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cazadorlavenganza

Historia de personaje para el juego de rol Cazador: la venganza. #historiadepersonaje #cazadorlavenganza #garretgrey

La filosofía que siempre ha regido mi vida ha sido la de los procedimientos de laboratorio con sus pasos a seguir. Un sistema estructurado, organizado y testeado para obtener los resultados de forma eficiente. La lógica dicta que si haces A y después B, llegas a C.

No puedo decir que mi vida haya sido mala, estudié química, trabajé algunos años en laboratorios farmacéuticos y lo dejé para mudarme con mi mujer a un pueblo sencillo y tranquilo donde mi curriculum y un carta de recomendación me consiguieron un puesto como docente. Siempre he pagado mis impuestos, he respetado la vida de los demás y he procurado ser justo con mis alumnos, ni favoritismos ni zancadillas.

Hasta que el maldito mundo empezó a caérseme encima a pedazos.

Gabriel, mi hijo de 8 años, desarrolló una enfermedad que sólo se dá en un sujeto de cada 4 millones, nuestros ahorros se fueron en intentar darle una vida lo más normal posible.

Un día Barbara, mi mujer, me dijo que estaba teniendo nauseas matutinas desde un par de semanas atrás. Ella, que siempre había sido un ejemplo de buena salud, que nunca se había mareado en el coche ni en la feria. Un test después descubrimos que ibamos a volver a ser padres y, que Dios me perdone, en mi cabeza se instaló una pregunta en letras gigantescas: ¿cómo ibamos a salir adelante?

Bueno, las cosas no pintaban bien al haber tenido que rehipotecar la casa para pagar los tratamientos de Gabriel pero si conseguía algún trabajo extra para complementar mi sueldo de profesor podríamos ver luz en el túnel.

Qué ingenuo.

Todavía quedaba otro pedazo más que tenía que caérseme encima... y caérseme con una C bien gorda.

No era suficiente estar ahogado económicamente con una familia dependiendo de mi, que ahora también tenía algo dentro que quería destruirme. Al menos parecía que de momento no era excesivamente grande pero estaba en una zona del cerebro que podría propiciar que su expansión. El tratamiento inicial de pastillas tenía una posibilidad de detener el crecimiento, no me iba a curar pero me iba a hacer ganar algo de tiempo. Tenía que aprovecharlo. Tenía que dejar a mi familia protegida. Tenía que asegurarme que iban a estar cubiertos cuando yo faltase.

Lo curioso de ser un profesor justo era que a veces consiguía algo de respeto de parte los que otros consideraban “los peores alumnos”. Se debía a que era el primero que les trata igual que al resto y no pasaba de ellos porque “no valían y no merecían perder el tiempo en enseñarles”.

Jimmy Buganovski, “Buggi” para sus amigos, se sorprendió cuando le abordé en el aparcamiento detrás del instituto porque necesitaba hablar con él. Puso cara de preocupación al decirle que sabía que pasaba droga, puede que se temiese que lo denunciara a las autoridades. Finalmente se estuvo riendo varios minutos al explicarle, en voz baja aunque no había nadie en más de 100 metros a la redonda, que quería que moviese algo que había hecho yo.

Cuando se le pasó la risa y vió el material, después de que se me cayese al suelo por los nervios y la enorme cantidad de sudor que estaba segregando, al principio se negó. Me dijo que me respetaba y que no debería meterme en esos temas, que yo era un buen hombre, integro y que no debía mancharme con esas cosas.

Le expliqué un poco mi situación y el bueno de Buggi dijo que haría lo que pudiese por ayudarme. Dos días después vino a buscarme en cuanto pisé el aparcamiento. La droga que yo había cocinado era “la ostia”, según sus palabras explícitas, y quería más. Toda la que pudiese prepararle.

Durante algunas semanas Buggi movió lo que yo preparaba, pequeñas cantidades, no podía hacer demasiado ya que estaba limitado al equipamiento de reserva del instituto y a los materiales que podía costearme con el poco dinero del que podía disponer. El dinero iba llegando y cuando parecía que podría realmente llegar a algo Buggi desapareció.

