He perdido todas las batallas
las que peleé con convencimiento, también aquellas en las que me vi envuelto
he perdido las batallas que duraron un instante inacabable
las que apenas cruzaron fuego por una eternidad,
las celadas y las que disputé en campo abierto.
¡He perdido tantas batallas!
la guerra entera en cada disparo, cada ráfaga que me desangraba
he perdido todas y cada una de las batallas en las que combatí,
cuando era superior en número pero también cuando era combatiente de fortuna, solitario
cuando capitaneaba gallardo y cuando seguía a pié al comandante.
He perdido la batalla por ti, tus besos me mataron
también tus caricias
desde luego tu cuerpo sobre el mio obtuvo una victoria aplastante
he perdido la batalla del miedo que cada tarde me sube por la espalda
he perdido la batalla de la soledad y la que se combate entre la multitud enfervorecida.
He perdido todas las batallas. Estoy cansado
por eso camino como un hombre
erguido
desnudo
porque ya no tengo que luchar.
He perdido todas las batallas para poder ganar mi libertad.
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Una buena forma de preparar las pechugas de pollo consiste en coger cada una de las pechugas (medias, mejor), golpearlas con una maza de madera para carne hasta que tengan el mismo grosor por todos los lados, después ponerlas sobre un film transparente (mejor doble) y poner por encima queso parmesano rallado de manera que cubra toda la carne. Podemos usar la hierba aromática que más nos guste; yo he usado tomillo y pimienta negra que he majado previamente en el almirez y he espolvoreado por encima del queso. Tomamos un limón y rallamos, muy poco, apenas unas lascas sobre la pechuga con su queso y sus especias y encima recubrimos con dos o tres lonchas de jamón que no esté salado (el jamón de Bayona, francés, es adecuado, aunque yo lo he probado con serrano español y queda muy bien).
Al final tendremos una pila por este orden de arriba a abajo:
Film transparente (2 capas)
Pechuga de pollo
Queso parmesano especiado y con un poquito de limón
Jamón
En una sartén pondremos unas gotas de aceite de oliva y tomaremos nuestra pechuga con el film, para con un movimiento rápido de la mano colocarla en la sartén con el jamón sobre el metal (retiramos el film). Apenas en dos o tres minutos y ayudados con una paleta de pescado fina le daremos la vuelta para que se dore la pechuga. El fuego debe ser medio y para poner en el plato lo acompañamos de una ensalada verde a base de rucola, canónigos y escarola.
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El eje del mal no es como podríamos imaginar por su equívoco nombre, una línea que va de un sitio a otro, un cilindro metálico imaginario que hace girar las intenciones del lucifer del terrorismo o de la tiranía al unísono. El eje del mal es un fenómeno cuántico que tiene probabilidades de estar en un sitio o en otro e incluso en ambos a la vez. No me cabe otra explicación. Presente en Irak donde hubo que bombardear el país, asesinar a su sátrapa local y proteger sus pozos de petróleo de la avaricia de sus pobladores, se movió con inusitada rapidez a Afganistán donde acudieron nuestras tropas a darle caza, o en su defecto a calcular su probabilidad defendiendo la «débil» democracia local en manos de un sinvergüenza impresentable. Se movió a Libia donde hubo que dar caza de nuevo a otro ángel negro y destrozar un país entero hasta nuestros días. Se mueve, aparece y desaparece, estuvo en Somalia en forma de piratas y en un momento, de manera inexplicable para cualquier mortal, pero evidente para unos pocos cercanos al jesús del gran poder americano se apareció en forma de terrorista nigeriano chapucero, vía holanda, en Yemen. El eje del mal pasa por Moscú y Beijing. Es muy posible que el eje del mal esté en nuestro propio cerebro, como el sexo al decir de los estudiosos y seguramente por eso y no por el lucro de alguien, no sea usted mal pensado, han decidido despelotarnos electrónicamente antes de subir a un avión con rumbo a la tierra de las oportunidades. Nudista convencido, veo con satisfacción, como no muy lejos en el tiempo podremos viajar en pelotas de un enorme Airtbus 660 o 770 que llegarán, en aras de la seguridad, perdiendo, eso sí, el morbo de imaginar los bellos cuerpos de los auxiliares de cabina al indicarnos que las argollas que rodean nuestros tobillos no son, como parecen, para jodernos sino instrumentos de la libertad.
Esté atento a su pantalla, en este momento, en un estado fallido (sinónimo cool de tercer mundo) un terrorista está pensando en que agujero meterse unos gramos de algo que explote. Las autoridades le informarán convenientemente del país que la semana que viene cobijará el nido de serpientes.
