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Empezamos con historias roleras y veremos dónde acabamos

Historia de personaje para el juego de rol Cazador: la venganza. #historiadepersonaje #cazadorlavenganza #garretgrey

La filosofía que siempre ha regido mi vida ha sido la de los procedimientos de laboratorio con sus pasos a seguir. Un sistema estructurado, organizado y testeado para obtener los resultados de forma eficiente. La lógica dicta que si haces A y después B, llegas a C.

No puedo decir que mi vida haya sido mala, estudié química, trabajé algunos años en laboratorios farmacéuticos y lo dejé para mudarme con mi mujer a un pueblo sencillo y tranquilo donde mi curriculum y un carta de recomendación me consiguieron un puesto como docente. Siempre he pagado mis impuestos, he respetado la vida de los demás y he procurado ser justo con mis alumnos, ni favoritismos ni zancadillas.

Hasta que el maldito mundo empezó a caérseme encima a pedazos.

Gabriel, mi hijo de 8 años, desarrolló una enfermedad que sólo se dá en un sujeto de cada 4 millones, nuestros ahorros se fueron en intentar darle una vida lo más normal posible.

Un día Barbara, mi mujer, me dijo que estaba teniendo nauseas matutinas desde un par de semanas atrás. Ella, que siempre había sido un ejemplo de buena salud, que nunca se había mareado en el coche ni en la feria. Un test después descubrimos que ibamos a volver a ser padres y, que Dios me perdone, en mi cabeza se instaló una pregunta en letras gigantescas: ¿cómo ibamos a salir adelante?

Bueno, las cosas no pintaban bien al haber tenido que rehipotecar la casa para pagar los tratamientos de Gabriel pero si conseguía algún trabajo extra para complementar mi sueldo de profesor podríamos ver luz en el túnel.

Qué ingenuo.

Todavía quedaba otro pedazo más que tenía que caérseme encima... y caérseme con una C bien gorda.

No era suficiente estar ahogado económicamente con una familia dependiendo de mi, que ahora también tenía algo dentro que quería destruirme. Al menos parecía que de momento no era excesivamente grande pero estaba en una zona del cerebro que podría propiciar que su expansión. El tratamiento inicial de pastillas tenía una posibilidad de detener el crecimiento, no me iba a curar pero me iba a hacer ganar algo de tiempo. Tenía que aprovecharlo. Tenía que dejar a mi familia protegida. Tenía que asegurarme que iban a estar cubiertos cuando yo faltase.

Lo curioso de ser un profesor justo era que a veces consiguía algo de respeto de parte los que otros consideraban “los peores alumnos”. Se debía a que era el primero que les trata igual que al resto y no pasaba de ellos porque “no valían y no merecían perder el tiempo en enseñarles”.

Jimmy Buganovski, “Buggi” para sus amigos, se sorprendió cuando le abordé en el aparcamiento detrás del instituto porque necesitaba hablar con él. Puso cara de preocupación al decirle que sabía que pasaba droga, puede que se temiese que lo denunciara a las autoridades. Finalmente se estuvo riendo varios minutos al explicarle, en voz baja aunque no había nadie en más de 100 metros a la redonda, que quería que moviese algo que había hecho yo.

Cuando se le pasó la risa y vió el material, después de que se me cayese al suelo por los nervios y la enorme cantidad de sudor que estaba segregando, al principio se negó. Me dijo que me respetaba y que no debería meterme en esos temas, que yo era un buen hombre, integro y que no debía mancharme con esas cosas.

Le expliqué un poco mi situación y el bueno de Buggi dijo que haría lo que pudiese por ayudarme. Dos días después vino a buscarme en cuanto pisé el aparcamiento. La droga que yo había cocinado era “la ostia”, según sus palabras explícitas, y quería más. Toda la que pudiese prepararle.

Durante algunas semanas Buggi movió lo que yo preparaba, pequeñas cantidades, no podía hacer demasiado ya que estaba limitado al equipamiento de reserva del instituto y a los materiales que podía costearme con el poco dinero del que podía disponer. El dinero iba llegando y cuando parecía que podría realmente llegar a algo Buggi desapareció.

Pasé dos semanas sin saber nada de él, llamé a su casa en varias ocasiones pero sólo me decían que estaba indispuesto y que no podía hablar con él. Hasta que un día apareció junto a mi coche cuando me iba a casa. Estaba demacrado, tenía ojeras oscuras y profundas y cicatrices recientes en la cara que aún estaban en proceso de cerrarse.

— ¿Señor G, tiene material para volver a ponernos en marcha? — Fueron sus primeras palabras.

Buggi me contó que le habían pillado unos pandilleros vendiendo en su zona y casi lo matan a golpes. Le habían robado la última remesa y tras probarla le habían dicho que querían a su proveedor. Pero Buggi no me delató. Cuando se convencieron de que no iban a conseguir nada matándolo le ofrecieron un trato: ellos prepararían un laboratorio, yo cocinaría la droga y me pagarían por el trabajo. Buggi podría seguir con sus trapicheos pero sólo en las zonas que ellos le permitiesen.

