tiran por tierra alguno de tus planes. Ver cómo se llevan las manos a la cabeza cuando entra en escena alguien que no esperaban.

Por eso, cuando tengo un mal día y el sueño amenaza con vencerme, acudo, como el buen jardinero, a seguir cultivando los mundos que hay dentro de mí. Los mundos en los que mis amigos vivirán. Un privilegio que solo cuestan lo que un lápiz y una hoja de papel, pero no hay dinero que lo pague.

Recuerdo una historia que aparecía en un libro de clásicos versionados al cómic. En ella, un ermitaño recibía visitas de personas que le contaban infinidad de historias. Un día, le preguntaron si no soñaba con vivir otra vida. “He vivido todas las vuestras” respondía él.

Por eso juego a rol, y por eso lo dirijo. Porque puedo vivir, a través de mis amigos, en los mundos que hay dentro de mí.

#rol


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La primera vez que me atreví a escribir en internet fue en una red social que, todavía hoy, echo muchísimo de menos. Su nombre era Livejournal y fue creada por Brad Fitzpatrick a finales de los noventa.

Livejournal era una especie de versión primordial de una plataforma de blogs que te permitía escribir tus pensamientos, añadir estados de ánimo y referenciar una pieza musical que fuese acorde con lo que sentías. Pero eso no era el aspecto más relevante de aquel antecesor de sitios como Facebook.

Lo más interesante de Livejournal era la página en la que podías ver los escritos de todas aquellas personas a las que seguías. En orden cronológico inverso, era posible leer largas reflexiones de otras personas en la misma red social.

No había cortes. No había ventanas emergentes. No había avisos de cookies. Solo imagen y pensamiento de personas a las que seguías y te seguían. De personas que te importaban y a las que les importabas. Livejournal sobrevivió. Su espíritu, sin embargo, no.

Es importante que sepas sobre Livejournal, porque es posible que fuese el último lugar de esta red donde llegué a sentirme completamente feliz. Otras plataformas aparecieron. Tuve otros blogs, otros podcasts. Hubo momentos, muchos y muy buenos. Pero no hubo sitios que llegase a echar de menos con aquella intensidad.

Un buen día, llegué a Mastodon. Y como Al Gore en aquel documental, me dije a mí mismo: “Ah, era esto. Casi lo había olvidado”.

Sin embargo, a Mastodon todavía le faltaba algo: Extensión. Más tarde, descubrí que había otros sistemas federados que permitían y estaban mejor diseñados para una mayor extensión en el número de palabras.

Así llegué a WriteFreely y me uní al coro griego que le dio la tabarra a @editora@mastodon.social hasta que decidió crear Escritura Social: Un pequeño rincón en el Fediverso para tiempos más civilizados.

Todavía ando rumiando el uso que le daré a este blog. Pero si tuviera que apostar, diría que será una escritura libre, honesta y un poquito cínica. No sin la esperanza de que esta red se convierta en uno de esos lugares a los que echas de menos.


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