Pasé dos semanas sin saber nada de él, llamé a su casa en varias ocasiones pero sólo me decían que estaba indispuesto y que no podía hablar con él. Hasta que un día apareció junto a mi coche cuando me iba a casa. Estaba demacrado, tenía ojeras oscuras y profundas y cicatrices recientes en la cara que aún estaban en proceso de cerrarse.

— ¿Señor G, tiene material para volver a ponernos en marcha? — Fueron sus primeras palabras.

Buggi me contó que le habían pillado unos pandilleros vendiendo en su zona y casi lo matan a golpes. Le habían robado la última remesa y tras probarla le habían dicho que querían a su proveedor. Pero Buggi no me delató. Cuando se convencieron de que no iban a conseguir nada matándolo le ofrecieron un trato: ellos prepararían un laboratorio, yo cocinaría la droga y me pagarían por el trabajo. Buggi podría seguir con sus trapicheos pero sólo en las zonas que ellos le permitiesen.

Al principio todo iba bien, en unas semanas hice bastante dinero para ir cubriendo los tratamientos de Gabriel y las facturas médicas de Barbara. Una noche estaba trabajando en el laboratorio clandestino cuando se me acercaron un par de los miembros de la banda. Me dijeron que los enviaba “el jefe” y que quería conocerme.

Los acompañé hasta una habitación que bien podía pasar por un salón bastante acogedor con un sofá un poco pasado de moda flanqueado por dos butacones de grandes orejas. En uno de los butacones había una bolsa de deporte llena de fajos de billetes atados con gomas elásticas, la recaudación de la semana según había oído hablar a los pandilleros.

En el otro butacón estaba más tirada que sentada una chica de rasgos latinos. Apenas tendría 19 ó 20 años y en su brazo extendido, así como en el interior de su muslo, enseguida reconocí los pinchazos de una adicción muy fea que le iba arruinar la vida si no lo había hecho ya. Una adicción a algo parecido a aquello que mis manos estaban elaborando apenas unos minutos antes.

Aparté la mirada de la chica con una punzada de remordimiento. Noté como la sangre me subía por la cara, se me hinchaban los lagrimales y se me humedecían los ojos. Mi cerebro disparó las alarmas, si me iba a plantar cara a cara con un jefe pandillero no podía hacerlo en ese estado o se me iba a comer vivo.

Fingí una tos repentina, me doblé sobre mi mismo y me giré hacia atrás dándole la espalda al sujeto sentado en el sofá. Como un minuto después me reincorporé, me limpie la boca con un pañuelo y respiré hondo. Mientras me volvía hacía el individuo al que tenía que conocer mis ojos pasaron sobre la chica de nuevo y pude ver un tatuaje que le recorría el muslo. El tatuaje era un nombre de mujer tipicamente hispano, algo como Mercedes o Maria Dolores, no lo recuerdo bien. Estaba escrito en esas letras muy elaboradas con rúbrica y plagadas de líneas curvas.

Pero juraría por lo más sagrado que la tinta de las letras empezó a moverse bajo la piel morena y recompuso un mensaje:

“ES UN MONSTRUO. MÍRALE”

Entonces puse mis ojos sobre el jefe de la banda, debajo del pañuelo que llevaba en la cabeza la carne de su cara estaba consumida y putrefacta. Bajo sus mejillas podía ver perfectamente los músculos maxilofaciales y sus caninos parecían hiperdesarrollados además de estar manchados con restos recientes de sangre. Mi cerebro ató cabos instantánemente y comprendí que los pinchazos en el brazo de la chica sí eran de jeringuilla pero los del muslo estaban perfectamente alineados por pares...

“¡Mierda! ¡Mierda ¡Mierda! ¡Mierda! ¿Dónde me he metido? Esto no puede ser real. ¿Qué demonios estoy viendo?”

Mi cuerpo estaba bloqueado, sentía las sienes palpitarme como furiosos tambores de guerra, cada poro de mi piel empezó a exudar un sudor frío como nitrógeno líquido.