Al principio todo iba bien, en unas semanas hice bastante dinero para ir cubriendo los tratamientos de Gabriel y las facturas médicas de Barbara. Una noche estaba trabajando en el laboratorio clandestino cuando se me acercaron un par de los miembros de la banda. Me dijeron que los enviaba “el jefe” y que quería conocerme.

Los acompañé hasta una habitación que bien podía pasar por un salón bastante acogedor con un sofá un poco pasado de moda flanqueado por dos butacones de grandes orejas. En uno de los butacones había una bolsa de deporte llena de fajos de billetes atados con gomas elásticas, la recaudación de la semana según había oído hablar a los pandilleros.

En el otro butacón estaba más tirada que sentada una chica de rasgos latinos. Apenas tendría 19 ó 20 años y en su brazo extendido, así como en el interior de su muslo, enseguida reconocí los pinchazos de una adicción muy fea que le iba arruinar la vida si no lo había hecho ya. Una adicción a algo parecido a aquello que mis manos estaban elaborando apenas unos minutos antes.

Aparté la mirada de la chica con una punzada de remordimiento. Noté como la sangre me subía por la cara, se me hinchaban los lagrimales y se me humedecían los ojos. Mi cerebro disparó las alarmas, si me iba a plantar cara a cara con un jefe pandillero no podía hacerlo en ese estado o se me iba a comer vivo.

Fingí una tos repentina, me doblé sobre mi mismo y me giré hacia atrás dándole la espalda al sujeto sentado en el sofá. Como un minuto después me reincorporé, me limpie la boca con un pañuelo y respiré hondo. Mientras me volvía hacía el individuo al que tenía que conocer mis ojos pasaron sobre la chica de nuevo y pude ver un tatuaje que le recorría el muslo. El tatuaje era un nombre de mujer tipicamente hispano, algo como Mercedes o Maria Dolores, no lo recuerdo bien. Estaba escrito en esas letras muy elaboradas con rúbrica y plagadas de líneas curvas.

Pero juraría por lo más sagrado que la tinta de las letras empezó a moverse bajo la piel morena y recompuso un mensaje:

“ES UN MONSTRUO. MÍRALE”

Entonces puse mis ojos sobre el jefe de la banda, debajo del pañuelo que llevaba en la cabeza la carne de su cara estaba consumida y putrefacta. Bajo sus mejillas podía ver perfectamente los músculos maxilofaciales y sus caninos parecían hiperdesarrollados además de estar manchados con restos recientes de sangre. Mi cerebro ató cabos instantánemente y comprendí que los pinchazos en el brazo de la chica sí eran de jeringuilla pero los del muslo estaban perfectamente alineados por pares...

“¡Mierda! ¡Mierda ¡Mierda! ¡Mierda! ¿Dónde me he metido? Esto no puede ser real. ¿Qué demonios estoy viendo?”

Mi cuerpo estaba bloqueado, sentía las sienes palpitarme como furiosos tambores de guerra, cada poro de mi piel empezó a exudar un sudor frío como nitrógeno líquido.

Esa criatura sentada en el sofá parecía relajada, segura de sí misma, confiada. Al fin y al cabo estaba en su guarida, en su terreno, donde tenía ventaja. Hizo un movimiento brusco, un latigazo de su cuello adelantando la nariz y olfateando el aire.

Por el rabillo del ojo busqué la posición de mis dos escoltas, no dieron señal alguna de estar viendo lo mismo que yo. También me percaté de que no tenían armas en las manos aunque no las tendrían muy lejos. Uno de ellos estaba liando un cigarro y el otro miraba las piernas de la chica tirada en la butaca, sus pantalones eran tan cortos que bien podría haber estado en ropa interior.

— Profesor Grey, al fin le conozco, yo soy Alejandro Torres. Me dicen mis chicos que su material es de calidad y nos está haciendo ganar bastante dinero. Quería darle las gracias personalmente. — No ocultaba su acento latino, hablaba con una voz suave, un poco silbante y algo melosa, el tipo de voz que se utiliza para calmar a un niño o engatusarlo para que se tome el jarabe aunque sepa a rayos. — Le noto nervioso, profesor. ¿Se encuentra bien? ¿Está indispuesto, quizá?

— Bue… bueno... esta reunión ha… ha surgido tan de repente… he pensado que igual había… algún problema... — acerté a tartamudear.

El olor a muerte llenaba el aire, podía sentir la bilis burbujeando en mi estómago y las contracciones del esófago previas a las náuseas empezando a formarse en mi interior. “Concéntrate, no hagas que te maten.”

— Profesor Grey, no hay ningún problema, estamos encantados de contar con su colaboración.

La chica soltó un gemido y su cabeza cayó hacia delante, un hilo de baba blanquecina resbaló por sus labios y se descolgó hasta su ombligo para deslizarse por el piercing de bola de colores psicodélicos que llevaba.

Entonces volvió a suceder.

La chica tenía otro tatuaje asomando por encima de su corto top, le subía desde el pecho hasta el hombro, aunque no podía verlo entero eran una líneas de texto. Igual que antes la tinta empezó a moverse bajo su piel formando nuevas palabras.

“MÍRALE. CONOCE SU SECRETO”

Y lo supe.

