Todas las canciones de amor hablan de trabajo
Me han despedido. Mi empresa ya no me quiere y ha decidido dejarlo. Es una noticia de sabor agridulce: no soy yo, son ellos, han sido muy felices en su etapa conmigo, pero ya no sienten lo mismo. Es inviable mantener la relación, mandarán a alguien a por sus cosas -el ordenador y la webcam-, pero, en agradecimiento por mi desempeño y los tiempos vividos, han decidido darme la máxima indemnización.
No me hago a la idea. No consigo mentalizarme de que se acaba el trabajo, esta fuente inagotable de ocupación que aspira las horas del día como una niña pelirroja bebiéndose su batido de fresa con una pajita. En realidad hace tiempo que quería irme de allí, me aburría, me descubría incómoda ante ciertas aristas que hasta hacía poco había pasado por alto sin problemas. Pero no iba a ser yo quien diera el paso. ¿Cómo hacerlo? Si la maquinaria perfecta de mi antigua (ay) empresa rechupeteaba las horas y se las tragaba, sí, pero, una vez digeridas, su aparato excretor expulsaba dinero, estabilidad económica, una respuesta perfecta que dar en cenas familiares. Estoy triste. Me siento como se siente la gente tras una ruptura, como me sentía yo en esos días de fulgor dramático adolescente. Paseo por la ciudad escuchando una balada (ésta: https://www.youtube.com/watch?v=sonLd-32ns4, The end of the world de Skeeter Davis) mientras contemplo cómo se deshacen todas las certezas, cómo arde el futuro, y la noche cada vez llega antes y los bebés lloran dentro de los carritos. Me hago las mismas preguntas que se hacen las almas en pena con el corazón recién roto: ¿Algún día volveré a encontrar trabajo? ¿Cómo pago ahora el alquiler? ¿Tengo que volver a casa de mis padres?
“Why does the Sun go on shining? Why does the sea rush to shore? Don't they know it's the end of the world? ’Cause you don't love me anymore”
Lo bueno de tener un trabajo es que no tienes que buscar trabajo. Una vez paliado el miedo a terminar debajo de un puente -mi situación es afortunada- cae sobre mí una losa cuyo peso había olvidado: tengo que actualizar el CV y mandarlo. Decidir qué narrativa voy a usar (se acabó el proyecto / me fui porque buscaba nuevos retos / querían mantenerme, pero no pudieron), ponerme guapa para la nueva foto y describirme en una frase con gancho. Pienso en toda esa gente poniendo todas las energías de las que disponen en redactar sus perfiles de tinder, de bumble, de adopta un tío, de POF, de okcupid, incluso de meetic.com igual que yo me levanto todos los días y abro linkedin, el grupo de whatsapp de ofertas de empleo, stratos, animationjobs e incluso infojobs o indeed cuando de madrugada la desesperación me hace imaginar un recorrido más complicado que una carrera profesional en línea recta. Analizo, reanalizo y modifico cuatro píxeles los márgenes de mi web para facilitar la labor del recruiter como los solteros se hacen veinte selfies prácticamente idénticos y pasan las horas decidiendo cuál se queda en la novena posición de la galería de fotos de su perfil en la app.
He estado ordenando mi carpeta de correo profesional -planeo volver a usarla de seguido- y he encontrado todos los emails que envié para inscribirme en ofertas después de aquella ruptura que me deprimió. Me mintieron y me hicieron ghosting. No les costaba nada decir que no querían nada conmigo, que no había cumplido sus expectativas durante el período de prueba, no hacía falta mentir. ¡Había dejado a otro por ellos, carajo! ¡Me aseguraron que lo nuestro tenía futuro! En ese momento estaba desesperada, le tiraba a todo. Hay un total de ciento cinco emails y todos sin respuesta. Llega un momento en las apps en que aplicas la pesca de arrastre. Y es tan descorazonador cuando aun así nadie responde. ¿Habrá algo mal en mí, es que no sirvo para nada, es que a mí no se me puede escoger? Recuerdo que entonces estaba de moda la canción Perdona (ahora sí que sí) de Carolina durante. Cuando la escuchaba, solía imaginar un videoclip animado en stopmotion en el que una turba de gente lanzaba cócteles molotov hacia las oficinas del SEPE o hacia la sede de esa empresa de nombre acabado en S.L. El proceso de duelo tiene sus altibajos y la ira es una de las fases. Qué hay más apegado al proceso de desenamoramiento que el rencor.
“Se me olvida que no me quieres Sobre todo cuando es viernes No respondas mis mensajes No merezco tu atención Pido perdón por no ser mejor que nadie Pido perdón, no hace falta que me hables”
Después de aquello tuve que redefinir mis prioridades y mis expectativas acerca del lugar que ocupaba el trabajo en mi vida. Y justo cuando dejé de darle tanta importancia, llegó alguien. Me dijeron «no sabíamos que seguías en la isla. Queremos que trabajes con nosotros». Y mi corazón palpitó vibrante como un trozo de patata en una freidora.
Todas las canciones de amor hablan de trabajo, lo pienso mientras paseo por la ciudad a oscuras escuchando «The end of the world» con el corazón reblandecido, sintiéndome tan, tan, tan estúpida por haber pensado que lo nuestro iba en serio, que nos haríamos viejecitos juntos, proyecto a proyecto, nómina a nómina. Es verdad que aprovechaba cada oportunidad para poner a caldo a la empresa, pero en el fondo les quería, no sé qué voy a hacer sin ellos. Cual boomer recién divorciado que hacía chistes hirientes sobre la parienta, me hallo de nuevo ante el páramo del desempleo y lo siento lúgubre. ¿Quién soy yo sin mi trabajo? ¿Cuál es la razón para levantarme (pronto) por las mañanas?
Quienes buscan el amor y quienes buscamos trabajo buscamos en el fondo lo mismo: un sentido para nuestra vida, nuestro lugar en el mundo. Siempre hay algo, algo mucho más grande que nosotros, sea Dios o sea el amor o una carrera laboral, que según la sociedad del momento estructura los días y los objetivos. Algo en lo que pones el alma, y, cuando el espejismo frágil de la normalidad estalla, y la vida ocurre y el final llega, entonces es cuando me alegro de haberme esforzado en alimentar otras áreas de mi vida mientras el trabajo duraba; pues este vacío lúgubre que se abre ante mí no es absoluto. Ahora tendré más tiempo para mis amigos, para mis aficiones. Un descanso merecido. Pero qué vértigo volver a notar la pena en los ojos de mis familiares estas navidades. Esa palmadita en la espalda de mis amigos: no te merecían. No era para ti. Ya saldrá otra cosa. Hay muchos peces en el mar.
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