Esa criatura sentada en el sofá parecía relajada, segura de sí misma, confiada. Al fin y al cabo estaba en su guarida, en su terreno, donde tenía ventaja. Hizo un movimiento brusco, un latigazo de su cuello adelantando la nariz y olfateando el aire.

Por el rabillo del ojo busqué la posición de mis dos escoltas, no dieron señal alguna de estar viendo lo mismo que yo. También me percaté de que no tenían armas en las manos aunque no las tendrían muy lejos. Uno de ellos estaba liando un cigarro y el otro miraba las piernas de la chica tirada en la butaca, sus pantalones eran tan cortos que bien podría haber estado en ropa interior.

— Profesor Grey, al fin le conozco, yo soy Alejandro Torres. Me dicen mis chicos que su material es de calidad y nos está haciendo ganar bastante dinero. Quería darle las gracias personalmente. — No ocultaba su acento latino, hablaba con una voz suave, un poco silbante y algo melosa, el tipo de voz que se utiliza para calmar a un niño o engatusarlo para que se tome el jarabe aunque sepa a rayos. — Le noto nervioso, profesor. ¿Se encuentra bien? ¿Está indispuesto, quizá?

— Bue… bueno... esta reunión ha… ha surgido tan de repente… he pensado que igual había… algún problema... — acerté a tartamudear.

El olor a muerte llenaba el aire, podía sentir la bilis burbujeando en mi estómago y las contracciones del esófago previas a las náuseas empezando a formarse en mi interior. “Concéntrate, no hagas que te maten.”

— Profesor Grey, no hay ningún problema, estamos encantados de contar con su colaboración.

La chica soltó un gemido y su cabeza cayó hacia delante, un hilo de baba blanquecina resbaló por sus labios y se descolgó hasta su ombligo para deslizarse por el piercing de bola de colores psicodélicos que llevaba.

Entonces volvió a suceder.

La chica tenía otro tatuaje asomando por encima de su corto top, le subía desde el pecho hasta el hombro, aunque no podía verlo entero eran una líneas de texto. Igual que antes la tinta empezó a moverse bajo su piel formando nuevas palabras.

“MÍRALE. CONOCE SU SECRETO”

Y lo supe.

El muy cabrón se alimentaba de chicas jóvenes como esa pero antes las drogaba. Necesitaba que la droga estuviese en el torrente sanguíneo de su víctima para poder sentir él los efectos al absorberla, era la única forma en que conseguía sustentarse. La única forma de consumir la droga experimentando sus efectos. Si no lo hacía así experimentaba el síndrome de abstinencia y en alguien como él eso era algo muy peligroso.

No tuve los arrestos para hacer algo ahí mismo, nunca he sido lo que se dice un hombre de acción pero un resorte había saltado en mi cerebro y tenía la convicción de que iba a hacer algo al respecto. Aunque no entendía cómo había sabido cual era la debilidad de ese engendro, el conocimiento había venido a mí repentinamente. Había aparecido en mi pensamiento como una idea que se te ocurre de pronto. El origen de ese saber era tan extraño como los mensajes en los tatuajes de la chica. Y al mismo tiempo ambas cosas me parecían normales.

Seguí con mi trabajo pero empecé a hacer algunas pruebas durante las siguientes semanas, pequeños cambios en la fórmula que hacían que el efecto durase menos, fuese más suave o más sedante. A través de los comentarios de los matones que solían estar con Alejandro seguía los resultados de cómo afectaban esos cambios de composición a la dieta del monstruo.

Hasta que un día llegó mi oportunidad, los matones de Alejandro no tenían tabaco y les ofrecí unos cigarros que previamente había impregnado con un sedante que reaccionaría a la combustión. No me costó descubrir quién sería la chica de la que se alimentaría Alejandro y bajo una conversación casual aproveché para proveerla de unos chicles inoculados con un compuesto que retrasaría los efectos de la droga. Al menos podría darle una oportunidad de salir corriendo y escapar. No creía que fuese a poder hacer mucho más por ella y para aquel entonces aceptaba cualquier descargo de conciencia que pudiese tener.