El muy cabrón se alimentaba de chicas jóvenes como esa pero antes las drogaba. Necesitaba que la droga estuviese en el torrente sanguíneo de su víctima para poder sentir él los efectos al absorberla, era la única forma en que conseguía sustentarse. La única forma de consumir la droga experimentando sus efectos. Si no lo hacía así experimentaba el síndrome de abstinencia y en alguien como él eso era algo muy peligroso.

No tuve los arrestos para hacer algo ahí mismo, nunca he sido lo que se dice un hombre de acción pero un resorte había saltado en mi cerebro y tenía la convicción de que iba a hacer algo al respecto. Aunque no entendía cómo había sabido cual era la debilidad de ese engendro, el conocimiento había venido a mí repentinamente. Había aparecido en mi pensamiento como una idea que se te ocurre de pronto. El origen de ese saber era tan extraño como los mensajes en los tatuajes de la chica. Y al mismo tiempo ambas cosas me parecían normales.

Seguí con mi trabajo pero empecé a hacer algunas pruebas durante las siguientes semanas, pequeños cambios en la fórmula que hacían que el efecto durase menos, fuese más suave o más sedante. A través de los comentarios de los matones que solían estar con Alejandro seguía los resultados de cómo afectaban esos cambios de composición a la dieta del monstruo.

Hasta que un día llegó mi oportunidad, los matones de Alejandro no tenían tabaco y les ofrecí unos cigarros que previamente había impregnado con un sedante que reaccionaría a la combustión. No me costó descubrir quién sería la chica de la que se alimentaría Alejandro y bajo una conversación casual aproveché para proveerla de unos chicles inoculados con un compuesto que retrasaría los efectos de la droga. Al menos podría darle una oportunidad de salir corriendo y escapar. No creía que fuese a poder hacer mucho más por ella y para aquel entonces aceptaba cualquier descargo de conciencia que pudiese tener.

Cada vez que Alejandro se disponía a alimentarse mandaba a sus matones a fumar para tener algo de intimidad. Cuando ellos salieron y encendieron los cigarros aderezados esperé unos minutos para que el narcótico pudiese hacer su efecto. Después me escabullí del laboratorio hacia la habitación de ese engendro.

No tardé en escuchar sus convulsiones y gemidos de dolor, me asomé con cuidado a la puerta y lo ví en el suelo retorciéndose en agonía. La bolsa del dinero en un butacón y la chica tirada contra el rincón del fondo de la habitación, desmadejada, con el cuello partido en un ángulo antinatural, apoyado en la pared y las piernas dobladas en una pose de dibujo animado.

No podía hacer nada por ella así que reprimí una nausea y seguí con el resto del plan. Fuí hasta el butacón, cerré la bolsa de deporte y me la cargué al hombro. En ese momento una imagen de Alejandro incorporándose y sacando una pistola para apuntarme apareció en mi cabeza, como si estuviese viendo el negativo de una fotografía que ocupase toda mi visión.

Me giré para encontrarme esa misma imagen delante de mí, apenas a un metro el cañón de la pistola de ese monstruo apuntaba a mi cuerpo desde una altura de unos 30 centímetros desde el suelo. No hacía falta ser profesor ni saber mucho de trigonometría o anatomía para tener claro que una bala entrando en ese ángulo podía causar un estropicio horroroso a mis órganos internos.

— ¡AÚN NO! — acerté a gritar, no podía morir todavía, ahora que estaba tan cerca, con este dinero mi familia podría tener una vida digna incluso sin mí.

Mientras gritaba y ya me daba por muerto mis ojos se negaron a cerrarse. Ví la detonación en el cañón del arma y también cómo la bala se desviaba describiendo un ángulo de casi 90 grados. No daba crédito a lo que acababa de suceder.

La adrenalina burbujeaba en mi y me hizo alzar la pierna para encajarle una patada en la mano a ese bastardo. Acto seguido le ví retorcerse de nuevo sobre sí mismo en clara agonía.

Torpemente dejé caer al suelo la bolsa de deporte y me lancé sobre la pistola que había ido detrás del sofá, la recogí y me giré hacia Alejandro.

No estaba ahí.

Era imposible, se estaba retorciendo de dolor, ¿donde se había ido tan rápido?

De nuevo una imagen se superpuso a mi visión, como algo que ya hubiese vivido, ese maldito monstruo caía encima de mi desde el techo. Levante la mirada y ahí estaba, con los dedos clavados en el techo y a punto de dejarse caer sobre mi. Tuve el tiempo justo de levantar la pistola y descerrajarle un tiro directo a la cara. Su cuerpo giró sobre sí mismo y pude oir el inconfundible crujido de huesos de su espalda al estamparse contra el suelo con un agujero sangrante donde antes tenía la cara.

Me aparte un paso y miré a los lados. Me acerqué de nuevo. Le disparé otra vez. A través de la sien. Desparramando sus sesos por el suelo.

En las películas de zombis que Gabriel siempre quería ver lo recomendaban.

Disparé una tercera vez. Por asegurarme.

Me metí la pistola al bolsillo, cogí la bolsa de deporte y bajé al laboratorio trastabillando por las escaleras. Había dejado todo preparado antes de subir. Salí por la puerta, arrastre dentro a los dos matones dormidos y me hice con las cerillas de uno de ellos. Volví a mi mesa, encendí el mechero bunsen y antes de salir volví a abrir la llave del gas. Era innecesario, como mucho una excusa secundaria, lo realmente explosivo y que reaccionaría primero eran los compuestos químicos sobre el mechero de laboratorio pero lo hice de todas formas.

