🔶 amor a una flor
‒Si alguien ama a una flor y no existe más que un solo ejemplar en millones y millones de estrellas, esto es motivo suficiente para que ese alguien se sienta feliz cuando la mira. Se dice: “Mi flor, esta ahĂ, en alguna parte...” ¡Pero si el cordero se come la flor, para Ă©l es como si de repente todas las estrellas se apagaran! ÂżNo es esto importante? [..]
Muy pronto aprendĂ a conocer mejor a esa flor. En el planeta del principito siempre hubo flores sencillas [..] que a nadie causaban molestias ni llamaban la atenciĂłn. AparecĂan una mañana entre la hierba y morĂan en la tarde. Pero aquella [..] no se parecĂa a ninguna otra. A pesar de que la observaba continuamente, no descubrĂa de quĂ© clase de semilla procedĂa. PodĂa ser una especie nueva de baobab. Sin embargo, el arbusto dejĂł pronto de crecer y dio una flor. [..]
Y asĂ es como empezĂł a torturarlo con su vanidad un poco quejumbrosa. Un dĂa, por ejemplo, hablando de sus cuatro espinas, le dijo al principito: ‒¡Ya pueden presentarse los tigres con sus garras! ‒No hay tigres en mi planeta ‒le objetĂł el principito‒; y además los tigres no comen hierba. ‒Pero yo no soy una hierba ‒le respondiĂł dulcemente la flor. ‒PerdĂłname... ‒No temo a los tigres, pero tengo horror a las corrientes de aire. ÂżNo tienes un biombo? ‒[..]
‒En la noche quiero que me cubras con una esfera de cristal; en este planeta hace mucho frĂo. AquĂ todo está mal instalado. Allá de donde yo vengo... Pero la flor se interrumpiĂł. HabĂa venido en forma de semilla, por lo tanto no pudo haber conocido otros mundos. Humillada por sentirse sorprendida en una mentira tan notoria, tosiĂł dos o tres veces y tratĂł de salir del atolladero, diciĂ©ndole al principito: ‒¿QuĂ© pasa con el biombo? [..]
De este modo, el principito, a pesar de la buena voluntad de su amor, dudĂł de ella. HabĂa tomado en serio algunas palabras sin importancia, lo que le hizo sentirse desdichado. “No debĂ haberla escuchado” ‒me confiĂł un dĂa‒. “No se debe escuchar jamás a las flores. Es suficiente verlas y olerlas. La mĂa perfumaba todo mi planeta; sin embargo, yo no gozaba con ello. La historia de las garras que tanto me molestĂł, hubiera debido enternecerme...”
Y todavĂa me confesĂł: “¡En aquel entonces no supe comprender nada! DebĂa haberla juzgado por sus actos y no por sus palabras. Ella me proporcionaba alegrĂa y aroma. Jamás debĂ haber huido. DebĂ adivinar su ternura, tras sus inocentes mañas. ¡Las flores son tan contradictorias! Pero yo era demasiado joven para saber amarla.”