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En muchos momentos buscamos cosas que realmente no necesitamos y en otras muchas ocasiones lo que es verdaderamente necesario viene a nosotros de una forma inesperada. Lo dramático es que casi nunca somos capaces de saber que es lo verdaderamente importante y es por eso que con frecuencia corremos tras del aire, de lo intangible. Unas navidades Julio me escribió diciendo que estaba llorando. Llorando de felicidad porque le habían invitado en nochebuena a cenar. Julio está solo, tan solo que la expresión de su alegría es el síntoma de su situación. Nadie se merece una vida así, una vida rodeada de silencio, de ausencias. Pienso en quienes lo han invitado y aunque no les conozco comprendo que han sido sensibles, mucho más que yo, mucho más que todos los que conocemos a Julio y no le hemos invitado aun sabiendo que se encuentra solo.
No tengo una mirada triste sobre la vida. Lo juro. Las cosas se me muestran así.
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A los seres humanos nos gusta hacernos propietarios de los éxitos, mientras que los fracasos son huérfanos y luego está lo de la suerte y su repercusión en nuestras vidas. ¿Hasta qué punto somos libres y por lo tanto responsables de nuestra situación? Azar y destino. Un profesor que tuve y que me enseñó bastante de lo que luego he enseñado sobre la toma de decisiones explicaba que es muy importante saber qué factores están en nuestra mano modificar y cuales de ellos no. Sobre estos solo nos queda recoger información, pero es sobre los primeros sobre los que nuestra actuación es prioritaria. No controlamos casi ninguno de los procesos totalmente; más bien al contrario los factores sobre los que actuamos son apenas insignificantes en el conjunto y luego está lo de los sentimientos que no siempre juegan a nuestro favor, pero es verdad que la tendencia natural es la de sentirnos con capacidad de ser decisivos en nuestro propio futuro y si no fuera así la verdad es que tenderíamos a la desidia.
Me manda un beso Cristina y me alegra. Sé de ellos por Jose que me cuenta una estupenda sobremesa frente al mar disfrutando del cambio climático y que Jesús anda pergeñando una noche de San Juan tan mágica como la del año pasado en la que el alba nos pilló solucionando España «empapados en alcohol» como cantaba Serrat, luego «el sol nos dijo que llego el final» pero quedó el recuerdo en nuestros corazoncitos. Espero poder volver a estar allí.
Recibo la foto de la futura hija de Segundo y Mariajo (Shi Ping/ Candela). Nació en China y tiene esa carilla exótica tan simpática a nuestros ojos. Segun ya sabe que se parece a él, pero no sabe hasta que punto eso será verdad. Está pletórico y le entiendo, recibir la foto de tu futuro hijo es una experiencia inexplicable. A partir de ese momento solamente piensan en lo que estará haciendo y si le querrás o no. ¿Cómo es el amor que no viene de la sangre? Ya lo descubrirás, el amor que se construye cada día desde la cabeza.
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Panchita hacía los calamares a la romana más exquisitos que he comido nunca. Regentaba con su marido un bar con aire retro en la calle donde vivían mis tíos en Laredo y donde yo disfrutaba de la buhardilla familiar con mi primo Nachi que quería ser pintor. Rabas, allí les llaman rabas y en vez de cortarlos en aros lo hacen en tiras
Alguna vez tuve la ocasión de preguntarle a Panchita el secreto de la ternura de sus rabas. El congelador, Paco, el congelador. Panchita congelaba convenientemente sus calamares antes de limpiarlos y cortarlos a tiras. Luego batía huevos, colocaba su artesa con harina, pasaba las tiras de calamar por la harina y seguidamente por el huevo batido hasta que se impregnaban cubriendo la raba con el rebozo.
Tenía una enorme sartén a fuego fuerte con abundante aceite, y cuando el aceite empezaba a humear, echaba los calamares, los tenía en el fuego apenas dos minutos, removiendo para que no se le pegasen entre sí, y los retiraba con la rasera para que quitaran el aceite que sobraba, entonces no había papel de cocina.
Panchita se jubiló y nadie más hace las rabas como ella, ¿o sí?
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Al final de una larga estancia todo termina inmóvil
la luz enroscada entre el alfeizar y las jambas,
el aire suspendido en el haz luminoso que proyecta
el polvo depositándose en las superficies
el sonido del vacío rebotando en los objetos yermos.
Los tiburones nunca dejan dejar de nadar
desafiando al imposible mobile perpetuo
y las leyes de la termodinámica.
Hay un espacio, un hueco que no alberga la vida
más bien la excluye
la inmovilidad es el objetivo final
la razón misma de la existencia.
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