Al día siguiente los periódicos se hacían eco de la explosión en un laboratorio de droga mientras yo empecé a planear cómo iba a gestionar el dinero que tenía en la bolsa de deporte.

Michelle tiene capacidades de ectomante aunque de momento sólo ha conseguido tratar con espíritus. #historiadepersonaje #thedresdenfiles

Despertar semidesnuda sobre una mesa de billar con varias personas alrededor en similar o mayor grado de desnudez asusta bastante. Añadirle un lacerante dolor de cabeza y una laguna total desde unas 16 horas antes, lo hace peor. Encontrar el lavabo, despejarte y descubrir que conoces la fraternidad donde estás y sabes volver a casa ayuda un poco.

Ya me ha sucedido antes y sé que es uno de los precios que tengo que pagar por su ayuda. Empiezo a maldecirme a mi misma por haber caido otra vez pero una punzada en el cerebro me hace dejar el autoflagelo para más tarde, al menos hasta después del segundo café.

La primera vez que me ví en una situación así fue en el primer examen de la universidad. Acababa de cumplir los 18, me había emocionado de más celebrando y tenía la certeza de que no había estudiado lo suficiente. Tuve un ataque de ansiedad delante de la hoja del examen y sin darme cuenta empecé a rezar todo lo que recordaba haber escuchado a mi abuelita cuando era pequeña. Pedí ayuda a Papa Legba, a los loa y a quien pudiera estar escuchando.

Ahí tuve mi primera laguna.

Desperté poco después de amanecer, en las cocinas de la cafetería de la universidad, rodeada de restos de comida y cubierta de migas, trozos y manchas de distintas salsas. Una semana después publicarían los resultados del examen y tendría un aprobado con nota.

Al volver a mi habitación desde la cafetería apenas tuve tiempo de cerrar la puerta y ya estaba sonando mi teléfono. Era mi abuelita, Mambo Sallie, llamándome desde una cabina en la estación de autobuses. Se me había olvidado completamente que venía a verme ese mismo día, así que me duché a toda prisa y fuí a buscarla.

Cuando estabamos sentadas tranquilas tomando una infusión le conté lo que había sucedido y su primera reacción fue encogerse y empezar a gimotear y lloriquear soltando una retahíla en su haitíano materno. La segunda reacción fue atizarme con el bolso en la cara.

Unos momentos después respiró hondo, se calmó y me dijo que ya había presentido que yo había hecho algo que me iba a poner en peligro. Me explicó que yo había rezado a Papa Legba pero que él no siempre respondía y menos a una creyente tan poco asídua como yo. Seguido me dijo que seguramente había conseguido llamar la atención de algún loa del intelecto que no dejó pasar la oportunidad de venir en mi ayuda para antes o después reclamar su pago.

No le conté que ese pagó ya lo había hecho y por eso estaba reprimiendo las nauseas ante cualquier olor a comida.

Mambo Sallie me había hablado cuando era niña de los espíritus vudú pero al crecer yo había pasado a pensar que eran sólo cuentos de viejas. Cómo no iba a saber yo, una universitaria, más que ella que se había criado con esa mitología para enseñar lecciones a los niños en forma de cuentos.

Por eso en mi momento de desesperación nunca hubiese esperado que un loa fuese a venir a mi, asistirme y después cobrarme un precio que no fuí consciente ni de negociar. Había accedido a prestarle mi cuerpo físico hasta el siguiente amanecer. Sin condiciones.

El que vino en mi ayuda tenía fascinación por la sensación humana del gusto, algo que no podía experimentar por sí mismo. De ahí el atracón de comida que me tuvo con dolor de estómago casi una semana.

Finalmente, Sallie me llevó a hacerme el tatuaje de un veve, un símbolo religioso, que permitiría atar a mi lo que llamó una sombra de Kalfu, un espíritu menor que me protegería y me ayudaría a manejar al resto de loa que iban a empezar a rondarme.

Irina es una aleamante, tiene el poder de influir en la suerte. #historiadepersonaje #thedresdenfiles

Una sonrisa maliciosa bailó en los labios de Irina mientras sacaba, rápidamente, de un doble fondo de su bolso Michael Kors la pequeña pistola.

— Ya había oído que no la sabías meter. — Dijo Irina con todo agudo y burlón — Mira que es mala suerte que la pistola no te responda en un momento como este. Puede que sólo sea una rubia tonta pero hasta yo sé ver cuando el cargador está descolgado. Apenas unos milímetros, casi imperceptible, pero suficiente para que la corredera no consiga arrastrar el primer cartucho y no haya bala que disparar.

El sicario hizo el gesto de avanzar hacia ella, la gravilla crujió bajo su zapato y quedó silenciada por el disparo de la Walter PPK, una pistola de dimensiones reducidas pero tan letal como el modelo más grande y ahora inútil que tenía en la mano el hombre.

