Hodně štěstí, zdraví (feliz cumpleaños)
M y yo entramos en silencio a casa de Vilém. Caminamos de esa forma ridícula como de peli de espías que usa la gente cuando no quiere hacer ruido, para evitar tropezarnos con alguno de todos los trastos desperdigados por el pasillo. Las niñas duermen. La casa está a oscuras, salvo por la luz de la cocina. La mujer de Vilém vuela en ese momento en un avión hacia Praga, tumbada en una camilla, y está a punto de morirse. No sabemos qué le pasa. Algo neurológico. No nos lo ha dicho él. A M se lo dijo Pedro, y a mí me lo dijo M. Hemos venido a su casa para vaciar la despensa. Vuelan a Praga de urgencia, muy temprano, al día siguiente. Sólo ida. Él y las niñas, y un par de maletas, supongo. El resto sobra.
Hace dos semanas, almorzaba con M y sus colegas del curro, entre ellos Vilém. Era su cumpleaños y alguien había traído una vela para clavarla en una de las mini-magdalenas que el camarero, Fermín, nos trae siempre con el café. Fermín nos trae todos los días las pulguitas, los cafés con las magdalenas y chistes malísimos que tenemos que traducirle a Vilém: «Escuchen, chicos, estoy más agobiao que spiderman en un descampao». Vilém no habla español, solamente checo e inglés, y M y el resto le estaban enseñando a decir «Eso tu madre». Su mujer se puso enferma de repente. Hace un mes alguien le llamó para decirle que su madre, a tres mil kilómetros de distancia de Tenerife, tenía metástasis. Entre esos dos días, apretado como dentro de un sándwich, su cumpleaños. «¿Cómo se canta cumpleaños feliz en checo?» «Hodně štěstí, zdraví» «¡Jodnesteeeeeetiiiii estraaaavííiiiiiiii, Jodnesteeeeeetiiiii estraaaavííiiii, we wish you dear Vilém, jodnesteti estraví!». Risas. «Yeah, you guys, you are doing a pretty good job».
Vilém abre todos los cajones y nos enseña envases de comida. Hablamos con susurros. «Yes, we can use that». Todo, lo queremos todo, dánoslo todo, no vamos a rechazar nada, ¿Cómo vamos a rechazar nada? «I bought this in Praga, it’s cinnamon» «OK, we like cinnamon». Otro pequeño envase más a la bolsa. Nos regala estrellitas de pasta para la sopa, cajas de helados, chocolate. Puedo visualizar a las niñas con la boca manchada de sándwich de nata después de comerse una sopa. La casa huele como huelen las casas donde viven niños pequeños. Hay dibujos colgados con imanes en la nevera. Llegaron hace tres meses. Tres meses nada más. Tienen seis y cinco años, son delgadas y muy rubias, como Vilém, y no saben decir nada en español, sólo «Hola» «Muchas gracias» y «Tortilla de patatas». ¿Qué recordarán estas niñas de la isla cuando sean mayores? ¿Qué les habrá dicho Vilém sobre su madre? ¿Cómo les dices a tus hijas algo así? ¿Cómo te mantienes en pie?
Vilém hace bromas en su perfecto inglés y nosotros respondemos con otro inglés, uno fragmentado, macarrónico. Toda la fluidez que pudiésemos haber ganado en los últimos meses nos la quita la situación. Estamos incómodos, no sabemos qué decir, cómo ayudar, más allá de no hacer ruido y decir a todo que yes, yes, of course we want two bags of potatoes. Nos habla desde la tranquilidad más absoluta. Nos habla como supongo que habla a sus hijas, controlando la situación, calmándonos. Calmándonos a nosotros, que estamos cagados de miedo porque nos hemos encontrado a la muerte mirando a un amigo y tememos decir algo inadecuado para la gravedad de la circunstancia. Visualizo a Vilém dentro de un sándwich de niñas rubias, desgarrarrado por dentro mientras les dice que no pasa nada, pero sí pasa, que todo va a ir bien, pero no va a ir bien, mientras les ata las zapatillas de sus pequeños pies, llorando cuando no mira nadie, pensando qué hacer con el alquiler, pensando qué decir en la empresa, pidiendo trabajo remoto y media jornada en la empresa, porque no puede dejar de trabajar ahora que se va a quedar solo con las dos niñas; llevando a cabo la burocracia, eligiendo que la operen en Praga, adelantándose a una posible muerte repentina sin tiempo para salir de España y toda la cantidad de papeleo en el que podría llegar a leerse la palabra repatriación.
«Qué feo, qué feo, qué feo». Lo hablamos con Guillem y Marta en el almuerzo. Qué feo y qué jodido, todo el mundo está de acuerdo, y comentamos una película de Filmin que vimos ayer, qué feo, ¿qué vais a hacer estas vacaciones? Qué feo. Venir a trabajar a canarias durante seis meses, mover de su país a tu mujer, mover de su colegio a tus dos hijas, que no saben decir en español más que hola y muchas gracias y tortilla de patatas, y que tras los primeros tres meses tu mujer se vaya a morir y tengan que mandarla en avión a Praga persiguiendo una diminuta posibilidad de salvarla, y que hayas que irte de nuevo, corriendo, y que tengas que explicarle a tus hijas que su madre se está muriendo y mantener la compostura mientras tu mujer se muere. Llega Fermín con los cafés y las magdalenas. Nos cuenta el chiste del día: «Como dice el presidente de los estreñidos de España, a veces las cosas no salen como a uno le gustaría».
Es absurdo, le digo a M. Hoy le ha escrito a Vilém de parte de los dos. Su mujer murió el viernes. Cuando lo supe lloré. «Es tan absurdo que hace unas semanas le cantáramos cumpleaños feliz y luego su mujer se muera». Y después lloro con el tercer capítulo de The last of us. M me dice que la vida es eso. Sí que lo es, pero es tan absurda... Es absurda la vida y es absurda la muerte, absurda descontextualizada, rodeada de frivolidad, de cosas que hacen gracia, apretada entre cosas que hacen gracia como dentro de un sándwich. Vilém le escribe a M:
«If I only could help the kids to don’t miss her so much...»
M le contesta: «For anything you nerd, we are with you»
«Need*»
*Publicado originalmente el 24 de septiembre de 2023
¡Dime qué piensas acerca de esta chatarra mental que decidí porner por escrito! Escríbeme en mastodon: @mduritz@paquita.masto.host