Cada vez que Alejandro se disponía a alimentarse mandaba a sus matones a fumar para tener algo de intimidad. Cuando ellos salieron y encendieron los cigarros aderezados esperé unos minutos para que el narcótico pudiese hacer su efecto. Después me escabullí del laboratorio hacia la habitación de ese engendro.

No tardé en escuchar sus convulsiones y gemidos de dolor, me asomé con cuidado a la puerta y lo ví en el suelo retorciéndose en agonía. La bolsa del dinero en un butacón y la chica tirada contra el rincón del fondo de la habitación, desmadejada, con el cuello partido en un ángulo antinatural, apoyado en la pared y las piernas dobladas en una pose de dibujo animado.

No podía hacer nada por ella así que reprimí una nausea y seguí con el resto del plan. Fuí hasta el butacón, cerré la bolsa de deporte y me la cargué al hombro. En ese momento una imagen de Alejandro incorporándose y sacando una pistola para apuntarme apareció en mi cabeza, como si estuviese viendo el negativo de una fotografía que ocupase toda mi visión.

Me giré para encontrarme esa misma imagen delante de mí, apenas a un metro el cañón de la pistola de ese monstruo apuntaba a mi cuerpo desde una altura de unos 30 centímetros desde el suelo. No hacía falta ser profesor ni saber mucho de trigonometría o anatomía para tener claro que una bala entrando en ese ángulo podía causar un estropicio horroroso a mis órganos internos.

— ¡AÚN NO! — acerté a gritar, no podía morir todavía, ahora que estaba tan cerca, con este dinero mi familia podría tener una vida digna incluso sin mí.

Mientras gritaba y ya me daba por muerto mis ojos se negaron a cerrarse. Ví la detonación en el cañón del arma y también cómo la bala se desviaba describiendo un ángulo de casi 90 grados. No daba crédito a lo que acababa de suceder.

La adrenalina burbujeaba en mi y me hizo alzar la pierna para encajarle una patada en la mano a ese bastardo. Acto seguido le ví retorcerse de nuevo sobre sí mismo en clara agonía.

Torpemente dejé caer al suelo la bolsa de deporte y me lancé sobre la pistola que había ido detrás del sofá, la recogí y me giré hacia Alejandro.

No estaba ahí.

Era imposible, se estaba retorciendo de dolor, ¿donde se había ido tan rápido?

De nuevo una imagen se superpuso a mi visión, como algo que ya hubiese vivido, ese maldito monstruo caía encima de mi desde el techo. Levante la mirada y ahí estaba, con los dedos clavados en el techo y a punto de dejarse caer sobre mi. Tuve el tiempo justo de levantar la pistola y descerrajarle un tiro directo a la cara. Su cuerpo giró sobre sí mismo y pude oir el inconfundible crujido de huesos de su espalda al estamparse contra el suelo con un agujero sangrante donde antes tenía la cara.

Me aparte un paso y miré a los lados. Me acerqué de nuevo. Le disparé otra vez. A través de la sien. Desparramando sus sesos por el suelo.

En las películas de zombis que Gabriel siempre quería ver lo recomendaban.

Disparé una tercera vez. Por asegurarme.

Me metí la pistola al bolsillo, cogí la bolsa de deporte y bajé al laboratorio trastabillando por las escaleras. Había dejado todo preparado antes de subir. Salí por la puerta, arrastre dentro a los dos matones dormidos y me hice con las cerillas de uno de ellos. Volví a mi mesa, encendí el mechero bunsen y antes de salir volví a abrir la llave del gas. Era innecesario, como mucho una excusa secundaria, lo realmente explosivo y que reaccionaría primero eran los compuestos químicos sobre el mechero de laboratorio pero lo hice de todas formas.

Al día siguiente los periódicos se hacían eco de la explosión en un laboratorio de droga mientras yo empecé a planear cómo iba a gestionar el dinero que tenía en la bolsa de deporte.

Historia de personaje para el juego de rol Cazador: la venganza. #historiadepersonaje #cazadorlavenganza

¿Qué me llevó a acabar cuidando árboles en Frafjordheiane? Te lo voy a decir: dos ojos azules como zafiros, una cabellera rubia como... como una pinta de cerveza fría y unos pech... bueno, resumiendo, una mujer. Una preciosidad nórdica que conocí en la tienda de suministros de caza y pesca que hubo toda la vida debajo de casa de mis padres. La muchacha había ido a Stonehaven como au-pair a través de una agencia para pasar el verano mejorando su inglés y conociendo Escocia.