El impactó lo hizo girar sobre sí mismo, se encojió durante unos instantes y enseguida volvió la mirada hacia Irina para ver por qué no lo había rematado. Seguramente no sería la primera bala que encajaba ya que apretó la mandíbula mientras se sujetaba el brazo herido y la miraba fijamente con ojos furibundos a la par que interrogantes.

Ella se acercó lentamente mientras sacaba algo del bolso con la mano libre, sin dejar de apuntarlo con el arma humeante, y metió un fajo de billetes en el bolsillo de la americana de su frustrado asaltante.

— Ahí tienes suficiente como para pagarte un médico que te arregle el brazo, unas vacaciones y un par de botellas que te ayuden a olvidarte de mi. — Le aclaró Irina con el tono alegre con que mandaría a un niño a comprar chucherías.

Llevaba tiempo queriendo dejar Montecarlo y por eso esta noche se había dejado llevar un poco más. Sabía que antes o después alguien se daría cuenta de que estaba ganando mucho en el casino e iba a saltar alguna alarma, pero no esperaba que un local tan lujoso se rebajase a algo tan burdo como mandar un gorila con una pistola para deshacerse de ella en un callejón.

Cuando era una pequeña devushka nunca le faltó de nada. Padre tenía un buen trabajo como operario de pista en el aeropuerto Sheremétievo de Moscú. Trabajaba muchas horas pero la pequeña Irina se entretenía paseando por las tiendas del aeropuerto hasta su hora de salida. La fascinaban sobremanera los carteles de perfumes y joyas, aquellas mujeres preciosas, la ropa, el estilo de vida glamuroso y de ensueño.

Cuando al fin Padre considero que tenía una edad adecuada la permitió apuntarse en la escuela de modelos. Irina sabía que ese era el primer paso para su vida soñada. Enseguida supo también que no era la más guapa, ni la que tenía más talento de la escuela pero sí la que iba a conseguir su meta.

Trabajó duro durante meses, aprendió modales y etiqueta, postura y lenguaje corporal, maquillaje y visagismo, dicción e inglés, absorbía toda la información con avidez. Cuando llegó el primer trabajo para las chicas de su perfil seleccionaron a otra chica.

Finalmente llegó su oportunidad cuando en la escuela de modelos hubo un sorteo entre las mejores de la clase para seleccionar cual iría a un trabajo en París. Lo deseó con mucha fuerza y fue su nombre el que salió elegido.

Desde el pasillo escuchó a Yulia decir a sus amigas más íntimas que no era posible, que ella había amañado el sorteo y aún así no había ganado.

Desde ese trabajo Irina no ha vuelto a pisar Moscú.

Historia de personaje para el juego de rol The Dresden Files. Howard es un criptomante, un talento menor capaz de descifrar cualquier código, encriptación, trampantojo o mensaje oculto. #historiadepersonaje #thedresdenfiles

Howard se había disociado sin darse ni cuenta. Su mente estaba flotando sobre su cuerpo mientras sus ojos se habían quedado fijos en la pantalla del escritoria que tenía un par de metros delante de él.

— ¿Qué miras, imbécil? — Null1@ sacó a DuckM4n, el nombre de hacker de Howard, de su ensimismamiento con su tacto y dulzura habituales. — Ni esto no es una película ni tú eres Hugh Jackman, nadie te va a tocar tu zona especial.

Al volver a enfocar la mirada tenía a la única mujer del grupo increpándole en otra exhibición de su agresivo carácter. Howard tenía un don para descifrar códigos y encriptaciones pero las personas le descolocaban. Estaba más acostumbrado a la soledad de su habitación, donde podía quedarse embobado mirando a un punto fijo e indefinido de la pared mientras su cerebro vagaba sin rumbo.

La ropa de Null1@ decía bastante de ella: vestía principalmente de cuero, alternado con pinchos y tachuelas, además de rejillas asomando por los estudiados cortes hechos en las pocas prendas de tela que llevaba ocasionalmente. Daba la imagen de dura y agresiva, reafirmada en su arisco modo de relacionarse con cualquiera pero a la vez requería atención y que su presencia fuese percibida.

— Lo que hagáis en vuestro tiempo libre me la suda, pero aquí el puñetero reloj sigue corriendo, ¿estamos? — El señor Smith, un sobrenombre sin pizca de originalidad, siempre estaba presionándoles. Les pagaba muy bien pero les exigía en proporción geométrica.

Howard había encontrado el trabajo resolviendo un algoritmo, escondido en una página web a la que llegó tras descubrir un código oculto en una oferta de altavoces de segunda mano. Pensó que era una opción tan mala como cualquier otra para salir unas horas al día del sótano de la casa de sus padres. Ahora que ya no estaban necesitaba alguna razón para ir al exterior y tener un mínimo de interacción humana o al menos aire fresco.

Aquello iba de hackers haciendo lo que mejor saben hacer. A veces robaban información para chantajes, otras se colaban en redes gubernamentales para conseguir objetivos más jugosos. Los demás le tomaban por un idiota, un cerebrito con miedo a pisar la calle pero los superaba de largo a todos delante de la pantalla. Para él era fácil, como leer un libro infantil.

Un día Null1@ apareció con una revista en la mano y gritando más de lo habitual. Abrió la puerta del despacho del Señor Smith de una patada y empezó a gritarle cosas desagradables, lanzó amenazas que pretendían ser, de alguna forma sutiles, pero eran totalmente directas y finalmente gritó que dejaba el trabajo. Acto seguido se marchó.

Un rato después Howard escuchó una conversación mientras fingía uno de sus momentos de disociación. Lo que había hecho explotar a Null1@ era la noticia de una actriz joven que se había suicidado por una supuesta filtración de fotos íntimas.

Esa noche Null1@ abordó a Howard mientras esperaba el autobús para volver a casa.

— Conocía a esa chica. — le dijo — Fue cosa nuestra, se lo hicimos nosotros.

Las lágrimas brotaban de sus ojos que ya parecían velas negras derretidas. Howard no supo reaccionar, se limitó a escuchar y acceder a dejarla que fuese a casa con él, tenía miedo de estar sola.

Preparó cena para los dos, ella seguía llorando de forma intermitente y le hablaba de su vida. Cómo fue una chica rarita en el instituto, cómo devoraba las revistas de informática y se marchó de casa a los 17 para buscarse la vida.

Finalmente se quedó dormida en el sofá. Howard la tapó con una manta y se bajó a su cama en el sótano. En mitad de la noche un golpe en la escalera le despertó. Null1@, completamente desnuda, se metió en su cama y comenzó a besarle. Casi parecía que pretendía devorarle, había ansiedad y necesidad en la forma en que apretaba sus labios contra los de Howard y en la forma que pegaba su cuerpo contra el suyo.

A la mañana siguiente ella ya no estaba.

Sin acabar de entender muy bien qué había pasado la noche anterior, Howard se puso en marcha hacia el trabajo como todas las mañanas. Poco antes de llegar pasó junto a un callejón cerrado con cordón policial e iluminado por luces azules en movimiento. Había una sábana en el suelo de la que asomaba una mano de mujer con las uñas negras y una pulsera de pinchos en la muñeca.

Algo se rompió dentro de Howard en el instante en que las piezas encajaron.

Unas semanas más tarde Howard contactó con el FBI, hizo un trato y les entregó a toda la organización. Alguien en la agencia reconoció el talento de Howard y se tomó las molestias de entrevistarlo fuera del caso para evaluar su potencial. Con su habilidad para descifrar cualquier código, encriptación o lenguaje de programación, en cuestión de semanas estaba contratado como analista.

Pero después de los primeros años empezó a notar un patrón. Sus compañeros obtenían méritos y ascensos mientras que él seguía en el mismo puesto. Era el mejor, capaz de conseguir resultados que equipos enteros no lograban pero la agencia no le promocionaba, quería exprimirle.

Igual que había hecho el Señor Smith.

Entonces Howard tomó la decisión de escapar.

Unos pocos clics en la dark web le consiguieron las pastillas, la habitación de hotel con el minibar repleto y los horarios de limpieza de las habitaciones. Tenía todo perfectamente controlado. Fue fácil, doloroso, pero fácil.

Un lavado de estómago después, Howard estaba de baja por depresión. La paga de la agencia mantenía sus necesidades cubiertas pero era el momento de hacer algo diferente por sí mismo.

Historia de personaje para el juego de rol Cazador: la venganza. #historiadepersonaje #cazadorlavenganza

¿Qué me llevó a acabar cuidando árboles en Frafjordheiane? Te lo voy a decir: dos ojos azules como zafiros, una cabellera rubia como... como una pinta de cerveza fría y unos pech... bueno, resumiendo, una mujer. Una preciosidad nórdica que conocí en la tienda de suministros de caza y pesca que hubo toda la vida debajo de casa de mis padres. La muchacha había ido a Stonehaven como au-pair a través de una agencia para pasar el verano mejorando su inglés y conociendo Escocia.

Jodida suerte la mía que a sus amigas les apeteciese hacer un fin de semana de acampada y entrasen en la tienda a comprar suministros el mismo día que se rompió mi maldita hachuela. Joder, me preguntó por los hornillos de campaña con ese acento suyo que no me eché a reír porque tenía la mandíbula desencajada de la impresión de ver semejante valquiria sonriéndome.

Llámalo destino o llámame el hijop... ejem... más afortunado de todo el noreste de Escocia pero conseguí enlazar dos frases con algo de sentido y me enteré de dónde iban a acampar, después de eso no me costó mucho dar con la oficina de guardabosques más cercana y cobrándome algunos favores, ganados a base de pagar pintas, me aceptaron como “ayudante en prácticas” para ese fin de semana.

Un par de encontronazos en el bosque más tarde, alguna demostración de mis habilidades de supervivencia y varias botellas de cerveza fueron los ingredientes necesarios para llevarme a probar esa carne blanca como la nieve que me traía tan loco que casi me había olvidado de comprar una hachuela nueva.

Lo que no había calculado fue que al final del verano iba a estar tan enganchado de ése ángel norteño que el solo susurro de la posibilidad de irme con ella a su tierra sería suficiente para acabar viviendo en un pueblo a 30 minutos de la estación forestal de Frafjordheiane.

Dos años después éramos marido, mujer y un enorme bombo que no paraba de crecer.