Jodida suerte la mía que a sus amigas les apeteciese hacer un fin de semana de acampada y entrasen en la tienda a comprar suministros el mismo día que se rompió mi maldita hachuela. Joder, me preguntó por los hornillos de campaña con ese acento suyo que no me eché a reír porque tenía la mandíbula desencajada de la impresión de ver semejante valquiria sonriéndome.

Llámalo destino o llámame el hijop... ejem... más afortunado de todo el noreste de Escocia pero conseguí enlazar dos frases con algo de sentido y me enteré de dónde iban a acampar, después de eso no me costó mucho dar con la oficina de guardabosques más cercana y cobrándome algunos favores, ganados a base de pagar pintas, me aceptaron como “ayudante en prácticas” para ese fin de semana.

Un par de encontronazos en el bosque más tarde, alguna demostración de mis habilidades de supervivencia y varias botellas de cerveza fueron los ingredientes necesarios para llevarme a probar esa carne blanca como la nieve que me traía tan loco que casi me había olvidado de comprar una hachuela nueva.

Lo que no había calculado fue que al final del verano iba a estar tan enganchado de ése ángel norteño que el solo susurro de la posibilidad de irme con ella a su tierra sería suficiente para acabar viviendo en un pueblo a 30 minutos de la estación forestal de Frafjordheiane.

Dos años después éramos marido, mujer y un enorme bombo que no paraba de crecer.

Nunca tuve muy claro cuándo llegó Wolf a nuestras vidas, apareció un día meándome la rueda del coche, me siguió hasta casa y no se fue. Wolf era nuestro perro, bueno, perro lobo en realidad, una mala bestia enorme de pelo más tupido que el de mis pelotas. Berit, mi mujer, lo llamó Wolf, decía que le hacía gracia porque era lo que era y además se parecía a mi nombre, así que a veces me tocaba los coj... la moral, vacilándome con si llamaba al perro o a mi.

Pasé de cubrir bajas a tener una plaza fija en la estación forestal de Frafjordheiane, el tiempo siguió su curso y llegó la pequeña Karin, que junto con su hermana Kristin y mi mujer Berit, formaban mis propios ángeles de Charlie. Aunque en versión Noruega.

La ostia, contado así parece que tuve una vida de puto cuento de hadas... igual es que la memoria lo maquilla pero me la suda, me gusta recordarlas así. Mejor eso que revivir el último viaje a Stonehaven.

Ibamos en verano, Karin había cumplido 3 años y Kristin iba a hacer 7 en menos de un mes. Nos acercamos a ver a mis padres y queríamos ir de acampada al mismo sitio donde nos enamoramos, sensiblerías de mujeres pero bueno, con todo lo que me daba Berit en esta vida era de lo menos que podía hacer por ella.

Pasamos un par de días con mis padres y luego fuimos a acampar. Después de preparar la tienda y todo el aparataje en el que bautizamos como “nuestro claro”, dejé a las chicas preparando la cena mientras me acercaba un rato a la estación forestal a tomar una cerveza con mis antiguos compañeros para recordar viejos tiempos.

Cuando volvía hacia nuestro claro pasé por detrás de un barracón donde estaban un grupo de chavales de un colegio o algo así, según me habían dicho en la estación. Lo recuerdo porque me pareció curioso que para ser críos de entre 8 y 14 años estuviese todo tan en silencio, esos mocosos suelen armar más bulla que los hooligans en día de partido, pero no le dí mayor importancia.

Unos metros más adelante noté algo raro en el aire, un aroma como ferroso que enseguida me inundó las fosas nasales, estaba oscuro y la luz de la luna me dejaba ver lo justo para ir por el sendero sin caerme. Empecé a maldecir y saqué la linterna... joder, en maldita la hora...