Nunca tuve muy claro cuándo llegó Wolf a nuestras vidas, apareció un día meándome la rueda del coche, me siguió hasta casa y no se fue. Wolf era nuestro perro, bueno, perro lobo en realidad, una mala bestia enorme de pelo más tupido que el de mis pelotas. Berit, mi mujer, lo llamó Wolf, decía que le hacía gracia porque era lo que era y además se parecía a mi nombre, así que a veces me tocaba los coj... la moral, vacilándome con si llamaba al perro o a mi.

Pasé de cubrir bajas a tener una plaza fija en la estación forestal de Frafjordheiane, el tiempo siguió su curso y llegó la pequeña Karin, que junto con su hermana Kristin y mi mujer Berit, formaban mis propios ángeles de Charlie. Aunque en versión Noruega.

La ostia, contado así parece que tuve una vida de puto cuento de hadas... igual es que la memoria lo maquilla pero me la suda, me gusta recordarlas así. Mejor eso que revivir el último viaje a Stonehaven.

Ibamos en verano, Karin había cumplido 3 años y Kristin iba a hacer 7 en menos de un mes. Nos acercamos a ver a mis padres y queríamos ir de acampada al mismo sitio donde nos enamoramos, sensiblerías de mujeres pero bueno, con todo lo que me daba Berit en esta vida era de lo menos que podía hacer por ella.

Pasamos un par de días con mis padres y luego fuimos a acampar. Después de preparar la tienda y todo el aparataje en el que bautizamos como “nuestro claro”, dejé a las chicas preparando la cena mientras me acercaba un rato a la estación forestal a tomar una cerveza con mis antiguos compañeros para recordar viejos tiempos.

Cuando volvía hacia nuestro claro pasé por detrás de un barracón donde estaban un grupo de chavales de un colegio o algo así, según me habían dicho en la estación. Lo recuerdo porque me pareció curioso que para ser críos de entre 8 y 14 años estuviese todo tan en silencio, esos mocosos suelen armar más bulla que los hooligans en día de partido, pero no le dí mayor importancia.

Unos metros más adelante noté algo raro en el aire, un aroma como ferroso que enseguida me inundó las fosas nasales, estaba oscuro y la luz de la luna me dejaba ver lo justo para ir por el sendero sin caerme. Empecé a maldecir y saqué la linterna... joder, en maldita la hora...

En cuanto la levanté lo primero que ví delante mío fue un charco negro que primero pensé era barro pero enseguida descubrí que era sangre. Se me helaron las venas... levanté la cabeza y ví a Berit tirada y maltrecha sobre un arbusto unos 4 metros más adelante, tenía la garganta desgarrada y abierta hasta verle la tráquea. Un poco más allá por un momento todo se mantuvo en silencio pero nunca habría dado crédito a lo que ví.

Era una puta carnicería, una jodida batalla sangrienta entre críos, el mayor de ellos tendría 13 ó 14 años. Al levantar la linterna y enfocarles la luz se volvió más brillante en un intenso fogonazo que iluminó todo y entonces pude verlo... algunas de esas criaturas no eran niños... joder, eran cosas... con... forma.... joder, con forma de niño pero piel verde y las verrugas más asquerosas que has podido ver y uñas como mejillones, negras, afiladas y ensangrentadas... los... los otros niños tenían... aún hoy me parece una mala pesadilla.

Los niños de verdad tenían espadas y algunos tenían esas jodidas mazas medievales con una bola arriba y pinchos, por un momento habría jurado que alguna de las espadas incluso estaba ardiendo.

Fue algo... algo totalmente dantesco... algo... no podía creer lo que estaba viendo hasta que las ví a ellas, Karin y Kristin, la mayor había cogido una sartén y acababa de golpear a una de las criaturas verdes haciéndola girar sobre sí misma, joder fue la fracción de segundo más larga de mi vida pero juró que se me hinchó el pecho con orgullo de padre, estaba defendiendo a su hermana, y en ese momento supe que debía reaccionar.

Sentí un hormigueo subirme por el estómago, mis piernas no esperaron a mi cerebro y se lanzaron a correr hacia las niñas. Una sombra oscura me adelantó y el destello de unos dientes desmadejaron por segunda vez a la criatura que Kristin acaba de derribar.

Cuando estaba llegando a mis pequeñas extendí los brazos para coger a cada una con una mano y llevármelas a la carrera de ahí pero un peso repentino me hizo bajarlos y me desequilibró hasta el punto de tropezar y rodar por el suelo. Menos mal que un puto árbol me frenó con un latigazo ardiente por toda la espalda.

Giré sobre mi mismo incorporándome y sacudí la cabeza para descubrir que uno de esos asquerosos bichos, joder no sabía ni como llamarlos, estaba delante mio. De su boca asoman dientes mellados como los de un yonqui pero afilados y rezumando una especie de limo oscuro, denso y con olor a cloaca.

Apenas un par de metros más atrás ví el cuerpo de un niño tirado en el suelo, con la espalda ensangretada por tres cortes abiertos, largos y profundos. Volví mi atención al monstruo y me dí cuenta de 2 cosas: lo tenía casi encima y venía con la mano... garra... lo que cojones fuese que tenía, levantado por encima de la cabeza. Entre sus uñas negras y melladas como cuchillos viejos había algunos pequeños retales de la camisa de ese pobre crio.

Por el rabillo del ojo pude ver a Wolf siendo rodeado por tres de esos gremlis pelones mientras protegía a las niñas. En ese mismo momento no podía hacer nada ya que estaba a punto de ser apuñalado por un bicho salido de una película de serie B de los 90. La impotencia hizo estallar la bilis de mi estómago mientras el monstruo que tenía delante se acercaba exhibiendo una sonrisa sádica y más limo oscuro rebasaba sus dientes.

Levanté los brazos para cubrirme al tiempo que gritaba de pura frustración: “¡¡NOOOOOOOO!!”

De la garra de la criatura empiezaron a saltar chispas como aquella vez que metí papel de aluminio al microondas e impulsada por una fuerza repentina la garra salió disparada hacia atrás y el puto bicho verde iba volando a remolque mientras su cuerpo emitía pequeñas llamas azuladas.

No se cómo me convertí en el jodido centro de una explosión, todas las demás criaturas salieron también despedidas por el aire varios metros.

Durante un segundo todo fue calma y silencio, quedaban en pie unos 7 niños y otros 3 ó 4 estaban tirados en el suelo pero se movían. Recuerdo que Wolf dejó escapar un gemido canino y me miró con una expresión casi humana que parecía decir: “¿Pero qué ha sido eso?”.

Escuché a uno de los chavales decir “Es un defensor” y otro respondiendo: “Sí, pero es un adulto”.

Los niños se organizaron rápidamente y sin palabras, en los segundos siguientes cada uno de los caídos fue levantado por otro y los 3 restantes formaban en actitud de protección hacia donde habían desaparecido los bichos.

Me levanté y en dos zancadas estaba junto a Karin y Kristin, acaricié la cabeza de Wolf sin perder de vista al resto de crios ni los arbustos.

El que parecía el mayor de los chavales se acercó y me dijo con voz queda: “Vamos a nuestro barracón, venid con nosotros, es más seguro permanecer juntos. De momento.”

Miré al chaval y seguido desvié la mirada hacia mi mujer, desmadejada sobre el arbusto. Cuando volví a mirar al muchacho un instante después él hizo un leve gesto de asentimiento. Me acerqué hasta el cuerpo de Berit mientras giraba la cabeza para no perder de vista a Karin y Kristin. El jodido Wolf estaba delante de ellas, en el mismo sitio que estaba yo un momento antes y en actitud protectora otra vez. Juro que ese bicho era el hijo que nunca tuvimos.

Besé la frente fría de Berit por última vez y cogí el anillo de boda de su mano inerte. Con movimientos casi mecánicos me quité la chaqueta, la tapé con ella despidiéndome con un suspiro y una lágrima se arrastró por mi mejilla.

Al darme la vuelta me encontré con el grupo de chavales ya reunidos y mis niñas junto a sus heridos agarradas al pelaje de Wolf. Recogí mi linterna del suelo, la encendí y les seguí en silencio hasta el barracón.

De vuelta pude ver cómo rápidamente se organizaban y un par de los mayores, que según parece se habían quedado en el barracón, empezaban a atender a los heridos. Les limpiaban los cortes con desinfectante, aplicaban pomadas y ponían gasas y vendas.

Karin estaba muy callada y tan sólo se mantenía abrazada a Wolf enterrando la cara en el cuello peludo. Kristin miraba a todos lados, no parecía asustada en lo más mínimo, estaba alerta.

En las siguientes horas, las dos cayeron dormidas y hablé con algunos de los chicos mayores. Me explicaron que el mundo no es como creía y que, para mi desgracia, había sido despertado a una realidad atroz. Me costó entender cómo estaban tan seguros que lo que había sucedido no tendría ninguna repercusión en los medios, me explicaron que como mucho el periódico local escribiría una columna en la página 4 sobre una mujer atacada por un oso y poco más. Las personas normales no quieren creer que existen cosas como contra las que habíamos peleado en ese claro.

No me hablaron mucho sobre ellos, sólo que eran huérfanos, que eran como yo porque en su momento también se toparon con algún terror sobrenatural y de alguna forma descubrieron que tenían capacidades o poderes o como quieras llamarlo y que al amanecer se habrían marchado..

Los meses siguientes fueron muy duros, mis compañeros de la estación forestal de Frafjordheiane me transmitieron sus condolencias y mis jefes me comunicaron unos recortes de presupuesto que hacían innecesaria mi reincorporación. Me instalé con las niñas en casa de mis padres y según pasó el verano me dí cuenta que sin Berit y sin mi trabajo no estaba seguro de querer volver a Noruega.

Karin siguió muy callada y se sobresaltaba por casi todo, mientras que Kristin se seguía comportando casi igual que siempre excepto porque se había vuelto más agresiva y desconfiada.

A finales de verano aparecieron unos hombres con pinta de agentes del gobierno para hablar conmigo sobre lo sucedido en el bosque, “el desafortunado incidente en el que falleció su esposa” lo llamaron.

Al principio, estaba reticente, dolido por los recuerdos y nervioso, pero enseguida las preguntas que me hacían se fueron volviendo extrañas hasta que fuí consciente que esos dos tíos “sabían” acerca de lo que realmente sucedió.

Me hablaron sobre la compañía a la que representaban y me ofrecieron una entrevista de trabajo.