En cuanto la levanté lo primero que ví delante mío fue un charco negro que primero pensé era barro pero enseguida descubrí que era sangre. Se me helaron las venas... levanté la cabeza y ví a Berit tirada y maltrecha sobre un arbusto unos 4 metros más adelante, tenía la garganta desgarrada y abierta hasta verle la tráquea. Un poco más allá por un momento todo se mantuvo en silencio pero nunca habría dado crédito a lo que ví.

Era una puta carnicería, una jodida batalla sangrienta entre críos, el mayor de ellos tendría 13 ó 14 años. Al levantar la linterna y enfocarles la luz se volvió más brillante en un intenso fogonazo que iluminó todo y entonces pude verlo... algunas de esas criaturas no eran niños... joder, eran cosas... con... forma.... joder, con forma de niño pero piel verde y las verrugas más asquerosas que has podido ver y uñas como mejillones, negras, afiladas y ensangrentadas... los... los otros niños tenían... aún hoy me parece una mala pesadilla.

Los niños de verdad tenían espadas y algunos tenían esas jodidas mazas medievales con una bola arriba y pinchos, por un momento habría jurado que alguna de las espadas incluso estaba ardiendo.

Fue algo... algo totalmente dantesco... algo... no podía creer lo que estaba viendo hasta que las ví a ellas, Karin y Kristin, la mayor había cogido una sartén y acababa de golpear a una de las criaturas verdes haciéndola girar sobre sí misma, joder fue la fracción de segundo más larga de mi vida pero juró que se me hinchó el pecho con orgullo de padre, estaba defendiendo a su hermana, y en ese momento supe que debía reaccionar.

Sentí un hormigueo subirme por el estómago, mis piernas no esperaron a mi cerebro y se lanzaron a correr hacia las niñas. Una sombra oscura me adelantó y el destello de unos dientes desmadejaron por segunda vez a la criatura que Kristin acaba de derribar.

Cuando estaba llegando a mis pequeñas extendí los brazos para coger a cada una con una mano y llevármelas a la carrera de ahí pero un peso repentino me hizo bajarlos y me desequilibró hasta el punto de tropezar y rodar por el suelo. Menos mal que un puto árbol me frenó con un latigazo ardiente por toda la espalda.

Giré sobre mi mismo incorporándome y sacudí la cabeza para descubrir que uno de esos asquerosos bichos, joder no sabía ni como llamarlos, estaba delante mio. De su boca asoman dientes mellados como los de un yonqui pero afilados y rezumando una especie de limo oscuro, denso y con olor a cloaca.

Apenas un par de metros más atrás ví el cuerpo de un niño tirado en el suelo, con la espalda ensangretada por tres cortes abiertos, largos y profundos. Volví mi atención al monstruo y me dí cuenta de 2 cosas: lo tenía casi encima y venía con la mano... garra... lo que cojones fuese que tenía, levantado por encima de la cabeza. Entre sus uñas negras y melladas como cuchillos viejos había algunos pequeños retales de la camisa de ese pobre crio.

Por el rabillo del ojo pude ver a Wolf siendo rodeado por tres de esos gremlis pelones mientras protegía a las niñas. En ese mismo momento no podía hacer nada ya que estaba a punto de ser apuñalado por un bicho salido de una película de serie B de los 90. La impotencia hizo estallar la bilis de mi estómago mientras el monstruo que tenía delante se acercaba exhibiendo una sonrisa sádica y más limo oscuro rebasaba sus dientes.

Levanté los brazos para cubrirme al tiempo que gritaba de pura frustración: “¡¡NOOOOOOOO!!”

De la garra de la criatura empiezaron a saltar chispas como aquella vez que metí papel de aluminio al microondas e impulsada por una fuerza repentina la garra salió disparada hacia atrás y el puto bicho verde iba volando a remolque mientras su cuerpo emitía pequeñas llamas azuladas.

No se cómo me convertí en el jodido centro de una explosión, todas las demás criaturas salieron también despedidas por el aire varios metros.

Durante un segundo todo fue calma y silencio, quedaban en pie unos 7 niños y otros 3 ó 4 estaban tirados en el suelo pero se movían. Recuerdo que Wolf dejó escapar un gemido canino y me miró con una expresión casi humana que parecía decir: “¿Pero qué ha sido eso?”.

Escuché a uno de los chavales decir “Es un defensor” y otro respondiendo: “Sí, pero es un adulto”.

Los niños se organizaron rápidamente y sin palabras, en los segundos siguientes cada uno de los caídos fue levantado por otro y los 3 restantes formaban en actitud de protección hacia donde habían desaparecido los bichos.

Me levanté y en dos zancadas estaba junto a Karin y Kristin, acaricié la cabeza de Wolf sin perder de vista al resto de crios ni los arbustos.

El que parecía el mayor de los chavales se acercó y me dijo con voz queda: “Vamos a nuestro barracón, venid con nosotros, es más seguro permanecer juntos. De momento.”

Miré al chaval y seguido desvié la mirada hacia mi mujer, desmadejada sobre el arbusto. Cuando volví a mirar al muchacho un instante después él hizo un leve gesto de asentimiento. Me acerqué hasta el cuerpo de Berit mientras giraba la cabeza para no perder de vista a Karin y Kristin. El jodido Wolf estaba delante de ellas, en el mismo sitio que estaba yo un momento antes y en actitud protectora otra vez. Juro que ese bicho era el hijo que nunca tuvimos.

Besé la frente fría de Berit por última vez y cogí el anillo de boda de su mano inerte. Con movimientos casi mecánicos me quité la chaqueta, la tapé con ella despidiéndome con un suspiro y una lágrima se arrastró por mi mejilla.

Al darme la vuelta me encontré con el grupo de chavales ya reunidos y mis niñas junto a sus heridos agarradas al pelaje de Wolf. Recogí mi linterna del suelo, la encendí y les seguí en silencio hasta el barracón.

De vuelta pude ver cómo rápidamente se organizaban y un par de los mayores, que según parece se habían quedado en el barracón, empezaban a atender a los heridos. Les limpiaban los cortes con desinfectante, aplicaban pomadas y ponían gasas y vendas.

Karin estaba muy callada y tan sólo se mantenía abrazada a Wolf enterrando la cara en el cuello peludo. Kristin miraba a todos lados, no parecía asustada en lo más mínimo, estaba alerta.

En las siguientes horas, las dos cayeron dormidas y hablé con algunos de los chicos mayores. Me explicaron que el mundo no es como creía y que, para mi desgracia, había sido despertado a una realidad atroz. Me costó entender cómo estaban tan seguros que lo que había sucedido no tendría ninguna repercusión en los medios, me explicaron que como mucho el periódico local escribiría una columna en la página 4 sobre una mujer atacada por un oso y poco más. Las personas normales no quieren creer que existen cosas como contra las que habíamos peleado en ese claro.

No me hablaron mucho sobre ellos, sólo que eran huérfanos, que eran como yo porque en su momento también se toparon con algún terror sobrenatural y de alguna forma descubrieron que tenían capacidades o poderes o como quieras llamarlo y que al amanecer se habrían marchado..

Los meses siguientes fueron muy duros, mis compañeros de la estación forestal de Frafjordheiane me transmitieron sus condolencias y mis jefes me comunicaron unos recortes de presupuesto que hacían innecesaria mi reincorporación. Me instalé con las niñas en casa de mis padres y según pasó el verano me dí cuenta que sin Berit y sin mi trabajo no estaba seguro de querer volver a Noruega.

Karin siguió muy callada y se sobresaltaba por casi todo, mientras que Kristin se seguía comportando casi igual que siempre excepto porque se había vuelto más agresiva y desconfiada.

A finales de verano aparecieron unos hombres con pinta de agentes del gobierno para hablar conmigo sobre lo sucedido en el bosque, “el desafortunado incidente en el que falleció su esposa” lo llamaron.

Al principio, estaba reticente, dolido por los recuerdos y nervioso, pero enseguida las preguntas que me hacían se fueron volviendo extrañas hasta que fuí consciente que esos dos tíos “sabían” acerca de lo que realmente sucedió.

Me hablaron sobre la compañía a la que representaban y me ofrecieron una entrevista de trabajo.